OBRAS COMPLETAS DEL PSEUDO DIONISIO AREOPAGITA
LA JERARQUÍA CELESTE
CAPÍTULO I:
CAPÍTULO II: En que las cosas celestiales y divinas nos son reveladas convenientemente,
aun cuando sea por medio de símbolos desemejantes.
CAPÍTULO III: Qué se entiende por jerarquía y cuál sea su provecho
CAPÍTULO IV: Lo que significa el nombre "ángel"
CAPÍTULO V: ¿Por qué llaman indistintamente "ángeles" a todos los del Cielo?
CAPÍTULO VI: Cuáles sean la primera clase, media e inferior del orden celeste
CAPÍTULO VII: De los serafines, querubines y tronos. Y de la primera jerarquía que ellos constituyen
CAPÍTULO VIII: De las dominaciones, virtudes y potestades. Y de su jerarquía media.
CAPÍTULO IX: De los principados, arcángeles y ángeles. Y de su última jerarquía
CAPÍTULO X: Recapitulación y conclusión de la coordinación de los ángeles
CAPÍTULO XI: Por qué llama ángeles a los humanos jerarcas (obispos)
CAPÍTULO XIII: ¿Por qué se dice que el profeta Isaías fue purificado por un serafín?
CAPÍTULO XIV: Lo que significa el tradicional número de ángeles
LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA
CAPÍTULO I:
CAPÍTULO II:
I. El rito de la iluminación
II. El misterio de la iluminación
III. Contemplación
CAPÍTULO III:
I. El Sacramento de la Eucaristía
II. Misterio de la "sinaxis" o comunión
III. Contemplación
CAPÍTULO IV:
I. Del Sacramento de la Unción y sus efectos
II. Misterio del Sacramento de la Unción
III. Contemplación
CAPÍTULO V:
I. De las consagraciones sacerdotales. Poderes y actividades
II. Misterio de las consagraciones sacerdotales
III. Contemplación
CAPÍTULO VI:
I. De los órdenes que forman los iniciados
II. Misterio de la consagración de un monje
CAPÍTULO VII:
I. Los ritos de difuntos
II. Misterios sobre aquellos que mueren santamente
III. Contemplación
LOS NOMBRES DE DIOS
CAPÍTULO I:
CAPÍTULO II: Unificación y diferenciación en Dios. Qué significa en Dios unidad y diferencia
CAPÍTULO III: El poder de la oración. San Hieroteo. La piedad y los escritos teológicos
CAPÍTULO IV: El Bien. La Luz. La Hermosura. El Amor. El Extasis. El Celo. El Mal: no es ser, ni procede del ser, ni está en los seres
CAPÍTULO V: Del ser y de los arquetipos
CAPÍTULO VI: De la Vida. De la Sabiduría, Inteligencia, Razón, Verdad y Fe
CAPÍTULO VIII: Del Poder, Justicia, Salvación, Redención. Y también de la Desigualdad
CAPÍTULO IX: De lo grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, estado, movimiento, igualdad
CAPÍTULO X: Del Omnipotente y Anciano de días. También sobre la eternidad y el tiempo
CAPÍTULO XI: De la Paz. Del "Ser por Sí': De la "Vida por Sí". Del "Poder por Sí". Y de otras expresiones semejantes
CAPÍTULO XII: Del Santo de los santos, Rey de reyes, Señor de señores, Dio: de dioses
CAPÍTULO XIII: Del Perfecto y del Uno
TEOLOGÍA MÍSTICA
CAPÍTULO I: En qué consiste la divina tiniebla
CAPÍTULO II: Cómo debemos unirnos y alabar al Autor de todas las cosas, que está por encima de todo
CAPÍTULO III: Qué se entiende por teología afirmativa y teología negativa
CAPÍTULO IV: Que no es nada sensible la Causa trascendente a la realidad sensible
CAPÍTULO V: Que no es nada conceptual la Causa suprema de todo lo conceptual
LAS CARTAS
CARTA I: Al monje Gayo
CARTA II: Al mismo monje Gayo
CARTA III: Al mismo Gayo
CARTA IV: Al mismo monje Gayo
CARTA V: A Doroteo, diácono
CARTA VI: Al sacerdote Sosípatro
CARTA VII: Al obispo Policarpo
CARTA X: A Juan el teólogo, apóstol y evangelista, desterrado en la isla de Patmos
LA JERARQUÍA CELESTE
CAPÍTULO I:
El presbítero Dionisio a su copresbítero Timoteo.
Aun cuando la iluminación procede por amor de múltiples maneras hacia los
objetos que están bajo su providencia, no obstante permanece en su misma
simplicidad y unifica a cuanto ilumina.
"Todo buen don y toda dádiva perfecta viene de
arriba, desciende del Padre de las luces". Más aún, la Luz procede del Padre, se
difunde copiosamente sobre nosotros y con su poder unificante nos atrae y lleva
a lo alto. Nos hace retornar a la unidad y deificante simplicidad del Padre,
congregados en El. "Porque de El y para El son todas las cosas"', como dice la
Escritura.
Invoquemos, pues, a Jesús, la Luz del Padre, "la
luz verdadera que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre", "por quien
hemos obtenido acceso" al Padre, la luz que es fuente de toda luz. Fijemos la
mirada lo mejor que podamos en las luces que los Padres nos transmiten por las
Sagradas Escrituras. En cuanto nos sea posible estudiemos las jerarquías de los
espíritus celestes conforme la Sagrada Escritura nos lo ha revelado de modo
simbólico y anagógico. Centremos fijamente la mirada inmaterial del
entendimiento en la Luz desbordante más que fundamental, que se origina en el
Padre, fuente de la Divinidad. Por medio de figuras simbólicas, nos ilustra
sobre las bienaventuradas jerarquías de los ángeles. Pero elevémonos sobre esta
profusión luminosa hasta el puro Rayo de Luz en sí mismo.
Por supuesto, este Rayo de Luz no pierde nada de
su propia naturaleza ni de su íntima unidad. Aun cuando actúa y se multiplica
exteriormente, como es propio de su bondad, para ennoblecer y unificar los seres
que están bajo su providencia', sin embargo permanece interiormente estable en
sí mismo, absolutamente firme en identidad inmóvil. Da a todos, en la medida de
sus fuerzas, poder para elevarse y unirse a El según su propia simplicidad.
Pero este Rayo divino no podrá iluminarnos si no
está espiritualmente velado en la variedad de sagradas figuras, acomodadas a
nuestro modo natural y propio, según la paternal providencia de Dios.
3. Por lo cual, nuestra sagrada jerarquía quedó
establecida por disposición divina a imitación de las jerarquías celestes, que
no son de este mundo. Mas las jerarquías inmateriales se han revestido de
múltiples figuras y formas materiales a fin de que, conforme a nuestra manera de
ser, nos elevemos analógicamente desde estos signos sagrados a la comprensión de
las realidades espirituales, simples, inefables. Nosotros, los hombres, no
podríamos en modo alguno elevarnos por vía puramente espiritual a imitar y
contemplar las jerarquías celestes sin ayuda de medios materiales que nos guíen
como requiere nuestra naturaleza. Cualquier persona reflexionando se da cuenta
de que la hermosura aparente es signo de misterios sublimes. El buen olor que
sentimos manifiesta la iluminación intelectual. Las luces materiales son imagen
de la copiosa efusión de luz inmaterial. Las diferentes disciplinas sagradas
corresponden a la inmensa capacidad contemplativa de la mente. Los órdenes y
grados de aquí abajo simbolizan las armoniosas relaciones del Reino de Dios. La
recepción de la Sagrada Eucaristía es signo de la participación en Jesús, y lo
mismo sucede con los seres del Cielo, que de modo trascendente reciben los
dones, dados a nosotros simbólicamente.
La fuente de perfección espiritual nos ha provisto
de imágenes sensibles que corresponden a las realidades inmateriales del Cielo,
pues cuida de nosotros y quiere hacernos a semejanza suya. Nos dio a conocer las
jerarquías celestes: instituyó el colegio ministerial de nuestra propia
jerarquía a imitación de la celeste, en cuanto humanamente es posible, en su
divino sacerdocio. Nos reveló todo esto por medio de santas alegorías contenidas
en las Sagradas Escrituras, para elevarnos espiritualmente desde lo sensible y
conceptual a través de los símbolos sagrado: hasta la cima simplicísima de
aquellas jerarquías celestes en que las cosas celestiales y divinas nos son
reveladas convenientemente, aun cuando sea por medio de símbolos desemejantes .
CAPÍTULO II: En que las cosas celestiales y divinas
nos son reveladas convenientemente, aun cuando sea por medio de símbolos desemejantes.
1. Ante todo, creo que debo exponer cuál es el
principal objeto de toda jerarquía y en qué sentido sea provechosa a sus
miembros. Luego ensalzaré las jerarquías celestes, según lo que nos ha revelado
la Sagrada Escritura Por último, hay que describir bajo qué formas sagradas la
Escritura representa los órdenes celestes, pues a través de esas figuras debemos
elevarnos a perfecta simplicidad.
No podemos imaginar, como hace el vulgo, aquella:
inteligencias celestes con muchos pies y rostros, de forme parecida a bueyes o
como leones salvajes. No tienen corvo: picos de águilas ni alas o plumas de
pájaros. No los imaginemos como ruedas flamígeras por el cielo, tronos
materiales, cómodos, donde se sienta la Divinidad, caballos variopintos,
capitanes blandiendo espadas o cualquier otra forma en que las Santas Escrituras
nos lo han representado en variedad de símbolos. La teología se vale de imágenes
poéticas al estudiar estas inteligencias que carecer de figuras. Pero, como
queda dicho, lo hace en atención nuestra propia manera de entender; se sirve de
pasajes bíblicos puestos a nuestro alcance en forma anagógica para elevarnos más
fácilmente a lo espiritual.
2. Estas figuras hacen referencia a seres tan
espirituales que no podemos conocerlos ni contemplarlos. Figuras y nombres de
que se valen las Escrituras son inadecuados para representar tan santas
inteligencias. Efectivamente, podría objetarse que si los teólogos hubieran
querido dar forma corporal a lo que es absolutamente incorpóreo, deberían haber
comenzado con los seres tenidos por más nobles, inmateriales y trascendentes, en
vez de acudir a múltiples formas terrenas, ínfimas, para aplicarlas a
realidades divinas, que son totalmente simples y celestes. Quizás lo haga con
intención de elevarnos y no de rebajar lo celeste con imágenes inadecuadas. En
realidad, es una ofensa indigna a los poderes divinos e induce a error nuestra
inteligencia confundiéndola con esas composiciones profanas. Uno se imaginaría
fácilmente que sobre los cielos hay multitud de leones y caballos, que las
alabanzas son mugidos, que vuelan bandadas de pájaros o que los cielos están
llenos de otra clase de animales, materias viles y semejantes desatinos que
describen, hasta el absurdo, la corrupción y pasiones.
Hay en ellas providencial cuidado de no ofender a
los poderes divinos cuando representan con figuras las inteligencias celestes.
Con la misma solicitud evitan que nos aficionemos desordenadamente a símbolos
que contengan algo de bajeza y vulgaridad. Por lo demás, dos son las razones
para representar con imágenes lo que no tiene figura, y dar cuerpo a lo
incorpóreo. Ante todo, porque somos incapaces de elevarnos directamente a la
contemplación mental. Necesitamos algo que nos sea connatural, metáforas
sugerentes de las maravillas que escapan a nuestro conocimiento. En segundo
lugar, es muy conveniente que para el vulgo permanezcan veladas con enigmas
sagrados las verdades que contienen acerca de las inteligencias celestes. No
todos son santos y la Sagrada Escritura advierte que no conviene a todos conocer
estas cosas.
Con respecto a la inconveniencia de las imágenes bíblicas o al uso de comparaciones
tan bajas para significar jerarquías tan dignas y santas, es objeción a la que se
responde diciendo que la revelación divina se presenta de dos maneras.
3. Una procede naturalmente por medio de imágenes semejantes a lo que significan.
La otra emplea figuras desemejantes hasta la total desigualdad y el absurdo.
Sucede a veces que las Escrituras en sus enseñanzas misteriosas representan la
adorable santidad de Dios "Verbo", "Inteligencia" y
"Esencia". Hacen ver que la racionalidad y sabiduría son atributos
convenientes a Dios, a quien debemos considerar real subsistencia y causa
verdadera de la subsistencia de todos los seres. Más aún, le representan
como Luz y le llaman Vida.
Estas formas sagradas ciertamente muestran más
reverencia y parecen superiores a las representaciones materiales. No son, sin
embargo, menos deficientes que las otras con respecto a la Deidad, que está más
allá de cualquier manifestación del ser y de la vida. No puede expresarla
ninguna luz y toda razón o inteligencia no llega ni a tener parecido.
Ocurre, por eso, que las mismas Escrituras
ensalzan la Deidad con expresiones totalmente desemejantes. La llaman
invisible, infinita, incomprensible y otras cosas que dan a entender no lo que
es, sino lo que no es. Esta segunda manera, a mi entender, es mucho más propia
hablando de Dios, pues, como la secreta y sagrada tradición nos enseña, nada de
cuanto ha existido se parece a Dios y desconocemos su supraesencia invisible,
inefable, incomprensible".
Puesto que la negación parece ser más propia para hablar de Dios, y la afirmación
positiva resulta siempre inadecuada al misterio inexpresable, conviene mejor
referirse a lo invisible por medio de figuras desemejantes.
Por lo cual, las Sagradas Escrituras, lejos de menospreciar las jerarquías
celestes, las ensalzan con figuras totalmente desemejantes. De ese modo
realmente nos damos cuente de que aquellas jerarquías, tan distantes de
nosotros, trascienden toda materialidad.
Por lo demás, no creo que ninguna persona sensata
deje de reconocer que las desemejanzas sirven mejor que las semejanzas para
elevar nuestra mente al reino del espíritu. Figuras muy nobles podrían inducir a
algunos al error de pensar que los seres celestes son hombres de oro, luminosos,
radiantes de hermosura, suntuosamente vestidos, inofensivamente llameantes, o
bajo otras formal por el estilo con que la teología ha representado las
inteligencias celestes.
Para evitar esos malentendidos entre gentes
incapaces de elevarse por encima de la hermosura que perciben los sentidos,
piadosos teólogos, sabia y espiritualmente, han condescendido con el uso de
símbolos desemejantes Obrando así, ellos han frenado nuestra natural tendencia a
lo material y el deseo de satisfacernos perezosamente con imágenes de baja
calidad. A la vez, han favorecido la elevación de la parte superior del alma,
que siempre anhela las cosas de arriba. En efecto, la tosquedad de esos símbolos
sirve de estímulo para que incluso los aficionados a las cosas terrenas no
puedan juzgar verosímil ni posible la semejanza de estas cosas triviales con las
celestes. Por lo demás, en todas las cosas hay algo de belleza, como dice
rectamente la Escritura: "Todo es muy bueno"
4. Todas las cosas pueden favorecer la
contemplación. Como antes decía, las desemejanzas con el mundo pueden aplicarse
a esos seres que son a la vez inteligibles e inteligentes". Pero téngase siempre
en cuenta la diferencia enorme que hay entre lo que cae bajo el dominio de los
sentidos y lo propio del entendimiento. Así, en las criaturas irracionales la
cólera nace de un impulso apasionado de movimiento irascible, mas hay que
entenderlo de diferente modo cuando se trata de quienes disfrutan de razón. En
este caso, la cólera es, yo creo, la firme actuación de la razón y capacidad de
perseverar con tenacidad en principios santos e inmutables.
De modo parecido la concupiscencia. En los
irracionales es una búsqueda ilimitada de bienes materiales a impulsos del
instinto o costumbre de aficionarse a lo perecedero, apetito irracional
dominante que induce a los vivientes a poseer cualquier cosa placentera a los
sentidos. Pero cuando lo aplicamos al ser inteligente hay que entenderlo de
diferente manera. Decimos que sienten deseos, pero significa el anhelo divino de
la Realidad inmaterial, que está más allá de toda razón y de toda inteligencia.
Es firme y constante deseo de contemplar pura e impasiblemente la Supraesencia.
Hambre espiritual insaciable y verdadera comunión con la luz inmaculada y
sublime, de espléndida e inefable hermosura. Intemperancia que será el ardor
perfecto, inquebrantable, manifiesto en el anhelo constante de la divina
hermosura, la total entrega al verdadero objeto de todo deseo.
Decimos que son irracionales los animales y
objetos, porque les falta razón; a los objetos, además, sensación. Pero cuando
lo decimos de los seres inmateriales, intelectuales, se entiende bajo el aspecto
de santidad. Son criaturas que trascienden con mucho nuestra razón corporal
discursiva, como la inteligencia sobrepasa las sensaciones materiales. Por
tanto, podemos servirnos rectamente de figuras, tomadas incluso de la materia
vil, con referencia a los seres celestes. Después de todo, las cosas terrenas
subsisten gracias a la Hermosura absoluta, que contienen dentro de su
condición material. Por la materia podemos elevarnos hasta los arquetipos
inmateriales. Pero hay que tener especial cuidado para usar debidamente las
semejanzas y desemejanzas. No puede establecerse una relación de identidad, sino
que, teniendo en cuenta la distancia entre los sentidos y el entendimiento, se
acomodarán según corresponda a cada cual.
5. Hallaremos que los teólogos místicos se sirven
de esto para hablar de las jerarquías celestes y también para explicar los
misterios de la Deidad. A veces la celebran con imágenes muy llamativas; por
ejemplo, cuando dicen Sol de Justician, Estrella de la mañana que se levanta
hasta la inteligencia, Luz de fulgor intelectual. En otros casos se valen de
expresiones más terrenas. Comparan a Dios con fuego que arde sin quemar", agua
que comunica plenitud de vida, que metafóricamente llega a las entrañas y forma
ríos inagotables. Usan también semejanzas de cosas ordinarias, como ungüento
suave", piedra angular". Llegan hasta comparaciones de animales. Atribuyen a
Dios propiedades del león, la pantera, el leopardo y el oso devorador. Añádase
lo que parece más abyecto e impropio de todo, la forma de gusano" con que han
representado a Dios admirables intérpretes de los misterios divinos.
Así los que saben de Dios, intérpretes bajo la
inspiración misteriosa, no mezclan con las cosas perfectas y profanas al
"Santo de los santos". Utilizan aquella desemejante figura a fin de que las
realidades divinas no se confundan con las inmundas ni los fervientes
admiradores de los símbolos divinos se adhieran a tales figuras como si
tuvieran existencia real. Así, con verdaderas negaciones y con desemejanzas,
últimos reflejos divinos, honran a Dios como es debido.
Nada, pues, tiene de indigno representar los seres
celestes, como queda dicho, por medio de semejanzas o desemejanzas inadecuadas
al objeto.
En mi ordinaria investigación, esta dificultad no
me habría estimulado hasta llegar a una explicación precisa de las virtudes
sagradas si yo no hubiese tenido problema con imágenes de la Escritura,
disformes con respecto a los ángeles. No podía mi mente satisfacerse con esa
imaginería inadecuada. Tal inquietud me indujo a ir más allá de la
representación material, a pasar santamente las apariencias y a través de ellas
elevarme a realidades que no son de este mundo.
Pero baste ya lo dicho sobre las imágenes
materiales e impropias con que las Escrituras Sagradas se refieren a los
ángeles. Debo precisar ahora lo que entiendo por jerarquía y qué ventajas ofrece
a quienes participan de ella. Que mi guía en esta exposición, sea Cristo, mi
Cristo, si es lícito hablar así, el inspirador de cuanto podemos conocer sobre
la Jerarquía, y tú, hijo mío, debes seguir las recomendaciones de nuestra
tradición jerárquica. Escucha devotamente estos razonamientos sagrados e
inspirados y te servirá de iluminación esta doctrina. Guarda las santas verdades
en lo recóndito de tu alma. Preserva su unidad frente a la multiplicidad de lo
profano, pues, como dice la Escritura, no es lícito echar a los cerdos la pura,
brillante y espléndida armonía de perlas espirituales.
CAPÍTULO III: Qué se entiende por jerarquía y cuál sea su provecho
1. A mi juicio, jerarquía es un orden sagrado, un
saber y actuar lo más próximo posible de la Deidad. Se elevan a imitar a Dios
en proporción de las luces que de El reciben, la Hermosura de Dios tan simple,
tan buena, el origen de toda perfección no admite en sí la menor desemejanza.
Dispensa a todos, según el mérito de cada cual, su luz y los perfecciona
revistiéndolos misteriosa y establemente de su propia forma.
2. La jerarquía, pues, tiene por fin lograr en las criaturas, en cuanto sea posible,
la semejanza y unión con Dios. Una jerarquía tiene a Dios como maestro de todo saber
y acción. No deja de contemplar su divinísima hermosura. Lleva en sí la marca de Dios.
Hace que sus miembros sean imágenes de El bajo todos los aspectos, espejos transparentes
y sin mancillas, que reflejan el brillo de la luz primera y de Dios mismo. Luego que sus
miembros han recibido la plenitud de su divino esplendor, transmiten generosamente la
luz, conforme al plan de Dios, a aquellos que les siguen en la escala.
Seria grave error para los santos guías, y
asimismo para los que de ellos aprenden, hacer algo contra las disposiciones
sagradas de aquel que, después de todo, es la fuente de perfección. Sería un
error la desobediencia, en especial si es que anhelan el divino resplandor de
Dios, y han fijado para siempre la mirada en aquel fulgor. Es lo que conviene a
su carácter sagrado. Y más si están configurados, en la medida de sus fuerzas,
con aquella Luz.
Así es que el nombre de jerarquía designa una
disposición sagrada, imagen de la hermosura de Dios, que representa los
misterios de la propia iluminación, gracias al orden sagrado de su rango y de
sus saberes. Se asemeja a la propia fuente y, en cuanto es posible, se
configura con su propio origen. Porque la perfección de cada uno de cuantos
están en este sagrado orden consiste principalmente en que, según la propia
capacidad, tiende a la imitación de Dios. Más admirable aún: llega a ser, como
dice la Escritura, "cooperador de Dios" y reflejo de la actividad divina en
cuanto es posible.
Por eso, cuando el orden sagrado dispone que unos
sean purificados y otros purifiquen; unos sean iluminados y otros iluminen; unos
sean perfeccionados y otros perfeccionen, cada cual imitará a Dios de hecho
según el modo que convenga a su función propia. Lo que nosotros llamamos
bienaventuranza de Dios está libre de toda desemejanza. Es plena luz,
sempiterna, perfecta, sin que le falte nada. Ella es la que purifica, ilumina y
perfecciona. O mejor, es la santa purificación, iluminación, perfección. Está
por encima de toda purificación, sobre toda iluminación; es la verdadera fuente
de perfección, más que perfecta. Causa de toda jerarquía, sobrepasa con mucho
todo lo sagrado.
3. A mi parecer, los ya purificados están
perfectamente limpios de toda mancha y libres de la menor desemejanza. Creo que
cuantos reciben la iluminación sagrada están llenos de luz divina y levantan los
santos ojos de la mente hasta alcanzar plena capacidad de contemplación.
Finalmente, pienso que los perfectos, lejos ya de toda imperfección, deben
unirse a quienes contemplan los santos misterios con ciencia perfeccionante.
Justo es que quienes purifican hagan a otros participar de su abundante pureza.
Justo asimismo que quienes iluminan mentes más transparentes que las otras,
gozosamente llenos de sagrado fulgor y capaces tanto de recibir como de
transmitir la luz, la desborden doquier y difundan entre los que sean dignos de
ella.
Por último, que quienes tienen el oficio de crear
perfección, muy entendidos en la doctrina perfeccionante, deben hacer que los
perfectos lleguen a ser como ellos, instruyéndolos en la doctrina sagrada de lo
que ya contemplan devotamente.
Resulta, pues, que cada orden de la jerarquía
sagrada, según a cada cual corresponde, se eleva hasta la cooperación con Dios.
Con la gracia y poder que Dios da hace cosas que natural y sobrenaturalmente son
propias de la Deidad. Algo que El lleva a cabo supraesencialmente y luego lo
revela por la jerarquía a las inteligencias que aman a Dios", para que éstas las
imiten dentro de lo posible.
