1. En la primera Encíclica, Redemptor hominis, que dirigí hace
casi veinte años a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, ya
puse de relieve la importancia del respeto de los derechos humanos. La
paz florece cuando se observan íntegramente estos derechos, mientras que
la guerra nace de su transgresión y se convierte, a su vez, en causa de
ulteriores violaciones aún más graves de los mismos.(1)
A las puertas de un nuevo año, el último antes del Gran Jubileo,
quisiera detenerme una vez más sobre este tema de capital importancia
con todos vosotros, hombres y mujeres de todas las partes del mundo, con
vosotros, responsables políticos y guías religiosos de los pueblos, con
vosotros, que amáis la paz y queréis consolidarla en el mundo.
Esta es la convicción que, con vistas a la Jornada Mundial de la Paz,
deseo compartir con vosotros: cuando la promoción de la dignidad de la
persona es el principio conductor que nos inspira, cuando la búsqueda
del bien común es el compromiso predominante, entonces es cuando se
ponen fundamentos sólidos y duraderos a la edificación de la paz. Por el
contrario, si se ignoran o desprecian los derechos humanos, o la
búsqueda de intereses particulares prevalece injustamente sobre el bien
común, se siembran inevitablemente los gérmenes de la inestabilidad, la
rebelión y la violencia.
Respeto de la dignidad humana patrimonio de la humanidad
2. La dignidad de la persona humana es un valor transcendente,
reconocido siempre como tal por cuantos buscan sinceramente la verdad.
En realidad, la historia entera de la humanidad se debe interpretar a la
luz de esta convicción. Toda persona, creada a imagen y semejanza de
Dios (cf. Gn 1, 26-28), y por tanto radicalmente orientada a su
Creador, está en relación constante con los que tienen su misma
dignidad. Por eso, allí donde los derechos y deberes se corresponden y
refuerzan mutuamente, la promoción del bien del individuo se armoniza
con el servicio al bien común.
La historia contemporánea ha puesto de relieve de manera trágica el
peligro que comporta el olvido de la verdad sobre la persona humana.
Están a la vista los frutos de ideologías como el marxismo, el nazismo y
el fascismo, así como también los mitos de la superioridad racial, del
nacionalismo y del particularismo étnico. No menos perniciosos, aunque
no siempre tan vistosos, son los efectos del consumismo materialista, en
el cual la exaltación del individuo y la satisfacción egocéntrica de las
aspiraciones personales se convierten en el objetivo último de la vida.
En esta perspectiva, las repercusiones negativas sobre los demás son
consideradas del todo irrelevantes. Es preciso reafirmar, sin embargo,
que ninguna ofensa a la dignidad humana puede ser ignorada, cualquiera
que sea su origen, su modalidad o el lugar en que sucede.
Universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos
3. En 1998 se ha cumplido el 50° aniversario de la adopción de la «
Declaración Universal de los Derechos Humanos ». Ésta fue
deliberadamente vinculada a Carta de las Naciones Unidas, con la que
comparte una misma inspiración. La Declaración tiene como premisa básica
la afirmación de que el reconocimiento de la dignidad innata de todos
los miembros de la familia humana, así como la igualdad e
inalienabilidad de sus derechos, es el fundamento de la libertad, de la
justicia y de la paz en el mundo.(2) Todos los documentos
internacionales sucesivos sobre los Derechos Humanos reiteran esta
verdad, reconociendo y afirmando que derivan de la dignidad y del valor
inherentes a la persona humana.(3)
La Declaración Universal es muy clara: reconoce los derechos que
proclama, no los otorga; en efecto, éstos son inherentes a la persona
humana y a su dignidad. De aquí se desprende que nadie puede privar
legítimamente de estos derechos a uno sólo de sus semejantes, sea quien
sea, porque sería ir contra su propia naturaleza. Todos los seres
humanos, sin excepción, son iguales en dignidad. Por la misma razón,
tales derechos se refieren a todas las fases de la vida y en cualquier
contexto político, social, económico o cultural. Son un conjunto
unitario, orientado decididamente a la promoción de cada uno de los
aspectos del bien de la persona y de la sociedad.
