SUBSIDIO DE PASTORAL LITÚRGICA SOBRE EL RITUAL DE LAS EXEQUIAS
«En este pre-atarceder de hoy, cada uno de nosotros
puede pensar en el atardecer de su vida:
..."¿dónde está anclado mi corazón?".
Si no estuviese bien anclado, anclémoslo allá,
en esa orilla, sabiendo que la esperanza no defrauda
porque el Señor Jesús no decepciona»1
Presentación
Frente a este Ritual de las Exequias,
recordamos las desafiantes palabras de San Juan Pablo II, «si la reforma
de la Liturgia querida por el Concilio Vatcamo II puede considerarse ya realizada,
en cambio, la pastoral litúrgica constituye un objetivo permanente para sacar cada
vez más abundantemente de la riqueza de la liturgia aquella fuerza vital que de
Cristo se difunde a los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia».2
Convencidos de la importancia de contar con un ritual
que responda mejor a la práctica propia y tan diversa de nuestro país, invitamos
a los pastores y las comunidades a descubrir, en las páginas del mismo, la oportunidad
de renovar las celebraciones exequiales, permitiéndole a la misma liturgia desplegar
su capacidad de llenar los corazones de los cristianos con el consuelo y la esperanza
cierta que nos da la Resurrección de Jesucristo.
El ritual brinda los elementos necesarios para que la
comunidad cristiana prepare y proponga una celebración que evidencie su sentido pascual,
la comunión de la Iglesia y la fe en las promesas del Señor.
Partes y novedades
del Ritual de las Exequias
Capitulo 1: Vigilia y oración antes de colocar el cuerpo en el féretro
La Misericordia:
Anuncio, celebración y vida
La publicación de este ritual en el Año de la Misericordia es providencial.
Como sabemos, misericordia significa "el corazón vuelto hacia el que sufre miseria". En consecuencia,
este ritual nos ayudará a unir en una sola realidad varias obras de misericordia.
Por eso, es conveniente recordar las palabras del Papa Franrisco cuando dice:
«Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia
corporales y espirituales. ... Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al
hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos,
visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar
consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar
las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos»
3.
En efecto, podemos reconocer entre las obras de misericordia relacionadas
con este ritual no sólo la sepultura de los muertos sino el consuelo de sus cercanos y la oradón
de la Iglesia por el eterno descanso del difunto, unida a la oradón por sus familiares. Se integran
también en esta pastoral, la oradón edesial por el difunto y sus cercanos, el anundo de la Pascua de
Jesús, centro de la fe cristiana y motivo de nuestra esperanza y la invitadón a vivir evangélicamente
nuestra vida en clave de eternidad, es dedr, recordando nuestra condidón de peregrinos hada la Casa
del Padre, la definitiva "Casa común" hada donde nos dirigimos ya que somos "ciudadanos del cielo".
Anuncio, celebración y vida, entonces, se encuentran íntimamente reladonados en la pastoral emergente
de este ritual.
Con actitud maternal
«La Iglesia "en salida" es una Iglesia con las puertas abiertas.
Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo
sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad
para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar...»4.
Estas palabras que el Papa Francisco regaló a todo el mundo en Evangelii Gaudium, bien pueden
ser recibidas pensando específicamente en las actitudes maternales de la Iglesia frente al dolor
de sus hijos en la experiencia de la muerte de sus seres queridos.
Una de las notas particulares de estas situaciones, la mayoría de las veces,
tiene que ver con el impacto que la muerte provoca en la sensibilidad de familiares y amigos del difunto.
Las mismas oraciones del ritual nombran la confusión, la sorpresa, el dolor, la duda, que permanecen
presentes aunque la fe vaya ganando lugar y sea robustecida mediante la oración y la consolación mutua.
La actitud maternal de la Iglesia, aquí, va tomando formas amables y delicadas en la acogida, en la
escucha, en la disponibilidad de tiempos y en los gestos humanos y cercanos, que evidencian la «ternura»
del Dios misericordioso. Estos gestos evitan un frío comportamiento burocrático que muchas veces termina
agregando otra muerte a aquella del difunto.
