EL DON DE LA AUTORIDAD (1)
(La autoridad en la Iglesia III)
Relación de la Comisión Internacional Anglicano-Católica
Romana (ARCIC II) 1999 (2)
PREFACIO
Por los copresidentes
Una primera búsqueda de la unidad visible plena entre la Comunión
Anglicana y la Iglesia Católica se inició hace treinta años en el
histórico encuentro en Roma entre el Arzobispo Ramsey y el Papa Pablo
VI. La Comisión establecida para preparar el diálogo reconoció, en su
Relación de Malta de 1968, que una de las “tareas más importantes y
urgentes” sería examinar la cuestión de la autoridad. En este sentido,
esta cuestión se encuentra en el corazón de nuestras tristes divisiones.
Cuando se publicó la Relación Final de ARCIC en 1981, la mitad
de su contenido estaba dedicada al diálogo sobre la autoridad en la
Iglesia, con dos declaraciones de acuerdo y una aclaración. Esto
constituía una base importante que preparaba el camino hacia una mayor
convergencia. Las respuestas oficiales en 1988 de la Conferencia de
Lambeth, de la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica en 1991,
animaron a la Comisión a seguir adelante con el “notable progreso” que
ya se había conseguido. En consonancia con esto, la ARCIC ofrece ahora
esta ulterior declaración de acuerdo: El don de la Autoridad.
Una imagen de la Escritura es la clave de esta declaración. En el
capítulo primero de la segunda carta a los Corintios, Pablo escribe
sobre el “sí” de Dios a la humanidad y nuestra respuesta “amén” a Dios,
dados ambos en Jesucristo (cf. 2 Cor 1,19-20). La autoridad, don
de Dios a su Iglesia, está al servicio del “sí” de Dios a su pueblo y
del “amén” de éste.
Se invita al lector a seguir la senda que llevó a la Comisión a sus
conclusiones. Estas son el fruto de cinco años de diálogo, de escucha
paciente, de estudio y oración juntos. La declaración planteará,
esperamos, una mayor reflexión teológica; sus conclusiones presentan un
desafío a nuestras dos Iglesias, especialmente en relación con el tema
crucial del primado universal. La autoridad trata de cómo la Iglesia
enseña, actúa y adopta decisiones doctrinales en fidelidad al Evangelio,
de modo que el acuerdo real sobre la autoridad no puede ser teórico. Si
esta declaración puede contribuir a la reconciliación de la Comunión
Anglicana y la Iglesia Católica y es aceptada, requerirá una respuesta
en la vida y en los hechos.
Han sucedido muchas cosas en estos años para profundizar en nuestro
conocimiento de los otros como hermanos y hermanas en Cristo. Aún
nuestro camino hacia la unidad plena, visible, se prevé como más largo
de lo que algunos piensan y muchos esperan. Hemos encontrado serios
obstáculos que dificultan el progreso. En esta etapa, el trabajo
perseverante, concienzudo, de diálogo, es vital. El actual Arzobispo de
Cantorbery, el Dr. George Carey y el Papa Juan Pablo II declararon
francamente la necesidad de este trabajo sobre la autoridad cuando se
reunieron en 1996: “Sin acuerdo en esta área no habremos logrado la
plena unidad visible a la que nos habíamos comprometido”.
Rogamos que Dios haga posible que el trabajo de la Comisión
contribuya al fin que todos deseamos: la sanación de nuestras
divisiones, de modo que juntos podamos decir un unido “‘amén’ a la
gloria de Dios” (2 Cor 1,20).
CORMAC MURPHY-O´CONNOR
MARK SANTER
Palazzola. En la fiesta de San Gregorio Magno, 3 de Septiembre de 1998
EL DON DE LA AUTORIDAD
(La autoridad en la Iglesia III)
reconocimiento de que el Espíritu del Señor resucitado mantiene al pueblo de Dios en obediencia a la voluntad del Padre. Mediante esta acción del Espíritu Santo la autoridad del Señor actúa en la Iglesia (cf. Relación Final, La Autoridad en la Iglesia I,3)(3);
reconocimiento de que por su bautismo y su participación en el sensus fidelium el laicado representa una parte integrante en las tomas de decisión en la Iglesia (cf. La Autoridad en la Iglesia: Aclaración, 4);
la complementariedad de primado y conciliaridad como elementos de episcopé dentro de la Iglesia (cf. La Autoridad en la Iglesia I,22);
la necesidad de un primado universal que ejerza su ministerio en asociación colegiada con los otros Obispos (cf. La Autoridad en la Iglesia II,19);
una comprensión del primado universal y la conciliaridad que complemente y no suplante el ejercicio de la episcopé en las Iglesias locales (cf. La Autoridad en la Iglesia I, 21-23;. La Autoridad en la Iglesia II,19).
2. Esta convergencia ha sido oficialmente señalada por las
autoridades de la Comunión Anglicana y la Iglesia Católica Romana. La
Conferencia de Lambeth, reunida en 1988, no sólo vio los acuerdos de la
ARCIC sobre doctrina eucarística y ministerio y ordenación como
congruentes en sustancia con la fe de los Anglicanos (Resolución
8,1) sino que afirmó que las declaraciones de acuerdo sobre la autoridad
en la Iglesia proporcionaban una base para un diálogo más amplio (Resolución
8,3). De modo similar, la Santa Sede, en su respuesta oficial de
1991, al reconocer áreas de acuerdo sobre cuestiones muy importantes
para la fe de la Iglesia Católica, tales como la Eucaristía y el
ministerio de la Iglesia, señaló los signos de convergencia entre
nuestras dos comuniones sobre la cuestión de la autoridad en la Iglesia,
indicando que esto abría el camino para un mayor progreso.
3. No obstante, las autoridades de nuestras dos comuniones han pedido
una mayor exploración de áreas en las que, aunque ya existe
convergencia, creen que no se ha conseguido aún el necesario consenso.
Estas áreas incluyen:
Aunque se han realizado progresos, han surgido serias dificultades en
el camino hacia la unidad. Han aparecido agudos problemas relativos a la
autoridad para cada una de nuestras comuniones. Por ejemplo, los debates
y decisiones sobre la ordenación de mujeres han llevado a cuestiones
sobre las fuentes y estructuras de la autoridad y sobre cómo funcionan
para Anglicanos y Católicos.
4. En ambas comuniones la exploración de cómo debería ser ejercida la
autoridad a diferentes niveles se ha abierto a las perspectivas de otras
Iglesias sobre estos temas. Por ejemplo, el Informe de Virginia
de la Comisión Teológica y Doctrinal interanglicana (preparado para la
Conferencia de Lambeth de 1998) declara: “La larga historia del
compromiso ecuménico, tanto local como internacional, nos ha mostrado
que el discernimiento anglicano y la toma de decisiones deben tener en
cuenta las intuiciones sobre la verdad y la sabiduría guiada por el
Espíritu de nuestros interlocutores ecuménicos. Más aún, cualquier
decisión que adoptemos deberá ser ofrecida para el discernimiento de la
Iglesia universal” (Informe de Virginia 6,37). También el Papa
Juan Pablo II, en su Encíclica Ut Unum Sint invitaba a dirigentes
y teólogos de otras Iglesias a comprometerse con él en un diálogo
fraterno sobre cómo el ministerio particular de unidad del Obispo de
Roma debería ser ejercido en una situación nueva (cf. Ut Unum Sint
95-96).
5. Existe un amplio debate sobre la naturaleza y el ejercicio de la
autoridad en ambas Iglesias y en la sociedad en general. Anglicanos y
Católicos quieren dar testimonio ante las Iglesias y el mundo de que la
autoridad, correctamente ejercida, es un don de Dios que trae la
reconciliación y la paz a la humanidad. El ejercicio de la autoridad
puede ser opresor y destructivo. Puede, sin duda, serlo muchas veces
tanto en las sociedades humanas como en las Iglesias cuando adoptan sin
sentido crítico ciertos modelos de autoridad. El ejercicio de la
autoridad en el ministerio de Jesús muestra un camino diferente. Es en
conformidad con el pensamiento y ejemplo de Cristo como la Iglesia está
llamada a ejercer la autoridad (cf. Lc 22,24-27; Jn
13,14-15; Fil 2,1-11). Para el ejercicio de esta autoridad la
Iglesia ha sido dotada por el Espíritu Santo con diversos dones y
ministerios (cf. 1 Cor 12,4-11; Ef 4,11-12).
6. Desde el comienzo de este trabajo, la ARCIC consideró las
cuestiones de la enseñanza de la Iglesia o su práctica en el contexto de
nuestra real pero imperfecta comunión en Cristo y la unidad visible a la
que hemos sido llamados. La Comisión ha pretendido siempre situarse ante
posturas opuestas y enfrentadas para descubrir y desarrollar nuestra
herencia común. Edificando sobre el trabajo previo de la ARCIC, la
Comisión ofrece una ulterior declaración sobre cómo el don de la
autoridad, correctamente ejercido, permite a la Iglesia permanecer en
obediencia al Espíritu Santo, que la mantiene fiel en el servicio del
Evangelio para la salvación del mundo. Deseamos mostrar más claramente
cómo el ejercicio y la aceptación de la autoridad en la Iglesia es
inseparable de la respuesta de los creyentes al Evangelio, cómo está en
relación con la interacción dinámica de Escritura y Tradición, y cómo se
expresa y experimenta en la comunión de las Iglesias y la colegialidad
de sus Obispos. A la luz de estas intuiciones hemos llegado a una
profunda comprensión de una primacía universal que sirva a la unidad de
todas las Iglesias locales.