Los derechos humanos son agrupados tradicionalmente en dos grandes
categorías que incluyen, por una parte, los derechos civiles y políticos
y, por otra, los económicos, sociales y culturales. Ambas categorías
están garantizadas, si bien en grado diverso, por acuerdos
internacionales; en efecto, los derechos humanos están estrechamente
entrelazados unos con otros, siendo expresión de aspectos diversos del
único sujeto, que es la persona. La promoción integral de todas las
categorías de los derechos humanos es la verdadera garantía del pleno
respeto por cada uno de los derechos.
La defensa de la universalidad y de la indivisibilidad de los
derechos humanos es esencial para la construcción de una sociedad
pacífica y para el desarrollo integral de individuos, pueblos y
naciones. La afirmación de esta universalidad e indivisibilidad no
excluye, en efecto, diferencias legítimas de índole cultural y política
en la actuación de cada uno de los derechos, siempre que, en cualquier
caso, se respeten los términos fijados por la Declaración Universal para
toda la humanidad.
Teniendo muy presentes estos presupuestos fundamentales, quisiera
ahora resaltar algunos derechos específicos, que hoy parecen estar
particularmente expuestos a violaciones más o menos manifiestas.
El derecho a la vida
4. Entre ellos, el primero es el fundamental derecho a la vida. La
vida humana es sagrada e inviolable desde su concepción hasta su término
natural. « No matar » es el mandamiento divino que señala el límite
extremo, que nunca es lícito traspasar. « La eliminación directa y
voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral ».(4)
El derecho a la vida es inviolable. Esto implica una opción positiva,
una opción por la vida. El desarrollo de una cultura orientada en este
sentido se extiende a todas las circunstancias de la existencia y
asegura la promoción de la dignidad humana en cualquier situación. Una
auténtica cultura de la vida, al mismo tiempo que garantiza el derecho a
venir al mundo a quien aún no ha nacido, protege también a los recién
nacidos, particularmente a las niñas, del crimen del infanticidio.
Asegura igualmente a los minusválidos el desarrollo de sus posibilidades
y la debida atención a los enfermos y ancianos. Un reto que suscita
profundas inquietudes proviene de los recientes descubrimientos en el
campo de la ingeniería genética. Para que la investigación científica en
dicho ámbito esté al servicio de la persona, es preciso que esté
acompañada en cada fase por una atenta reflexión ética, que inspire
adecuadas normas jurídicas para salvaguardar la integridad de la vida
humana. Jamás la vida puede ser degradada a objeto.
Optar por la vida comporta el rechazo de toda forma de violencia. La
violencia de la pobreza y del hambre, que aflige a tantos seres humanos;
la de los conflictos armados; la de la difusión criminal de las drogas y
el tráfico de armas; la de los daños insensatos al ambiente natural.(5)
El derecho a la vida debe ser promovido y tutelado en cualquier
circunstancia con oportunas garantías legales y políticas, puesto que
ninguna ofensa contra el derecho a la vida, contra la dignidad de cada
persona, es irrelevante.
La libertad religiosa, centro de los derechos humanos
5. La religión expresa las aspiraciones más profundas de la persona
humana, determina su visión del mundo y orienta su relación con los
demás. En el fondo, ofrece la respuesta a la cuestión sobre el verdadero
sentido de la existencia, tanto en el ámbito personal como social. La
libertad religiosa, por tanto, es como el corazón mismo de los derechos
humanos. Es inviolable hasta el punto de exigir que se reconozca a la
persona incluso la libertad de cambiar de religión, si así lo pide su
conciencia. En efecto, cada uno debe seguir la propia conciencia en
cualquier circunstancia y no puede ser obligado a obrar en contra de
ella.(6) Precisamente por eso, nadie puede ser obligado a aceptar por la
fuerza una determinada religión, sean cuales fueran las circunstancias o
los motivos.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce que el
derecho a la libertad religiosa incluye el derecho a manifestar las
propias creencias, tanto individualmente como con otros, en público o en
privado.(7) A pesar de ello, existen aún hoy lugares en los que el
derecho a reunirse por motivos de culto, o no es reconocido o está
limitado a los miembros de una sola religión. Esta grave violación de
uno de los derechos fundamentales de la persona es causa de enormes
sufrimientos para los creyentes. Cuando un Estado concede un estatuto
especial a una religión, esto no puede hacerse en detrimento de las
otras. Sin embargo, es notorio que hay naciones en las que individuos,
familias y grupos enteros siguen siendo discriminados y marginados a
causa de su credo religioso.
