El estado del planeta a inicios de 2007, según Benedicto XVI
Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede
Señor Decano,
Excelencias, Señoras y Señores:
Con mucho gusto os recibo hoy para esta tradicional
ceremonia de intercambio de felicitaciones. Aunque
se renueva cada año, no se trata sin embargo de una
simple formalidad, sino de una ocasión para
consolidar nuestra esperanza y para comprometernos
aún más al servicio de la paz y del desarrollo de
las personas y de los pueblos.
En primer lugar, deseo agradecer a vuestro Decano,
el Embajador Giovanni Galassi, las amables palabras
con las que ha expresado vuestra felicitación.
Dirijo también un saludo particular a los
Embajadores que participan por primera vez en este
encuentro. A todos os expreso mis más cordiales
votos y os aseguro mis oraciones para que el 2007
sea para vosotros, vuestras familias y
colaboradores, para todos los pueblos y para quienes
los rigen, un año de prosperidad y de paz.
Al inicio del año se nos invita a mirar la situación
internacional para examinar los retos que debemos
afrontar juntos. Entre las cuestiones esenciales,
¿cómo no pensar en los millones de personas,
especialmente mujeres y niños, que carecen de agua,
comida y vivienda? El escándalo del hambre, que
tiende a agravarse, es inaceptable en un mundo que
dispone de bienes, de conocimientos y de medios para
subsanarlo. Esto nos impulsa a cambiar nuestros
modos de vida y nos recuerda la urgencia de eliminar
las causas estructurales de las disfunciones de la
economía mundial, y corregir los modelos de
crecimiento que parecen incapaces de garantizar el
respeto del medio ambiente y un desarrollo humano
integral para hoy y sobre todo para el futuro.
Invito de nuevo a los Responsables de las Naciones
más ricas a tomar las iniciativas necesarias para
que los países pobres, que a menudo poseen muchas
riquezas naturales, puedan beneficiarse de los
frutos de sus propios bienes. Desde este punto de
vista, es también motivo de preocupación el retraso
en el cumplimiento de los compromisos asumidos por
la comunidad internacional en los años recientes.
Sería, pues, de desear la reanudación de las
negociaciones comerciales de "Doha Development Round"
de la Organización Mundial del Comercio, así como la
continuación y la aceleración del proceso de
anulación y reducción de la deuda de los países más
pobres, sin que eso esté condicionado por medidas de
ajuste estructural, perjudiciales para las
poblaciones más vulnerables.
Igualmente, en el ámbito del desarme, se multiplican
los síntomas de una crisis progresiva, vinculada a
las dificultades en las negociaciones sobre las
armas convencionales así como sobre las armas de
destrucción masiva, y, por otra parte, al aumento de
los gastos militares a escala mundial. Las
cuestiones de seguridad, agravadas por el terrorismo
que es necesario condenar firmemente, deben tratarse
con un enfoque global y clarividente.
Por lo que se refiere a las crisis humanitarias,
conviene tener en cuenta que las Organizaciones que
las afrontan necesitan un apoyo más fuerte, a fin de
que puedan proporcionar protección y asistencia a
las víctimas. Otra cuestión que adquiere siempre más
relieve es la de los movimientos de personas:
millones de hombres y mujeres se ven obligados a
dejar sus hogares o su patria debido a violencias, o
a buscar condiciones de vida más dignas. Es ilusorio
pensar que los fenómenos migratorios puedan ser
bloqueados o controlados simplemente por la fuerza.
Las migraciones y los problemas que crean deben
afrontarse con humanidad, justicia y compasión.
¿Cómo no preocuparse también de los continuos
atentados a la vida, desde la concepción hasta la
muerte natural? Tales atentados afectan incluso a
regiones donde la cultura del respeto de la vida es
tradicional, como en África, donde se intenta
trivializar subrepticiamente el aborto por medio del
Protocolo de Maputo, así como por el Plan de acción
adoptado por los Ministros de Sanidad de la Unión
Africana, y que dentro de poco se someterá a la
Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno. Se
extienden también amenazas contra la estructura
natural de la familia, fundada en el matrimonio de
un hombre y una mujer, así como los intentos de
relativizarla dándole el mismo estatuto que a otras
formas de unión radicalmente diferentes. Todo esto
ofende la familia y contribuye a desestabilizarla,
violando su carácter específico y su papel social
único. Otras formas de agresión a la vida se cometen
a veces al amparo de la investigación científica. Se
apoya en la convicción de que la investigación no
está sometida más que a las leyes que ella se da a
sí misma, y que no tiene otro límite que sus propias
posibilidades. Es el caso, por ejemplo, del intento
de legitimar la clonación humana para hipotéticos
fines terapéuticos.
