INDICE

Constitución Apostólica sobre el sacramento de la Unción de los Enfermos.

NOCIONES GENERALES

Capítulo I: VISITA Y COMUNIÓN DE LOS ENFERMOS

Capítulo II: UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Capítulo III: EL VIÁTICO

Capítulo IV: RITO PARA ADMINISTRAR LOS SACRAMENTOS A UN ENFERMO QUE ESTÁ EN PELIGO PRÓXIMO DE MUERTE

Capítulo V: CONFIRMACIÓN EN PELIGRO DE MUERTE

Capítulo VI: ASISTENCIA A LOS MORIBUNDOS

Capítulo VII: TEXTOS VARIOS DEL RITUAL DE LOS ENFERMOS

APÉNDICE I: ORDEN DE LA MISA

APÉNDICE II: CONFIRMACIÓN SIN MISA


CONSTITUCION APOSTOLICA
SOBRE EL SACRAMENTO DE LA UNCION
DE LOS ENFERMOS



Pablo, Obispo,
Siervo de los Siervos de Dios
para perpetua memoria

 

La Sagrada Unción de los enfermos, tal como lo reconoce y enseña la Iglesia Católica, es uno de los siete sacramentos del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo Nuestro Señor, "esbozado ya en el Evangelio de Marcos (Me. 6,13) recomendado a los fieles y promulgado por el Apóstol Santiago, hermano del Señor. ¿Está enfermo -dice él- alguno de ustedes? Llamad a los presbíteros de la Iglesia, y que oren sobre él y lo unjan con el óleo en el nombre del Señor y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor lo aliviará y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados". (Sant. 5, 14-15) (1).

Testimonios sobre la unción de los enfermos se encuentran, desde tiempos antiguos, en la Tradición de la Iglesia, especialmente en la liturgia, tanto en Oriente como en Occidente. En este sentido se pueden recordar de manera particular la carta de nuestro Predecesor Inocencio I a Decencio, Obispo de Gubbio (2) y el texto de la venerable oración usada para bendecir el Oleo de los enfermos: "Envía. Señor, tu Espíritu Santo Paráclito", que fue introducido en la Plegaria Eucarística (3) y se conserva aún en el Pontifical Romano (4).

A lo largo de los siglos, se fueron determinando en la tradición litúrgica con mayor precisión, aunque no de modo uniforme, las partes del cuerpo del enfermo que debían ser ungidas con el Santo Oleo, y se fueron añadiendo distintas fórmulas para acompañar las unciones con la oración, tal como se encuentran en los libros rituales de las diversas Iglesias. Sin embargo, en la Iglesia Romana prevaleció desde el Medioevo la costumbre de ungir a los enfermos en los órganos de los sentidos, usando la fórmula: "Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia te perdone el Señor todos los pecados que has cometido", adaptada a cada uno de los sentidos (5).

La doctrina acerca de la Santa Unción se expone también en los documentos de los Concilios Ecuménicos, a saber, el Concilio de Florencia y sobre todo el de Trento y el Vaticano II.

El Concilio de Florencia describió los elementos esenciales de la Unción de los enfermos (6), el Concilio de Trento declaró su institución divina y examinó a fondo todo lo que se dice en la Carta de Santiago acerca de la Santa Unción, especialmente lo que se refiere a la realidad y a los efectos del Sacramento: "Tal realidad es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún quedan algunos per expiar y las reliquias del pecado; alivia y conforta el alma del enfermo suscitando en él gran confianza en la divina misericordia, con lo cual el enfermo, resiste más fácilmente las tentaciones del demonio "que lo acecha al calcañar" (Gen. 3, 15) y consigue tal vez la salud del cuerpo si fuere conveniente a la salud de su alma (7). El mismo Santo Sínodo proclamó, además, que en las palabras del Apóstol se indica con bastante claridad que "esta unción se ha de administrar a los enfermos y, sobre todo, a aquellos que se encuentran en tan grave peligro que parecen estar ya en fin de vida, por lo cual es también llamada sacramento de los moribundos" (8). Finalmente, por lo que se refiere al ministro propio, declaró que éste es el presbítero (9).

Por tu parte el Concilio Vaticano II ha dicho ulteriormente: "La Extremaunción", que puede llamarse también, y más propiamente: "Unción de los enfermos", no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo empieza cuando el cristiano comienza a estar en peligro de muerte por enfermedad o por vejez" (10). Por lo demás, que el uso de este Sacramento sea motivo de solicitud para toda la Iglesia, lo demuestran estas palabras: "Con la Sagrada Unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermor al Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve (cf. Sant. 5, 14-16), e incluso los exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y a la muerte de Cristo (Rom. 8, 17; Col. 1, 24; 2 Tim. 2, 11-12; 1 Pt. 4, 13), contribuyan así al bien del Pueblo de Dios" (11).

Todos estos elementos debían tenerse muy en cuenta al revisar el rito de la Santa Unción, con el fin de que lo susceptible de ser cambiado se adapte mejor a las condiciones de los tiempos actuales (12).

Hemos pensado, pues, cambiar la fórmula sacramental de manera que, haciendo referencia a las palabras de Santiago, se expresen más claramente los efectos sacramentales.

Como por otra parte el aceite de oliva, prescrito hasta el presente para la validez del Sacramento, falta totalmente en algunas regiones o es difícil de conseguir, hemos establecido, a petición de numerosos Obispos, que en adelante pueda ser utilizado también según las circunstancias, otro tipo de aceite, con tal de que sea obtenido de plantas, por parecerse más al aceite de oliva.

En cuanto al número de unciones y a los miembros que deben ser ungidos, hemos creído oportuno proceder a una simplificación del rito.

Por lo cual, dado que esta revisión atañe en ciertos aspectos al mismo rito sacramental, establecemos con nuestra Autoridad Apostólica que en adelante se observe en el Rito Latino cuanto sigue.

EL SACRAMENTO DE LA UNCION DE LOS ENFERMOS SE ADMINISTRA A LOS GRAVEMENTE ENFERMOS UNGIENDOLOS EN LA FRENTE Y EN LAS MANOS CON ACEITE DE OLIVA, O SEGUN LAS CIRCUNSTANCIAS CON OTRO ACEITE DE PLANTAS DEBIDAMENTE BENDECIDO Y PRONUNCIANDO UNA SOLA VEZ ESTAS PALABRAS:

"PER ISTAM SANCTAM UNCTIONEM ET SUAM PIISSIMAN MISERICORDIAM ADIUVET TE DOMINUS GRATIA SPIRITUS SANCTI UT A PECCATIS LIBERATUM TE SALVET ATQUE PROPITIUS ALLEVET".


Sin embargo, en caso de necesidad, es suficiente hacer una sola unción en la frente o, por razón de las particulares condiciones del enfermo, en otra parte más apropiada del cuerpo, pronunciando integralmente la fórmula.

Este Sacramento puede ser repetido, si el enfermo que ha recibido la Unción, se ha restablecido y después ha recaído de nuevo en la enfermedad, o también si durante la misma enfermedad el peligro se hace más serio.

Establecidos y declarados estos elementos sobre el rito esencial del Sacramento de la Unción de los enfermos, aprobamos también con nuestra Autoridad Apostólica el Ritual de la Unción de los enfermos y su cuidado pastoral, tal como ha sido revisado por la Sagrada Congregación para el Culto Divino, derogando o abrogando al mismo tiempo, si es necesario, las prescripciones del Código de Derecho Canónico o las otras leyes hasta ahora en vigor; siguen en cambio teniendo validez las prescripciones y las leyes que no son abrogadas o cambiadas por el mismo Ritual. La edición latina del Ordo, que contiene el nuevo rito entrará en vigor apenas será publicada; por su parte las ediciones en lengua vernácula, preparadas por las Conferencias Episcopales y aprobadas por la Sede Apostólica, entrarán en vigor el día señalado por cada una de las Conferencias; el ritual antiguo podrá ser utilizado hasta el 31 de diciembre de 1973. Sin embargo, a partir del 1° de Enero de 1974, deberá usarse solamente el nuevo Ritual.

Determinamos que todo cuanto hemos decidido y prescrito tenga plena eficacia en el Rito Latino, ahora y para el futuro, no obstando a esto "en cuando sea necesario" ni las Constituciones ni las Disposiciones Apostólicas emanadas por nuestros Predecesores, ni las demás prescripciones, aún las dignas de especial mención.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 30 de noviembre de 1972, año décimo de nuestro Pontificado.

PAPA PABLO VI




1) Cf. CONC. TRID., Sessio XIV, de estr. unct., cap. 1 (Cfr. ibid. can I); Ct., VII. 1, 355-356; Denz-Schon. 1695. 1716.

2) Ep. "Si Instituta Ecclesiastica", cap. 8: PL, 20, 559-561; Denz. Schon, 216.

3) Li­ber Sacramentorum Romanae Aeclesiae Ordinis Anni Círculi, ed. L. C. MOHLBERG (Rerum Ecclesiasti­carum Documenta. Fontes, IV) Roma 1960, p. 61; Le Sacramentaire Gré-gorien, ed. J. DESHUSSES (Spicilegium Friburgense, 16) Fribourg 1971, p. 172; cf. La Tradition Apostolique de Saint Hippolyte, ed. B. BOTTE (Liturgiewisscnschaftliche Quellen und Forschungen, 39), Miinster in W. 1963, pp. 18-19; Le Grand Euchoioge du monastere Blanc, ed. E. LANNE (Patrología Orientalis, XXVIII, 2) París, 1958, pp. 392-395.

4) Cf. Pontificale Romanum: Ordo, benedicendi Oleum Catechumenorum et Infirmorum et conficiendi chrisma, Città del Vaticano 1971, pp. 11-12.

5) Cf. M. ANDRIEU, Le pontifical Romain au Moyen-Age. t. 1, Le Pontifical Romain du XXIe siecle (Studi e Testl, 86), Città del Vaticano 1938, pp. 267-268; t. 2, Le Pontifical de la Curie Romaine au XIII siecle (studi a Testl, 87), Città del Vaticano 1940, pp. 491-492.

6) Decr. pro Armeniis, G. HOFMANN Conc. Flurent., I/II, p. 130; Denz Schon. 1324 s.

7) CONC, TR1D., Sesslo XIV, d. estr. unct., cap. 2; Ct. Vil, !, 356; Denz Schon, 1696.

8) Ibid. Cap. 3; CT. ibid; Denz Schon. 1696.

9) Ibid. Cap. 3; can. 4; CT, Ibid; Denz Schbn, 1697, 1719.

10) CONC VAT. II. Coost. Sncrwnmctum Concilmm. m. 73; AAS 56 (1964). 118-119.

11) Ibid. Const. Lumen Gentium, n. II: AAS 57 (1964) 15.

12) Cf. CONC. VAT. II Const. SACROSANCTUM CONCILIUM, n. AAS 56 (1964), 97.

 

 

NOCIONES GENERALES

I - LA ENFERMEDAD HUMANA Y SU SIGNIFICACION EN EL MISTERIO DE LA SALVACION

1. -
  Los dolores y enfermedades se han considerado siempre entre los más grandes problemas que angustian la conciencia de los hombres. Pero los que profesan la fe cristiana aunque los padecen y experimenten de la misma manera, sin embargo, iluminados por la fe, penetran más profundamente en el misterio del dolor y sobrellevan con mayor fortaleza los mismos padecimientos. Porque por las palabras de Cristo no solo comprenden qué significa y vale la enfermedad para su salvación y para la salvación del mundo, sino que saben perfectamente que Jesucristo, quien también en su vida visitó y sanó a los enfermos, también los ama a ellos en su enfermedad.

2. -  Aún cuando la enfermedad está intimamente unida con la condición del hombre pecador, sin embargo, no debe considerarse de ordinario como un castigo por el cual expía cada uno sus pecados (Cfr. Jn. 9, 3). Además el mismo Jesucristo, quien no cometió ningún pecado, cumpliendo lo que escribió el Profeta Isaías, soportó nuestros sufrimientos y participó de nuestros dolores (Is. 53, 4-5) y más aún cuando nosotros sufrimos El no deja de sufrir y padecer en nosotros sus miembros configurados a El; pero estos dolores y enfermedades no son sino una leve y pasajera tribulación si se compara con el enorme peso de la gloría que se nos prepara (Cfr. 2Co. 4, 17).

3. -  Dios quiere, dentro del gobierno mismo de su Divina Providencia, que luchemos activamente contra toda clase de enfermedades y busquemos, por todos los medios a nuestro alcance, el beneficio de la salud, para que podamos desempeñar el oficio que a cada uno nos corresponde en la sociedad humana y en la Iglesia, a condición de que estemos siempre dispuestos a completar en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo, para la salvación del mundo, en la espera de que la creación sea liberada de la esclavitud de la corrupción, hacia la libertad de los hijos de Dios (Cfr. Col. 1, 24; Rm. 8, 19-21).

Además los enfermos tienen en la Iglesia el encargo de recordar con su testimonio a los demás hombres las realidades esenciales y superiores y mostrarles que nuestra vida mortal se redime por el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo.

4. -  No sólo los enfermos están obligados a luchar contra las enfermedades, sino también los médicos, los que están al cuidado de los enfermos y quienes en una u otra forma se dedican a cuidar de los enfermos, deben hacer cuanto esté a su alcance, ensayar y experimentar cuanto consideren eficaz para levantar el ánimo de los pacientes, aliviar y curar sus dolores físicos; haciéndolo así cumplen lo que el Señor Jesús ordeñó: visitar a los enfermos, es decir a todo el hombre aliviando sus dolores físicos y confortándolos espiritualmente.


II. -  SACRAMENTOS PARA LOS ENFERMOS

A -  La Unción de los enfermos

5. -
  La narración de los Santos Evangelios lo atestigua y la institución por nuestro Señor Jesucristo del sacramento de la Unción de los enfermos (de que habla Santiago en su epístola) corrobora ampliamente, cuánta solicitud tuviera el Señor por el bien espiritual y corporal de los enfermos y cómo ordenó a sus fieles que practicaran este mismo cuidado. Por eso la Iglesia ha acostumbrado por medio de los presbíteros orar por los enfermos y ungirlos con el sacramento de la Unción, encomendándolos al Señor muerto y resucitado para que los alivie y los salve (Cf. St. 5, 14-16). Los exhorta además para que uniéndose libremente al sufrimiento y muerte de Cristo (Cf. Rm. 8, 17) (1) contribuyan al bien del pueblo de Dios (2). En efecto, cuando el hombre está gravemente enfermo necesita de una gracia particular de Dios a fin de que no se deje dominar por la angustia y decaimiento de ánimo, y bajo la instigación de las tentaciones se debilite su fe. Por eso nuestro Señor Jesucristo, por medio de la Unción de los enfermos, los protege y fortalece con su gracia (3).

Esta celebración del Sacramento consiste principalmente en la imposición de las manos realizada por los presbíteros de la Iglesia, en la recitación de la Oración de la fe, y en la aplicación al enfermo del Oleo santificado por la bendición de Dios: por este acto se significa y confiere la gracia del sacramento.

6. -  Este sacramento confiere al enfermo la gracia del Espíritu Santo con la cual socorre y salva la persona humana en su totalidad; lo fortalece a fin de que confiando plenamente en la misericordia de Dios pueda vencer las tentaciones del mal y las angustias de la muerte y más aún pueda no solamente soportar con valentía la adversidad, sino salirle adelante y logre su mismo restablecimiento corporal, si conviene para su salvación.

Este sacramento concede además el perdón de los pecados y la plenitud de la conversión cristiana (4).

7. -  El sacramento de la Unción de los enfermos, relacionado con la oración de la fe (Cf. St. 5, 15), manifiesta la fe. Por tanto hay que suscitarla no sólo en el ministro del sacramento, sino principalmente en quien lo recibe; en efecto, el enfermo se salva por su fe y por la de la Iglesia que está centrada en el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado de donde mana (St. 5, 15) (5) la eficacia del sacramento, a la vez que espera confiada la realización del Reino cuya prenda se recibe ya en el sacramento.


a) A quienes se debe administrar la Unción de los enfermos.

8. -
  La Epístola de Santiago nos enseña que la Unción se confiere para aliviar a los enfermos y salvarlos (6); es necesario por tanto preocuparse diligentemente de que los fieles, que empiezan a estar en peligro a causa de la enfermedad de la vejez (7), reciban la sagrada Unción.

Para determinar la gravedad de la enfermedad basta con tener un parecer prudente o probable (8) sin angustias de conciencia, y teniendo en cuenta el parecer del médico si se cree necesario.

9. -  Este sacramento se puede aplicar nuevamente al mismo enfermo que ha obtenido la mejoría de su enfermedad, o si durante la misma enfermedad se presenta un peligro más grave.

10. -  Antes de una operación quirúrgica se puede conferir la sagrada Unción siempre que una enfermedad peligrosa sea el motivo de la operación.

11. -  A los ancianos, aun cuando no tengan una enfermedad peligrosa, por su debilidad se les puede administrar la sagrada Unción.

12. -  La sagrada Unción se puede aplicar también a los niños que tengan el suficiente conocimiento para recibirlo con fruto.

13. -  En la catequesis a la comunidad cristiana o a las familias se debe instruir a los fieles para que deseen la Unción y la reciban, llegado el momento, con verdadera fe y devoción; e indicarles que no deben abusar del sacramento dejándolo para los últimos instantes. Se debe igualmente instruir a los que asisten a los enfermos, sobre la naturaleza de este sacramento.

14. -  A los enfermos sin sentido o que perdieron el uso de la razón, se les puede conferir la sagrada Unción cuando se supone que si estuvieran conscientes la hubieran pedido por ser creyentes (9).

15. -  Cuando el sacerdote sea llamado a asistir a un enfermo y lo encuentra ya muerto, ore a Dios por él, para que el Señor le perdone los pecados y lo admita misericordiosamente en su Reino, pero no le unja. No obstante, si duda de que realmente esté muerto, puede aplicarle este sacramento bajo condición. (n. 135) (10).


b) El ministro de la Unción de los enfermos.

16. -
  El ministro propio de la Unción es solamente el sacerdote (11). Los Obispos, los párrocos y sus cooperadores, los sacerdotes encargados del cuidado de los enfermos o de los ancianos, en los hospitales y los superiores de las comunidades religiosas clericales, son ministros ordinarios de este sacramento (12).

17. -  Ellos deben preparar debidamente tanto a los enfermos como a los que los acompañan, con la colaboración de los religiosos y de los laicos y administrar el sacramento a los enfermos.

Al Ordinario del lugar le corresponde la reglamentación de las celebraciones comunitarias de la Unción de los enfermos cuando se congregan pacientes de diversas parroquias u hospitales.

18. -  Los demás sacerdotes confieren la Unción con el beneplácito del Ministro ordinario (n. 16). En caso de necesidad basta una licencia presunta y que se avise luego al párroco o al capellán del hospital.

19. -  Cuando dos o más sacerdotes asisten a un enfermo no hay ningún inconveniente para que uno de ellos diga las oraciones y haga las Unciones con su fórmula y los demás se distribuyan entre sí las diversas partes de la celebración, como son los ritos iniciales, la lectura de la Palabra de Dios, las invocaciones y moniciones. Por lo demás todos pueden imponer las manos al enfermo.


c) Los elementos necesarios para celebrar la Unción de los enfermos.

20. -
  La materia apta para el sacramento es el aceite de oliva o según las circunstancias otro aceite vegetal (13).

21. -  El aceite que se emplea para la Unción de los enfermos debe ser bendecido especialmente para ello por el Obispo o por el presbí­tero que por el derecho mismo o por especial concesión de la Sede Apostólica goza de esta facultad.

Fuera del Obispo por derecho propio puede bendecir el Oleo para la Unción de los enfermos:

a) Quienes el derecho equipara al Obispo diocesano.

b) Cualquier presbí­tero en caso de verdadera necesidad (14).

La bendición del Oleo de los enfermos la realiza ordinariamente el Obispo el Jueves Santo (15).

22. -  Cuando el sacerdote (según n. 21 b) va a bendecir el aceite dentro del rito mismo puede llevarlo consigo. O también pueden los familiares del enfermo tener listo el aceite. Si después de la celebración sobra algo de aceite bendito empápese en algodón y quémese.