Otra particularidad de estos momentos que siguen a la muerte de alguien, es
que son capaces de reunir a todos aquellos que quieren expresar su cercanía consoladora a la familia del
difunto. La actitud maternal de la Iglesia ayuda a reconocer éste como un tiempo propicio para el
anuncio del evangelio de la vida y de la esperanza. Sin dejar de «buscar a los lejanos y llegar a los
cruces de los caminos para invitar a los excluidos»5, la Iglesia madre
reconoce hoy esos hijos que tanto busca, aquí, en su casa, con el corazón sensible y sediento de una
palabra que consuele y posibilite otra mirada. Hoy, quiene poseen una fe débil, o la han perdido, o la
han reducido a una instancia poco más que social, están aquí, están en la casa del Padre. Ojalá nuestras
celebraciones sean el abrazo cálido y la palabra adecuada que les recuerde que ésta es la casa paterna
donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas»6.
Las prácticas en torno a la muerte de un cristiano, aun movidas por la misma fe en
Cristo muerto y resucitado, son muy diversas y ricas en signos a lo largo y ancho de nuestro país, tanto como
la realidad de nuestros pueblos y ciudades, tanto como nuestras culturas y costumbres. La actitud maternal
de la Iglesia la lleva a reconocer, en esta diversidad, un modo inculturado de celebrar la pascua de un hermano,
respetando ron sinceridad las formas celebrativas que ayuden al pueblo de Oios a expresar y alimentar la fe
cristiana e iluminando la vida de los fieles con lo más genuino del evangelio.
Una liturgia fecunda
Todas las celebraciones litúrgicas -cada una, respetando sus particulares características-
manifiestan y alimentan la fe del pueblo de Dios, mediante el único lenguaje que no les es extraño: el lenguaje simbólico.
Esto es común a toda la liturgia. Pero si hay una celebración en particular en la cual los elementos y los gestos deben
asumir la máxima elocuencia simbólica, por encima incluso del lenguaje verbal es la celebración de las exequias.
La liturgia de las exequias, bien preparada y alejada de la inercia celebrailva,
cuenta con elementos y gestos simbólicos, con silencios y cantos, con personas y ministerios, que «dejan hablar a Dio»
-evitando la tentación de «hablar mucho sobre Dios»- y dan un rostro, una mano y una voz a la presencia sacramental del
Señor de la misericordia. Por eso, la cuestión decisiva para una liturgia fecunda no es, simplemente, la rectitud en el
cumplimiento de lo que dice un ritual, sino posibilitar la experiencia -a través de lo que el ritual propone- de la
presencia de Jesucristo, muerto y resucitado.
Es de suma importancia para toda celebración saber cuál es la finalidad de tal liturgia.
En este caso, el de las exequias, lo dice claramente el primer número de las notas preliminares: «En las exequias
de sus hijos, la Iglesia celebra con fe el Misterio Pascual de Cristo, de modo que aquellos que se han hecho un solo
Cuerpo con Cristo -muertos y resucitados con él por el Bautismo- también con El pasen de la muerte a la vida... de modo
que, comunicándose entre sí todos los miembros de Cristo, éstos suplican para unos el auxilio espiritual y para otros el
consuelo de la esperanza»7. Esta intención (mens) de la celebración exequial
encontrará en los elementos y gestos símbolos propuestos en el ritual, un adecuado lenguaje que permita celebrar el
Misterio Pascual de Jesucristo al cual ha sido asociada la Iglesia, su Cuerpo.
Elementos simbólicos8
La cruz
La cruz es el símbolo cristiano por excelencia. Está presente en todas
nuestras celebraciones, y en las exequias adquiere particular significado, recordándonos la muerte salvadora de Cristo
como ejemplo paradigmático de la muerte del cristiano. No hace falta ponerla sobre el ataúd, para evitar duplicaciones,
si ya está visible en el espacio del presbiterio. En la homilía sería bueno aludir a esta cruz como lección magisterial
para nuestra vida y para nuestra muerte.