Este cuadro preocupante no impide percibir elementos
positivos que caracterizan nuestra época. Quisiera
mencionar, en primer lugar, la creciente toma de
conciencia sobre la importancia del diálogo entre
las culturas y entre las religiones. Se trata de una
necesidad vital, concretamente ante los retos
comunes que afectan a la familia y a la sociedad.
Por otra parte, pongo de relieve numerosas
iniciativas en este sentido, encaminadas a construir
las bases comunes para vivir en concordia.
Conviene también tener en cuenta cómo la comunidad
internacional ha tomado conciencia cada vez más de
los enormes retos de nuestro tiempo, así como de los
esfuerzos para que se traduzca en actos concretos.
En el seno de la Organización de las Naciones
Unidas, el año pasado se ha creado el Consejo de
Derechos Humanos, esperando que centre su actividad
en la defensa y promoción de los derechos
fundamentales de la persona, en particular el
derecho a la vida y el derecho a la libertad
religiosa. Evocando las Naciones Unidas, me siento
en el deber de saludar con gratitud a Su Excelencia
el Señor Kofi Annan por la obra llevada a cabo
durante sus mandatos de Secretario General. Formulo
mis mejores votos para su sucesor, el Señor Ban Ki-moon,
que acaba de asumir sus funciones.
En el ámbito del desarrollo, se han promovido
también diversas iniciativas a las que la Santa Sede
ha ofrecido su apoyo, recordando al mismo tiempo que
estos proyectos no deben dispensar del compromiso de
los países desarrollados de destinar el 0,70% de su
producto interior bruto para la ayuda internacional.
Otro elemento importante es el esfuerzo común para
la erradicación de la miseria, que requiere no sólo
una asistencia cuya extensión es de desear, sino
también la toma de conciencia sobre la importancia
de la lucha contra la corrupción y la promoción de
la buena administración. Es necesario también
fomentar y continuar los esfuerzos realizados con el
fin de garantizar la aplicación del derecho
humanitario a las personas y a los pueblos, para una
protección más eficaz de las poblaciones civiles.
Al considerar la situación política en los distintos
continentes, encontramos aún muchos motivos de
preocupación y de esperanza. Constatamos en primer
lugar que la paz es a menudo muy frágil e incluso
ridiculizada. No podemos olvidar el Continente
africano. El drama de Darfur continúa y se extiende
a las regiones fronterizas del Chad y de la
República Centroafricana. La comunidad internacional
parece impotente desde hace casi cuatro años, a
pesar de las iniciativas destinadas a aliviar a las
poblaciones indefensas y a aportar una solución
política. Estos medios sólo podrán ser eficaces
mediante una colaboración activa entre las Naciones
Unidas, la Unión Africana, los Gobiernos implicados
y otros protagonistas. Les invito a todos a actuar
con determinación: no podemos aceptar que tantos
inocentes sigan sufriendo y muriendo así.
La situación en el Cuerno de África se ha agravado
recientemente con la reanudación de las hostilidades
y la internacionalización del conflicto. Al llamar a
todas las partes a que abandonen las armas y a la
negociación, me permito recordar a Sor Leonella
Sgorbati, que dio su vida al servicio de los más
desfavorecidos, invocando el perdón para sus
asesinos. Que su ejemplo y su testimonio inspiren a
todos los que buscan realmente el bien de Somalia.
En Uganda, es preciso alentar los avances de las
negociaciones entre las partes, de cara a poner fin
a un conflicto cruel en el que se han reclutado
incluso numerosos niños obligados a hacer de
soldados. Esto permitirá a muchos desplazados volver
a su casa y reemprender una vida digna. La
colaboración de los jefes religiosos y la reciente
designación de un Representante del Secretario
General de las Naciones Unidas son un buen augurio.