Pero cuando el sacerdote usa el aceite bendecido de antemano por el Obispo o por otro sacerdote, lo debe llevar consigo en el recipiente en el que lo conserva. Este recipiente ha de mantenerse muy limpio, debe ser de una materia que conserve el aceite en buen estado y tener capacidad suficiente. Para mayor comodidad se puede mantener con un algodón bien empapado en el aceite. Después de la celebración de la Unción, el Oleo se debe guardar con cuidado y respeto. Téngase la precaución de que el aceite se conserve en buenas condiciones y por consiguiente debe cambiarse oportunamente, ya sea cada año después de la bendición de los Oleos que hace el Obispo el Jueves Santo o con más frecuencia si fuere necesario.

23. -  La Unción se aplica comúnmente ungiendo al enfermo en la frente y en las manos; conviene repartir la fórmula de tal manera que la primera parte se diga mientras se hace la Unción en la frente y la segunda cuando se ungen las manos.

Pero en caso de necesidad es Suficiente que se aplique una sola Unción en la frente o a causa de estado especial del enfermo, en otra parte más indicada del cuerpo, diciendo la fórmula completa de una vez.

24. -  No hay ningún inconveniente en aumentar el número de unciones o en ungir otras partes del cuerpo, teniendo en cuenta la idiosincrasia y las tradiciones locales. Lo cual hay que tenerlo en cuenta al confeccionar los rituales particulares.

25. -  La fórmula con la cual se administra la Unción de los enfermos en el rito romano es esta:

POR ESTA SANTA UNCION
Y POR SU BONDADOSA MISERICORDIA
TE AYUDE EL SEÑOR CON LA GRACIA
DEL ESPIRITU SANTO.

R. AMEN.

PARA QUE, LIBRE DE TUS PECADOS,
TE CONCEDA LA SALVACION
Y TE CONFORTE EN TU ENFERMEDAD.

R. AMEN.


B -  EL Viático

26. -
  El fiel cristiano en su paso de esta vida a la eterna, alimentado con el viático del Cuerpo y Sangre de Cristo, se fortalece con esta prenda de Resurrección, según las palabras del Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida Eterna y yo le resucitaré en el último dí­a" (Jn. 6,54).

El Viático debe recibirse, a ser posible, dentro de la Misa, de manera que los enfermos puedan comulgar bajo las dos especies, porque la comunión recibida como Viático debe considerarse como un signo especial de la participación en el misterio que se celebra en el Sacrificio de la Misa, esto es, en la muerte del Señor y en su tránsito al Padre (16).

27. -  Todos los bautizados que pueden recibir la Sagrada comunión deben recibir el viático. Pues los fieles, que por cualquier causa se encuentran en peligro de muerte, están obligados bajo precepto a recibir la Sagrada comunión; los pastores deben velar para que la administración de este sacramento no se difiera, de modo que los fieles sean fortalecidos con él cuando aún están en plena posesión de sus facultades (17).

28. -  Conviene que el fiel cristiano renueve la profesión de fe del Bautismo por el cual recibió la adopción de hijo de Dios y fue constituido heredero de la promesa de vida eterna.

29. -  El ministro ordinario del Viático es el párroco y sus cooperadores, el sacerdote encargado del cuidado de los enfermos en los hospitales y el superior de una comunidad religiosa clerical. En caso de necesidad, cualquier sacerdote administra el Viático con licencia, por lo menos presunta, del ministro ordinario.

Cuando no está presente ningún sacerdote puede llevar el Viático a los enfermos un diácono o cualquier fiel cristiano hombre o mujer, que con autoridad de la Santa Sede haya recibido legí­timamente del Obispo la facultad para distribuir la comunión a los fieles. En este caso, el diácono sigue la celebración descripta en el ritual; los demás emplearán el rito ordinario para distribuir la sagrada Comunión, pero usando la fórmula propuesta en el ritual (N. 112) para administrar el Viático.


C -  Rito continuo

30. -
  Para atender con mayor facilidad a los casos excepcionales en que por enfermedad repentina o por otras causas los fieles se encuentran de improviso en peligro de muerte, se prevé el rito continuo con el cual se auxilia al enfermo con los sacramentos de la Penitencia, de la Unción y de la Eucaristí­a como Viático.

Pero si se presenta el inmediato peligro de muerte y no hay tiempo de administrar al enfermo todos los sacramentos, debe confesarse primero al enfermo aunque sea en forma genérica, adminí­stresele luego el Viático, pues los fieles en peligro de muerte están obligados a recibirlo. Y después, si hay tiempo, se podrá aplicarle la sagrada Unción. Pero si a causa de la enfermedad no puede comulgar hay que conferirle la Unción.

31. -  Si hay que confirmar al enfermo, téngase en cuenta lo que se indica en los Nros. 117, 124, 136-137.

En peligro de muerte, gozan por derecho, de la facultad de confirmar cuando no es fácil que esté presente el Obispo o estuviere legí­timamente impedido, los siguientes: los Párrocos y los Vicarios Parroquiales; en su ausencia los Vicarios Cooperadores; los Presbí­teros que regentan parroquias especiales, canónicamente constituidas; los vicarios ecónomos, los vicarios sustitutos y los vicarios auxiliares. En ausencia de todos los nombrados, cualquier sacerdote no impedido por una censura o pena canónica (18).


III -  LOS DEBERES Y LOS SERVICIOS PARA CON LOS ENFERMOS

32. -
  En el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, si sufre un miembro, todos los demás sufren con él (1 Cor. 12, 26) (19). Por lo cual la misericordia para con los enfermos y las, así­ llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas, son consideradas por la Iglesia como de mayor importancia en la sociedad (20). También todos los esfuerzos de la técnica moderna para prolongar la longevidad biológica (21) y todo trabajo que realice cualquier persona humana al servicio de Jos enfermos se considera como una preparación del Evangelio y participan de esa manera en el ministerio de alivio (22) que proporciona por ellos el mismo Jesucristo.

33. -  Por tanto, es muy conveniente que los bautizados participen de este ministerio de caridad mutua en el Cuerpo de Cristo, luchando contra las enfermedades, amando a los enfermos y participando en la celebración de los sacramentos instituidos para los enfermos. Estos sacramentos, como los demás, tienen carácter comunitario que, en cuanto es posible, se debe manifestar en su celebración.

34. -  Los familiares y los que por cualquier tí­tulo asisten a los enfermos tienen una activa parte en este ministerio de alivio. A ellos principalmente corresponde ayudar a los enfermos con conversaciones llenas de fe, con oraciones en común, encomendarlos al Señor paciente y glorificado, y exhortarlos para que se unan gustosamente a la Pasión y Muerte de Cristo, y contribuyan así­ al bien de todo el pueblo de Dios (23). Y cuando se agrava la enfermedad les corresponde a ellos avisar al párroco, y preparar al enfermo con la debida prudencia y caridad, para que se disponga a recibir los sacramentos oportunamente.

35. -  Procuren tener en cuenta los sacerdotes, especialmente los párrocos y demás de quienes se habla en el n. 16 que es deber propio suyo tener un cuidado especial por los enfermos, visitarlos personalmente y ayudarlos con toda caridad (24).

Principalmente cuando celebran los sacramentos de los enfermos deben fomentar en estos y en todos los asistentes la esperanza y la fe en Cristo muerto y resucitado, manifestarán así­ la amorosa solicitud de la Santa Madre Iglesia y consolándolos en la fe, darán alivio a los creyentes a la vez que llevarán a todos al deseo de los bienes eternos.

36. -  Es necesario que se dé a todos los fieles y especialmente a los enfermos una catequesis adecuada a fin de que comprendan cuanto se ha | dicho acerca de la Unción y del Viático, crezcan y se fortalezcan en la fe y la manifiesten mejor.

Se preparará así­ la celebración misma y participarán en ella en forma más fructuosa, sobre todo si se celebra en común; en efecto la oración de la fe que acompaña al sacramento se alimenta de la profesión de la misma fe.

37. -  El sacerdote debe informarse del estado del enfermo, antes de disponer la celebración de los sacramentos para que de acuerdo con las circunstancias adopte el rito, escoja las lecturas de la Sagrada Escritura y elija las oraciones, juzgue si debe o no celebrar la Misa para administrar el Viático, etc. Todo lo cual, en cuanto es posible, lo debe convenir con el enfermo o con los familiares, explicándoles el significado de los sacramentos.


IV -  LAS ADAPTACIONES QUE PUEDEN HACER LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES

38.-
Pertenece a las Conferencias Episcopales, en virtud de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia (art. 63 b) preparar en los rituales particulares el capí­tulo que corresponda a esta parte del Ritual Romano, adaptándolo a las necesidades de ida región, para que pueda emplearse una vez que haya s ido aprobado por la Sede Apostólica.

1. Compete a las Conferencias Episcopales determinar las adaptaciones de que se habla en el art. 39 de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia.

2. Considerar con cuidado y prudencia lo que oportunamente pueda admitirse de las tradiciones y mentalidad de cada pueblo, y por lo tanto, proponer a la Sede Apostólica otras adaptaciones que juzguen útiles o necesarias, para introducirlas con su consentimiento.

3. Conservar o adaptar los elementos propios de los rituales de enfermos ya existentes, con tal de que estén de acuerdo con la Constitución sobre la Sagrada Liturgia y con las necesidades actuales.

4. Preparar una traducción de los textos que esté acomodada a la índole de las distintas lenguas y culturas; añadir, siempre que sea conveniente, melodías apropiadas para el canto.

5. Adaptar y completar las introducciones del Ritual Romano, a fin de que la participación de los fieles sea consciente y activa.

6. En los libros litúrgicos que deben editar las Conferencias Episcopales, ordenar la materia del modo más cómodo para el uso pastoral.

39. -  Cuando el Ritual Romano presenta fórmulas opcionales, los rituales particulares pueden añadir otras semejantes.


V -  ADAPTACIONES A JUICIO DEL MINISTRO

40. -
  El ministro, teniendo en cuenta las circunstancias y los deseos de los fieles, use gustosamente las diversas posibilidades concedidas en los ritos.

a) Atienda principalmente a la fatiga y a la crisis que pueden sufrir los enfermos en un día, o aun en una hora. Abrevie, si es necesario, la celebración.

b) Cuando no esté presente una comunidad de fieles, acuérdese el sacerdote que en él mismo y en el enfermo está presente la Iglesia. Procure, por consiguiente, tanto antes como después de la celebración del Sacramento, brindarle al enfermo el cariño, la ayuda y la comprensión de la comunidad local por sí mismo, o si el enfermo lo quiere, por otro cristiano de la comunidad.

c) Si después de la Unción el enfermo se mejora ha I de procurarse que dé gracias a Dios por el beneficio recibido, v. gr. participando en una Misa para dar gracias a Dios, o de otra manera conveniente.

41. -  Por tanto adapte la celebración a las circunstancias del lugar y de las personas. El acto penitencial se hace al comienzo de la celebración o después de las lecturas bíblicas. En lugar de la acción de gracias sobre el Oleo haga más bien al enfermo, si es oportuno, una breve explicación. Esta se refiere especialmente, al caso en que el enfermo se encuentra en una sala común del hospital con otros enfermos que no toman parte alguna en la celebración.



1) Cf. etiam Col. 1, 24; 2 Tim. 2, 11-12; 1 Petr. 4, 13.

2) Cf. Conc. Trid. Sessio XIV, De extrema unctione, cap. 1; Denz Schön 1694; Conc. Vat. II, Const. Lumen Gentium, n. 11; AAS 57 (1965), 15.

3) Cf. Conc. Trid., Sessio XIV, De extrema unctione, cap. I; Denz Schön 1694.

4) Cf. Ibid., proem. et cap. 2; Denz Schön 1694 et 1696.

5) Cf. S. THOMAS, In IV Sententiarum, d. 1 q. 1, a. 4, q. c. 3.

6) Cf. Conc. Trid., Sessio XIV, De extrema unctione, cap. 2; Denz Schön. 1698.

7) Cf. Conc. Vat. II., Const. Sacrosanctum Concilium, n. 73; AAS 56 (1964), 118-119.

8) Cf. Pius XI, Epist. Explorata res. 2 febr. 1923.

9) Cf. C.I.C., can 943.

10) Cf. C.I.C., can 941.

11) Cf. Conc. Trid., Sessio XIV, De extrema unctione, cap. 3 et can. 4; Denz Schon 1697 et 1719; C.I.C. can 938.

12) Cf. C.I.C., can 938.

13) Cf. Ordo benedicendi Oleum catechumenorum et infirmorum et conficiendi Chrisma. Praenotanda, n. 3. Typis Polyglottis Vaticanis 1970.

14) Cf. Ibid., Praenotanda, n. 8.

15) Cf. Ibid., Praenotanda, ir. 9.

16) Cf. S. Congr. Rituum, Instructio Eucharisticum Mysterium, 25 maii 1967, nn. 36, 39, 41; AAS 59 (1967), 561, 562, 563; Paulus VI, Litt. Apost. Pastorale munus, 30 nov. 1963, n. p 7; AAS 56 (1964) 7; C.I.C., can. 822,4.

17) Cf. S. Congr. Rituum, Instructio Eucharisticum mysterium, 25 maii 1967, n. 39; AAS 59 (1967), 562.

18) Cf. Ordo Confirmationis, Praenotanda, N. 7c. Typis Polyglottis Vaticanis 1971.

19) Cf. Conc. Vat. II, Cons. Lumen Gentium, n. 7; AAS 57 (1965) 9-10.

20) Cf. Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam Actuositatem, n. 8; AAS 58 (1966), 845.

21) Cf. Conc. Vat. II, Const. Gaudium et Spes, n. 18; AAS 58 (1966) 1038.

22) Cf. Conc. Vat. II, Const. Lumen Gentium, n. 28: AAS 57 (1965) 34.

23) Cf. Ibid. n. 21.

24) Cf. C.I.C., can. 468, 1.

 

 

Capítulo I

VISITA Y COMUNIÓN DE LOS ENFERMOS


I - VISITA DE LOS ENFERMOS

42. – Todos los cristianos, como participantes que son de la solicitud y caridad de Cristo y de la Iglesia, tengan cada uno según sus capacidades, particular esmero en el cuidado de los enfermos, visitándolos y consolándolos en el Señor, y ayudándolos fraternalmente en sus necesidades.

43. – En especial los párrocos y cuantos se dedican al cuidado de los enfermos, procuren a la luz de la fe, hacerles comprender el sentido del dolor y de la enfermedad en el misterio de la salvación; exhórtenlos además para que iluminados por la fe, sepan unirse a los sufrimientos de Cristo, santifiquen su enfermedad con la oración y con ésta obtengan la fortaleza necesaria para soportar sus sufrimientos.

Será su primer cuidado llevar a los enfermos gradualmente a la participación de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristí­a, con frecuencia, según su propio estado; y en particular, a recibir la Unción Sagrada y el Viático en el tiempo más apropiado.


44. – Es importante además que se enseñe a los enfermos y se les ayude por medios aptos a orar, solos o en compañí­a de sus familiares y de quienes los cuidan; esta oración estará alimentada principalmente en la Sagrada Escritura, en los Salmos u otros textos, en la meditación de cuanto en la persona de Cristo y su obra ilumina el misterio de la enfermedad humana. Los sacerdotes mismos procuren acompañar a los enfermos en esta oración.

45. – En la visita a los enfermos el sacerdote puede organizar familiarmente una oración comunitaria a manera de breve celebración de la Palabra e Dios. Y a la lectura de la Palabra de Dios puede pregar una oración inspirada en los Salmos u otras raciones bí­blicas o hacer una pequeña letaní­a; y al mcluir puede darle la bendición al enfermo imponiéndole las manos.


II - COMUNION DE LOS ENFERMOS*

46. – Los pastores procurarán que los enfermos y ancianos, aunque no estén graves, ni en peligro de muerte, comulguen con frecuencia y ojalá ariamente en especial durante el tiempo pascual, cual puede hacerse a cualquier hora.

Si el enfermo no puede recibir la Eucaristí­a ijo la forma de Pan, puede darse únicamente bajo la forma de Vino, según se indica en el n. 95. Los qu­e asisten al enfermo pueden también comulgar con él observadas las normas del caso.


47. – Fuera de la iglesia la Eucaristí­a debe llevarse en un recipiente adecuado y cerrado; en cuanto al vestido del ministro y a la manera de trasladar el Santí­simo Sacramento se procederá de la manera que más convenga según las circunstancias.

48. – Los que viven con el enfermo o quienes lo atienden, arreglen debidamente la alcoba y preparen una mesa con un mantel para colocar el cramento. Prepárese, si es costumbre, un recipiente con agua bendita y un aspersorio o un ramito para la aspersión y un cirio sobre la mesa.

(*) Cuando la Sda. Comunión es administrada a los enfermos por un Acólito o Ministro extraordinario de la comunión legí­timamente designado, debe seguirse lo señalado en el Capí­tulo II del Ritual de la Sda. Comunión y Culto de la Sda. Eucaristí­a, fuera de la Misa.


1. - CELEBRACION ORDINARIA PARA LA COMUNION DE LOS ENFERMOS

49. – Llegado donde el enfermo, el sacerdote saluda cordialmente a éste y a los presentes, utilizando, si es oportuno, la fórmula:

Paz en esta casa y a todos sus moradores.

O bien:

La paz del Señor esté con ustedes (contigo).

Otras fórmulas de saludo nn. 230-231.

Luego, colocado el Sacramento sobre la mesa, lo adora a una con los presentes.


50. – Después, si parece conveniente, con el agua bendita, asperja al enfermo y la habitación, diciendo estas u otras palabras:

Que esta agua
nos recuerde nuestro Bautismo,
y a Cristo que por nosotros
y por nuestra salvación murió y resucitó.

51. – Si el enfermo desea confesarse el sacerdote escucha su confesión.

52. – Cuando dentro de esta celebración no se hace Confesión sacramental o hay otros que van a comulgar, el sacerdote exhorta a los presentes a hacer el acto penitencial, diciendo:

Renovemos nuestra conversión a Dios,
renunciando a los pecados
con que lo hemos ofendido.

O bien:

Siempre ofendemos a Dios y necesitamos su perdón:
recordemos ahora nuestras faltas
y manifestemos nuestro arrepentimiento.

Se hace una breve pausa de silencio y luego todos juntos, hacen la confesión:

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:

Golpeándose el pecho dicen:

por mi culpa, por mi culpa,
por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa Marí­a, siempre Virgen,
a los Angeles, a los Santos
y a ustedes, hermanos,
que intercedáis por mí­ ante Dios,
nuestro Señor.

Luego el sacerdote dice:

Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la Vida eterna.

Y todos responden:

Amén.

Otras fórmulas penitenciales, ver nn. 232-233.

53. – Luego, alguno de los presentes o el mismo sacerdote, según las circunstancias, puede leer un texto de la Sagrada Escritura, p. ej.:

Jn. 6 (54-55):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discí­pulos:
"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último dí­a.
Porque mi carne es una verdadera comida, y mi sangre, una verdadera bebida".

Jn. 6 (54-59):
El que come mi carne y bebe mi sangra tiene la Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último dí­a.
Porque mi carne es una verdadera comida y mi sangre, una verdadera bebida.
El que come mí­ carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él.
Así­ como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mi.
Este es el pan bajado del Cielo; no como el que comieron vuestros padres y murieron. El que come este pan vivirá eternamente".

Jn. 14 (6):
En aquel tiempo dijo Jesús a Tomás:
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mi".

Jn. 14 (23):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discí­pulos: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; ¡remos a él y habitaremos en él".

Jn. 14 (27):
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discí­pulos: "Os dejo la paz, os doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No os inquietéis ni temáis!"

Jn. 15 (4):
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discí­pulos: "Permaneced en mi, como yo permanezco en ustedes.
Así­ como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecéis en mi".

Jn. 15 (5):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discí­pulos: wYo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mi, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mi, nada podéis hacer".

1 Cor. 11 (26):
"Siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, proclamaréis la muerte del Señor hasta que él vuelva".

1 Jn. 4 (16):
"Nosotros conocemos el amor que Dios nos tiene y creemos en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.

54. – Si parece oportuno hágase una breve homilí­a sobre el texto leí­do. Inmediatamente después, el sacerdote, con estas u otras palabras, introduce la recitación del Padre nuestro:

Ahora, hermanos,
oremos juntos a Dios nuestro Padre
con la oración que
Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó:

Todos recitan la oración dominical.

55. – Luego el sacerdote presenta al enfermo el Santí­simo Sacramento diciendo:

Este es el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo.
Felices los invitados
a la Cena del Señor.

El enfermo y los presentes dicen una sola vez:

Señor, no soy digno que entres en mi casa.
Pero una palabra tuya bastará para sanarme.