El cirio pascual
El cirio pascual apunta a la resurrección de Cristo, como segundo momento, después del de la cruz, de la Pascua del Señor,
y por tanto de la Pascua de cada cristiano que muere en el Señor. En la Vigilia Pascual lo encendemos solemnemente y brilla
en todas las celebraciones de la Cincuentena. También en los bautismos y en las exequias: el comienzo y el final del camino
terreno del cristiano en unión con Cristo, la Luz verdadera. Es un símbolo muy expresivo, fácil de comprender. En lugar de
los varios velones o candelabros, colocar sólo este cirio, junto a la cabecera del difunto. En la homilía se puede aludir a
esta luz que quiere ser todo un augurio de felicidad eterna junto a Cristo.
Los símbolos cristianos sobre el féretro
Según la situación del difunto en la comunidad eclesial, además del vestido con que se le puede
revestir (blanco para un niño, el hábito de la orden religiosa, los vestidos sacerdotales, etc.), es significativo poner
algún símbolo cristiano sencillo sobre el féretro, durante la celebración: por ejemplo, la Biblia o el evangeliario. Para
un religioso, su Regla o sus Constituciones; para un diácono la dalmática, la estola y el evangeliario; para un presbítero
la casulla, la estola y el evangeliario; para un laico algún elemento simbólico de su vida: la Biblia, un distintivo de
alguna asociación cristiana a la que pertenecía, o algún elemento mariano, si se distinguía por su devoción a la Virgen.
Las flores
Las flores pueden estar presentes con discreción, como expresión de afecto y de esperanza.
Sin dudas, como en toda celebración litúrgica, las flores deben ser naturales, reales, siendo así un signo de la misma
vida del hombre que «por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita» (Salmo 90 [89], 6). En algunos
lugares se ha hecho común -asegurando la presencia de unas sobrias flores- pedir a los allegados al difunto que las
flores se sustituyan por una colecta para obras de caridad, lo cual representa un buen sufragio en bien del difunto.
El color
El color usado en las exequias ayuda también, visual y continuadamente, a entender la celebración con una orientación u otra.
No es lo mismo un matiz de luto que de pascua. El Ritual de las Exequias pone como criterio para las Conferencias episcopal,
respecto al color, la siguiente nota: «adecuado a la idiosincrasia de cada pueblo, que no ofenda al dolor humano y manifieste
la esperanza cristiana, a la luz del Misterio Pascual»9. Nuestra Conferencia episcopal,
atendiendo a la diversidad de la Iglesia en Argentina, sólo habla de «color exequial», entendiendo por éste el color morado en
general, y el negro como posibilidad. Sólo hay una ocasión en la que se explícita que el color debe ser blanco, «festivo y pascual»:
las exequias de un niño. El color morado recrea, al mismo tiempo, la tonalidad penitencial de quienes aún caminamos peregrinos y la
esperanza en la venida del Señor, propia del Adviento.
Acciones simbólicas
El silencio
Además de los elementos, la celebración de exequias cuenta con algunas acciones simbólicas
que tienen una particular fuerza pedagógica. Aunque cueste entenderlo como una acción, el silencio litúrgico puede ser
muy fecundo en medio de la celebración exequial. Se deberían elegir cuidadosamente algunos espacios de silencio, invitando
a la oración personal, especialmente de intercesión por el hermano difunto o haciendo memoria de los familiares y amigos
difuntos. Quien presida o anime la celebración de exequias puede dar a la celebración un clima de serena esperanza y de
respeto al dolor de la familia, evitando demasiadas palabras, innecesarias muchas veces.
Las procesiones
Las varias procesiones que se pueden dar en la celebración aportan un lenguaje simbólico interesante.