Tampoco se debe pasar por alto otro problema indirectamente
relacionado con la libertad religiosa. A veces se crean entre
comunidades o pueblos de diferentes convicciones y culturas religiosas
tensiones crecientes que, por la pasión suscitada, terminan por
transformarse en conflictos violentos. El recurso a la violencia en
nombre del propio credo religioso es una deformación de las enseñanzas
mismas de las principales religiones. Como han repetido tantas veces
diversos exponentes religiosos, también yo reitero que el uso de la
violencia no puede tener nunca una fundada justificación religiosa, y
tampoco promueve el auge del auténtico sentimiento religioso.
El derecho a participar
6. Cada ciudadano tiene el derecho a participar en la vida de la
propia comunidad. Esta es una convicción generalmente compartida hoy en
día. No obstante, este derecho se desvanece cuando el proceso
democrático pierde su eficacia a causa del favoritismo y los fenómenos
de corrupción, los cuales no solamente impiden la legítima participación
en la gestión del poder, sino que obstaculizan el acceso mismo a un
disfrute equitativo de los bienes y servicios comunes. Incluso las
elecciones pueden ser manipuladas con el fin de asegurar la victoria de
ciertos partidos o personas. Se trata de una ofensa a la democracia que
comporta consecuencias muy serias, puesto que los ciudadanos, además del
derecho, tienen también la responsabilidad de participar; cuando se les
impide esto, pierden la esperanza de poder intervenir eficazmente y se
abandonan a una actitud de indiferencia pasiva. De este modo, se hace
prácticamente imposible el desarrollo de un sano sistema democrático.
Recientemente se han adoptado diversas medidas para asegurar
elecciones legítimas en Estados que intentan pasar con dificultad de una
forma de totalitarismo a un régimen democrático. Sin embargo, aún siendo
útiles y eficaces en situaciones de emergencia, tales iniciativas no
eximen del esfuerzo que comporta la creación en los ciudadanos de una
plataforma de convicciones compartidas, con las cuales se evite
definitivamente la manipulación del proceso democrático.
En el ámbito de la comunidad internacional, las naciones y los
pueblos tienen derecho a participar en las decisiones que con frecuencia
modifican profundamente su modo de vivir. El carácter técnico de ciertos
problemas económicos provoca la tendencia a limitar su discusión a
círculos restringidos, con el consiguiente peligro de concentración del
poder político y financiero en un número limitado de gobiernos o grupos
de interés. La búsqueda del bien común nacional e internacional exige
poner en práctica, también en el campo económico, el derecho de todos a
participar en las decisiones que les conciernen.
Una forma particularmente grave de discriminación
7. Una de las formas más dramáticas de discriminación consiste en
negar a grupos étnicos y minorías nacionales el derecho fundamental a
existir como tales. Esto ocurre cuando se intenta su supresión o
deportación, o también cuando se pretende debilitar su identidad étnica
hasta hacerlos irreconocibles. ¿Se puede permanecer en silencio ante
crímenes tan graves contra la humanidad? Ningún esfuerzo ha de ser
considerado excesivo cuando se trata de poner término a semejantes
aberraciones, indignas de la persona humana.
