FRANCISCO
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
VULTUM DEI QUAERERE
SOBRE LA VIDA CONTEMPLATIVA FEMENINA
1. La búsqueda del rostro de Dios atraviesa la historia de la humanidad,
llamada desde siempre a un diálogo de amor con el Creador.
[1]
El hombre y la mujer, en efecto, tienen una dimensión religiosa indeleble
que orienta su corazón hacia la búsqueda del Absoluto, hacia Dios, de
quien perciben la necesidad, aunque no siempre de manera consciente.
Esta búsqueda es común a todos los hombres de buena voluntad. Y muchos
que se profesan no creyentes confiesan este anhelo profundo del corazón,
que habita y anima a cada hombre y a cada mujer deseosos de felicidad y
plenitud, apasionados y nunca saciados de gozo.
En las Confesiones, San Agustín lo ha expresado con claridad:
«Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no
descanse en ti».[2]
Inquietud del corazón que brota de la intuición profunda de que es Dios
el que busca primero al hombre, atrayéndolo misteriosamente a sí.
La dinámica de la búsqueda manifiesta que nadie se basta a sí mismo e
impone encaminarse, a la luz de la fe, por un éxodo del propio yo
auto-centrado, atraídos por el rostro de Dios santo, y al mismo tiempo
por la «tierra sagrada del otro»,[3]
para experimentar una comunión más profunda.
Esta peregrinación en busca del Dios verdadero, que es propio de cada
cristiano y de cada consagrado por el Bautismo, se convierte por la
acción del Espíritu Santo en sequelapressius Christi, camino de
configuración a Cristo Señor, que la consagración religiosa expresa con
una singular eficacia y, en particular, la vida monástica, considerada
desde los orígenes como una forma particular de actualizar el Bautismo.
2. Las personas consagradas, quienes por la consagración «siguen al
Señor de manera especial, de modo profético»,[4]
son llamadas a descubrir los signos de la presencia de Dios en la vida
cotidiana, a ser sapientes interlocutores capaces de reconocer los
interrogantes que Dios y la humanidad nos plantean. Para cada consagrado
y consagrada el gran desafío consiste en la capacidad de seguir buscando
a Dios «con los ojos de la fe en un mundo que ignora su presencia»,[5]
volviendo a proponer al hombre y a la mujer de hoy la vida casta, pobre y
obediente de Jesús como signo creíble y fiable, llegando a ser de esta
forma, «exégesis viva de la Palabra de Dios».[6]
Desde el nacimiento de la vida de especial consagración en la Iglesia,
hombres y mujeres, llamados por Dios y enamorados de él, han vivido su
existencia totalmente orientados hacia la búsqueda de su rostro,
deseosos de encontrar y contemplar a Dios en el corazón del mundo. La
presencia de comunidades situadas como ciudad sobre el monte y lámpara
en el candelero (cf. Mt 5,14-15), en su misma sencillez de vida,
representa visiblemente la meta hacia la cual camina toda la comunidad
eclesial que «se encamina por las sendas del tiempo con la mirada fija
en la futura recapitulación de todo en Cristo,[7]
preanunciando de este modo la gloria celestial».[8]
3. Si para todos los consagrados adquieren una particular resonancia
las palabras de Pedro: «Señor, ¡qué bueno es estar aquí!» (Mt
17,4), las personas contemplativas, que en honda comunión con todas las
otras vocaciones de la vida cristiana «son rayos de la única luz de
Cristo que resplandece en el rostro de la Iglesia»,[9]
«por su carisma específico dedican mucho tiempo de la jornada a imitar a
la Madre de Dios, que meditaba asiduamente las palabras y los hechos de
su Hijo (cf. Lc 2, 19.51), así como a María de Betania que, a los
pies del Señor, escuchaba su palabra(cf. Lc 10,38)».[10]
Su vida «escondida con Cristo en Dios» (cf. Col 3,3) se
convierte así en figura del amor incondicional del Señor, el primer
contemplativo, y manifiesta la tensión teocéntrica de toda su vida hasta
poder decir con el Apóstol: «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21),
y expresa el carácter totalizador que constituye el dinamismo profundo
de la vocación a la vida contemplativa.[11]
Como hombres y mujeres que habitan la historia humana, los contemplativos
atraídos por el fulgor de Cristo, «el más hermoso de los hijos de los
hombres» (Sal 45,3), se sitúan en el corazón mismo de la Iglesia y
del mundo[12] y, en la
búsqueda inacabada de Dios, encuentran el principal signo y criterio de
la autenticidad de su vida consagrada. San Benito, padre del monaquismo
occidental, subraya que el monje es aquel que busca a Dios por toda la
vida, y en el aspirante a la vida monástica pide que se compruebe «si
revera Deum quaerit», si busca verdaderamente a Dios.[13]
En particular, un número incontable de mujeres consagradas, a lo largo
de los siglos y hasta nuestros días, han orientado y siguen orientando
«toda su vida y actividad a la contemplación de Dios»,[14]
como signo y profecía de la Iglesia virgen, esposa y madre; signo vivo
y memoria de la fidelidad con que Dios sigue sosteniendo a su pueblo a
través de los eventos de la historia.
4. Elemento de unidad con las otras confesiones cristianas,[15]
la vida monástica se configura según su propio estilo que es profecía y
signo, yque «debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia
a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana».[16]
Las comunidades de orantes y, en particular, las comunidades contemplativas,
«que con su separación del mundo se encuentran más íntimamente unidos a
Cristo, corazón del mundo»,[17]
no proponen una realización más perfecta del Evangelio sino que, actuando
las exigencias del Bautismo, constituyen una instancia de discernimiento
y convocación al servicio de toda la Iglesia: signo que indica un camino,
una búsqueda, recordando al pueblo de Dios el sentido primero y último de
lo que él vive.[18]
Aprecio, alabanza, y acción de gracias
por la vida consagrada y la vida contemplativa monástica
5. Desde los primeros siglos la Iglesia ha manifestado gran aprecio y
amor sincero por los hombres y las mujeres que, dóciles a la llamada del
Padre y a la moción del Espíritu, han escogido seguir a Cristo «más
de cerca»,[19] para
dedicarse a él con corazón indiviso (cf. 1 Co 7,34).
