CARTA APOSTÓLICA
« LAETAMUR MAGNOPERE »
por la que se aprueba la edición típica latina
del Catecismo de la Iglesia Católica
A los Venerables Hermanos Cardenales, Patriarcas, Arzobispos, Obispos, Presbíteros, Diáconos y demás miembros del Pueblo de Dios
JUAN PABLO II, OBISPO,
SIERVO DE LOS
SIERVOS DE DIOS
PARA PERPETUA MEMORIA
Es motivo de gran alegría la publicación de la edición
típica latina del Catecismo de la Iglesia Católica, que apruebo y
promulgo con esta Carta apostólica, y que se convierte así en el texto
definitivo de dicho Catecismo. Esto tiene lugar casi cinco años después
de la promulgación de la Constitución Apostólica
Fidei depositum, del día 11 de octubre de 1992, la cual
encabezaba la publicación del texto del Catecismo universal, redactado
en lengua francesa, y editado con ocasión del trigésimo aniversario de
la apertura del Concilio Vaticano II.
Todos hemos podido comprobar felizmente la acogida
positiva general y la vasta difusión que el Catecismo ha tenido durante
estos años, especialmente en las Iglesias particulares, que han
procedido a la traducción a sus respectivas lenguas, para hacerlo más
accesible a las diversas comunidades lingüísticas del mundo. Este hecho
confirma cuán oportuna fue la petición que me presentó la Asamblea
extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985, proponiéndome que se
elaborara un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto
de la fe como de la moral.
Con la citada Constitución Apostólica, que conserva aún
hoy su validez y actualidad, y encuentra su aplicación definitiva en la
presente edición típica, aprobé y promulgué el Catecismo, que fue
elaborado por la correspondiente Comisión de cardenales y obispos
instituida en 1986.
Esta edición la ha preparado una Comisión formada por
miembros de los diversos dicasterios de la Sede Apostólica, que
constituí con dicha finalidad en 1993. Presidida por el cardenal Joseph
Ratzinger, dicha comisión ha trabajado asiduamente para cumplir el
mandato recibido. Ha dedicado particular atención al examen de las
numerosas propuestas de modificación de los contenidos del texto, que
durante estos años han llegado de varias partes del mundo y de
diferentes componentes del ámbito eclesial.
A este respecto, se puede notar oportunamente que el
envío tan considerable de propuestas de mejora manifiesta, en primer
lugar, el notable interés que el Catecismo ha suscitado en todo el
mundo, incluso en ambientes no cristianos. Confirma, además, la
finalidad del Catecismo de presentarse como una exposición completa e
íntegra de la doctrina católica, gracias a lo cual, cualquiera pueda
conocer aquello que la Iglesia profesa y celebra, lo que vive y ora en
su quehacer diaria. Al mismo tiempo, muestra el gran esfuerzo de todos
por querer ofrecer su contribución, para que la fe cristiana, cuyos
contenidos esenciales y fundamentales se resumen en el Catecismo, pueda
presentarse en nuestros días a los hombres de nuestro tiempo del modo
más adecuado posible. A través de esta colaboración múltiple y
complementaria de los diversos miembros de la Iglesia se realiza así,
una vez más, cuanto escribí en la Constitución Apostólica
Fidei depositum: «El concurso de tantas voces expresa
verdaderamente lo que se puede llamar sinfonía de la fe»[1].
También por estos motivos, la comisión ha tomado en
seria consideración las propuestas enviadas, las ha examinado
atentamente a través de las diversas instancias, y ha sometido a mi
aprobación sus conclusiones. He aprobado estas conclusiones en la medida
en que permiten expresar mejor los contenidos del Catecismo respecto al
depósito de la fe católica, o formular algunas verdades de la misma fe
del modo más conveniente a las exigencias de la catequesis actual. Y,
por tanto, han entrado a formar parte de la presente edición típica
latina. Esta repite fielmente los contenidos doctrinales que presenté
oficialmente a la Iglesia y al mundo en diciembre de 1992. Con esta
promulgación de la edición típica latina concluye, pues, el camino de
elaboración del Catecismo, comenzado en 1986, y se cumple felizmente el
deseo de la referida Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos.
La Iglesia dispone ahora de esta nueva exposición autorizada de la única
y perenne fe apostólica, que servirá de «instrumento válido y legítimo
al servicio de la comunión eclesial» y de «regla segura para la
enseñanza de la fe», así como de «texto de referencia seguro y
auténtico» para la elaboración de los catecismos locales
[2].
En esta presentación auténtica y sistemática de la fe y
de la doctrina católica la catequesis encontrará un camino plenamente
seguro para presentar con renovado impulso a los hombres de nuestro
tiempo el mensaje cristiano en todas y cada una de sus partes. Todo
catequista podrá recibir de este texto una sólida ayuda para transmitir,
en el ámbito de la Iglesia local, el único y perenne depósito de la fe,
tratando de conjugar, con la ayuda del Espíritu Santo, la admirable
unidad del misterio cristiano con la multiplicidad de las necesidades y
de las condiciones de vida de aquellos a quienes va destinado este
anuncio. Toda la actividad catequética podrá experimentar un nuevo y
amplio impulso en el Pueblo de Dios si acierta a valorar y a utilizar
rectamente este Catecismo postconciliar.
Todo esto resulta aún más importante hoy en los umbrales
del tercer milenio. En efecto, es urgente un compromiso extraordinario
de evangelización, para que todos puedan conocer y acoger el anuncio del
Evangelio, y cada uno pueda llegar «a la madurez de la plenitud de
Cristo» (Ef 4, 13).
Por tanto, exhorto encarecidamente a mis venerables
hermanos en el episcopado, a quienes de manera especial queda
encomendado el Catecismo de la Iglesia Católica, para que, aprovechando
esta notable ocasión de la promulgación de la edición típica,
intensifiquen su compromiso a favor de una mayor difusión del texto, y,
sobre todo, de su cordial acogida, como don privilegiado para las
comunidades a ellos encomendadas, las cuales podrán redescubrir aún más
las inagotables riquezas de la fe.
Quiera Dios que, gracias al compromiso concorde y
complementario de todos los sectores que componen el Pueblo de Dios, el
Catecismo sea conocido y aceptado por todos, para que se fortalezca y se
propague hasta los confines del mundo la unidad en la fe que tiene su
modelo y principio supremo en la unidad trinitaria.
A María, Madre de Cristo, a quien hoy celebrarnos
elevada al cielo en cuerpo y alma, encomiendo estos deseos, a fin de que
se realicen para el bien de toda la humanidad.
Castelgandolfo, 15 de agosto de 1997, año decimonoveno de mi pontificado.
IOANNES PAULUS PP II
[1] Cf Juan Pablo II, Cost. ap. Fidei depositum, 2.
[2] Cf Juan Pablo II, Cost. ap. Fidei depositum, 4.