BENEDICTO XVI
Audiencia del miércoles 17 de mayo de 2006
Pedro, el pescador
Queridos hermanos y hermanas:
En la nueva serie de catequesis ante todo hemos tratado de comprender mejor qué
es la Iglesia, cuál es la idea del Señor sobre su nueva familia. Luego hemos
dicho que la Iglesia existe en las personas. Y hemos visto que el Señor ha
encomendado esta nueva realidad, la Iglesia, a los doce Apóstoles. Ahora
queremos verlos uno a uno, para comprender en las personas qué es vivir la
Iglesia, qué es seguir a Jesús. Comenzamos por san Pedro.
Después de Jesús, Pedro es el personaje más conocido y citado en los escritos
neotestamentarios: es mencionado 154 veces con el sobrenombre de Pétros,
"piedra", "roca", que es traducción griega del nombre arameo que le dio
directamente Jesús: Kefa, atestiguado nueve veces sobre todo en las cartas de
san Pablo. Hay que añadir el frecuente nombre Simón (75 veces), que es una
adaptación griega de su nombre hebreo original Simeón (dos veces: Hch 15, 14; 2
P 1, 1).
Simón, hijo de Juan (cf. Jn 1, 42) o en la forma aramea, bar-Jona, hijo de Jonás
(cf. Mt 16, 17), era de Betsaida (cf. Jn 1, 44), una localidad situada al este
del mar de Galilea, de la que procedía también Felipe y naturalmente Andrés,
hermano de Simón. Al hablar se le notaba el acento galileo. También él, como su
hermano, era pescador: con la familia de Zebedeo, padre de Santiago y Juan,
dirigía una pequeña empresa de pesca en el lago de Genesaret (cf. Lc 5, 10).
Por eso, debía de gozar de cierto bienestar económico y estaba animado por un
sincero interés religioso, por un deseo de Dios —anhelaba que Dios interviniera
en el mundo— un deseo que lo impulsó a dirigirse, juntamente con su hermano,
hasta Judea para seguir la predicación de Juan el Bautista (cf. Jn 1, 35-42).
Era un judío creyente y observante, que confiaba en la presencia activa de Dios
en la historia de su pueblo, y le entristecía no ver su acción poderosa en las
vicisitudes de las que era testigo en ese momento. Estaba casado y su suegra,
curada un día por Jesús, vivía en la ciudad de Cafarnaúm, en la casa en que
también Simón se alojaba cuando estaba en esa ciudad (cf. Mt 8, 14 s; Mc 1, 29
s; Lc 4, 38 s). Excavaciones arqueológicas recientes han permitido descubrir,
bajo el piso de mosaico octagonal de una pequeña iglesia bizantina, vestigios de
una iglesia más antigua construida sobre esa casa, como atestiguan las
inscripciones con invocaciones a Pedro.
Los evangelios nos informan de que Pedro es uno de los primeros cuatro
discípulos del Nazareno (cf. Lc 5, 1-11), a los que se añade un quinto, según la
costumbre de todo Rabino de tener cinco discípulos (cf. Lc 5, 27: llamada de
Leví). Cuando Jesús pasa de cinco discípulos a doce (cf. Lc 9, 1-6) pone de
relieve la novedad de su misión: él no es un rabino como los demás, sino que ha
venido para reunir al Israel escatológico, simbolizado por el número doce, como
el de las tribus de Israel.
Como nos muestran los evangelios, Simón tiene un carácter decidido e impulsivo;
está dispuesto a imponer sus razones incluso con la fuerza (por ejemplo, cuando
usa la espada en el huerto de los Olivos: cf. Jn 18, 10 s). Al mismo tiempo, a
veces es ingenuo y miedoso, pero honrado, hasta el arrepentimiento más sincero
(cf. Mt 26, 75).
Los evangelios permiten seguir paso a paso su itinerario espiritual. El punto de
partida es la llamada que le hace Jesús. Acontece en un día cualquiera, mientras
Pedro está dedicado a sus labores de pescador. Jesús se encuentra a orillas del
lago de Genesaret y la multitud lo rodea para escucharlo.
El número de oyentes implica un problema práctico. El Maestro ve dos barcas
varadas en la ribera; los pescadores han bajado y lavan las redes. Él entonces
pide permiso para subir a la barca de Simón y le ruega que la aleje un poco de
tierra. Sentándose en esa cátedra improvisada, se pone a enseñar a la
muchedumbre desde la barca (cf. Lc 5, 1-3). Así, la barca de Pedro se convierte
en la cátedra de Jesús. Cuando acaba de hablar, dice a Simón: "Rema mar adentro,
y echad vuestras redes para pescar". Simón responde: "Maestro, hemos estado
bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las
redes" (Lc 5, 4-5).