II. LA AUTORIDAD EN LA IGLESIA
Jesucristo: el “sí” de Dios a nosotros y nuestro “amén” a Dios
7. Dios es el autor de la vida. Mediante su Palabra y Espíritu, en
perfecta libertad, Dios llama la vida a la existencia. A pesar del
pecado humano, Dios, en fidelidad perfecta, sigue siendo el autor de la
esperanza de vida nueva para todos. En la obra redentora de Jesucristo
Dios renueva su promesa a su creación, porque “el plan de Dios es llevar
a todo el pueblo a la comunión con él en una creación transformada”
(ARCIC, La Iglesia como comunión, 16)(4).
El Espíritu de Dios sigue actuando en la creación y redención para llevar
su plan de reconciliación y unidad a su cumplimiento. La raíz de toda
autoridad verdadera es la actividad del Dios trino que es el autor de la
vida en toda su plenitud.
8. La autoridad de Jesucristo es la del “testigo fiel”, el “amén”
(cf. Ap 1,5; 3,14) en el que todas las promesas de Dios
encuentran su “sí”. Cuando Pablo tiene que defender la autoridad de su
enseñanza lo hace apuntando a la autoridad fidedigna de Dios: “¡Por la
fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no.
Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos ..., no fue
sí y no; en él no hubo más que Sí. Pues todas las promesas hechas por
Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él «Amén» a la gloria
de Dios” (2 Cor 1,18-20). Pablo habla del “sí” de Dios a nosotros
y el “amén” de la Iglesia a Dios. En Jesucristo, Hijo de Dios y nacido
de una mujer, el “sí” de Dios a la humanidad y el “amén” de la humanidad
a Dios se convierte en una realidad humana concreta. Este tema del “sí”
de Dios y el “amén” de la humanidad en Jesucristo es la clave de la
exposición de la autoridad en esta declaración.
9. En la vida y ministerio de Jesús, que vino a hacer la voluntad del
Padre (cf. Heb 10,5-10) hasta la muerte (cf. Fil 2,8; Jn
10,18), Dios proporciona el “amén” humano perfecto para su plan de
reconciliación. En su vida, Jesús expresó su dedicación total al Padre
(cf. Jn 5,19). El modo en que Jesús ejerció la autoridad en su
ministerio en la tierra fue percibido por sus contemporáneos como algo
nuevo. Fue reconocida en su poderosa enseñanza y en su palabra de
curación y liberación (cf. Mt 7,28-29; Mc 1,22-27). Sobre
todo, su autoridad se demostró en su servicio de autodonación en amor
sacrificial (cf. Mc 10,45). Jesús habló y actuó con autoridad por
su perfecta comunión con el Padre. Su autoridad viene del Padre (cf.
Mt 11,27; Jn 14,10-12 ). Es al Señor Resucitado al que se
concede toda autoridad en el cielo y en la tierra (cf. Mt 28,18).
Jesucristo ahora vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu:
es la Cabeza de su Cuerpo, la Iglesia, y Señor de toda la Creación (cf.
Ef 1,18-23).
10. La obediencia de Jesucristo, fuente de vida, exige por medio del
Espíritu nuestro “amén” a Dios Padre. En este “amén” por medio de Cristo
glorificamos a Dios, que concede el Espíritu a nuestros corazones como
una señal de su fidelidad (cf. 2 Cor 1,20-22). Estamos llamados
en Cristo a dar testimonio del plan de Dios (cf. Lc 24,46-49), un
testimonio que debe incluir también para nosotros la obediencia hasta la
muerte. En Cristo la obediencia no es una carga (cf. 1 Jn 5,3).
Surge a partir de la liberación dada por el Espíritu de Dios. El divino
“sí” y nuestro “amén” aparecen claramente en el bautismo cuando en
compañía de los fieles decimos “amén” a la obra de Dios en Cristo. Por
el Espíritu, nuestro “amén” como creyentes se incorpora al “amén” de
Cristo, por quien, con quien y en quien damos culto al Padre.
El “amén” del creyente en el “amén” de la Iglesia local
11. El Evangelio llega al pueblo de muchas maneras: el testimonio y
la vida de los padres o de otro cristiano, la lectura de las Escrituras,
la participación en la liturgia, o a través de alguna otra experiencia
espiritual. También la aceptación del Evangelio reviste diversas formas:
el hecho de ser bautizado, la renovación del compromiso, la decisión de
permanecer fiel, o actos de entrega a los necesitados. En estas acciones
la persona dice: “ciertamente, Jesucristo es mi Señor: él es
para mí salvación, fuente de esperanza, el verdadero rostro del Dios
vivo”.
12. Cuando un creyente dice “amén” a Cristo individualmente, siempre
está incluida una dimensión más amplia: un “amén” a la fe de la
comunidad cristiana. La persona que recibe el bautismo debe llegar a
conocer la implicación plena del hecho de participar en la vida divina
dentro del Cuerpo de Cristo. El “amén” del creyente a Cristo se hace más
completo cuando esta persona recibe todo lo que la Iglesia, en fidelidad
a la Palabra de Dios, afirma que es el contenido auténtico de la
revelación divina. De este modo el “amén” dicho a lo que Cristo es
para cada creyente se incorpora al “amén” que la Iglesia dice a lo
que Cristo es para su Cuerpo. Crecer en esta fe puede ser para
algunos una experiencia de cuestionamiento y lucha. Para todos es una
experiencia en la que la integridad de la conciencia del creyente debe
jugar un papel importante. El “amén” del creyente a Cristo es tan
fundamental que los cristianos individuales mediante su vida están
llamados a decir “amén” a todo lo que la entera comunidad de cristianos
recibe y enseña como el auténtico significado del Evangelio y del modo
de seguir a Cristo.
13. Los creyentes siguen a Cristo en comunión con otros cristianos en
su Iglesia local (cf. La Autoridad en la Iglesia I, 8, donde se
explica que “la unidad de las comunidades locales bajo la autoridad de
un Obispo constituye lo que comúnmente se llama en nuestras dos
comuniones como ‘una Iglesia local’”). En la Iglesia local participan en
la vida cristiana, encontrando juntos la guía para la formación de su
conciencia y la fuerza para hacer frente a sus dificultades. Están
sostenidos por los medios de gracia que Dios proporciona a su pueblo: la
Sagrada Escritura, expuesta en la predicación, catequesis y credos; los
sacramentos; el servicio del ministerio ordenado; la vida de oración y
culto común; el testimonio de los santos. El creyente es incorporado a
un “amén” de fe, más antiguo, más profundo, más extenso y más rico que
el “amén” individual al Evangelio. Así la relación entre la fe del
individuo y la fe de la Iglesia es más compleja de lo que muchas veces
aparece. Cada bautizado participa de la rica experiencia de la Iglesia,
la cual, aun cuando se debate en cuestiones contemporáneas, sigue
proclamando lo que Cristo es para su Cuerpo. Cada creyente, por
la gracia del Espíritu, junto con todos los creyentes de todo tiempo y
lugar, hereda esta fe de la Iglesia en la comunión de los santos. Los
creyentes viven entonces un doble “amén” en la continuidad de culto,
enseñanza y práctica de su Iglesia local. Esta Iglesia local es una
comunidad eucarística. En el centro de su vida está la celebración de la
Sagrada Eucaristía en la que todos los creyentes oyen y reciben el “sí”
de Dios a ellos en Cristo. En la “Gran Acción de Gracias”, cuando se
celebra el memorial del don de Dios en la obra salvadora de Cristo
crucificado y resucitado, la comunidad es una con todos los cristianos y
todas las Iglesias que desde el principio y hasta el fin pronuncian el
“amén” de la humanidad a Dios; el “amén” que el Apocalipsis afirma que
está en el corazón de la gran liturgia del cielo (cf. Ap 5,14;
7,12).
Tradición y Apostolicidad: el “amén” de la Iglesia local
en la comunión de las Iglesias
14. El “sí” de Dios manda e invita al “amén” de los creyentes. La Palabra
revelada, de la que la comunidad apostólica da testimonio en el origen,
es recibida y comunicada mediante la vida de toda la comunidad cristiana.
La Tradición (paradosis) remite a este proceso(5).
El Evangelio de Cristo crucificado y resucitado es continuamente
transmitido y recibido (cf. 1 Cor 15,13) en las Iglesias
cristianas. Esta tradición, o transmisión, del Evangelio es la obra del
Espíritu, especialmente mediante el ministerio de la Palabra y el
Sacramento en la vida común del pueblo de Dios. La Tradición es un
proceso dinámico, que comunica a cada generación lo que fue entregado de
una vez para siempre a la comunidad apostólica. La Tradición va más allá
de la transmisión de proposiciones verdaderas relativas a la salvación.
Una comprensión minimalista de la Tradición que la redujera a un almacén
de doctrina y decisiones eclesiales es insuficiente. La Iglesia recibe,
y debe transmitir, todos aquellos elementos que son constitutivos de la
comunión eclesial: bautismo, confesión de fe apostólica, celebración de
la eucaristía, guía de un ministerio apostólico (cf. La Iglesia como
Comunión 15,43). En la economía (oikonomia) del amor de Dios
por la humanidad, la Palabra que se hace carne y habita entre nosotros
está en el centro de lo que fue transmitido desde el comienzo y será
transmitido hasta el fin.