Según los tipos de exequias que se puedan realizar, hay una procesión desde la casa hasta la iglesia,
y luego desde la iglesia hasta el cementerio. En los pueblos y en las comunidades religiosas será más
fácil, según la costumbre del lugar, mientras que en las ciudades lo normal tal vez sea el traslado
en el coche funerario. Pero en todo caso, la entrada expresiva en la iglesia, acompañada por el canto
de la comunidad, es todo un símbolo, ya que manifiesta la memoria de las veces que el fiel ha entrado
en la asamblea cristiana y testimonia la acogida definitiva en la asamblea de los santos. Estas
procesiones contempladas en el ritual, además de darle corporeidad a nuestra condición de peregrinos,
ponen de manifiesto el carácter pascual de la muerte corporal.
La aspersión
La aspersión con agua es otra de las acciones simbólicas que en esta celebración tiene particular sentido.
Es un recuerdo expresivo del bautismo: este cristiano que ha fallecido inició su vida en Cristo siendo
bautizado en la Iglesia. Allí empezó su historia de salvación, cuando fue incorporado a la comunidad edesial.
Ahora termina su camino terreno y empieza el definitivo, para el que ya estaba destinado desde el bautismo.
Cada año en la Noche Pascual con la aspersión se recuerda este misterio: la incorporación a la victoria pascual
de Cristo, que radicalmente para cada uno ya se realizó en el bautismo pero que definitivamente tiene lugar en
la muerte. Cada domingo, con la aspersión al inicio de la Eucaristía, se nos quiere recordar lo mismo. Las
exequias son la mejor ocasión para evocar por última vez el sacramento inicial, esta vez no al comienzo de la
celebración, sino en la despedida del difunto, al final de la misma.
La incensación
Junto a la aspersión, existe la posibilidad de incensar el cuerpo del difunto, ya que
«la incensación... honra el cuerpo del difunto, templo del Espíritu Santo»10.
Además de este sentido que el ritual le da, el incienso y su perfume son símbolo de la oración de la Iglesia que
encomiendan al difunto a la Virgen y a los santos. Pero también tiene otro sentido importante: el de la ofrenda
sacrificial. El cristiano, a lo largo de su vida, ha ido ofreciendo poco a poco a Dios su existencia. Como el grano
de incienso se quema en el fuego para exhalar un grato perfume, así la vida entera del creyente se consume en honor
de Dios, en el sacrificio continuado de cada día, perfumando a los que están alrededor con su testimonio. Ahora, al
final del camino, el difunto ha rendido la ofrenda total, su vida misma, el sacrificio definitivo, uniendo su ofrenda
a la entrega sacrificial de Cristo en la cruz.
El canto
Sin detenemos en el análisis de los cantos particulares, sin embargo, conviene interpretar la presencia del canto en
las exequias como acción simbólica de un pueblo que, reunido por la fe en Cristo muerto y resucitado, no cesa de unir
su voz a la del Espíritu para clamar «¡Ven!» (Apoc. 22, 17), y para escuchar la respuesta del Esposo: «¡Sí,
volveré pronto!» (Apoc 22, 20). A lo largo del ritual se proponen diversos momentos en los cuales el canto aúna
los corazones y las voces, ayudando a expresar la fe esperanzada de los fieles: cantos que acompañan acciones,
aclamaciones, salmos para las peregrinaciones, antífonas, además de los que acompañan -si se celebran las exequias
dentro de ella- la celebración eucaristica. Además de los salmos y antífonas bíblicas, es bueno que la preparación de
las exequias tenga en cuenta los cantos que, en cada región, forman parte de la riqueza de la tradición cultural y creyente.
El mismo ritual nos recuerda un criterio siempre vigente y desafiante a la hora de seleccionar «cantos, cuya conveniencia
pastoral se indica con frecuencia en el rito...» invitando a que los mismos «...expresen "suave y vivo el sentido bíblico"
(SC, 24), a la vez que el sentido de la Liturgia»11.
Oportuna renovación pastoral
La aparición de este Ritual de las Exequias para Argentina y el desafío
de conocerlo profundamente para aprovechar toda la riqueza que trae, lleva consigo una posibilidad grande -y una exigencia,
en conciencia- de revisar, renovar y crear espacios pastorales especialmente destinados a acompañar el momento que circunda
la muerte de un miembro de la comunidad cristiana.