Movidos por el amor incondicional a Cristo y a la humanidad, sobre todo
a los pobres y sufrientes, están llamados a reproducir en diversas
formas —vírgenes consagradas, viudas, ermitaños, monjes y religiosos— la
vida terrenal de Jesús: casto, pobre y obediente.[20]
La vida contemplativa monástica, en su mayoría femenina, se ha radicado
en el silencio del claustro generando preciosos frutos de gracia y
misericordia. La vida contemplativa femenina ha representado siempre en
la Iglesia y para la Iglesia el corazón orante, guardián de gratuidad y
de rica fecundidad apostólica y ha sido testimonio visible de una
misteriosa y multiforme santidad.[21]
De la primitiva experiencia individual de las vírgenes consagradas a
Cristo, fruto espontáneo de la exigencia de respuesta de amor al amor de
Cristo-esposo, ha sido rápido el paso a un estado definitivo y a un
orden reconocido por la Iglesia, que empezó a acoger la profesión de
virginidad públicamente emitida. Con el pasar de los siglos la mayoría
de las vírgenes consagradas se han reunido, dando vida a formas de vida
cenobítica, que la Iglesia en su solicitud custodió con esmero por medio
de una oportuna disciplina que preveía la clausura como guardiana del
espíritu y de la finalidad típicamente contemplativa que estos cenobios
se proponían. En el tiempo, pues, a través de la sinergia entre la
acción del Espíritu que actúa en el corazón de los creyentes y suscita
continuamente nuevas formas de seguimiento, el cuidado maternal y
solícito de la Iglesia, se fueron plasmando las formas de vida
contemplativa e integralmente contemplativa,
[22] como hoy las conocemos.
Mientras que en occidente el espíritu contemplativo se ha ido declinando
en una multiplicidad de carismas, en oriente ha mantenido una gran unidad,
[23] dando siempre testimonio
de la riqueza y belleza de una vida totalmente dedicada a Dios.
A lo largo de los siglos, la experiencia de estas hermanas, centrada en
el Señor como primero y único amor (cf. Os 2,21-25), ha
engendrado copiosos frutos de santidad. ¡Cuánta eficacia apostólica se
irradia de los monasterios por la oración y la ofrenda! ¡Cuánto gozo y
profecía grita al mundo el silencio de los claustros!
Por los frutos de santidad y de gracia que el Señor ha suscitado
siempre a través de la vida monástica femenina, levantamos al «altísimo,
omnipotente y buen Señor» el himno de agradecimiento: «Laudato si’».
[24]
6. Queridas Hermanas contemplativas, ¿qué sería de la Iglesia sin
vosotras y sin cuantos viven en las periferias de lo humano y actúan en
la vanguardia de la evangelización? La Iglesia aprecia mucho vuestra
vida de entrega total. La Iglesia cuenta con vuestra oración y con
vuestra ofrenda para llevar la buena noticia del Evangelio a los hombres
y a las mujeres de nuestro tiempo. La Iglesia os necesita.
No es fácil que este mundo, por lo menos aquella amplia parte del mismo
que obedece a lógicas de poder, de economía y de consumo, entienda
vuestra especial vocación y vuestra misión escondida, y sin embargo la
necesita inmensamente. Como el marinero en alta mar necesita el faro que
indique la ruta para llegar al puerto, así el mundo os necesita a
vosotras. Sed faros, para los cercanos y sobre todo para los lejanos.
Sed antorchas que acompañan el camino de los hombres y de las mujeres en
la noche oscura del tiempo. Sed centinelas de la aurora (cf. Is
21,11-12) que anuncian la salida del sol (cf. Lc 1,78). Con
vuestra vida transfigurada y con palabras sencillas, rumiadas en el
silencio, indicadnos a Aquel que es camino, verdad y vida (cf. Jn
14,6), al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida
en abundancia (cf. Jn 10,10). Como Andrés a Simón, gritadnos:
«Hemos encontrado al Señor» (cf. Jn 1,40); como María de Magdala
la mañana de la resurrección, anunciad: «He visto al Señor» (Jn 20,18).
Mantened viva la profecía de vuestra existencia entregada. No temáis
vivir el gozo de la vida evangélica según vuestro carisma.
Acompañamiento y guía de la Iglesia
7. El Magisterio conciliar y pontificio ha manifestado siempre una
particular solicitud hacia todas las formas de vida consagrada a través
de importantes pronunciamientos. Entre ellos, merecen especial atención
los grandes documentos del Concilio Vaticano II: la Constitución
dogmática sobre la Iglesia Lumen
gentium y el Decreto sobre la renovación de la vida
religiosa Perfectae
caritatis.
El primero sitúa la vida consagrada en la eclesiología del pueblo de
Dios, a la que pertenece de pleno derecho, por la común llamada a la
santidad y por sus raíces en la consagración bautismal.
[25] El segundo pide a los
consagrados una renovación de acuerdo con las nuevas condiciones de los
tiempos, ofreciendo criterios irrenunciables de dicha renovación:
fidelidad a Cristo, al Evangelio, al propio carisma, a la Iglesia y al
hombre de hoy.[26]
No podemos olvidar la Exhortación apostólica postsinodal Vita
consecrata, de mi predecesor san Juan Pablo II. Este documento,
que recoge la riqueza del Sínodo de los Obispos sobre la vida consagrada,
contiene elementos que son siempre muy válidos para seguir renovando la
vida consagrada y reavivar su significado evangélico en nuestro tiempo
(cf. sobretodo nn. 59 y 68).
Tampoco podemos olvidar, como prueba del constante e iluminador
acompañamiento del que vuestra vida contemplativa ha sido objeto, los
siguientes documentos:
- Las orientaciones emanadas por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA) Potissimum Institutioni, del 2 de febrero de 1990, con amplios espacios enteramente dedicados a vuestra forma específicamente contemplativa de vida consagrada (cap. IV, 78-85).
- El documento interdicasterial Sviluppi, del 6 de enero de 1992, que pone de relieve el problema de la escasez de las vocaciones a la vida consagrada en general y, en menor medida, a vuestra vida (n. 81).
- El Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado con la Const. ap. Fidei depositum el 11 de octubre de 1992, de suma importancia para dar a conocer y comprender a todos los fieles vuestra forma de vida: en particular los nn. 915-933 dedicados a todas las formas de vida consagrada; el n. 1672 sobre vuestra consagración no sacramental y sobre la bendición de los Abades y de las Abadesas; el n. 1974 y el 2102 sobre el nexo con los diez mandamientos y la profesión de los consejos evangélicos; el n. 2518 que presenta el estrecho vínculo entre la pureza de corazón proclamada por la sexta Bienaventuranza, garante de la visión de Dios, y el amor a las verdades de la fe; los nn. 1691 y 2687 que exaltan la perseverante intercesión que se eleva a Dios en los monasterios contemplativos, lugares irremplazables para armonizar oración personal y oración compartida; y el n. 2715 que pone, como prerrogativa de los contemplativos, la mirada fija en Jesús y en los misterios de su vida y de su ministerio.
- La Instrucción de la CIVCSVA Congregavit nos, del 2 de febrero de 1994, que en los nn. 10 y 34 une el silencio y la soledad a las exigencias profundas de la comunidad de vida fraterna y subraya la coherencia entre separación del mundo y clima cotidiano de recogimiento.