15. La Tradición es un canal del amor de Dios, que lo hace accesible
hoy en la Iglesia y en el mundo. A través de él, de una generación a
otra, y desde un lugar a otro, la humanidad participa de la comunión en
la Santísima Trinidad. Mediante el proceso de la tradición, la Iglesia
administra la gracia del Señor Jesucristo y la koinonia del
Espíritu Santo (cf. 2 Cor 13,14). Por tanto, la Tradición es
esencial para la economía de gracia, amor y comunión. Para aquellos que
tienen oídos y no oyen y tienen ojos y no ven, el momento de recibir el
Evangelio salvador es una experiencia de iluminación, perdón, curación,
liberación. Los que participan en la comunión del Evangelio no pueden
dejar de transmitirlo a los otros, aunque esto signifique el martirio.
La Tradición es a la vez un tesoro que debe ser recibido por el pueblo
de Dios y un don que debe ser compartido con toda la humanidad.
16. La Tradición apostólica es un don de Dios que debe ser
constantemente renovado. Por medio de ella, el Espíritu Santo forma,
mantiene y sostiene la comunión de las Iglesias locales de una
generación a la siguiente. La transmisión y recepción de la Tradición
apostólica es un acto de comunión en el que el Espíritu une a las
Iglesias locales de nuestros días con las que las han precedido en la
única fe apostólica. El proceso de la tradición entraña la recepción
constante y permanente y la comunicación de la Palabra de Dios revelada
en muchas circunstancias diferentes y en tiempos permanentemente en
cambio. El “amén” de la Iglesia a la Tradición apostólica es fruto del
Espíritu que constantemente guía a los discípulos a la verdad plena;
esto es, a Cristo que es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn
16,13; 14,6).
17. La Tradición expresa la apostolicidad de la Iglesia. Lo que los
apóstoles recibieron y proclamaron se encuentra ahora en la Tradición de
la Iglesia, en la que se predica la Palabra de Dios y se celebran los
sacramentos de Cristo en el poder del Espíritu Santo. Las Iglesias hoy
tienen el compromiso de recibir la única Tradición apostólica viva, para
ordenar su vida de acuerdo con ella y transmitirla de tal manera que el
Cristo que viene en gloria encuentre al pueblo de Dios confesando y
viviendo la fe confiada de una vez para siempre a los santos (cf.
Judas 3).
18. La Tradición da testimonio de la comunidad apostólica presente en
la Iglesia hoy mediante su memoria colectiva. Mediante la
proclamación de la Palabra y la celebración de los sacramentos el
Espíritu Santo abre los corazones de los creyentes y les revela al Señor
resucitado. El Espíritu, activo en el acontecimiento de una vez para
siempre del ministerio de Jesús, sigue enseñando a la Iglesia,
recordándole lo que Cristo hizo y dijo, haciendo presentes los frutos de
su obra redentora y la primicia del reino (cf. Jn 2,22; 14,26).
La finalidad de la Tradición llega a su cumplimiento cuando, por el
Espíritu, la Palabra es recibida y vivida en fe y esperanza. El
testimonio de la proclamación, los sacramentos y la vida en comunión es,
en un único y mismo tiempo, el contenido de la Tradición y su resultado.
Así la memoria da fruto en la vida fiel de los creyentes dentro de la
comunión de su Iglesia local.
Las Sagradas Escrituras: el “sí” de Dios y el “amén” del pueblo
de Dios
19. Dentro de la Tradición las Escrituras ocupan un lugar único y
normativo y pertenecen a lo que fue dado de una vez para siempre. Como
testimonio escrito del “sí” de Dios exigen a la Iglesia que confronte
constantemente su enseñanza, predicación y acción con ellas. “Ya que las
Escrituras son el único y excepcional testigo inspirado de la revelación
divina, se debe examinar la expresión eclesial de tal revelación acerca
de su acuerdo con la Escritura” (La Autoridad en la Iglesia:
Aclaración, 2). Mediante las Escrituras la revelación de Dios se
hace presente y se transmite en la vida de la Iglesia. El “sí” de Dios
es reconocido en y por medio del “amén” de la Iglesia, la cual recibe la
auténtica revelación de Dios. Al recibir ciertos textos como testimonios
verdaderos de la revelación divina, la Iglesia identifica sus Sagradas
Escrituras. Ve solamente este corpus como la Palabra inspirada de
Dios escrita y, como tal, con autoridad única.
20. Las Escrituras aglutinan diversas corrientes de tradiciones
judías y cristianas. Estas tradiciones revelan el modo en que la Palabra
de Dios ha sido recibida, interpretada y transmitida en contextos
específicos de acuerdo con las necesidades, la cultura, y las
circunstancias del pueblo de Dios. Contienen la revelación por parte
Dios de su designio salvífico que fue realizado en Jesucristo y
experimentado en las primeras comunidades cristianas. En estas
comunidades el “sí” de Dios fue recibido de un modo nuevo. En el Nuevo
Testamento podemos ver cómo las Escrituras del Primer Testamento fueron
recibidas como revelación del único Dios verdadero y de este modo
reinterpretadas y recibidas de nuevo como revelación de su Palabra final
en Cristo.
21. Todos los escritores del Nuevo Testamento estuvieron influidos
por la experiencia de sus propias comunidades locales. Lo que
transmitieron, con su propio talento e intuiciones teológicas, registra
aquellos elementos del Evangelio que las Iglesias de su tiempo y en sus
diferentes situaciones guardaron en su memoria. La enseñanza de Pablo
sobre el Cuerpo de Cristo, por ejemplo, debe mucho a los problemas y
divisiones de la Iglesia local en Corinto. Cuando Pablo habla sobre “ese
poder nuestro que el Señor nos dio para edificación vuestra y no para
ruina” (2 Cor 10,8) lo hace en el contexto de su turbulenta
relación con la Iglesia de Corinto. Incluso en las afirmaciones
centrales de nuestra fe hay a menudo un claro eco de la concreta y a
veces dramática situación de una Iglesia local o de un grupo de Iglesias
locales, a las que debemos su fiel transmisión de la Tradición
apostólica. El énfasis en la literatura joánica sobre la presencia del
Señor en la carne de un cuerpo humano, que podría ser visto y tocado
antes y después de la resurrección (cf. Jn 20,27; 1 Jn
4,2), está vinculado al conflicto en las comunidades joánicas sobre este
tema. Mediante el esfuerzo de las comunidades particulares en momentos
concretos por discernir la Palabra de Dios para ellas, es como tenemos
en la Escritura un registro autorizado de la Tradición apostólica que
debe pasar de una generación a otra y de una Iglesia a otra y al que los
fieles deben decir “amén” .
22. La formación del canon de las Escrituras fue una parte esencial
del proceso de tradición. El reconocimiento de la Iglesia de estas
Escrituras como canónicas, tras un largo período de discernimiento
crítico, fue al mismo tiempo un acto de obediencia y de autoridad. Fue
un acto de obediencia en el que la Iglesia discernió y recibió el
“sí” dador de vida de Dios por medio de las Escrituras, aceptándolas
como la norma de fe. Fue un acto de autoridad en el que la
Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, recibió y transmitió estos
textos, declarando que estaban inspirados y que los demás no debían ser
incluidos en el canon.
23. El significado del Evangelio de Dios revelado es comprendido
plenamente sólo dentro de la Iglesia. La revelación de Dios ha sido
confiada a la comunidad. La Iglesia no puede ser descrita con propiedad
como un conjunto de creyentes individuales, ni puede considerarse su fe
como la suma de las creencias de los individuos. Los creyentes forman,
juntos, el pueblo de la fe, porque han sido incorporados por el bautismo
a una comunidad que recibe las Escrituras canónicas como la auténtica
Palabra de Dios; reciben la fe en el interior de esta comunidad. La fe
de la comunidad precede a la fe del individuo. Así aunque el recorrido
de fe de una persona puede empezar con la lectura individual de la
Escritura no puede permanecer ahí. La interpretación individualista de
las Escrituras no es acorde con la lectura del texto dentro de la vida
de la Iglesia y es incompatible con la naturaleza de la autoridad de la
Palabra de Dios revelada (cf. 2 Pe 1,20-21). Palabra de Dios e
Iglesia de Dios no pueden ser separadas.
Recepción y re-recepción: el “amén” de la Iglesia a la Palabra
de Dios
24. A lo largo de los siglos, la Iglesia recibe y reconoce como don
gratuito de Dios todo lo que reconoce como expresión verdadera de la
Tradición que fue entregada de una vez para siempre a los Apóstoles.
Esta recepción es, en un único y mismo tiempo, un acto de fidelidad y
libertad. La Iglesia debe permanecer fiel de modo que el Cristo que
viene en gloria reconozca en la Iglesia la comunidad que fundó; debe
permanecer libre para recibir la Tradición apostólica de modos nuevos,
de acuerdo con las situaciones a las que se ve enfrentada. La Iglesia
tiene la responsabilidad de transmitir la totalidad de la Tradición
apostólica, aunque puede haber partes que resulten difíciles de integrar
en su vida y su culto. Puede ser que lo que tenía un gran significado
para una primera generación vuelva a ser importante en el futuro aunque
su importancia no esté clara en el presente.