CAPÍTULO IV: Lo que significa el nombre "ángel"
1. Creo que he explicado ya lo que entiendo por jerarquía y debo, según eso,
entonar un himno de alabanza a las jerarquías angélicas. Con ojos que miren
más allá del mundo he de contemplar las figuras sagradas que les atribuyen
las Escrituras para que, a través de esas místicas representaciones, podamos
elevarnos hasta la simplicidad de Dios. Entonces, con la debida adoración y
acción de gracias, glorificaremos a la Deidad, fuente de cuanto podamos
conocer de las jerarquías.
Ante todo, debemos afirmar esta verdad: la Deidad
supraesencial ha establecido la esencia de todas las cosas y les ha dado la
existencia. Es propio de la Causa universal Bondad suprema, llamar a comunión
consigo todas las cosas en cuanto a éstas les es posible. Por eso, todo ser
participa en cierto modo de la Providencia que viene de la Deidad supraesencial,
causa de todo. En realidad nada puede existir sin que dependa en modo alguno de
aquel que es fuente de todo ser. De El participan las cosas inanimadas por el
mero hecho de existir, pues todo se] debe la propia existencia a la Deidad
trascendente. Los vivientes, a su vez, participan del poder que da la vida
sobrepasa toda vida. Los seres dotados de razón e inteligencia participan de la
Sabiduría, perfección absoluta, primordial, que sobrepasa toda razón e
inteligencia. Queda claro, pues, que estos últimos seres están más próximos a
Dios porque de muchas maneras comparten con El.
2. Comparados con las cosas que se limitan a
existir, con los seres de vida irracional, e incluso con nuestra naturaleza
racional, los santos órdenes de seres celestes son evidentemente superiores por
cuanto han recibido de la divina largueza. En el modo de conocer se parecen a
Dios. Con El conforman sus inteligencias. Por eso, entran naturalmente en mayor
comunión con la Deidad: porque están siempre en marcha a las alturas; porque, en
cuanto es posible, tienden a concentrarse en el indeficiente amor de Dios;
porque de modo inmaterial y en toda pureza reciben la luz directamente de su
origen; porque su vida, guiada por tal luz, es plenamente inteligente.
Estas inteligencias son las que más íntima y
ricamente participan de Dios, y a su vez son las primeras y más abundantes en
transmitir a los demás los misterios escondidos de la Deidad. Por lo cual, a
ellos les corresponde por excelencia antes que a nadie el título de ángel o
mensajero. Son los primeros en recibir la iluminación de Dios y por medio de
ellos se nos transmiten las revelaciones que exceden sobremanera nuestros
alcances; como dice la Escritura, la Ley que nos fue dada por ángeles. En
tiempos anteriores y después de la Ley fueron ángeles los que guiaron hasta Dios
a nuestros ilustres antepasados. Lo hacían manifestándoles lo que debían hacer o
apartándolos del error y vida de pecado para traerlos al camino recto de la
verdad. También les revelaban las sagradas jerarquías visiones de misterios
escondidos a este mundo, o divinas profecías.
3. Quizás alguien diga que Dios ha aparecido sin
intermediarios a algunos santos. Debe saber que las Santas Escrituras afirman
claramente que "a Dios nadie le vio jamás" y nunca verá nadie lo más recóndito
de la Deidad. Cierto que Dios se ha aparecido a personas santas. Así era
conveniente a la Deidad acomodarse a la manera de ser de los videntes. La
sagrada teología llama con razón teofanía a las visiones en que Dios, que no
tiene figura, se manifiesta en semejanza y forma determinada. Dispone a los
videntes para un plano divino. Reciben iluminación de Dios y de algún modo
quedan instruidos sobre los misterios divinos. Fue el poder de Dios quien
dispuso a nuestros antepasados para verle de esta manera.
¿No afirma la Escritura que Moisés recibió
directamente de Dios las sagradas ordenanzas de la Ley? Así podía enseñarnos
con verdad que aquella legislación era copia exacta de lo divino y sacrosanto.
Pero la teología nos muestra claramente que estas divinas ordenanzas nos fueron
dadas por medio de los ángeles a fin de que aprendamos el mismo orden
establecido por Dios: que mediante las jerarquías superiores los seres
inferiores se elevan a la Deidad. Ahora bien: en la Ley dada por el que es
principio supraesencial de todo orden hay disposiciones que afectan no sólo a
los grados superiores y a los inferiores de aquellas inteligencias. Establece,
además, que dentro de cada jerarquía los órdenes y potencias se distribuyen en
tres grados: primero, medio y último, y que los más próximos a la Deidad deben
instruir a los menos cercanos guiándolos hasta la presencia de Dios, su
iluminación y comunión.
4. Observo también que el divino misterio del amor
de Jesús a los hombres fue primeramente manifiesto a los ángeles y por medio de
ellos llegó a nosotros la gracia de su conocimiento. Fue el santísimo Gabriel
quien declaró al sacerdote Zacarías el misterio de que, contra toda esperanza y
por gracia de Dios, tendría un hijo que sería el profeta de la obra
divino-humana de Jesús, quien iba a manifestarse para bien y salvación del
mundo. Gabriel comunicó a María cómo se cumpliría en ella el misterio divino de
la inefable deiformación. Otro ángel explicó a José que verdaderamente se habían
cumplido las promesas hechas a su antepasado David. Otro asimismo llevó la buena
nueva a los pastores que por su vida tranquila, y separada de las gentes
estaban ya de algún modo purificados. Se juntó al ángel "una multitud del
ejército celestial" para transmitir a todos los habitantes del orbe el célebre
himno de alabanza.
Levantemos ahora la mirada a las más altas
revelaciones de las Escrituras. Observo, efectivamente, que Jesús, Causa
supraesencial de todos los seres que viven más allá del universo, vino a tomar
forma humana sin cambiar su propia naturaleza. Después nunca abandonó la forma
humana que El había dispuesto y escogido. Obediente la sometió a los deseos de
Dios Padre, que los ángeles hicieron manifiestos. Ángeles fueron los que
instruyeron a José sobre los planes del Padre para la huida a Egipto y el
retorno a Judea. Jesús mismo recibió órdenes del Padre por medio de los ángeles.
No tengo necesidad de recordaron la sagrada tradición" del ángel que confortó a
Jesús o del hecho que Jesús mismo, por la sobreabundante bondad con que llevó a
cabo nuestra salvación, es contado entre los ángeles de la revelación con el
nombre de "Ángel del consejo". ¿No fue El en verdad un ángel por habernos
anunciado lo que conoció del Padre?
CAPÍTULO V: ¿Por qué llaman indistintamente "ángeles" a todos los del Cielo?
Esta es, en cuanto yo alcanzo a conocer, la razón
del nombre "ángel" en las Escrituras. Pero ahora creo que debo preguntarme por
qué los teólogos llaman indistintamente ángeles a todos los del Cielo, a la vez
que, al tratar de las jerarquías celestes, reservan el nombre de "ángeles" para
el último orden jerárquico, el que está subordinado a los grados de los
arcángeles, principados, autoridades y poderes que las Escrituras reconocen
superiores.
En todas las jerarquías sagradas el grado superior
de cada orden posee las iluminaciones y poderes de los que le están
subordinados, pero éstos no tienen las propias de los superiores. Los teólogos
dan el nombre de "ángel" también a los órdenes más altos y santos de entre los
seres celestes por el hecho de que manifiestan las iluminaciones procedentes de
la Deidad. Pero hablando concretamente del último orden de los seres celestes
no hay razón para llamar ángeles a los miembros de los principados, tronos o
serafines, porque los ángeles no participan de los supremos poderes de éstos.
Sin embargo, así como este orden superior eleva a nuestros inspirados jerarcas
hasta donde ellos conocen de la luz de Dios, los órdenes del grado superior
elevan a sus subordinados los ángeles hacia la Deidad.
Si la Escritura emplea el mismo nombre para todos
los ángeles es porque los poderes celestes tienen en común una capacidad,
inferior o superior, para identificarse con Dios y entrar, más o menos, en
comunión con la luz que viene de El.
Mas, para aclarar todo esto, contemplemos con mirada pura las santas propiedades
de cada orden celeste tal como la Escritura lo ha revelado.
CAPÍTULO VI: Cuáles sean la primera clase, media e inferior del orden celeste
1. ¿Cuántos son y cómo se clasifican los órdenes
celestes? ¿Cómo cada una de las jerarquías logra la perfección? Sólo el que es
Fuente de toda perfección podría responder con exactitud a estas preguntas,
pero, al menos, ellos conocen las iluminaciones y poderes propios de cada orden
y su puesto en este orden sagrado y trascendente. Por lo que a nosotros toca, no
es posible conocer el misterio de las mentes celestes ni entender cómo alcanzan
la más alta perfección. Podemos tan sólo conocer lo que la Deidad nos ha
manifestado misteriosamente por medio de ellos, ya que conocen bien sus
propiedades. Nada, por tanto, tengo que decir por mí mismo de todo esto y me
contento meramente con explicar como mejor pueda lo que aprendí de los santos
teólogos sobre los ángeles tal como ellos nos lo transmiten.
2. La Escritura ha cifrado en nueve los nombres
de todos los seres celestes, y mi glorioso maestro los ha clasificado en tres
jerarquías de tres órdenes cada una. Según él, el primer grupo está siempre en
,torno a Dios. constantemente unido a El, antes que todos los otros y sin
intermediarios. Comprende los santos tronos y los órdenes dotados de muchas alas
y muchos ojos que en hebreo llaman querubines y serafines. Conforme a la
tradición de las Santas Escrituras están colocados inmediatamente junto a Dios
y a su alrededor, más cerca que ninguno de los otros. Este triple grupo, dice
mi célebre maestro, forma una sola jerarquía que es verdaderamente la primera.
Sus miembros disfrutan de igual estado. Son los más divinizados y los que
reciben primero y más directamente las iluminaciones de la Deidad.
El segundo grupo, dice, lo componen potestades, dominaciones y virtudes.
El tercero, al final de las jerarquías celestes, es el orden de los ángeles,
arcángeles y principados.
CAPÍTULO VII: De los serafines, querubines y tronos. Y de la primera jerarquía que ellos constituyen
1. Conformes con este orden de las sagradas jerarquías convinimos en que los
nombres dados a las inteligencias celestes significan los modos distintos de
recibir la impronta de Dios. Los que saben hebreo reconocen que el santo nombre
"serafín" equivale a decir inflamado o incandescente, es decir, enfervorizantes.
El nombre querubín significa plenitud de
conocimiento o rebosante de sabiduría. Con razón, pues, los seres más elevados
constituyen la primera jerarquía, la de más alto rango, los más eficientes por
estar más cerca de Dios. Situados inmediatamente en torno a El, reciben las más
primorosas manifestaciones y perfecciones de Dios. Por eso se llaman
"enfervorizantes" y tronos. Asimismo se les dice rebosantes de sabiduría.
Nombres que indican su constante configurarse con Dios.
El nombre serafín significa incesante movimiento
en torno a las realidades divinas, calor permanente, ardor desbordante, en
movimiento continuo, firme y estable, capacidad de grabar su impronta en los
subordinados prendiendo y levantando en ellos llama y amor parecidos; poder de
purificar por medio de llama y rayo luminoso; aptitud para mantener evidente y
sin merma la propia luz y su iluminación, poder de ahuyentar las tinieblas y
cualquier sombra oscureciente.
El nombre querubín, poder para conocer y ver a
Dios; recibir los mejores dones de su luz; contemplar la divina Hermosura en su
puro hontanar; acoger en sí la plenitud de dones portadores de sabiduría y
compartirlos generosamente con los inferiores, conforme al plan bienhechor de
la sabiduría desbordante.
El nombre de los sublimes y más excelsos tronos
indica que están muy por encima de toda deficiencia terrena, como se manifiesta
por su ascender hasta las cumbres; que están siempre alejados de cualquier
bajeza; que han entrado por completo a vivir para siempre en la presencia de
aquel que es el Altísimo realmente; que libres de toda pasión y cuidados
materiales están siempre listos pare recibir la visita de la Deidad;» que son
portadores de Dios están prontos como los sirvientes para acogerle a El y sus
dones.
2. Esta es la explicación en cuanto humanamente
podemos entender por qué son y se llaman así. Ahora me queda por decir lo que
entiendo por su jerarquía. Creo haber dicho ya suficientemente que toda jerarquía
tiene como fin imitar siempre a Dios hasta configurarse con El, y cumplen el
oficio de recibir y transferir la purificación inmaculada; la luz divina y el
saber que lleva a perfección. Aquí debo exponer en términos, ojalá dignos de
estas inteligencias superiores, lo que de sus jerarquías revelan las Sagradas
Escrituras.
Los primeros seres tienen su puesto junto a la
Deidad, a quien deben lo que son. Están y estuvieron en el vestíbulo de Ella".
Aventajan todo poder, visible o invisible, que esté sujeto a cambio. Constituyen
una sola jerarquía completamente igual.
Hemos de pensar que son totalmente puros no porque
estén libres de cualquier mancha o fealdad profana, ni porque imágenes terrenas
los empañen. Son puros porque trascienden completamente toda debilidad y grados
inferiores de los santos. Su pureza suprema los coloca por encima de otros
poderes deiformes; los hace adherirse inquebrantablemente a su propio orden
moviéndose eternamente en constante amor de Dios. No conocen haberse rebajado a
cosas inferiores, pues tienen como propiedad el ser semejantes a Dios",
cimientos eternamente indeficientes, inamovibles y totalmente incontaminados.
Son también "contemplativos," no porque contemplen
imágenes sensibles o del entendimiento, ni porque se eleven a Dios en variada
contemplación de las Sagradas Escrituras. Lo son porque están llenos de una luz
superior que excede todo conocimiento, y porque los invade una triple luz
trascendente de aquel que es principio y fuente de toda hermosura.
Contemplativos también porque han logrado entrar en comunión con Jesús, no ya
por medio de símbolos sagrados que representen la bondad de Dios actuando desde
fuera, sino porque realmente intiman con El y participan en el conocimiento
hondo de las luces divinas que operan luego fuera. Privilegio especial de ser
como Dios, en cuanto les es posible. Con su poder, ante todo participan en la
actuación de El y sus amables virtudes.
Son perfectos, no por la iluminación que los
capacita para entender profundamente los misterios sagrados, sino por la
plenitud de su deificación primordial, su trascendente y angélico conocimiento
de la actuación de Dios. Dios mismo los instruye jerárquicamente por medio de
otros santos seres. Han podido lograrlo gracias a la capacidad que tienen de
levantarse hasta El. Poder que es la marca de superioridad sobre los otros
órdenes. Están afirmados junto a la perfecta e indeficiente pureza y, en cuanto
es posible, atraídos a la contemplación de la inmaterial e intelectual
hermosura. Por ser los primeros en torno a Dios son jerárquicamente los más
altos. El verdadero Principio de perfección los instruye sobre las
razones inteligibles de las obras de Dios.
3. Los teólogos han afirmado claramente que entre
los seres celestes todo cuanto conocen de las obras de Dios los órdenes
inferiores lo reciben en forma conveniente de los superiores. Mientras que la
misma Deidad es quien, en lo posible, enseña iluminando a los de rango más alto.
Nos refieren que algunos son santamente enseñados por los de rango superior.
Algunos aprenden que el Rey de la Gloria, el que subió a los Cielos en forma
humana, es el "Señor de los poderes celestiales". Otros, en sus dudas sobre la
naturaleza de Jesús, adquieren conocprovecho de
humanidad. Es Jesús mismo quien los instruye en la obra que misericordiosamente
llevó a cabo por amor al hombre: "Yo soy el que habla en justicia, el poderoso
para salvar".
Pero hay aquí algo sorprendente. Los primeros de
los seres celestes, los superiores a todos, se muestran circunspectos lo mismo
que los de rango medio cuando desean iluminación con respecto a la Deidad. No
preguntan directamente: "¿Por qué están rojos tus vestidos?" Comienzan por
preguntarse unos a otros, mostrando así sus acuciantes deseos de aprender y de
saber cómo son las operaciones de Dios. No se anticipan al derrame de la luz con
que Dios les provee.
Por eso, la primera jerarquía de las inteligencias
celestes está jerárquicamente dirigida por la Fuente de toda perfección,
porque puede elevarse directamente hasta Ella. Recibe, según su capacidad, plena
purificación, luz infinita, perfección completa. Se purifica, se ilumina y
perfecciona hasta quedar inmune de cualquier debilidad, saturada de pura luz.
Y alcanza lograr la perfección como participante del conocimiento y sabiduría
primordial.
En resumen, podemos decir con razón que la
purificación, iluminación y perfección, las tres son plena participación de la
ciencia divina. Esta purifica de toda ignorancia dando a cada cual, según su
capacidad, conocimiento de los misterios más altos. Ilumina con la misma
sabiduría de Dios, la cual también purifica las manchas no advertidas aún, pero
que ven ahora al ser la luz más abundante. Además, mediante esta misma luz,
perfecciona el conocimiento con fulgores más brillantes.
4. Esta es, según mis conocimientos, la primera
jerarquía de los seres celestes, el círculo más próximo a Dios. Con plena
simplicidad gira sin cesar en torno al que es eterno conocimiento, estabilidad
eternamente móvil. Por siempre y totalmente cual conviene a los ángeles. Con una
sola mirada, pura, puede gozar de múltiples contemplaciones bienaventuradas y
también recibir directamente los simples rayos luminosos. Se sacia con alimento
divino, abundante, porque viene del banquete celestial. Único, porque los
vigorizantes dones de Dios llevan al Uno en unidad, sin diversidad.
Esta primera jerarquía es particularmente digna de
familiaridad con Dios y coopera con El. Imita, en cuanto es posible, la
hermosura del poder y actividad propios de Dios, con subido conocimiento de
muchos misterios divinos". Por lo cual, las Escrituras han transmitido a los
que moran en la tierra los himnos que cantan estos ángeles de la primera
jerarquía. Así se pone santamente de manifiesto su iluminación trascendente.
Algunos de esos himnos son, por decirlo con una imagen sensible, el "ruido de
río caudaloso" cuando proclaman: "Bendita sea en su lugar la gloria
del Señor". Otros cantan con veneración aquel himno famoso de alabanza a Dios:
"¡Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos! La tierra está llena de su
gloria".
En mi libro Himnos divinos dejé ya explicadas lo
mejor que pude las alabanzas sublimes que aquellas inteligencias santas cantan
sobre los Cielos. Creo que expuse allí todo lo que conviene decir. Por lo que
hace a mi propósito, me limito a repetir aquí que cuando el primer orden ha
recibido, según su capacidad, directamente de Dios la iluminación divina, la
transmite, como es propio de una jerarquía bienhechora, a sus inferiores
inmediatos. Su enseñanza se reduce a esto: Justo y bueno es que las
inteligencias deíficas, en cuanto es posible, conozcan y honren a la adorable
Deidad, que merece toda alabanza, si bien que está muy por encima de todo. Son
estas inteligencias, por cuanto viven en conformidad con Dios, el lugar donde
mora la Deidad, como dice la Escritura.
Este primer grupo transmite la enseñanza de que la
Deidad es Unidad, Una en Tres Personas", que su espléndida providencia se
extiende desde los seres más elevados en el Cielo hasta las ínfimas criaturas de
la tierra. Es la Causa y Fuente que trasciende la fuente de todo ser y
supraesencialmente atrae todas las cosas a su perenne abrazo.
CAPÍTULO VIII: De las dominaciones, virtudes y potestades. Y de su jerarquía media.
1. He de pasar ahora a la categoría de orden medio
de !as inteligencias celestes. Con ojos del espíritu voy a contemplar lo mejor
que pueda las dominaciones y la maravillosa visión de las divinas virtudes y
potestades. Cada denominación de los seres tan superiores a nosotros presenta
maneras distintas de imitar a Dios y configurarse con El.
El revelador nombre "dominaciones" significa, yo creo, in elevarse libre
y desencadenado de tendencias terrenas, sin inclinarse a ninguna de las
tiránicas desemejanzas que caracterizan a los duros dominios.
Como no toleran ningún defecto, están por encima de cualquier servidumbre.
Limpias de toda desemejanza se esfuerzan constantemente por alcanzar el
verdadero dominio y fuente de todo señorío. Benignamente, y según su capacidad,
reciben ellas Ir sus inferiores la semejanza del Señor. Desdeñan las
apariencias vacías, y se encaminan totalmente hacia el verdadero Señor.
Participan lo más que pueden en la fuente terna y divina de todo dominio.
La denominación de santas "virtudes" alude a la
fortaleza viril, inquebrantable en todo obrar, al modo de Dios. Firmeza que
excluye toda pereza y molicie, mientras permanezca bajo la iluminación divina
que les es dada, y firmemente levanta hacia Dios. Lejos de menospreciar por
pereza el impulso divino, mira en derechura hacia la potencia supraesencial,
fuente de toda fortaleza. En efecto, esta firmeza llega a ser, dentro de lo
posible, verdadera imagen de la Potencia de que toma forma, y hacia la cual
está firmemente orientada por ser ella la fuente de toda fortaleza. Al mismo
tiempo transmite a sus inferiores el poder dinámico y divinizante.
Las santas "potestades", como su nombre indica,
tienen el mismo rango que las dominaciones y virtudes. Están armoniosamente
dispuestas, sin confusión, para recibir los dones de Dios. Indican, además, la
naturaleza ordenada del poder celestial e intelectual. Lejos de abusar
tiránicamente de sus poderes, causando daño a los inferiores, se levantan hacia
Dios armoniosa e indefectiblemente; en su bondad elevan consigo los órdenes
inferiores. Se parecen, dentro de lo posible, al poder que es fuente y autor de
toda potestad.
De este modo, la jerarquía de las inteligencias celestes muestra su configuración
con Dios. Como queda dicho, así logra la purificación, iluminación y perfección,
recibiendo de Dios las iluminaciones que llegan ya a través del primer orden jerárquico.
2. Esta transmisión de unos ángeles a otros
simboliza la perfección, que, como viene de lejos, va aminorando su luz al
pasar del primero al segundo orden. Los santos maestros que nos iniciaron en los
misterios de Dios enseñan que la perfección de las realidades divinas, cuando
éstas se revelan directamente, es superior a la participación por visiones
llegadas de otro modo. De igual manera, creo yo, participan más perfectamente de
Dios los ángeles que le son más inmediatos que los otros a los cuales la
participación llega por mediadores. Así, pues, valiéndonos de los términos
tradicionales, las primeras inteligencias perfeccionan, iluminan y purifican a
los de grado inferior de tal manera, que éstos, por haber sido elevados a través
de los primeros hasta la fuente universal y supraesencial, participan, según su
capacidad, de la purificación, iluminación y perfección del Único que es fuente
de toda perfección.
El principio divino de todo orden ha establecido la ley universal de que los seres
del segundo grupo reciban la iluminación de la Deidad por medio de los seres del primero.
Como puedes comprobarlo, esto lo afirman frecuentemente los autores sagrados.
Dios, por amor a la
humanidad, corrigió a Israel para que volviese santamente al camino de salvación.
Lo entregó a la venganza de las bárbaras naciones, para que se convirtiese de corazón.
De este modo reafirmaba Dios su voluntad de llevar hasta la perfección a los hombres
puestos bajo su especial providencia. Luego, misericordiosamente libró a Israel de la
cautividad y lo restableció en su bienestar primero. Zacarías, teólogo, tuvo una visión
a este respecto. Era un ángel del primer orden, uno de los más cercanos a Dios, que recibía
de El directamente lo que llama la Escritura "palabras de consuelo". (Ya he dicho
que el nombre de ángel es común a todos los seres celestes). Otro ángel de rango inferior
salió al encuentro del primero y de él recibía iluminación. De este modo, instruido por él
como por un jerarca en los planes de Dios, el ángel a su vez confió al teólogo que
"muchedumbres volverán otra vez a poblar plenamente Jerusalén.
Ezequiel, otro teólogo, declara que todo esto fue
santamente dispuesto por la misma Deidad que en su gloria, superior a toda
gloria, tiene a su disposición los querubines. Dios, llevado de amor paternal
a los hombres, quería la corrección para provecho de Israel, y con un acto de
equidad digna de El determinó separar los inocentes de los culpables. El primero
instruido en esto, después del querubín, fue aquel que estaba ceñido con
cinturón seráfico y vestía un manto hasta los pies en señal de su misión
jerárquica. El, a su vez, comunicaba la decisión divina a los otros ángeles, los
que llevan hachas. Así cumplía las órdenes de la Deidad, fuente de orden que
mandaba cruzar toda Jerusalén y poner una marca sobre la frente de los
inocentes. Dijo a los otros: "Pasad en pos de él y herid. No perdone vuestro
ojo ni tengáis compasión. Pero no os lleguéis a ninguno de los que llevan la
marca".
