BENEDICTO XVI
Audiencia del miércoles 30 de agosto de 2006
Mateo
Queridos hermanos y hermanas:
Continuando con la serie de retratos de los doce Apóstoles, que comenzamos hace
algunas semanas, hoy reflexionamos sobre san Mateo. A decir verdad, es casi
imposible delinear completamente su figura, pues las noticias que tenemos sobre
él son pocas e incompletas. Más que esbozar su biografía, lo que podemos hacer
es trazar el perfil que nos ofrece el Evangelio.
Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús (cf. Mt
10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). En hebreo, su nombre significa "don
de Dios". El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta
en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso: "el publicano"
(Mt 10, 3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de
impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento: "Cuando se iba de allí,
al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos,
y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y le siguió" (Mt 9, 9). También
san Marcos (cf. Mc 2, 13-17) y san Lucas (cf. Lc 5, 27-30) narran la llamada del
hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman "Leví". Para
imaginar la escena descrita en Mt 9, 9 basta recordar el magnífico lienzo de
Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.
Los Evangelios nos brindan otro detalle biográfico: en el pasaje que precede
a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por Jesús en Cafarnaúm
(cf. Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), y se alude a la cercanía del Mar de Galilea, es decir,
el Lago de Tiberíades (cf. Mc 2, 13-14). De ahí se puede deducir que Mateo desempeñaba
la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente "junto al mar"
(Mt 4, 13), donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.
Basándonos en estas sencillas constataciones que encontramos en el Evangelio,
podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el grupo
de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo,
era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero
considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además
colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser
establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de
una ocasión de "publicanos y pecadores" (Mt 9, 10; Lc 15, 1), de
"publicanos y prostitutas" (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un
ejemplo de avaricia (cf. Mt 5, 46: sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de
ellos, Zaqueo, como "jefe de publicanos, y rico" (Lc 19, 2), mientras que la
opinión popular los tenía por "hombres ladrones, injustos, adúlteros" (Lc 18, 11).
Ante estas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de
su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la
casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba
compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: "No
necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores" (Mc 2, 17).
La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia
al pecador. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano
que subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como
ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo
hacía alarde de su perfección moral, "el publicano (...) no se atrevía ni a
elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios,
ten compasión de mí, que soy pecador!"". Y Jesús comenta: "Os digo
que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será
humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Lc 18, 13-14). Por tanto, con
la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien
se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en
un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus
maravillosos efectos en su existencia.
A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa
que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban
realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados
mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se
trata de oficios de poca importancia —comenta el Crisóstomo—, "pues no hay nada
más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca" (In Matth.
Hom.: PL 57, 363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas de
bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario.
Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde
inmediatamente a la llamada de Jesús: "Él se levantó y lo siguió".
La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta
a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de
ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo
comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando
actividades desaprobadas por Dios.
Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente: tampoco hoy se
puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como
son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente: "Si
quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás
un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19, 21). Esto es precisamente
lo que hizo Mateo: se levantó y lo siguió. En este "levantarse" se
puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión
consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús.
Recordemos, por último, que la tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir
a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Esto sucedió ya a partir de Papías,
obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130. Escribe Papías: "Mateo
recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como pudo"
(en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16). El historiador Eusebio añade este dato:
"Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros
pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de
sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se
separaba" (ib., III, 24, 6).
Ya no tenemos el Evangelio escrito por san Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio
griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva
del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia
salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para
aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión.