MARTES I

PRIMERA LECTURA

Año I:


De la carta a los Romanos    1, 18-32

LA CÓLERA DE DIOS CONTRA LA IMPIEDAD


    Hermanos: Desde el cielo viene revelándose la cólera de Dios sobre todo género de impiedad e injusticia de los hombres, que en su maldad tienen cautiva la verdad; ya que son manifiestas a ellos las verdades que se pueden conocer acerca de Dios. Bien claro se las manifestó él.
    Así, después de la creación del mundo, conocemos sus atributos invisibles, aprehendidos mediante las creaturas, tales como su eterna omnipotencia y su divinidad. De manera que no tienen excusa. Y en verdad, no obstante el conocimiento que tenían de Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que acabaron en necios y fútiles razonamientos, viniendo a entenebrecerse su insensato corazón. Alardeando de sabios, se hicieron necios; y trocaron la gloria del Dios incorruptible por ídolos o representaciones del hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
    Por eso, los entregó Dios a la impureza, conforme a los depravados instintos de sus corazones; tanto que ellos mismos se afrentaron en sus propios cuerpos, por haber sustituido la verdad de Dios por la mentira de los ídolos, y por haber adorado y servido a la creatura en lugar del Creador. Sea él bendito por siempre. Amén.
    Por eso, los entregó Dios a las pasiones vergonzosas. Sus mujeres cambiaron el uso natural por el uso contra naturaleza; e igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en mutua concupiscencia; cometieron torpezas hombres con hombres, y recibieron en sus propias personas el pago debido a su extravío.
    Y, como no se dignaron poseer el verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a una mentalidad depravada, que los llevó a cometer torpezas; se llenaron de toda suerte de maldad, de perversidad, de avaricia, de malicia, henchidos de envidia, homicidios, contiendas, fraudes, malignidad; chismosos, malas lenguas, aborrecedores de Dios, ultrajadores, soberbios, fanfarrones, forjadores de maldad, rebeldes a los padres, insensatos, infieles, sin amor, sin piedad; y de tal índole, que, conociendo la sentencia divina que declara reos de muerte a quienes tales cosas hacen, no sólo las hacen, sino que hasta aplauden a quienes las ponen por obra.

Responsorio     Rm 1, 20; Sb 13, 5. 1

R.
Después de la creación del mundo, conocemos los atributos invisibles de Dios, aprehendidos mediante las creaturas. * Pues, por la magnitud y belleza de las creaturas, se descubre por analogía al que les dio el ser.
V. Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios.
R. Pues, por la magnitud y belleza de las creaturas, se descubre por analogía al que les dio el ser.


Año II:

Del libro del Génesis     2, 4b-25

LA CREACIÓN DEL HOMBRE EN EL PARAÍSO


    Cuando el Señor Dios hizo tierra y cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia sobre la tierra, ni había hombre que cultivase el campo. Sólo un manantial salía del suelo y regaba la superficie del campo. Entonces, el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.
    El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
    En Edén nacía un río que regaba el jardín, y después se dividía en cuatro brazos. El primero se llama Pisón, y rodea todo el país de Javila, donde se da el oro; el oro del país es de calidad; y también se dan allí ámbar y lapislázuli. El segundo río se llama Guijón, y rodea todo el país de Cus. El tercero se llama Tigris, y corre al este de Asiria. El cuarto es el Éufrates.
    El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara; el Señor Dios dio este mandato al hombre:
    «Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas; porque, el día en que comas de él, tendrás que morir.»
    El Señor Dios se dijo:
    «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que lo ayude.»
    Entonces, el Señor modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase.
    Entonces, el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo; y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo:
    «¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será "mujer", porque ha salido del hombre.»
    Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser. Los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza uno de otro.

Responsorio     1Co 15, 45. 47. 49

R.
El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo; el último Adán, en espíritu que da vida. * El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo.
V. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
R. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo.


SEGUNDA LECTURA

De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo

(Respuesta 2, 1: PG 31, 908-910)

TENEMOS DEPOSITADA EN NOSOTROS UNA FUERZA QUE NOS CAPACITA PARA AMAR


    El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección.
    Por eso nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.
    Digamos en primer lugar que Dios nos ha dado previamente la fuerza necesaria para cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de apenarnos como si se nos exigiese algo extraordinario, ni hemos de enorgullecernos como si devolviésemos a cambio más de lo que se nos ha dado. Si usamos recta y adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, habremos viciado su finalidad.
    En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contrario, la virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, consiste en usar de esas facultades con recta conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.
    Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la caridad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tenemos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo. En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por inclinación espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.
    Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable.

Responsorio     Sal 17, 2-3

R.
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; * Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
V. Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo.
R. Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.


Oración

Señor, atiende benignamente las súplicas de tu pueblo; danos luz para conocer tu voluntad y la fuerza necesaria para cumplirla. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.