¿Qué decir del que anunció a Daniel "la orden está
dada" o del primero que tomó fuego de en medio de los querubines?", ¿del
querubín que puso fuego en las manos del que vestía la "sagrada estola"", algo
que muestra claramente el buen orden que existe entre los ángeles? ¿Qué
diríamos de aquel que llamó al divinísimo Gabriel y le dijo: "Explícale a éste
la visión"? Y todos aquellos ejemplos que mencionan los sagrados teólogos
respecto al orden variadísimo de las jerarquías celestes. Nuestra jerarquía
trata de imitar, dentro de lo posible, aquel orden y hermosura angélica, de
configurarse a su imagen y de elevarse hasta la fuente supraesencial de todo
orden y de toda jerarquía.
CAPÍTULO IX: De los principados, arcángeles y ángeles. Y de su última jerarquía
1. Todavía nos queda por contemplar la última
jerarquía de los ángeles, los deiformes principados, arcángeles y ángeles. Sin
embargo, creo que antes de nada debo explicar lo mejor que pueda el significado
de estos nombres sagrados. El término "principados celestes" hace referencia al
mando principesco que aquellos ángeles ejercen a imitación de Dios. Referencia
al orden sagrado, más propio para ejercer poderes de príncipes; a la capacidad
de orientarse plenamente hacia el Principio que está sobre todo principio y,
como príncipes, guiar a otros hacia El. Poder de recibir plenamente la marca del
Principio de principios y, mediante el ejercicio equitativo de sus poderes de
gobierno, dar a conocer este supraesencial Principio de todo orden.
2. Los santos arcángeles tienen el mismo orden que
los principados celestes y, como queda dicho, justamente con los ángeles forman
una sola jerarquía y orden. No obstante, como en cada jerarquía hay tres
poderes: primero, medio y último, el santo orden de los arcángeles tiene algo
de los otros dos por hallarse entre los extremos. Se comunica con los
santísimos principados y con los santos ángeles; su relación con los primeros se
funda en el hecho de que, como los principados, se orienta hacia el Principio
supraesencial y, finalmente, en que recibe sobre sí la marca del que es
Principio. El orden de los arcángeles comunica la unión a los ángeles gracias a
los invisibles poderes de ordenar y disponer lo que ha recibido del Principio
mismo.
El orden de los arcángeles se relaciona con los
ángeles por servir de intermedio para comunicar a éstos las iluminaciones que
reciben de Dios por medio de las primeras jerarquías. Los arcángeles se lo
comunican a los ángeles y por medio de éstos a nosotros en cuanto somos capaces
de ser santamente iluminados.
Como he dicho ya, los ángeles completan el
conjunto jerárquico de las sagradas inteligencias. Constituyen ellos el grado
inferior. Se da el nombre de ángeles a este grupo con preferencia a otros por
cuanto su jerarquía es la más próxima a nosotros, la que nos hace manifiesta la
revelación y está más cerca del mundo. Ya he dicho que el orden superior
-llamado así por estar más próximo a los misterios divinos- influye
jerárquicamente en el segundo grupo, que se compone de santas dominaciones,
virtudes y potestades. El segundo preside sobre la jerarquía de principados,
arcángeles y ángeles; es el que hace las revelaciones y, según sus distintos
grados, preside las jerarquías humanas a fin de que la elevación y retorno a
Dios, comunión y unión con El suceda como es debido. Asimismo, todas las
jerarquías participan equitativamente de las gracias que bondadosamente Dios les
da. Por tanto, los ángeles velan por nuestra jerarquía humana como lo refiere
la Escritura. A Miguel le llaman el príncipe del pueblo judío, y designan
diferentes ángeles. para gobernar otras naciones, porque "el Altísimo
estableció los términos de los pueblos según el número de los ángeles.
3. Quizás alguien pregunte por qué sólo el pueblo
hebreo alcanzó la luz de la Deidad. A esto se responde diciendo que los ángeles
han cumplido perfectamente su oficio de guardianes y que no es falta suya si
otras naciones se han desviado adorando a dioses falsos. En realidad, fueron
ellas por su propia iniciativa las que se apartaron del camino que lleva a
Dios. La adoración absurda con que ellos imaginaban agradar a Dios muestra su
egoísmo y presunción, como se prueba por lo que sucedió al pueblo hebreo:
"Rechazaste la ciencia" de Dios, dice, y has seguido la llamada de tu corazón.
Ni está necesariamente predeterminada nuestra vida ni la libertad es obstáculo
que impida a la divina Providencia ser fuente de iluminación sobre aquellos que
están bajo su cuidado. De hecho, lo que ocurre es esto. La desproporción de los
ojos de la inteligencia hace que, siendo copiosísima la iluminación de la bondad
del Padre, o se pierda del todo o resulte inútil por rechazarla, o que
participen de ella con medida desigual, en grande o pequeña cantidad,
oscuramente o con claridad. Mientras tanto, el refulgente manantial de luz
continúa siendo único y simple, siempre igual, siempre desbordante.
Lo mismo puede decirse de otras naciones, gentes
de donde provenimos nosotros, de manera que podamos también levantar la mirada
hacia el piélago infinito y generoso de esta Luz divina, que despliega y difunde
sus dones sobre todos los seres. No lo dispusieron así dioses extraños. Único es
el Principio universal y los ángeles, que, puestos al frente de las naciones,
dirigieron hacia El a todos los que quisieron seguirlos. Piensa en Melquisedec.
Estaba lleno de amor de Dios y era sacerdote, no de dioses falsos, sino del
verdadero Dios altísimo. Los sabios de las ciencias sagradas no se contentaron
con llamar a Melquisedec amigo de Dios. Le describieron como sacerdote para
hacer ver a los hombres sensatos que su oficio no era simplemente convertirse
al verdadero Dios, sino más bien, como gran sacerdote, guiar a otros en su
camino de ascensión hacia el único verdadero Dios.
4. Aquí tienes otro motivo para entender la
jerarquía. El ángel tutelar de los egipcios hizo ver al faraón que existe una
Providencia solícita y con Señorío poderoso sobre todas las cosas. Lo mismo hizo
el ángel de los babilonios con el jefe de su nación. Pusieron al frente de
aquellas naciones a siervos del verdadero Dios, intérpretes de las visiones que
El envió por medio de sus ángeles, quienes las revelaron a José y a Daniel. Uno
solo es el Señor de todos y única su providencia. No imaginemos, por
consiguiente, que Dios vela tan sólo por el pueblo judío y que otros dioses o
ángeles, en pie de igualdad o apareciéndose con El, están al frente de otros
pueblos. Los pasajes que pudieran sugerir tal idea deben interpretarse en
sentido sagrado, pues no puede significar que Dios comparta el gobierno de la
humanidad con ángeles extraños, ni que rija al pueblo de Israel como si fuera su
Príncipe o Jefe nacional.
La Providencia del Altísimo, que es única para
todos, mandó ángeles que guiasen los pueblos a la salvación, pero sólo Israel
fue el que se convirtió a la Luz y confesó al verdadero Señor. Por eso la
Escritura muestra con las siguientes palabras que Israel escogió por sí mismo
adorar al verdadero Dios: "Ha venido a ser la porción del Señor". La teología
dice asimismo que Miguel está al frente del pueblo judío", con lo cual significa
claramente que le ha sido asignado un ángel a Israel, como a las demás naciones,
para que por su medio reconozca a aquel que es principio de gobierno único y
universal. Pues única es la Providencia para todo el mundo, supraesencia que
trasciende todo poder visible e invisible. Hay ángeles al frente de cada nación
con la misión de guiar hasta la Providencia, como su propia fuente, a todos los
que quieran seguirlos de buen grado.
CAPÍTULO X: Recapitulación y conclusión de la coordinación de los ángeles
1. Concluimos, por tanto, que el primer grupo de
los seres inteligentes más próximos a Dios está jerárquicamente ordenado por las
iluminaciones procedentes del Principio de toda perfección y se eleva a El sin
necesidad de intermediario. Ellos obtienen la purificación, iluminación y
perfección gracias al don de secretas y resplandecientes luces de la Deidad.
Luces más secretas porque son más intelectuales, más simplificadoras y unificantes.
Más brillantes porque las reciben directamente, antes que nadie y en su totalidad.
Se proyectan con tanto mayor fulgor cuanto más próximas estén de su manantial.
A continuación de este orden, el segundo, y
seguido el tercero. Después nuestra jerarquía conforme a su propia naturaleza y
lo dispuesto por la armoniosa fuente, con divina equidad, para que todo orden se
eleve hasta el Principio y Término de toda armonía, muy por encima de cualquier
otro principio.
2. Cada uno de los órdenes es portador de
revelaciones y noticias de los órdenes que preceden. El primero lo transmite de
Dios directamente, mientras que los otros, conforme a su posición, lo comunican
según lo reciben de sus anteriores a quienes Dios se lo inspiró. Porque la
armonía supraesencial del universo ha mirado providencialmente sobre todos los
seres dotados de razón e inteligencia a fin de que sean rectamente dirigidos y
santamente elevados. De manera apropiada al carácter sagrado de cada uno, esta
armonía ha ordenado los grupos jerárquicamente distribuyéndolos, como hemos
visto, en poderes superiores, medios e inferiores. Además, los ha distribuido
equitativamente según el grado de participación divina que tiene cada cual. Más
aún, nos dicen los teólogos que los santísimos serafines se "aclaman unos a
otros'', con lo cual, según yo entiendo, manifiestan que los de la primera
jerarquía transmiten a los demás lo que conocen de Dios.
3. Hay algo más que puedo razonablemente añadir aquí. Cada inteligencia, celeste
o humana, tiene su propio conjunto de primeros, medios e ínfimos órdenes y poderes,
que manifiestan, en proporción a sus capacidades, la facultad de elevarse, como queda
dicho, en la medida de las elevaciones jerárquicas propias de cada cual. Conforme a
este ordenamiento, cada una de las jerarquías, en la medida que puede y le es permitido,
participa de aquella Purificación que excede a toda purificación; de aquella Luz supra
abundante, de aquella Perfección que está por encima de toda perfección. No hay nada
absolutamente perfecto. Nada que no tenga necesidad de perfeccionarse. Sólo el Ser
realmente perfecto en Sí mismo, que está por encima de toda perfección.
¿Por qué se designa a toda jerarquía angélica con el nombre común de poderes celestiales"?
1. Hechas ya todas las distinciones, justo es que
consideremos ahora por qué acostumbramos llamar "poderes celestiales" a todos
los ángeles. No podemos generalizar la palabra "poderes" como hicimos con
"ángel". No podemos afirmar que el orden de los santos poderes sea el último de
todos, ni que el orden de los seres superiores participe de la santa
iluminación dada a los inferiores, ni que estos últimos tomen parte en lo que
reciben de los superiores. Así, pues, la denominación "poderes celestiales" no
puede extenderse hasta comprender todas las inteligencias divinas, lo mismo que
no podemos hacerlo con serafines, tronos o dominaciones. Los órdenes de la
última jerarquía no participan de los atributos propios de la superior. No
obstante, llamamos "poderes celestiales" a los ángeles y superiores a ellos, a
los arcángeles, a los principados, a las potestades que los teólogos consideran
inferiores a los "poderes". Decimos lo mismo de los otros jerárquicamente
superiores.
Sin embargo, siempre que empleamos la denominación "poderes celestiales",
en general, para todos estos seres, no confundimos los atributos propios de cada orden.
Claramente observamos que, por razones superiores a este mundo, en las inteligencias
divinas se da la triple distinción de ser, poder y acción. Suponte ahora que, sin pensarlo,
llamamos a alguna o a todas ellas "seres o poderes celestiales". Reconocemos,
pues, que hablando así de tales seres y poderes estamos valiéndonos de un circunloquio
con base en el ser y poder de todos los órdenes. No se trata de atribuir indistintamente a
los seres inferiores las eminentes propiedades de los santos "poderes" ya descritos.
Eso perturbaría el principio de orden que regula las jerarquías angélicas y excluye cualquier
confusión.
Por la razón que he expuesto con tanta frecuencia
y rectitud, las jerarquías superiores poseen en grado eminente los atributos de
sus inferiores, mientras que estos últimos no tienen la plenitud trascendente de
los más altos, si bien que la iluminación pura del principio les es parcialmente
transmitida por medio de los primeros y en proporción a la capacidad receptiva
de los últimos.
CAPÍTULO XI: Por qué llama ángeles a los humanos jerarcas (obispos)
1. Encuentran aquí otro problema los que gustan de
estudiar las Escrituras. Si los últimos no participan en todo lo que disponen
los más altos, ¿por qué a nuestro jerarca humano en las Escrituras le llaman
"ángel del Señor omnipotente"?
2. Creo que esta expresión no contradice en modo
alguno a lo dicho anteriormente. Reconocemos que los órdenes inferiores no
tienen la plenitud ni poder completo correspondiente a los superiores. Pero
participan proporcionalmente en el poder de aquéllos como parte de la
armoniosa, universal y equitativa comunión en que todos ;e entrelazan. De este
modo, aun en el caso de que el orden de los santos querubines posea sabiduría y
ciencias más subidas, también los órdenes de los seres inferiores comparten en
menor proporción su sabiduría y ciencia, aunque sea inferior y parcial. De
hecho, todos los seres inteligentes deificados participan en la sabiduría y
ciencia. se diferencia entre ellos según que esa participación venga
directamente de la fuente o de modo indirecto e inferior conforme a la capacidad
de cada uno. Esto se Puede decir de todos los seres inteligencias deificados, y
así tomo el primer orden posee en plenitud los santos atributos de sus
inferiores, éstos tienen también aquéllos de los superiores, aunque en menor
proporción, no de igual modo.
Por lo cual, no veo ningún inconveniente en que
las Escrituras llamen "ángel" incluso a nuestro jerarca (obispo). Tiene la
propiedad de ser, dentro de lo posible, como los ángeles, un mensajero. Tiene,
además, la misión de imitar, según sus posibilidades, el poder revelador de los
ángeles.
3. Podrás también advertir cómo la Escritura
llama "dioses" no sólo a los seres celestes, que están muy por encima de
nosotros'', sino también a los hombres piadosos que entre nosotros se distinguen
por su amor a Dios'. Dios es misterio que trasciende todo ser. Es supraesencial
a todo ser. Nada hay que en modo alguno pueda compararse con El. Sin embargo,
todo ser dotado de inteligencia y razón, que tienda con todas sus fuerzas a la
unión con Dios, que procure imitarle incesantemente en cuanto pueda, tal hombre
bien merece que le llamemos divino.
CAPÍTULO XIII: ¿Por qué se dice que el profeta Isaías fue purificado por un serafín?
1. Hay algo más que debemos considerar del mejor modo posible.
¿Por qué se dice que uno de los teólogos recibió la visita de un serafín?
A cualquiera podría extrañar el hecho de que viniese a purificar al
intérprete uno de los seres superiores y no de los ángeles inferiores.
2 Algunos, de conformidad con la teoría antes
expuesta, sobre la reciprocidad de los seres-inteligencias, dicen que la
Escritura no afirma expresamente que viniera a purificar al teólogo uno de los
seres-inteligencias de los más cercanos a Dios dentro de la primera jerarquía.
Se refiere aquí -dicen- a uno de aquellos ángeles encargados de nosotros, que
tenía la misión de purificar al profeta. Le llamaron serafín por la semejanza de
tenerle que borrar los pecados mediante el fuego y restablecer al recién
purificado en la obediencia a Dios. Por consiguiente, según esta interpretación,
el pasaje del serafín no se refiere a uno de los que asisten al trono de Dios;
se trataría de alguno de los poderes encargados de purificarnos.
3. Alguien me ha facilitado otra solución
razonable a este problema. Dice que aquel ángel poderoso, el que fuere, se le
apareció al profeta para iniciarle en los misterios divinos. Luego el mismo
ángel dijo que había sido Dios o uno de los ángeles más próximos a El quien
había efectuado aquella purificación. ¿Es esto verdad? La persona que
hizo tal afirmación decía que el poder de la Deidad se difunde por doquier y
penetra irresistiblemente todas las cosas sin dejarse ver porque es
supraesencialmente trascendente y oculta misteriosamente su actividad
providencial. No obstante, su actuación es manifiesta proporcionalmente a todo
ser inteligente. Concede el don de su luz a los seres superiores, que por ser de
la primera jerarquía utilizan de intermediarios para transmitir la luz
armoniosamente hasta los inferiores, a fin de que tornen hacia El su mirada
contemplativa.
Digámoslo más claro con ejemplos a nuestro
alcance, aunque sean inadecuados con referencia a Dios. Los rayos de la luz
solar atraviesan con mayor resplandor la primera capa material. Pero cuando
choca con cuerpos sólidos aparecen más oscuros y difusos, porque es materia
menos apta para el paso de la luz desbordante. La obstrucción se hace cada vez
mayor hasta que por fin no hay más camino de luz. Lo mismo ocurre con el calor
del fuego. Pasa más fácilmente por cuerpos conductores que lo reciben mejor y
se le parecen más. Pero cuando choca con sustancias refractarias, no produce
efecto, o apenas deja ligera huella. Esto se observa claramente cuando el fuego
pasa por cosas que le son bien dispuestas y luego por otras que no le son
afines. Lo mismo cuando el fuego toca primero cosas inflamables y después, por
medio de éstas, llega al agua o a otras que se calientan con dificultad.
Conforme a esta armoniosa ley de la naturaleza, la
admirable Fuente de todo orden visible e invisible derrama maravillosamente los
plenos y primordiales fulgores de su luz espléndida sobre los seres de la
primera jerarquía. Los órdenes siguientes, a su vez, participan de aquellos
rayos a través de los primeros. Primeros en conocer a Dios, desean más que
otros seres deificados; han merecido llegar a ser, en lo posible, los primeros
operarios en poder y acción semejante a Dios. Estimulan amablemente a los
siguientes a que compitan con ellos. Distribuyen de buen grado a los inferiores
los rayos luminosos recibidos. Estos, a su vez, los transmiten a otros todavía
más bajos. De este modo, a distintos niveles, los que preceden transmiten a los
siguientes la luz divina que reciben. Luz que se reparte proporcionalmente a
todos en la medida que la puedan recibir.
Cierto. Dios mismo es realmente la fuente de luz
para todos los que son iluminados, pues El es la verdadera Luz. El es causa del
ser y de la visión. Pero está determinado que, a imitación de Dios, la luz pase
del ser superior al inferior. Por eso los otros seres angélicos siguen a la
primera jerarquía de seres-inteligencias en el Cielo. Después de Dios, ésta es la
fuente de todo conocimiento divino y de su imitación. Por medio de
esta jerarquía se deriva hasta nosotros toda iluminación divina. La actividad
sagrada, hecha a imitación de Dios, se atribuye, por una parte, a El como última
Causa, y por otra, a los seres-inteligencias más cercanos a Dios, deiformes,
como primeros maestros de los misterios divinos. Los ángeles de la primera
jerarquía poseen mejor que los demás la propiedad ígnea y participación mayor
en la sabiduría divina que les es dada; el conocimiento supremo de las
iluminaciones divinas y propiedad de los "tronos", que significa el poder de
estar abiertos para recibir a Dios. Las jerarquías inferiores participan de
fuego, sabiduría, conocimiento de Dios, y están asimismo dispuestas a acogerle.
Pero en menor grado y a condición de que se fijen en los seres-inteligencias de
la primera jerarquía, por medio de los cuales, como más dignos imitadores de
Dios, se hacen semejantes a El. Las jerarquías segundas participan por medio de
las primeras en estas santas propiedades, las atribuyen a las primeras
jerarquías, que, después de Dios, son las supremas.
4. La persona que opinaba como queda dicho, sostenía que en la visión del profeta
era uno de aquellos santos ángeles encargados de nosotros. Bajo la dirección luminosa
de este ángel se elevó a tal contemplación, que, si me es lícito hablar en símbolos,
pudo contemplar los seres de rango superior situados por debajo, alrededor y con Dios.
Más allá de aquellos seres pudo mirar a la cima, inefablemente superior, que sobrepasa
todo principio, pone su trono en medio de ellos y los domina a todos. Por esta visión,
el profeta comprendió que la Deidad, por su absoluta supraesencia, sobrepasa todo poder,
visible e invisible.
Es completamente independiente de todas las cosas. No se puede comparar ni siquiera con
las más nobles. Es Causa y fuente de todo ser y de que todo ser sea bueno, de su
fundamento inmutable, incluso de los más elevados.
El profeta conoció entonces los poderes
deificantes de los santísimos serafines. "Serafín" significa ardiente. Voy a
explicar en breve, lo mejor que pueda, cómo el poder del fuego hace elevarse
hasta la semejanza con Dios. La sagrada imagen de las seis alas significa el
impulso maravilloso con que se elevan constantemente hacia Dios las primeras,
medias e inferiores jerarquías. Mientras veía los innumerables pies, la
multitud de rostros, las alas con que ocultaba por arriba los rostros y por
abajo los pies, las alas del medio en constante aleteo, el santo profeta fue
elevado a la comprensión de aquellas cosas". Le fueron mostradas las múltiples
facetas de las inteligencias más excelsas, el multiforme poder de su visión.
Fue testigo de la reverencia sagrada y manera extraordinaria con que aquellos
espíritus proceden en la investigación de los más altos y profundos misterios,
sin presunción, sin arrogancia ni fantasear. Testigo asimismo del movimiento
armonioso y elevado con que actúan incesantemente a imitación de Dios.
Además, aprendió el santo profeta aquel cántico de
alabanza a la Deidad, pues el ángel de esta visión le comunicó, dentro de lo
posible, toda la ciencia sagrada que tenía. Le enseñó también que toda persona
se purifica en la medida que participe de la claridad transparente de la
Deidad. Por razones que no son de este mundo, la Deidad misma infunde esta
misteriosa y supraesencial claridad en los sagrados seres-inteligencias. La
reciben mejor, con más humildad, como es obvio, las jerarquías más próximas a la
Deidad, pues su capacidad es mayor. En cuanto al poder de la segunda y tercera
jerarquías y el de nuestra misma inteligencia, Dios da más o menos luz, para
lograr la unión incognoscible con su propio misterio de El, según el grado de
configuración con la Deidad. Ilumina las sagradas jerarquías por medio de las
primeras. Y por decirlo brevemente: la Deidad se da a conocer por medio de los
primeros poderes.
Tal fue lo que el profeta aprendió del ángel,
enviado para llevarle a la luz: que la purificación y demás actuaciones de la
Deidad, reflejadas en los seres superiores, se difunden entre los otros, en la
medida que cada cual participa de las obras divinas. Por eso, el profeta
razonablemente atribuyó a los serafines, próximos a Dios, la propiedad de
purificar por el fuego. De ahí que no esté fuera de lugar decir que fue un
serafín quien purificó al profeta. Dios purifica todo ser por cuanto El es la
causa de toda purificación. O más bien, sirviéndome de un ejemplo familiar, El
es nuestro obispo, que por medio de sus diáconos y presbíteros purifica e
ilumina. Se dice que el obispo mismo purifica en la medida que estas órdenes
recibidos de él le atribuyen las sagradas actividades que ellos realizan.
De modo semejante, el ángel que efectuó la
purificación del profeta refiere su saber y poder de purificar primero a Dios,
como Causa, y luego a los serafines como sus ministros inmediatos.
Como si el ángel, al informar a aquel a quien
purificaba, le dijese prudentemente: "La purificación que se verifica en ti
por medio mío tiene como principio, esencia, autor y causa al Ser Trascendente
que da la existencia a los seres de la primera jerarquía, los conserva
y protege junto a El, inmutables y perfectos, y los induce a tomar parte en las
actuaciones de su Providencia". (Esto es lo que aprendí de mi maestro respecto a
la misión del serafín.) Después de Dios son los jerarcas y jefes supremos de los
seres de la primera jerarquía aquellos que me instruyeron en este oficio de
purificar y que, por medio mío, te purifican a ti. Por medio de ellos, Aquel que
es Causa y autor de toda purificación ha dado a conocer la oculta actuación de
su Providencia atajándose hasta el nivel en que los podamos comprender.