25. En la Iglesia la memoria del pueblo de Dios puede ser afectada o
incluso distorsionada por la finitud y el pecado humanos. A pesar de la
prometida asistencia del Espíritu Santo, las Iglesias algunas veces
pierden de vista aspectos de la Tradición apostólica, fallando en el
discernimiento de la visión plena del Reino de Dios a la luz de la cual
buscamos seguir a Cristo. Las Iglesias sufren cuando algún elemento de
la comunión eclesial ha sido olvidado, despreciado o se ha abusado de
él. El recurrir de nuevo a la Tradición en una situación nueva es el
medio por el que se recuerda la revelación de Dios en Cristo. La
Tradición se ve asistida por las intuiciones de los biblistas y teólogos
y la sabiduría de los santos. Así, se da un redescubrimiento de
elementos que fueron descuidados y una rememoración nueva de las
promesas de Dios, que lleva a la renovación del “amén” de la Iglesia. Se
puede dar también un examen de lo que ha sido recibido porque algunas de
las formulaciones de la Tradición han sido vistas como inadecuadas o
incluso engañosas en un nuevo contexto. Todo este proceso puede
denominarse como re-recepción.
Catolicidad: el “amén” de la Iglesia entera
26. La comunión en la Tradición apostólica tiene dos dimensiones:
diacrónica y sincrónica. El proceso de tradición entraña claramente la
transmisión del Evangelio de una generación a otra (diacrónica). Si la
Iglesia debe permanecer unida en la verdad, esto también entraña la
comunión de las Iglesias en todos los lugares en este único Evangelio
(sincrónica). Ambas son necesarias para la catolicidad de la Iglesia.
Cristo promete que el Espíritu Santo preservará la verdad esencial y
salvadora en la memoria de la Iglesia, dándole poder para su misión (cf.
Jn 14,26; 15,26-27). Esta verdad debe ser transmitida y recibida
de nuevo por el fiel en todas las épocas y en todos los lugares del
mundo, en respuesta a la diversidad y complejidad de la experiencia
humana. No existe ninguna parte de la humanidad, raza, condición social,
generación, a la que no esté dirigida esta salvación, comunicada en la
transmisión de la Palabra de Dios (cf. La Iglesia como Comunión ,
34).
27. En la rica diversidad de la vida humana, el encuentro con la
Tradición viva produce variedad de expresiones del Evangelio. Allí donde
las diversas expresiones son fieles a la Palabra revelada en Jesucristo
y transmitida por la comunidad apostólica, las Iglesias en las que estas
diversas expresiones se encuentran están verdaderamente en comunión.
Ciertamente, esta diversidad de tradiciones es la manifestación práctica
de la catolicidad y confirma más que contradice el vigor de la
Tradición. Como Dios ha creado diversidad entre los seres humanos, así
la fidelidad e identidad de la Iglesia no requiere uniformidad de
expresión y formulación en todos los niveles y situaciones, sino mas
bien diversidad católica dentro de la unidad de comunión. Esta riqueza
de tradiciones es un recurso vital para una humanidad reconciliada. “Los
seres humanos fueron creados por Dios en su amor compartiendo unos con
otros lo que tienen y lo que son y enriqueciéndose así unos a otros en
su mutua comunión” (La Iglesia como comunión, 35).
28. El pueblo de Dios como un todo es el portador de la Tradición
viva. En situaciones cambiantes que producen nuevos desafíos al
Evangelio, el discernimiento, actualización y comunicación de la Palabra
de Dios es la responsabilidad de la totalidad del pueblo de Dios. El
Espíritu Santo actúa a través de todos los miembros de la comunidad,
utilizando los dones que él da a cada uno para el bien de todos. Los
teólogos especialmente sirven a la comunión de la Iglesia entera
explorando si y cómo se deberían integrar las nuevas ideas en la
corriente viva de la Tradición. En cada comunidad existe un intercambio,
un toma y daca mutuos, en el que Obispos, clero y laicos reciben de y
dan a los otros dentro del cuerpo entero.
29. En cada cristiano que busca ser fiel a Cristo y se ha incorporado
plenamente a la vida de la Iglesia, hay un sensus fidei. Este
sensus fidei puede ser descrito como una capacidad activa para el
discernimiento espiritual, una intuición que se ha formado mediante el
culto y la vida en comunión como miembro fiel de la Iglesia. Cuando esta
capacidad es ejercida en armonía por el cuerpo de los fieles podemos
hablar del ejercicio del sensus fidelium (cf. La Autoridad en
la Iglesia: Aclaración, 3-4). El ejercicio del sensus fidei
por cada miembro de la Iglesia contribuye a la formación del sensus
fidelium mediante el cual, la Iglesia como un todo permanece fiel a
Cristo. Por el sensus fidelium el cuerpo entero contribuye con,
recibe de y atesora, el ministerio de aquellos que dentro de la
comunidad ejercen la episcopé, velando por la memoria viva de la
Iglesia (cf. La Autoridad en la Iglesia, 1,5-6). De
diversos modos el “amén” del creyente individual se incorpora así al
“amén” de la Iglesia entera.
30. Los que ejercen la episcopé en el Cuerpo de Cristo no
deben ser separados de la ‘sinfonía’ de todo el pueblo de Dios en el que
tienen un papel que jugar. Necesitan estar atentos al sensus fidelium
del que participan, si es que quieren ser conscientes de aquello que es
necesario para el bienestar y misión de la comunidad, o de cuándo algún
elemento de la Tradición debe ser recibido de un modo nuevo. El carisma
y función de la episcopé están específicamente conectados con el
ministerio de memoria, que constantemente renueva a la Iglesia en
esperanza. Mediante este ministerio el Espíritu Santo mantiene viva en
la Iglesia la memoria de lo que Dios hizo y reveló, y la esperanza de
que Dios quiere llevar a todas las cosas a la unidad en Cristo. De este
modo, no sólo de generación en generación, sino también de lugar en
lugar, la única fe es comunicada y vivida. Este es el ministerio
ejercido por el Obispo y por las personas ordenadas bajo el cuidado del
Obispo, cuando proclaman la Palabra, administran los Sacramentos, y
asumen su papel de administrar la disciplina para el bien común. Los
Obispos, el clero y los otros fieles deben todos reconocer y recibir
aquello que Dios da por medio del otro. Así, el sensus fidelium
del pueblo de Dios y el ministerio de memoria existen juntos en una
relación recíproca.
31. Anglicanos y Católicos están de acuerdo en principio sobre todo
lo anteriormente dicho, pero necesitan hacer un esfuerzo consciente para
recuperar esta comprensión compartida. Cuando las comunidades cristianas
están en comunión real pero imperfecta, están llamadas a reconocer una
en la otra elementos de la Tradición apostólica que pueden haber
rechazado, olvidado o que todavía no han comprendido plenamente. En
consecuencia, tienen que recibir o recuperar estos elementos y
reconsiderar los modos en que han interpretado por separado las
Escrituras. Su vida en Cristo se enriquece cuando dan a y reciben una de
otra. Crecen en comprensión y experiencia de su catolicidad cuando el
sensus fidelium y el ministerio de memoria interactúan en la
comunión de creyentes. En esta economía de dar y recibir dentro de una
comunión real pero imperfecta, se acercan más a una participación
indivisa en el único “amén” de Cristo” para la gloria de Dios.
III. EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD EN LA IGLESIA
Proclamación del Evangelio: el ejercicio de la autoridad para
la misión y la unidad
32. La autoridad que Jesús otorgó a sus discípulos era, ante todo, la
autoridad para la misión, para predicar y sanar (cf. Lc 9,1-2,
10,1). El Cristo resucitado les dio poder para extender el Evangelio a
todo el mundo (cf. Mt 28,18-20). En la primitiva Iglesia, la
predicación de la Palabra de Dios en el poder del Espíritu era vista
como la característica definitoria de la autoridad apostólica (cf. 1
Cor 1,17; 2,4-5). En la proclamación de Cristo crucificado, el “sí”
de Dios a la humanidad se hizo realidad presente e invitó a todos a
responder con su “Amén”. Así el ejercicio de la autoridad ministerial
dentro de la Iglesia, sobre todo por aquellos a los que se ha confiado
el ministerio de episcopé, tiene una dimensión radicalmente
misionera. La autoridad es ejercida dentro de la Iglesia por el bien de
los que están fuera, de modo que el Evangelio pueda ser proclamado “con
poder y con el Espíritu Santo y con plena persuasión” (1 Tes
1,5). Esta autoridad permite a toda la Iglesia encarnar el Evangelio y
convertirse en la sierva misionera y profética del Señor.
33. Jesús oró al Padre para que sus seguidores fueran uno “y el mundo
conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has
amado a mí” (Jn 17,23). Cuando los cristianos no están de acuerdo
en el Evangelio mismo, la predicación de éste, con poder, se debilita.
Cuando no son uno en la fe no pueden ser uno en la vida, y no pueden
demostrar plenamente que son fieles a la voluntad de Dios que es la
reconciliación por Cristo de todas las cosas con el Padre (cf. Col
1,20). En la medida en que la Iglesia no vive como la comunidad de
reconciliación que Dios la ha llamado a ser, no puede de modo adecuado
predicar este Evangelio o proclamar de modo creíble el plan de Dios de
reunir a su pueblo disperso en la unidad con Cristo como Señor y
Salvador (cf. Jn 11,52). Sólo cuando todos los creyentes están
unidos en la celebración común de la Eucaristía (cf. La Iglesia como
Comunión, 24) será Dios cuyo plan es llevar a todas las cosas a la
unidad en Cristo (cf. Ef 1,10), verdaderamente glorificado por el
pueblo de Dios. El desafío y responsabilidad para aquellos que tienen
autoridad dentro de la Iglesia es ejercer su ministerio de tal manera
que promuevan la unidad de la Iglesia entera en fe y vida, de modo que
enriquezca en vez de disminuir la diversidad legítima de las Iglesias
locales.