Esta necesidad pastoral en tomo a la celebración de las exequias involucra no sólo a los sacerdotes
y a los diáconos, sino a toda la comunidad. Qué bueno sería contar con equipos de pastoral que se dediquen al acompañamiento de
las familias que se acercan a la Iglesia para orar por y con sus difuntos.
Una oportuna renovación pastoral mirará no sólo al momento mismo de la celebración de las exequias,
sino también a los momentos previos y sucesivos, con la finalidad de convertir el contacto con la Iglesia de las familias en duelo,
en una experiencia de abrazo fraterno que consuele el corazón, reanime la esperanza e invite a levantar la mirada hacia el cumplimiento
de la promesa del Señor: «Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos
conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes» (Jn 14, 2-3).
Son variados y muchos los momentos, modos y gestos que la comunidad tiene para pastorear con el consuelo. Aquí sólo insinuamos algunos que,
según la costumbre y el estilo de vida de cada comunidad, pueden ser estudiados, valorados y propuestos:
° acogida de las familias cuando se acercan a la Iglesia para pedir las exequias;
° presentes y oraciones que la comunidad regala a la familia del difunto para los momentos más íntimos de la familia,
especialmente pensando en el «después» de la celebración y el entierro;
° contacto y comunicación de la comunidad cristiana con las empresas fúnebres y los cementerios, para ofrecer el evangelio de la esperanza,
sin que las exequias parezcan una «oferta» comercial de las empresas;
° invitación a las familias a una celebración eucarística mensual en la que se haga memoria de los que han fallecido durante ese período;
° visitas de agentes de pastoral a la casa de la familia en duelo, durante el tiempo que sea necesario;
° gestos litúrgicos especiales en la Conmemoración de todos los fíeles difuntos;
° catequesis acerca del sufragio a fin de que la tradición de «anotar difuntos en la misa» se vea libre de cualquier inercia y superstición,
y recobre su sentido más genuino;
° construcción de cinerarios en las diócesis donde no existen, especialmente en las ciudades y pueblos más grandes donde la práctica de la
cremación va siendo más normal que antes;
° ofrecimiento de un grupo de la comunidad para acompañar la oración durante el velatorio;
° formación acerca de temas relacionados a la muerte: eutanasia, suicidio, indulgencias, purgatorio, proceso de duelo, cremación, etc.;
° creación y formación de ministerios de música para la animación de los diversos momentos que el ritual plantea como posibles,
según las costumbres del lugar;
° institución de ministerios laicales temporales para animar exequias, en ausencia de ministros ordenados;
° orientaciones diocesanas -criterios comunes- que manifiesten una pastoral orgánica y una corresponsabilidad en el ámbito de la pastoral
de las exequias;
° preparación de la liturgia de exequias: moniciones, lecturas, cantos, gestos, ornamentación.
Movidas por la caridad pastoral, las comunidades cristianas de nuestro país están en condiciones de buscar
que su servicio en el anuncio del evangelio, siga tomando formas nuevas en tomo al acompañamiento de los fíeles que experimentan la
muerte de un ser querido.
Orar por nuestros difuntos,
orar con nuestros difuntos
La misericordia no se reduce nunca al hecho corporal de la sepultura,
o al acompañamiento consolador de familiares y amigos del difunto. La misericordia se hace oración y comunión, por y
con nuestros difuntos.
«La Iglesia... en su oración de sufragio por las almas de los difuntos, implora la vida
eterna no sólo para los discípulos de Cristo muertos en su paz, sino también para todos los difuntos, cuya fe sólo Dios
ha conocido. En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a si para hacerle participe de la vida divina.
Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias personales
de todas sus culpas... De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del Purgatorio, que son una
súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los
introduzca en el Reino de la luz y de la vida. Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos...
Estos sufragios son, en primer lugar, la celebración del sacrificio eucaristico, y después, otras expresiones de piedad como
oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de las almas de los
difuntos»12.
Pero la Iglesia no sólo ora por los difuntos, sino que también ora con sus hijos difuntos.