56. – Acercándose el sacerdote al enfermo y teniendo la Hostia un tanto levantada, dice:

El Cuerpo de Cristo
(o, la Sangre de Cristo)

El enfermo responde:


Amén,

y recibe la comunión.

Los que van a comulgar lo hacen en la forma acostumbrada.


57. – Terminada la distribución de la Comunión, el ministro purifica como de costumbre. Si pareciera oportuno, se guarda unos minutos de silencio. Luego el sacerdote reza la oración conclusiva.

Oremos:

Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno
te suplicamos con viva fe,
que el santí­simo Cuerpo
de tu Hijo Jesucristo
(la preciosí­ma Sangre
de tu Hijo Jesucristo)
que nuestro(a) hermano(a) ha recibido
le si­rva para bien de su alma y de su cuerpo,
y como remedio para alcanzar ia vida eterna.
Por Cristo Nuestro Señor.

Amén.

Otras oraciones, nn. 234-236.

58. – Después bendice al enfermo y a los presentes haciendo la señal de la cruz con el copón, si aún quedan Hostias.

El sacerdote dice:

Te bendiga Dios Padre.
R. Amén.

Te ilumine el Espí­ritu Santo.
R. Amén.

Cuide tu cuerpo y salve tu alma.
R. Amén.

Brille en tu corazón
y te lleve a la vida eterna.

R. Amén.

Ya todos los presentes
os bendiga el Señor todopoderoso
Padre, Hijo + y Espí­ritu Santo.

R. Amén.

Ver otras bendiciones, nn. 237-238.


2. – CELEBRACION BREVE PARA COMUNION DE ENFERMOS

59. – Este rito breve se emplea cuando ha de repartirse la Comunión a varios enfermos que permanecen en distintas habitaciones, por ejemplo, en un hospital, agregando, si es el caso, algunos elementos tomados de la celebración ordinaria.

60. – Si hay algunos que quieren confesarse, el sacerdote escuchará sus confesiones en el tiempo oportuno antes de distribuir la Sagrada Comunión.

61. – La celebración puede iniciarse en la iglesia o capilla o en la primera habitación, mientras se recita la antí­fona:

Oh Sagrado banquete
en que Cristo es nuestra comida,
se celebra el memorial de su Pasión,
el alma se llena de gracia,
y se nos da la prenda de la gloria futura.

62. – El sacerdote, acompañado, si parece conveniente por una persona que lleva un cirio encendido, se dirige a los enfermos y dice una sola vez para todos lós de la misma habitación, o para cada uno:

Este es el cordero de Dios
que quita el pecado del mundo.
Felices los invitados a la Cena del Señor.

El enfermo dice una sola vez:

Señor,
no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Y recibe la comunión como de costumbre.

63. – La oración conclusiva puede decirse en la iglesia o capilla o en la última habitación.

Oremos:

Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno
te suplicamos con viva fe,
que el santí­simo Cuerpo
de tu Hijo Jesucristo
(la preciosí­sima Sangre
de tu Hijo Jesucristo)
que nuestro(a) hermano(a) ha recibido
le sirva para bien de su alma y de su cuerpo,
y como remedio para alcanzar la vida eterna.
Por Cristo Nuestro Señor.

R. Amén.

 

 

Capítulo II

UNCION DE LOS ENFERMOS

CELEBRACION HABITUAL

Preparación de la celebración

64. – El sacerdote que ha de administrar la Sagrada Unción a un enfermo, cerciórese primero de su estado de salud para que pueda tenerlo en cuenta en la disposición del rito, en la elección de las oraciones y de las lecturas bí­blicas. Todo lo cual, en cuanto sea posible, ha de prepararlo con el mismo enfermo o con su familia, explicando el significado del Sacramento.

65. – Si el enfermo necesita confesarse hay que procurar que lo haga antes de celebrarse la Unción. Pero si ha de hacerse junto con la Unción, se hará al comienzo del rito. Y cuando no se atiende la confesión dentro de él, puede hacerse, si se cree conveniente, el acto penitencial.

66. – El enfermo que no esté reducido a la cama, puede recibir el Sacramento en la iglesia o en otro lugar apto, donde haya una silla en la cual el enfermo pueda acomodarse y en donde puedan reunirse al menos los allegados y amigos que quieran tomar parte en la celebración.

En los hospitales, el sacerdote tenga en cuenta la presencia de los otros enfermos a fin de que, según las circunstancias, o tomen parte en la celebración o, al contrario, no se molesten por ella, sea por su estado de salud que les producirá cansancio o por no ser católicos.


67. – El rito siguiente debe seguirse aún en el caso de una celebración a varios enfermos conjuntamente, pero a cada uno se le imponen las manos y se le unge individualmente con la respectiva fórmula, recitando lo demás una sola vez, en plural.


Ritos iniciales

68. – Vestido con los ornamentos apropiados al caso, el sacerdote se acerca al enfermo, lo saluda cordialmente a una con los presentes, utilizando, si es conveniente la siguiente fórmula.

Paz a esta casa y todos sus moradores.

O bien:

La paz del Señor esté con ustedes.

Otras fórmulas de saludo (n. 230-231).

69. – Luego, si es oportuno, asperja al enfermo y la habitación con agua bendita, con estas u otras palabras:

Que esta agua
nos recuerde nuestro Bautismo,
y a Cristo que por nosotros
y por nuestra salvación murió y resucitó.

70. – Luego habla a los asistentes con estas u otras palabras:

Hermanos carísimos: Nuestro Señor Jesucristo, a quien los enfermos se dirigían para pedirla la salud, según narra el Evangelio, y quien tanto sufrió por nosotros, está presente en esta reunión y por boca del Apóstol Santiago nos exhorta diciendo: "¿Está enfermo alguno de ustedes? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que oren sobre él y lo unjan con el óleo en el Nombre del Señor; y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor lo aliviará y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados".

Encomendemos, pues, a nuestro hermano enfermo (N) a la gracia y al poder de Cristo, para que encuentre alivio y salvación.

O bien la oración del n. 239.


Acto penitencial


71. – Si no hay confesión sacramental, se procede al acto penitencial. El sacerdote lo inicia diciendo:

Renovemos nuestra conversión a Dios,
renunciando a los pecados
con que lo hemos ofendido.

O bien:

Siempre ofendemos a Dios
y necesitamos su perdón:
recordemos ahora nuestras faltas
y manifestemos nuestro arrepentimiento.

Se hace una breve pausa de silencio y luego todos juntos, hacen la confesión:

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:

Golpeándose el pecho dicen:

por mi culpa, por mi culpa,
por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen,
a los Angeles, a los Santos
y a ustedes, hermanos,
que intercedáis por mi ante Dios,
nuestro Señor.

Luego el sacerdote dice:

Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a ia Vida eterna.

Y todos responden:

Amén.

Otras fórmulas penitenciales, ver nn. 232-233.


Lecturas de la Sagrada Escritura


72. – Luego alguno de los presentes o el mismo sacerdote lee un texto breve de la Sagrada Escritura.

Escuchad, hermanos, las palabras del Evangelio según San Mateo (Mt. 8, 5-10.13).

Al entrar Jesús en Cafarnaún se le acercó un centurión y le rogaba:
– "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente".
Jesús le dijo:
– "Yo iré a curarlo".
Pero el centurión respondió:
– "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: – "Vé", el va; y a otro: – "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: – "Tienes que hacer ésto, él lo hace.
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:
"Os aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe".
Y dijo al centurión:
– "Vé, y que suceda como creiste".

U otra lectura apropiada, que podrá tomarse de las que se sugieren en el N° 153 y ss. Se hará, si fuese oportuno, una breve explicación del texto.


Letanías

73. – La letanía siguiente se puede recitar ahora o después de la Unción, o repetirla antes y después, según las circunstancias. El sacerdote puede además variar el texto o acortarlo.

Hermanos, llenos de fe imploramos a Dios nuestro Padre por nuestro hermano N.:

Para que, con tu presencia, Padre, lo consueles y por esta santa Unción lo fortalezcas.
R. Te rogamos, óyenos.

Para que lo libres de todo mal.
R. Te rogamos, óyenos.

Para que alivies los dolores de todos los que sufren.
R. Te rogamos, óyenos.

Para que, premies con tus dones a todos los que sirven a los enfermos.
R. Te rogamos, óyenos.

Para que lo libres del pecado y de toda tentación.
R. Te rogamos, óyenos.

Para que concedas vida y salvación a quien, en tu nombre, imponemos las manos.
R. Te rogamos, óyenos.

Otras fórmulas para escoger: nn. 240-241.

74. – Entonces el sacerdote impone las manos sobre la cabeza del enfermo, sin decir nada.

75. – Si, según lo dicho en el n. 21, se ha de bendecir el Oleo, el sacerdote dice la siguiente oración:

Dios y Padre de todo consuelo
que por medio de tu Hijo
quisiste remediar los males
de quienes estaban enfermos,
escucha con bondad
la oración que brota de la fe:
Te rogamos que envíes desde el Cielo
a tu Espíritu Santo Paráclito
sobre este aceite.

Tú has hecho que él
fuera producido por los vegetales
para que, junto con tu santa bendición,  +
restaurara los cuerpos enfermos,
sirviendo como remedio
del cuerpo y del alma
para cuantos fueran ungidos por él,
y así se vieran liberados de la aflicción
y de todas las enfermedades
y sufrimientos.

Señor,
que este aceite
sea santificado en beneficio nuestro
por medio de tu bendición
en el nombre de tu Hijo Jesucristo.
Que contigo vive y reina
por los siglos de los siglos.

R. Amén.

Otras fórmulas a escoger en el n. 242.


75 bis. – Cuando el Oleo ya está bendito, dice la oración de acción de gracias sebre el mismo:

– Bendito seas, Dios Padre todopoderoso, que por nosotros y por nuestra salvación nos enviaste a tu Hijo al mundo.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

– Bendito seas Dios, Hijo Unigénito, que hecho hombre quisiste remediar nuestras enfermedades.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

– Bendito seas, Dios, Espí­ritu Santo Paráclito, que con tu gracia nos das fortaleza para sobrellevar fas enfermedades de nuestro cuerpo.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

– Padre misericordioso, tu siervo, que hoy es ungido con el Oleo Santo, reciba alivio en la enfermedad y consuelo en su dolor. Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén.


Sagrada Unción

76. – Inmediatamente el sacerdote toma el Oleo sagrado, y unge al enfermo en la frente y en las manos diciendo una sola vez:

POR ESTA SANTA UNCION
Y POR SU BONDADOSA MISERICORDIA
TE AYUDE EL SEÑOR CON LA GRACIA
DEL ESPIRITU SANTO.
R. AMEN.

PARA QUE, LIBRE DE TUS PECADOS,
TE CONCEDA LA SALVACION
Y TE CONFORTE EN TU ENFERMEDAD.
R. AMEN.

77. – Luego dice la oración:

Te rogamos, Redentor nuestro,
que, con la gracia del Espí­ritu Santo,
cures la debilidad de este(a) enfermo(a),
sanes sus heridas y perdones sus pecados.
Aparta de él(ella) todo cuanto pueda afligir
su alma y su cuerpo;
por tu misericordia devuélvele
la perfecta salud espiritual y corporal,
para que, restablecido(a) por tu bondad,
pueda volver al cumplimiento
de sus acostumbrados deberes.
Que vives y reinas...
R. Amén.

O bien:

Señor nuestro, Jesucristo,
que para redimirnos
y curar todas nuestras dolencias
quisiste asumir nuestra naturaleza humana;
te encomendamos a tu siervo N.,
que desea recuperar su plena salud
y a quien en tu Nombre hemos ungido,
para que lo fortalezcas con tu gracia,
lo consueles con tu visita,
y así­ superados todos sus males,
se mejore de su enfermedad;
(y pues, por su enfermedad,
quisiste asociarlo a tu Pasión,
concédele ver
cómo sus dolores unidos a los tuyos,
son eficaces para la salvación del mundo).
Que vives y reinas.
R. Amén.

Otras oraciones adaptadas a la situación del enfermo en los nn. 243-246.


Rito de conclusión


78. – Inmediatamente después el sacerdote, con estas ti otras palabras, introduce la recitación del Padre nuestro:

Ahora, hermanos,
oremos juntos a Dios nuestro Padre
con la oración que
Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó:

Padre nuestro...

Todos recitan la oración dominical.

Si el enfermo va a comulgar, después del Padre nuestro, se hace todo como en el Ritual para la comunión de los enfermos (nn. 55-58).


79. – La celebración concluye con la bendición del sacerdote:

Te bendiga Dios Padre. R. Amén.

Te sane Dios Hijo. R. Amén.

Te ilumine el Espí­ritu Santo. R. Amén.

Cuide tu cuerpo y salve tu alma. R. Amén.

Brille en tu corazón y te lleve a la vida eterna. R. Amén.

Y a todos los presentes os bendiga el Señor todopoderoso Padre, Hijo  +  y Espí­ritu Santo. R. Amén.

Otra bendición en el n. 237.


UNCION DENTRO DE LA MISA

80. – Cuando lo permita el estado del enfermo, y en especial cuando ha de recibir la Comunión, se puede administrar la Unción sagrada dentro de la Misa, sea en la iglesia, sea también, con permiso del Ordinario, en la casa del enfermo, o en el hospital, en un lugar adecuado. (Ver Misal Romano - Edición de la Comisión Episcopal de Culto - pág. 586; 656 y 658). Ver Misa en el Apéndice de éste Ritual.

81. – Siempre que se administre la Unción dentro de la Misa, se celebra de blanco la Misa por los enfermos. En los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, en las Solemnidades, en el Miércoles de Ceniza y durante la Semana Santa se celebra la Misa del día, utilizando, si se cree conveniente, las fórmulas de bendición final (n. 79 y 237).

Las lecturas se tomarán de las que se proponen en el Leccionario o propio, a no ser que el provecho del enfermo y de los asistentes aconseje escoger otras lecturas. (Ver Leccionario Santoral y Misas Diversas; pág. 411), o el N" 152 de este Ritual.

Cuando esté prohibida la Misa por los enfermos, una de las lecturas puede tomarse de los textos arriba indicados, a no ser que se trate del Triduo Pascual, de la solemnidad de Navidad, Epifanía, Ascensión, Pentecostés, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, u otra Solemnidad de precepto.


82. – La Unción se celebra después del Evangelio y de la Homilía, en la siguiente forma:

a) Después de leer el Evangelio el sacerdote, basándose en el texto bíblico, explique el sentido del dolor humano en la historia de la salvación, y la gracia del sacramento de la Unción, teniendo presente el estado del enfermo, y la situación de los presentes.

b) La celebración de Unción comienza con las letanías (n. 73) o si la letanía o la oración universal se hace después de la Unción, por la imposición de las manos (n. 74). Luego se prosigue con la bendición del Oleo (según n. 21) o con la oración de Acción de Gracias sobre el mismo, según el caso (n. 75 ó 75 bis), y con la Unción (n. 76).

c) Después, a no ser que se haya recitado la Letanía, se hace la oración universal, la cual se concluye con la oración después de la Unción (nn. 77, 243--246). La Misa prosigue normalmente, con la preparación de los dones. El enfermo y los presentes pueden comulgar bajo ambas especies.



CELEBRACION DE LA UNCION CON GRAN CONCURRENCIA DE FIELES

83. – La celebración que se describe a continuación podrá seguirse en grandes concentraciones de fieles, como peregrinaciones, congresos diocesanos, locales o parroquiales, u organizados por alguna institución dedicada al cuidado de los enfermos.

La misma manera de celebración podrá usarse, si se cree conveniente, en los hospitales.

Si a juicio del Ordinario del lugar, muchos enfermos han de recibir la sagrada Unción, el Ordinario o su delegado, cuide de aue se cumplan las normas dadas sobre la Unción Sagrada (n. 8-9), la preparación pastoral y la celebración litúrgica (nn. 17, 84, 85).

Deberá además nombrar, si se requiere, sacerdotes que colaboren en la administración del Sacramento.


84. – La celebración común de la Unción debe hacerse, en la iglesia o en otro lugar apropiado, al cual puedan concurrir con facilidad los enfermos y les demás fieles.

85. – Es muy conveniente que la celebración de la Sagrada Unción esté precedida de una cuidadosa preparación pastoral, no sólo de los enfermos que han de ser ungidos, sino también de los otros enfermos que estarán presentes y de los demás fieles que van a participar en la celebración.

Procúrese, igualmente, que los asistentes participen activamente, sobre todo nreparando cantos apropiados que despierten la solidaridad de los fieles, promuevan la oración comunitaria y manifiesten la alegría pascual que debe resonar en la celebración.



Celebración fuera de la Misa

86. – Se recomienda a los enfermos que han de recibir la Unción se confiesen antes de la celebración.

87. – La celebración comienza con una cordial acogida y saludo a los enfermos, en el cual se manifieste el cuidado de Cristo por ellos y la participación que tienen en el pueblo de Dios.

88. – Luego se hace el acto penitencial, si se cree conveniente, (n. 71).

89. – Prosigue la celebración de la Palabra, que • puede constar de una o varias lecturas de la Sagrada Escritura, y sus cantos interleccionales. Las lecturas pueden escogerse del Leccionario para los enfermos (n. 153 ss), a no ser que el provecho de los enfermos o de los presentes aconseje otras lecturas. Después de la homilía puede guardarse un breve tiempo de silencio.

90. – La celebración del Sacramento comienza por las letanías (n. 73) o por la imposición de las manos (n. 74). Durante la unción de los enfermos, luego que los presentes hayan escuchado una vez la fórmula del sacramento, puede cantarse un canto adecuado.

La oración de los fieles, cuando se hace después de la Unción, se concluye con la oración después de la Unción (n. 77) o con el Padre nuestro si se juzga oportuno, cantado por todos.

Cuando estén presentes varios sacerdotes, cada uno impone las manos sobre algunos enfermos y los ungen pronunciando la fórmula; el celebrante principal dice las demás oraciones.


91. – Antes de la despedida se da la bendición (n. 79, 237) y termina la celebración con un canto apropiado.


Celebración dentro de la Misa

92. – La acogida de los enfermos se hace en la monición de entrada. En cuanto a la forma de organizar la Liturgia de la Palabra, y de la Unción, obsérvese cuanto se dice en los números 89-91.

 

 

Capítulo III

EL VIATICO (*)

93. – Los párrocos y los sacerdotes que están encargados del cuidado espiritual de los enfermos deben procurar que los que se encuentran en peligro próximo de muerte sean fortalecidos con el santo Viático. Por tanto deben hacer oportunamente una preparación pastoral según las circunstancias, no sólo a los enfermos sino también a sus familiares y a los que los asisten.

94. – Se puede dar el Viático a un enfermo sea dentro de la Misa, si a juicio del Ordinario se celebra en su casa (n. 26); sea también, fuera de la Misa, según los ritos y normas que luego se indican.

95. – En caso de necesidad, se puede administrar la Eucaristí­a únicamente bajo la forma de Vino a quien no esté en capacidad de recibir la especie del Pan.

Si no se celebra la Misa junto al enfermo, se reservará después de la Misa la Sangre del Señor en un cáliz debidamente cubierto y colocado en el sagrario. Pero no se llevará al enfermo, sino un vaso cerrado de tal modo que se evite completamente el peligro de que se derrame. Para administrar el sacramento se elegirá, en cada caso, el modo más adecuado de los que se proponen para distribuir la comunión bajo las dos especies. Administrada la comunión, si queda algo de la preciosí­sima Sangre, el ministro la sumirá y tendrá cuidado de realizar las abluciones debidas.


(*) Si el Viático es administrado por un Acólito o un Ministro extraordinario de la comunión legí­timamente designado, debe seguirse lo señalado en el Capí­tulo II (3) del Ritual de la Sda. Comunión y Culto de la Sda. Eucaristí­a fuera de la Misa.


96. – Todos los participantes en la celebración pueden recibir también la comunión bajo ambas especies.


ADMINISTRACION DEL VIATICO DENTRO DE LA MISA

97. – Siempre que se administre el Viático dentro de la Misa, se celebra de blanco la Misa propia o la Misa votiva de la Santí­sima Eucaristí­a. En los domingos de Adviento Cuaresma y Pascua, en las Solemnidades, en el Miércoles de Ceniza y durante la Semana Santa se celebra la Misa del dí­a, utilizando, si se cree conveniente, las fórmulas de bendición final (n. 79 y 237). Ver Misa en el Apéndice.