Repito: no olvidemos África y sus numerosas
situaciones de guerra y tensión. Es necesario
recordar que sólo las negociaciones entre los
diferentes protagonistas pueden abrir la vía para
una justa solución de los conflictos y dejar
entrever un progreso en la consolidación de la paz.
La Región de los Grandes Lagos se ha visto
ensangrentada, después de años, por guerras feroces.
Con satisfacción y esperanza conviene acoger la
reciente evolución positiva, en particular la
conclusión de la fase de transición política en
Burundi y más recientemente en la República
Democrática del Congo. Sin embargo, es urgente que
los países se esfuercen por recuperar el
funcionamiento de las instituciones del estado de
derecho, para poner freno a todas las
arbitrariedades y permitir el desarrollo social.
Para Ruanda, deseo que el largo proceso de
reconciliación nacional después del genocidio
alcance su fruto en la justicia, y también en la
verdad y el perdón. La Conferencia internacional
sobre la Región de los Grandes Lagos, con la
participación de una delegación de la Santa Sede y
de representantes de numerosas conferencias
episcopales nacionales y regionales de África
Central y Oriental, deja entrever nuevas esperanzas.
Finalmente, quisiera mencionar Costa de Marfil,
exhortando a las partes implicadas a crear un clima
de confianza recíproca que pueda llevar al desarme y
a la pacificación, y, por otra parte, África
Austral: en estos países, millones de personas se
ven reducidas a una situación muy vulnerable, que
exige la atención y el apoyo de la comunidad
internacional.
Señales positivas para África vienen igualmente de
la voluntad, expresada por la comunidad
internacional, de mantener este continente en el
centro de su atención, y también de reforzar las
instituciones continentales y regionales, que da
prueba de la intención de los países interesados de
hacerse cada vez más responsables de su propio
destino. Asimismo, es necesario alabar la digna
actitud de las personas que cada día, sobre el
terreno, se comprometen con determinación a promover
proyectos que contribuyen al desarrollo y a la
organización de la vida económica y social.
El viaje apostólico, que en el próximo mes de mayo
haré a Brasil, me ofrece la ocasión de dirigir mi
mirada hacia este gran país que me espera con
alegría, y hacia toda Latinoamérica y el Caribe. La
mejora de algunos índices económicos, el compromiso
en la lucha contra el tráfico de drogas y contra la
corrupción, los distintos procesos de integración,
los esfuerzos para mejorar el acceso a la educación,
para combatir el desempleo y para reducir
desigualdades en la distribución de las rentas, son
índices que se han de destacar con satisfacción. Si
estos progresos se consolidan, podrán contribuir de
manera determinante a vencer la pobreza que aflige a
vastos sectores de la población y aumentar la
estabilidad institucional. Al tratar sobre las
elecciones que se han tenido el año pasado en varios
países, conviene subrayar que la democracia está
llamada a tener en cuenta las aspiraciones del
conjunto de los ciudadanos, a promover el desarrollo
en el respeto de todos los miembros de la sociedad,
según los principios de la solidaridad, de la
subsidiariedad y de la justicia. Sin embargo,
conviene ponerse en guardia frente al riesgo de un
ejercicio de la democracia que se transforme en
dictadura del relativismo, proponiendo modelos
antropológicos incompatibles con la naturaleza y la
dignidad del hombre.
Mi atención se dirige muy especialmente hacia
algunos países, en particular Colombia, donde el
largo conflicto interno ha provocado una crisis
humanitaria, sobre todo por lo que se refiere a las
personas desplazadas. Se deben hacer todos los
esfuerzos necesarios para pacificar el país, para
devolver las personas secuestradas a sus familias,
para volver a dar seguridad y una vida normal a
millones de personas. Tales señales darían confianza
a todos, incluso a los que han estado implicados en
la lucha armada. Nuestra mirada se dirige a Cuba.
Con el deseo de que cada uno de sus habitantes pueda
realizar sus aspiraciones legítimas en favor del
bien común, permitidme que retome la llamada de mi
venerado Predecesor: «Que Cuba se abra al mundo y el
mundo a Cuba». La apertura recíproca con los demás
países redundará en beneficio de todos. No lejos de
allí, el pueblo haitiano vive todavía en una gran
pobreza y en la violencia. Formulo mis votos para
que el interés de la comunidad internacional,
manifestado entre otras iniciativas por las
conferencias de donantes que tuvieron lugar en 2006,
lleve a la consolidación de las instituciones y
permita al pueblo convertirse en protagonista de su
propio desarrollo, en un clima de reconciliación y
concordia.