En efecto, nos lo recuerda el Concilio Vaticano II, los discípulos de Cristo, peregrinos aún, difuntos y bienaventurados,
«...todos, en forma y grado diverso, vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con el prójimo y cantamos
idéntico himno de gloria a nuestro Dios. Pues todos los que son de Cristo por poseer su Espiritu, constituyen una misma Iglesia y
mutuamente se unen en El (cf. Ef 4,16). La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna
manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes
espirituales»13. Así, la liturgia exequial celebra y da cuerpo a la consoladora realidad de la
comunión de los santos que profesa nuestra fe.
Como el grano de trigo
Acerca de la sepultura, y recomendando vivamente la lectura las rúbricas del nuevo capítulo
de este libro litúrgico acerca del «Ritual en presencia de las cenizas» (cap. VL, Pág. 149), recordemos que el modo
habitual y aconsejado por la Iglesia sigue siendo la inhumación del cadáver. El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia da
algunas razones, diciendo que «la piedad cristiana ha asumido, como forma de sepultura de los fieles, la inhumación. Por una parte,
recuerda la tierra de la cual ha sido sacado el hombre (cfr. Gn 2, 6) y a la que ahora xmelve (cfr. Gn 3, 19; Sir 17,1); por otra parte,
evoca la sepultura de Cristo, grano de trigo que, caído en tierra, ha producido mucho fruto (cfr. Jn 12, 24)»14.
Sin embargo, movida por la caridad pastoral que la lleva a estar atenta a los cambios epocales y al bien de sus hijos,
la Iglesia acepta la práctica de la cremación de los cuerpos de los difuntos. En torno a esta práctica crematoria, la Iglesia dispone que «a los
que hayan elegido la cremación de su cadáver se les puede conceder el rito de las exequias cristianas, a no ser que su elección haya estado motivada
por razones contrarias a la doctrina cristiana. Respecto a esta opción, se debe exhortar a los fieles a no conservar en su casa las cenizas de los
familiares, sino a darles la sepultura acostumbrada, hasta que Dios haga resurgir de la tierra a aquellos que reposan allí y el mar restituya a sus
muertos (cfr. Ap 20, 13»15. En consecuencia, la Iglesia acepta la cremación y sólo se opone a ésta si ha sido
elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana. En ese caso, lo que la Iglesia rechaza no es la práctica, sino la motivación por la cual se
la toma.
Hoy, se ha hecho frecuente la praxis de la cremación y han ido surgiendo los cinerarios.
En efecto, hoy muchas personas optan por la cremación simplemente por cuestiones prácticas o principalmente económicas.
Surge entonces la pregunta: "¿qué hay que hacer con los restos mortales cremados o las cenizas de los difuntos?", a la
que la Iglesia responde enseñando que estos restos se tratarán con el mismo respeto dado al cuerpo antes de la cremación.
El mencionado Directorio dice que «se debe exhortar a los fieles a no conservar en su casa las cenizas de los familiares».
Una de las razones de esta exhortación es que parece mucho más conveniente para un adecuado proceso de duelo. Otra pregunta
posible: "¿Se pueden esparcir las cenizas en el rio, en la tierra, o en el aire?", a lo que la Iglesia responde con claridad,
diciendo que esta práctica no es coherente con la fe católica ya que no constituye la disposición final reverente que la Iglesia
requiere: la inhumación recuerda la sepultura de Cristo en el sepulcro. Además, es admitido por todos, la importancia de un punto
de referencia local para que los familiares y amigos puedan recordar al difunto, posibilidad que no existe en el caso, por ejemplo,
de arrojar las cenizas al viento, al agua o a campo abierto.
Los restos mortales cremados deben ser enterrados o sepultados, ya sea en un nuevo sepulcro o nicho,
ya sea junto a otros cuerpos de difuntos (nicho compartido) en el cementerio o, donde existe, en un cinerario. De este modo, la
Iglesia quiere ofrecer una respuesta pastoral concreta a una situación cada vez más frecuente en nuestra sociedad.
«La vida no termina...»