Las lecturas se tomarán de las que se proponen en el Leccionario o propio, a no ser que el provecho del enfermo y de los asistentes aconseje escoger otras lecturas.

Cuando esté prohibida la Misa votiva, una de las lecturas puede tomarse de los textos arriba indicados, a no ser que se trate del Triduo Pascual, de la solemnidad de Navidad, Epifaní­a, Ascensión, Pentecostés, Santí­simo Cuerpo y Sangre de Cristo, u otra Solemnidad de precepto.


98. – Si es necesario, el sacerdote escucha la confesión del enfermo antes de la celebración de la Misa.

99. – La Misa se celebra en la forma acostumbrada, pero teniendo en cuenta lo que sigue:

a) Después de leer el Evangelio, basándose en el texto bí­blico se hace una breve homilí­a en la cual se expone la importancia y el sentido del Viático, según las circunstancias del enfermo y de los presentes (Cfr. nn. 26-28).

b) Antes de concluir la homilí­a, inclúyase la profesión de fe, si ha de hacerse (n. 108). Esta profesión de fe hace las veces del credo en la Misa.

c) La Oración Universal debe acomodarse a la celebración, escogiendo los textos de los que se proponen en el n. 109; se puede omitir cuando el enfermo hace su profesión de fe y cuando se considere que el enfermo puede cansarse mucho.

d) En el momento señalado en el Ordinario de la Misa, el sacerdote y los presentes pueden dar la paz al enfermo.

e) Tanto el enfermo como los demás presentes pueden comulgar bajo ambas especies.
En la comunión para el enfermo debe usar el sacerdote la fórmula establecida para el Viático (n. 112).

f) Al fin de la Misa, puede emplearse la fórmula peculiar para la bendición (nn. 79, 237) a la cual puede agregarse la fórmula de Indulgencia ple-naria para el momento de la muerte que comienza por las palabras: "Por los santos misterios..." (Cfr. n. 106).



VIATICO FUERA DE LA MISA

100. – Si el enfermo quiere confesarse (lo cual debe tenerse muy en cuenta) el sacerdote procura confesarlo, si es posible, en un momento distinto de la administración del Viático. Y si hay que confesar al enfermo en la misma celebración, entonces se le oye al principio del rito.

Cuando la confesión no tiene lugar dentro del mismo rito, u otras personas quieren comulgar, se hace el acto penitencial.


101. – Vestido con los ornamentos apropiados al caso, el sacerdote se acerca al enfermo, lo saluda cordialmente a una con los presentes, utilizando, si es conveniente la siguiente fórmula:

Paz a esta casa y a todos sus moradores

O bien:

La paz del Señor esté con ustedes (o contigo)

Otras fórmulas de saludo (n. 230-231).

Luego colocado el Sacramento sobre la mesa, lo adora a una con los presentes.


102. – Luego, si es oportuno, asperja al enfermo y a la habitación con agua bendita, con estas u otras palabras:

Que esta agua
nos recuerde nuestro Bautismo,
y a Cristo que por nosotros
y por nuestra salvación murió y resucitó.

103. – Luego se dirige a los presentes con estas u otras palabras:

Queridos hermanos: Jesucristo nuestro Señor, antes de pasar de este mundo al Padre, nos dejó el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre para que, a la hora de nuestro paso de esta vida a Dios, fortalecidos con el Viático de su Cuerpo y de su Sangre, nos sintiéramos protegidos con esta prenda de nuestra futura resurrección. Unidos, pues, por el amor a nuestro hermano N., oremos por él.


Acto Penitencial

104. – Si es necesario el sacerdote escucha la confesión del enfermo que en caso de necesidad puede ser genérica.

105. – Si el enfermo no se va a confesar o si van a comulgar otras personas, el sacerdote exhorta a los presentes a hacer el acto penitencial, diciendo:

Renovemos nuestra conversión a Dios,
renunciando a los pecados con que lo hemos ofendido.

O bien:

Siempre ofendemos a Dios y necesitamos su perdón:
recordemos ahora nuestras faltas
y manifestemos nuestro arrepentimiento.

Se hace una breve pausa de silencio y luego todos juntos, hacen la confesión:

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:

Golpeándose el pecho dicen:

por mi culpa, por mi culpa,
por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa Marí­a, siempre Virgen,
a los Angeles, a los Santos
y a ustedes, hermanos,
que intercedáis por mi ante Dios,
nuestro Señor.

Luego el sacerdote dice:

Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la Vida eterna.

Y todos responden:

Amén.

Otras fórmulas penitenciales, ver nn. 232-233.

106. – El sacramento de la Penitencia o el acto penitencial pueden concluirse con la Indulgencia plenaria para el momento de la muerte, la cual concede el Sacerdote al enfermo en la siguiente forma:

Yo, por autoridad recibida
de la Sede Apostólica
te concedo la indulgencia plenaria
y el perdón de todos tus pecados
en el nombre del Padre,
del Hijo + y del Espírittu Santo.

O bien:

Por los santos misterios
de nuestra Redención,
Dios todopoderoso
te perdone todos los castigos,
que a causa de tus pecados deberías sufrir
en esta vida y la eterna,
te abra las puertas del cielo,
y te conduzca a la felicidad eterna.

R. Amén.


Lecturas de la Sagrada Escritura

107. – Conviene sobremanera que uno de los presentes, o el mismo sacerdote, haga una breve lectura de la Sagrada Escritura, por ejemplo:

Jn. 6 (54-55):

"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último dí­a.
Porque mi carne es una verdadera comida, y mi sangre, una verdadera bebida".

Jn. 6 (54-59):
"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque m¡ carne es una verdadera comida y mi sangre, una verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él.
Así­ como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el Padre, de ia misma manera, el que me come vivirá por mi.
Este es el pan bajado del Cielo; no como el que comieron vuestros padres y murieron. El que come este pan vivirá eternamente".

Jn. 14 (6):
En aquel tiempo dijo Jesús a Tomás:
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí­".

Jn. 14 (23):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discí­pulos: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él".

Jn. 15 (4):
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discí­pulos: "Permaneced en mi, como yo permanezco en ustedes.
Así­ como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecéis en mi".
"Siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, proclamaréis la muerte del Señor hasta que él vuelva".

Podrá escogerse también alguno de los textos que se proponen en los nn. 247 y ss. ó 153 y ss. Puede hacerse una breve explicación de lo leí­do, según las circunstancias.


Profesión de fe bautismal


108. – Es conveniente que el enfermo, antes de recibir el Viático, renueve la profesión de fe que hizo en el Bautismo. Por tanto el sacerdote en pocas palabras hace una introducción adecuada, y le pregunta luego:

¿Crees en Dios Padre, todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra?
R. Creo.

¿Crees en Jesucristo su único Hijo,
nuestro Señor,
que nació de Santa Marí­a Virgen,
murió y fue sepultado,
resucitó de entre los muertos
y está sentado a la derecha del Padre?
R. Creo.

¿Crees en el Espí­ritu Santo,
la Santa Iglesia Católica,
la Comunión de los Santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de los muertos
y la vida eterna?
R. Creo.


Letaní­a

109. – Si las condiciones del enfermo lo permiten se hace una breve letaní­a, con las siguientes palabras u otras semejantes; el enfermo responde, si es posible, y los demás presentes.
Hermanos:
invoquemos a Cristo nuestro Señor
con corazón unánime.

A ti, Señor, que nos amaste hasta el extremo, y te entregaste a la muerte para darnos la vida, te rogamos por nuestro hermano N.
R.
Escúchanos, Señor.

A ti, Señor, que dijiste: "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna", te pedimos por nuestro hermano N.
R.
Escúchanos, Señor.

A ti, Señor, que nos invitas al banquete en el cual no habrá más dolor, ni llanto, ni tristeza, ni separación, te pedimos por nuestro hermano N.
R.
Escúchanos, Señor.


Viático

110. – Inmediatamente después el sacerdote, con estas u otras palabras, introduce la oración dominical:

Ahora, hermanos, oremos juntos a Dios nuestro Padre, con la oración que Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó:

Padre nuestro.

Todos recitan la oración dominical.

111. – Luego el sacerdote dice, mostrando al enfermo la Hostia:
Este es el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo.
Felices los invitados
a la Cena del Señor.

El enfermo, si es capaz, o los presentes dicen una sola vez:
Señor,
no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya
bastará para sanarme.

112. – El sacerdote da la comunión al enfermo, diciendo:
El Cuerpo de Cristo
(o la Sangre de Cristo).

El enfermo responde:
R.
Amén.

Y después de dar la comunión puede añadir:
Que el mismo Señor te proteja
y te lleve a la Vida eterna.

El enfermo responde:
R.
Amén.

Los presentes que van a comulgar reciben el Sacramento como de costumbre.

113. – Terminada la distribución de la Comunión, el ministro purifica como de costumbre. Si pareciere oportuno se guarda unos minutos de silencio.


Rito de conclusión


114. – Luego el sacerdote dice la oración conclusiva:
Señor,
tú que has querido que tu Hijo
fuera para nosotros
camino, verdad y vida,
mira, con amor, a nuestro hermano N.,
y pues confía plenamente
en tus promesas,
y ha sido fortalecido
con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
concédele llegar en paz a tu reino eterno.
Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén.

Otras oraciones, n. 259 y 57

Luego bendice al enfermo y a los presentes diciendo:

La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes.
R. Amén.

Otras fórmulas de bendiciones en los nn. 79, 237-238; o si quedan Hostias el sacerdote puede bendecir al enfermo trazando sobre él la señal de la cruz con el Santísimo Sacramento.

El sacedote y los presentes se despiden dando al enfermo el saludo de paz.

 

 

Capítulo IV

RITO PARA ADMINISTRAR LOS SACRAMENTOS A UN ENFERMO QUE ESTA EN PELIGRO PROXIMO DE MUERTE


RITO CONTINUO DE LA PENITENCIA, LA UNCION Y EL VIATICO

115. – Si el enfermo quiere confesarse (lo cual debe tenerse muy en cuenta) el sacerdote procura confesarlo, si es posible, en un momento distinto de la celebración de la Unción y del Viático. Si hay que confesar al enfermo en la misma celebración, entonces se le oye al principio del rito, antes de la Unción. Cuando la confesión sacramental no tiene lugar dentro del mismo rito, si se cree conveniente, se hace el acto penitencial.

116. – Si el peligro es muy grave únjase al enfermo cuanto antes, con una sola unción y ofrézcase luego el Viático. Si el peligro de muerte es inminente désele inmediatamente el Viático (n. 30), para que en su paso de esta vida, fortalecido con el Cuerpo de Cristo, se vea protegido con la prenda de la resurrección. Pues, los fieles, en peligro de muerte, están obligados a recibir la sagrada Comunión.

117. – En cuanto sea posible, no se debe administrar en un rito continuo la Confirmación en peligro de muerte y la Unción de los enfermos para que no se vaya a confundir un sacramento con otro a causa de la Unción propia de cada uno. Pero si hay necesidad, se administra la Confirmación antes de bendecir el Oleo dé los enfermos y entonces se omite la imposición de manos que corresponde al rito de la Unción.

118. – Vestido con los ornamentos apropiados al caso, el sacerdote se acerca al enfermo, lo saluda cordialmente a una con los presentes, utilizando, si es conveniente, la siguiente fórmula:

Paz a esta casa y a todos sus moradores.

O bien:

La paz del Señor esté con ustedes. (o contigo).

Otras fórmulas de saludo (n. 230-231).

Coloca el Sacramento sobre la mesa y Junto con los presentes lo adora. Después, si parece conveniente, con el agua bendita, asperja al enfermo y la habitación, con estas u otras palabras:


Que esta agua
nos recuerde nuestro Bautismo,
y a Cristo que por nosotros
y por nuestra salvación
murió y resucitó.

119. – Si ve conveniente y oportuno, prepara al enfermo para la celebración de los Sacramentos, citando un texto del Evangelio, corto y apropiado para infundir al enfermo el arrepentimiento y el amor de Dios. Puede emplear para la exhortación la siguiente monición u otra más apropiada a las circunstancias en que se halla el enfermo:

Queridos hemanos, el Señor Jesús no sólo está presente en todas nuestras situaciones, sino que también nos reanima permanentemente con la gracia de los sacramentos por el ministerio de los sacerdotes perdona los pecados a quienes se arrepienten, consuela a los enfermos con la Santa Unción y alimenta con el Viático de su Cuerpo y Sangre la esperanza de vida eterna de quienes desean su venida.

Ayudemos, pues, con nuestro afecto y nuestra oración a este hermano nuestro, quien va a recibir estos tres sacramentos.

N. B. Esta fórmula está más bien dirigida a los presentes que al enfermo. Para realizar lo indicado en la nota anterior (119), es necesario una monición de libre composición.


Sacramento de la Penitencia


120. – Si es necesario el sacerdote escucha la confesión del enfermo que en caso de necesidad puede ser genérica.

121. – Si el enfermo no se va a confesar o si van a comulgar otras personas, el sacerdote exhorta a los presentes a hacer el acto penitencial.

Renovemos nuestra conversión a Dios, renunciando a los pecados con que lo hemos ofendido.

O bien:

Hermanos, reconozcamos nuestros pecados, para encontrarnos dignos de participar de esta sagrada celebración.

Se hace una breve pausa de silencio y luego ledos juntos, hacen la confesión:

Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:

Golpeándose el pecho dicen:

por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa Marí­a, siempre Virgen,
a los Angeles, a los Santos
y a ustedes, hermanos,
que intercedáis por mi ante Dios,
nuestro Señor.

Luego el sacerdote dice:

Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la Vida eterna.

Y todos responden:

Amén.

Otras fórmulas penitenciales, ver nn. 232-233.

122. – El sacramento de la penitencia o el acto penitencial puede concluirse con la Indulgencia plenaria para el momento de la muerte, la cual concede el Sacerdote al enfermo en la siguiente forma:

Yo, por autoridad recibida
de la Sede Apostólica
te concedo la indulgencia plenaria
y el perdón de todos tus pecados
en el nombre del Padre,
del Hijo + y del Espí­ritu Santo.
R. Amén.

O bien:

Por los santos misterios de nuestra Redención,
Dios todopoderoso
te perdone todos los castigos,
que a causa de tus pecados
deberí­as sufrir
en esta vida y la eterna,
te abra las puertas del cielo,
y te conduzca a la felicidad eterna.

R. Amén.

123. – Si las condiciones del enfermo lo permiten se hace luego la profesión de fe bautismal (n. 108) y una breve letaní­a a la que responden, el er ferino, si es pcsible, y les demás presentes.

Las invocaciones siguientes se pueden adapta a las circunstancias del enfermo y de sus acompañantes a fin de que expresen mejor su oración.


Hermanos:
Oremos, por nuestro hermano N.
e invoquemos al Señor que ahora
lo fortalecerá con sus sacramentos.

Para que Dios Padre, contemple en nuestro hermano enfermo faz de su Hijo sufriente, roguemos ai Señor.

R. Te rogamos, óyenos.

Para que lo afiance y lo conserve en su amor, roguemos al Señor.

R. Te rogamos, óyenos.

Para que le conceda su fuerza y su paz, roguemos al Señor.

R. Te rogamos, óyenos.

124. – Si el sacramento de la Confirmación se confiere dentro de este rito continuo, el sacerdote procede según se indica en los números 136-137. Luego emitida la imposición de las manos (n. 125), bendice el Oleo, si es oportuno, y procede a la Unción, (n. 126-128).


Sagrada Unción


125. – El sacerdote impone las manos sobre la cabeza del enfermo sin decir nada.


126. – Y luego, si hay que bendecirlo (según n. 21) procede a la bendición del Oleo con esta fórmula:

Bendice,  +  Señor este aceite
y a tu hijo N.,
enfermo que va a ser ungido.

Otras fórmulas de bendición en los nn. 242 ó 75.

127. – Si el Oleo ya está bendito puede recitar ante; él la oración de acción de gracias sobre el Oleo.

Bendito seas, Dios Padre todopoderoso, que por nosotros y por nuestra salvación nos enviaste a tu Hijo al mundo.

R. Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas Dios, Hijo Unigénito, que hecho hombre quisiste remediar nuestras enfermedades.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas, Dios, Espíritu Santo Paráclito, que con tu gracia nos das fortaleza para sobrellevar las enfermedades de nuestro cuerpo.

R. Bendito seas por siempre, Señor.

Padre misericordioso, tu siervo, que hoy es ungido con el Oleo Santo, reciba alivio en la enfermedad y consuelo en su dolor. Por Cristo nuestro Señor.

128. – Inmediatamente el sacerdote recibe el óleo sagrado, y unge al enfermo en la frente y en las manos diciendo una sola vez:

POR ESTA SANTA UNCION
Y POR SU BONDADOSA MISERICORDIA
TE AYUDE EL SEÑOR CON LA GRACIA
DEL ESPIRITU SANTO.

R. AMEN.

PARA QUE, LIBRE DE TUS PECADOS,
TE CONCEDA LA SALVACION
Y TE CONFORTE EN TU ENFERMEDAD.

R. AMEN.

129. – Luego el sacerdote, con estas u otras palabras, introduce la recitación del Padre nuestro:

Ahora, hermanos,
oremos juntos a Dios nuestro Padre
con la oración que
Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó:

Padre nuestro...

Todos recitan la oración dominical.


Viático


130. – Luego el sacerdote dice, mostrando al enfermo el Sacramento:

Este es el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo.
Felices los invitados a la Cena del Señor

El enfermo, si es capaz, y los presentes que han de comulgar dicen una sola vez:

Señor
no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra luya bastará para sanarme.

131. – El sacerdote se acerca al enfermo y mostrándole el Smo. Sacramento, le dice:

El Cuerpo de Cristo (o la Sangre de Cristo)

Y el enfermo responde:


Amén.

Y después de darle la Comunión, el sacerdote añade:

Que el mismo Señor te proteja y te lleve a la Vida eterna.

Los presentes que van a comulgar reciben el Sacramento como de costumbre.

132. – Terminada la distribución de la Comunión, el sacerdote purifica como de costumbre. Si pareciese oportuno se guarda unos minutos de silencio.

R.
Amén.


Rito de conclusión

133. – Luego el sacerdote dice la oración conclusiva:

Señor,
tu has querido que tu Hijo
fuera para nosotros
camino, verdad y vida,
mira, con amor, a nuestro hermano N.
y pues confía plenamente en tus promesas,
y ha sido fortalecido
con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
concédele llegar en paz a tu reino eterno.
Por Cristo Nuestro Señor.

R. Amén.

Otras oraciones, ver nn. 259 y 57.

Luego bendice al enfermo y a los presentes diciendo:


La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo
descienda sobre ustedes.

R. Amén.

Otras fórmulas de bendición, nn. 79 y 237.

El sacerdote y los presentes se despiden dando al enfermo el saludo de paz.



SAGRADA UNCION SIN VIATICO

134. – Si, por circunstancias especiales hay que administrar a un enfermo que está en próximo peligre de muerte sólo la Unción sin el Viático, obsérvese lo indicado en los nn. 119-129 menos lo siguiente:

a) Monición inicial


Hermanos:

Nuestro Señor Jesucristo por boca del Apóstol Santiago nos exhorta diciendo: "¿Está enfermo alguno de ustedes? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que oren sobre él y lo unjan con el óleo en el nombre del Señor: y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor lo aliviará y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados".

Encomendemos, pues, a nuestro hermano N. enfermo, a la gracia y al poder de Cristo, para que encuentre alivio y salvación.

b) Después de la Unción, el sacerdote dice una de las oraciones que se encuentran en los nn. 243-246 escogiendo la que se acomode mejor al estado del enfermo.


Unción bajo condición


135. – Si el sacerdote duda que el enfermo está vivo puede aplicarle la Unción así:

Se acerca al enfermo, y si hay tiempo dice primero:


Hermanos, oremos con fe a Dios por nuestro hermano N. y pidamos al Señor que se digne visitarlo con su misericordia y confortarlo con la Santa Unción.

R. Te rogamos, óyenos.

Inmediatamente lo unge, diciendo:

Si­ vives, por esta Santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo.

R. Amén.

Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad.

R. Amén.

Si parece oportuno puede agregarse una oración acomodada a las circunstancias del enfermo (n. 243-246).