Esto aprendí de mi maestro y asimismo te lo comunico. Corresponde ahora a tu entender
y sentido critico optar por una u otra de las soluciones propuestas. Elige lo que te
parezca más verosímil, razonable y ajustado a la verdad. A no ser que, naturalmente,
tú mismo presentes otra solución más objetiva y cercana a la verdad o la aprendas de
algún otro. (Es decir, tomando como base la palabra de Dios y la interpretación que de
ella den los ángeles.) Entonces podrías revelarme a mí, que amo a los ángeles, una
contemplación más clara y más pura que yo querría para mí.
CAPÍTULO XIV: Lo que significa el tradicional número de ángeles
Creo que debemos reflexionar sobre la tradición
bíblica de que el número de ángeles es mil veces mil y diez mil veces diez mil.
Son números que, elevados al cuadrado, y multiplicados, nos indican que es
infinito el número de las jerarquías celestes. Tan numerosos, en efecto, son los
ejércitos bienaventurados de los seres-inteligencias, que sobrepasan el
deficiente y limitado campo de nuestros números físicos. Sólo los pueden conocer
y definir aquellas inteligencias y ciencia trascendental, celeste, que
generosamente les ha concedido Dios, el omnisciente, el Creador de la sabiduría.
Esta supraesencial Deidad verdadera es la fuente de todas las cosas, la causa
de la existencia, el poder que todo lo mantiene y causa final que todo lo
abarca.
Imágenes figurativas de los poderes angélicos:
fuego, forma humana, nariz, orejas, boca, tacto, párpados, cejas, dedos,
dientes, hombros, brazos y manos, corazón, pecho, espalda, pies, alas, desnudez,
vestidos, túnica luminosa, vestidura sacerdotal, ceñidores, cetros, lanzas,
segures, plomadas, vientos, nubes, metal, ámbar, coros, aplausos, colores de
diferentes piedras, forma de león, figura de buey, de águila, semejanza de
águila, caballos, caballos de diferentes colores, ríos, carros, ruedas, la
alegría de los ángeles.
Ahora, si te parece, la mirada de nuestra
inteligencia va a descansar del esfuerzo que hace para llegar a las alturas
solitarias de la contemplación propia de los ángeles. Bajemos a las llanuras de
la división y de la multiplicidad, a la diversidad de formas que han tomado los
ángeles en sus apariciones. Luego volveremos sobre nuestros pasos, partiendo de
estas imágenes, y nos levantaremos a las inteligencias celestes.
Pero ante todo ten muy en cuenta esto: las
explicaciones de los símbolos sagrados indican que los mismos órdenes de seres
celestes unas veces dirigen en las cosas sagradas y otras son dirigidos; que los
de ínfimo grado dirigen y los del primero son dirigidos; que, como he dicho,
todos ellos tienen poderes superiores, intermedios e inferiores.
Esta manera de explicar las cosas no implica
absurdo alguno. Sería total absurdo y confusión estúpida afirmar que tal o cual
jerarquía con respecto a los misterios sagrados sean exclusivamente dirigidas
por sus superiores y que al mismo tiempo estas últimas sean dirigidas por las
inferiores. O que la superior instruye a la inferior y ésta a su vez a la
superior bajo el mismo aspecto. Al afirmar que los mismos seres dirigen y son
dirigidos no quiero decir que el director sea dirigido por el mismo a quien
dirigió. Lo que significa es que cada orden está dirigido por el que le precede
y que éste dirige a los que le siguen como inferiores. Por tanto, no hay ningún
inconveniente en decir que las representaciones sagradas de las Escrituras puedan
a veces atribuirse con propiedad y corrección a los poderes superiores, otras a
los intermedios y también a los inferiores.
El poder de elevarse en constante movimiento de
retorno, el poder sin falta de volver sobre sí mismos mientras conservan los
propios poderes, la capacidad de participar en el plan providencial de
comunicarse sucesivamente con los órdenes inferiores, es sin duda
característico de los seres celestes, propio de algunos, como he dicho con
frecuencia, de manera por completo trascendentes, de otros en modo parcial e
inferior.
2. Ahora vamos a abordar el tema propuesto.
Nuestra explicación comienza con la cuestión de por qué la Escritura parece
preferir la alegoría del fuego a todas las otras. Observarás que no sólo
representa ruedas inflamadas, sino también animales en llamas y hombres en
cierto modo incandescentes. Coloca montones de ascuas encendidas alrededor de
seres celestes y ríos de fuego con ruido imponente. Tronos de fuego. Evoca la
etimología de la palabra "serafín" describiéndolos como incandescentes, les
atribuye propiedades del fuego. Generalmente, la Escritura prefiere la imagen
del fuego al hablar de las jerarquías, sean de orden superior o inferior. En
realidad, a mi parecer, el símbolo del fuego es la mejor manera de expresar la
semejanza que tienen con Dios los seres-inteligencias del Cielo.
Prácticamente es ésta la razón por la que los
santos teólogos representan con la imagen del fuego al Ser supra-esencial, que
no admite figura. En cuanto imagen de cosas visibles, el fuego representa, por
decirlo así, muchas propiedades de la Deidad. El fuego, en realidad, está
sensiblemente presente en todas las cosas. Lo penetra todo sin mancharse y
continúa al mismo tiempo separado. Todo lo ilumina y permanece a la vez
desconocido, pues no se le percibe más que a través de la materia donde opera.
Es incontenible. Nadie lo puede mirar fijamente. Todo lo domina, y transforma en
sí mismo cuanto alcanza. Se entrega a los que se le acercan. Renueva con su
calor vivificante. Ilumina con su resplandor y permanece puro, sin mezclarse.
Produce cambios, pero en nada se altera. Sube a lo más alto y penetra lo más
hondo. Se arrastra por los suelos y anda por lo más elevado. Siempre moviéndose
a sí mismo y moviendo a los demás. Se extiende por todas direcciones sin que en
ninguna parte pueda encerrarse. De nadie necesita. Escondido crece y manifiesta
su grandeza doquier es recibido. Dinámico, poderoso, invisible, presente en
todo ser. Si no se le hace caso, parece que no existe. Pero cuando hay
frotación, como si se le hiciera un ruego, sale en busca de algo. Aparece de
repente, naturalmente y por sí solo; pronto se levanta incontenible y sin propio
menoscabo, alegremente se comunica con su contorno.
Podrían descubrirse otras muchas propiedades del
fuego que, como imágenes tomadas de lo sensible, se pueden aplicar a las
actividades de la Deidad. Las que entienden de la sabiduría divina manifiestan
sus conocimientos representando por el fuego las cosas celestiales. De este modo
manifiestan el cercano parecido de estas imágenes con lo divino que, en cierto
modo, imitan a Dios.
3. Para representar seres celestes se valen
también de figuras antropomórficas, pues el hombre, después de todo, es
inteligente y capaz de mirar hacia lo alto. Firme y derecho, es por naturaleza
jefe y gobernante. En comparación con los animales irracionales, es el menor en
la escala de la fuerza y sensaciones; pero él los domina a todos con el poder
superior de su inteligencia, por la soberanía de su saber racional y la natural
libertad e independencia de su espíritu.
Pienso también que cada una de las partes del
cuerpo humano nos suministra imágenes perfectamente aplicables a los poderes
celestes. Podría decirse que las facultades visuales sugieren el poder de mirar
directamente hacia las luces divinas y al mismo tiempo la capacidad de recibir
las iluminaciones de Dios con suavidad, claridad, sin resistencia, dócilmente,
pura y abiertamente, sin pasión.
El poder de discernir olores indica la capacidad de acoger plenamente las
fragancias que el entendimiento no alcanza. Discernimiento también para entender
lo que está corrompido y rechazarlo absolutamente.
Pies descalzos y desnudez significan desprendimiento, liberación, independencia,
purificación de toda exterioridad, la mayor identificación posible con la simplicidad
de Dios.
4. Aquella simple pero "multiforme sabiduría"
viste a los desnudos y habla de cómo están equipados. Debo explicar ahora, en
cuanto me sea posible, el vestuario y los instrumentos sagrados atribuidos a los
seres-inteligencias en el Cielo. Pienso que los vestidos luminosos e
incandescentes simbolizan la deiformidad. Están en conformidad con el
simbolismo del fuego. El poder de iluminar es consecuencia de la herencia del
Cielo, que es morada de luz. Ilustra la mente y en la mente todas las cosas se
ilustran.
Las vestiduras sacerdotales significan la
disponibilidad para encaminarse espiritualmente hasta la divina y misteriosa
visión consagrando a ella toda la vida. Los ceñidores indican el dominio que
los seres-inteligencias tienen de sus fuerzas reproductoras. Significan también
el poder de aquellos seres para recogerse, su concentración unificante, el
replegarse armonioso e infatigable en torno a la propia identidad.
5. Los cetros simbolizan el poder y soberanía con que llevan a perfección todas las cosas.
Las lanzas y segures representan la habilidad de separar las cosas desemejantes,
la aguda claridad y eficacia de sus poderes de discernimiento.
El equipo geométrico y arquitectural indica el poder de poner cimientos, edificar,
acabar y, en general, todo lo que se refiere a elevación espiritual y conversión
providencial de sus subordinados.
A veces, los instrumentos empleados para
representar a los santos ángeles simbolizan los juicios de Dios respecto a
nosotros. Unos representan la disciplina que corrige o el recto castigo, otros
la liberación del peligro, el de la disciplina o repercusión de la anterior
felicidad, la concesión de nuevos dones, grandes o pequeños, dones sensibles o
intelectuales. En suma, a una inteligencia perspicaz no le sería muy difícil
hallar la correlación entre los signos visibles y las realidades invisibles.
6. También se los llama "vientos", para indicar la
casi instantánea rapidez con que obran en todas partes, sin ir ni venir de
arriba abajo o de abajo arriba, cuando levantan a sus inferiores hasta la más
alta cima y cuando inducen a los superiores a que desciendan para comunicarse
con los inferiores y ejercer su providencia con estos últimos.
Podríamos añadir que la palabra "viento" significa
espíritu del aire y muestra cómo los seres-inteligencias viven en conformidad
con Dios. Viento es imagen y símbolo de la actividad divina que mueve
naturalmente y da vida, empujando hacia adelante recto e incontenible. Y esto
por razones desconocidas e invisibles; es decir, se nos ocultan el principio y
el fin de su movimiento. "No sabes -dice la Escritura- de dónde viene y adónde
va". Lo traté con más pormenores en la Teología simbólica, al explicar los
cuatro elementos.
La Escritura los representa también en la forma de
nube, significando con eso que los santos seres-inteligencias de modo
trascendente están llenos de luz, y como intermediarios la han transmitido
generosamente a los siguientes en la medida que éstos la pueden recibir.
Tienen de dar la vida, de hacer crecer y llevar a perfección porque derraman lluvias de
entendimiento y llaman al seno que los recibe para que dé a luz criaturas
nuevas.
7. La Sagrada Escritura, además, atribuye a los
seres celestes forma de bronce, de ámbar y de piedras multicolor. Porque el
ámbar, que contiene oro y plata, simboliza por un lado lo incorruptible,
inagotable, indefectible y purísimo del oro; de otra parte, la claridad
brillante y celeste de la plata. El bronce, por las razones indicadas,
representa el fuego y el oro. En cuanto a las piedras multicolor, hay que
entender su simbolismo como sigue: blanco, luz; rojo, fuego; amarillo, oro;
verde, vitalidad juvenil.
Hallarás que cada especie lleva consigo un significado elevador por cada
imagen representativa. Pero como creo haber tratado suficientemente estos
temas, pasemos ahora a la santa explicación de las figuras animales que la
Escritura atribuye a los seres-inteligencias del Cielo.
8. La figura de león indica el dominio poderoso e indomable. Los seres
celestes se acercan lo más que pueden al misterio de la inefable Deidad
cubriendo las huellas de la propia inteligencia. Humilde y misteriosamente
echan un velo sobre el camino que los lleva a la divina iluminación.
El símbolo del buey indica la fuerza y el poder, la capacidad
de abrir hondos surcos de conoci-miento donde caigan las fecundas lluvias de los
cielos. Los cuernos son señal del poder que guarda y es invencible.
El águila significa la realeza, el lanzarse rauda a lo más alto, el vuelo veloz,
la agilidad, disposición, rapidez, agudeza para descubrir el alimento. Es símbolo
de contemplación que libremente, en derechura y sin rodeos, tiende la mirada
vigorosa hacia los abundantes rayos que prodiga el Sol divino.
Los caballos significan obediencia y docilidad. Su
blancura es brillo emparentado con la luz de Dios; su color bayo significa la
hondura de los misterios; el rojo es poder y eficacia del fuego; los de pelo
blanco y negro, alianza de extremos opuestos y poder pasar de uno a otro, la
adaptación de superior a inferior y de inferior a superior que procede de la
conversación de unos y providencia de otros.
Si no estuviese yo obligado a guardar las debidas
proporciones de este tratado, podría detenerme a considerar cada una de las
partes y pormenores físicos de los animales que he mencionado. Podría
razonablemente hacerse la aplicación a los poderes celestes, bajo el aspecto de
semejanzas y desemejanzas. Así, la ira de los animales representaría la
fortaleza espiritual, de la cual la ira es el último vestigio. La concupiscencia
animal correspondería al deseo que sienten los ángeles por la presencia de
Dios. En resumen: de todos los sentidos y las múltiples partes de los animales
irracionales puede hacerse la referencia a las inteligencias inmateriales y a
los poderes unificantes de los seres celestes.
Estas cosas bastan para los entendidos. Además, con la explicación de una de estas
imágenes comparativas se aclaran por semejanza los símbolos del mismo género.
9. Voy a examinar ahora por qué se aplican a los seres celestes los nombres de ríos,
ruedas y carros. Ríos de fuego significan los canales divinos que no cesan de fluir
copiosamente sobre los ángeles alimentando su fecundidad vital. Los carros significan
la alianza entre los que constituyen el mismo orden. En cuanto a las ruedas aladas,
que avanzan sin volver atrás ni desviarse, significan el poder de marchar en derechura
a lo largo del camino, sin desviarse, gracias a que la rueda de su inteligencia es
guiada de modo nada común a este mundo. Pero podríamos hacer otro comentario sobre la
iconografía de las ruedas de la mente sacando de ello una enseñanza espiritual. Porque,
como ha dicho el profeta, se llaman "Gelgel", que en hebreo quiere decir
"revolución" y "revelación". Esas ruedas flamígeras a semejanza de
Dios "giran" en torno a sí mismas en su movimiento incesante alrededor del
Bien. "Revelan" en cuanto declaran misterios ocultos, elevan las mentes desde
los grados inferiores y transmiten a éstos las luces más altas.
Finalmente me queda por explicar lo que entiende
la Escritura por alegría de los órdenes celestes. No es posible a estas
jerarquías experimentar los placeres de las pasiones. Por eso, lo dicho aquí se
refiere al gozo divino que experimentan por hallar lo que se había perdido.
Experimentan dicha serena y verdaderamente divina, alegría pura, sin envidia,
por la providencia y salvación de los convertidos a Dios. Felicidad inefable
que se observa a veces cuando algunos santos reciben la visita iluminadora de
Dios.
Esto es lo que me propuse decir sobre las
representaciones sagradas. Quizá me he quedado muy corto al explicarlo. Sin
embargo, creo que esto evitará nos estanquemos erróneamente en meras
representaciones simbólicas. Quizá se nos reproche de no haber mencionado todos
los poderes, todos los actos y alegorías con que las Escrituras se refieren a
los ángeles. Es cierto. Pero el haber omitido algunas cosas prueba el hecho de
que me encuentro perdido cuando se trata de entender las realidades
trascendentes. Yo necesitaba realmente la luz de un guía. Omisiones de temas
análogos a los que he tratado pueden explicarse, porque tenía yo esta doble
preocupación: no hacer un tratado demasiado largo y tributar respetuoso
silencio a los misterios donde no llega mi entendimiento.
LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA
CAPÍTULO I: El presbítero Dionisio al copresbítero Timoteo.
Qué se entiende tradicionalmente por jerarquía eclesiástica y cuál sea su objeto.
1. Piadosísimo hijo espiritual. Nuestra jerarquía
es una ciencia actividad y perfección divinamente inspirada y estructurada. Por
medio de las santísimas y trascendentes Escriturase, se lo demostraré a quienes
ya están iniciados con santa consagración en los misterios jerárquicos y
tradiciones. Pero pondrás empeño en no traicionar al Santo de los santos.
Muéstrate respetuoso con los misterios de Dios en tus pensamientos invisibles.
No expongas los misterios sagrados a la irreverencia de los profanos.
Comunícalos santamente, con la debida ilustración, sólo a personas santas. En
efecto, la Sagrada Escritura nos muestra a nosotros, sus seguidores, que Jesús
ilumina de este modo -si bien que con mayor claridad y entendimiento- a nuestros
santos superiores. El, que es inteligencia divina y supraesencial, Principio y
subsistencia de toda jerarquía, de toda santificación, de toda
operación divina, el Omnipotente. Los asemeja, en cuanto es posible por parte de
ellos, a su propia luz de El. Respecto a nosotros, gracias al deseo de belleza
que nos eleva hacia El, unifica nuestras múltiples diferencias. Unifica y
diviniza nuestra vida, hábitos y actividad. Nos capacita para ejercer el santo
sacerdocio.
Teniendo, pues, acceso a la práctica sagrada del
sacerdocio, nos acercamos a los seres superiores. Imitamos, dentro de nuestras
posibilidades, la indefectible constancia de su santa estabilidad y llegamos a
ver el santo y divino Rayo luminosa de Jesús mismo. Luego, habiendo contemplado
religiosamente, en cuanto es posible, iluminados por el conocimiento de lo que
hemos vistos, podemos ser consagrados y a la vez consagrar a otros en la
ciencia mística. Revestidos de luz e iniciados en la obra de Dios, alcanzamos
la perfección y perfeccionamos a otros.
2. Hallarás que ya he escrito de las jerarquías,
ángeles, arcángeles, trascendentes principados, virtudes, dominaciones, tronos
divinos, de los seres llamados querubes y serafines en hebreo, que son del mismo
rango de los tronos; de éstos dice la Escritura que están constantemente y para
siempre cerca de Dios en su presencia.
Escribí sobre el orden sagrado y clasificaciones
de sus rangos y jerarquías. Ensalcé la jerarquía celeste, no tanto como merece,
pero sí en la medida de mis fuerzas y conforme lo han dado a entender las
Sagradas Escrituras. Sin embargo, queda por tratar cómo aquella y cualquier
otra jerarquía, incluida la que estamos alabando ahora, tiene uno y el mismo
poder a través de sus funciones jerárquicas. El jefe de cada jerarquía,
en efecto, en la medida que lo requiere su ser, misión y rango, se ilumina y
deifica. Comparte luego con sus inferiores, según que ellos lo merezcan, la
deificación que él recibe directamente de Dios. Los inferiores, por su parte,
obedecen a los superiores a la vez que estimulan el progreso de los propios
subalternos, piados por ellos. Así, gracias a esta inspirada y jerárquica
armonía, cada uno según su capacidad, participa lo más posible en aquel que es
hermoso, sabio y bueno.
Por supuesto, como ya he dicho respetuosamente,
aquellos seres y órdenes superiores a nosotros son también incorpóreos. Su
jerarquía es de orden intelectual y trasciende nuestro mundo. Por otra parte,
vemos nuestra jerarquía según su condición humana, multiplicada en gran
variedad de símbolos sensibles, que nos elevan jerárquicamente, a la medida de
nuestras fuerzas, hasta la unión y divinización. Los seres celestes, dada su
naturaleza intelectual, ven a Dios directamente. Nosotros, en cambio, por medio
de imágenes sensibles nos elevamos hasta donde podemos en la contemplación de lo
divino. En realidad, los seres unificados desean al mismo y único Ser, pero,
lejos de participar en El todos de igual modo, cada cual comunica con lo divino
según sus méritos.
Pero esto lo he explicado con mayor claridad
cuando escribí Lo inteligible y lo sensible. Por ahora, pues, me propongo
tratar únicamente de nuestra jerarquía, limitándome al estudio de su origen y
ser, invocando de antemano a Jesús, principio y fin de toda jerarquía.
3. Según nuestra venerable y santa tradición, la
jerarquía manifiesta plenamente todo cuanto en ella se contiene. Es resultante
perfecta de sus sagrados constitutivos. Se dice, por eso, que nuestra jerarquía
contiene en sí todas las realidades sagradas que le son propias. Gracias a
esto, el jerarca divino, después de su consagración, podrá tomar parte en las
actividades más sagradas. Por eso, en verdad, se llama "jerarca". De hecho, al
hablar de "jerarquía" nos referimos al conjunto de realidades sagradas. Jerarca
es el hombre santo e inspirado, instruido en ciencia sagrada. Aquel en quien
toda la jerarquía halla perfección y ciencia.
Principio de esta jerarquía es la fuente de vida,
el ser de bondad, la única causa de todas las cosas, la Trinidad que con su amor
crea todo ser y bienestar. Esta bienaventurada Deidad, que trasciende todas las
cosas una y trina, por razones incomprensibles para nosotros pero evidentemente
para sí, ha decidido darnos la salvación y también a los seres superiores a
nosotros Pero nuestra salvación sólo es posible por deificación, que consiste en
hacernos semejantes a Dios y unirnos con El en cuanto nos es posible.
Toda jerarquía tiene como fin común amar
constantemente a Dios y sus sagrados misterios; amor que El infunde en la unión
con El se perfecciona. Pero antes hay que despojarse por completo de todo
cuanto le sea contrario. Consiste el amor en conocer aquellos seres tal como
son contemplar y conocer la verdad sagrada, en participar lo más posible por
unión deificante de aquel que es la unidad misma. Es el gozo de la visión
sagrada que nutre el entendimiento y deifica a quien llegue hasta allí.
4. Digamos, pues, que la bienaventurada Deidad, en
cuanto tal, es fuente de toda divinización. Por su bondad han llegado a
divinizarse los deificados. Ha concedido la jerarquía como don que asegure la
salvación y divinización de todo ser dotado de razón e inteligencia Lo ha dado
en la forma más inmaterial e intelectual a los bienaventurados que están fuera
de este mundo (porque Dios no los mueve exteriormente hacia lo divino; más bien
lo hace por vía de entendimiento, desde dentro, y gustosamente los ilumina con
un rayo puro e inmaterial). En cuanto a nosotros, aquel don que los seres
celestes han recibido, unido y simplificado, la tradición de las Santas
Escrituras nos lo transmite divinamente puesto a nuestro alcance, es decir, por
medio de símbolos múltiples, variados y compuestos. Así, nuestra jerarquía
humana se funda en las Sagradas Escrituras que Dios nos envió. Decimos, además,
que las Escrituras merecen honor por todo lo que nos enseñan los sagrados
maestros en las santas tablas escritas. Es revelación también lo que aquellos
hombres santos, de un modo espiritual, nos enseñaron, como nuestros vecinos de
la jerarquía celeste, de inteligencia a inteligencia. De modo corporal por sus
palabras, pero al mismo tiempo más inmaterial, pues ni siquiera lo escribieron.
Los jerarcas inspirados han transmitido estos misterios, no en lenguaje llano,
fácil de comprender, como es la mayor parte del culto sagrado, sino a través de
símbolos sacros, porque no todo el mundo es santo y, como dice la Escritura,
"no todos saben esto".
5. Los primeros de nuestros jerarcas recibieron
de la Deidad supraesencial la plenitud del don sagrado. La Bondad divina los
envió a difundir este don. Como dioses, tuvieron ardiente y generoso deseo de
lograr que sus inferiores llegaran a divinizarse. Para ello, valiéndose de
imágenes sensibles, hablaron de lo trascendente. Nos transmitieron el misterio
de unidad por medio de variedad y de multiplicidad. Necesitaron hacer humano lo
divino y materializar lo inmaterial. Con sus enseñanzas escritas y no escritas
pusieron a nuestro nivel lo trascendente. En cumplimiento de lo mandado obraron
así con nosotros, no tan sólo para ocultar a los profanos el sentido de los
símbolos, según queda dicho, sino porque nuestra jerarquía es por sí misma
símbolo y adaptación a nuestra manera de ser. Necesita servirse de signos
sensibles para elevarnos espiritualmente a las realidades del mundo inteligible.
