Declaración "Felices los que trabajan por la paz"
1. Como pastores del pueblo de
Dios -del que provenimos y al
que queremos servir- nos
dirigimos a todos los miembros
de la Iglesia y a los hombres y
mujeres de buena voluntad, para
compartir nuestra mirada sobre
un aspecto inquietante de la
realidad nacional. Constatamos
con dolor y preocupación que la
Argentina está enferma de
violencia. Algunos de los
síntomas son evidentes, otros
más sutiles, pero de una forma o
de otra todos nos sentimos
afectados. Queremos detenernos a
reflexionar sobre este drama
porque creemos que el amor vence
al odio y que nuestro pueblo
anhela la paz.
2. Son numerosas las formas de
violencia que la sociedad padece
a diario. Muchos viven con miedo
al entrar o salir de casa, o
temen dejarla sola, o están
intranquilos esperando el
regreso de los hijos de estudiar
o trabajar. Los hechos
delictivos no solamente han
aumentado en cantidad sino
también en agresividad. Una
violencia cada vez más feroz y
despiadada provoca lesiones
graves y llega en muchos casos
al homicidio. Es evidente la
incidencia de la droga en
algunas conductas violentas y en
el descontrol de los que
delinquen, en quienes se percibe
escasa y casi nula valoración de
la vida propia y ajena. La
reiteración de estas situaciones
alimenta en la población el
enojo y la indignación, que de
ninguna manera justifican
respuestas de venganza o de la
mal llamada “justicia por mano
propia”. La creciente ola de
delitos ha ganado espacio en los
diversos medios de comunicación,
que no siempre informan con
objetividad y respeto a la
privacidad y al dolor. Con
frecuencia en nuestro país se
promueve una dialéctica que
alienta las divisiones y la
agresividad.
3. No se puede
responsabilizar y estigmatizar a
los pobres por ser tales. Ellos
sufren de manera particular la
violencia y son víctimas de
robos y asesinatos, aunque no
aparezcan de modo destacado en
las noticias. Conviene ampliar
la mirada y reconocer que
también son violencia las
situaciones de exclusión social,
de privación de oportunidades,
de hambre y de marginación, de
precariedad laboral, de
empobrecimiento estructural de
muchos, que contrasta con la
insultante ostentación de
riqueza de parte de otros. A
estos escenarios violentos
corremos el riesgo de
habituarnos sin que nos duela el
sufrimiento de los hermanos.
Todo lo que atenta contra la
dignidad de la vida humana es
violación al proyecto de amor de
Dios: la desnutrición infantil,
gente durmiendo en la calle,
hacinamiento y abuso, violencia
doméstica, abandono del sistema
educativo, peleas entre
“barrabravas” a veces ligadas a
dirigentes políticos y sociales,
niños limpiando parabrisas de
los autos, migrantes no acogidos
e, incluso, la destrucción de la
naturaleza. Hemos endurecido el
corazón incorporando estas
desgracias como parte de la
normalidad de la vida social,
acostumbrándonos a la injusticia
y relativizando el bien y el
mal. Es creciente la tendencia
al individualismo y egoísmo, de
los cuales despertamos
sobresaltados cuando el delito
nos afecta o toca cerca. El Papa
Francisco señala que “se ha
desarrollado una globalización
de la indiferencia...” (Evangelii
Gaudium 54).
4. Pero no nos ayuda culpar a
los demás. Para lograr una
sociedad en paz cada uno está
llamado a sanar sus propias
violencias. Es necesario
reconocer las diversas crisis
por las que atraviesa la
familia, que es la primera
escuela de paz. En ella
aprendemos la buena noticia del
amor humano y la alegría de
convivir. Muchos niños y
adolescentes crecen solos y en
la calle provocando el
debilitamiento de los vínculos
sociales. Esto también repercute
en la escuela. Episodios de
violencia escolar se desarrollan
ante la mirada pasiva de algunos
hasta que es demasiado tarde.
Muchos jóvenes ni estudian ni
trabajan, quedando expuestos a
diversas formas de violencia.
5. La corrupción, tanto
pública como privada, es un
verdadero “cáncer social” (EG
60), causante de injusticia y
muerte. Desviar dineros que
deberían destinarse al bien del
pueblo provoca ineficiencia en
servicios elementales de salud,
educación, transporte. Estos
delitos habitualmente prescriben
o su persecución penal es
abandonada, garantizando y
afianzando la impunidad. Son
estafas económicas y morales que
corroen la confianza del pueblo
en las instituciones de la
República, y sientan las bases
de un estilo de vida
caracterizado por la falta de
respeto a la ley. A ello se
agregan mafias del crimen
organizado sin freno dedicadas a
la trata de personas para la
esclavitud laboral o sexual, el
tráfico de drogas y armas, los
desarmaderos de autos robados,
etc.
6. Para construir una
sociedad saludable es
imprescindible un compromiso de
todos en el respeto de la ley.