Sinodalidad: el ejercicio de la autoridad en comunión
34. En cada Iglesia local todos los fieles están llamados a caminar
juntos en Cristo. El término sinodalidad (derivado de
syn-hodos, que significa “camino común”) indica la manera en que los
creyentes y las Iglesias se mantienen juntos en comunión cuando hacen
esto. Expresa su vocación como pueblo del “Camino” (cf. Hech 9,2)
para vivir, trabajar y caminar juntos en Cristo que es el “Camino” (cf.
Jn 14,6). Ellos, como sus predecesores, siguen a Jesús en el
camino (cf. Mc 10,52) hasta que venga de nuevo.
35. En la comunión de Iglesias locales el Espíritu actúa para modelar
cada Iglesia mediante la gracia de la reconciliación y la comunión en
Cristo. Sólo mediante la actividad del Espíritu la Iglesia local puede
ser fiel al “amén” de Cristo y puede ser enviada al mundo para llevar a
todo el pueblo a participar en este “amén”. Mediante esta presencia del
Espíritu la Iglesia local se mantiene en la Tradición. Recibe y
participa de la plenitud de la fe apostólica y los medios de la gracia.
El Espíritu confirma a la Iglesia local en la verdad de tal manera que
su vida encarna la verdad salvadora revelada en Cristo. De generación en
generación la autoridad de la Palabra viva debe hacerse presente en la
Iglesia local mediante todos los aspectos de su vida en el mundo. El
modo en que la autoridad es ejercida en las estructuras y vida
corporativa de la Iglesia debe ser conforme al pensamiento de Cristo
(cf. Fil 2,5).
36. El Espíritu de Cristo reviste a cada Obispo de la autoridad
pastoral necesaria para el ejercicio efectivo de la episcopé en
una Iglesia local. Esta autoridad incluye necesariamente responsabilidad
para tomar e implementar las decisiones que se requieren para llevar a
cabo el oficio de un Obispo por el bien de la koinonia. Su
naturaleza vinculante está implícita en la tarea del Obispo de enseñar
la fe mediante la proclamación y explicación de la Palabra de Dios, de
proveer a la celebración de los sacramentos y de mantener a la Iglesia
en santidad y verdad. Las decisiones tomadas por el Obispo al realizar
esta tarea tienen una autoridad que el fiel tiene el deber de recibir y
aceptar (cf. La Autoridad en la Iglesia II,17). Por su sensus
fidei los fieles pueden en conciencia reconocer a Dios que actúa en
el ejercicio de autoridad del Obispo y también responderle como
creyentes. Esto es lo que motiva su obediencia, una obediencia de
libertad no de esclavitud. La jurisdicción de los Obispos es una
consecuencia de la llamada que han recibido para guiar a sus Iglesias a
un auténtico “amén”; no es un poder arbitrario dado a una persona sobre
la libertad de los otros. En la acción del sensus fidelium hay
una relación complementaria entre el Obispo y el resto de la comunidad.
En la Iglesia local la Eucaristía es la expresión fundamental del
caminar juntos (sinodalidad) del pueblo de Dios. En el diálogo orante,
el presidente conduce al pueblo a dar su “amén” a la plegaria
eucarística. En unidad de fe con su Obispo local, su “amén” es un
memorial vivo del gran “amén” del Señor a la voluntad del Padre.
37. La interdependencia mutua de todas las Iglesias es esencial para
la realidad de la Iglesia como Dios quiere que sea. Ninguna Iglesia
local que participe en la Tradición viva puede verse a sí misma como
autosuficiente. Entonces, son necesarias formas de sinodalidad para
manifestar la comunión de las Iglesias locales y mantener a cada una de
ellas en fidelidad al Evangelio. El ministerio del Obispo es crucial,
porque este ministerio sirve de comunión dentro y entre las Iglesias
locales. La comunión de éstas entre sí se expresa mediante la
incorporación de cada Obispo a un colegio de Obispos. Los Obispos están,
personal y colegialmente, al servicio de la comunión y están en relación
con la sinodalidad en todas sus expresiones. Estas expresiones incluyen
una gran variedad de órganos, instrumentos e instituciones,
especialmente sínodos o concilios, locales, provinciales, universales,
ecuménicos. El mantenimiento de la comunión requiere que en cada nivel
exista la capacidad de tomar decisiones adecuadas a ese nivel. Cuando
estas decisiones suscitan serias cuestiones para la comunión más amplia
de las Iglesias, la sinodalidad debe encontrar una expresión mayor.
38. En nuestras dos comuniones, los Obispos se reúnen colegialmente,
no como individuos sino como quienes tienen autoridad dentro y para la
vida sinodal de las Iglesias locales. La consulta a los fieles es un
aspecto de la vigilancia episcopal. Cada Obispo es a la vez una voz para
la Iglesia local y alguien mediante el cual la Iglesia local aprende de
las otras Iglesias. Cuando los Obispos deliberan juntos, buscan a la vez
discernir y articular el sensus fidelium presente en la Iglesia
local y en una más amplia comunión de Iglesias. Su papel es magisterial:
es decir, en esta comunión de las Iglesias, tienen que determinar lo que
debe ser enseñado como fiel a la Tradición apostólica. Católicos y
Anglicanos comparten la comprensión de la sinodalidad pero la expresan
de modos diferentes.
39. En la Iglesia de Inglaterra, en la época de la Reforma inglesa la
tradición de sinodalidad se expresó mediante el uso de sínodos (de
Obispos o del clero) y del Parlamento (que incluye a Obispos y laicos)
para la organización de la liturgia, doctrina y constitución eclesial.
La autoridad de los Concilios Generales fue también reconocida. En la
Comunión Anglicana, aparecieron nuevas formas de sínodos durante el
siglo XIX y el papel del laicado en la toma de decisiones se ha
incrementado desde esa época. Aunque Obispos, clero y laicos consultan
unos con otros y legislan juntos, la responsabilidad de los Obispos
sigue siendo distinta y crucial. En cada parte de la Comunión Anglicana,
los Obispos poseen una responsabilidad única de vigilancia. Por ejemplo,
un sínodo diocesano puede ser convocado sólo por el Obispo y sus
decisiones sólo pueden ser adoptadas con el consentimiento del Obispo. A
nivel provincial y nacional las “Cámaras de Obispos” ejercen un
ministerio distintivo y único en relación con las materias de doctrina,
culto y vida moral. Más aún, aunque los sínodos anglicanos usan en gran
medida procedimientos parlamentarios, su naturaleza es eucarística. Es
por esto que el Obispo como presidente de la Eucaristía preside con
propiedad el sínodo diocesano, que reúne para hacer presente la obra
redentora de Dios mediante la vida y la actividad de la Iglesia local.
Además, cada Obispo no tiene sólo la episcopé de la Iglesia local
sino que participa en el cuidado de todas las Iglesias. Ésta se ejerce
en cada provincia de la Comunión Anglicana con la ayuda de órganos tales
como las Cámaras de Obispos y los Sínodos Provinciales y Generales. En
la Comunión Anglicana en cuanto tal, el Encuentro de Primados, el
Consejo Consultivo Anglicano, la Conferencia de Lambeth y el arzobispado
de Canterbory sirven como instrumentos de sinodalidad.
40. En la Iglesia Católica Romana la tradición de sinodalidad no ha
cesado. Tras la Reforma, siguió habiendo cada cierto tiempo sínodos de
Obispos y del clero en diferentes diócesis y regiones, y a nivel
universal han tenido lugar tres Concilios. Al inicio del siglo XX han
surgido reuniones específicas de Obispos y Conferencias Episcopales como
medios de consulta que permiten a las Iglesias locales de una
determinada zona enfrentar juntas las exigencias de su misión y actuar
dentro de las nuevas situaciones pastorales. Desde el Concilio Vaticano
II se han convertido en una estructura regular en naciones y regiones.
En una decisión que recibió el apoyo de los Obispos de este Concilio, el
Papa Pablo VI instituyó el Sínodo de Obispos para que se ocupara de
temas relativos a la misión de la Iglesia en el mundo. La antigua
costumbre de visitas ad limina a las tumbas de los apóstoles
Pedro y Pablo y al Obispo de Roma ha sido renovada por visitas de los
Obispos no individualmente sino en grupos regionales. La costumbre más
reciente de visitas del Obispo de Roma a Iglesias locales ha pretendido
fomentar un sentimiento más profundo de pertenencia a la comunión de
Iglesias y ayudarlas a ser más conscientes de la situación de las otras.
Todas estas instituciones sinodales proporcionan la posibilidad de una
creciente conciencia por parte de los Obispos locales y del Obispo de
Roma de los modos de trabajar juntos en una comunión más fuerte.
Complementando esta sinodalidad colegial, el crecimiento en la
sinodalidad a nivel local está promoviendo la participación activa de
los laicos en la vida y misión de la Iglesia local.
Perseverancia en la Verdad: el ejercicio de la autoridad en la enseñanza
41. En cada época los cristianos han dicho “amén” a la promesa de
Cristo de que el Espíritu Santo guiará a su Iglesia a la verdad
completa. El Nuevo Testamento se hace eco con frecuencia de esta promesa
refiriéndola al valor, la seguridad y la certeza a la que los cristianos
pueden apelar (cf. Lc 1,4; 1 Tes 2,2; Ef 3,2;
Heb 11,1). En su interés por hacer accesible el Evangelio a todos
aquellos que estén abiertos a recibirlo los encargados del ministerio de
la memoria y enseñanza han aceptado nuevas y no familiares expresiones
de fe. Algunas de estas formulaciones inicialmente han generado duda y
desacuerdo sobre su fidelidad a la Tradición apostólica. En el proceso
de prueba de tales formulaciones, la Iglesia se ha movido con cautela
pero con confianza en la promesa de Cristo de que ella perseverará y
será mantenida en la verdad (cf. Mt 16,18; Jn 16,13). Esto
es lo que significa la indefectibilidad de la Iglesia (cf. La
Autoridad en la Iglesia I, 18; La Autoridad en la Iglesia II,
23).