- La Instrucción de la CIVCSVA Verbi Sponsa, Ecclesia, del 13 de mayo de 1999, que, en los art. 1-8, ofrece una estupenda síntesis histórico-sistemática de todo el supremo Magisterio anterior sobre el sentido misionero escatológico de la vida claustral de las monjas contemplativas.
- Por último, la Instrucción de la CIVCSVA Caminar desde Cristo, del 19 de mayo de 2002, que con gran fuerza invita a contemplar siempre el rostro de Cristo; presenta a las monjas y a los monjes en la cumbre de la alabanza coral y de la oración silenciosa de la Iglesia (n. 25) y, al mismo tiempo, los encomia por haber privilegiado y haber puesto siempre en el centro la Liturgia de las Horas y la celebración eucarística (ibíd.).
Elementos esenciales de la vida contemplativa
9. Desde los primeros siglos hasta nuestros días, la vida contemplativa
ha estado siempre viva en la Iglesia, alternándose periodos de gran
vigor con otros de decadencia; y esto gracias a la presencia constante
del Señor junto con la capacidad típica de la Iglesia misma de renovarse
y adaptarse a los cambios de la sociedad. Ha mantenido siempre viva la
búsqueda del rostro de Dios y el amor incondicional a Cristo, como su
elemento específico y característico.
La vida consagrada es una historia de amor apasionado por el Señor y
por la humanidad: en la vida contemplativa esta historia se despliega,
día tras día, a través de la apasionada búsqueda del rostro de Dios, en
la relación íntima con él. A Cristo Señor, que «nos amó primero» (1
Jn 4,19) y «se entregó por nosotros» (Ef 5,2), vosotras
mujeres contemplativas respondéis con la ofrenda de toda vuestra vida,
viviendo en él y para él, «para alabanza de su gloria» (Ef 1,12).
En esta dinámica de contemplación vosotras sois la voz de la Iglesia que
incansablemente alaba, agradece y suplica por toda la humanidad, y con
vuestra plegaria sois colaboradoras del mismo Dios y apoyo de los
miembros vacilantes de su cuerpo inefable.
[27]
Desde la oración personal y comunitaria vosotras descubrís al Señor
como tesoro de vuestra vida (cf. Lc 12,34), vuestro bien, «todo
el bien, el sumo bien», vuestra «riqueza a satisfacción»
[28]
y, con la certeza en la fe de que «solo Dios basta»,
[29] habéis
elegido la mejor parte (cf. Lc 10,42). Habéis entregado vuestra
vida, vuestra mirada fija en el Señor, retirándoos en la celda de
vuestro corazón (cf. Mt 6,5), en la soledad habitada del
claustro y en la vida fraterna en comunidad. De este modo sois imagen de
Cristo que busca el encuentro con el Padre en el monte (cf. Mt 14,23).
10. A lo largo de los siglos, la Iglesia nos ha mostrado siempre a María
como summa contemplatrix.
[30] De
la anunciación a la resurrección, pasando por la peregrinación de la
fe culminada a los pies de la cruz, María queda en contemplación del
Misterio que la habita. En María vislumbramos el camino místico de la
persona consagrada, establecida en la humilde sabiduría que gusta el
misterio del cumplimiento último.
A ejemplo de la Virgen Madre, el contemplativo es la persona centrada
en Dios, es aquel para quien Dios es el unum necessarium (cf. Lc
10,42), ante el cual todo cobra su verdadero sentido, porque se mira con
nuevos ojos. La persona contemplativa comprende la importancia de las
cosas, pero estas no roban su corazón ni bloquean su mente, por el
contrario son una escalera para llegar a Dios: para ella todo «lleva
significación»[31] del
Altísimo. Quien se sumerge en el misterio de la contemplación ve con
ojos espirituales: esto le permite contemplar el mundo y las personas
con la mirada de Dios, allí donde por el contrario, los demás «tienen
ojos y no ven» (Sal 115,5; 135,16; cf. Jr 5,21), porque
miran con los ojos de la carne.
11. Contemplar, pues, es tener en Cristo Jesús, que tiene el rostro
dirigido constantemente hacia el Padre (cf. Jn 1,18), una mirada
transfigurada por la acción del Espíritu, mirada en la que florece el
asombro por Dios y por sus maravillas; es tener una mente limpia en la
que resuenan las vibraciones del Verbo y la voz del Espíritu como soplo
de brisa suave (cf. 1 R 19,12). No es por azar que la
contemplación nace de la fe, la cual es puerta y fruto de la
contemplación: sólo por el «heme aquí» confiado (cf. Lc 2,38) es
posible entrar en el Misterio.
En esta silenciosa y absorta quietud de la mente y del corazón pueden
insinuarse diversas tentaciones, y es así que vuestra contemplación
puede convertirse en terreno de lucha espiritual, que sostenéis con
valor en nombre y en beneficio de toda la Iglesia, que hace de vosotras
fieles centinelas, fuertes y tenaces en la lucha. Entre las tentaciones
más insidiosas para un contemplativo, recordamos la que los padres del
desierto llamaban «demonio meridiano»: la tentación que desemboca en la
apatía, en la rutina, en la desmotivación, en la desidia
paralizadora. Como he escrito en la Exhortación apostólica Evangelii
gaudium, lentamente esto conduce a la «psicología de la
tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo.
Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven
la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin
esperanza, que se apodera del corazón como “el más preciado de los
elixires del demonio”».[32]
Temas objeto de discernimiento y de revisión dispositiva
12. Para ayudar a las contemplativas a alcanzar el fin propio de su
específica vocación arriba descrito, invito a reflexionar y discernir
sobre los siguientes doce temas de la vida consagrada en general y, en
particular, de la tradición monástica: formación, oración, Palabra de
Dios, Eucaristía y Reconciliación, vida fraterna en comunidad,
autonomía, federaciones, clausura, trabajo, silencio, medios de
comunicación y ascesis. Estos temas se llevarán a la práctica
ulteriormente, con modalidades adaptadas a la tradiciones carismáticas
específicas de las diversas familias monásticas, en armonía con las
disposiciones de la Parte final de esta Constitución y con las
indicaciones particulares que se deben aplicar y que la Congregación
para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica dará cuanto antes.
Formación
13. La formación de la persona consagrada es un itinerario que debe
llevar a la configuración con el Señor Jesús y a la asimilación de sus
sentimientos en su total oblación al Padre;se trata de un proceso que no
termina nunca, destinado a alcanzar en profundidad a toda la persona,
para que todas sus actitudes y gestos revelen la total y gozosa
pertenencia a Cristo, y por ello pide la continua conversión a Dios.
Este proceso apunta a formar el corazón, la mente y la vida facilitando
la integración de las dimensiones humana, cultural, espiritual y
pastoral.[33]
En particular, la formación de la persona consagrada contemplativa
tiende hacia una condición armónica de comunión con Dios y con las
hermanas, en un clima de silencio protegido por la clausura cotidiana.