Las razones de esos símbolos les fueron
manifiestas a los santos iniciadores, y habrían hecho mal en explicarlos
plenamente a quienes son todavía aprendices. Entendieron bien que aquellos a
quienes Dios ha dado poder de establecer normas sagradas organizaron la
jerarquía en órdenes fijos e inconfusos, dando a cada cual según merecen sus
atribuciones correspondientes.
Te confiero este don de Dios, junto con otras
cosas propias de los jerarcas. Obro así por las solemnes promesas que tú
hiciste, de las cuales ahora te recuerdo. Promesas de que nunca lo comunicarías
a nadie fuera de los sagrados iniciadores de tu propio orden. Estoy seguro de
que, siguiendo las sagradas ordenanzas, harás prometer a éstos que tratarán
santamente las cosas santas y que sólo comunicarán los sagrados misterios a los
perfectos: las que perfeccionan, a los que son capaces de perfección, y las
santísimas, a los santos. Pues te impongo esta sagrada carga, además de lo que
llevan consigo los órdenes sagrados.
CAPÍTULO II: I. El rito de la iluminación
Hemos dicho religiosamente que nuestra jerarquía
tiene por objeto hacer que logremos la mayor semejanza y unión con Dios. Pero la
Sagrada Escritura nos enseña que lo conseguiremos sólo mediante la fiel
observancia de los mandamientos divinos y las prácticas piadosas. "Si alguno me
ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos
morada''. ¿Cuál es, pues, el punto de partida para la práctica devota de los
mandamientos divinos? Es éste: preparar nuestras almas para oír la palabra
sagrada, acogiéndola con la mejor disposición posible; estar abiertos a la
actuación de Dios; desear el camino que nos lleva hasta la herencia que nos
aguarda en el Cielo y recibir nuestra divinísima regeneración sagrada.
Como ha dicho nuestro ilustre maestro, en el plano
intelectual es ante todo el amor de Dios lo que nos mueve hacia lo divino.
Realmente, el primer impulso de este amor para poner en práctica los
mandamientos divinos manifiesta de manera inefable nuestra existencia divina.
Divinizarse es nacer Dios en nosotros. Nadie podría entender, y menos practicar,
las virtudes recibidas de Dios si no hubiese ya comenzado a estar en Dios. En el
plan humano, ¿no necesitamos existir antes que actúen nuestras potencias? Lo que
no existe, ni se mueve ni siquiera comienza a existir. Sólo lo que de alguna
manera tiene existencia produce o recibe la acción conforme a su modo de ser.
Me parece que esto es evidente.
Por eso, vamos a considerar ahora los símbolos
divinos relacionados con el nacimiento de Dios en nosotros. Que ningún profano
lo observe, pues nadie con ojos débiles puede mirar los rayos del sol. El mismo
peligro corremos cuando manejamos los asuntos para los que no estamos
preparados. En el Antiguo Testamento tuvo razón la jerarquía cuando castigó a
Ozías por haberse entremetido en lo sagrado; a Coré, por haber ejercido
funciones que no eran de su competencia; a Nadab y Abiud, porque no cumplieron
religiosamente sus obligaciones.
II. El misterio de la iluminación
1. El jerarca, que "quiere que todos los hombres
sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad, haciéndose semejantes a Dios,
anuncia a todos la buena nueva de que Dios, llevado de su amor, ha hecho
misericordia a todos los habitantes de la tierra; que por amor al hombre se ha
dignado bajar hasta nosotros; y que, a la manera del fuego, ha unificado con El
a todos los que estaban dispuestos para ser divinizados. "Porque a cuantos le
recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en
su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de
varón, sino de Dios son nacidos.
2. Un hombre inflamado en amor por realidades que
no son de este mundo, y deseoso de participar en ellas, se acerca primero a uno
ya iniciado y le pide que le presente al obispo, al cual promete obedecer en
todo lo que le mande. Al primero le pide que se haga cargo de su preparación y
de todo lo referente a su vida futura. Aquél se siente conmovido por el deseo de
salvar a quien se le ha confiado; pero, al ponderar la condición humana, ante
esta decisión sublime tiembla y se apodera de él la incertidumbre. Pero termina
por imponerse su buena voluntad, consiente en hacer lo que le piden. Le conduce
ante aquel que disfruta del título de obispo.
3. El obispo recibe a los dos con agrado. Como quien lleva sobre sus hombros la
oveja perdida. Agradecido de corazón, se postra para adorar y alabar a la Fuente
amable que llama a los escogidos a la sombra de los que se salvan.
4. Luego reúne en lugar sagrado a los sacerdotes para compartir su gozo por la
salvación de aquel hombre y dar gracias por su bondad. Comienzan todos entonando
un himno tomado de las Santas Escrituras. Seguidamente el obispo besa el altar,
se dirige al candidato que está esperando de pie y le pregunta para qué ha venido.
5. Con mucho amor de Dios responde siguiendo las
instrucciones del padrino. Detesta la propia impiedad, ignorancia de la
verdadera Belleza, y la falta de vida divina en sí mismo. Pide que intercedan
para que llegue al encuentro con Dios y los misterios sagrados. Tendrás que
entregarte totalmente, le dice el obispo, si quieres acercarte a Dios, que es
todo perfecto y sin mancha. Le instruye sobre lo que es vivir en Dios y le
pregunta si desea tal vida. Cuando el postulante responde "sí", el obispo le
pone la mano en la cabeza y le marca con la señal de la cruz". Manda entonces a
los sacerdotes que registren los nombres de los candidatos y del padrino.
Hecha la inscripción, reza el obispo con todos los
presentes. Al concluir, le desata las sandalias y manda a los diáconos que le
quiten la ropa. Seguidamente, el bautizando, de pie, mirando al Occidente,
extiende las manos en actitud de abjuración. Tres veces le manda espirar a
Satanás y renunciar a él. Tres veces dice el obispo las palabras y el otro las
repite. Entonces le pone mirando al Oriente, con los ojos y manos hacia el
cielo, y le manda seguir a Cristo y toda la doctrina revelada por Dios.
Terminado esto, le manda tres veces hacer
profesión de fe; cuando lo ha hecho, reza por él, le besa y le impone las
manos. Los diáconos, entonces, le desnudan completamente y los sacerdotes
presentan el santo óleo para la unción. El obispo comienza ungiéndole tres veces
en forma de cruz y le pasa a los sacerdotes para que éstos le unjan todo el
cuerpo. El obispo se dirige a la madre de toda adopción divina. Consagra el
agua con piadosas invocaciones y vierte en ella tres veces el santo óleo en
forma de cruz. Acompaña las infusiones del santo óleo con un canto sagrado que
el Espíritu de Dios inspiró a los profetas. Manda que se acerque el
catecúmeno. Uno de los sacerdotes lee en alta voz los nombres del bautizando y
su padrino. Entonces los sacerdotes acompañan al bautizando hasta el agua y le
entregan al obispo, que, de pie en sitio más alto, sumerge tres veces al
iniciado. A cada inmersión, los sacerdotes repiten el nombre del iniciado, y
cada vez que éste emerge, el obispo invoca las tres Personas de la Santísima
Trinidad. Luego los sacerdotes le devuelven a su padrino, el que le presentó
para iniciarle; le ayudan a vestirse y de nuevo le llevan al obispo, el cual le
unge con óleo consagrado haciendo la señal de la cruz. Ahora le proclama digno
de tomar parte en la Sagrada Eucaristía.
8. Practicando todo el ritual, y habiendo
procedido a otras cosas secundarias, el obispo se levanta de nuevo y vuelve a la
contemplación de las verdades fundamentales, a fin de que el iniciado no se
deje jamás seducir por nada ajeno a su misión ni cese de progresar de una
verdad divina en otra, permaneciendo constantemente bajo la guía del Espíritu
Santo.
III. Contemplación
1. Esta iniciación simbólica al santo nacimiento
de Dios en el alma no tiene nada de inconveniente o profano en sus imágenes
sensibles. Antes bien, refleja en los espejos naturales del
entendimiento humano los enigmas de un proceso contemplativo digno de Dios.
Dejando a un lado la razón verdaderamente más divina de celebrar estos misterios,
¿en qué sentido podría haber falta cuando con santas instrucciones enseña al
iniciado a vivir santamente, cuando por medio de la ablución física del agua le
da a entender de manera corporal cómo purificarse de todo mal llevando vida
virtuosa y de consagración a Dios? Aun cuando no tuviera otra significación más
sagrada, a mi parecer no habría nada de pagano en la tradición de iniciarse
simbólicamente, porque no enseña más que a vivir santamente. Por la ablución de
todo el cuerpo se indica la completa purificación de una mala vida.
2. Sirva esta introducción de guía para los menos
instruidos. Porque establece la diferencia, como es debido, entre lo que
pertenece a la multitud y lo que obliga y unifica a la jerarquía. A cada orden
proporciona medida conveniente para elevar el espíritu. Pero nosotros, que hemos
levantado religiosamente los ojos a las fuentes de esos ritos y estamos
santamente iniciados en ellos, reconozcamos los misterios que las impresiones
sensibles representan y las realidades invisibles expresadas con imágenes
visibles. He demostrado ya con claridad en mi obra Lo inteligible y lo sensible
que los símbolos sagrados son realmente expresión sensible de realidades
inteligibles. Muestran el camino que lleva a los inteligibles, que son el
principio y la ciencia de cuanto la jerarquía representa sensiblemente.
3. Decimos, pues, que la Bondad de Dios,
permaneciendo siempre semejante e idéntica a sí misma, prodiga bondadosamente
los rayos de su luz a quien los ve con los ojos de la inteligencia. Puede
ocurrir, sin embargo, que los seres inteligentes, por su libre determinación,
rechacen la luz de la inteligencia, llevados del apetito del mal, que cierra los
ojos de la mente, privándola de su natural ser iluminada. Se apartan a sí
mismos de esta luz que se les ofrece sin cesar y que, lejos de abandonarlos,
resplandece ante sus ojos miopes. Luz que con su bondad característica los
sigue presurosa, aun cuando se alejen de ella.
Puede ocurrir también que estos seres traspasen
los límites razonablemente asignados a su mirada y se atrevan a imaginar que
pueden efectivamente mirar los rayos que trascienden su capacidad visual. No
actúa aquí la luz contra su propia naturaleza de luz. Más bien el alma,
ofreciéndose imperfectamente a la Perfección absoluta, fracasa en su intento de
conseguir realidades que no están a su alcance. Su arrogancia les privará
incluso de lo que está a su disposición.
Sin embargo, la Luz divina, como he dicho, llevada
de bondad, nunca deja de ofrecerse a los ojos de la inteligencia, ojos que
deben captarla, pues allí está siempre lista a entregarse. Tal es el modelo. A
ejemplo de esta Luz, el obispo reparte a todos generosamente los brillantes
rayos de sus inspiradas enseñanzas. A imitación de Dios, siempre está dispuesto
a iluminar a quien se le acerque, sin enojarse despiadadamente ni reprenderle
por previas apostasías o transgresiones. A todo el que se acerque da su luz
orientadora pacíficamente, cual corresponde al jerarca de Dios y en la medida
que cada cual está dispuesto a recibir lo sagrado.
4. Pero como Dios es la fuente de esta
organización sagrada, por la cual toman conciencia de sí mismas las santas
inteligencias, todo aquel que se apresure a considerar su naturaleza descubrirá
desde un principio la propia identidad y obtendrá su primer don sagrado,
levantada su mirada hasta la Luz. Habiéndose examinado rectamente y con mirada
imparcial, no caerá en abismos de ignorancia. No estará suficientemente iniciado
todavía para la unión perfecta y participación de Dios, ni le vendrá de sí mismo
tal deseo. Sólo gradualmente pasará a estado más alto con la mediación de
quienes están más avanzados. Ayudado por los que le aventajan y luego por los
que están en primer rango, siguiendo las normas venerables de la sagrada
jerarquía, llegará a la cumbre donde mora la Divinidad.
Imagen de este orden armonioso y sagrado es la
reverencia que muestra el postulante, el reconocimiento de sus faltas, y el
camino que sigue con la ayuda de su padrino, para llegar hasta el obispo. A
quien procede de este modo se le comunica la santidad divina, que le marca con
el sello de su Luz. Le hace hombre de Dios en compañía de aquellos que
merecieron ser divinizados y contados en la asamblea de los santos. Esto es lo
que simboliza el signo que el obispo hizo sobre el postulante y la inscripción
hecha por los sacerdotes, con la cual incluyeron su nombre y el de su padrino en
la lista de los que se salvan. Uno, deseando el camino de vida hacia la Verdad,
sigue a su guía; y el otro dirige sin error a quien le sigue, conforme a los
preceptos que de Dios ha recibido.
5. No es posible participar al mismo tiempo en
realidades contradictorias. Quien entre en comunión con el que es Uno no puede
llevar vida dividida, al menos si quiere realmente tener parte del Uno. Ha de
oponerse con firmeza a cuanto pueda dividir la comunión. Sugiere todo esto la
tradición simbólica que despoja al postulante de su vida anterior, le corta
hasta las últimas aficiones mundanas, le pone de pie desnudo y descalzo mirando
al Occidente para renunciar, con las manos extendidas, a toda comunicación con
las tinieblas del mal; para expulsar todo lo que hasta aquí significase
desemejanza con Dios y para renunciar por completo a cuanto se oponga a la
configuración con El.
Así fortalecido y liberado, le vuelven de cara al
Oriente y le piden que, habiendo rechazado toda malicia, persevere con íntegra
pureza contemplando la Luz divina. Después de estas segundas promesas de tender
hacia el Uno, la tradición acoge a aquel que se asemeja al Uno por amor a la
verdad.
Para aquellos que entienden las jerarquías está
muy claro, creo, que los seres dotados de inteligencia reciben la fortaleza
inquebrantable de configurarse con Dios siempre que tiendan con todas sus
fuerzas hacia el Uno y mueran totalmente a cuanto se le oponga.
No basta con dejar de hacer el mal. Antes bien,
hay que tener resolución varonil y, sin temor, enfrentarse con cualquier funesta
marcha atrás. Jamás aflojará en el amor a la verdad. Hacia ella tenderá
constantemente con más piedad en la medida de sus fuerzas, esforzándose siempre
por elevarse santamente hasta la más alta perfección de la Deidad.
6. Observarás que los ritos jerárquicos simbolizan
exactamente estas realidades. El obispo, representante de Dios, es quien empieza
a ungir, pero son los sacerdotes quienes llevan a cabo el sagrado rito de la
unción y convocan al iniciado para la lucha santa que, con Cristo a la cabeza,
ha de librar. Porque El, en cuanto Dios, es quien organiza el combate. Como
Sabio, establece el reglamento. Como Hermosura, premio digno para los
vencedores. Más divinamente aún, como Bondad acompaña a los atletas defendiendo
su libertad y garantizando su victoria sobre las fuerzas de muerte y
destrucción. Por lo cual, el iniciado se lanzará gozosamente a los combates que
él sabe son divinos y observará escrupulosamente las sabias leyes del juego. Con
firme esperanza de merecer la recompensa de un puesto a las órdenes del Señor
bueno, que es su jefe en la batalla. Marchará sobre las huellas divinas que ha
trazado la bondad de aquel que fue el primero de los atletas. Combatirá a
imitación del mismo Dios contra toda dificultad y contra todo ser que
obstaculice el camino de su divinización. Por haber muerto al pecado en el
bautismo, puede decirse que uno, místicamente, participa de la muerte de Cristo.
7. Observa conmigo con cuánta propiedad los
símbolos expresan lo sagrado. Para nosotros, la muerte no es aniquilación total
del ser, como algunos imaginan. Es más bien la separación de dos partes que han
estado entrelazadas. En consecuencia, el alma va a un mundo invisible donde,
privada del cuerpo, queda sin forma. El cuerpo enterrado se somete a cambios por
los cuales pierde su figura corporal y desaparecen las apariencias humanas. Por
eso, está muy indicado el sumergir al iniciado completamente en el agua,
simbolizando la muerte y sepultura donde la forma desaparece.
Por lo cual, con esta lección simbólica, quien
recibe el sacramento del bautismo, siendo sumergido tres veces en el agua,
imita, en cuanto el hombre puede imitar a Dios, la muerte divina de aquel que
pasó tres días y tres noches en el sepulcro, Jesús, fuente de vida, en quien,
según el misterioso y profundo sentido de la Escritura, el príncipe de este
mundo nada tiene.
8. Seguidamente visten de blanco al iniciado. Su
valentía y semejanza con Dios, su decidido arrojo hacia el Uno, le hacen
indiferente a cuanto se le oponga. En su interior se ordena lo que antes era
desorden. Toma forma lo informe. Brilla la luz a través de toda su vida.
La consagración con el óleo da suave olor al
iniciado, porque la santa perfección del nacimiento de Dios en los iniciados los
une con el Espíritu de la Deidad. Mas esta efusión es indescriptible, pues es en
la mente donde tiene lugar esta suavidad y perfección. Cómo reconocerlo
inteligentemente es tarea que dejo a quienes han merecido entrar en comunión
sacra y divinamente, bajo el plan de lo inteligible, con el Espíritu de la
Deidad.
Al terminar todo lo que antecede, el obispo invita al iniciado a la Santísima
Eucaristía y comunión con los misterios que le van a perfeccionar.
CAPÍTULO III: I. El Sacramento de la Eucaristía
Pero continuemos. Ya que hemos mencionado la comunión, estaría mal pasarlo por alto
y hablar de otras funciones de la jerarquía. Como ha declarado m célebre maestro,
éste es el Sacramento de los sacramentos Sirviéndome de los conocimientos bíblicos
y de la tradición jerárquica, voy a exponer los relatos divinamente inspirados sobre
este tema. Con las luces del Espíritu de la Deidad me elevaré a la santa contemplación
del misterio.
En primer lugar, fijémonos piadosamente en lo que
el su principal característica, común a los demás sacramentos jerárquicos,
concretamente lo que se llama "comunión" o "sinaxis". Toda acción sacramental
reduce a deificación uniforme nuestras vidas dispersas. Forja la unidad divina
de las divisiones que cada uno lleva dentro. Logra en nosotros comunión y unión
con el que es Uno. Afirmo además, que la perfección de otros símbolos
jerárquicos se logra solamente por medio de los divinos y perfeccionantes dones
de la comunión. Pues es poco menos que imposible celebrar ninguno de los
sacramentos jerárquicos sin que la sagrada Eucaristía, punto culminante de todo
rito, logre por su divina operación la unión con el Uno en quien reciba el
sacramento. De parte de Dios le dispensa el misterioso don de llevar a
perfección sus capacidades, perfeccionando en realidad su comunión con Dios.
Los otros sacramentos de la jerarquía son imperfectos en el sentido de que no
llevan a término nuestra comunión y unión con el Uno. Al quedar la acción así
incompleta, no puede lograr plenamente nuestra perfección. El fin y objetivo
principal de cada sacramento es impartir los misterios de la Deidad a quien esté
ya iniciado. Por eso la tradición jerárquica ha acuñado de hecho un nombre que
exprese con toda verdad la esencia del fruto logrado por la Eucaristía. Lo
mismo ocurre con el santo sacramento por el que Dios nace en nosotros. Es el
primero en traer la luz y fuente de toda iluminación divina. Por ser así lo
alabamos dándole el nombre de iluminación conforme a la operación que lleva a
cabo. Cierto que toda acción jerárquica tiene esto en común: transmitir a los
iniciados la luz divina; pero, de hecho, éste fue el primero que me concedió el
don de la vista. La luz que vino de aquí por vez primera me llevó a la visión de
otras santas realidades.
Habiendo dicho lo que precede, pasemos ahora a
considerar jerárquicamente primero el ritual del más santo de los sacramentos y
después la contemplación correspondiente al Santísimo Sacramento.
II. Misterio de la "sinaxis" o comunión
El obispo, concluida la oración junto al altar de
Dios, empieza a incensar a una y otra parte por todo el lugar sagrado. Cuando
regresa al altar, comienza el canto sagrado de los salmos, al que se une toda la
asamblea. Siguen los diáconos con las lecturas bíblicas. Al concluirlas, los
catecúmenos se retiran del recinto sagrado; siguen los posesos y penitentes.
Sólo continúan dentro los considerados dignos de asistir a los sagrados
misterios y comulgar.
Algunos diáconos se sitúan a la puerta del sagrado
recinto, cuidando de que la puerta permanezca cerrada. Otros desempeñan
cualquier cargo propio de su orden. Los diáconos designados, junto con los
sacerdotes, colocan sobre el altar de Dios el pan para consagrar y el cáliz de
salvación una vez que toda la asamblea ha cantado el himno de la fe católica.
Entonces, el santo obispo hace una oración y pide para todos la paz. Los
asistentes intercambian el beso ritual y se concluye la mística lectura de los
dípticos sagrados. El obispo y los sacerdotes se lavan las manos con agua. Se
sienta el obispo en el centro junto al altar. Le rodean algunos diáconos y todos
los presbíteros. El obispo predica alabando las santas obras de Dios, continúa
con la celebración de los misterios más sagrados y los eleva para que los
contemplen al mostrar ante todos los símbolos sagrados. Habiendo así presentado
los dones de las obras de Dios, comulga él primero e invita a todos los demás a
hacer lo mismo. Después de comulgar y distribuir la sagrada comunión, concluye
con una piadosa acción de gracias.
Aunque casi toda la gente no se fija más que en
los símbolos sagrados, el obispo, por su parte, movido siempre por el Espíritu
Santo, con la pureza habitual que corresponde a su vida verdaderamente
endiosada, se eleva jerárquicamente en santa e intelectual contemplación hasta
aquel que es fuente del rito sacramental.
III. Contemplación
1. Y ahora, querido hijo, después de estas imágenes piadosamente sometidas a la
verdad de su original divino, ofreceré guía espiritual en provecho de los
recientemente iniciados.
La variada y sacra composición de símbolos no deja
de ser provechosa a la inteligencia, aun cuando sólo presenten aspecto externo.
El canto de las Santas Escrituras y las lecturas conmemorativas enseñan
preceptos de vida virtuosa y sobre todo la necesidad de purificarse totalmente
de la malicia corrosiva. La divina distribución del mismo pan y del mismo vino,
hecha en común y pacíficamente, establece la norma de que, habiéndose nutrido
del mismo alimento, su modo de vivir ha de estar en plena conformidad con este
divino manjar.
También les hace recordar la Santa Cena el símbolo
primordial de todos los ritos. El mismo autor de estos símbolos, con toda
razón, excluye del sagrado banquete a quien no viva en su amistad. Así enseña,
divina y santa mente, que cuando uno se hace digno de estos sagrados misterios
recibe la gracia de asimilarse y entrar en comunión con ellos.
2. Pero dejemos para los no iniciados estos
signos, que, como he dicho, están magníficamente pintados a la entrada del
santuario. Esto basta para su contemplación. Nosotros, en cambio, cuando
pensemos en la sinaxis, procedamos de los efectos a las causas, y con la luz que
Jesús nos dispense podremos contemplar serenamente las realidades inteligibles
en que se refleja claramente la bienaventurada y primordial Hermosura.
Tú, oh divino y santísimo sacramento, levanta los
velos enigmáticos que simbólicamente te rodean. Muéstrate claramente a nuestra
mirada. Llena los ojos de nuestra inteligencia con la luz unificante y
manifiesta.
3. Creo que ahora debemos penetrar en los sagrados
misterios y declarar el sentido de las primeras imágenes. Consideremos
atentamente la hermosura, que le da forma divina, y echemos una mirada devota al
obispo mientras se dirige del altar a los extremos del santuario derramando
perfume y luego su regreso al altar. Porque la bienaventurada Deidad, que
trasciende todo ser, asimismo procede gradualmente hacia fuera para comunicar
su bondad a quienes continúa esencialmente unida e inmóvil. Dios ilumina a
quienes se configuran lo más posible con El, pero mantiene totalmente
inconmovible la propia identidad. De modo semejante, el Santísimo Sacramento
de la Comunión sigue siendo lo que es, único, simple, indivisible. Y, sin
embargo, por amor a los hombres se multiplica en sagrada variedad de símbolos.
Tanto, que en todos ellos está la Deidad. Luego, unificándolos todos, vuelve a
la propia unidad y une a cuantos se le acercan devotamente.
Algo así ocurre con el santo obispo.