42. En su vida cotidiana la Iglesia busca y recibe la guía del
Espíritu Santo que mantiene su enseñanza fiel a la Tradición apostólica.
En el cuerpo entero, el colegio de Obispos ejerce el ministerio de
memoria con este fin. Tienen que discernir y enseñar en aquello en lo
que se puede confiar porque expresa la verdad de Dios con seguridad. En
algunas situaciones, habrá necesidad urgente de examinar las nuevas
formulaciones de fe. En circunstancias específicas los que tienen el
ministerio de vigilancia (episcopé) asistidos por el Espíritu
Santo, pueden llegar juntos a un juicio que, siendo fiel a la Escritura
y acorde con la Tradición apostólica, esté preservado de error. Con este
juicio, que es una expresión renovada del único “sí” de Dios en
Jesucristo, la Iglesia se mantiene en la verdad de modo que puede
continuar ofreciendo su “amén” a la gloria de Dios. Esto es lo que
significa cuando se afirma que la Iglesia puede enseñar
infaliblemente (véase La Autoridad en la Iglesia II,
24-28; 32). Esta enseñanza infalible está al servicio de la
indefectibilidad de la Iglesia.
43. El ejercicio de la autoridad magisterial en la Iglesia,
especialmente en situaciones de desafío, requiere la participación, en
sus formas propias, de todo el cuerpo de creyentes, no sólo de los
encargados del ministerio de la memoria. En esta participación actúa el
sensus fidelium. Dado que es la fidelidad de todo el pueblo de
Dios la que está en juego, la recepción de la enseñanza parte integrante
del proceso. Las definiciones doctrinales son recibidas como normativas
en virtud de la verdad divina que proclaman así como por el oficio
específico de la persona o las personas que las proclaman dentro del
sensus fidei de la totalidad del pueblo de Dios. Cuando el pueblo de
Dios responde con la fe y dice “amén” a la enseñanza normativa es porque
reconoce que esta enseñanza expresa la fe apostólica y actúa en la
autoridad y la verdad de Cristo, Cabeza de la Iglesia
(6). La verdad y
autoridad de su Cabeza es la fuente de la enseñanza infalible en el
Cuerpo de Cristo. El “sí” de Dios revelado en Cristo es el patrón con el
que se juzga esta enseñanza normativa. Dicha enseñanza tiene que ser
bien recibida por el pueblo de Dios como un don del Espíritu Santo para
mantener a la Iglesia en la verdad de Cristo, nuestro “amén” a Dios.
44. El deber de mantener a la Iglesia en la verdad es una de las
funciones esenciales del colegio episcopal. Tiene el poder para ejercer
este ministerio porque está unido en sucesión a los apóstoles que fueron
el cuerpo autorizado y enviado por Cristo a predicar el Evangelio a
todas las naciones. La autenticidad de la enseñanza de los Obispos
individuales es evidente cuando esta enseñanza es solidaria con la
totalidad del colegio episcopal. El ejercicio de esta autoridad
magisterial requiere que lo que enseña sea fiel a la Sagrada Escritura y
acorde con la Tradición apostólica. Ésta ha sido expresada por la
enseñanza del Concilio Vaticano II: “El magisterio no está por encima de
la Palabra de Dios sino a su servicio” (Constitución Dogmática sobre la
divina revelación Dei Verbum, 10).
Primacía: el ejercicio de la autoridad en colegialidad y conciliaridad
45. En el curso de la historia la sinodalidad de la Iglesia se ha
conservado por medio de la autoridad conciliar, colegial y primacial.
Formas de primacía existen tanto en la Comunión Anglicana como en las
Iglesias en comunión con el Obispo de Roma. Entre estas últimas, los
oficios del Arzobispo Metropolitano o el Patriarca de una Iglesia
Católica Oriental son primaciales en su naturaleza. Cada Provincia
Anglicana tiene su Primado y los Encuentros de Primados constituyen la
Comunión entera. El Arzobispo de Cantorbery ejerce un ministerio de
primacía en la totalidad de la Comunión Anglicana.
46. La ARCIC ha reconocido ya que “es necesario que el modelo de
complementariedad entre los aspectos primacial y conciliar de la
episcopé al servicio de la koinonía de las Iglesias se
realice universalmente” (La Autoridad en la Iglesia I, 23). Las
exigencias de la vida eclesial piden un ejercicio específico de
episcopé al servicio de toda la Iglesia. En el modelo encontrado en
el Nuevo Testamento uno de los doce es elegido por Jesucristo para
fortalecer a los otros, de modo que permanezcan fieles a su misión y en
armonía unos con otros (véanse las discusiones de los textos petrinos en
La Autoridad en la Iglesia II, 2-5). Agustín de Hipona expresó
bien la relación entre Pedro, los demás apóstoles y la Iglesia entera,
cuando dijo:
Después de todo, no es un hombre el que recibe estas llaves, sino la
Iglesia en su unidad. Y ésta es la razón del reconocimiento de la
preeminencia de Pedro que representa la universalidad y unidad de la
Iglesia, cuando se le dijo: A ti encomiendo cuando de hecho había
sido encomendado a todos. Yo quiero mostrar que es la Iglesia la que
recibió las llaves del reino de los cielos. Escuchad lo que el Señor
dice en otro lugar a todos los apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo”. E
inmediatamente: “a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).
Esto hace referencia a las llaves, sobre las cuales se le dijo: “lo que
ates en la tierra quedará atado en el cielo” (Mt 16,19). Pero
esto fue dicho a Pedro... Pedro en ese momento representaba a la Iglesia
universal” (Sermones 295, En la fiesta del martirio de los
apóstoles Pedro y Pablo).
La ARCIC también ha explorado previamente la transmisión del
ministerio de primacía ejercido por el Obispo de Roma (cf. La
Autoridad en la Iglesia II, 6-9). Históricamente el Obispo de Roma
ha ejercido un ministerio semejante en beneficio de toda la Iglesia,
como cuando León participó en el Concilio de Calcedonia o en beneficio
de una Iglesia local, o cuando Gregorio Magno apoyó la misión de Agustín
de Cantorbery y la constitución de la Iglesia Inglesa. Este don fue bien
recibido y el ministerio de estos Obispos de Roma sigue siendo
litúrgicamente celebrado por Anglicanos y Católicos.
47. Dentro de un ministerio más amplio, el Obispo de Roma ofrece un
ministerio específico relativo al discernimiento de la verdad, como una
expresión de primacía universal. Este particular servicio ha sido fuente
de dificultades y malentendidos entre las Iglesias. Toda definición
solemne pronunciada desde la cátedra de Pedro en la Iglesia de Pedro y
Pablo no puede más que expresar la fe de la Iglesia. Toda definición de
este tipo es pronunciada dentro del colegio de aquellos que
ejercen la episcopé y no fuera de este colegio. Esta enseñanza
normativa es un ejercicio particular de la llamada y responsabilidad del
cuerpo de los Obispos para enseñar y afirmar la fe. Cuando la fe se
articula de este modo, el Obispo de Roma proclama la fe de las Iglesias
locales. Así la enseñanza totalmente segura de la Iglesia entera es
operativa en el juicio del primado universal. Al formular solemnemente
tal enseñanza, el primado universal debe discernir y declarar con la
asistencia segura y la guía del Espíritu Santo, en fidelidad a la
Escritura y la Tradición, la fe auténtica de toda la Iglesia, que es la
fe proclamada desde el principio. Es esta fe, la fe de todos los
bautizados en comunión, y ésta sola, la que cada Obispo pronuncia con el
cuerpo de los Obispos en concilio. Es esta fe la que el Obispo de Roma
en determinadas circunstancias tiene el deber de discernir y explicitar.
Esta forma de enseñanza normativa no está menos firmemente garantizada
por el Espíritu que lo están las definiciones solemnes de los concilios
ecuménicos. La recepción de la primacía del Obispo de Roma entraña el
reconocimiento de este ministerio específico del primado universal.
Creemos que éste es un don que debe ser recibido por todas las Iglesias.
48. Los ministros que Dios da a la Iglesia para sostener su vida
están marcados por la fragilidad:
“Por esto, misericordiosamente investidos de este ministerio, no
desfallecemos... Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para
que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de
nosotros” (2 Cor 4,1; 4,7).
Está claro que sólo por la gracia de Dios el ejercicio de la
autoridad en la comunión de la Iglesia lleva las marcas de la autoridad
propia de Cristo. Esta autoridad es ejercida por cristianos frágiles
para el bien de otros cristianos frágiles. Esto no es menos verdadero en
relación con el ministerio de Pedro:
“¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como
trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú,
cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32; cf.
Jn 21,15-19).
El Papa Juan Pablo II lo aclara en Ut Unum sint:
“Este es un preciso deber del Obispo de Roma como sucesor del apóstol
Pedro. Yo lo llevo a cabo con la profunda convicción de obedecer al
Señor y con plena conciencia de mi fragilidad humana. En efecto, si
Cristo mismo confió a Pedro esta misión especial en la Iglesia y le
encomendó confirmar a los hermanos, al mismo tiempo le hizo conocer su
debilidad humana y su particular necesidad de conversión” (Ut Unum
sint , 4).