 

 

Capítulo V

CONFIRMACION EN PELIGRO DE MUERTE


136. – En cuanto lo permitan las circunstancias, deberá observarse el rito en forma completa, como se describe en el Ritual de la Confirmación (ver en éste mismo, Apéndice). Con todo si surge la necesidad, se procede así:

El sacerdote impone la mano sobre el enfermo, diciendo:


Dios todopoderoso,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que hiciste renacer a este hijo tuyo
por medio del agua y del Espíritu Santo,
liberándolo del pecado:
envía sobre él el Espíritu Paráclito,
concédele el espíritu de sabiduría
y de entendimiento,
el espíritu de consejo y de fortaleza,
el espíritu de ciencia y de piedad;
cólmalo con el espíritu
de tu santo temor.
Por Jesucristo nuestro Señor.

R. Amén.

Luego, después de haber introducido la extremidad del dedo pulgar de la mano derecha en el Crisma, hace la señal de la cruz con el mismo dedo pulgar en la frente del confirmando, diciendo:

N.
, recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo.

Y el confirmado, si puede, responde:

Amén.

Teniendo en cuenta las circunstancias de cada caso particular, pueden añadirse otros elementos de preparación y conclusión.

137. – En caso de extrema necesidad, basta que el sacerdote confiera la crismación con la fórmula sacramental:

N.
, recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo.

El orden completo, puede verse en el Apéndice II, pág. 185.

 

 

Capítulo VI

ASISTENCIA A LOS MORIBUNDOS

138. – Una de las más urgentes tareas de la caridad cristiana es la solidaridad con el hermano o hermana que agoniza, uniéndose a él para implorar la misericordia de Dios y excitarlo a la confianza en nuestro Señor Jesucristo.

139. – Las oraciones, letaní­as, jaculatorias, salmos, lecturas de la Palabra de Dios contenidas en este capí­tulo de la asistencia a los moribundos se orientan a inspirar al agonizante, si aún está consciente, a la aceptación tranquila de las angustias que naturalmente produce la muerte al hombre y a sobrellevarla consolado con la esperanza de la vida celestial y la futura resurrección, ayudado del poder de Cristo que muriendo destruyó nuestra muerte.

Y aun cuando el moribundo esté inconsciente, sin embargo los que lo acompañan podrán consolarse por estas oraciones, al comprender el sentido pascual de la muerte. La señal de la cruz que se traza sobre el enfermo, recordándole aquella que recibió por primera vez el dí­a de su bautismo, es expresión también del sentido pascual de la muerte.


140. – Las oraciones y lecturas que se presentan a continuación para escoger y otras que se pueden elegir, si se estima conveniente, deben ser siempre conformes con el estado espiritual y corporal del moribundo y según las circunstancias especiales de lugares y personas. Recí­tese lentamente y más bien en voz baja, interrumpiéndolas con momentos de silencio.

A veces será oportuno hacer repetir al moribundo algunas de las jaculatorias procurando que el enfermo las recite lentamente.


141. – Inmediatamente después de la muerte del enfermo se arrodillan todos» si se cree conveniente, y uno de los asistentes o el presbítero o diácono Que esté presente reza la oración que se encuentra en el n. 151.

142. – Los sacerdotes o diáconos procuren, en cuanto les sea posible, acompañar a los moribundos y recitar en compañía de los familiares las oraciones para la asistencia de los moribundos y las que están señaladas para el momento de la expiración, ya que con su presencia hacen más ostensible que el enfermo murió en comunión con la Iglesia. Y cuando los deberes pastorales les impida estar presentes, entonces procuren advertir a los fieles que acompañan a los moribundos aiie reciten con ellos las oraciones que van a continuación u otras que ellos escojan; y para el efecto facilítenles los libros donde tengan a mano las oraciones y lecturas.


FORMULAS BREVES

143. –

Rom. 8 (35):
¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?

Rom. 14 (8):
Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor.

2 Cor. 5 (1):
Tenemos una casa permanente en el cielo.

1 Tesal. 4 (17):
Y asi permaneceremos con el Señor para siempre.

1 Jn. 3 (2):
Veremos a Dios tal cual es.

1 Jn. 3 (14):
Sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos.

Salmo 24 (1):
A Ti, Señor, elevo mi alma.

Salmo 26 (1):
El Señor es mi luz y mi salvación.

Salmo 26 (13):
Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes.

Salmo 41 (3):
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente.

Salmo 22 (4):
Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tu estás conmigo.

Mt. 25 (34):
Venid, benditos de mi Padre y recibid en herencia el Reino que os ha sido preparado.

Lc. 23 (43):
El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

Jn. 14 (2):
Dijo Jesús: "En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones.

Jn. 14 (2-3):
Dijo Jesús: "Yo voy a prepararos un lugar, y os llevaré conmigo.

Jn. 17 (24):
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo, donde yo esté, dice el Señor.

Jn. 6 (40):
Todo el que cree en el Hijo, tenga la vida eterna.

Salmo 30 (6a):
Yo pongo mi vida en tus manos.

Hch. 7 (59):
Señor Jesús, recibe mi espíritu.


LECTURAS BIBLICAS

144. –
Además de las siguientes, pueden utilizarse las que aparecen en los nn. 153-229.

Lecturas del Antiguo Testamento

Isaías 35 (3-4; 6c-7; 10):

Sostened los brazos de los débiles,
    fortaleced las rodillas vacilantes.
Decid a los que no tienen valor:
    "¡Sed fuertes y no temáis!
Allí está vuestro Dios:
    ya viene la liberación.
El os resarcirá, el viene a salvaros".
Porque brotarán manantiales en el desierto
y torrentes en los campos desolados.
La tierra seca se convertirá en un lago
y en el suelo árido brotarán vertientes;
Y volverán los rescatados de Dios.
Vendrán a Sión con gritos de júbilo,
y alegría eterna será sobre ellos.
Gozo y alegría alcanzarán,
y huirán la tristeza y los llantos.

Job. 19 (23-27a):
¡Oh, si se escribieran mis palabras, si se grabaran en la memoria, o con punzón de hierro o estilete para siempre en la roca se esculpieran!
Mas bien sé que mi defensor está vivo, y que El, el último, sobre el polvo se alzará, y luego, de mi piel de nuevo revestido, desde mi carne a Dios tengo que ver.
Aquel a quien veré ha de ser mío.


Salmos

Salmo 22:

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mi una mesa
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.
Demos gloria al Padre todopoderoso
a Jesús, el Señor, y al Espíritu
que habita en nuestras almas
por los siglos de los siglos. Amén.


Salmo 24 (1.4b-11):
Indícame, Señor, tus caminos,
muéstrame tus senderos;
llévame por el camino de tu fidelidad,
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Guíame en tu verdad, enséñame,
pues Tú eres mi Dios, mi Salvador.
Todo el día en Ti pongo mi confianza
por tu bondad, Señor.
Acuérdate, oh Señor, de tu misericordia,
de tu bondad que son eternas.
De mis desvíos juveniles no te acuerdes,
pero acuérdate de mi, por tu bondad.
Bueno y recto es Dios.
El reduce el camino a los que yerran.
Conduce en la justicia a los humildes,
y a los pobres enseña su sendero.
Todas las sendas de Dios son gracia y lealtad,
para quien guarda su alianza y sus preceptos:
Por tu nombre, ¡oh Señor!,
perdona mis culpas que son tantas.

Pueden también leerse los Salmos 90; 113 (1-8); (3-5); 120 (1-4) y 122.


Lecturas del Nuevo Testamento

1 Corintios 15 (1-4):

Hermanos:
Os recuerdo la Buena Noticia que yo os he predicado, que ustedes habéis recibido y a la cual permanecéis fieles.
Por ella sois salvados.
Si la conserváis tal como yo os la anuncié; de lo contrario habríais creído en vano.
Os he transmitido en primer lugar, la enseñanza que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo a la Escritura.

1 Jn. 4 (16):
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él.

Apocalipsis 21 (1-5a; 6-7):
Yo, Juan, vi un nuevo cielo, y una nueva tierra, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más.
Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia que se prepara para recibir a su esposo.
Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios entre los hombres: El habitará con ellos, ellos serán su Pueblo y el mismo Dios estará con ellos. El secará todas sus lágrimas y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó".
Luego agregó:
"Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de fe.
Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.
Al que tenga sed, le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la Vida.
El vencedor heredará estas cosas; yo seré su Dios y él será mi hijo".


Evangelios

Mt. 25 (1-13):

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola: "El Reino de los cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco, prudentes.
Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.
Como el novio se hacía esperar, se adormecieron y, finalmente, todas se durmieron.
Pero a medianoche se oyó un grito:
'Ya viene el novio, salid a su encuentro'.
Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.
Las necias dijeron a las prudentes:
'¿Podríais darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?'
Pero éstas les respondieron:
'No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayáis al lugar donde se lo vende y lo compréis'.
Mientras tanto, llegó el novio: las que estaban preparadas entraron con él en la sala de bodas y se cerró la puerta.
Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos'.
Pero él respondió:
'Os aseguro que no os conozco'.
Por eso, estad prevenidos, porque no sabéis el día ni la hora".

Mc. 15 (33-37):
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sa-bachtani?", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
"Está llamando a Elias".
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber, diciendo:
"Vamos a ver si Elias viene a bajarlo".
Entonces, Jesús, dando un gran grito, expiró.

Mc. 16 (1-8):
Pasado el sábado, María de Magdala, María la Madre de Santiago y Salomé, compraron perfumes para ir a ungir a Jesús.
Muy de madrugada, el primer día de la semana, iban al sepulcro, cuando salía el sol. E iban diciéndose: "¿Quién nos quitará la piedra de la puerta del sepulcro?" Levantaron los ojos y vieron que la piedra había sido removida; y era muy grande. Entraron en el sepulcro y al ver a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, se asustaron. Pero él les dijo: "No temáis. El que buscáis, Jesús Nazareno, el crucificado, resucitó, no está aquí. Ved el lugar en que lo pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que El Irá delante de ustedes a Galilea. Allí le veréis, como El os dijo. Ellas salieron huyendo del sepulcro, porque se había apoderado de ellas el temor y el espanto, y a nadie dijeron nada, porque tenían miedo.

Lc. 22 (39-46):
En aquel tiempo Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los olivos, acompañado de sus discípulos.
Cuando llegaron, les dijo:
"Orad, para no caer en la tentación". Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y arrodillándose, oraba:
"Padre, si quieres, aleja de mi este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya". Entonces se le apareció un Angel del Cielo que lo reconfortaba.
En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
Levantóse de la oración, fue a sus discípulos y los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo:
"¿Por qué dormís? Levantaos y orad para que no entréis en tentación".

Lc. 23 (42-43):
Y le decía, "Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu Reino". El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".

Pueden también tomarse:

Lc. 24 (1-8):

La resurrección de Jesús.

Jn. 6 (3740):
El que cree en Jesús tiene ia Vida eterna.

Jn. 14 (1-6) (23.27):
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "No os turbéis. Creed en Dios y creed también en mi. En la Casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo habría dicho. Yo voy a prepararos un lugar, y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevaros conmigo, de modo que donde yo esté también estéis ustedes. Y conocéis ya el camino del lugar a donde voy".
Tomás dijo:
"Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?"
Jesús le respondió:
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre, sino por mi. El que me ama cumplirá mi Palabra y mi Padre lo amará, iremos a él y habitaremos en él. Os dejo la paz, os doy mi paz, pero no como la da el mundo. No os turbéis ni temáis".

145. – Si el moribundo es capaz de soportar una oración más prolongada, sería mejor que quienes lo acompañan, teniendo en cuenta las circunstancias, oren por él, rezando las letanías de los santos (o algunas de sus invocaciones de las letanías) respondiendo: "Orad por él" invocando especialmente el santo o a los santos patronos del moribundo o de la familia. Pueden también rezar algunas de las oraciones acostumbradas.
Cuando se ve que es inminente el momento de la muerte alguno puede rezar, según las disposiciones cristianas del moribundo, una de las siguientes oraciones:



ORACIONES

146. –
Sal de este mundo, alma cristiana,
en el nombre de Dios Padre todopoderoso, que te creó,
en el nombre de Jesucristo,
el Hijo de Dios vivo, que murió por ti,
en el nombre del Espíritu Santo,
cuya gracia descendió sobre ti;
que tengas hoy tu tabernáculo junto a Dios,
en la Jerusalén celestial
y tu morada en Sión,
acompañado de la gloriosa Santa María Virgen,
Madre de Dios, de San José
y de todos los Angeles y Santos de Dios.


147. –
Te encomiendo, amado hermano,
a Dios nuestro Padre misericordioso
y te pongo en manos de Aquel que te creó,
para que vuelvas al autor de tu vida,
y encuentres al que te formó
del barro de la tierra.

Y cuando pases de esta vida a la eterna
te acojan y te reciban,
la Virgen Madre de Dios
y todos los Angeles y Santos.

Cristo, que fue crucificado por ti,
te libre de todo mal;
Cristo, que murió por ti,
te conceda la Salvación,
Cristo, el Hijo de Dios vivo,
el Buen Pastor,
te reconozca entre sus ovejas
y te dé posesión de su paraíso.

Que El te perdone todos tus pecados
y te coloque entre sus elegidos.

Que puedas contemplar
cara a cara a tu Redentor
y goces de la Visión de Dios
por los siglos de los siglos.
R. Amén.


148. –
Acoge, Señor, en tu reino a tu siervo para que alcance la salvación que espera de tu misericordia.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo de todos sus sus frimientos.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a Noé del diluvio.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a Abraham del país de los caldeos.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a Job de sus padecimientos.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a Moisés del poder del Faraón.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a Daniel de la fosa de los leones.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a los tres jóvenes del horno ardiente y del poder del rey inicuo.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a Susana de la calumnia.
R. Amen.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a Daniel del rey Saúl y de las manos de Goliat.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo, como libraste a Pedro y Pablo de la cárcel.
R. Amén.

Libra, Señor, a tu siervo N. por Jesús, nuestro Salvador, que murió por nosotros y por su resurrección nos obtuvo la vida eterna.
R. Amén.

149. –
Señor, te encomendamos, a tu siervo N.
y te suplicamos, Señor Jesús,
Salvador del mundo,
que pues, lleno de misericordia,
viniste a la tierra, por su salvación
lo acojas ahora benignamente
en la alegre fiesta de tu reino;
porque, aunque durante su vida haya pecado,
jamás negó al Padre, ni al Hijo,
ni al Espí­ritu Santo,
sino que creyó en Dios,
y adoró fielmente
al Creador de todas las cosas.

150. –  Se puede decir o cantar la siguiente antí­fona:
Dios te salve,
Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra,
Dios te salve.
A ti llamamos los desterrados hijos de Eva,
a ti suspiramos, gimiendo y llorando,
en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro
muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clemente, oh piadosa,
oh dulce Virgen Marí­a!

151. –  Inmediatamente después de expirar el enfermo se dice:
Venid en su ayuda, santos de Dios,
salid a su encuentro, Angeles del Señor,
R. acogedlo y presentadlo ante el Altí­simo.

Que te reciba Cristo,
quien desde el bautismo te eligió
y que los ángeles
te lleven a la casa del Padre.
R. Acogedlo y presentadlo ante el Altí­simo.

Concédele, Señor, el descanso eterno,
y brille para él la luz que no tiene fin.
R. Acogedlo y presentadlo ante el Altí­simo.

Oremos:
Señor, te encomendamos a tu siervo N.
para que viva unido a Ti después de haber muerto para el mundo,
y ya que ha pecado por la fragilidad de su condición humana,
dí­gnate perdonarlo, Tú que eres la misma bondad.
Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén.

U otras oraciones del Ritual de Exequias.


Capítulo VII

TEXTOS VARIOS DEL RITUAL DE ENFERMOS


I – LECTURAS BIBLICAS

152. – Las lecturas que se ponen a continuación se emplean en las Misas por los enfermos, en su visita, cuando se celebra la Unción de los enfermos, sea a uno solo o a varios a la vez. O también cuando se ora en presencia o en ausencia de ellos. Hágase la selección teniendo en cuenta las circunstancias pastorales v su estado de salud corporal y espiritual También se señalan algunas lecturas para los moribundos.


Lecturas del Antiguo Testamento


153. – 1 Re. 19 (1-8):
En camino hacia el monte Horeb, Elias es confortado por Dios.

154. – Job. 3 (1-3; 11-17; 20-23):
"¿Por qué da El la luz a un desgraciado?"

155. – Job. 7 (1-4; 6-11):
"Recuerda que mi vida es como un soplo".

156. – Job. 7 (12-21):
"¿Qué es el hombre para que de él tanto te ocupes?"

157. – Job. 19 (23-27a) (Para un moribundo):
"Más bien sé que mi defensor está vivo".

En aquellos dí­as: habló Job diciendo:
"Oh, si se escribieran mis palabras, si se­ grabaran en la memoria, o con punzón de hierro o estilete para siempre en la roca se esculpieran!
Mas bien sé que mi Defensor está vivo, y que El, el último, sobre el polvo se alzará, y luego, de mi piel de nuevo revestido, desde mi carne a Dios tengo que ver.
Aque! a quien veré ha de ser mí­o, no a un extraño contemplarán mis ojos".

158. – Sab. 9 (9-11; 13-18) (Para un moribundo):
"¿Quién conoció tus designios si tú no le diste la Sabidurí­a?"

Contigo está la Sabidurí­a que conoce tus obras, que te asistió al hacer el mundo, y sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es recto según tus mandamientos.
Enví­ala desde los santos cielos, y desde el trono de tu Gloria mándala, para que asistiéndome en mis trabajos conozca lo que te es agradable.
Porque ella sabe y comprende todo, y me guiará prudentemente en mis empresas, y me guardará en su gloria.
Pues, ¿qué hombre conocerá los designios de Dios? y ¿quién acertará con lo que el Señor quiere?
Porque los pensamientos de los mortales son tí­midos, e inseguros nuestros cálculos.
Porque el cuerpo corruptible grava al alma, y la morada terrestre oprime el espí­ritu pensativo.
Pues sí­ a duras penas conjeturamos lo que ocurre en la tierra, y con trabajo encontramos lo que tenemos entre manos, ¿quién rastreará lo que hay en los cielos?
¿Quién conoció tu designio, si tú no le diste la Sabidurí­a, y enviaste desde los cielos tu santo espí­ritu?
Y así­, se enderezaron los senderos de los que viven sobre la tierra, y los hombres aprendieron lo que te es grato, y por la Sabidurí­a se salvaron.

159. – Is. 35 (1-10):
"Sostened los brazos débiles".

¡Alégrense el desierto y la tierra reseca, alégrense y florezcan los campos desolados!
¡Sí­, florezcan como un lirio y prorrumpan en cantos jubilosos!
Porque se les dará la gloria del Lí­bano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios.
Sostened los brazos de los débiles, fortaleced las rodillas vacilantes.
Decid a los que no tienen valor: "jSed fuertes, y no temáis! Allí­ está vuestro Dios: ya viene la liberación.
El os resarcirá, él viene a salvaros.
Entonces se iluminarán los ojos de los ciegos y se abrirán los oí­dos de los sordos; el paralí­tico saltará como un ciervo y cantará la lengua de los mudos.
Porque brotarán manantiales en el desierto y torrentes en los campos desolados.
La tierra seca se convertirá en un lago y en el suelo árido brotarán vertientes.
Habrá allí­ un camino allanado, se le llamará la ví­a santa; ningún impuro pasará por él, ni a él irán a parar los insensatos.
Ya no habrá allí­ león, ni bestia feroz pondrá los pies; sólo los redimidos caminarán por él.
Por él volverán los liberados de Dios, llegarán a Sión entre gritos de Júbilo, una alegrí­a eterna transformará su rostro; Júbilo y alborozo les acompañarán, pena y llanto habrán desaparecido.

160 – Is. 52 (13–) 53 (12):
"El cargaba con nuestras enfermedades".

161 – Is. 61 (1-3a):
"El Espí­ritu del Señor está sobre mi y me envió a consolar a los que están afligidos".

El Espí­ritu del Señor está sobre mi, porque el Señor me consagró con la unción.
El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres y a vendar las heridas de los que sufren; a proclamar la liberación a los cautivos y a los prisioneros, la libertad; a anunciar el año de gracia del Señor y el dí­a de la victoria de nuestro Dios; a consolar a los que están afligidos – los afligidos de Sión – para cambiar su ceniza por una corona, su traje de luto por un perfume de fiesta y su abatimiento por un canto de alabanza.


Lecturas del Nuevo Testamento

162. – Hc. 3 (1-10):
"En el nombre de Jesús de Nazaret, levántate y camina".

