MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
Iº de enero de 1980
LA VERDAD, FUERZA DE LA PAZ
¡A todos vosotros, los que queréis afianzar la paz en la tierra!
¡A vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad!
¡A vosotros, ciudadanos y dirigentes de los pueblos!
¡A vosotros, jóvenes de todos los países!
A todos vosotros dirijo mi mensaje, invitándoos
a celebrar la XIII Jornada Mundial de la Paz con un
decidido esfuerzo de pensamiento y
de acción, que venga a consolidar desde dentro el edificio
inestable y continuamente amenazado de la paz, restituyéndole su
contenido de verdad. ¡La verdad, fuerza de la paz! Unamos
nuestros esfuerzos para asegurar la paz, haciendo una llamada a
los recursos de la paz misma y en primer lugar a la verdad, que
es la fuerza pacífica y poderosa de la paz por excelencia, dado
que ella se comunica por su propia irradiación fuera de toda
coacción.
Un diagnóstico: la «no-verdad» sirve a la causa de la guerra
1. Si es verdad —y nadie lo pone en duda—
que la verdad sirve a la causa de la paz, es también
indiscutible que la «no-verdad» camina a la par con la causa de
la violencia y la guerra.
Por «no-verdad» hay que entender todas las formas y todos los
niveles de ausencia, de rechazo, de menosprecio de la verdad:
mentira propiamente dicha, información parcial y deformada,
propaganda sectaria, manipulación de los medios de comunicación,
etc.
¿Es necesario mencionar aquí todas las
diferentes formas bajo las que se presenta esta «no-verdad»?
Baste solamente indicar unos ejemplos. Porque, si una inquietud
legítima se abre paso ante la proliferación de la violencia en
la vida social, nacional e internacional, y ante las amenazas
manifiestas contra la paz, la opinión pública es a menudo menos
sensible a todas las formas de «no-verdad» que están en la base
de la violencia y le preparan un terreno propicio.
La violencia se impregna de mentira y tiene
necesidad de la mentira, procurando asegurarse una
respetabilidad en la opinión mundial, a través de
justificaciones totalmente extrañas a su propia naturaleza y,
por lo demás, frecuentemente contradictorias entre ellas mismas.
¿Qué decir de la práctica consistente en imponer a quienes no
comparten las mismas posiciones
—para mejor combatirlos o reducirlos al silencio—
la etiqueta de enemigos, atribuyéndoles intenciones hostiles y
estigmatizándolos como agresores a través de una propaganda
hábil y continua?
Otra forma de «no-verdad» se manifiesta en la
repulsa a reconocer y respetar los derechos objetivamente
legítimos e inalienables de los que rehúsan aceptar una
ideología particular o apelan a la libertad de pensamiento. El
rechazo «de la verdad» se pone en obra, cuando se atribuyen
intenciones de agresión a los que manifiestan claramente que su
única inquietud es la de protegerse
y defenderse contra las amenazas
reales que por desgracia existen siempre tanto en el interior de
una nación como entre los pueblos.
Indignaciones selectivas, insinuaciones
pérfidas, manipulación de las informaciones, descrédito
sistemáticamente lanzado sobre el adversario
—su
persona, sus intenciones y sus actos—,
chantaje e intimidación: he aquí el menosprecio de la verdad,
puesto en obra, para desarrollar un clima de incertidumbre,
dentro del cual se quiere coaccionar a las personas, a los
grupos, a los gobiernos, a las mismas instancias internacionales
a unos silencios resignados y cómplices, a compromisos parciales
y a reacciones irracionales: actitudes todas igualmente
susceptibles de favorecer el juego homicida de la violencia y
atacar la causa de la paz.
2. En la base de todas estas formas de
«no-verdad», alimentándolas y alimentándose de ellas, hay una
concepción errónea del hombre y de sus dinamismos constitutivos.
La primera mentira, la falsedad fundamental es la de no creer en
el hombre, en el hombre con todo su potencial de grandeza, y
además en su necesidad de redención del mal y del pecado que
está en él.
Derivada de ideologías diversas, con frecuencia
opuestas entre sí, se difunde la idea de que el hombre y la
humanidad entera realizan su progreso sobre todo por la lucha
violenta. Se ha creído poder verificarla en la historia. Se han
hecho esfuerzos por convertirla en teoría. Progresivamente se ha
llegado a la costumbre de analizar todo, tanto en la vida social
como en la internacional, en términos exclusivos de relaciones
de fuerza y consiguientemente de organizarse para imponer sus
intereses. Ciertamente, esta tendencia ampliamente difundida de
recurrir a la prueba de fuerza para hacer justicia está a veces
contenida por treguas tácticas o estratégicas. Pero, mientras se
deje flotar la amenaza, mientras se sostengan selectivamente
ciertas violencias favorables a intereses e ideologías, mientras
se mantenga la afirmación de que el progreso de la justicia es
en último análisis un resultado de la lucha violenta, los
matices, los frenos y las selecciones cederán periódicamente a
la lógica simple y brutal de la violencia, que puede llegar
hasta la exaltación suicida de la violencia por la violencia.
La paz tiene necesidad de sinceridad y verdad
3. En medio de tal confusión de espíritus,
construir la paz con las obras de la paz es difícil y exige la
restauración de la verdad, si no se quiere que los individuos,
los grupos y las naciones se pongan a dudar de la paz y permitan
nuevas violencias.
Restaurar la verdad, es ante todo llamar por su
nombre los actos de violencia bajo todas sus formas. Hay que
llamar al homicidio por su nombre: el homicidio es un homicidio
y las motivaciones políticas o ideológicas, lejos de cambiar su
naturaleza, pierden por el contrario su dignidad propia. Hay que
llamar por su nombre a las matanzas de hombres y mujeres,
cualquiera que sea su pertenencia étnica, su edad y condición.
Hay que llamar por su nombre a la tortura y, con los términos
apropiados, a todas las formas de opresión y explotación del
hombre por el hombre, del hombre por el estado, y de un pueblo
por otro pueblo. Hay que hacerlo no para aquietar la conciencia
con ruidosas denuncias que amalgaman todo
—no se
llama entonces a las cosas por su nombre—
ni para estigmatizar y condenar a las personas y los pueblos,
sino para ayudar al cambio de actitudes y de mentalidades, y
para dar a la paz su oportunidad.
4. Promover la verdad como fuerza de la paz, es
emprender un esfuerzo constante para no utilizar nosotros
mismos, aunque fuese para el bien, las armas de la mentira. La
mentira puede deslizarse solapadamente en todas partes. Para
mantener establemente la sinceridad, la verdad con nosotros
mismos, hace falta un esfuerzo paciente, decidido, para buscar y
encontrar la verdad superior y universal acerca del hombre, a la
luz de la cual podremos valorar las diversas situaciones, y a la
luz de la cual nos juzgaremos en primer lugar a nosotros mismos
y nuestra propia sinceridad. Es imposible instalarse en la duda,
la sospecha, el relativismo escéptico sin deslizarse rápidamente
en la insinceridad y en la mentira. La paz, he dicho más arriba,
está amenazada, cuando reina la incertidumbre, la duda y la
sospecha, y la violencia sale ganando. ¿Queremos verdaderamente
la paz? Entonces tenemos que ahondar bastante más en nosotros
mismos para encontrar las zonas donde, más allá de las
divisiones que constatamos en nosotros y entre nosotros, podamos
reforzar la convicción de que los dinamismos constitutivos del
hombre, el reconocimiento de su verdadera naturaleza, le llevan
al encuentro, al respeto mutuo, a la fraternidad y a la paz.
Esta laboriosa búsqueda de la verdad objetiva y universal sobre
el hombre, creará, con su acción y sus resultados, hombres de
paz y diálogo, a la vez fuertes y humildes con una verdad, a la
que se darán cuenta de deber servir, y no servirse de ella para
intereses de parte.
La verdad ilumina los caminos de la paz
5. Uno de los engaños de la violencia consiste en tratar,
—para justificación propia—
de desacreditar sistemática y radicalmente al adversario, sus
actuaciones y las estructuras socio-ideológicas en las que se
mueve y piensa. El hombre de paz sabe reconocer la parte de
verdad que hay en toda obra humana y, más todavía, las
posibilidades de verdad que abrigan en lo profundo de todo
hombre.
No es que el deseo de paz le haga cerrar los
ojos ante las tensiones, las injusticias y las luchas que forman
parte de nuestro mundo. El las mira de frente. Las llama por su
nombre, por respeto a la verdad. Más aún, anclado profundamente
en las cosas de la paz, el hombre no puede menos de ser todavía
más sensible a todo lo que contradice a la paz. Esto le mueve a
investigar valientemente las causas reales del mal y de la
injusticia, para buscarles remedios apropiados. La verdad es
fuerza de paz porque percibe, por una especie de connaturalidad,
los elementos de verdad que hay en el otro y que ella trata de
alcanzar.