14. Dios Padre es el formador por excelencia, pero en esta obra
«artesanal» se sirve de mediaciones humanas, de los formadores y de las
formadoras, hermanos y hermanas mayores, cuya misión principal es la de
mostrar «la belleza del seguimiento del Señor y el valor del carisma en
que este se concretiza».[34]
La formación, y en especial la permanente, «exigencia intrínseca de la
consagración religiosa»,[35]
tiene su humus en la comunidad y en la vida cotidiana. Por este
motivo, recuerden las hermanas que el lugar ordinario donde acontece el
camino formativo es el monasterio y que la vida fraterna en comunidad
debe favorecer ese camino en todas sus manifestaciones.
15. Considerando el actual contexto sociocultural y religioso, los
monasterios presten mucha atención al discernimiento vocacional y
espiritual, sin dejarse llevar por la tentación del número y de la
eficiencia;[36] aseguren
un acompañamiento personalizado de las candidatas y promuevan
itinerarios formativos aptos para ellas, quedando entendido que a la
formación inicial y a la formación después de la profesión temporal «se
debe reservar un amplio espacio de tiempo»,
[37] en la medida de lo
posible no inferior a nueve años, ni superior a los doce
[38]
Oración
16. La oración litúrgica y personal es una exigencia fundamental para
alimentar vuestra contemplación: si «la oración es el “meollo” de la
vida consagrada»,[39] más
aún lo es de la vida contemplativa. Hoy en día muchas personas no saben
rezar. Y muchos son los que sencillamente no sienten la necesidad de
rezar o reducen su relación con Dios a una súplica en los momentos de
prueba, cuando no saben a quién dirigirse. Otros reducen su oración a
una simple alabanza en los momentos de felicidad. Al recitar y cantar
las alabanzas del Señor por la Liturgia de las Horas, vosotras os
convertís en voz de estas personas y, al igual que los profetas,
intercedéis por la salvación de todos.[40]
La oración personal os ayudará a permanecer unidas al Señor, como los
sarmientos a la vid, y así vuestra vida dará fruto en abundancia (cf. Jn
15,1-15). Recordad, sin embargo, que la vida de oración y la vida
contemplativa no pueden vivirse como repliegue en vosotras, sino que
deben ensanchar el corazón para abrazar a toda la humanidad, y en
especial a aquella que sufre.
Por la oración de intercesión, tenéis un papel fundamental en la vida
de la Iglesia. Rezáis e intercedéis por muchos hermanos y hermanas
presos, emigrantes, refugiados y perseguidos, por tantas familias
heridas, por las personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por
las víctimas de dependencias, por no citar más que algunas situaciones
que son cada día más urgentes. Vosotras sois como los que llevaron
alparalítico ante el Señor, para que lo sanara (cf. Mc 2,1-12).
Por la oración, día y noche, vosotras acercáis al Señor la vida de
muchos hermanos y hermanas que por diversas situaciones no pueden
alcanzarlo para experimentar su misericordia sanadora, mientras que él
los espera para llenarlos de gracias. Por vuestra oración vosotras
curáis las llagas de tantos hermanos.
La contemplación de Cristo encuentra su modelo insuperable en la Virgen
María. El rostro del Hijo le pertenece por título singular. Madre y
Maestra de la perfecta conformación con el Hijo, con su presencia
ejemplar y maternal, es de gran apoyo en la cotidiana fidelidad a la
oración (cf. Hch 1,14) peculiarmente filial.
[41]
17. El libro del Éxodo nos muestra que con su oración Moisés decide la
suerte de su pueblo, garantizando la victoria sobre el enemigo cuando
logra levantar los brazos para invocar la ayuda del Señor (cf. 17,11).
Este texto me parece una imagen muy expresiva de la fuerza y de la
eficacia de vuestra oración en favor de toda la humanidad y de la
Iglesia, y en particular de sus miembros más débiles y necesitados. Hoy,
como entonces, podemos pensar que las suertes de la humanidad se deciden
en el corazón orante y en los brazos levantados de las contemplativas.
Por ello os exhorto a ser fieles, según vuestras Constituciones, a la
oración litúrgica y a la oración personal, que es preparación y
prolongación de la anterior. Os exhorto a no «anteponer nada al opus
Dei»,[42]
para que nada obstaculice, nada os separe, nada se interponga en vuestro
ministerio orante.[43]
Y así, por medio de la contemplación, os transformareis en imagen de
Cristo[44] y vuestras
comunidades llegarán a ser verdaderas escuelas de oración.
18. Todo esto pide una espiritualidad que se basa en la Palabra de
Dios, en la fuerza de la vida sacramental, en la enseñanza del
magisterio de la Iglesia y en los escritos de vuestros fundadores y
fundadoras; una espiritualidad que os haga llegar a ser hijas del cielo
e hijas de la tierra, discípulas y misioneras, según vuestro estilo de
vida. Pide, además, una formación paulatina a la vida de oración
personal y litúrgica, y a la contemplación, sin olvidar que esta se
alimenta principalmente de la «belleza escandalosa» de la Cruz.
Centralidad de la Palabra de Dios
19. Uno de los elementos más significativos de la vida monástica en
general es la centralidad de la Palabra de Dios en la vida personal y
comunitaria. Lo subrayaba san Benito, cuando pide a sus monjes que
escuchen con ganas las santas lecturas: «lectiones sanctas libenter
audire».[45] Durante
los siglos el monaquismo ha sido custodio de la lectio divina.
Y hoy se recomienda a todo el pueblo de Dios y se pide a todos los
religiosos,[46] y a
vosotras que la convirtáis en alimento de vuestra contemplación y de
vuestra vida de cada día, para poder compartir esta experiencia de la
Palabra de Dios que transforma, con sacerdotes, diáconos, los otros
consagrados y los laicos. Considerad este compartir como una verdadera
misión eclesial.
Indudablemente la oración y la contemplación son los lugares más aptos
para acoger la Palabra de Dios, pero al mismo tiempo, tanto la oración
como la contemplación brotan de la escucha de la Palabra. Toda la
Iglesia y, en particular, las comunidades dedicadas totalmente a la
contemplación, necesitan volver a descubrir la centralidad de la Palabra
de Dios que, como bien ha recordado mi predecesor san Juan Pablo II, es
la «fuente primera de toda espiritualidad».
[47] Es preciso que la
Palabra alimente la vida, la oración, la contemplación, el camino
cotidiano y se convierta en principio de comunión para vuestras
comunidades y fraternidades. Estas comunidades están llamadas a
acogerla, meditarla, vivirla juntas, comunicando y compartiendo los
frutos que nacen de esta experiencia. Así podréis crecer en una
auténtica espiritualidad de comunión.