Desde las reglas más importantes
establecidas en la Constitución
Nacional, hasta las leyes de
tránsito y las normas que rigen
los aspectos más cotidianos de
la vida. Sólo si las leyes
justas son respetadas, y quienes
las violan son sancionados,
podremos reconstruir los lazos
sociales dañados por el delito,
la impunidad y la falta de
ejemplaridad de quienes tenemos
alguna autoridad. La obediencia
a la ley es algo virtuoso y
deseable, que ennoblece y
dignifica a la persona. Esto
vale también para los reclamos
por nuestros derechos, que deben
ser firmes pero pacíficos, sin
amenazas ni restricciones
injustas a los derechos de los
demás. Frente al delito,
deseamos ver jueces y fiscales
que actúen con diligencia, que
tengan los medios para cumplir
su función, y que gocen de la
independencia, la estabilidad y
la tranquilidad necesarias. La
lentitud de la Justicia
deteriora la confianza de los
ciudadanos en su eficacia.
Algunos profesionales suelen
utilizar de modo inescrupuloso
artilugios legales para burlar o
esquivar la justicia: también
esto es inmoral.
7. La cárcel genera en la
sociedad la falsa ilusión de
encerrar el mal, pero ofrece
pocos resultados. El sistema
carcelario debe cumplir su
función sin violar los derechos
fundamentales de todos los
presos, cuidando su salud,
promoviendo su reeducación y
recuperación. Nos duele y
preocupa que casi la mitad de
los presos no tenga sentencia.
La mayoría de ellos son jóvenes
pobres y sin posibilidades para
contratar abogados que defiendan
sus causas. Ningún delito
justifica el maltrato o la falta
de respeto a la dignidad de los
detenidos. Gracias a Dios
algunos cumplen la palabra de
Jesús: “Estuve preso y me
visitaron” (Mt 25,36).
8. Nos estamos acostumbrando
a la violencia verbal, a las
calumnias y a la mentira, que
“socava la confianza entre los
hombres y rompe el tejido de las
relaciones sociales” (Catecismo
de la Iglesia Católica, 2486).
Urge en la Argentina recuperar
el compromiso con la verdad, en
todas sus dimensiones. Sin ese
paso estamos condenados al
desencuentro y a una falsa
apariencia de diálogo.
9. Estos síntomas son graves.
Sin embargo, en el cuerpo de
nuestra sociedad se encuentran
también los recursos para
afrontar el paciente camino de
la recuperación. Todos estamos
involucrados en primera persona.
Destacamos, ante todo, el
profundo anhelo de paz que sigue
animando el compromiso de tantos
ciudadanos. No hay aquí
distinción entre creyentes y
quienes no lo son. Todos estamos
llamados a la tarea de educarnos
para la paz.
10. Nosotros creemos que Dios
es “fuente de toda razón y
justicia” y que los peores males
brotan del propio corazón
humano. El vínculo de amor con
Jesús vivo cura nuestra
violencia más profunda y es el
camino para avanzar en la
amistad social y en la cultura
del encuentro. A esto se refiere
el Papa Francisco cuando nos
invita a “cuidarnos unos a
otros”. Jesús nos enseñó que
“Dios hace salir el sol sobre
buenos y malos y hace llover
sobre justos e injustos” (Mt 5,
45). No hay persona que esté
fuera de su corazón. En su
proyecto de amor la humanidad
entera está llamada a la
plenitud. No hay una vida que
valga más y otras menos: la del
niño y el adulto, varón o mujer,
trabajador o empresario, rico o
pobre. Toda vida debe ser
cuidada y ayudada en su
desarrollo desde la concepción
hasta la muerte natural, en
todas sus etapas y dimensiones.
Jesús es nuestra Paz, en él
encontramos Vida y Vida
abundante. A Él volvemos nuestra
mirada y en Él ponemos nuestra
esperanza para renovar nuestro
compromiso en favor de la vida,
la paz y la salud integral de
nuestra querida Patria. Jesús
nos dice: “Felices los que
trabajan por la paz…” (Mt 5,9).
Muchos ya lo están haciendo. Hay
destacables iniciativas en
escuelas, parroquias, clubes,
talleres artísticos y otras
organizaciones de la sociedad.
Los alentamos a seguir siendo
instrumentos de paz. Exhortamos
particularmente a la dirigencia
a desarrollar un diálogo que
genere consensos y políticas de
estado para superar la situación
actual.
11. La Virgen de Luján,
presente en el corazón creyente
de tantos argentinos y
argentinas, nos anima y acompaña
en nuestro empeño “…porque cada
vez que miramos a María volvemos
a creer en lo revolucionario de
la ternura y del cariño. En ella
vemos que la humildad y la
ternura no son virtudes de los
débiles sino de los fuertes, que
no necesitan maltratar a otros
para sentirse importantes…” (EG
288)
Los obispos argentinos
Pilar - 107 Asamblea plenaria
8 de mayo de 2014, Solemnidad de
Nuestra Señora de Luján.