Un signo positivo de la creciente voluntad de los Estados de
reconocer la propia responsabilidad en la protección de las víctimas de
tales crímenes y en el compromiso por prevenirlos, es la reciente
iniciativa de una Conferencia Diplomática de las Naciones Unidas, que,
con una deliberación específica, ha aprobado los Estatutos de una Corte
Penal Internacional, destinada a determinar las culpas y castigar a los
responsables de los crímenes de genocidio, crímenes contra la humanidad,
crímenes de guerra y de agresión. Esta nueva institución, si se
constituye sobre buenas bases jurídicas, podría contribuir
progresivamente a asegurar a escala mundial una tutela eficaz de los
derechos humanos.
Derecho a la propia realización
8. Todo ser humano posee capacidades innatas que han de ser
desarrolladas. De ello depende la plena realización de su personalidad y
también su conveniente inserción en el contexto social del propio
ambiente. Por eso es necesario, ante todo, proveer a la educación
apropiada de quienes comienzan la aventura de la vida, pues de ello
depende su éxito futuro.
Desde este punto de vista, ¿cómo no preocuparse al ver que, en
algunas de las regiones más pobres del mundo, las oportunidades de
formación, especialmente por lo que se refiere a la instrucción
primaria, están en realidad disminuyendo? Esto se debe a veces a la
situación económica del país, que no permite retribuir convenientemente
a los profesores. En otros casos, parece haber dinero disponible para
proyectos de prestigio o para la educación secundaria, pero no para la
primaria. Cuando se limitan las oportunidades formativas, especialmente
para las niñas, se predisponen estructuras de discriminación que pueden
influir sobre el desarrollo integral de la sociedad. El mundo acabaría
por estar dividido según un nuevo criterio: por una parte, Estados e
individuos dotados de tecnologías avanzadas y, por otra, países y
personas con conocimientos y aptitudes muy limitadas. Como es fácil
intuir, esto no haría más que reforzar las ya notables desigualdades
económicas existentes no sólo entre los Estados, sino incluso dentro de
ellos. La educación y la formación profesional deben estar en primera
línea, tanto en los planes de los países en vías de desarrollo como en
los programas de renovación urbana y rural de los pueblos económicamente
más avanzados.
Otro derecho fundamental, de cuya realización depende la consecución
de un digno nivel de vida, es el derecho al trabajo ¿Cómo se pueden
adquirir si no los alimentos, los vestidos, la casa, la asistencia
médica y tantas otras necesidades de la vida? Sin embargo, la falta de
trabajo representa hoy un grave problema: es incontable el número de
personas que en muchas partes del mundo están afectadas por el desolador
fenómeno del desempleo. Es necesario y urgente que todos, especialmente
los que tienen en sus manos los hilos del poder político o económico,
hagan todo lo posible para poner remedio a una situación tan penosa. Aún
siendo necesarias, no es posible limitarse a las intervenciones de
emergencia en caso de desempleo, enfermedad o circunstancias semejantes
que no dependen de la voluntad de cada sujeto,(8) sino que se ha de
trabajar para que los desocupados puedan asumir la responsabilidad de su
propia existencia, emancipándose de un régimen de asistencialismo
humillante.
Progreso global en solidaridad
9. La rápida carrera hacia la globalización de los sistemas
económicos y financieros, a su vez, hace más clara la urgencia de
establecer quién debe garantizar el bien común y global, y la
realización de los derechos económicos y sociales. El libre mercado de
por sí no puede hacerlo, ya que, en realidad, existen muchas necesidades
humanas que no tienen salida en el mercado. « Por encima de la lógica de
los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe
algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente
dignidad ».(9)
Los efectos de las recientes crisis económicas y financieras han
repercutido gravemente sobre muchas personas, reducidas a condiciones de
extrema pobreza. Muchas de ellas sólo desde hacía poco tiempo habían
alcanzado una situación que justificaba su esperanza alentadora de cara
al futuro. Sin ninguna responsabilidad por su parte, tales esperanzas se
han visto cruelmente truncadas, con consecuencias trágicas para ellos y
para sus hijos. Y ¿cómo ignorar los efectos de las fluctuaciones de los
mercados financieros? Es urgente una nueva visión de progreso global en
la solidaridad, que prevea un desarrollo integral y sostenible de la
sociedad, permitiendo a cada uno de sus miembros llevar a cabo sus
potencialidades.