Asia presenta, ante todo, unos países caracterizados
por una población muy numerosa y un gran desarrollo
económico. Pienso en China y en la India, países en
plena expansión, deseando que su presencia creciente
en la escena internacional conlleve beneficios para
sus propias poblaciones y para las otras naciones.
Igualmente, formulo votos por Vietnam, recordando su
reciente adhesión a la Organización Mundial del
Comercio. Mi pensamiento se dirige a las comunidades
cristianas. En la mayor parte de los países de Asia
se trata a menudo de comunidades pequeñas, pero
vivas, que desean legítimamente poder vivir y actuar
en un clima de libertad religiosa. Éste es un
derecho primordial y al mismo tiempo una condición
que les permitirá contribuir al progreso material y
espiritual de la sociedad, actuando como elementos
de cohesión y concordia.
En Timor Oriental, la Iglesia católica se propone
seguir ofreciendo su contribución, en particular en
los sectores de la educación, de la sanidad y de la
reconciliación nacional. La crisis política sufrida
por este joven Estado, así como por otros países de
la región, evidencia una cierta fragilidad de los
procesos de democratización. Peligrosos focos de
tensión se fraguan en la Península de Corea. Debe
perseguirse en el marco de la negociación el
objetivo de la reconciliación del pueblo coreano y
la desnuclearización de la Península, que tantos
efectos beneficiosos tendría en toda la región.
Conviene evitar los gestos que puedan comprometer
las negociaciones, sin condicionar por ello a sus
resultados las ayudas humanitarias destinadas a las
capas más vulnerables de la población norcoreana.
Quisiera llamar vuestra atención sobre otros dos
países asiáticos que son motivo de preocupación. En
Afganistán, es necesario deplorar, a lo largo de los
últimos meses, el aumento notable de la violencia y
los ataques terroristas, que dificultan el camino
hacia una salida de la crisis gravando pesadamente
sobre las poblaciones locales. En Sri Lanka, el
fracaso de las negociaciones de Ginebra entre el
Gobierno y el Movimiento Tamil ha supuesto una
intensificación del conflicto, que provoca inmensos
sufrimientos entre la población civil. Sólo la vía
del diálogo podrá garantizar un futuro mejor y más
seguro para todos.
Oriente Medio es fuente también de grandes
inquietudes. Por eso quise enviar una carta a los
católicos de la región con motivo de la Navidad,
para expresar mi solidaridad y mi proximidad
espiritual con todos, y para animarles a continuar
con su presencia en la región, con la certeza de que
su testimonio será una ayuda y un apoyo para un
futuro de paz y fraternidad. Renuevo mi urgente
llamada a todas las partes implicadas en el complejo
tablero político de la región, con la esperanza que
se consoliden las señales positivas, entre Israelíes
y Palestinos, verificadas durante las últimas
semanas. La Santa Sede no se cansará nunca de
repetir que las soluciones armadas no conducen a
nada, como se ha visto en el Líbano el verano
pasado. El futuro de este país pasa necesariamente
por la unidad de todos los que lo integran y por las
relaciones fraternas entre los diferentes grupos
religiosos y sociales. Éste es un mensaje de
esperanza para todos. No es posible tampoco
contentarse con soluciones parciales o unilaterales.
Para poner fin a la crisis y a los sufrimientos que
ocasiona en las poblaciones, es necesario proceder
según un enfoque global, que no excluya a nadie en
la búsqueda de una solución negociada y que tenga en
cuenta las aspiraciones y los legítimos intereses de
los distintos pueblos implicados; en particular, los
Libaneses tienen derecho a ver respetadas la
integridad y la soberanía de su país; los Israelíes
tienen derecho a vivir en paz en su Estado; los
Palestinos tienen derecho a una patria libre y
soberana. Si cada uno de los pueblos de la región ve
sus aspiraciones tomadas en consideración y se
siente menos amenazado, se reforzará la confianza
mutua. Esta misma confianza aumentará si un país
como Irán, especialmente en lo que concierne a su
programa nuclear, acepta dar una respuesta
satisfactoria a las legítimas preocupaciones de la
comunidad internacional. Los pasos dados en este
sentido tendrán sin duda alguna un efecto positivo
para la estabilidad de toda la región, y en
particular de Irak, poniendo fin a la espantosa
violencia que ensangrienta este país y ofreciendo la
posibilidad de relanzar su reconstrucción y la
reconciliación entre todos sus habitantes.