[48] Al respecto os
exhorto a «evitar el riesgo de un acercamiento individualista,
teniendo presente que la Palabra de Dios se nos da precisamente
para construir comunión, para unirnos en la Verdad en nuestro camino
hacia Dios. […] Por tanto, hemos de acercarnos al texto sagrado en la
comunión eclesial».[49]
20. La lectio divina o lectura orante de la Palabra es
el arte que ayuda a dar el paso del texto bíblico a la vida, es la
hermenéutica existencial de la Sagrada Escritura, gracias a la cual
podemos llenar la distancia entre espiritualidad y cotidianeidad, entre
fe y vida. El proceso que la lectio divina lleva a cabo tiene
como fin llevarnos de la escucha al conocimiento y del conocimiento al
amor.
Gracias al movimiento bíblico, que ha cobrado nueva fuerza sobre todo
después de la promulgación de la Constitución dogmática Dei Verbum
del Concilio Vaticano II, a todos se propone hoy un constante
acercamiento a la Sagrada Escritura por la lectura orante y asidua del
texto bíblico, de manera que el diálogo con Dios se haga realidad
cotidiana del pueblo de Dios. La lectio divina tiene que
ayudaros a cultivar un corazón dócil, sabio e inteligente (cf. 1 R
3,9.12), para discernir lo que viene de Dios y lo que, por el contrario,
puede llevar lejos de él; a adquirir aquella especie de instinto
sobrenatural, que permitió a vuestros fundadores y fundadoras, no
doblegarse a la mentalidad del mundo, sino renovar su mente, «para poder
discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo
perfecto» (Rm 12,2).[50]
21. Que vuestra jornada, personal y comunitaria, esté ritmada por la
Palabra de Dios. Vuestras comunidades y fraternidades llegarán así a ser
escuelas donde se escucha, se vive y se anuncia la Palabra a cuantos se
vayan encontrando con vosotras.
No olvidéis, por último, que «la lectio divina no termina su
proceso hasta que no se llega a la acción (actio) que mueve la
vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad».
[51] De este modo producirá
abundantes frutos en el camino de configuración con Cristo, meta de toda
nuestra vida.
Sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación
22. La Eucaristía es por excelencia el sacramento del encuentro con la
persona de Jesús: ella «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir Cristo en persona».[52]
Corazón de la vida de todo bautizado y de la vida consagrada, la Eucaristía
lo es en particular de la vida contemplativa. En efecto, la ofrenda de
vuestra existencia os injerta de modo particular en el misterio pascual
de muerte y resurrección que se realiza en la Eucaristía. Partir juntos
el pan repite y actualiza el don de sí que Jesús hizo: «Se partió y se
parte por nosotros» y nos pide a su vez «darnos, partirnos por los
demás».[53] Para que este
rico misterio se realice y se manifieste vitalmente, hay que preparar
con esmero, decoro y sobriedad la celebración de la Eucaristía, y
participar en ella plenamente, con fe y conciencia de lo que se está
celebrando.
En la Eucaristía, la mirada del corazón reconoce a Jesús.
[54] San Juan Pablo II nos
recuerda: «Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que
él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el
sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del Cristo
eucarístico, de él se alimenta y por él es iluminada. La Eucaristía es
misterio de fe y, al mismo tiempo, “misterio de luz”. Cada vez que la Iglesia
la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos
discípulos de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron»
(Lc 24,31)».[55] La
Eucaristía, por tanto, os introduce en el misterio del amor, que es amor
esponsal: «Cristo es el Esposo de la Iglesia, como Redentor del mundo.
La Eucaristía es el sacramento de nuestra redención. Es el sacramento
del Esposo, de la Esposa».[56]
Es loable, por tanto, la tradición de prolongar la celebración con la
adoración eucarística, momento privilegiado para asimilar el pan de la
Palabra partido durante la celebración y continuar la acción de gracias.
23. De la Eucaristía brota el compromiso de conversión continua, que
encuentra su expresión sacramental en la Reconciliación. La frecuente
celebración personal o comunitariadel sacramento de la Reconciliación o
de la Penitencia sea para vosotras una ocasión privilegiada para
contemplar el rostro misericordioso del Padre, Jesucristo,
[57] para renovar vuestro
corazón y purificar vuestra relación con Dios en la contemplación.
De la experiencia gozosa del perdón recibido por Dios en este
sacramento brota la gracia de ser profetas y ministros de misericordia e
instrumentos de reconciliación, que tanto necesita hoy nuestro mundo.
Vida fraterna en comunidad
24. La vida fraterna en comunidad es un elemento esencial de la vida
religiosa en general y, en particular de la vida monástica, aun siempre
en la pluralidad de los carismas.
La relación de comunión es manifestación de aquel amor que mana del
corazón del Padre, nos inunda por el Espíritu que Dios mismo nos da.
Sólo si se hace visible esta realidad, la Iglesia, familia de Dios, es
signo de una profunda unión con él y se propone como la morada donde
esta experiencia es posible y vivificante para todos. Cristo, Señor,
llamando a algunos a compartir su vida, forma una comunidad que hace
visible «la capacidad de seguir un proyecto de vida y actividad fundado
en la invitación a seguirle con mayor libertad y más de cerca».
[58] La vida consagrada en
virtud de la cual los consagrados y las consagradas buscan formar «un
solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32), siguiendo el ejemplo
de las primeras comunidades cristianas, se «muestra como elocuente
confesión trinitaria».[59]
25. La comunión fraterna es reflejo del modo de ser de Dios y de su
entrega, es testimonio de que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). La
vida consagrada confiesa creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, y por ello la comunidad fraterna llega a ser reflejo
de la gracia del Dios Trinidad de Amor.
Diferenciándose de los ermitaños, que viven «en el silencio de la
soledad»[60]
y gozan también ellos de alta estima por parte de la Iglesia, la vida
monástica conlleva la vida comunitaria en un proceso continuo de
crecimiento, que lleve a vivir una auténtica comunión fraterna, una koinonia.
Esto pide que todos los miembros se sientan constructores de la
comunidad y no sólo consumidores de los beneficios que de ella pueden
recibir. Una comunidad existe porque nace y se edifica con el aporte de
todos, cada uno según sus dones, cultivando una fuerte espiritualidad de
comunión, que lleve a sentir y a vivir la mutua pertenencia.[61]
Sólo de este modo la vida comunitaria llegará a ser ayuda recíproca en
la realización de la vocación propia de cada uno.[62]
26. Vosotras, que habéis abrazado la vida monástica, recordad siempre
que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo esperan de vosotras un
testimonio de verdadera comunión fraterna que, en la sociedad marcada
por divisiones y desigualdades, manifiesta con fuerza que es posible y
bello vivir juntos (cf. Sal 133,1), a pesar de las diferencias
generacionales, de formación y, a veces, culturales. Que vuestras
comunidades sean signos creíbles de que estas diferencias enriquecen la
vida fraterna, lejos de ser un impedimento para vivirla. Recordad que
unidad y comunión no significan uniformidad, y que se alimentan del
diálogo, del compartir, de la ayuda recíproca y profunda humanidad,
especialmente hacia los miembros más frágiles y necesitados.