6. La verdad no permite desesperar del
adversario. El hombre de paz, que ella inspira, no reduce al
adversario al error en el que lo ve sucumbir, al contrario, él
reduce el error a sus verdaderas proporciones y recurre a la
razón, al corazón y a la conciencia del hombre, para ayudarle a
reconocer y a acoger la verdad. Esto da a la denuncia de las
injusticias una tonalidad específica: esta denuncia no siempre
puede impedir que los responsables de las injusticias se
endurezcan ante la verdad claramente manifestada, pero, al
menos, ésta no provoca
sistemáticamente tal endurecimiento, cuyas víctimas pagan a
menudo las consecuencias. Uno de los grandes engaños que
corrompen las relaciones entre individuos y grupos consiste,
para mejor estigmatizar el error del adversario, en
desprestigiar todos los aspectos, incluso justos y buenos, de su
actuación. La verdad va por otros caminos y así conserva todas
sus posibilidades a la paz.
7. Y sobre todo, la verdad permite aún más no
desesperar de las víctimas de la injusticia; no permite
conducirlas a la desesperación de la resignación o de la
violencia. Induce a apostar por las fuerzas de la paz que
abrigan los hombres o los pueblos que sufren. Cree que,
consolidándolas en la conciencia de su dignidad y de sus
derechos imprescriptibles, ella los fortalece para someter las
fuerzas de opresión a presiones eficaces de transformación, más
eficaces que los focos de violencia generalmente sin mañana, a
no ser un mañana de mayores sufrimientos. Con esta convicción,
no ceso de proclamar la dignidad y los derechos de la persona.
Por otra parte, como lo escribí en mi encíclica Redemptor
Hominis, la lógica de la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre y la misma institución de la Organización de
las Naciones Unidas, apunta también «a crear una base para una
continua revisión de los programas, de los sistemas, de los
regímenes, precisamente desde este único punto de vista
fundamental que es el bien del hombre —digamos
de la persona en la comunidad...» (n. 17, § 4). El hombre de
paz, dado que vive de la verdad y de la sinceridad, es pues
lúcido ante las injusticias, las tensiones y los conflictos que
existen. Pero, en lugar de exacerbar
las frustraciones y las luchas, él
confía en las facultades superiores del hombre, en su razón y en
su corazón, para inventar unos caminos de paz que llevan a un
resultado verdaderamente humano y duradero.
La verdad fortalece los medios de la paz
8. Para pasar de una situación menos humana a
una situación más humana, tanto en la vida nacional como
internacional, el camino es largo y se avanza en él por etapas.
El hombre de paz lo sabe y lo dice; y encuentra en el esfuerzo
de verdad, que acabo de describir, las luces necesarias para
mantener su justa orientación. El hombre de violencia lo sabe
también, pero no lo dice y engaña a la opinión, dejando entrever
la perspectiva de una solución radical y rápida; instalándose
luego en su engaño para «explicar» las repetidas dilaciones de
la libertad y de la abundancia prometidas.
No hay paz sin una disponibilidad al diálogo
sincero y continuo. La verdad se realiza también en el diálogo:
ella fortalece pues ese medio indispensable de la paz. La verdad
no tiene miedo tampoco de los acuerdos honestos, porque lleva
consigo las luces que permiten empeñarse en ellos, sin
sacrificar convicciones y valores esenciales. La verdad aproxima
los espíritus; manifiesta lo que une ya a las partes antes
opuestas; hace retroceder las desconfianzas de ayer y prepara el
terreno para nuevos progresos en la justicia y en la
fraternidad, en la convivencia pacífica de todos los hombres.
En este contexto, yo no puedo silenciar el
problema de la carrera de los armamentos. La situación en que
vive la humanidad de nuestros días
parece incluir una contradicción trágica entre las múltiples y
fervientes declaraciones en favor de la paz por una parte y, por
otra, la no menos real pero vertiginosa escalada de los
armamentos. La existencia de la carrera a los armamentos puede
también hacer sospechar una sombra de mentira y de hipocresía en
ciertas afirmaciones de la voluntad de coexistencia pacífica.
Más aún, ¿no puede también justificar con frecuencia la simple
impresión de que tales afirmaciones sólo sirven para ocultar
intenciones contrarias?