En este contexto, dirijo una llamada apremiante a los que tienen la
responsabilidad a escala mundial de las relaciones económicas, para que
se interesen por la solución del problema acuciante de la deuda
internacional de las naciones más pobres. A este respecto, instituciones
financieras internacionales han tomado una iniciativa concreta digna de
aprecio. Dirijo mi llamada a todos los que están interesados en este
problema, especialmente a las naciones más ricas, para que den el apoyo
necesario que asegure el pleno éxito de esta iniciativa. Es preciso un
esfuerzo rápido y vigoroso que consienta al mayor número posible de
países, de cara al año 2000, salir de una situación ya insostenible. El
diálogo entre las instituciones competentes, si está animado por una
voluntad de entendimiento, conducirá —estoy seguro de ello— a una
solución satisfactoria y definitiva. De ese modo, será posible un
desarrollo duradero para las naciones más desfavorecidas, y el milenio
que tenemos delante será también para ellas un tiempo de esperanza
renovada.
Responsabilidad respecto al medio ambiente
10. Con la promoción de la dignidad humana se relaciona el derecho a
un medio ambiente sano, ya que éste pone de relieve el dinamismo de las
relaciones entre el individuo y la sociedad. Un conjunto de normas
internacionales, regionales y nacionales sobre el medio ambiente está
dando forma jurídica gradualmente a este derecho. Sin embargo, por sí
solas, las medidas jurídicas no son suficientes. El peligro de daños
graves a la tierra y al mar, al clima, a la flora y a la fauna, exige un
cambio profundo en el estilo de vida típico de la moderna sociedad de
consumo, particularmente en los países más ricos. No se debe
infravalorar otro riesgo, aunque sea menos drástico: empujados por la
necesidad, los que viven míseramente en las áreas rurales pueden llegar
a explotar por encima de sus límites la poca tierra de que disponen. Por
eso, se debe favorecer una formación específica que les enseñe cómo
armonizar el cultivo de la tierra con el respeto por el medio ambiente.
El presente y el futuro del mundo dependen de la salvaguardia de la
creación, porque hay una constante interacción entre la persona humana y
la naturaleza. El poner el bien del ser humano en el centro de la
atención por el medio ambiente es, en realidad, el modo más seguro para
salvaguardar la creación; de ese modo, en efecto, se estimula la
responsabilidad de cada uno en relación con los recursos naturales y su
uso racional.
El derecho a la paz
11. La promoción del derecho a la paz asegura en cierto modo el
respeto de todos los otros derechos porque favorece la construcción de
una sociedad en cuyo seno las relaciones de fuerza se sustituyen por
relaciones de colaboración con vistas al bien común. La situación actual
prueba sobradamente el fracaso del recurso a la violencia como medio
para resolver los problemas políticos y sociales. La guerra destruye, no
edifica; debilita las bases morales de la sociedad y crea ulteriores
divisiones y tensiones persistentes. No obstante, las noticias continúan
hablando de guerras y conflictos armados con un sinfín de víctimas.
¡Cuántas veces mis Predecesores y yo mismo hemos implorado el fin de
estos horrores! Continuaré haciéndolo hasta que se comprenda que la
guerra es el fracaso de todo auténtico humanismo.(10)
Gracias a Dios, son muchos los pasos que se han dado en algunas
regiones hacia la consolidación de la paz. Se debe reconocer el gran
mérito de aquellos políticos decididos que tienen el valor de continuar
las negociaciones incluso cuando la situación parece hacerlas
imposibles. Pero, a la vez, ¿cómo no denunciar las masacres que
continúan en otras partes, con la deportación de pueblos enteros de sus
tierras y la destrucción de casas y cultivos? Ante las víctimas ya
incontables, me dirijo a los responsables de las naciones y a los
hombres de buena voluntad para que acudan en auxilio de los que están
implicados en atroces conflictos, especialmente en Africa, tal vez
inspirados por intereses económicos externos, y les ayuden a poner fin a
los mismos. Un paso concreto en este sentido es seguramente la abolición
del tráfico de armas hacia los países en guerra y el apoyo a los
responsables de esos pueblos en la búsqueda de la vía del diálogo. ¡Ésta
es la vía digna del hombre, ésta es la vía de la paz!