27. Recordad, en fin, que la vida fraterna en comunidad es también la
primera forma de evangelización: «En esto reconocerán todos que sois mis
discípulos, en que os améis unos a otros» (Jn 13,35). Por ello os
exhorto a no descuidar los medios para fortalecerla, así como la propone
y actualiza la Iglesia,[63]
velando constantemente sobre este aspecto de la vida monástica, delicado
y de no secundaria importancia. Junto con el compartir la Palabra y la
experiencia de Dios, y el discernimiento comunitario, «se pueden
recordar también la corrección fraterna, la revisión de vida y otras
formas típicas de la tradición. Son modos concretos de poner al servicio
de los demás y de hacer que reviertan sobre la comunidad los dones que
el Espíritu otorga abundantemente para su edificación y misión en el
mundo».[64]
Como he dicho recientemente en mi encuentro con los consagrados
presentes en Roma para la conclusión del Año de la Vida Consagrada,[65] cuidad
con solicitud la cercanía con las hermanas que el Señor os ha regalado
como don precioso. Por otro lado, como recordaba san Benito, en la vida
comunitaria es fundamental «venerar a los ancianos y amar a los
jóvenes».[66] En
esta tensión que hay que armonizar entre memoria y futuro prometido está
radicada también la fecundidad de la vida fraterna en comunidad.
La autonomía de los monasterios
28. La autonomía favorece la estabilidad de vida y la unidad interna de
cada comunidad, garantizando las mejores condiciones para la
contemplación. Dicha autonomía no debe sin embargo significar
independencia o aislamiento, en particular de los demás monasterios de
la misma Orden o de la familia carismática.
29. Conscientes de que «nadie construye el futuro aislándose, ni sólo
con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una
comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a
la ayuda mutua»,[67] poned
cuidado en preservaros «de la enfermedad de la autoreferencialidad»[68] y
custodiad el valor de la comunión entre los varios monasterios como
camino que abre al futuro, actualizando así los valores permanentes y
codificados de vuestra autonomía.[69]
Las Federaciones
30. La federación es una estructura importante de comunión entre los
monasterios que comparten el mismo carisma para que no se queden
aislados.
Las federaciones tienen como principal finalidad promover la vida
contemplativa en los monasterios que las componen, según las exigencias
del propio carisma, y garantizar la ayuda en la formación permanente e
inicial, como también en las necesidades concretas, intercambiando
monjas y compartiendo los bienes materiales; y tendrán que favorecerse y
multiplicarse en función de estas finalidades.[70]
La clausura
31. La separación del mundo, algo necesario para quienes siguen a
Cristo, tiene para vosotras, hermanas contemplativas, una manifestación
particular en la clausura, que es el lugar de la intimidad de la Iglesia
esposa: «Signo de la unión exclusiva de la Iglesia-esposa con su Señor,
profundamente amado».[71]
La clausura ha sido codificada en cuatro diversas formas y modalidades:[72] además
de la clausura común a todos los Institutos religiosos, hay otras tres
características de las comunidades de vida contemplativa: papal,
constitucional y monástica. La clausura papal es definida «según las
normas dadas por la Sede Apostólica»[73] y
«excluye colaboración en los distintos ministerios pastorales».[74] La
clausura constitucional es definida por las normas de las
Constituciones; y la clausura monástica, aun conservando el carácter de
«una disciplina más estricta»[75] respecto
a la disciplina común, permite asociar a la función primaria del culto
divino unas formas más amplias de acogida y de hospitalidad, siempre
según las propias Constituciones. La clausura común es la menos cerrada
de las cuatro.[76]
La pluralidad de modos de observar la clausura en una misma Orden ha de
considerarse como una riqueza y no como un impedimento para la comunión,
armonizando diversas sensibilidades en una unidad superior.[77] Dicha
comunión podrá concretarse en varias formas de encuentro y de
colaboración, sobre todo en la formación permanente e inicial.[78]
El trabajo
32. También para vosotras, el trabajo es participación en la obra que
Dios creador lleva adelante en el mundo. Dicha actividad os pone en
estrecha relación con cuantos trabajan con responsabilidad para vivir
del fruto de sus manos (cf.Gn 3,19), para contribuir en la
obra de la creación y servir a la humanidad; en particular os hace
solidarias con los pobres que no pueden vivir sin trabajar y que, a
menudo, aun trabajando, necesitan de la ayuda providencial de los
hermanos.
Para que el trabajo no apague el espíritu de contemplación, como nos
enseñan los grandes santos contemplativos, y para que vuestra vida sea
«pobre de hecho y de espíritu para consumarse en sobriedad trabajada»,
como os impone la profesión, con voto solemne, del consejo evangélico de
pobreza,[79] realizad
el trabajo con devoción y fidelidad, sin dejarse condicionar por la
mentalidad de la eficiencia y del activismo de la cultura contemporánea.
Que ahora y siempre sea para vosotras válido el lema de la tradición
benedictina “ora et labora”, que educa a encontrar una relación
equilibrada entre la tensión hacia el Absoluto y el compromiso en las
responsabilidades cotidianas, entre la quietud de la contemplación y el
esfuerzo en el servicio.
El silencio
33. En la vida contemplativa y, en particular, en la que lo es
integralmente, considero importante prestar atención al silencio
habitado por la Presencia, como espacio necesario de escucha y de ruminatio
de la Palabra y requisito para una mirada de fe que capte la presencia
de Dios en la historia personal, en la de los hermanos y hermanas que el
Señor os da y en los avatares del mundo contemporáneo. El silencio es
vacío de sí para dejar espacio a la acogida; en el ruido interior no es
posible recibir nada ni a nadie. Vuestra vida integralmente
contemplativa requiere «tiempo y capacidad de guardar silencio para
poder escuchar»[80] a
Dios y el clamor de la humanidad. Que calle, pues, la lengua de la carne
y que hable la lengua del Espíritu, movida por el amor que cada una de
vosotras tiene para su Señor.[81]
Que en esto os sea de ejemplo el silencio de María Santísima, que pudo
acoger la Palabra porque era mujer de silencio: no un silencio estéril,
vacío; por el contrario, un silencio lleno, rico. Y el de la Virgen
María es también un silencio rico de caridad, que se dispone para acoger
al Otro y a los otros.