9. No se puede sinceramente denunciar el recurso
a la violencia, si a la vez no se trabaja en favor de
iniciativas políticas valientes para eliminar las amenazas a la
paz, oponiéndose a las raíces de las injusticias. La verdad
profunda de la política es contradicha también, tanto cuando la
política se instala en la pasividad como cuando se endurece y
degenera en violencia. Hacer la verdad que fortalece la paz en
política, es tener el valor de descubrir a tiempo las
discrepancias latentes, de volver a abrir en tiempo oportuno los
informes acerca de problemas momentáneamente neutralizados con
unas leyes o acuerdos, que han servido para evitar su
exasperación. Hacer la verdad es también tener el valor de
prever el futuro: tomar en cuenta las aspiraciones nuevas
compatibles con el bien, que surgen en los individuos y en los
pueblos con el progreso de la cultura, a fin de adaptar las
instituciones nacionales e internacionales a la realidad de una
humanidad en marcha.
Un inmenso campo está pues abierto a los
responsables de los Estados y a las Instituciones
internacionales para construir un nuevo orden mundial más justo,
fundado sobre la verdad del hombre, basado sobre una justa
distribución tanto de las riquezas como de los poderes y de las
responsabilidades.
Sí, ésta es mi convicción: la verdad fortalece
la paz desde dentro, y un clima de sinceridad más grande permite
movilizar las energías humanas para la sola causa que es digna
de las mismas: el pleno respeto de la verdad sobre la naturaleza
y el destino del hombre, fuente de la verdadera paz en la
justicia y la amistad.
Para los cristianos: la verdad del Evangelio
10. Construir la paz es el quehacer de todos los
hombres y de todos los pueblos. Todos también, dado que están
dotados de corazón y de razón, y hechos a imagen de Dios, son
capaces del esfuerzo de verdad y de sinceridad que consolida la
paz. En esta tarea común, invito a los cristianos a dar su
contribución específica del Evangelio, que lleva a las fuentes
últimas de la verdad, al Verbo de Dios Encarnado.
El Evangelio da un relieve especial al lazo que
existe entre la mentira y la violencia homicida, en estas
palabras de Cristo: «Ahora buscáis quitarme la vida, a mí, un
hombre que os ha hablado la verdad que oyó de Dios ... Vosotros
hacéis las obras de vuestro padre ..., vosotros tenéis por padre
al diablo, y quéréis hacer los deseos de vuestro padre. El es
homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque
la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de lo
suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira»
(Jn 8, 40. 41. 44). Por esto
yo pude decir con tanto convencimiento en Drogheda, en Irlanda,
lo que repito ahora: «La violencia es una mentira, porque va en
contra de la verdad de nuestra fe, de la verdad de nuestra
humanidad ... No confiéis en la violencia. No apoyéis la
violencia. No es éste el camino cristiano. No es éste el camino
de la Iglesia católica. Creed en la paz, en el perdón y en el
amor: éstos son de Cristo» (nn. 9-10).
Sí, el Evangelio de Cristo es un Evangelio de
paz: «Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados
hijos de Dios» (Mt 5, 9). Y la fuerza de la paz
evangélica es la verdad. Jesús revela al hombre su verdad plena;
lo restaura en su verdad, reconciliándolo con Dios, consigo
mismo y con los otros. La verdad es la fuerza de la paz, porque
revela y realiza la unidad del hombre con Dios, con él mismo,
con los demás. La verdad que consolida la paz y que construye la
paz, incluye constitutivamente el perdón y la reconciliación.
Rechazar el perdón y la reconciliación, significa engañarnos y
entrar en la lógica homicida de la mentira.
Llamada final
11. Sé que todo hombre de buena voluntad puede
comprender todo esto en su experiencia personal, cuando escucha
la voz profunda de su corazón. He ahí por qué os invito a todos,
a todos los que queréis afianzar la paz, devolviéndole su
contenido de verdad que disipa todas las mentiras; entrad en el
esfuerzo de reflexión y acción que os propongo para esta XIII
Jornada Mundial de la Paz, interrogándoos acerca de vuestra
disponibilidad al perdón y a la reconciliación y haciendo, en el
campo de vuestra responsabilidad familiar, social y política,
gestos de perdón y de reconciliación. Haréis la verdad y la
verdad os hará libres. La verdad producirá luces y energías
insospechadas para dar una nueva oportunidad a la paz en el
mundo.
Vaticano, 8 de diciembre de 1979.
JOANNES PAULUS PP. II