Un poco más cerca, en Europa, nuevos países de larga
tradición cristiana como Bulgaria y Rumania, han
entrado en la Unión Europea. Al prepararnos para
celebrar el cincuenta aniversario de los Tratados de
Roma, se impone una reflexión sobre el Tratado
constitucional. Deseo que los valores fundamentales
que están a la base de la dignidad humana sean
protegidos plenamente, en particular la libertad
religiosa en todas sus dimensiones, así como los
derechos institucionales de las Iglesias. Al mismo
tiempo, no se puede hacer abstracción del innegable
patrimonio cristiano de este continente, que
contribuyó ampliamente a modelar la Europa de las
Naciones y la Europa de los pueblos. El cincuenta
aniversario de la insurrección de Budapest,
celebrado en el mes de octubre pasado, nos ha
recordado los acontecimientos dramáticos del siglo
XX, incitando a todos los Europeos a construir un
futuro libre de toda opresión y de todo
condicionamiento ideológico, a establecer vínculos
de amistad y fraternidad, y a manifestar solicitud y
solidaridad hacia los más pobres y pequeños; del
mismo modo, es importante superar las tensiones del
pasado, promoviendo la reconciliación a todos los
niveles, ya que sólo ésta es la que permite
construir el futuro y favorecer la esperanza. Pido
también a todos los que en el continente europeo son
tentados por el terrorismo, que cesen toda actividad
de este género, ya que tales comportamientos, que
hacen prevalecer la violencia ciega y provocan el
miedo en la población, constituyen una vía sin
salida. Pienso también en los distintos "conflictos
congelados", deseando que encuentren rápidamente una
solución definitiva, así como en las tensiones
recurrentes vinculadas hoy sobre todo a los recursos
energéticos.
Deseo que la región de los Balcanes alcance la
estabilidad que todos esperan, de modo particular
gracias a la integración en las estructuras
continentales por parte de las naciones que la
componen, así como al apoyo de la comunidad
internacional. El establecimiento de relaciones
diplomáticas con la República de Montenegro, que
acaba de entrar pacíficamente en el concierto de las
naciones, y el Acuerdo de Base firmado con Bosnia
Herzegovina, son dos signos de la atención constante
de la Santa Sede hacia la región de los Balcanes.
Mientras se acerca el momento en que se definirá el
estatuto de Kosovo, la Santa Sede pide a todos los
implicados un esfuerzo de sabiduría clarividente, de
flexibilidad y de moderación, para que se encuentre
una solución que respete los derechos y las
legítimas expectativas de todos.
Las situaciones que he mencionado constituyen un
reto que nos implica a todos; se trata de un reto
consistente en promover y consolidar todo lo que de
positivo hay en el mundo y a superar, con buena
voluntad, sabiduría y tenacidad, todo lo que hiere,
degrada y mata al hombre. Sólo será posible promover
la paz si se respeta la persona humana, y sólo
construyendo la paz es como se sentarán las bases de
un auténtico humanismo integral. Aquí encuentra
respuesta la preocupación ante el futuro de tantos
contemporáneos nuestros. Sí, el futuro podrá ser
sereno si trabajamos juntos por el hombre. El
hombre, creado a imagen de Dios, tiene una dignidad
incomparable; es tan digno de amor a los ojos de su
Creador, que Dios no dudó en entregarle a su propio
Hijo. Éste es el gran misterio de Navidad, que
acabamos de celebrar, y cuyo clima de alegría se
prolonga hasta nuestro encuentro de hoy. La Iglesia,
en su compromiso al servicio del hombre y de la
construcción de la paz, está al lado de todas las
personas de buena voluntad, ofreciendo una
colaboración desinteresada. Que juntos, cada uno en
su puesto y con sus propios talentos, sepamos
trabajar en la construcción de un humanismo
integral, el único que puede garantizar un mundo
pacífico, justo y solidario. Acompaño este deseo con
la oración que elevo al Señor por todos vosotros y
vuestras familias, por vuestros colaboradores y por
los pueblos que representáis.