La debilidad y el pecado humanos no sólo afectan a los ministros
individuales: pueden distorsionar la estructura humana de la autoridad
(cf. Mt 23). Por lo tanto, las críticas leales y las reformas son
a veces necesarias, siguiendo el ejemplo de Pablo (cf. Gal
2,11-14). La conciencia de la fragilidad humana en el ejercicio de la
autoridad asegura que los ministros cristianos permanezcan abiertos a la
crítica y renovación y sobre todo a ejercer la autoridad de acuerdo con
el ejemplo y el pensamiento de Cristo.
Disciplina: el ejercicio de la autoridad y la libertad de conciencia
49. El ejercicio de la autoridad en la Iglesia tiene que ser
reconocido y aceptado como un instrumento del Espíritu de Dios para la
sanación de la humanidad. El ejercicio de la autoridad debe respetar
siempre la conciencia, porque la obra divina de la salvación afirma la
libertad humana. Al aceptar libremente la vía de salvación ofrecida
mediante el bautismo, el discípulo cristiano asume también libremente la
disciplina de ser un miembro del Cuerpo de Cristo. Porque la Iglesia de
Dios es reconocida como la comunidad en la que los medios divinos de
salvación actúan, no se pueden rechazar las exigencias del discipulado
para el bienestar de toda la comunidad cristiana. Existe también una
disciplina exigida en el ejercicio de la autoridad. Los llamados a este
ministerio deben someterse ellos mismos a la disciplina de Cristo,
observar los requerimientos de la colegialidad y el bien común, y
respetar debidamente las conciencias de aquellos a los que han sido
llamados a servir.
El “amén” de la Iglesia al “sí” de Dios en el Evangelio
50. Hemos llegado a una comprensión compartida de la autoridad al
verla, en la fe, como una manifestación del “sí” de Dios a su creación
que llama al “amén” de sus criaturas. Dios es la fuente de la autoridad,
y el ejercicio propio de la autoridad está ordenado siempre al bien
común y al bien de la persona. En un mundo roto, y para una Iglesia
dividida, el “sí” de Dios en Jesucristo trae la realidad de la
reconciliación, la llamada al discipulado, y una primicia del destino
final de la humanidad cuando por el Espíritu todos en Cristo proclamen
su “amén” para gloria de Dios. El “sí” de Dios, encarnado en Cristo, es
recibido en la proclamación y Tradición del Evangelio, en la vida
sacramental de la Iglesia y en los modos en que se ejerce la
episcopé. Cuando las Iglesias mediante el ejercicio de su autoridad,
despliegan el poder sanador y reconciliador del Evangelio, entonces el
mundo entero ofrece una visión de lo que Dios pretende para toda la
creación. El objetivo del ejercicio de la autoridad y de su recepción es
permitir a la Iglesia decir “amén” al “sí” de Dios en el Evangelio.
IV. ACUERDO EN EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD: PASOS HACIA LA UNIDAD VISIBLE
51. Sometemos a nuestras respectivas autoridades esta declaración
común sobre la autoridad en la Iglesia. Creemos que si esta declaración
sobre la naturaleza de la autoridad y la manera de ejercerla es aceptada
y puesta en práctica, este tema dejará de ser causa de permanente
ruptura de la comunión entre nuestras dos Iglesias. Según esto,
enumeramos a continuación algunos de los elementos de este acuerdo,
desarrollos significativos recientes en cada una de nuestras comuniones,
y algunos temas a los que todavía se deberá hacer frente. Como nos
movemos hacia la comunión eclesial plena, sugerimos los modos en los que
nuestra comunión existente, aunque imperfecta, puede hacerse más visible
mediante el ejercicio de una colegialidad renovada entre los Obispos y
un ejercicio y recepción renovadas del primado universal.
Progresos del acuerdo
52. La Comisión entiende que hemos profundizado y extendido nuestro acuerdo sobre:
Desarrollos significativos en ambas Comuniones
53. La Conferencia de Lambeth de 1988 reconoció la necesidad de
reflexionar sobre el modo en el que la Comunión Anglicana adopta las
decisiones normativas. A nivel internacional, los instrumentos
anglicanos de sinodalidad tienen una autoridad considerable para influir
y apoyar a las provincias, pero ninguno de estos instrumentos tiene
poder para anular una decisión provincial, aunque ésta perjudique a la
unidad de la Comunión. De acuerdo con esto la Conferencia de Lambeth de
1998, a la luz del Informe de Virginia de la Comisión Teológica y
Doctrinal Inter-Anglicana, resolvió fortalecer estos instrumentos de
varias maneras, especialmente el papel del Arzobispo de Cantorbery y de
la Reunión de Primados. La Conferencia requirió también a la Reunión de
Primados iniciar un estudio en cada provincia “sobre si la comunión
efectiva, a todos los niveles, no requiere instrumentos apropiados con
las debidas garantías, no sólo para la legislación sino también para la
vigilancia... así como sobre el tema de un ministerio universal al
servicio de la unidad cristiana” (Resolución III, 8 (h)). Además de la
autonomía de las provincias, los Anglicanos están considerando que la
interdependencia entre Iglesias locales y entre provincias es también
necesaria para fomentar la comunión.
54. La Iglesia Católica Romana, especialmente desde el Concilio
Vaticano II, ha venido desarrollando gradualmente estructuras sinodales
para sostener la koinonia con mayor efectividad. El papel
creciente de las Conferencias Episcopales regionales y nacionales y la
celebración regular de Asambleas Generales del Sínodo de Obispos
demuestran esta evolución. Ha existido también renovación en el
ejercicio de la sinodalidad a nivel local, aunque éste varíe de un lugar
a otro. La legislación canónica ahora requiere que los laicos y laicas,
religiosos y religiosas, diáconos y sacerdotes jueguen un papel en los
consejos pastorales parroquiales y diocesanos, en los sínodos diocesanos
y una variedad de otros organismos, allí donde sean convocados.
55. En la Comunión Anglicana hay una ampliación hacia estructuras
universales que promueve la koinonia, y en la Iglesia Católica se
da un fortalecimiento de estructuras locales e intermedias. En nuestra
opinión estos desarrollos reflejan una creciente y compartida conciencia
de que la autoridad en la Iglesia necesita ser adecuadamente ejercida a
todos los niveles. Aunque todavía quedan problemas que Anglicanos y
Católicos deben enfrentar sobre importantes aspectos del ejercicio de la
autoridad al servicio de la koinonia. La Comisión plantea algunas
cuestiones con probidad pero en la convicción de que necesitamos el
apoyo unos de otros para responder a ellas. Creemos que en la situación
dinámica y fluida en la que han sido planteadas, la búsqueda de una
respuesta a ellas, debe ir unida al desarrollo de pasos adelante hacia
un ejercicio compartido de la autoridad.
Cuestiones planteadas a los Anglicanos
56. Hemos visto que son necesarios a todos los niveles instrumentos
de vigilancia y toma de decisiones para sostener la comunión. Teniendo
esto en cuenta la Comunión Anglicana está explorando el desarrollo de
estructuras de autoridad entre sus provincias. ¿Está la Comunión también
abierta a la aceptación de instrumentos de vigilancia que permitirían
que las decisiones que deben adoptarse, en determinadas circunstancias,
vincularan a la Iglesia entera? Cuando surgen nuevas cuestiones
importantes que, en fidelidad a la Escritura y Tradición requieren una
respuesta unida, ¿estas estructuras ayudarán a los Anglicanos a
participar en el sensus fidelium con todos los cristianos? ¿Hasta
qué punto la acción unilateral por parte de provincias o diócesis en
materias que conciernen a la Iglesia entera, una vez que la consulta ha
tenido lugar, debilita la koinonia? Los Anglicanos han mostrado
su voluntad de tolerar anomalías con el fin de mantener la comunión.
Ciertamente esto ha llevado al debilitamiento de la comunión que se
manifiesta en la Eucaristía, en el ejercicio de la episcopé y en
el intercambio de ministros. ¿Qué consecuencias se derivan de ello?
Sobre todo, ¿cómo tratarán los Anglicanos la cuestión de la primacía
universal tal como está emergiendo de su vida común y del diálogo
ecuménico?
Cuestiones planteadas a los Católicos
57. El Concilio Vaticano II ha recordado a los Católicos cómo los
dones de Dios están presentes en todo el pueblo de Dios. Ha enseñado
también la colegialidad del episcopado en su comunión con el Obispo de
Roma, cabeza del colegio. No obstante, ¿existe a todos los niveles, la
participación efectiva del clero y de los laicos en los emergentes
organismos sinodales? ¿Ha sido suficientemente puesta en práctica la
enseñanza del Concilio Vaticano II relativa a la colegialidad de los
Obispos? ¿Reflejan las acciones de los Obispos conciencia suficiente del
alcance de la autoridad que han recibido por medio de la ordenación para
el gobierno de la Iglesia local? ¿Se ha previsto suficientemente
asegurar la consulta entre el Obispo de Roma y las Iglesias locales
antes de adoptar decisiones importantes que afectan bien a una Iglesia
local o a la Iglesia entera? ¿Cómo se tiene en cuenta la variedad de la
opinión teológica cuando se toman tales decisiones? Al apoyar al Obispo
de Roma en su trabajo de promover la comunión entre las Iglesias, las
estructuras y procedimientos de la Curia Romana ¿respetan adecuadamente
el ejercicio de la episcopé a otros niveles? Sobre todo, ¿cómo
tratará la Iglesia Católica la cuestión de la primacía universal tal
como emerge del “diálogo paciente y fraterno” sobre el ejercicio del
oficio del Obispo de Roma al que Juan Pablo II ha invitado a
“autoridades eclesiales y sus teólogos”?