En aquellos dí­as, cuando Pedro y Juan subieron al Templo para la oración de la tarde, encontraron a un paralí­tico de nacimiento, a quien poní­an diariamente junto a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", para pedir limosna a los que entraban.
Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
Entonces Pedro y Juan lo miraron y Pedro le dijo:
"Mí­ranos".
El hombre se quedó mirándolos, esperando que le dieran algo.
Pedro le dijo:
"No tengo plata ni oro, péro te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina".
Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos. Dando un salto, se puso de pie, y comenzó a caminar, y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios.
Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios.
Y al reconocer que era el mendigo que pedí­a limosna sentado a la puerta del Templo llamada "la Hermosa", quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le habí­a sucedido.

163. – He. 3 (11-16):
"Y la fe que por El viene dio a éste la integridad completa".

164. – He. 4 (8-12):
"Ningún otro nombre debajo del cielo es dado a los hombres para salvarnos".

En aquellos dí­as Pedro, lleno del Espí­ritu Santo, les dijo:
Jefes del pueblo y ancianos de Israel, ya que se nos pide cuentas por el beneficio hecho a un hombre enfermo para saber de qué modo ha sido curado, sabed todos ustedes y todo el pueblo de Israel que éste aparece entre ustedes sano en virtud del nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien ustedes crucificasteis, y Dios resucitó de entre los muertos. El es la piedra que ustedes, los constructores, habéis despreciado y que ha venido a ser la piedra angular. Y no hay salvación en ningún otro, pues ningún otro nombre debajo del cielo es dado a los hombres para salvarnos.

165. – He. 13 (32-39):
"Pues el que de Dios ha resucitado, no vio la corrupción".

166. – Rom. 8 (14-17):
"Porque sufrimos con él para ser glorificados con él".

Hermanos: todos los que son conducidos por el Espí­ritu de Dios son hijos de Dios.
Y ustedes no habéis recibido un espí­ritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espí­ritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios "Abba", es decir, "Padre".
El mismo Espí­ritu se une a nuestro espí­ritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.

167. – Rom. 8 (18-27):
Nosotros que poseemos el Espí­ritu, gemimos interiormente, anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo.

168. – Rom. 8 (31b-35; 37-39):
"Quien nos separará del amor de Cristo".

Hermanos: Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que aún a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos dará gratuitamente con El todas las cosas? ¿Quién levantará acusación contra los hijos de Dios? Siendo Dios quien justifica ¿quién será el que condene? ¿Cristo Jesús, el que murió, o más bien, el resucitado, es el que está a la diestra de Dios y el que intercede por nosotros?
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación o angustia, la persecución o el hambre, o la desnudez o el peligro o la espada?
Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor.

169. – 1 Cor. 1 (18-25):
"La debilidad de Dios, es más fuerte que la fortaleza de los hombres".

Hermanos: El lenguaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios.
Porque está escrito:
"Destruiré la sabidurí­a de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes". ¿Dónde está el sabio?
¿Dónde, el hombre culto?
¿Dónde, el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabidurí­a del mundo es una necedad?
En efecto, ya que el mundo, con su sabidurí­a, no conoció a Dios en su sabidurí­a divina, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de su mensaje.
Mientras los judí­os piden signos y los griegos buscan la sabidurí­a, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judí­os y locura para los paganos, pero fuerza y sabidurí­a de Dios, para los que han sido llamados, tanto judí­os como griegos.
Porque la locura de Dios es más sabia que la sabidurí­a de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.

170. – 1 Cor. 12 (12-22; 24b-27):
"Un miembro sufre, todos los demás sufren con él".

171. – 1 Cor. 15 (12-20):
Si no hay resurrección, Cristo no resucitó!"

172. – 2 Cor. 4 (16-18):
"Nuestro hombre interior se va renovando dí­a a dí­a".

Hermanos: no nos desanimamos; aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, interiormente nos vamos renovando dí­a a dí­a.
Nuestra angustia actual, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, superior e incomparable.
Por eso no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles, lo que se ve es transitorio, lo que no se ve, es eterno.

173. – 2 Cor. 5 (1.6-10):
"Tenemos una morada permanente en el cielo".

174. – Gál. 4 (12-19):
"En ocasión de una enfermedad, les prediqué la Buena Nueva".

175. – Fil. 2 (25-30):
"Estuvo enfermo, pero Dios se compadeció de él".

176. – Col. 1 (22-29):
"Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo".

177. – Heb. 4 (14-16) 5 (7-9):
"No tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades".

178. – Sant. 5 (13-16):
"La oración que nace de la fe salvará al enfermo".

Queridos hermanos:
Si alguien está afligido, que ore. Si está alegre, que cante. Si está enfermo, que llame a los sacerdotes de la Iglesia, y ellos oren sobre él y lo unjan con óleo en el Nombre del Señor.
La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si tuviera pecados, le serán perdonados.
Confesaos, entonces, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para ser salvados.

179. – 1 Pe. 1 (3-9):
"De lo cual os alegráis ya aunque de momento os veáis obligados a sufrir pruebas".

180. – 1 Jn. 3 (1-2):
"Lo que seremos no se ha manifestado todaví­a".

181. – Ap. 21 (1-7):
"No habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor".

Yo, Juan, vi un nuevo cielo y una nueva tierra, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más.
Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendí­a del cielo y vení­a de Dios, embellecida como una novia que se prepara para recibir a su esposo.
Y oí­ una fuerte voz, que decí­a desde el trono: "Esta es la Morada de Dios entre los hombres: El habitará con ellos, ellos serán su Pueblo y el mismo Dios estará con ellos El secará todas sus lágrimas y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó".
Y el que estaba sentado en el trono dijo: "Yo hago nuevas todas las cosas".
Luego agregó:
"Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de fe. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.
Al que tenga sed, le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la Vida. El vencedor heredará estas cosas; yo seré su Dios y él será mi hijo".

182. – Apoc. 22 (17; 20-21):
"Ven, Señor Jesús".


Salmos Responsoriales

183. – Is. 38 (10; 11; 12abcd; 16) 17b:
Tu, Señor, preservaste mi alma de la fosa de la nada.

184. – Sal. 6 (24a, 4b-6; 9-10) 3a:
"Ten piedad de mi, porque me faltan las fuerzas".

185 – Sal. 24 (4bc-5ab; 7bc-8-10; 14-16) 1b:
"A ti, Señor, elevo mi alma".

186. – Sal. 26 (1; 4; 5; 7-8a; 8b-9ab; 9cd-10) 14:
"Espera en el Señor y sé fuerte, ten valor y espera en el Señor".

187. – Sal. 33 (2-3-6; 10-13; 17-19) 19a:
"El Señor está cerca del que sufre".

188. – Sal. 41 (3; 5bcd) 42 (3-4) 41:2:
"Como el ciervo sediento busca las corrientes de las aguas, asi mi alma suspira por ti, mi Dios".

189. – Sal. 62 (2-9) 2b:
"Señor, tu eres mi Dios, yo te busco ardientemente".

190. – Sal. 70 (1-2; 5-6ab; 8-9; 14-15ab):
R: 12b:

Dios mío, ven pronto a socorrerme.
O 23:
"Mis labios cantarán jubilosos y también mi alma que tú redimiste".

191. – Sal. 85 (1-6; 11-13; 15-16ab):
R: 1a:

Inclina tu oído, Señor respóndeme.
O 15a. 16a:
Oh Señor, compasivo y misericordioso, vuelve hacia mí tu rostro y ten piedad de mi.

192. – Sal. 89 (2-6; 9-10abcd; 12; 14; 16):
R: (1):

Señor, tú has sido nuestro refugio a lo largo de las generaciones.

193. – Sal. 101 (2-3; 24-25; 26-28; 19-21):& (2):
Señor, escucha mi oración y llegue a ti mi clamor.

194. – Sal. 102 (1-4; 11-18):
R. 1a:

Bendice al Señor, alma mía.
O también (8):
El Señor es bondadoso y compasivo, lento para el enojo y de gran misericordia.

195 – Sal. 122 (l-2abcd):
R. (2):

Así miran nuestros ojos al Señor, hasta que se apiade de nosotros.

196. – Sal. 142 (1-2; 5-6; 10):
R. (1a):

Señor, escucha mi oración.
O también, (11a):
Por amor de tu nombre. Señor, consérvame la vida.


Alleluia y Versos antes del Evangelio

197. – Sal. 32 (22):
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a !a esperanza que tenemos en tí.

198. – Mt. 5 (4):
Felices los afligidos, porque serán consolados.

199. – Mt. 8 (17):
Cristo tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.

200. – Mt. 11 (28):
Venid a mi todos los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré, dice el Señor.

201. – 2 Cor. 1 (3b-4a):
Bendito sea Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones.

202. – Efeso 1 (3):
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo, con toda clase de bienes espirituales en el ci­elo.

203. – Sant. 1 (12):
Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de Vida que el Señor prometió a los que lo aman.


Evangelios

204. – Mt. 5 (1-12a):
"Alegraos y regocijaos entonces, porque tendréis una gran recompensa en el Cielo".

En aquel tiempo
vino Jesús junto al mar de Galilea y al ver a |a multitud subió a una montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a El. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, poc? que a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán como herencia la tierra.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen un corazón recto, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por pacticar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando seáis insultados y perseguidos, y cuando se os calumnie en toda forma a causa de mi.
Alegraos y regocijaos entonces, porque tendréis una gran recompensa en el Cielo".

205. – Mt. 8 (1-4):
"Señor, si quieres, puedes limpiarme".

Cuando Jesús bajó del monte, lo siguieron las multitudes.
Y he aquí que se le acerca un leproso y se postra ante El, diciendo:
"Señor, si quieres, puedes limpiarme". Tendiendo El la mano, lo tocó y dijo: "Quiero. Queda limpio".
Y al instante quedó limpio de su lepra. Jesús le dice:
"Mira, no se lo digas a nadie; pero ve, muéstrate al sacerdote y ofrece el don que ordenó Moisés, para que le si­rva de testimonio.

206. – Mt. 8 (14-17):
"El cargó sobre si nuestras enfermedades".

En aquel tiempo:
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama con fiebre.
Le tocó la mano y ella no tuvo más fiebre; y levantándose, se puso a servirlo.
Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos.
Así se cumplió el anuncio del profeta Isaías: "El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades".

207. – Mt. 11 (25-30):
"Venid a mi todos los que estáis cansados".

208. – Mt. 15 (29-31):
Jesús sana a muchos.

209. – Mt. 25 (3140):
"Cuando lo hicisteis con uno de éstos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis".

210. – Mc. 2 (1-12):
Y al ver su fe (de ellos), dijo: son perdonados tus pecados".

En aquel tiempo:
Entró Jesús en Cafarnaúm, después de algunos días, y se supo que estaba en casa.
Y acudieron tantos que ni a la puerta cabían, y El les dirigía la palabra.
Le trajeron un paralítico, llevado entre cuatro. Y no pudiendo presentárselo a causa de la multitud, levantaron la techumbre donde él estaba, hicieron un boquete, y descolgaron la camilla con el paralítico.
Al ver Jesús su fe, dijo al paralítico:
"Hijo, son perdonados tus pecados". Algunos de los escribas allí sentados criticaban entre sí, diciendo:
"¿Cómo habla así éste? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?" Al punto, conociendo Jesús en su espíritu lo que pensaban, les dijo:
¿Por qué pensáis eso en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir al paralítico: Perdonados son tus pecados, o decirle: Levántate, carga con tu camilla y anda?
Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados sobre la tierra, dijo al paralítico:
"Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". El paralítico se levantó y al punto, cargando con la camilla salió a la vista de todos, de modo que todos se maravillaron, y glorificaban a Dios, diciendo:
"Jamás hemos visto cosa igual".

211. – Mc. 4 (35-40):
"¿Por qué tenéis tanto miedo?" "¿Por qué no tenéis fe?"

212. – Mc. 10 (46-52):
"Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi".

213. – Mc. 16 (15-20):
"Impondrán las manos a los enfermos, y los sanarán".

En aquel tiempo: (se apareció Jesús a los Once) y les dijo:
"Id por todo el mundo, anunciad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán to-'mar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno, no les hará ningún daño; impondrán las manos a los enfermos y los sanarán.
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al Cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

214. – Lc. 7 (19-23):
"Id a contar a Juan lo que habéis visto y oído".

215. – Lc. 10 (5-6; 8-9):
"Curad a los enfermos".

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"Al entrar en una casa, decid primero: ¡Que descienda la paz sobre esta casa! y si allí hay alguien capaz de recibirla, esa paz descenderá sobre él: de lo contrario, ella volverá a ustedes.
En las ciudades donde entréis y seáis recibidos, comed de lo que os sirvan; curad a los enfermos y decid a la gente: "El reino de Dios está muy cerca de ustedes".

216. – Lc. 10 (25-37):
"¿Quién es mi prójimo?"

En aquel tiempo, un doctor de la Ley se levantó y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
"Maestro, ¿qué tengo que hacer para alcanzar la Vida eterna?"
Jesús le preguntó a su vez:
"¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?"
El le respondió:
"Amarás al Señor, fu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has respondido exactamente -le dijo Jesús-, obra así y alcanzarás la Vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta:
"¿Y quién es mi prójimo?"
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:
"Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de una banda de asaltantes, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al dí­a siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio ai dueño del albergue, diciéndole: “Cuí­dalo, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré al volver". ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?" "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo:
"Ve, y procede tú también de la misma manera".

217. – Lc. 11 (5-13):
"Pedid y se os dará".

218. – Lc. 12 (35-44):
"Bienaventurado el siervo aquel, que cuando llega su señor, lo encuentra cumpliendo su deber".

219. – Lc. 18 (9-14):
"Dios mí­o, compadécete de mi, que soy pecador".

220. – Jn. 6 (35-40): Para moribundos:
"La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que El me dio".

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judí­os: "Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mi, nunca tendrá hambre; y el que cree en mi, nunca tendrá sed.
Pero ya os dije que me habéis visto y no creéis.
Todo lo que el Padre me da, viene a mi; y a los que vienen a mi, yo no los rechazaré, porque no he bajado del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que El me dio, sino que los resucite en el último dí­a.
La voluntad de mi Padre, que me envió, es que todos los que ven al Hijo y creen en El tengan la Vida eterna; y yo los resucitaré en el último dí­a.

221. – Jn. 6 (54-59):
"El que come de esta pan viviré eternamente".

222. – Jn. 9 (1-7):
"No pecó, sino para que se manifieste la gloria de Dios en él".

223. – Jn. 10 (14-18):
"El Buen Pastor da su vida por sus ovejas".

En aquel tiempo, dijo Jesús:
"Yo soy el Buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mi –como el Padre me conoce a mi y como yo conozco al Padre– y doy mi­ vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así­ habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.
Nadie me la quita, sino que la doy por mi mismo.
Tengo el poder de darla y de recobrarla; éste es el mandato que recibí­ de mi Padre".


Lectura de la Historia de la Pasión del Señor

224. – Pueden también leerse, según la oportunidad, la historia de la Pasión del Señor:
– Pasión de N.S.J.C. según S. Mateo, como se encuentra en el Leccionario.
– Pasión de N.S.J.C. según S. Juan, como se encuentra en el Leccionario Dominical "C" pág. 124 y sigs.


225. – Mt. 26 (36-46):
"Si no puede pasar este cáliz, no se haga mi voluntad, sino la tuya".

226. – Mc. 15 (33-39) 16 (1-6):
Muerte y resurrección del Señor.

227. – Lc. 23 (4449) 24 (1-6a):
Muerte y resurrección del Señor.

228. – Lc. 24 (13-35):
"¿No era conveniente que Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?"

229. – Jn. 20 (1-10):
"Y vio y creyó".


II – FORMULAS DE SALUDO

230. –
V. La gracia de N.S.J.C., el amor del Padre y la comunión del Espí­ritu Santo, estén con todos ustedes.
R. Y con tu espí­ritu.

231. –
V. La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con todos ustedes.
R. Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
O en su lugar:
R.
Y con tu espí­ritu.


III – FORMULAS DE ACTOS PENITENCIALES

232. – El sacerdote invita a los fi­eles a la penitencia:
Hermanos, reconozcamos nuestros pecados, para que seamos aptos de participar de esta celebración.

Y se hace una breve pausa de silencio. Luego el sacerdote dice:
Ten piedad, Señor, de nosotros.

Todos responden:
Porque pecamos contra ti.

El sacerdote dice:
Muéstranos, Señor, tu misericordia.

Todos responden:
Y danos tu salvación.

El sacerdote concluye:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

Todos responden:
Amén.

233. – El sacerdote invita a los fi­eles al acto penitencial:
Hermanos, reconozcamos nuestros pecados, para que seamos dignos de participar de esta sagrada celebración.

Y hace una breve pausa de silencio.

Luego el mismo sacerdote o uno de los presentes dice:

Tú, que nos conseguiste la salvación
por medio de tu Misterio Pascual
Señor, ten piedad de nosotros.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

Tú, que no cesas de renovar
las maravillas de tu Pasión
Cristo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, ten piedad de nosotros.

Tú, que por la recepción de tu Cuerpo
nos haces partícipes del Sacrificio Pascual.
Señor, ten piedad de nosotros.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

El sacerdote concluye:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.


IV – ORACIONES PARA DESPUES DE LA COMUNION

234. –
Señor,
Tú que por medio del Misterio Pascual de tu Unigénito
llevaste a plenitud la obra de la salvación de los hombres,
haz que quienes,
al celebrar los Sacramentos,
proclamamos con fe
la Muerte y la Resurrección de tu Hijo,
experimentemos siempre
un aumento de salvación.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

235. –
Oh Dios,
nos has dado participar
en un solo Pan y un solo Cáliz;
Concede a quienes has hecho uno en Cristo
vivir de tal manera
que alegres demos fruto
para la salvación del mundo.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

236. –
Te damos gracias, Señor,
por el sacrificio con que nos alimentas,
y te pedimos que el Espíritu Santo
nos dé perseverar en la gracia celestial
cuya eficacia hemos recibido.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


V – BENDICIONES

237. –
Que nuestro Señor Jesucristo
permanezca contigo, para defenderte.
R. Amén.

Vaya siempre delante de ti, para guiarte
y detrás tuyo, para protegerte.
R. Amén.

Que poniendo en ti sus ojos,
te conserve y te bendiga.
R. Amén.

Y a todos ustedes,
que estáis aquí presentes,
os bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo +
y Espíritu Santo.
R. Amén.

O bien:

238. –
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo,
descienda sobre ustedes
y os acompañe siempre.
R. Amén.


VI – PARA LA UNCION DE LOS ENFERMOS

Oración inicial del rito de la Unción


239. – Esta oración puede utilizarse en lugar de la monición inicial.
Señor y Dios nuestro,
que por medio del Apóstol Santiago
nos has dicho:
¿Está enfermo alguno de ustedes?
Llame a los presbíteros de la Iglesia,
y que oren sobre él
y lo unjan con el óleo
en el nombre del Señor:
y la oración de la fe salvará al enfermo
y el Señor lo aliviará
y los pecados que hubiera cometido
le serán perdonados;
escucha la oración
de quienes nos hemos reunido en tu nombre
y protege misericordiosamente,
a nuestro hermano N. enfermo
(Y a todos los otros enfermos de esta casa)
Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
R. Amén.


Otras letanías para antes de la Unción

1

240. –
Tú, que soportaste nuestros sufrimientos
y participaste de nuestros dolores,
Señor, ten piedad de nosotros.

Tú, que te compadeciste de la gente
y pasaste devolviendo la salud a los enfermos,
Cristo, ten piedad de nosotros.

Tú, que ordenaste a los Apóstoles
imponer las manos sobre los enfermos,
Señor, ten piedad de nosotros.


2

241 –
Oremos, al Señor por nuestro hermano N. enfermo, y por todos los que cuidan de su salud y por los demás que están a su servicio.

Que mires bondadosamente a N. enfermo(a).
R.
Te rogamos, óyenos.

Que des nueva fuerza a su cuerpo ahora debilitado por la enfermedad (por la vejez).

Que mitigues todas sus angustias.

Que lo libres de todo pecado y de toda tentación.

Que, con tu gracia, ayudes a todos los enfermos.

Que premies con tus dones a cuantos se consagran a tu servicio.

Que des vida y salvación a este enfermo a quien, en tu nombre, vamos a imponer las manos.