Mi pensamiento se dirige con aflicción a quienes viven y crecen en un
ambiente de guerra, a quienes no han conocido otra cosa que conflictos y
violencias. Los que sobrevivan llevarán para el resto de sus vidas las
heridas de tan terrible experiencia. Y ¿qué decir de los niños soldado?
¿Se puede aceptar en algún caso que se arruinen así estas vidas apenas
estrenadas? Adiestrados para matar, y a menudo empujados a hacerlo,
estos niños tendrán graves problemas en su posterior inserción en la
sociedad civil. Si se interrumpe su educación y se daña su capacidad de
trabajo, ¡qué consecuencias para su futuro! Los niños tienen necesidad
de paz; tienen derecho a ella.
Al recuerdo de estos niños quisiera unir el de los muchachos víctimas
de las minas antipersonales y de otros medios de guerra. A pesar de los
esfuerzos ya realizados para limpiar los campos minados, se asiste ahora
a una paradoja increíble e inhumana: desobedeciendo a la voluntad
claramente expresada por los gobiernos y los pueblos de poner
definitivamente fin al uso de un arma tan perversa, se han seguido
colocando otras minas en lugares ya limpiados.
Gérmenes de guerra se difunden también por la proliferación masiva e
incontrolada de armas ligeras que, al parecer, circulan libremente de un
área de conflicto a otra, sembrando violencia a lo largo de su
recorrido. Corresponde a los gobiernos adoptar medidas apropiadas para
el control de la producción, la venta, la importación y la exportación
de estos instrumentos de muerte. Sólo de ese modo es posible afrontar
eficazmente en su conjunto el problema del considerable tráfico ilícito
de armas.
Una cultura de los derechos humanos, responsabilidad de todos
12. No es posible ahora extendernos sobre este punto. Quisiera
destacar, sin embargo, que ningún derecho humano está seguro si no nos
comprometemos a tutelarlos todos. Cuando se acepta sin reaccionar la
violación de uno cualquiera de los derechos humanos fundamentales, todos
los demás están en peligro. Es indispensable, por lo tanto, un
planteamiento global del tema de los derechos humanos y un compromiso
serio en su defensa. Sólo cuando una cultura de los derechos humanos,
respetuosa con las diversas tradiciones, se convierte en parte
integrante del patrimonio moral de la humanidad, se puede mirar con
serena confianza al futuro.
En efecto, ¿cómo podría existir la guerra, si cada derecho humano
fuera respetado? El respeto integral de los derechos humanos es el
camino más seguro para estrechar relaciones sólidas entre los Estados.
La cultura de los derechos humanos no puede ser sino cultura de paz.
Toda violación de los mismos contiene en sí el germen de un posible
conflicto. Ya mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pío XII, al
final de la segunda Guerra mundial, hacía la pregunta: « Cuando un
pueblo es expulsado por la fuerza, ¿quién tendría el valor de prometer
seguridad al resto del mundo en el contexto de una paz duradera? ».(11)
Para promover una cultura de los derechos humanos que repercuta en
las conciencias, es necesaria la colaboración de todas las fuerzas
sociales. Quisiera referirme específicamente al papel de los medios de
comunicación social, tan importantes en la formación de la opinión
pública y, en consecuencia, en la orientación de los comportamientos de
los ciudadanos. Al mismo tiempo que es innegable su responsabilidad en
aquellas violaciones de los derechos humanos que tienen su origen en la
exaltación de la violencia eventualmente fomentada en ellos, es justo
reconocerles el mérito de las nobles iniciativas de diálogo y
solidaridad que han madurado gracias a los mensajes difundidos en los
mismos medios en favor de la comprensión recíproca y de la paz.