Los medios de comunicación
34. En nuestra sociedad, la cultura digital influye de manera decisiva
en la formación del pensamiento y en la manera de relacionarse con el
mundo y, en particular, con las personas. Este clima cultural no deja
inmunes a las comunidades contemplativas. Es cierto que estos medios
pueden ser instrumentos útiles para la formación y la comunicación, pero
os exhorto a un prudente discernimiento para que estén al servicio de la
formación para la vida contemplativa y de las necesarias comunicaciones,
y no sean ocasión para la distracción y la evasión de la vida fraterna
en comunidad, ni sean nocivos para vuestra vocación o se conviertan en
obstáculo para vuestra vida enteramente dedicada a la contemplación.[82]
La ascesis
35. Junto con todos los medios que la Iglesia propone para el dominio
de sí y la purificación del corazón, la ascesis lleva a liberarnos de
todo aquello que es típico de la «mundanidad» para vivir la lógica del
don, en particular del don del propio ser, como exigencia de respuesta
al primero y único amor de vuestra vida. De este modo podréis responder
también a las expectativas de los hermanos y hermanas, así como a las
exigencias morales y espirituales intrínsecas en cada uno de los tres
consejos evangélicos que profesáis con voto solemne.[83]
A este respecto, vuestra vida enteramente entregada adquiere un fuerte
sentido profético; sobriedad, desprendimiento de las cosas, entrega de
sí en la obediencia, transparencia en las relaciones, todo se hace más
radical y exigente para vosotras por la opción de renunciar también «al
espacio, a los contactos, a tantos bienes de la creación […] como modo
singular de ofrecer el “cuerpo”».[84] El
haber elegido una vida de estabilidad se convierte en signo elocuente de
fidelidad para nuestro mundo globalizado y acostumbrado a
desplazamientos cada vez más rápidos y fáciles, con el riesgo de no
echar jamás raíces.
Asimismo, el ámbito de las relaciones fraternas se hace todavía más
exigente en la vida claustral,[85] que
impone relaciones continuas y cercanas en la comunidad. Vosotras podéis
ser un ejemplo y una ayuda al Pueblo de Dios y a la humanidad de hoy,
marcada y a veces rota por tantas divisiones, para que permanezca al
lado del hermano y de la hermana, también allí donde sea necesario
recomponer las diversidades, gestionar tensiones y conflictos, acoger
fragilidades. La ascesis es igualmente un medio para tomar contacto con
la propia debilidad y encomendarla a la ternura de Dios y de la
comunidad.
Por último, el compromiso ascético es necesario para llevar adelante
con amor y fidelidad el deber de cada día, como ocasión para compartir
la suerte de muchos hermanos en el mundo y ofrenda silenciosa y fecunda
para ellos.
El testimonio de las monjas
36. Queridas Hermanas, lo que he escrito en esta Constitución
Apostólica representa para vosotras, que habéis abrazado la vocación
contemplativa, una ayuda válida para renovar vuestra vida y vuestra
misión en la Iglesia y en el mundo. Que el Señor realice en vuestros
corazones su obra y os transforme enteramente en él, que es el fin
último de la vida contemplativa;[86]
y que vuestras comunidades o fraternidades sean verdaderas escuelas de
contemplación y oración.
El mundo y la Iglesia os necesitan como «faros» que iluminan el camino
de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. Que sea esta vuestra
profecía. Vuestra opción no es la huida del mundo por miedo, como
piensan algunos. Vosotras seguís estando en el mundo, sin ser del mundo
(cf. Jn 18,19) y, aunque estéis separadas del mundo, por medio
de signos que expresan vuestra pertenencia a Cristo, no cesáis de
interceder constantemente por la humanidad, presentando al Señor sus
temores y sus esperanzas, sus gozos y sus sufrimientos.[87]
No nos privéis de esta vuestra participación en la construcción de un
mundo más humano y por tanto más evangélico. Unidas a Dios, escuchad el
clamor de vuestros hermanos y hermanas (cf. Ex 3,7; Jr
5,4) que son víctimas de la «cultura del descarte»,[88]o
que necesitan sencillamente de la luz del Evangelio. Ejercitaos en el
arte de escuchar, «que es más que oír»,[89] y
practicad la «espiritualidad de la hospitalidad», acogiendo en vuestro
corazón y llevando en vuestra oración lo que concierne al hombre creado
a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Como he escrito en
la Exhortación apostólica Evangelii
gaudium, «interceder no nos aparta de la verdadera
contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un
engaño».[90]
De este modo, vuestro testimonio será un complemento necesario del que
los contemplativos en el corazón del mundo dan testimonio del Evangelio,
permaneciendo totalmente inmersos en las realidades y en la construcción
de la ciudad terrena.
37. Queridas Hermanas contemplativas, bien sabéis que vuestra forma de
vida consagrada, al igual que todas las demás, «es don para la Iglesia,
nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está toda orientada hacia la
Iglesia».[91] Vivid,
pues, en profunda comunión con la Iglesia para ser en ella viva
prolongación del misterio de María virgen, esposa y madre, que acoge y
guarda la Palabra para devolverla al mundo, contribuyendo así a que
Cristo nazca y crezca en el corazón de los hombres sedientos, aunque a
menudo de manera inconsciente, de Aquel que es «camino, verdad y vida» (Jn
14,6). Al igual que María, sed también vosotras «escalera» por la que
Dios baja para encontrar al hombre y el hombre sube para encontrar a
Dios y contemplar su rostro en el rostro de Cristo.
CONCLUSIÓN DISPOSITIVA
- de la Constitución Apostólica Sponsa Christi de Pío XII de 1950:Estatuta generalia Monialium;
- de la Instrucción Inter praeclara de la Sagrada Congregación de Religiosos;
- de la Instrucción Verbi Sponsa, de la CIVCSVA, 13 de mayo de 1999, sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas.
Art. 2 §1. Esta Constitución se dirige a la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y a
los monasterios femeninos de vida contemplativa o integralmente
contemplativa, federados o no federados.
§2. Son materias reguladas por esta Constitución Apostólica las
enumeradas arriba en el n. 12 y desarrolladas en los números 13-35.
§3. La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica —en caso de que sea necesario de acuerdo
con la Congregación para las Iglesias Orientales o la Congregación para
la Evangelización de los Pueblos— reglamentará las distintas modalidades
de actuación de estas normas constitutivas, según las diversas
tradiciones monásticas y teniendo en cuenta las diferentes familias
carismáticas.
Art. 3 §1. Cada monasterio cuide con particular esmero, por medio de
oportunas estructuras, la elaboración del proyecto de vida comunitaria,
la formación permanente, que es como el humus de cada una de las
etapas de la formación, ya a partir de la inicial.
§2. Con el fin de asegurar una adecuada formación permanente, las
federaciones promuevan la colaboración entre los monasterios por medio
de intercambio de material formativo y el uso de medios de comunicación
digital, salvaguardando siempre la necesaria discreción.
§3. Además del cuidado en elegir a las hermanas llamadas como
formadoras a acompañar a las candidatas por el camino de la madurez
personal, cada uno de los monasterios y las federaciones promuevan la
formación de las formadoras y de sus colaboradoras.