Otra fórmula para la bendición del óleo de los enfermos

242. –

– Bendito seas, Dios Padre todopoderoso,
que por nosotros y por nuestra salvación
nos enviaste a tu Hijo al mundo.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas Dios, Hijo Unigénito,
que hecho hombre
quisiste remediar nuestras enfermedades.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas, Dios,
Espíritu Santo Paráclito,
que con tu gracia
nos das fortaleza para sobrellevar
las enfermedades de nuestro cuerpo.
R. Bendito seas por siempre, Señor.

Escucha, Señor, nuestras súplicas
y, con tu bendición, santifica este aceite,
que hemos preparado para que sirva de alivio
a nuestros hermanos.
Y concede que, por la oración hecha con fe,
los enfermos que serán ungidos con este óleo
se vean libres de sus enfermedades.
Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén.


Oraciones después de la Unción

243. – Por un anciano.

Señor, mira, con bondad,
a nuestro hermano(a) N.
que, sintiéndose débil a causa de sus años,
desea recibir la santa Unción
para bien de su cuerpo y de su alma.
Haz que, confortado(a)
por la gracia del Espíritu Santo,
persevere firme en la fe
y seguro(a) en su esperanza;
que dé a todos
ejemplo de fortaleza de espíritu
y, sea para nosotros, un reflejo
de aquella alegría que es fruto de tu amor.
Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén.

244. – Por quien está en inminente peligro de muerte.
Señor Jesucristo,
Redentor de todos los hombres,
que en tu Pasión
sobrellevaste nuestros dolores
y soportaste nuestros sufrimientos,
te pedimos humildemente
por nuestro hermano(a) enfermo(a) N.
tú que lo(a) has redimido,
confórtalo(a) ahora también
con la esperanza de su salvación
y ayúdale en los sufrimientos de su cuerpo
y en las angustias de su alma.
Tú que vives...

245. – Por quien recibe la Unción y el Viático.
Dios Padre misericordioso,
consuelo de los que sufren,
mira bondadosamente a tu hijo N
que pone en ti toda su esperanza,
y haz que, en estos momentos
en que se siente oprimido
por el dolor y la angustia,
encuentre en la santa Unción
alivio para sus sufrimientos:
y que, fortalecido con el Cuerpo
y la Sangre de tu Hijo
este sacramento, le sea Viático
para su paso a la vida eterna.
Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén.

246. – Por un agonizante.
Dios Padre misericordioso,
Tú que conoces hasta dónde llega
la buena voluntad del hombre
y que estás siempre dispuesto
a olvidar nuestros pecados
y a perdonarlos por tu misericordia;
compadécete de tu hijo N.
que ahora lucha en su última agoní­a.
Haz que ungido con el Oleo santo y
ayudado por nuestra oración hecha con fe,
reciba consuelo y alivio,
obtenga el perdón de sus pecados
y se sienta fortalecido
con los dones de tu amor.
Por Cristo tu Hijo, vencedor de la muerte,
que nos ha abierto las puertas del cielo
y contigo vive y reina
por los siglos de los siglos.
R. Amén.



VII – LECTURAS BIBLICAS PARA LA MISA CON ADMINISTRACION DEL VIATICO


Primera lectura

247. –
1 Reyes 19 (4-8):
Y con la fuerza de aquel manjar caminó hasta el monte del Señor.

En aquellos dí­as, Elias se internó en el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama, deseándose la muerte y diciendo: "Ya basta, ¡oh Señor!, toma mi vida, pues no soy yo mejor que mis padres". Luego, recostándose, quedó dormido debajo de la retama.
Pero he aquí que un Angel le tocó, y le dijo: "Levántate y come".
Miró en derredor, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras ardiendo y un vaso de agua. Comió, bebió y luego se volvió a recostar.
Volvió el Angel del Señor por segunda véz y, tocándole, dijo: "Levántate y come, pues te resta un camino demasiado largo para ti". Y, levantándose, comió y bebió, y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.

248. – 1 Cor. 11 (23-26):
Siempre que comáis de este pan y bebáis de esta copa, proclamaréis la muerte del Señor".

Hermanos, lo que yo recibí del Señor, y a mi vez os he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche misma de la traición, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Haced esto en memoria mía".
De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la bebáis, hacedlo en memoria mía".
Y así, siempre que comáis este pan y bebáis esta copa, proclamaréis la muerte del Señor hasta que él vuelva.


Salmos responsoriales

249. –
Sal. 22 (1-6):

R. (4)
Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tu estás conmigo.

O bien (1):

El Señor es mi­ pastor,
nada me puede faltar.


El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto camino
por amor de tu Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tu preparas ante mi una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa reboza.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.

250. – Salmo 33 (2-7; 10-11):

R. (9a):
¡Gustad y ved cuan bueno es el Señor!

Bendeciré al Señor en todo tiempo;
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se glorí­a en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.

Glorifiquen conmigo al Señor,
Alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: él me respondió
y me libró de todos los temores.

Miren hacia él y quedarán resplandecientes,
y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor:
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

Teman al Señor todos sus santos,
porque nada faltará a los que le temen.
Los ricos se empobrecen y sufren hambre,
pero los que buscan al Señor no carecen de nada.


251. – Sal. 41 (2-3; 5bcd) 42 (3; 4; 5):

(Sal. 41, 3):

R.
"Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente:
¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?


Como la cierva sedienta
busca las corrientes de agua,
así­ mi alma suspira
por ti, mi Dios.

Mi alma tiene sed de Dios,
del Dios viviente:
¿Cuándo iré a contemplar
el rostro de Dios?

¡Cómo iba en medio de la multitud
y la guiaba hacia la Casa de Dios,
entre cantos de alegrí­a y alabanza,
en el júbilo de la fiesta!

Enví­ame tu luz y tu verdad:
que ellas me encaminen
y me guí­en a tu santa Montaña,
hasta el lugar donde habitas.

Y llegaré al altar de Dios,
el Dios que es la alegrí­a de mi vida;
y te daré gracias con la cí­tara,
Señor, Dios mí­o.

¿Por qué te deprimes, alma mí­a?
¿Por qué te inquietas?
Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias,
a él que es mi salvador y mi Dios.


252. – Sal. 115 (12-13; 15-16bc-17.18):
Sal. (114, 9):

R.
"Yo caminaré en la presencia del Señor, en la tierra de los vivientes".
O Sal. (115, 13):
"Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor".

¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor.

¡Que penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo.


Alleluia y Versos antes del Evangelio

253. –
Jn. 6, 51:
Yo soy el pan vivo bajado del cielo, dice el Señor.
El que coma de este pan vivirá eternamente.

254. – Jn. 6, 54:
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, dice el Señor, y yo lo resucitaré en el último dí­a.

255. – Jn. 10, 9:
Yo soy la puerta, dice el Señor; el que entra por mi se salvará, y encontrará su alimento.

255. – Jn. 11, 25; 14, 6:
Yo soy la Resurrección y la Vida, dice el Señor, nadie va al Padre, sino por mi.


Evangelios

257. –
Jn. 6, 41-51a:
En aquel tiempo, los judí­os murmuraban de Jesús porque habí­a dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo".
Y decí­an:
"¿Acaso éste no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'?"
Jesús continuó diciéndoles:
"No murmuréis entre ustedes".
Nadie puede venir a mi, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último dí­a.
Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios.
El que oye al Padre y recibe su enseñanza, viene a mi.
Nadie ha visto al Padre, sino el que viene de Dios: ése ha visto al Padre.
Os aseguro que el que cree, tiene vida Eterna. Yo soy el Pan de Vida.
Vuestros padres, en el desierto, comieron el maná y murieron.
Pero éste es el Pan que desciende del Cielo, para que el que lo coma no muera.
Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo. El que coma de este Pan vivirá eternamente.

258. – Jn. 6, 51-59:
En aquel tiempo Jesús dijo a la multitud:
"Yo soy el Pan vivo bajado del cielo. El que coma de este Pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo".
Los judí­os discutí­an entre sí­, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?"
Jesús les respondió:
"Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último dí­a.
Porque mi carne es una verdadera comida y mi sangre una verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él.
Así­ como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mi.
Este es el Pan bajado del cielo: no como el que comieron vuestros padres y murieron. El que come este Pan vivirá eternamente".


259. – OTRA ORACION DESPUES DEL VIATICO.
Señor,
salvación eterna de los que creen en ti,
concede a tu hijo(a) N.,
que acaba de recibir
el Pan y el Vino de la vida eterna
que, fortalecido con este Viático,
llegue seguro a tu reino de luz y vida.
Por Cristo nuestro Señor.
R. Amén.


APENDICE I

ORDEN DE LA MISA



RITOS INICIALES


En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espí­ritu Santo.
R. Amén.


El sacerdote extendiende los brazos, saluda a la asamblea diciendo:
1. –
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espí­ritu Santo, estén con todos ustedes.
R. Y con tu espí­ritu.


Rito Penitencial

2. –

Hermanos:
Reconozcamos nuestros pecados,
para poder celebrar dignamente los sagrados Misterios.

Se hace una breve pausa de silencio. Luego, todos juntos, hacen la confesión:
3. –
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión:

y golpeándose el pecho dicen:
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa Marí­a, siempre Virgen,
a los Angeles, a los Santos
y a ustedes, hermanos,
que intercedáis por mi ante Dios,
nuestro Señor.

Sigue la absolución del sacerdote:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la Vida eterna.

Responden todos:
Amén.

4. – Siguen las invocaciones, si es que no se dijeron en el acto penitencial:
V.
Señor, ten piedad de nosotros.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Cristo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, ten piedad de nosotros.

V. Señor, ten piedad de nosotros.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

6. – Después el Sacerdote, con los brazos extendidos, dice la oración; una vez concluida los presentes aclaman diciendo:
Amén.


LITURGIA DE LA PALABRA

7. – Luego el Sacerdote o uno de los presentes proclama la primera de las lecturas, concluida la cual dice:
Es Palabra de Dios.

Y todos responden:
Te alabamos, Señor.

8. – Sigue el Salmo responsorial, Alleluia, u otro canto.

11. – El Sacerdote inclinándose ante el altar dice privadamente:
Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que pueda anunciar dignamente tu santo Evangelio.

12. – E irguiéndose y teniendo frente a sí­ el Libro, dice:
El Señor esté con ustedes.

Y todos responden:
Y con tu espí­ritu.

Y continúa el Sacerdote:
Lectura del Santo Evangelio, según N.

Y mientras tanto hace la Señal de la Cruz sobre el libro y sebre sí­ mismo, en la frente, en la boca y en el pecho.

Todos responden:

Gloria a tí­, Señor.

13. – Al concluir el Evangelio, el sacerdote dice:
Es Palabra de Dios:

Todos responden:
Te alabamos, Señor.

Después besa el libro, diciendo interiormente:
Que las palabras de este Evangelio borren mis pecados.

A continuación sigue la Homilí­a.
Ver las variaciones propias en cada una de las Misas.



LITURGIA DE LA EUCARISTIA

19. – De pie, junto al altar, el sacerdote toma la patena con el pan y teniéndola levemente elevada sobre el altar, dice privadamente:
Señor, Dios del universo,
te bendecimos por este pan,
fruto de la tierra y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad,
y ahora te presentamos;
él será para nosotros pan de vida.

Todos responden:
Bendito seas por siempre, Señor.

20. – El sacerdote hecha vino y un poco de agua en el cáliz mientras dice privadamente:
De la misma manera que se mezclan el agua y el vino, que también nosotros podamos participar de la divinidad de Jesús como El compartió nuestra condición humana.

21. – El sacerdote toma el cáliz y teniéndolo levemente elevado sobre el altar, dice privadamente:
Señor, Dios del universo,
te bendecimos por este vino,
fruto de la vid y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad,
y ahora te presentamos;
él será para nosotros bebida de salvación.

Todos responden:
R.
Bendito seas por siempre, Señor.

22. – El Sacerdote inclinándose dice interiormente:
Con humildad y sinceramente arrepentidos nos presentamos ante ti, Señor: recí­benos y acepta con agrado el sacrificio que hoy te presentamos.

24. – El Sacerdote al costado del altar, se lava las manos diciendo privadamente:
Señor, lávame totalmente de mi culpa y purifí­came de mi pecado.

25. – El sacerdote en medio del altar, mirando a la asamblea, extiende los brazos y los cierra mientras dice:
Oremos hermanos,
para que este Sacrificio, mí­o y de ustedes,
sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.

La asamblea responde:
El Señor reciba este Sacrificio
ofrecido por medio de tus manos,
para alabanza y gloria de su Nombre,
para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

26. – Luego, con los brazos extendidos, el Sacerdote dice la oración sobre las ofrendas; una vez concluida, todos aclaman diciendo:
Amén.


PLEGARIA EUCARISTICA

El siguiente prefacio se dice en las Misas que no tienen prefacio propio y que no deben tomar un prefacio del tiempo.

27. – El Sacerdote da comienzo a la Plegaria Eucarí­stica. Extendiendo los brazos dice:

V.
El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espí­ritu.

V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.


Prefacio I

La Salvación por Cristo

Realmente es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias,
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Porque creaste al hombre con inmensa bondad,
y al que habí­a sido justamente condenado,
misericordiosamente también lo redimiste:
Por Jesucristo nuestro Señor.
Por El, los Angeles y los Arcángeles,
y todos los coros celestiales
celebran tu gloria,
unidos en una misma alegrí­a.
Permí­tenos asociarnos a sus voces,
cantando humildemente tu alabanza:

Santo, Santo, Santo...


Prefacio II

Alabanza a Dios por la creación y la redención del hombre

Realmente es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias,
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Por medio de tu Hijo muy amado,
tú creaste al género humano,
y también por medio de El,
con inmensa bondad, lo redimiste.
Con razón te sirven todas las creaturas,
te alaban todos los redimidos
y tus Santos unánimemente te bendicen.
Por eso también nosotros,
te alabamos en unión con todos los Angeles,
diciendo siempre con alegrí­a:

Santo, Santo, Santo...


Prefacio III

Realmente es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias, Padre santo,
siempre y en todo lugar,
por Jesucristo, tu Hijo muy amado.

Por El, que es tu Palabra,
hiciste todas las cosas;
Tú lo enviaste
para que fuera nuestro Salvador y Redentor,
y El, encarnándose por obra del Espí­ritu Santo,
nació de la Virgen Marí­a.

Para cumplir tu voluntad
y adquirirte un Pueblo Santo,
El abrió sus brazos en la Cruz;
asi destruyó la muerte
e hizo brillar la resurrección.

Por eso, con los ángeles y con todos los santos,
proclamamos tu gloria, diciendo:

Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo.
Llenos están el Cielo y la tierra de tu gloria.
Hosana en el Cielo.
Bendito el que viene en Nombre del Señor.
Hosana en el Cielo.

102. – El Sacerdote, con los brazos extendidos, dice:
Realmente tú eres Santo, Señor, y eres fuente de toda santidad.

103. – Junta las manos y las extiende sobre la hostia y el cáliz, mientras dice:
Por eso, te pedimos que santifiques estos dones,
con la efusión de tu Espí­ritu,

junta las manos y hace un signo de la Cruz sobre las ofrendas, diciendo:
de manera que lleguen a ser para nosotros  +
el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.

Junta las manos.

104. – Las palabras del Señor, en las fórmulas que siguen, han de ser pronunciadas con claridad y atención, tal como lo exige la naturaleza de las mismas.
Cuando El se entregaba voluntariamente a la Pasión,

toma el pan, y teniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue:
tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discí­pulos, diciendo:

se inclina un poco
TOMEN Y COMAN TODOS DE EL,
PORQUE ESTO ES MI CUERPO,
QUE SERA ENTREGADO POR USTEDES.

Muestra a la asamblea la hostia consagrada, la vuelve a colocar en la patena y adora haciendo genuflexión.

105. – Y prosigue diciendo:
De la misma manera, después de la cena,

toma el cáliz, y teniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue:
tomó el cáliz, volvió a dar gracias y lo dio a sus discí­pulos, diciendo:

se inclina un poco
TOMEN Y BEBAN TODOS DE EL,
PORQUE ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE,
SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA,
QUE SERA DERRAMADA
POR USTEDES Y POR MUCHOS
PARA EL PERDON DE LOS PECADOS.
HAGAN ESTO EN CONMEMORACION MIA.

Muestra el cáliz a la asamblea, lo vuelve a colocar sobre el corporal y adora haciendo genuflexión.

106. – Luego, dice:
Este es el Sacramento de nuestra fe.

La asamblea contesta con la siguiente aclamación:
Anunciamos tu Muerte,
proclamamos tu Resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!

107. – El Sacerdote, con los brazos extendidos, dice:
Por eso, Señor,
en memoria de la Muerte
y la resurrección de Jesús,
te ofrecemos el pan de vida
y el cáliz de salvación,
dándote gracias porque nos consideraste dignos
de estar en tu presencia para celebrar esta liturgia.

Te pedimos humildemente,
que el Espí­ritu Santo
congregue en la unidad
a los que participamos del Cuerpo
y la Sangre de Cristo.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia
extendida por toda la tierra,
y llévala a su perfección por la caridad
junto con el Papa N. con nuestro Obispo N.,
y con todos los pastores que cuidan de tu Pueblo.

En las Misas por los difuntos, se puede agregar:
Acuérdate de tu hijo(a) N.,
a quien llamaste (hoy)
de este mundo a tu presencia:
concédele que así­ como ha compartido ya
la Muerte de Jesucristo,
comparta, también, con El
la gloria de la Resurrección.

Recuerda también a nuestros hermanos,
que murieron con la esperanza
de la resurrección,
y a todos los difuntos:
llévalos a contemplar
la luz de tu rostro.


Ten misericordia de nosotros,
para que junto con la Santí­sima Virgen Marí­a,
Madre de Dios,
con los santos Apóstoles
y con todos los santos
que te agradaron en este mundo,
merezcamos compartir la Vida eterna,
alabarte y glorificarte,

Junta las manos
por tu Hijo Jesucristo.

108. – Tomando el cáliz y la patena con la hostia los eleva diciendo:
¡Por Cristo, con El y en El,
a ti, Dios Padre todopoderoso,
en la unidad del Espí­ritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos!

Todos responden:
Amén.


RITO DE LA COMUNION

125. –
El Sacerdote, después de dejar el cáliz y la patena, junta las manos y dice una de las siguientes fórmulas u otra que se adecúe a las circunstancias.
Siguiendo los preceptos del Salvador
y sus divinas enseñanzas,
nos animamos a decir:

O bien:
Reconociendo que no sólo nos llamamos,
sino que verdaderamente somos hijos de Dios,
oremos como el Señor nos enseñó:

O bien:
Unamos nuestros corazones y nuestras voces para decir a Dios:

O también:
Invoquemos a Dios con humildad y confianza, diciendo:

Extiende los brazos y junto con la asamblea continúa:
Padre nuestro
que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu voluntad
así en la tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada dí­a.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación.
Y lí­branos del mal.

126. – Continuando con los brazos abiertos el sacerdote, solo, prosigue:
Líbranos, Señor, de todos los males,
y concédenos la paz en nuestros días;
para que ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos contra toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.

Junta las manos.

Todos responden a esta oración aclamando:

Tuyo es el Reino,
tuyo el poder y la gloria
por siempre, Señor.

127. – Luego el Sacerdote, con los brazos extendidos y con voz clara dice:
Señor Jesucristo,
que dijiste a tus Apóstoles:
"Mi paz les dejo, mi paz les doy,
No tengas en cuenta nuestros pecados
sino la fe de tu Iglesia;
y, conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad.

Junta las manos.
Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Todos responden:
Amén.

128. – El celebrante mirando hacia el pueblo, extiende los brazos y los cierra mientras dice:
La paz del Señor esté siempre con ustedes.

La asamblea responde:
Y con tu espíritu.

129. – Después, si es oportuno, el Sacerdote dice una de las siguientes fórmulas u otra que se adecúe a las circunstancias:
Hermanos, dense fraternalmente la paz.

O bien:
Hermanos:
expresemos nuestro amor fraterno,
dándonos la paz.

O:
Hermanos:
realicemos el gesto fraternal,
que nos compromete a vivir en el amor
deseándonos mutuamente la paz.

Y todos, según las costumbres del lugar se manifiestan mutuamente la paz y la caridad; el Sacerdote da la paz al enfermo.

130. – Luego toma la hostia y la parte sobre la patena; echa en el cáliz una partí­cula de la misma mientras dice privadamente:
Que el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo nos sirvan, al recibirlos, para la vida eterna.

131. – Mientras tanto se recita o canta:
Cordero de Dios
que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.

Cordero de Dios
que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.