Tiempo de opciones, tiempo de esperanza
13. El nuevo milenio está ya a las puertas y su cercanía ha
alimentado en los corazones de muchos la esperanza de un mundo más justo
y solidario. Es una aspiración que puede, más aún, debe ser llevada a
término.
En esta perspectiva me dirijo ahora en particular a todos vosotros,
queridos hermanos y hermanas en Cristo, que en las distintas partes del
mundo tomáis el Evangelio como norma de vida: ¡haceos heraldos de la
dignidad del hombre! La fe nos enseña que toda persona ha sido creada a
imagen y semejanza de Dios. Ante el rechazo del hombre, el amor del
Padre celestial permanece fiel; su amor no tiene fronteras. Él ha
enviado a su Hijo Jesús para redimir a cada persona, restituyéndole su
plena dignidad.(12) Ante tal actitud, ¿cómo podríamos excluir a alguno
de nuestra atención? Al contrario, debemos reconocer a Cristo en los más
pobres y marginados, a los que la Eucaristía, comunión con el cuerpo y
la sangre de Cristo ofrecidos por nosotros, nos compromete a servir.(13)
Como indica claramente la parábola del rico, que quedará siempre sin
nombre, y del pobre llamado Lázaro, « en el fuerte contraste entre ricos
insensibles y pobres necesitados de todo, Dios está de parte de estos
últimos ».(14) También nosotros debemos ponernos de esta parte.
El tercero y último año de preparación al Jubileo está marcado por
una peregrinación espiritual hacia el Padre: cada uno está invitado a un
camino de auténtica conversión, que comporta el abandono del mal y la
positiva elección del bien. Ya en el umbral del Año 2000, es deber
nuestro tutelar con renovado empeño la dignidad de los pobres y de los
marginados y reconocer concretamente los derechos de los que no tienen
derechos. Elevemos juntos la voz por ellos, viviendo en plenitud la
misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. Es éste el espíritu del
Jubileo ya inminente.(15)
Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios con el nombre de Padre, Abbá,
revelándonos así la profundidad de nuestra relación con él. Su amor por
cada persona y por toda la humanidad es infinito y eterno. Son
elocuentes a este propósito las palabras de Dios en el libro del profeta
Isaías:
« ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho,
sin compadecerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque ésas llegasen a olvidar,
yo no te olvido.
Míralo, en las palmas de mis manos te tengo
tatuada » (49, 15-16).
¡Aceptemos la invitación a compartir este amor! En él está el secreto
del respeto de los derechos de cada mujer y de cada hombre. El alba del
nuevo milenio nos encontrará así mejor dispuestos para construir juntos
la paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 1998.
(1) Cf. Redemptor hominis, (4 de marzo de 1979), 17: AAS 71
(1979), 296.
(2) Declaración Universal de los Derechos Humanos, Preámbulo,
primer párrafo.
(3) Véase, en particular, la Declaración de Viena (25 de junio
de 1993), Preámbulo, 2.
(4) Carta enc. Evangelium vitae (25 de marzo de 1995), 57:
AAS 87 (1995), 465.
(5) Cf. ibíd., 10, l.c., 412.
(6) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre
la libertad religiosa, 3.
(7) Cf. art. 18.
(8) Cf. Declaración Universal de los Derechos Humanos, art.
25, 1.
(9) Carta enc. Centesimus annus (1 de mayo de 1991), 34:
AAS 83 (1991), 836.
(10) Cf. a este propósito el Catecismo de la Iglesia Católica,
nn. 2307-2317.
(11) Discurso a una Comisión del Congreso de los Estados Unidos de
América (21 de agosto de 1945): Discorsi e Radiomessaggi di S.S. Pio
XII, VII (1945-1946), 141.
(12) Cf. Carta enc. Redemptor hominis (4 de marzo de 1979),
13-14: AAS 71 (1979), 282-286.
(13) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1397.
(14) Angelus del 27 de septiembre de 1998, 1: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 2 de octubre de 1998, p. 1.
(15) Cf. Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 de
noviembre de 1994), 49-51: AAS 87 (1995), 35-36.