Bondadosamente transmite a sus súbditos el conocimiento jerárquico,
peculiarmente suyo, sirviéndose de muchos enigmas sagrados. Luego, libre y
desligado de cosas inferiores, vuelve íntegramente al punto de partida sin haber
perdido nada. Mentalmente camina hacia el Uno. Contempla entonces con ojos puros
la unidad fundamental de las realidades latentes en los ritos sagrados. Retorna
más divinizadas las ideas primeras, finalidad que se proponía, mientras
procedía a las cosas secundarias, llevado de su amor a los hombres.
4. La salmodia sagrada es parte de los misterios
jerárquicos y no debe faltar en el más jerárquico de todos. Las lecturas
bíblicas encierran una lección para quienes son capaces de ser divinizados y
están enraizados en los sagrados y divinizantes sacramentos. Enseñan que Dios
mismo da de este modo sustancia y orden a todo cuanto existe, incluso a la
legítima jerarquía y sociedad. Echar a suertes, distribuir y compartir con el
pueblo de Dios. Enseñan la ciencia de jueces santos, reyes y sacerdotes sabios
que viven en Dios. Expresan el poderoso e inquebrantable punto de vista que
capacitó a nuestros mayores para sobrellevar variadas y numerosas desgracias.
De ellas provienen sabias normas de vida, cánticos que gloriosamente describen
el amor de Dios, las profecías que predicen el futuro, las obras divinas de
Jesús hecho hombre, las comunidades, regalo de Dios e imitadoras de Dios, la
actividad y enseñanzas de sus discípulos, la visión secreta y mística de aquel
hombre inspirado que fue el discípulo amado y la trascendental doctrina de
Jesús". Más aún, los cánticos sagrados alaban todas las palabras y obras de Dios
celebrando lo que divinamente dijeron e hicieron hombres santos. Son
narraciones poéticas de los misterios divinos que capacitan a todo el que toma
parte con buena disposición para recibir y administrar el sacramento de la
jerarquía.
5. Los cánticos sagrados, que resumen las más
santas verdades, han preparado serenamente nuestro espíritu para compenetramos
con los misterios que vamos a celebrar, luego que nos han hecho sintonizar con
Dios. Nos ponen en armonía no sólo con las realidades divinas, sino también con
nosotros mismos y con los demás, de manera que podamos formar un coro homogéneo
de hombres sagrados. Entonces, cualquier sentencia breve, aunque fuere oscura,
que presenten los cánticos de la salmodia se amplía por múltiples e inteligibles
imágenes y aclamaciones de lecturas sagradas. Si uno considera piadosamente los
textos sagrados, advertirá que hay en ellos unidad y concordia, de que es fuente
el Espíritu de la Deidad. Esto justifica la costumbre de proclamar al mundo el
Nuevo Testamento a continuación de la antigua alianza. Me parece que este orden
proveniente de Dios y determinado por la jerarquía demuestra cómo uno anunció
las obras divinas de Jesús y el otro describe su cumplimiento. Uno describe la
verdad en imágenes mientras que el otro muestra las cosas como ocurrieron. La
verdad de lo anunciado por uno se confirma con los acontecimientos que refiere
el otro. Las obras de Dios dan cumplimiento a sus palabras.
6. Quienes hacen oídos sordos a la doctrina de los
santos sacramentos tampoco comprenden sus representaciones. Descaradamente han
rechazado la enseñanza salvadora sobre el nacimiento de Dios en el alma y
desgraciadamente se hacen eco del texto sagrado: "No queremos saber tus
caminos". Por otra parte, los catecúmenos, los posesos y los penitentes deben
seguir las instrucciones de la sagrada jerarquía, que manda escuchar el canto de
los salmos y las lecturas de los escritos divinamente inspirados. No asistirán
a la acción sagrada que viene a continuación ni a la contemplación reservada
para que los vean los perfectos. Mucha es la rectitud sagrada de la jerarquía
por estar en conformidad con Dios. La jerarquía da a cada cual lo que merece, y
concede participar en los misterios divinos con miras a la salvación. Reparte
los dones sagrados a su debido tiempo y en la medida de conveniente equidad.
Así, pues, los catecúmenos se clasifican en el último puesto. Todavía no han
sido iniciados, por lo cual no participan en ningún sacramento jerárquico.
Todavía no han recibido la vida santa porque no ha nacido Dios en ellos, pero
las Escrituras lo están gestando paternalmente.
Las enseñanzas vivificantes los van configurando
con el nacimiento divino, fuente de vida y de luz. Ocurre lo que con los hijos
de la carne cuando llegan sin haber cumplido el debido tiempo de gestación.
Imperfectos, informes, como los fetos abortivos. Vienen al mundo sin vida, sin
luz. Sería una necedad, dejándose llevar de las apariencias, decir que por haber
salido de las tinieblas del vientre materno han venido a la luz. Efectivamente,
la ciencia médica, que conoce mejor el cuerpo humano, muestra que la luz no
actúa en el cuerpo humano carente de órganos para recibirla.
Pero es el sabio conocimiento de las cosas
sagradas lo primero que anima a los catecúmenos. Los nutre con los primeros
alimentos de la Escritura, que les da forma y los lleva a la vida. Después,
cuando su ser ha llegado a plenitud y nacimiento divinos, actúa para su
salvación, y siguiendo las normas establecidas les permite entrar en comunión,
con lo que se iluminarán y llegarán a perfección. Pero están privados de lo
perfecto mientras no alcancen la luz, solícita por salvaguardar la armonía de
estas cosas sagradas y de velar por la gestación y vida de los catecúmenos. Lo
hace en conformidad con el plan divino establecido por la jerarquía.
7. La muchedumbre de los posesos es en sí misma
profana, pero ocupa el puesto inmediato superior a los catecúmenos, que son los
últimos. A mi modo de ver, no se puede comparar el estado de quien no ha
recibido la iniciación ni tomado parte en ningún sacramento con otro que haya
recibido algunos, pero que ha vuelto a caer por excesiva actividad o por
pereza. Cierto que también a éstos, con razón, se les prohíbe contemplar los
misterios más sagrados y entrar en comunión con ellos. El hombre que es
realmente espiritual, digno de comulgar con las realidades divinas, que en la
mayor dimensión posible ha alcanzado gran conformidad con Dios a través de
completa y perfecta divinización, un hombre así, con verdadera indiferencia por
las cosas de este mundo (excepto las necesidades fundamentales, de que no se
puede prescindir), habrá alcanzado el más alto grado de divinización y será
templo y compañero del Espíritu de la Deidad. A semejanza de aquel de quien es
imagen, nunca será presa de ilusiones o terrores del adversario; antes bien, se
burlará de ellos. Las rehusará y arrojará lejos cuando se presenten. Se mostrará
más activo que pasivo. Habiéndose fijado la norma de impasividad y firmeza, dará
la impresión de ser un doctor ayudando a otros que padecen estas tribulaciones.
Por eso yo creo, o mejor, conozco por
experiencia, que los miembros de la jerarquía, siendo de muy sano juicio,
entienden que los posesos, renunciando a sus vidas divinas, han adoptado en su
lugar las ideas y costumbres de abominables demonios y se hallan en la peor
esclavitud. En su extremada locura, tan destructiva para sí mismos, se privan
de los verdaderos bienes, tesoros de felicidad eterna. Ambicionan y se procuran
las cambiantes y múltiples pasiones características de la materia, placeres
efímeros y corruptibles, cosas inestables y felicidad aparente. Estos son los
primeros y, con mayor razón, a quienes el ministro consagrado hace salir, porque
no está bien que ellos asistan en ningún momento de la celebración, excepto a
la lectura de las Escrituras, orientadas a que se conviertan a bienes mejores.
La acción eucarística, después de todo, no es de este mundo. Mantiene fuera a
los penitentes obligados a salir. Sólo permite entrar a los santos. En su
perfecta pureza exclama: "Soy invisible y excluyo de la comunión a aquellos que,
por cualquier imperfección, no llegan a la cima de conformidad con Dios". Esta
voz, totalmente pura, rechaza a quien no alcance a estar de acuerdo con
los dignos de participar en los más sagrados misterios. Tanto más para
considerar la multitud de posesos, presos de sus pasiones, como profanos
excluidos de toda visión y comunión con los sagrados misterios.
Los primeros a quienes se debe excluir del templo
y de las celebraciones a que no tienen derecho son los no iniciados e
ignorantes de los sacramentos. Luego, los que hayan abandonado la práctica de
vida cristiana. En tercer lugar, los que cobardemente sucumben a los temores y
fantasías adversas; incapaces de perseverar firmes, han fallado en acercarse a
los sagrados misterios y compenetrarse con lo que les hubiera proporcionado
divinización fuerte y perseverante. Siguen los que han renunciado a vivir en
pecado, pero no se han purificado aún de los malos pensamientos, pues no han
conseguido todavía un constante e inmaculado anhelar a Dios. Finalmente,
aquellos que no han logrado aún la unificación, sino que, como dice la Ley, no
son ni totalmente irreprochables ni del todo impecables.
Después de todo esto, los santos ministros de los
misterios sagrados y los piadosos asistentes contemplan devotamente el
Santísimo Sacramento y entonan el cántico de alabanza más universal en honor de
aquel que es fuente y dispensador de todo bien, fundador de los sacramentos para
nuestra salvación, con los cuales se divinizan quienes los reciben. Himno que
llaman a veces cántico de alabanza y símbolo de adoración, otras acción de
gracias jerárquica. Esta es, creo yo, la manera más divina, porque este himno es
síntesis de todos los dones sagrados que Dios nos envía. A mi juicio, este
cántico celebra todo cuanto Dios ha hecho por nosotros. Nos recuerda que
debemos a la bondad de Dios lo que somos y nuestra vida; que El nos ha creado a
imagen de su eterna Hermosura y hecho partícipes de sus propiedades divinas,
para elevarnos espiritualmente. También nos recuerda que cuando por nuestra
locura perdimos los dones divinos, Dios se preocupó de restaurar nuestra
condición primera ofreciéndonos nuevos dones. Nos otorgó la más perfecta
participación de su naturaleza divina al asumir plenamente la nuestra. De este
modo, Dios nos ha concedido estar en comunicación con El y con las realidades
divinas.
8. Habiendo celebrado santamente el amor de la
Deidad por la humanidad, se presenta cubierto con velo el pan divino, junto con
el cáliz de salvación. Se intercambia el beso de paz. Sigue la proclamación
mística y trascendente de los libros santos. Porque es imposible congregarse en
el Uno y compartir pacíficamente la unión con El mientras estemos divididos
entre nosotros. Por el contrario, si la contemplación y conocimiento del Uno
nos ilumina, podremos unificarnos y lograr verdadera unión con Dios; nunca
llegaremos a caer en la división de ánimos, fuente de hostilidad material y
apasionada entre iguales.
Esta es, a mi parecer, la vida unificante e
indivisible que requiere el beso de paz uniendo a los semejantes y prohibiendo
la unión divina y unificante a los que están enemistados.
9. A continuación de la paz se hace proclamación
de las tablillas sagradas, donde se conmemoran los nombres de quienes vivieron
santamente y por sus continuos esfuerzos merecieron la perfección de una vida
virtuosa. De este modo, somos atraídos y estimulados a seguir su ejemplo,
adoptando un género de vida que nos proporcione mayor felicidad y la paz que
redunda de configurarse con Dios. Esta conmemoración proclama vivos entre
nosotros, como nos enseña la Escritura, a quienes pasaron de la muerte a la vida
divina más perfecta.
Ten en cuenta que si bien se fijan estos nombres
en las listas conmemorativas, no es porque Dios necesite, como nosotros, traer a
la memoria imágenes que los recuerden. Más bien se pretende dar a entender de
modo conveniente que Dios honra y conoce para siempre a quienes llegaron a ser
perfectos por haberse identificado con El. Como dice la Escritura, "el Señor
conoce a los que son suyos" y "es cosa preciosa a los ojos de Yahveh la muerte de
sus piadosos". Lo que significa aquí muerte del piadoso es la perfección de su
piedad. Observa también devotamente que se leen los nombres de los santos al
colocar sobre el altar de Dios los símbolos sagrados con que Cristo se hace
presente y es recibido en comunión. Queda así claro que están inseparablemente
unidos a El con sagrada y trascendente unión.
10. Una vez terminada esta acción litúrgica, como
queda dicho, el obispo, de pie, enfrente de los símbolos sagrados, lava con
agua sus manos, y lo mismo hacen los sacerdotes. Como dice la Escritura,
el que acaba de lavarse no necesita lavar más que las extremidades. Gracias a
este lavarse ritual mantiene la total pureza de conformidad con Dios y podrá
luego proceder a los quehaceres ordinarios mientras permanezca libre y sin
mancha. Por estar perfectamente unificado, puede dirigirse inmediatamente al
Uno quien está tan compenetrado gracias a la conversión pura y sin mancha que
mantiene la plenitud y constancia de su conformidad con Dios. He dicho ya que
las abluciones sagradas existían en la jerarquía de la Ley, y por eso se lavan
las manos ahora el obispo y los sacerdotes. Aquellos que se acercan a esta
sacratísima acción están obligados a purificarse incluso de las últimas
imaginaciones que hayan empañado el alma y celebrar los sagrados misterios con
pureza proporcionada a los mismos en cuanto sea posible. De esta manera
aumentarán su iluminación con visiones más divinas, porque aquellos rayos
trascendentes prefieren difundir la plenitud de su esplendor más pura y
luminosamente sobre espejos formados a su imagen.
El obispo y sacerdotes se lavan las manos o puntas
de los dedos delante de los símbolos sagrados para significar que Cristo conoce
todos nuestros pensamientos, incluso los más secretos, y que es El mismo quien
con su mirada penetrante, en sus juicios perfectamente justos, ha dispuesto
esta purificación de ritual. Así, el obispo se unifica con las realidades
divinas. Habiendo entonado alabanzas por las obras de Dios, hace la consagración
y levanta los misterios sagrados para que los contemplen.
11. Voy a explicar ahora, dentro de mis
posibilidades, las obras divinas con respecto a nosotros. No me es posible
celebrar todas, ni siquiera conocerlas claramente, para que otros se adentren en
sus misterios. Pero implorando la asistencia de la jerarquía, con su
inspiración podré al menos mencionar cómo los obispos, hombres de Dios, alaban
y ensalzan conforme a las Santas Escrituras.
Desde el principio, la naturaleza humana perdió
los dones con que Dios la había enriquecido. Se dejó llevar por múltiples
pasiones y terminó en muerte destructora. Siguió el pernicioso desprecio de los
verdaderos bienes, la desobediencia a la Ley sagrada que Dios puso para el
hombre en el paraíso. Rechazado el yugo que le daba la vida, se negó el hombre a
los dones de Dios, quedando a merced de sus propios impulsos, sujeto a la
tentación y asaltos del enemigo.
A cambio de la eternidad prefirió la muerte.
Nacido de corrupción, justo era que saliera del mundo como entró. Libremente
abandonó la vida divina, elevante, y en cambio se dejó arrastrar hasta el
extremo opuesto, sumergido en un abismo de pasiones. Vagando fuera del camino
recto, atrapado por lazos destructores y de gente mala, el género humano se
alejó del verdadero Dios. Sin darse cuenta, sirvió no a dioses o amigos, sino a
sus enemigos, los cuales, feroces por naturaleza, abusaron cruelmente de su
debilidad poniéndolo en peligro de ruina y perdición.
Pero la bondad divina, llevada de infinito amor al
hombre, no cesó jamás de prodigarle sus dones providenciales. Asumió
íntegramente las propiedades de nuestra naturaleza, excepto el pecado. Se
identificó con nuestra bajeza sin perder nada de su condición real, sin sufrir
pérdida ni cambio alguno. Esto nos permitió, como a miembros de la misma
familia, entrar en comunión con la Deidad y participar de su misma hermosura.
Así, según enseña nuestra santa tradición, nos facilita la liberación de los
rebeldes, no por imposición de fuerza, sino por juicio justo, como revelan las
Santas Escrituras.
Misericordiosamente Dios cambió por completo
nuestra situación. La inteligencia estaba envuelta en tinieblas e informe, pero
El la inundó de dichosa y divina luz. Salvó nuestra naturaleza de un casi total
naufragio y la morada secreta de nuestras almas quedó libre de pasiones malditas
y de manchas destructoras. Finalmente, nos mostró un camino de vida
sobrenatural, elevador, configurándonos con El en todo lo que nuestra
naturaleza pueda alcanzar.
12. ¿De qué otra manera lograremos esta imitación
de Dios mejor que recordando continuamente sus obras santas con himnos sagrados
y las acciones litúrgicas establecidas por la jerarquía? Como dicen las
Escrituras, lo hacemos en memoria de El. Por lo cual, el obispo, hombre de Dios,
está en pie ante el altar, celebra las obras de Dios como he dicho, las obras
que Jesús llevó a cabo gloriosamente, realizando aquí su más devota providencia
para la salvación del género humano. Lo hace y dice la Escritura con la mayor
complacencia del Padre y del Espíritu Santo. El obispo considera estas cosas con
mirada contemplativa y procede a la ofrenda de los símbolos como Dios mismo lo
ha dispuesto. Por eso, al mismo tiempo que celebra las sagradas alabanzas de las
obras divinas, pide perdón, cual conviene a un obispo, por realizar esta función
sagrada, que excede sus atribuciones. Piadosamente exclama: "Eres tú quien ha
dicho haced esto en memoria mía".
Pide luego que Dios le haga digno de cumplir a su
imitación este santo oficio y que, como Cristo mismo, pueda celebrar los
sagrados misterios. Pide también poder interpretarlos dignamente y que los
reciban como es debido. Entonces consagra y ofrece a la vista de todos los
misterios bajo el velo de los símbolos sagrados. Descubre y divide en muchas
partes el pan, cubierto e indiviso hasta ahora. Asimismo comparte con todos el
único cáliz, multiplicando y distribuyendo simbólicamente al que es Uno. Así
completa la acción más sagrada. Por su bondad y amor a los hombres, la unidad
simple y misteriosa de Jesús, Verbo divino, llegó a encarnarse por nosotros, y
sin dejar de ser lo que es, se hizo realidad compuesta y visible.
Bondadosamente ha logrado nuestra comunión con El. Ha unido nuestra bajeza con
la grandeza de su Divinidad. A ésta debemos unirnos como miembros de un mismo
cuerpo, identificándonos con El por una vida sin pecado.
No podemos entregarnos a la muerte que acarrea la
corrupción de las pasiones. Ni debemos romper la armonía reinante entre los
miembros del perfecto y sano cuerpo divino privándonos de la unión con ellos.
Llevemos la misma vida divina. Si queremos realmente estar en comunión con El,
tenemos que prestar toda atención a la vida de Dios encarnado. Su santa
impecabilidad ha de ser nuestro modelo para aspirar a un estado deiforme e
inmaculado. Así nos comunicará su semejanza en la forma que más nos convenga.
13. Esto es lo que el obispo enseña al practicar
la sagrada liturgia: retirando de los dones el velo, multiplicando lo que antes
era uno, distribuyendo el sacramento que unifica perfectamente a cuantos lo
reciben. Cuando presenta a Jesús ante nuestra mirada nos muestra de modo
sensible, y como en imagen, lo que es vida de nuestra mente. Revela cómo, por
amor al hombre, Cristo salió del misterio de su divinidad tomando forma humana
para encarnarse completamente entre nosotros sin mancharse en nada. Nos muestra
cómo descendió sin dejar de ser lo que era, desde su natural unidad a nuestro
nivel de divisibilidad. Nos manifiesta cómo por amor a nosotros, por su
actuación bienhechora, toda la humanidad está invitada a la comunión con El y
compartir su bondad, si queremos identificarnos con su vida divina, inmutable,
en cuanto nos sea posible. Invitados a lograr la perfección y entrar
verdaderamente en comunión con Dios y sus divinos misterios.
14. Habiendo recibido y compartido la comunión, el
obispo concluye la ceremonia dando gracias con toda la asamblea santa. Justo es
recibir antes que dar; siempre se reciben los misterios antes de redistribuirlos
místicamente. Este es el orden universal y la organización que conviene a las
realidades divinas. Antes que nadie, el obispo participa en la abundancia de los
dones sagrados que Dios ha mandado dar a otros. Luego los distribuye a los
demás.
Lo mismo ocurre con las normas de una vida
verdaderamente divina. No es santo quien se atreve a enseñar a otros la
santidad sin estar acostumbrado a practicarla primero. Eso es totalmente ajeno
a las normas sagradas. Si Dios no ha inspirado, escogido y llamado a alguien
para ser guía, si no ha alcanzado aún perfecta y sólida divinización, no debe
arrogarse el oficio de director. Lo mismo ocurre con los rayos del sol: llenan
primero los seres más sutiles y luminosos, que luego dan luz sobreabundante a
los demás.
15. Así, pues, reunidos los diferentes órdenes
jerárquicos, y después que todos han comulgado con los sacratísimos misterios,
concluyen la ceremonia con piadosa acción de gracias, aun cuando los dones de
Dios por sí mismos merezcan agradecimiento. Sin embargo, como queda dicho, los
inclinados al mal no hacen caso de los dones de Dios. Su impiedad los vuelve
ingratos con respecto a las gracias infinitas que debemos dar a Dios por sus
obras; "gustad y ved", dice la Escritura. Después de instruirse santamente en
los dones de Dios, los iniciados reconocerán los grandes dones que han
recibido, y cuando los reciban contemplarán lo espléndidos que son. Descubrirán
entonces su excelsitud, infinita grandeza y magnificencia. Entonces podrán
ensalzar y agradecer los beneficios celestiales de la Deidad.
CAPÍTULO IV: I. Del Sacramento de la Unción y sus efectos
1. Tal es la grandeza de la Sagrada Comunión.
Tales son las preciosas representaciones que, como he dicho repetidas veces,
elevan nuestra inteligencia hasta el Uno, gracias a los ritos jerárquicos por
los que comulgamos con El y con la comunidad.
Hay, además, otro rito de perfección que pertenece
al mismo orden. Nuestros maestros le llaman también Sacramento de la Unción.
Después que hayamos examinado con pormenor los símbolos sagrados que lo
representan, por su multiplicidad nos elevaremos a la contemplación jerárquica
del Uno.
II. Misterio del Sacramento de la Unción
Como se hace para la comunión, los órdenes
inferiores tienen que salir en seguida que el obispo haya esparcido la fragancia
por el sagrado recinto, terminado el canto de los salmos y la lectura de las
Santas Escrituras. Entonces el obispo coloca sobre el altar de Dios el óleo
santo envuelto en doce pliegues. Entre tanto, la asamblea acompaña con un canto
sagrado inspirado por Dios a los profetas. Se reza una oración consecratoria
sobre los óleos. Estos se emplearán después como rito santificante de algunos
sacramentos en casi todas las ceremonias jerárquicas de consagración.
III. Contemplación
1. Me creo que este rito de consagración contiene
una enseñanza espiritual en la manera como se administra santamente la unción
divina. Nos muestra que los hombres piadosos guardan la fragancia de la
santidad en el secreto de sus almas. Dios mismo ha prohibido a los justos que,
llevados de la honra, hagan ostentación de la hermosura y fragancia de su
virtuoso esfuerzo para asemejarse al Dios escondido. Están ocultas estas divinas
hermosuras. Su fragancia es superior a toda operación del entendimiento y están
libres de cualquier profanación. Se revelan sólo a las mentes capaces de
entenderlas. No brillan en nuestras almas más que a través de imágenes que se
les parecen y también son incorruptibles como ellas. Por eso, la virtuosa
conformidad con Dios puede únicamente aparecer como imagen auténtica de su
modelo cuando el alma pone en esta inteligible y fragante Hermosura. En tal
caso, y sólo entonces, puede el alma imprimir y reproducir en sí misma las
imágenes más bellas.
Tratándose de imágenes sensibles, el artista
mantiene siempre la vista fija en el original y no deja que le distraiga ni
comparta su atención ningún objeto visible. Así podrá decir con fundamento que
cualquier objeto pintado por él es idéntico, de tal modo que se podría tomar el
uno por el otro aun cuando sean dos cosas en realidad diferentes.
Esto ocurre con los artistas que aman la Hermosura
divina. Reproducen su imagen en la inteligencia. La concentración y
contemplación atenta de esta perfumante y secreta Hermosura los capacita para
reproducir una copia exacta del modelo. Con razón, pues, los pintores divinos no
dejan de ajustar el poder de su mente con el modelo de una Virtud intelectual
supraesencial, perfumante. Si practican las virtudes como requiere la imitación
de Dios, no es para ser vistos de los hombres, como dice la Escritura. Antes
bien, por medio de la Unción, como en una imagen, piadosamente contemplan los
santísimos misterios de la Iglesia allí velados. Por eso ellos procuran también
disimular en su inteligencia las virtudes y semejanza divinas cuando reproducen
en sí la imagen de Dios. Fijan su mirada únicamente en la primitiva Hermosura.