Cordero de Dios
que quitas el pecado del mundo,
danos la paz.

Si la fracción del pan se prolonga, se puede seguir repitiendo la invocación; la última vez se concluye: danos la paz.

132. – Después el Sacerdote, con las manos juntas, dice interiormente:
Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, que por la voluntad del Padre, cooperando el Espí­ritu Santo, por medio de tu muerte diste la Vida al mundo: concédeme que la recepción de tu santí­simo Cuerpo y de tu Sangre, me purifiquen de mis pecados y me protejan contra todos los peligros. Dame la gracia de vivir cumpliendo tus mandamientos y que nunca me separe de ti.

En lugar de esta oración se puede decir:
Señor Jesucristo, la comunión que haré con tu Cuerpo, sin mérito de mi parte, no sea para mí­ un motivo de juicio y condenación. Concédeme bondadoso, que sirva para defensa de mi alma y de mi cuerpo y sea para mi como un remedio salvador.

133. – El Sacerdote hace una genuflexión, toma la hostia y sosteniéndola un poco elevada sobre la patena, mirando a la asamblea, dice con voz clara:
Este es el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo.
Felices los invitados a la Cena del Señor.

Y junto con la asamblea continúa:
Señor, no soy digno
de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya
bastará para sanarme.

134. – El Sacerdote, mirando hacia el altar, dice interiormente:
El Cuerpo de Cristo me proteja para la Vida eterna.

Y con reverencia hace la comunión con el Cuerpo de Cristo.

Luego toma el cáliz y dice interiormente:

La Sangre de Cristo me proteja para la Vida eterna.

Y con reverencia hace la comunión con la Sangre de Cristo.

135. – Luego, toma la patena p el copón, se acerca hacia los que van a comulgar y elevando un poco la hostia ante cada uno de ellos, se la enseña diciendo:
El Cuerpo de Cristo.

El que comulga responde:
Amen.

Y comulga.

136. – Si hubiere que administrar la comunión bajo las dos especies, obsérvese el rito tal como se encuentra descrito en su lugar.

138. – Una vez concluida la comunión, el sacerdote purifica la patena sobre el cáliz y el cáliz mismo. Mientras hace la purificación el Sacerdote dice interiormente:
Te pedimos, Señor, que sepamos apreciar de corazón el alimento recibido por nuestra boca, y que este don temporal nos sirva de protección para la Vida eterna.

139. – Si es oportuno se puede guardar un rato de religioso silencio.

140. – Después, de pie, el Sacerdote dice:
Oremos.

Junto con el Sacerdote todos oran unos momentos en silencio, si es que esto no se ha hecho precedentemente. Luego el Sacerdote, con los brazos abiertos, dice la oración para después de la comunión. La asamblea aclama al fin de la misma diciendo:
Amén.


RITO DE DESPEDIDA

142. –
Luego se despide a los fieles. El sacerdote, mirando a la asamblea, extiende los brazos y dice:
El Señor esté con ustedes.

Todos responden:
Y con tu espí­ritu.

O bien:
Y también contigo.

El sacerdote bendice a la asamblea diciendo:
Descienda sobre ustedes la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo  +  y Espí­ritu Santo.

La asamblea responde:
Amén.

143, – Luego el Sacerdote, mirando a la asamblea y con las manos juntas dice una de las siguientes fórmulas u otra que se adecúe a las circunstancias.
Hermanos: pueden ir en paz.

O bien:
Hermanos: vayamos en paz.

O bien:
Hermanos:
volvamos a nuestra vida diaria
para amar y servir a Dios y al prójimo.

Todos responden:
Demos gracias a Dios.

144. – El Sacerdote venera el altar besándolo del modo acostumbrado, como al comienzo de la Misa. Después de hacer la debida reverencia, se retira.


MISA POR LOS ENFERMOS

(Para la Unción de los Enfermos)


Antí­fona de entrada. Sal. 6, 3:
Ten piedad de mi, Señor,
porque me faltan las fuerzas;
sáname, porque mis huesos se estremecen.

O cfr. Is. 53, 4:
El Señor cargó con nuestras debilidades
y llevó sobre sí­ nuestras dolencias.

Oración de la asamblea
Señor,
que quisiste que tu Hijo llevara sobre sí­ nuestras debilidades,
para manifestar el valor de la enfermedad soportada pacientemente:
escucha con bondad nuestros ruegos en favor de nuestro hermano enfermo,
para que en medio de su dolor experimente la alegrí­a
de saber que ha sido proclamado feliz,
y que está asociado a la pasión redentora de Cristo.
Por nuestro Señor Jesucristo.

O:
Dios todopoderoso y eterno,
salud de los que creen en ti:
escucha la súplica que te dirigimos
en favor de tu hijo enfermo,
por quien imploramos la ayuda
de tu misericordia,
y devuélvele la salud,
para que pueda darte gracias en tu Iglesia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Las lecturas pueden tomarse de entre las que se proponen en el N" 152 y ss.
Proclamado el Evangelio, el Sacerdote dice la Homilí­a basándose en el texto bí­blico (82).
Siguen las letaní­as (73).
o la imposición de las manos (74).
Se bendice el óleo, si no lo está con alguna de las fórmulas (nn. 21, 75, 75 bis).
Se realiza la Unción (76).
Se dice la Oración Universal y la Oración después de la Unción (77, 243, 246).
La Misa prosigue normalmente. El enfermo y los presentes pueden comulgar bajo las dos especies.


Oración sobre las ofrendas

Señor,
en cuyas manos está toda nuestra vida:
recibe las ofrendas y los ruegos
que te dirigimos
implorando tu misericordia
en favor de nuestros hermanos enfermos,
para que al verlos recuperar la salud,
el temor que nos causa su enfermedad
se transforme en alegrí­a.
Por Jesucristo.


Antí­fona de comunión. Col. 1, 24:
Completo en mi carne
lo que falta a los padecimientos de Cristo,
para bien de tu Cuerpo, que es la Iglesia.

Oración después de la comunión
Señor,
auxilio de la debilidad humana:
manifiesta tu poder en tus hijos enfermos,
para que con la ayuda de tu misericordia,
puedan reintegrarse sanos a tu Iglesia.
Por Jesucristo.


MISA POR LOS AGONIZANTES

Se dice la Misa por los enfermos, con las oraciones siguientes:

Oración de la asamblea

Dios todopoderoso y lleno de misericordia,
que a través de la muerte
abriste al genero humano
la puerta de la Vida eterna:
mira con bondad a tu servidor
que sufre los dolores de la agoní­a,
para que asociado a la pasión de tu Hijo
y sellado con su Sangre,
pueda presentarse ante ti libre de pecado.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas
Recibe, Señor,
esta Ví­ctima que te ofrecemos confiadamente
por este servidor tuyo,
y gracias a ella perdónale todos sus pecados,
para que después de los sufrimientos
padecidos por disposición tuya en esta vida,
alcance en la futura el descanso eterno.
Por Jesucristo.

Oración después de la comunión
Por la eficacia de este sacramento
te pedimos, Señor,
que sostengas con tu gracia a tu hijo N.,
para que en la hora de la muerte
el enemigo no tenga ningún poder sobre él,
sino que pueda llegar con tus ángeles
a la Vida eterna.
Por Jesucristo.


MISA PARA LA ADMINISTRACION DEL VIATICO

Excepto los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, las solemnidades, el miércoles de Ceniza y durante la Semana Santa, se puede decir la Misa de la Santí­sima Eucaristí­a, o según las circunstancias, la misa de los enfermos, con las siguientes oraciones:

Oración de la asamblea

Señor,
cuyo Hijo es para nosotros
el Camino, la Verdad, y la Vida:
mira con bondad a tu servidor N.,
que, confiando en tus promesas
y renovado con el Cuerpo de tu Hijo,
te pide la gracia de llegar en paz a tu Reino.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Las lecturas pueden tomarse de las que se preponen en los Nros. 247 y ss.
Proclamado el Evangelio, el Sacerdote dice la Homilí­a basándose en el texto bí­blico y el sentido del Viático (99).
Sigue la Profesión de fe (108).
Según las circunstancias se hace la Oración Universal (109).
En su oportunidad, Sacerdotes y presentes pueden dar la paz al enfermo.
El enfermo y los presentes pueden comulgar bajo las dos especies.
Para dar la Comunión al enfermo, ver la fórmula en el N° 112.

Oración sobre las ofrendas

Padre santo,
mira con bondad nuestro sacrificio
que hace presente al Cordero pascual,
cuya inmolación abrió
las puertas del paraí­so;
y por tu gracia introduce a tu servidor N.,
en la felicidad eterna.
Por Jesucristo.

Oración después de la comunión
Señor, que eres la salvación eterna
de los que creen en tí­:
concede que tu servidor N.,
renovado por el Pan celestial
pueda llegar con alegrí­a
al Reino de la luz y de la vida.
Por Jesucristo.


MISA DEL SANTISIMO SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA

Se dice con ornamentos blancos.

A

Antí­fona de entrada. Sal. 77,23-25:
El Señor abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos el maná,
les dio como alimento un trigo celestial;
todos comieron un pan de ángeles.

Oración de la asamblea
Señor,
que realizaste la redención humana
por el misterio pascual de tu Hijo:
concede en tu bondad
que quienes con fe anunciamos,
bajo los signos sacramentales,
la muerte y la resurrección de Cristo,
podamos experimentar cada vez más
los efectos de tu salvación.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas
Al celebrar el memorial de nuestra salvación,
imploramos, Señor, tu misericordia,
para que este sacramento de tu amor
sea para nosotros signo de unidad
y ví­nculo de caridad.
Por Jesucristo.

Prefacio
V.
El Señor esté con ustedes.
R. con tu espí­ritu.

V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

Realmente es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias, siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno:
Por Jesucristo nuestro Señor.

El es el verdadero y eterno Sacerdote,
que al ofrecerse a sí­ mismo,
como Ví­ctima de salvación,
instituyó el Sacrificio definitivo
y nos mandó ofrecerlo en su memoria.

Cuando comemos su Carne,
inmolada por nosotros,
somos fortalecidos
cuando bebemos su Sangre,
derramada por nosotros,
somos purificados.

Por eso, con los ángeles y los arcángeles,
cantamos un himno a tu gloria,
diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo...

Antí­fona de comunión. Jn. 6,51-52.
Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo,
dice el Señor.
El que coma este pan vivirá eternamente,
y el pan que yo daré
es mi carne para la Vida del mundo.

Oración después de la comunión
Que la participación de esta mesa celestial,
nos santifique, Señor,
de manera que por el Cuerpo
y la Sangre de Cristo,
se afiance nuestra unión fraterna.
Por Jesucristo.


APENDICE II

ORDEN PARA ADMINISTRAR LA CONFIRMACION SIN MISA


Rito de Entrada

35. –
Después de hacer debida reverencia al altar, el Sacerdote saluda a los presentes:
La paz esté con ustedes.

Todos:
Y con tu espí­ritu.

O bien:
Y también contigo.

Luego dice la oración:
Oremos,
Dios todopoderoso y lleno de misericordia,
enví­anos tu Espí­ritu,
para que habite en nosotros
y nos convierta en templo de su gloria.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


Celebración de la Palabra de Dios

Se eligen los textos que correspondan, o sino los señalados en los nn. 144 y 152-229.



HOMILIA O ALOCUCION

39. – Luego el Obispo pronuncia una breve homilí­a en la cual explica las lecturas y conduce como de la mano a los confirmandos y a sus padrinos y padres, y a toda la asamblea a una inteligencia más profunda del misterio de la Confirmación.

Lo hará con éstas u otras palabras semejantes:


Los Apóstoles que el dí­a de Pentecostés recibieron el Espí­ritu Santo, como lo habí­a prometido el Señor, tení­an el poder de completar la obra del Bautismo comunicando el Espí­ritu Santo, como leemos en los Hechos de los Apóstoles. Cuando san Pablo impuso las manos sobre algunos bautizados, descendió el Espí­ritu Santo sobre ellos y hablaban en lenguas y profetizaban.
Los Obispos, sucesores de los Apóstoles, gozan de ese mismo poder, y sea por sí­ mismos o por los presbí­teros legí­timamente constituidos para desempeñar este ministerio, confieren el Espí­ritu Santo a aquellos que ya han renacido por el Bautismo.
Si bien la venida del Espí­ritu Santo ya no se manifiesta hoy por el don de lenguas, sin embargo sabemos por la fe, que recibimos en nosotros a aquel por quien la caridad de Dios se difunde en nuestros corazones y somos congregados en la unidad de la fe y en la multiplicidad de vocaciones: el mismo Espí­ritu que realiza invisiblemente la santificación y la unidad de la Iglesia.
El don del Espí­ritu Santo que vais a recibir, queridos hijos, será un sello espiritual que os identificará más plenamente con Cristo y os unirá más estrechamente a su Iglesia. Cristo, ungido por el Espí­ritu Santo en el bautismo que recibió de Juan, fue enviado para realizar su obra y poder encender en la tierra el fuego del mismo Espí­ritu. Vosotros, que ya habéis sido bautizados, recibiréis ahora la fuerza de su Espí­ritu y seréis marcados en la frente con su cruz. Por lo tanto, deberéis dar ante el mundo el testimonio de su Pasión y Resurrección, de tal manera que vuestra vida, como dice el Apóstol, sea en todo lugar "la fragancia de Cristo". Su cuerpo mí­stico, que es la Iglesia, el pueblo de Dios, recibe de él las gracias que eLmismo Espí­ritu Santo distribuye a cada uno para la edificación del cuerpo en la unidad y en la caridad.
Sed pues miembros vivos de esta Iglesia, y conducidos por el Espí­ritu Santo procurad servir a todos, como Cristo que no vino a ser servido sino a servir.
Y ahora, antes de recibir el Espí­ritu, recordad la fe que profesasteis en el Bautismo o que vuestros padres y padrinos profesaron junto con la Iglesia.


Renovación de las promesas bautismales

40. –
El Sacerdote interroga al confirmando, diciendo:
¿Renuncian al Demonio y a todas sus obras y a todos sus engaños?

Los confirmandos responden todos juntos:
Sí­, renuncio.

Sacerdote:
¿Creen en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?

Confirmandos:
Sí­, creo.

Sacerdote:
¿Creen en Jesucristo,
su único Hijo, nuestro Señor,
que nació de la Virgen Marí­a,
padeció y fue sepultado,
resucitó de entre los muertos
y está sentado a la derecha del Padre?

Confirmandos:
Sí­, creo.

Sacerdote:
Creen en el Espí­ritu Santo vivificador,
que hoy, por el sacramento de la Confirmación,
se les comunica de un modo particular
como a los Apóstoles el dí­a de Pentecostés?

Confirmandos:
Sí­, creo.

Sacerdote:
¿Creen en la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de los muertos
y la vida eterna?

Confirmandos:
Sí­, creo.

El Sacerdote asiente a esta profesión, proclamando la fe de la Iglesia:
Esta es nuestra fe.
Esta es la fe de la Iglesia,
que nos gloriamos de profesar
en Jesucristo nuestro Señor.

Los presentes asienten respondiendo:
Amén.

41. – Luego el Sacerdote con las manos juntas, vuelto hacia el enfermo dice:
Queridos hermanos,
roguemos a Dios Padre todopoderoso,
que derrame más abundantemente
el Espí­ritu Santo
sobre este hijo adoptivo suyo,
que ya ha renacido
a la vida eterna por el Bautismo,
para que ese Espí­ritu lo confirme
con sus dones,
y por medio de su unción
lo identifique más plenamente con Cristo.

Y todos hacen una pausa de oración en silencio.


Imposición de las manos


42. –
Luego el Obispo (y los presbí­teros que lo acompañan) imponen las manos sobre todos los confirmandos, mientras el Obispo dice:
Dios todopoderoso,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que hiciste renacer a este hijo tuyo
por medio del agua y del Espí­ritu Santo,
liberándolo del pecado:
enví­a sobre él el Espí­ritu Santo Paráclito;
concédele
el espí­ritu de sabidurí­a y de entendimiento,
el espí­ritu de consejo y de fortaleza,
el espí­ritu de ciencia y piedad;
y cólmalo con el espí­ritu de tu santo temor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.


Crismación

44. –
El Sacerdote toma la crismera y después de haber introducido la extremidad del dedo pulgar de la mano derecha en el crisma, hace la señal de la cruz con el mismo dedo pulgar en la frente del confirmando, diciendo:
N.N.,
recibe por esta señal el Don del Espí­ritu Santo.

Y el confirmando responde:
Amén.

El Sacerdote dice:
La paz esté contigo.

Si el confirmando es adulto, el Sacerdote le estrecha la mano; si es un niño le hace una caricia afectuosa.

Confirmando:

Y con tu espí­ritu.

O bien:
Y también contigo.


Oración universal

47. –
Sigue la oración universal con ésta u otra fórmula semejante establecida por la autoridad competente:

Sacerdote:

Queridos hermanos,
oremos a Dios Padre todopoderoso,
unidos en la misma Fe,
en la misma esperanza
y en la misma caridad,
que proceden del Espí­ritu Santo.

Ministro:
Por este hijo de Dios
que ha sido confirmado por el Espí­ritu Santo:
para que arraigado en la fe
y edificado en el amor,
dé verdadero testimonio de Cristo, oremos.
R. Te rogamos, Señor.

Ministro:
Por sus padres y sus padrinos
que se ofrecieron como responsables de su fe:
para que no dejen de animarlo
con la palabra y el ejemplo
a seguir ios pasos de Cristo, oremos.
R. Te rogamos, Señor.

Ministro:
Por la santa Iglesia de Dios
congregada por el Espí­ritu Santo,
para que en comunión con el Papa N.,
nuestro Obispo N., y todos los obispos
se dilate y crezca en la unidad de la fe y del amor
hasta que el Señor vuelva, oremos.
R. Te rogamos, Señor.

Ministro:
Por todo el mundo,
para que los hombres
que tienen un mismo Creador y Padre
se reconozcan hermanos,
sin discriminación de raza o nación,
y prosperen con un corazón sincero
el Reino de Dios que es paz y gozo
en el Espí­ritu Santo, oremos.
R. Te rogamos, Señor.

Ministro:
Señor,
que enviaste a tus Apóstoles el Espí­ritu Santo
y quisiste que por medio de ellos
y sus sucesores
ese mismo Espí­ritu
fuera comunicado a los demás creyentes:
te rogamos que este nuevo confirmado
pueda difundir en el mundo los mismos frutos
que produjo la primera predicación evangélica.
Por Jesucristo nuestro Señor.


Recitación de la Oración del Señor

48. –
Luego todos dicen la oración del Señor, que el Sacerdote puede introducir con éstas u otras palabras semejantes:

Queridos hermanos,
unamos nuestras plegarias
y oremos todos juntos
como el Señor Jesús nos enseñó.

Todos:
Padre nuestro...


Bendición

49. –
Luego el Sacerdote bendice a todos. En lugar de la bendición acostumbrada se emplea la bendición que sigue o la oración sobre el pueblo.

Dios Padre todopoderoso,
que los hizo renacer
por medio del agua y del Espí­ritu Santo
y los adoptó como hijos suyos,
los bendiga y los conserve dignos
de su amor paternal.
R. Amén.

Su Hijo Unico,
quien prometió que el Espí­ritu de Verdad
permanecerí­a en la Iglesia,
los bendiga
y los confirme con su poder
en la confesión de la verdadera fe.
R. Amén.

El Espí­ritu Santo
que encendió el fuego de su amor
en el corazón de los discí­pulos os bendiga,
y después de haberlos congregado en la unidad,
los conduzca al gozo del Reino de Dios.
R. Amén.

E inmediatamente añade:
Descienda sobre ustedes
la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo  +  y Espí­ritu Santo.
R. Amén.


Oración sobre el pueblo

En lugar de la anterior fórmula de bendición se puede emplear la oración sobre el pueblo.
El Ministro dice el invitatorio: "Inclinémonos para recibir la bendición", u otra fórmula semejante.
Luego el Sacerdote con las manos extendidas hacia la asamblea dice:


Confirma, Señor,
lo que has obrado en nosotros
y conserva en los corazones de tus fieles
los dones del Espí­ritu Santo,
para que ellos no se avergüencen
de dar testimonio
de Cristo crucificado y
gloriosamente resucitado,
y cumplan sus mandamientos
con sincero amor.
Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.

E inmediatamente añade:

Y que descienda sobre ustedes
la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo  +  y Espí­ritu Santo.
R. Amén.