§4. Las hermanas llamadas a ejercer el delicado servicio de la
formación pueden, servatis de iure servandis, participar en
cursos específicos de formación aunque sea fuera de su monasterio,
manteniendo un clima adecuado y coherente con las exigencias del propio
carisma. La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica promulgará al respecto normas
particulares.
§5. Los monasterios prestarán especial atención al discernimiento
espiritual y vocacional, asegurarán a las candidatas un acompañamiento
personalizado y promoverán itinerarios formativos adecuados,
considerando siempre que hay que reservar un amplio espacio de tiempo a
la formación inicial.
§6. Aunque la constitución de comunidades internacionales y
multiculturales ponga de manifiesto la universalidad del carisma, hay
que evitar en modo absoluto el reclutamiento de candidatas de otros
Países con el único fin de salvaguardar la supervivencia del monasterio.
Que se elaboren criterios para asegurar que esto se cumpla.
§7. Para asegurar una formación de calidad, según las circunstancias,
promuévanse casas de formación inicial comunes entre varios monasterios.
Art. 4 §1. Considerando que la oración es el corazón de la vida
contemplativa, que cada monasterio verifique el ritmo de la propia
jornada para evaluar si el Señor es su centro.
§2. Se evaluarán las celebraciones comunitarias, preguntándose si son
realmente un encuentro vivo con el Señor.
Art. 5 §1. Por la importancia que la lectio divina reviste,
que cada monasterio establezca tiempos y modalidades oportunos para esta
exigencia de lectura/escucha, ruminatio, oración, contemplación
y puesta en común de las Sagradas Escrituras.
§2. Considerando que el compartir la experiencia transformante de la
Palabra con los sacerdotes, los diáconos, los demás consagrados y los
laicos es expresión de verdadera comunión eclesial, cada monasterio verá
cuáles pueden ser las modalidades de esta irradiación espiritual ad extra.
Art. 6 §1. En la elaboración del proyecto comunitario y fraterno,
además de la preparación con esmero de la celebración eucarística, que
cada monasterio prevea tiempos convenientes de adoración eucarística,
ofreciendo también a los fieles de la Iglesia local la posibilidad de
participar en ellos.
§2. Cuídese en particular la elección de capellanes, confesores y
directores espirituales, considerando la especificidad del carisma
propio y las exigencias de la vida fraterna en comunidad.
Art. 7 §1. Quienes son llamadas a ejercer el ministerio de la
autoridad, además de cuidar de su propia formación, sean guiadas por un
real espíritu de fraternidad y de servicio, para favorecer un clima
gozoso de libertad y de responsabilidad para promover el discernimiento
personal y comunitario y la comunicación en la verdad de lo que se hace,
se piensa y se siente.
§2. El proyecto comunitario acoja con agrado y aliente el intercambio
de dones humanos y espirituales de cada hermana, para el mutuo
enriquecimiento y el progreso de la fraternidad.
Art. 8 §1. A la autonomía jurídica ha de corresponder una real
autonomía de vida, lo cual significa: un número aunque mínimo de
hermanas, siempre que la mayoría no sea de avanzada edad; la necesaria
vitalidad a la hora de vivir y transmitir el carisma; la capacidad real
de formación y de gobierno; la dignidad y la calidad de la vida
litúrgica, fraterna y espiritual; el significado y la inserción en la
Iglesia local; la posibilidad de subsistencia; una conveniente
estructura del edificio monástico. Estos criterios han de considerarse
en su globalidad y en una visión de conjunto.
§2. Cuando no subsistan los requisitos para una real autonomía de un
monasterio, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las
Sociedades de Vida Apostólica estudiará la oportunidad de constituir una
comisión ad hoc formada por el Ordinario, por la Presidente de
la federación, por el Asistente federal y por la Abadesa o Priora del
monasterio. En todo caso, dicha intervención tenga como fin actuar un
proceso de acompañamiento para revitalizar el monasterio, o para
encaminarlo hacia el cierre.
§3. Este proceso podría prever también la afiliación a otro monasterio
o confiarlo a la Presidenta de la federación, si el monasterio es
federado, con su Consejo. En todo caso, la decisión última correspondea
la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades
de Vida Apostólica.
Art. 9 §1. En principio, todos los monasterios han de formar parte de
una federación. Si por razones especiales un monasterio no pudiera ser
federado, con el voto del capítulo, pídase permiso a la Santa Sede, a la
que corresponde realizar el oportuno discernimiento, para consentir al
monasterio no pertenecer a una federación.
§2. Las federaciones podrán configurarse no tanto y no sólo según un
criterio geográfico, sino de afinidades de espíritu y tradiciones. Las
modalidades al respecto serán indicadas por la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
§3. Se garantizará, asimismo, la ayuda en la formación y en las
necesidades concretas por medio de intercambios de monjas y la puesta en
común de bienes materiales, según como disponga la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que
además establecerá las competencias de la Presidente y del Consejo de
Federación.
§4. Se favorecerá la asociación, también jurídica, de los monasterios
con la Orden masculina correspondiente. Se favorecerán también las
Confederaciones y la constitución de Comisiones internacionales de
varias Órdenes, con estatutos aprobados por la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
Art. 10 §1. Tras un serio discernimiento, y respetando la propia
tradición y lo que exigen las Constituciones, cada monasterio pida a la
Santa Sede qué forma de clausura quiere abrazar, si es que pide una
forma diversa a la que tiene vigor.
§2. Una vez que se ha optado por una de las formas de clausura
previstas, y que esta haya sido aprobada, que cada monasterio se esmere
en seguirla y viva según lo que conlleva.
Art. 11 §1. Aunque algunas comunidades monásticas pueden tener rentas,
según el derecho propio, sin embargo no se eximan del deber de trabajar.
§2. Para las comunidades dedicadas a la contemplación, que el fruto del
trabajo no sea sólo para asegurar un sustento digno, sino que también y
en la medida de lo posible tenga como fin socorrer las necesidades de
los pobres y de los monasterios necesitados.
Art. 12. El ritmo cotidiano de cada monasterio prevea oportunos
momentos de silencio, para favorecer el clima de oración y de
contemplación.
Art. 13. Cada monasterio prevea en su proyecto comunitario los medios
idóneos por los que se expresa el compromiso ascético de la vida
monástica, para que sea más profética y creíble.
Disposición final
Art. 14 §1. La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y
las Sociedades de Vida Apostólica promulgará una nueva Instrucción sobre
las materias consideradas en el n.12, y lo hará según el espíritu y las
normas de esta Constitución Apostólica.
§2. Los artículos de las Constituciones o Reglas de cada uno de los
Institutos, una vez que se hayan adaptado a las nuevas disposiciones,
tendrán que someterse a la aprobación de la Santa Sede.
Dado en Roma junto a San Pedro, el día 29 de junio, solemnidad de
los Santos Pedro y Pablo, del año 2016, cuarto de mi pontificado.
Francisco