No miran las cosas que no los llevan a Dios ni tampoco se dejan atrapar de sus
miradas. Como es lógico en ellos, sólo buscan lo justo y bueno, no las
apariencias vacías. Poco caso hacen de las honras de que el vulgo neciamente se
gloría. Imitadores de Dios, como lo son en verdad, rectamente distinguen de lo
malo lo que es bueno. Son verdaderamente imágenes divinas de la infinita
dulzura de Dios. Y como ésta es realmente deleitosa, no prestan atención a los
engaños que seducen a la gente. Se imprime solamente en las almas que son sus
verdaderas imágenes.
2. Continuemos. Ya vimos la belleza exterior de
la espléndida y sagrada ceremonia. Fijémonos ahora en su divina hermosura.
Veámosla tal cual es, sin velos, a la luz de su glorioso resplandor,
impregnándonos de fragancia, que sólo perciben los de buen entendimiento.
Los que asisten al obispo presencian y participan
en la consagración de los santos óleos. Se presenta ante sus ojos este
sacramento porque ellos pueden contemplar algo que la gente no comprende. De
hecho, están obligados a ocultarlo evitando que esté al alcance del pueblo,
pues así lo mandan las leyes de la jerarquía. El Rayo luminoso de aquellos
sacratísimos misterios ilumina directamente, y en todo su esplendor, a los
hombres de Dios, porque éstos se mantienen familiares a la Luz; difunden suave
olor sin trabas en su mente. Pero no ocurre así con quienes se hallan en plano
inferior. Más aún, para evitar cualquier profanación por parte de quienes no
viven en conformidad con Dios, los que secretamente contemplan lo inteligible
ocultan los santos óleos bajo pliegues enigmáticos, no carentes de valor para
los miembros bien dispuestos de rango inferior. Los elevan espiritualmente en
proporción a sus merecimientos.
3. Como ya queda dicho, el rito de la consagración
a que me refiero es parte del orden perfeccionante y poder de los obispos. Más
aún: como en dignidad y eficacia se equipara con los sagrados misterios de la
comunión, nuestros santos maestros se han servido casi de las mismas imágenes
para describirlo, le han dado el mismo rango ceremonial y los mismos cánticos.
Por eso el obispo desciende de su venerable sitial, difunde el olor de suavidad
hasta los últimos rincones, vuelve al punto de partida y enseña desde allí que
todo el pueblo santo, conforme a sus méritos, participa de los dones de Dios.
Con esto, sin embargo, continúa sin disminución ni cambio la plenitud de
atributos esenciales a la Inmutabilidad divina.
De modo semejante, los cantos y lecturas bíblicas
van preparando a los no iniciados para la filiación vivificante. Promueven la
santa conversión en los impuramente posesos. Libran a los pusilánimes de
temibles maldiciones del enemigo. Enseñan a todos a vivir lo mejor que pueden
según Dios. Así equipados y fortalecidos constantemente, son éstos ahora los
que infundirán temor a los poderes enemigos y se encargarán de cuidar a otros.
No se contentarán con mantener inmaculadas las virtudes para sí solos por haber
imitado a Dios y, además, la firmeza para resistir los ataques del enemigo. Los
apremiará el deseo de servir a los demás. Mentes alejadas de bajezas y
determinadas a ser santas, sacarán de estas lecturas suficiente fortaleza para
no recaer en el pecado. Purificarán completamente a quien todavía le falte algo
para ser santo. Conducirán a los justos hasta imágenes divinas por medio de las
cuales contemplen y vivan lo que representan. Estas son alimento de perfectos,
ofreciéndoles visiones dichosas e inteligibles, que sacien sus almas, ya
semejantes al Uno, y las transformen en El.
4. ¿Qué más? ¿No sucede en la consagración de los óleos como en la Eucaristía?
Se manda salir a los órdenes que no están todavía purificados, como ya mencioné
anteriormente. Estos misterios se presentan sólo en imagen a los santos, de modo
que sean las jerarquías quienes lo contemplan directamente y lo celebran con
espiritual elevación. Ya lo he dicho más de una vez, por lo cual no creo necesario
volver sobre estos temas. Prosigamos fijándonos en el obispo cuando cubre los
santos óleos con seis pares de dobleces y procede a consagrarlos conforme al
sagrado rito.
Nos queda por decir que los santos óleos están
hechos con mezclas de sustancias aromáticas. Contienen ricos perfumes que los
participantes perciben cada cual a su manera. Aprendemos así que el bálsamo
supraesencial del divino Jesús difunde sus dones sobre nuestras facultades
intelectuales, llenándolas de suave deleite. Si la fragancia agrada a los
sentidos, es grande el placer que proporciona a aquel con que distinguimos los
olores, porque el sentido está sano y puede captar la fragancia que le llega.
Analógicamente lo podemos decir de las facultades intelectuales. Estas pueden
impregnarse de la fragancia de Dios y llenarse de santa felicidad y alimento
divino con tal que no las corrompa ninguna tendencia al mal y a condición de
que mantengan vivo el dinamismo de su capacidad para discernir siempre que Dios
actúa en nuestro provecho y nosotros le respondamos con amor.
Así, la composición de los santos óleos es
simbólica, dando forma a lo que no la tiene. Nos enseña por símbolos que Jesús
es la fuente fecunda de las fragancias divinas. El mismo en forma apropiada a la
divinidad se torna hacia las mentes de aquellos que han logrado la mayor
identificación con Dios y les regala con ríos abundantes de divina fragancia,
que encantan a las inteligencias y las hacen desear dones de Dios y hambrear
por alimentos espirituales. Cada potencia intelectiva recibe estos efluvios perfumantes conforme a la medida de su divinización.
5. Claro está, a mi parecer, que las esencias
superiores a nosotros, más divinas, reciben, por decirlo así, mayor corriente de
suave olor, pues están más cerca de la fuente. Con mayor abundancia reciben este
caudal y con mejor disposición aquellos cuyas mentes están del todo atentas a
fin de que este río las inunde y penetre caudaloso, sobreabundante. La Fuente
odorífera oculta sus ojos limpios a las inteligencias inferiores menos
receptivas. Se entrega a cuantos con ellas sintonizan y les da sus perfumes en
la medida armoniosa que conviene a la Deidad.
Por eso los doce pliegues significan el orden de
serafines. Ocupan lugar preeminente en cabeza de todos los santos seres
superiores a nosotros. Congregados en torno a Jesús, se entregan dentro de sus
limitaciones a la contemplación feliz de su mirada. Reciben santamente en el
receptáculo infinitamente puro de sus almas la plenitud de dones espirituales
que El otorga. Repiten sin cesar (valga la expresión por comparación al mundo de
los sentidos) el himno que celebra las divinas alabanzas. Porque aquellas
inteligencias superiores a este mundo son infatigables en sus santos
conocimientos. Desean a Dios vivamente. Su altísima dignidad los pone por
encima del pecado y del olvido. Su constante clamor es, a mi entender, porque
conocen y entienden las verdades divinas con total sinceridad y gratitud,
siempre, sin cesar.
6. Las Santas Escrituras describen las incorpóreas
propiedades de los serafines con imágenes sensibles que dan a entender su
naturaleza inteligible. Creo que ya las he descrito suficientemente al tratar de
las jerarquías celestes. Me parece haberlo expuesto con claridad suficiente a
los ojos de tu entendimiento. Pero como los santos que asisten al obispo nos
ofrecen ahora una semejanza de aquel orden supremo, fijémonos una vez más, con
ojos totalmente inmateriales, en el esplendor de su conformidad con Dios.
7. El sinnúmero de rostros y muchos pies
simbolizan, pienso yo, su eminente poder contemplativo de cara a la más divina
iluminación, su perpetuo movimiento, su conocimiento de la bondad divina que a
todo se extiende. Las seis alas de que hablan las Escrituras no indican, a mi
entender, un número sagrado, como algunos creen; se refiere a los portentos
inteligentes y semejantes a Dios de aquel orden supremo más cercano a El,
potencias intelectuales por las que se configuran con la Deidad. Supremas,
medias e inferiores. Elevantes, liberadoras, trascendentes. Por eso, cuando la
santísima sabiduría de las Escrituras se sirve del símbolo de alas, las coloca
en los rostros, en el medio y en los pies, dando a entender que los serafines
tienen alas en todas partes y por eso disfrutan de ser elevados en el
grado más alto hasta el verdadero Ser.
8. Si ocultan los rostros y pies con sus alas, si
vuelan a media ala, demuestran con esta actitud reverente que el orden superior
de los seres trascendentes considera con circunspección los misterios más altos
y profundos de lo que comprenden; que se valen de sus alas medias para elevarse
comedidamente a la visión de Dios; que someten sus vidas a los decretos divinos,
y así se dejan guiar piadosamente hasta reconocer las propias limitaciones.
9. La frase de la Escritura "Se gritaban unos a
otros" significa, pienso yo, que se transmiten unos a otros los frutos mentales
de ver a Dios. Debemos recordar piadosamente que en hebreo la Biblia llama
serafines a los seres más santos para significar que están siempre inflamados en
amor desbordante gracias a la vida divina, que no cesa de actuar en ellos.
10. Si es verdad, como afirman los hebraístas, que las Escrituras llaman serafines a
los "incandescentes" y a los "fervientes", términos que indican
sus propiedades esenciales, es porque, conforme a la representación simbólica de los
santos óleos, los serafines, como los óleos, tienen poder de producir y expandir los
perfumes salvadores.
El Ser cuya fragancia trasciende todo poder mental
gusta de que le den a conocer las inteligencias más incandescentes y
perfectamente purificadas. El concede su divina inspiración a quienes le invocan
de manera trascendente. Por eso, el orden más sagrado de la jerarquía celeste
sabe bien que Jesús santísimo vino del Cielo para santificarnos. Entiende bien
que El, en su divina e inefable bondad, se hizo como nosotros. Ve que el Padre y
el Espíritu Santo santificaron su forma humana y sabe que" permanece
esencialmente inmutable lo que desde el principio es Deidad operativa. Por lo
cual, la tradición de los símbolos sagrados en el momento de la consagración de
los santos óleos los cubre con un símbolo de los serafines, para hacer ver y
significar que Cristo permanece siempre inmutable aun cuando plenamente y de
verdad hecho uno de nosotros.
Más divinamente simbólico todavía. Se usa el santo
óleo para consagrar todas las cosas, manifestando con esto claramente que, como
dice la Escritura, aquel que consagra todas las cosas permanece el mismo para
siempre a través de todas las operaciones de su divina bondad. Por eso, la
consagración de los santos óleos completa el don perfeccionante y gracia del
nacimiento de Dios en las almas. De modo semejante, a mi modo de ver, uno puede
explicarse el rito de purificación bautismal cuando el obispo extiende unas
gotas de óleo en forma de cruz". Con ello muestra a quienes pueden presenciarlo
que Jesús, en su más gloriosa y divina humillación, quiso morir en cruz a fin de
que nosotros naciésemos para Dios. Así bondadosamente arrancó del absorbente
abismo de muerte a todo el que, según la misteriosa expresión de la Escritura,
ha sido bautizado "en su muerte" y los renueva con vida eternamente divina.
11. Además, después de iniciarnos santamente en
el sacramento del divino nacimiento, con la unción perfumante de los santos
óleos recibimos la visita del Espíritu Santo. Estos símbolos significan, a mi
entender, que aquel cuya naturaleza humana fue consagrada por el Espíritu Santo,
permaneciendo inmutable su divinidad, cuida ahora de que el Espíritu Santo
descienda sobre nosotros.
12. Advierte también esto. Según las leyes sobre los santos sacramentos,
se consagra el altar de Dios derramando aceite sobre él". El sentido de todo
esto hay que buscarlo más allá de los cielos, por encima de todo ser; está en
aquella fuente, aquella esencia, aquel poder perfeccionante que causa toda santidad
en nosotros. Porque es en Jesús mismo, nuestro divinísimo altar, donde se logra la
consagración de los seres inteligentes. En El, como dice la Escritura, "tenemos
acceso" a la consagración y nos ofrecemos místicamente en holocausto. Así, pues,
echemos una mirada sobrenatural al altar de los divinos sacrificios, consagrado con
óleo santo. Es Jesús santísimo quien se ofrece por nosotros. El es quien nos concede
la plenitud de su propia santificación y nos dispensa misericordiosamente como a
hijos de Dios todo lo que en El se realiza. A mi parecer, los jefes de nuestra
jerarquía recibieron de Dios la inteligencia de los símbolos jerárquicos y
llamaron tcXEtiv (perfeccionante) a este rito litúrgico de los santos óleos por
razón de su acción. perfeccionante. Es, por decirlo así, el rito de Dios que
celebra en doble sentido su divina operación perfeccionante. Dios, ante todo,
habiéndose hecho hombre, se santificó por nosotros, y, en consecuencia, este
acto divino es fuente de toda perfección y de toda santificación.
Con respecto al canto sagrado que Dios inspiró a
los profetas, los que saben hebreo lo traducen como sigue "Bendito sea Dios" o
"Alabad al Señor". Toda santa operación y aparición de Dios puede representarse
en jerárquica composición de símbolos. Viene al case recordar aquí el himno
revelado por Dios mismo a los profetas, pues nos enseña clara y santamente que
los beneficios de la Deidad merecen justa alabanza.
CAPÍTULO V: I. De las consagraciones sacerdotales. Poderes y actividades
1. Tal es la santísima consagración de los óleos.
Habiendo tratado ya de estos actos sagrados, es e momento de explicar los
órdenes clericales, sus funciones poderes, actividades y consagraciones con los
tres órdenes que lo constituyen. Todo esto para mostrar el ordenamiento de
nuestra jerarquía y cómo en su pureza ha rechazado y excluido cuanto sea
desorden, desarmonía y confusión. Antes bien, ha manifestado el orden, armonía y
distinción proporcionada dentro de los órdenes sagrados.
En relación a la triple división de toda jerarquía
creo haber dicho ya bastante sobre las jerarquías en el tratado precedente. Allí
dije que, según nuestra santa tradición, cada jerarquía se divide en tres
órdenes.
Están los santos sacramentos y quienes, inspirados por Dios,
los conocen y enseñan. Asimismo, quienes reciben santamente su instrucción.
2. La santísima jerarquía de los seres que viven
en el Cielo tiene por naturaleza como sacramento esta intelección completamente
inmaterial de Dios y de los misterios divinos. Tienen la propiedad de ser como
Dios y de imitarle lo más posible. Los que están más cerca de Dios guían a
otros y con su luz los llevan a esta sagrada perfección. A los órdenes sagrados
inferiores en la escala les confieren bondadosamente, en proporción a su
capacidad, el conocimiento de las obras de Dios, que siempre les otorga la
Deidad, perfección absoluta y fuente de sabiduría para los seres divinamente
inteligentes. Estos primeros seres elevan santamente a los siguientes con su
mediación hasta las obras sagradas de la Deidad. Los segundos forman el orden de
los iniciados, y así se los llama con razón.
Como continuación de la jerarquía celeste y
trascendente, la Deidad extiende sus dones más sagrados a nuestro campo; según
la Escritura, nos trata como a "niños". Nos otorga la jerarquía de la Ley
velando la verdad con imágenes oscuras. Se sirve de las más descoloridas copias
del original. Acude a difíciles enigmas y símbolos cuyo significado cuesta
mucho comprender. Para no herirlos dio luz proporcionada a los débiles ojos de
quienes la contemplan. En la jerarquía de la Ley el "Sacramento" consistía en
elevarse a la adoración en espíritu. Guías eran aquellos a quienes Moisés, el
primer maestro y jefe entre los sacerdotes de la Ley, los preparó para el santo
tabernáculo. Fue él quien, para edificación de otros, escribió sobre el santo
tabernáculo las instituciones de la jerarquía legal. Describió todas las
acciones sagradas de la Ley como figuras de lo que había visto en el Sinaí.
Iniciados son aquellos a quienes estos símbolos de la Ley elevan, en cuanto les
es posible, a una más perfecta iniciación.
Ahora, según afirma la Sagrada Escritura, nuestra
jerarquía representa una más perfecta iniciación, porque es cumplimiento y
término de la antigua Ley. Es a la vez celeste y legal por estar situada entre
los dos extremos. Con una comparte la contemplación intelectual, con la otra
tiene en común el empleo de símbolos varios derivados del orden sensible por
medio de los cuales se eleva santamente hacia lo divino. Como toda jerarquía,
se divide también en tres órdenes: primero, mediano y último. Esto se ha
establecido con el fin de lograr la proporción conveniente a los objetos
sagrados y conseguir la cohesión armoniosa de todos sus elementos entre sí.
3. El primer efecto deificante de la santísima
operación sacramental es la sagrada purificación de los no iniciados. El
segundo es iluminar e iniciar a los ya purificados. El tercero, que comprende
los dos anteriores, es el efecto de perfeccionar a los iniciados en el
conocimiento de los misterios a que tienen acceso.
El rango de los sagrados ministros se clasifica de
la siguiente manera: el primer orden tiene poder para purificar, por medio de
los sacramentos, a los imperfectos: el del medio, para iluminar a los ya
purificados; los del tercer rango disfrutan del poder más maravilloso de todos.
pues abrazando a cuantos comunican con la Luz de Dios los perfecciona, además,
por el conocimiento más logrado de sus iluminaciones contemplativas.
Con respecto a los iniciados, su primera propiedad es la purificación. A los del
rango medio, después ya de la purificación, les corresponde la iluminación,
facilitándoles la contemplación de algunos misterios sagrados. Los del tercero
tienen poder más divino que los otros para conocer la ciencia perfectamente clara
de las santas iluminaciones que les han sido dadas a contemplar.
Algo se ha dicho ya del triple poder en relación a
los efectos de los sacramentos. Por las Santas Escrituras se ha demostrado que
el nacimiento de Dios en nosotros es una purificación y una iluminación
esplendorosa; que los sacramentos de la comunión y del crisma proporcionan
conocimiento y ciencia de las operaciones divinas, y mediante éstos se logra la
elevación unificante hacia la Deidad y la comunión santísima con Ella.
Pero ahora nos queda por ver la manera como la jerarquía clerical se compone de
tres órdenes: el que purifica, el que ilumina y el que perfecciona.
Ha dispuesto la santísima Deidad que los seres del
segundo rango sean elevados al rayo divinísimo por mediación de los primeros.
¿No observamos esto mismo en el orden sensible, donde los seres elementales se
unen primero con los más afines y por su medio transmiten a los otros su
actividad? Por lo cual, con mucha razón el Principio sacramental de todo orden
invisible y visible dispone que los rayos de la actividad divina lleguen
primero a los seres más semejantes a Dios, y que, siendo sus mentes las más
diáfanas y mejor dispuestas por naturaleza para recibir y pasar la luz, a través
de ellas este principio transmita la luz y se manifieste a sí mismo a los seres
inferiores, en la medida de su capacidad.
Por eso, a los del primer rango que contemplan a
Dios les corresponde revelar sin envidia a los del segundo lo que ellos han
visto, conforme los segundos puedan recibir. Iniciar a los otros en la
jerarquía es oficio de quienes han aprendido con perfecta ciencia el secreto
divino de cuanto se refiere a su jerarquía y a quienes fue dado el poder
sacramental de la iniciación. Aquellos que disfrutan de ciencia y participación
perfectas en las consagraciones clericales tienen la misión de comunicar todo lo
sagrado, según que los otros lo merezcan.
El orden divino de los obispos es, por tanto, el
primero de los que contemplan a Dios. Es el orden primero y último,
pues en él tiene cumplimiento y termina la jerarquía humana. Cualquier jerarquía
individual culmina en el propio obispo, como observamos que toda jerarquía
termina en Jesús. El poder del orden de los obispos se extiende a todos los
demás órdenes y realiza los misterios sagrados de su jerarquía a través de cada
uno de los demás órdenes sagrados. Pero al orden episcopal en particular, más
que a ninguno de los otros, la ley divina ha confiado las actividades del
ministerio sagrado. Sus actuaciones litúrgicas, en efecto, son imagen del poder
de la Deidad. Con esto, los obispos llevan a perfección los símbolos más santos
y distintos órdenes sagrados. Aun cuando los sacerdotes puedan presidir algunas
de las sagradas ceremonias, a ninguno de ellos le está permitido conferir el
nacimiento de Dios en el alma sin usar los santos óleos. No podría consagrar los
misterios de la Sagrada Comunión sin haber puesto primero en el altar los
símbolos de la Comunión. Más aún, no habría sido sacerdote si el obispo no le
hubiese llamado a la ordenación. Dios ha dispuesto que sólo los poderes
sacramentales de los obispos, hombres santos, puedan lograr la santificación de
los órdenes clericales, la consagración de los óleos y el rito de consagrar el
altar.
6. Así, pues, el orden de los obispos posee en
plenitud el poder de consagrar. En particular, él es quien confiere los otros
órdenes jerárquicos. El enseña y hace entender a otros los misterios sagrados,
sus propiedades y poderes. El orden iluminador de los sacerdotes guía a los
iniciados hasta la recepción de los sacramentos. Así procede bajo la autoridad
de los santos obispos yen comunión con ellos ejercita las funciones del propio
ministerio. Da a conocer las obras de Dios por medio de los símbolos sagrados y
prepara a los postulantes a contemplar y participar de los santos sacramentos.
Pero a cuantos desean pleno conocimiento de los ritos contemplados, el sacerdote
los manda al obispo.
El orden de los diáconos purifica y somete a
prueba a quienes no llevan la semejanza con Dios dentro de sí mismos. Proceden
así antes de presentarlos a las acciones litúrgicas que realizan los sacerdotes.
Purifica a cuantos se acercan despojándolos de toda participación en el mal. Los
instruye para que vean y reciban la comunión. Por eso, durante la ceremonia del
nacimiento de Dios en el alma, los diáconos desnudan del antiguo vestido al
postulante y le quitan las sandalias. Le ponen mirando al Occidente para la
abjuración y le vuelven al Oriente, pues corresponde a los diáconos el poder de
purificar. Son ellos los que le invitan a renunciar a los hábitos de su vida
anterior. Le hacen ver las tinieblas en que ha vivido hasta ahora. Le enseñan a
abandonar las sombras y orientarse hacia la Luz.
Por tanto, al orden de los diáconos corresponde
el oficio de purificar, y a los ya purificados, elevarlos hasta las luminosas
funciones de los sacerdotes. Purifica de toda mancha a los imperfectos e infunde
en ellos las luces y lecciones purificantes de las Escrituras. A los sacerdotes
los preserva del contacto con lo profano. La jerarquía, por eso, ha dispuesto
que se pongan a las puertas de la iglesia para que los postulantes aprendan que
han de estar totalmente purificados antes de ser admitidos en presencia de los
misterios sagrados. Los diáconos se encargan de prepararlos a entrar santamente
en comunión con los sagrados misterios, de manera que entren en el santuario los
limpios de alma.
7. He mostrado ya que corresponde al orden
episcopal el oficio de consagración y de perfección; al de presbíteros, iluminar
las almas. Misión de los diáconos es purificar y discernir quiénes lo están o
no. Porque, si bien los inferiores no se atreverán a usurpar sacrílegamente las
funciones de los superiores, los poderes más divinos poseen, además del propio
conocimiento, el correspondiente a los de rango inferior y sus propias
perfecciones. No es menos cierto que, pues las distinciones sacerdotales figuran
simbólicamente las operaciones divinas, y porque conceden la iluminación
correspondiente al inconfuso y puro orden de sus operaciones, se las ha ordenado
jerárquicamente conforme a los tres grados: primero, medio y último, de sus
santas operaciones y de sus santos órdenes, como ya he dicho, a imagen del orden
y distinción propios de las operaciones divinas.
La Deidad primero purifica las mentes donde
penetra y luego las ilumina. Siguiendo su iluminación, las perfecciona en su
plena conformación con Dios. Siendo esto así, es claro que la jerarquía, a
imagen de lo divino, se divida en distintos órdenes y poderes para manifestar
que las actuaciones de la Deidad sobresalen por su santidad y pureza,
permanencia y distinción de sus órdenes.