Colegialidad renovada: haciendo visible nuestra comunión existente
58. Anglicanos y Católicos han hecho frente ya a estos temas pero su
resolución puede muy bien tomar algún tiempo. No obstante, no hay vuelta
atrás en nuestro recorrido hacia la comunión eclesial plena. A la luz de
nuestro acuerdo la Comisión cree que nuestras dos Comuniones deberían
hacer más visible la koinonia que ya tenemos. El diálogo
teológico debe continuar a todos los niveles en las Iglesias, pero no es
por sí mismo suficiente. Por el bien de la koinonia y de un
testimonio cristiano unido ante el mundo, los Obispos Anglicanos y
Católicos deberían encontrar vías para cooperar y desarrollar las
relaciones de responsabilidad mutua en su ejercicio de la vigilancia. En
esta nueva situación no sólo tenemos que actuar juntos, siempre
que podamos, sino también estar juntos en todo aquello que
nuestra koinonia existente permite.
59. Esta cooperación en el ejercicio de la episcopé implicaría
reuniones mixtas de Obispos regularmente a nivel local y regional y la
participación de Obispos de una comunión en las reuniones internaciones
de Obispos de la otra. También se debería considerar seriamente si
Obispos Anglicanos podrían acompañar a los Obispos Católicos en sus
visitas ad limina a Roma. Donde sea posible, los Obispos deberían
encontrar la oportunidad de enseñar y actuar juntos en materias de fe y
de moral. Deberían también dar testimonio juntos en la esfera pública
sobre temas que afectan al bien común. Aspectos prácticos específicos de
compartir la episcopé surgirán de las iniciativas locales.
Primacía universal: un don para ser compartido
60. El trabajo de la Comisión ha tenido como resultado un acuerdo
suficiente sobre la primacía universal como don que debe ser compartido,
para que nosotros propongamos que esta primacía debería ser ofrecida y
recibida incluso antes de que nuestras Iglesias estén en comunión plena.
Católicos y Anglicanos contemplan que este ministerio debería ser
ejercido en colegialidad y sinodalidad; un ministerio de servus
servorum Dei (Gregorio Magno, citado en Ut Unum Sint , 88).
Consideramos una primacía que ya desde ahora ayudará a sostener la
legítima diversidad de tradiciones, fortaleciéndolas y salvaguardándolas
en fidelidad al Evangelio. Animará a las Iglesias en su misión. Este
tipo de primacía ayudará a la Iglesia ya en la tierra a ser una
auténtica koinonia católica en la que la unidad no coarte la
diversidad y la diversidad no ponga en peligro sino que fortalezca la
unidad. El modo en que este don de Dios construye la unidad por la que
Cristo oró será un signo efectivo para todos los cristianos.
61. Esta primacía universal ejercerá el liderazgo en el mundo y
también en ambas Comuniones, dirigiéndolas de modo profético. Promoverá
el bien común de una manera que no estará constreñida por intereses
particulares, y ofrecerá un ministerio magisterial permanente y
distintivo, especialmente al tratar difíciles temas teológicos y
morales. Una primacía universal de este estilo acogerá y protegerá la
investigación teológica y otras formas de búsqueda de la verdad, de modo
que sus resultados puedan enriquecer y fortalecer tanto a la sabiduría
humana como a la fe de la Iglesia. Esta primacía universal podría reunir
a las Iglesias en diferentes formas para consulta y discusión.
62. Una experiencia de primacía universal de este tipo confirmaría
dos conclusiones particulares a las que hemos llegado:
MIEMBROS DE LA COMISIÓN
MIEMBROS ANGLICANOS
Rvdmo. Mark Santer, Obispo de Birmingham, Reino Unido (Copresidente)
Rvdmo. John Baycroft, Obispo de Ottawa, Canadá
Dr. E. Rozanne Elder, Profesor de Historia, Universidad de Western Michigan, EE.UU.
Rvdo. Profesor Jaci Maraschin, Profesor de Teología, Instituto Ecuménico, Sao Paulo, Brasil
Rvdo. Canónigo Richard Marsh, Arzobispo de Cantorbery, Secretariado para Asuntos Ecuménicos, Londres, Reino Unido
Rvdo. Dr. John Muddiman, Miembro y Tutor en Teología, Mansfield College, Oxford, Reino Unido
Rvdmo. Michael Nazir-Ali, Obispo de Rochester, Reino Unido
Rvdo. Dr. Nicholas Sagovsky, Investigador, Universidad de Newcastle, Reino Unido
SECRETARIO
Rvdo. Dr. Donald Anderson, Director de Relaciones y Estudios Ecuménicos (hasta 1996 )
Rvdo. Canónigo David Hamid, Director de Asuntos y Relaciones Ecuménicos, Oficina de la Comunión Anglicana, Londres, Reino Unido
Rvdo. Canónigo Stephen Platten, Secretario para Asuntos Ecuménicos del Arzobispo de Cantorbery (hasta 1994).
MIEMBROS CATÓLICOS
Rvdmo. Cormac Murphy-O'Connor, Obispo de Arundel y Brighton, Reino Unido (Copresidente)
Hermana Sara Butler MSBT, Profesora Asistente de Teología Sistemática, Universidad de St. Mary of the Lake, Mundelein, Illinois, EE.UU.
Rvdo. Peter Cross, Profesor de Teología Sistemática, Catholic Theological College, Clayton, Australia
Rvdo. Dr. Adelbert Denaux, Profesor, Facultad de Teología, Universidad Católica de Lovaina, Bélgica
Rvdmo. Pierre Duprey, Obispo Titular Obispo de Thibare, Secretario, Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, Ciudad del Vaticano.
Rvdmo. Patrick A. Kelly, Arzobispo de Liverpool, Reino Unido (desde 1996)
Rvdo. Jean M. R. Tillard OP, Profesor, Facultad de Teología de los Dominicos, Ottawa, Canadá
Rvdo. Liam Walsh OP, Profesor de Teología Dogmática, Universidad de Friburgo, Suiza
Rvdmo. Monseñor William Steele, Vicario Episcopal para Misión y Unidad, Diócesis de Leeds, Reino Unido (1994-1995)
SECRETARIO
Rvdo. Timothy Galligan, Miembro de la Dirección, Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, Ciudad del Vaticano
OBSERVADOR DEL CONSEJO MUNDIAL DE LAS IGLESIAS
Prof. Dr. Michael Root, Seminario Luterano Trinidad, Columbus, Ohio, EE.UU. (desde 1995)
Rvdo. Dr. Günter Gässmann, Director, Comisión Fe y Constitución, CEI, Ginebra, Suiza (hasta 1994).
NOTAS
(1)
Según el texto difundido en inglés por el Vaticano y el Primado
de Inglaterra ofrecemos traducción al castellano de la Dra. Rosa Mª
Herrera García y control teológico del Dr. Fernando Rodríguez
Garrapucho. El texto ha sido difundido también en Castellano por el
Vaticano en Internet a partir del mes de mayo de 1999.
(2)
El documento aquí publicado es el trabajo de la Comisión
Internacional Anglicano-Católica (ARCIC). Es una declaración conjunta de
la Comisión. Las autoridades que nombraron la Comisión han permitido la
publicación de la declaración para que pueda ser ampliamente discutida.
No es una declaración autorizada por la Iglesia Católica ni por la
Iglesia Anglicana, quienes evaluarán el documento con el fin de adoptar
una posición a su debido tiempo. Las citas de la Escritura se han tomado
de la Biblia de Jerusalén.
(3)
Nota del editor: Los documentos citados a partir de ahora con el
nombre “La autoridad en la Iglesia I y II, se encuentran publicados en
A. González-Montes, Enchiridion Oecumenicum I (Salamanca 1986)
38-52 y 59-74.
(4)
Nota del editor: El documento citado a partir de ahora con el nombre
“La Iglesia como comunión”, se encuentra publicado en A. González-Montes,
Enchiridion Oecumenicum II (Salamanca 1993) 20-42.
(5)
De acuerdo con el uso ecuménico, la palabra Tradición con
mayúsculas se refiere aquí al “Evangelio mismo, transmitido de
generación en generación en y por la Iglesia” mientras que en minúsculas
la palabra tradición remite al “proceso de tradición”, la
transmisión de la verdad revelada (Cuarta Conferencia Mundial de la
Comisión Fe y Constitución, Montreal 1963, Sección II, par. 39). Las
tradiciones en plural se refieren a los modos particulares de
liturgia, teología y vida canónica y eclesial en las diferentes culturas
y comunidades de fe. Estos usos, no obstante, muchas veces no pueden ser
netamente diferenciados. La expresión Tradición apostólica se
refiere al contenido de lo que ha sido transmitido desde los tiempos
apostólicos y sigue siendo el fundamento de la vida y de la teología
cristianas.
(6)
El Concilio Vaticano II ha afirmado esto: “La totalidad de los
fieles que tiene la unción del santo no puede equivocarse cuando cree y
esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido
sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta
los últimos fieles laicos” presta su consentimiento universal en materia
de fe y costumbres” (Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen
Gentium 12).