En alguna ocasión, el Papa Benedicto XVI reflexionaba con los presentes que «se visita el cementerio
para rezar por los seres queridos que nos han dejado; es como ir a visitarlos para expresarles, una te: más. nuestro afecto, para
sentirlos todavía cercanos, recordando también, de este tinado, un articulo del Credo: en la comunión de los santos hay un estrecho
vinculo entre nosotros, que aún caminamos en esta tierra, y los numerosos hermanos y hermanas que ya han alcanzado la eternidad. El
hombre desde siempre se ha preocupado de sus muertos y ha tratado de darles una especie de segunda vida a través de la atención, el
cuidado y el afecto... ¿Por qué es asi? Porque, aunque la muerte sea con frecuencia un tema casi prohibido en nuestra sociedad, y
continuamente se intenta quitar de nuestra mente el solo pensamiento de la muerte, esta nos concierne a cada uno de nosotros,
concierne al hombre de toda época y de todo lugar. Ante este misterio todos, incluso inconscientemente, buscamos algo que nos invite
a esperar, un signo que nos proporcione consolación, que abra algún horizonte, que ofrezca también un futuro. El camino de la muerte,
en realidad, es una senda de esperanza; y recorrer nuestros cementerios, asi como leer las inscripciones sobre las tumbas, es realizar
un camino marcado por la esperanza de eternidad... El hombre necesita eternidad, y para él cualquier otra esperanza es demasiado breve,
es demasiado limitada. El hombre se explica sólo si existe un Amor que supera todo aislamiento, incluso el de la muerte, en una
totalidad que trascienda también el espacio y el tiempo. El hombre se explica, encuentra su sentido más profundo, solamente si existe
Dios. Y nosotros sabemos que Dios salió de su lejanía y se hizo cercano, entró en nuestra vida y nos dice: "Yo soy la resurrección y
la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre" (Jn 11, 25-26)... Y al
ir a los cementerios y rezar con afecto y amor por nuestros difuntos, se nos invita, una vez más, a renovar con valentía y con fuerza
nuestra fíe en la vida eterna, más aún. a vivir con esta gran esperanza y testimoniarla al mundo: tras el presente no se encuentra la
nada. Y precisamente la fe en la vida eterna da al cristiano la valentía de amar aún más intensamente nuestra tierra y de trabajar por
construirle un futuro, por darle una esperanza verdadera y firme»16.
En la entrada de un cementerio de nuestro país dice "Requiescant in pace", y al salir se puede leer
"Expectamus Dominum". Es el deseo de los vivos para los difuntos: "Descansen en Paz" y, al salir, la confesión de nuestros difuntos:
"Esperamos al Señor", un mensaje cargado de esperanza.
Acompañando a quienes parten y siendo solidaria con los familiares del fallecido, la Iglesia anuncia con gozo
la victoria de Aquél que «muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró nuestra vida»17.
Asi, celebrando el misterio pascual de Jesucristo al cual los cristianos son asociados desde el bautismo, la Iglesia proclama especialmente
en estos momentos:
1 Francisco, Homilía en la Solemnidad de todos los santos, 1 de noviembre de 2013.
2 Juan Pablo II, Vicesimus Quintus Annus, 10.
3 Francisco, Misericordiae Vultus, 15.
4 Francisco, Evangelii Gaudium, 46.
5 Ibid, 24.
6 Ibid, 47
7 Ritual de las exequias. Notas preliminares, 1.
8 Para esta sección sobre elementos y acciones simbólicas se ha tomado el valioso aporte del conocido liturgista José Aldazábal,
publicado como «El lenguaje de los símbolos en las exequias», en Phase 196 (1993), 303-318.
9 Ritual de las exequias. Notas preliminares, 22.
10 Ibid. 10.
11 Ibid. 12.
12 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 250-251.
13 Lumen Gentium, 49.
14 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 254.
15 Ibid.
16 Benedicto XVI, Audiencia general, 2 de noviembre de 2011.
17 Misal Romano, Prefacio Pascual I: El Misterio Pascual.
18 Misal Romano, Prefacio de difuntos I: La esperanza de la resurrección en Cristo.