Jesús era carpintero, no experto en pesca, y a pesar de ello Simón el pescador
se fía de este Rabino, que no le da respuestas sino que lo invita a fiarse de
él. Ante la pesca milagrosa reacciona con asombro y temor: "Aléjate de mí,
Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5, 8). Jesús responde invitándolo a la
confianza y a abrirse a un proyecto que supera todas sus perspectivas: "No
temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5, 10).
Pedro no podía imaginar entonces que un día llegaría a Roma y sería aquí
"pescador de hombres" para el Señor. Acepta esa llamada sorprendente a dejarse
implicar en esta gran aventura. Es generoso, reconoce sus limitaciones, pero
cree en el que lo llama y sigue el sueño de su corazón. Dice sí, un sí valiente
y generoso, y se convierte en discípulo de Jesús.
Pedro vivió otro momento significativo en su camino espiritual cerca de Cesarea
de Filipo, cuando Jesús planteó a sus discípulos una pregunta precisa: "¿Quién
dicen los hombres que soy yo?" (Mc 8, 27). Pero a Jesús no le basta la respuesta
de lo que habían oído decir. De quien ha aceptado comprometerse personalmente
con él quiere una toma de posición personal. Por eso insiste: "Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?" (Mc 8, 29). Es Pedro quien contesta en nombre de los
demás: "Tú eres el Cristo" (Mc 8, 29), es decir, el Mesías. Esta respuesta de
Pedro, que no provenía "ni de la carne ni de la sangre", es decir, de él, sino
que se la había donado el Padre que está en los cielos (cf. Mt 16, 17), encierra
en sí como en germen la futura confesión de fe de la Iglesia.
Con todo, Pedro no había entendido aún el contenido profundo de la misión
mesiánica de Jesús, el nuevo sentido de la palabra Mesías. Lo demuestra poco
después, dando a entender que el Mesías que buscaba en sus sueños es muy
diferente del verdadero proyecto de Dios. Ante el anuncio de la pasión se
escandaliza y protesta, provocando la dura reacción de Jesús (cf. Mc 8, 32-33).
Pedro quiere un Mesías "hombre divino", que realice las expectativas de la gente
imponiendo a todos su poder. También nosotros deseamos que el Señor imponga su
poder y transforme inmediatamente el mundo. Jesús se presenta como el "Dios
humano", el siervo de Dios, que trastorna las expectativas de la muchedumbre
siguiendo el camino de la humildad y el sufrimiento.
Es la gran alternativa, que también nosotros debemos aprender siempre de nuevo:
privilegiar nuestras expectativas, rechazando a Jesús, o acoger a Jesús en la
verdad de su misión y renunciar a nuestras expectativas demasiado humanas.
Pedro, impulsivo como era, no duda en tomar aparte a Jesús y reprenderlo. La
respuesta de Jesús echa por tierra todas sus falsas expectativas, a la vez que
lo invita a convertirse y a seguirlo. "Ponte detrás de mí, Satanás, porque tus
pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mc 8, 33). No me
señales tú el camino; yo tomo mi camino y tú debes ponerte detrás de mí.
Pedro aprende así lo que significa en realidad seguir a Jesús. Es su segunda
llamada, análoga a la de Abraham en Gn 22, después de la de Gn 12: "Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque
quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por
el Evangelio, la salvará" (Mc 8, 34-35). Es la ley exigente del seguimiento: hay
que saber renunciar, si es necesario, al mundo entero para salvar los verdaderos
valores, para salvar el alma, para salvar la presencia de Dios en el mundo (cf.
Mc 8, 36-37). Aunque le cuesta, Pedro acoge la invitación y prosigue su camino
tras las huellas del Maestro.
Me parece que estas diversas conversiones de san Pedro y toda su figura
constituyen un gran consuelo y una gran enseñanza para nosotros. También
nosotros tenemos deseo de Dios, también nosotros queremos ser generosos, pero
también nosotros esperamos que Dios actúe con fuerza en el mundo y transforme
inmediatamente el mundo según nuestras ideas, según las necesidades que vemos
nosotros. Dios elige otro camino. Dios elige el camino de la transformación de
los corazones con el sufrimiento y la humildad. Y nosotros, como Pedro, debemos
convertirnos siempre de nuevo. Debemos seguir a Jesús y no ponernos por delante.
Es él quien nos muestra el camino. Así, Pedro nos dice: tú piensas que tienes la
receta y que debes transformar el cristianismo, pero es el Señor quien conoce el
camino. Es el Señor quien me dice a mí, quien te dice a ti: sígueme. Y debemos
tener la valentía y la humildad de seguir a Jesús, porque él es el camino, la
verdad y la vida.