Y como he expuesto ya lo mejor que pude los
órdenes clericales, sus funciones, poderes y actos, veamos ahora lo mejor que
podamos cómo son santamente consagradas.
II. Misterio de las consagraciones sacerdotales
Para su ordenación, el obispo dobla las dos
rodillas enfrente del altar. Sobre su cabeza las Escrituras que Dios ha revelado
y la mano del obispo que le ordena. Con santas invocaciones procede éste a la
ordenación. El sacerdote dobla ambas rodillas delante del altar de Dios. El
obispo pone la mano derecha sobre su cabeza, y así le santifica con las
invocaciones de la ordenación. El diácono" dobla una sola rodilla delante del
altar. El obispo le pone la mano derecha sobre la cabeza y le consagra con
invocaciones correspondientes a las funciones de diácono. El obispo traza la
señal de la cruz sobre cada uno de los que ordena, le proclama y da el beso de
ordenación. Todos los clérigos presentes a la ceremonia, luego que el obispo da
el beso a cada uno de los ordenados, hacen lo mismo con los que han recibido
cualquiera de las órdenes mencionadas.
III. Contemplación
Común a la ordenación clerical de jerarcas,
sacerdotes y diáconos son la presentación ante el altar, la genuflexión, la
imposición de manos del obispo, la señal de la cruz, la proclamación, el beso
final. Ceremonia especial y propia del obispo es la imposición de las Santas
Escrituras sobre su cabeza, que no se hace con los otros órdenes inferiores.
Luego está el doblar ambas rodillas los sacerdotes, algo que no ocurre en la
ordenación de los diáconos, los cuales se arrodillan con una sola rodilla, como
ya dije.
La presentación y la genuflexión ante el altar
enseñan a todos los que reciben órdenes clericales que han de consagrar
plenamente sus vidas a Dios, fuente de toda consagración. Enseñan que han de
ofrecer la inteligencia santa, pura, semejante a la divina, digna en cuanto sea
posible del altar de Dios, perfectamente santo y sagrado, que consagra las
inteligencias deiformes.
La imposición de manos del obispo significa que
los órdenes reciben sus atributos y poderes, a la vez que su liberación de las
fuerzas del mal, de aquel que es fuente de protección para todo consagrado. Son
como niños piadosos bajo el cuidado de su padre. Les enseña también este rito a
desempeñar su oficio clerical como si estuvieran a las órdenes de Dios,
teniéndole como guía en todas sus actividades.
La señal de la cruz significa la renuncia a todo
deseo carnal. Indica una vida entregada a imitación de Dios, firmemente
orientada hacia la vida divina de Jesús, Verbo encarnado. El, estando limpio de
todo pecado, se humilló a sí mismo hasta la muerte, y muerte de cruz. El marca
con la señal de la cruz, que es imagen de su propia impecabilidad, a todos los
que le imitan.
La proclamación que hace el obispo con respecto a
la ordenación y a los ordenados significa el misterio de la elección divina. El
ordenante, en su amor de Dios, es intérprete y afirma que no los llama a la
ordenación basándose en su propio juicio, sino movido por inspiración divina que
le guía en cada ordenación jerárquica. Así Moisés, el fundador de la jerarquía
legal, no confirió la ordenación sacerdotal a Aarón, su hermano, a quien
reconoció amigo de Dios y digno del sacerdocio, hasta que Dios mismo se lo
mandó. Le concedió hacerlo en nombre de Dios, que es fuente de toda consagración
y plenitud sacerdotal. Nuestro primer y divino consagrante es Jesús. En su
infinito amor por nosotros se impuso este cargo y "no se exaltó a sí mismo",
como dice la Escritura. Antes bien, fue consagrante aquel que dijo: "Tú eres
sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec". Más aún, cuando El
confirió la ordenación a los propios discípulos, aun cuando por ser Dios era la
fuente de toda consagración, vemos que refirió el hecho de la consagración a su
Padre y al Espíritu Santo. Como testifica la Escritura, mandó a sus discípulos
"no apartarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, que de mí habéis
escuchado; [...] seréis bautizados en el Espíritu Santo". De modo semejante,
cuando el jefe de los apóstoles convocó a sus iguales, los diez obispos, para
conferir el sacerdocio a otro duodécimo, prudentemente dejó la elección a Dios
diciendo: "Muestra a cuál de éstos escoges"". Recibió en el colegio de los Doce
a aquel sobre quien cayó la divina suerte. Y ¿en qué consiste la suerte divina
que cayó sobre Matías? No encuentro satisfactoria ninguna de las muchas
respuestas que de esto se dan, por lo cual pienso: Me parece que la Escritura
llama "suerte" divina al don que manifestó a la asamblea de los apóstoles quién
era el elegido por Dios, ya que no es por elección propia como el santo obispo
debe conferir la ordenación sacerdotal. Más bien es por inspiración
sobrenatural como ha de realizar la sagrada ceremonia de forma jerárquica y
celestial.
6. El beso al final de la ordenación sacerdotal
tiene también un sentido sagrado. Besan al recién ordenado los clérigos
asistentes y el obispo consagrante. Cuando una inteligencia santa, por
cualidades y poderes dignos de su función sagrada, por su vocación divina, por
el sacramento que se confiere, accede a la dignidad sacerdotal, merece el amor
de sus iguales y de todos los que pertenecen a los órdenes más sagrados. Es
elevado a hermosura tal, que le pone en plena conformidad con Dios. Ama las
inteligencias, sus semejantes, y recibe en cambio su santo amor. Por tanto, la
ceremonia del beso que se intercambian los colegas sacerdotes está muy puesta en
razón. Significa la comunión sagrada que forman las inteligencias semejantes y
el amor gozosamente compartido que conserva la hermosura de toda jerarquía en
conformidad con Dios.
Estas son, como he dicho, las ceremonias comunes a
las ordenaciones sacerdotales. Pero sólo al obispo se le imponen las Escrituras
sobre la cabeza. Los obispos, hombres de Dios, poseen pleno poder sacerdotal
para santificar y enseñar. Se lo confiere la bondad divina, fuente de toda
santidad. Por eso se les imponen sobre la cabeza las escrituras que Dios nos
entregó y nos revelan todo lo que podemos conocer de Dios, todas sus
actuaciones y palabras, apariciones, sus santos dichos y hechos. En breve, todo
lo que la Deidad ha querido transmitir a la jerarquía humana, todo cuanto Dios
santamente ha hecho o dicho. El obispo que viva según Dios y disfrute plenamente
de poderes episcopales no se contenta solamente con el gozo de la verdadera y
divina iluminación intelectual que viene de toda palabra y acto litúrgico. Lo
transmite a los demás, conforme al rango jerárquico que ocupen. Porque está
dotado del conocimiento más divino, del mayor poder de elevación espiritual y
celebra las ordenaciones más santas de la jerarquía.
Se distingue la ordenación sacerdotal porque se arrodilla con ambas rodillas,
mientras que los diáconos sólo con una. En esa posición los ordena el obispo.
El arrodillarse indica la humildad con que se
acerca el postulante para ponerse bajo la protección divina. Como he dicho con
frecuencia, hay tres clases de iniciadores sagrados que, por medio de tres
santos sacramentos, se encargan de poner bajo el yugo divino a tres órdenes de
iniciados y asegurarles la salvación. Es natural, pues, que el orden de
diáconos, cuya misión es únicamente purificar, deba acercarse a los ya
purificados, y doblar una sola rodilla colocándose junto al altar donde mentes
limpias de toda mancha se santifican de manera superior a lo humano.
Pero los sacerdotes doblan ambas rodillas porque
su misión no se limita a la purificación de quienes se acercan. Elevándolos por
medio de las acciones litúrgicas que ellos celebran, después de haberlos
purificado de toda mancha, los sacerdotes los perfeccionan para que posean la
propiedad estable de poder entrar en contemplación. Con respecto al obispo,
habiéndose arrodillado con ambas rodillas, recibe sobre su cabeza las Escrituras
que Dios nos ha dado. A quienes los diáconos han purificado y los sacerdotes han
iluminado, el obispo los dirige hasta que entiendan los sagrados misterios en
que ya se iniciaron. Lo hace conforme a las leyes jerárquicas y en la medida
que ellos puedan recibirlo. Así perfecciona a los iniciados a fin de que su
santificación sea para ellos lo más perfecta posible.
CAPÍTULO VI: I. De los órdenes que forman los iniciados
1. Estos, pues, son los órdenes sacerdotales, sus poderes, sus actividades,
sus consagraciones. Digamos ahora algo sobre los tres órdenes de los iniciados
que les están sumisos.
Digo que forman los órdenes de los que están en
vías de purificación aquellos que son despedidos de los actos y consagraciones
de que ya hice mención. Ante todo, aquellos a quienes los diáconos les están
instruyendo todavía y formándolos en las Escrituras, que los encaminan a la vida
verdadera. A continuación, aquellos que siguen instruyéndose en las buenas
obras de la Escritura para volver a la vida santa de que se apartaron. Luego los
débiles, que se asustan de los ataques del enemigo; el poder de la Escritura
está en vías de fortalecerlos. Vienen después los que están todavía en el
pasaje del pecado a la santidad. Finalmente, los que carecen aún de
perseverancia, aunque se sienten atraídos por la virtud y la firmeza.
Estos son los órdenes formados por quienes están
en vías de purificación bajo el cuidado y poder purificador de los diáconos.
Gracias a este poder pueden aquellos acceder a la contemplación y a la comunión
iluminadoras de los sacramentos más luminosos.
Forman el orden intermedio los que se inician en
la contemplación de algunos misterios sagrados y que, estando ya bien
purificados, participan de ellos según su capacidad. Este grupo, para su
iluminación, se ha confiado a los sacerdotes. Es evidente, a mi parecer, que,
estando purificados de cualquier mancha oculta y con mentes sólidamente
formadas en santidad, los miembros de este grupo lleguen a conseguir un estado
habitual de contemplación. Participan, en la medida de sus fuerzas, de los
símbolos sagrados, y esta contemplación y comunión los llena de santa alegría.
En la medida de sus fuerzas, y gracias a su capacidad ascensional, se elevan
hasta el amor divino de lo que ya conocen. A este orden llamo yo pueblo santo.
Ha sufrido una purificación completa, por lo cual es apto para la visión sagrada
y comunión de los sacramentos más luminosos, en cuanto es posible.
El santo orden de los monjes es el más excelso de todos los iniciados. Ya están
purificados de toda mancha y tienen pleno poder y santidad completa en sus actividades.
Dentro de lo posible, este orden ha entrado en la sagrada actividad contemplativa y ha
logrado contemplación y comunión intelectual. Se le ha confiado el poder perfeccionante
de los obispos, esos hombres de Dios cuyas acciones iluminadoras y tradiciones jerárquicas
le han iniciado, según sus fuerzas, en las santas operaciones sacramentales. Se elevan,
gracias a esta ciencia sagrada, y según sus propios méritos, hasta la más completa
perfección correspondiente a este orden. Por eso nuestros santos jefes consideraron que
tales hombres eran dignos de varias denominaciones sagradas. Alguien los llamó
"terapeutas" o cuidadores. También "monjes", por la perfección con que
celebran el culto, es decir, el servicio de Dios, y porque su vida, lejos de andar dividida,
permanece perfectamente unificada por su sagrado recogimiento, que excluye toda distracción
y los capacita para llevar a perfección un peculiar género de vida que los identifica con Dios
y los abre a la perfección del amor divino. Por eso, la institución sagrada les ha otorgado
una gracia perfeccionante y juzgado dignos de hacer una invocación santificadora que no esté
reservada al obispo (como exclusivo de él es ordenar sacerdotes), sino a los sacerdotes piadosos,
que dan santamente bendiciones jerárquicas.
II. Misterio de la consagración de un monje
El sacerdote, puesto de pie frente al altar, canta la invocación de la consagración de un monje.
Este se coloca de pie, detrás del sacerdote, y no se arrodilla ni con una ni con las dos rodillas.
No se le imponen las Escrituras sobre la cabeza. No hace más que estar de pie mientras el sacerdote
canta sobre él la invocación mística Al final de ésta, el sacerdote se acerca. Antes de nada le
pregunta si está dispuesto a rechazar las obras y los mismos pensamientos que puedan crear división
en su vida. Le recuerda las normas reguladoras de la vida perfecta y claramente le advierte que no
ha de contentarse con vida de simple medianía. Una vez que el iniciado promete hacerlo, el sacerdote
le marca con la señal de la cruz, le corta el pelo e invoca a las tres Personas de la Deidad santísima.
Le despoja de sus vestiduras e impone el nuevo hábito. Luego, junto con los demás sacerdotes asistentes
a la ceremonia, le da el beso de paz y le confiere el derecho de participar en los sagrados misterios.
III. Contemplación
1. El hecho de que no se arrodille ni se le
impongan las Escrituras sobre la cabeza, y que esté de pie mientras el sacerdote
pronuncia la invocación, todo esto significa que el orden monacal no tiene el
oficio de dirigir a otros, sino que se identifica como estado de santa soledad,
haciendo lo que manden los sacerdotes. Por su fiel observancia, le elevan
espiritualmente a la ciencia divina de los misterios a que pueda asistir.
2. La renuncia a todas las actividades y
fantasías que pudieran conducirle a una vida de división consigo mismo expresa
la más perfecta sabiduría de la vida monástica en que florece la inteligencia de
los mandamientos conducentes a la unificación. Ya he dicho que entre estos
iniciados no hay orden medio, porque es el más sublime de todos. De ahí que sea
perfectamente correcto para individuos del orden medio lo que frecuentemente
está prohibido a los monjes. Su vida está simplificada y se han obligado a estar
unificados con el Uno, unidos con la santa Unidad; a imitar en cuanto les sea
posible la vida sacerdotal de aquellos con quienes están más
familiarizados que los órdenes de los otros iniciados.
3. La señal de la cruz proclama, como ya he dicho,
la muerte de todo deseo carnal. La tonsura simboliza una vida pura y
perfectamente liberada, sin adornos de apariencias imaginarias; antes bien,
elevada espontáneamente. Bellezas no hechas por mano de hombres levantan al
alma en unidad y simplificación hasta configurarse con Dios.
4. El despojarse del antiguo vestido y ponerse
otro diferente representa el paso de la vida santa de orden mediano a otro de
mayor perfección. Porque la ceremonia del nacimiento en Dios lleva consigo el
cambio de vestido para significar la elevación espiritual de una vida purificada
hasta las más altas cumbres de contemplación e iluminación.
El beso que dan al iniciado el sacerdote y los
demás asistentes es muestra del santo estado de comunión en que se unen todos
los configurados con Dios por lazos gozosos de amor mutuo y congratulación.
5. Al concluir estas ceremonias, el sacerdote
invita a los iniciados a tomar parte en la comunión con Dios. Esto muestra de
forma sagrada que el iniciado, si alcanza realmente el estado monástico y de
unificación, no sólo va a contemplar los mistemos que le son a él manifiestos,
ni vivirá solamente como los del orden medio en comunión a través de los
símbolos. Por el santo conocimiento de las ceremonias en que ya participa será
admitido en la comunión con Dios de modo muy diferente a como se admite en
general al pueblo santo.
Por la misma razón, el obispo invita a los
sacerdotes que ordena a que, pasado el momento culminante de la consagración,
durante la ceremonia, reciban de su mano la Sagrada Eucaristía. Esto es así no
sólo porque recibir los misterios sagrados es el punto culminante de la
participación jerárquica, sino también porque todos los órdenes sagrados
participan, cada cual a su manera, en el don divino de la comunión, por estar
espiritualmente elevados y más o menos deificados.
Resumamos ahora. Los santos sacramentos
proporcionan purificación, iluminación y perfección. Los diáconos forman el
orden que purifica. Los sacerdotes, el de la iluminación. Los obispos, que viven
configurados con Dios, constituyen el orden de los perfectos.
Los que están en vía purgativa, mientras duren en
tal estado, no participan ni de la visión de los misterios ni en la comunión
sagrada. Orden de contemplativos es el pueblo santo. Constituyen el orden de los
perfectos los monjes, porque han unificado sus vidas. Así, santa y
armoniosamente dividida en órdenes, según las revelaciones divinas, nuestra
propia jerarquía presenta la misma estructura que las jerarquías celestes.
Conserva con especial cuidado las propiedades que la semejan y configuran con
Dios.
6. Dirás que en las jerarquías celestes no existe
orden alguno en vía purgativa, pues no sería justo ni cierto decir que haya en
el Cielo algún orden impuro. Decir que los ángeles no son totalmente puros,
negándoles la plenitud de pureza trascendente, supone haber perdido todo sentido
de lo sagrado. Si algún ángel se dejare llevar del mal sería inmediatamente
desechado de la armonía del Cielo y privado de la compañía de los divinos
seres-inteligencias. Sucumbiría en las tinieblas, donde moran los apóstatas.
Y, sin embargo, podemos afirmar que en la
jerarquía celeste hay algo correspondiente a la purificación de los seres
inferiores: es la iluminación, que santamente les revela lo que estaba oculto
hasta entonces para ellos. Los conduce a un mayor conocimiento de la sabiduría
divina. En cierto sentido, los purifica de su ignorancia de verdades previamente
desconocidas. Y por medio de los seres superiores y más divinizados los eleva a
las cumbres más luminosas de los divinos resplandores.
Cabria distinguir también, dentro de la jerarquía
celeste, entre aquellos que están totalmente iluminados, perfectos, y los
órdenes que proporcionan purificación, iluminación y perfección. Los seres más
elevados y divinos tienen el triple oficio, en correlación con la jerarquía
celeste, de purificar de toda ignorancia a los órdenes celestes inferiores a
ellos, de darles plena iluminación y finalmente de perfeccionarlos en su
conocimiento de la sabiduría divina. Pues, como ya he dicho, conforme a las
Escrituras, los órdenes celestes no poseen en igual medida la luz que los
capacita para entender los misterios de Dios. Es Dios mismo quien ilumina
directamente a los órdenes de la primera jerarquía y, por medio de ellos, a los
órdenes inferiores, conforme a la capacidad de cada uno. Difunde sobre todos
ellos los fulgurantes resplandores del Rayo divino.
CAPÍTULO VII: I. Los ritos de difuntos
1. Expuesto lo que precede, creo que debemos
hablar ahora de nuestros sagrados ritos de difuntos. Difieren según se trate de
santos o de profanos, pues diferentes fueron sus vidas y sus muertes. Aquellos
que han vivido santamente, fieles a las verdaderas promesas de la Deidad, cuya
verdad han podido contemplar en la Resurrección, disfrutan de gozo inmenso.
Animados de firme y verdadera esperanza, caminan hasta la frontera de la muerte,
final de sus santos combates. Están ciertos de que para ellos habrá una total
resurrección que les dé vida eterna, de completa salvación. Almas santas, que en
esta vida pueden caer en pecado, en su renacimiento conseguirán inquebrantable
unión con Dios. Y los cuerpos puros, subyugados y peregrinos lo mismo que sus
almas, alistados entre el número de combatientes por la misma causa, serán
también galardonados por los sudores en servicio de Dios. Obtendrán para siempre
el premio de la resurrección y la misma vida de que disfrutan las almas.
Cuerpos unidos a las almas santas de las que fueron compañeros en esta vida,
han llegado a ser en cierto modo "miembros de Cristo.
Gozarán de inmortalidad dichosa en inquebrantable amistad con Dios.
Por eso, los santos mueren con gozo en la hora final de su combate.
2. Algunos profanos piensan el absurdo de que los
muertos vuelvan a la nada. Otros creen que la unión de alma y cuerpo se rompe
para siempre, pues imaginan que seria impropio del alma estar sujeta al cuerpo
en medio de su deificación feliz. Estas gentes, por falta de instrucción
suficiente en la ciencia sagrada, no tienen en cuenta el hecho de que Cristo nos
ha dado ya el ejemplo de vida humana en plena conformidad con Dios. Hay otros
que atribuyen diversos cuerpos a las almas, por lo cual, a mi juicio, se
muestran injustos con respecto a los cuerpos que han tomado parte en los
combates de las almas santas. Indignamente les niegan la sagrada recompensa que
han merecido al concluir su carrera divina. Otros, además, no sé cómo, llevados
de ideas materialistas, imaginaron que la santa paz y bienaventuranza perfecta,
prometida a los santos, se equipara a la felicidad terrena y, faltos de piedad,
sostienen que quienes ya llegaron a ser semejantes a los ángeles, consumen
alimentos igual que los de esta vida pasajera.
Jamás caerán en tal error los hombres santos, pues
saben que todo su ser obtendrá la paz que los hará semejantes a Cristo. Cuando
se aproximan al fin de sus vidas terrenas, ven muy claramente el camino que
lleva a la inmortalidad. Celebran los dones de la Deidad y, llenos de gozo
espiritual, ya no tienen miedo de caer en pecado, pues están convencidos de que
tienen, y tendrán para siempre, el premio que han merecido.
En cambio, aquellos que están llenos de pecados y
han recibido cierta preparación religiosa -iniciación que lamentablemente han
arrojado del entendimiento para poder abandonarse a sus perniciosos deseos-,
ésos, cuando lleguen al fin de sus días, se darán cuenta de que la ley divina de
las Escrituras merece mayor atención. Ven ahora con muy diferentes ojos los
placeres mortales, a los que ellos se entregaron tan apasionadamente. Les ocurre
otro tanto con el santo camino de la vida que tan imprudentemente abandonaron y
ahora elogian. Miserables e inseguros debido a sus vidas culpables, salen de
esta vida sin esperanza santa que los guíe.
3. Nada de eso ocurre a hombres santos cuando les
llega la hora de morir. Al final de sus combates, el justo está lleno de santa
alegría y camina muy feliz por la vía del santo renacimiento. Sus allegados, los
amigos de Dios, los de costumbres semejantes, le felicitan por haber llegado
piadosamente triunfante a la meta. Cantan himnos de acción de gracias a aquel
que logró esta victoria y piden les conceda también la gracia de tal paz. Luego
levantan el cuerpo del difunto y le llevan, como si fueran a coronarlo por su
victoria, ante el obispo. Este lo recibe gozoso, y conforme a las normas de la
sagrada liturgia, da cumplimiento a las ceremonias establecidas para honrar a
los que mueren santamente.
II. Misterios sobre aquellos que mueren santamente
Bajo la presidencia del obispo se reúne la
asamblea santa. Si el difunto pertenecía a un orden sagrado se le deposita al
pie del altar de Dios. Luego comienza el obispo las oraciones y acción de
gracias a Dios. Si el difunto era uno de los santos monjes, o del pueblo santo,
el obispo le pone enfrente del santuario, a la entrada del lugar sagrado, en
sitio reservado para el clero. Seguidamente recita las preces de acción de
gracias a Dios. Los diáconos leen entonces las promesas verdaderas contenidas
en las Escrituras sobre nuestra santa resurrección y cantan los salmos que se
refieren al mismo tema. A continuación, el jefe de los diáconos despide a los
catecúmenos, proclama los nombres de los santos ya muertos y considera al
recientemente fallecido digno de conmemorarle con aquéllos. A todos
invita a orar para que alcance la gloria con Cristo. Luego, el santo obispo se
acerca y recita una piadosísima plegaria sobre el finado. Al concluir besa al
difunto y hacen lo mismo sus acompañantes. Después de esto, el obispo unge con
óleo el cadáver y lo deposita junto a los restos de otros de su ordenó.
II. Contemplación
Si los paganos viesen u oyesen estas ceremonias
por nuestros difuntos, creo que se reirían con ganas y les daría lástima de
nuestros errores. Esto no debe sorprendernos, pues, como dice la Escritura, "si
no tenéis fe, no entenderéis". A nosotros, en cambio, la luz con que Jesús nos
iluminó nos ha hecho entender estos ritos. Afirmamos, pues, que no sin razón el
obispo introduce los cuerpos de los difuntos y los deposita en el lugar
reservado a los de su orden correspondiente. Con eso indica santamente que en el
momento de la regeneración a cada uno le irá conforme a su vida aquí abajo.
Quien haya llevado una vida de santa configuración con Dios -en cuanto esto le
sea posible al hombre-, vivirá en estado de bienaventuranza para siempre. Si
alguno vive justamente, pero no en plena conformidad con Dios, tendrá
recompensa justa en proporción a sus méritos. En acción de gracias por esta
justicia divina, el obispo recita una santa plegaria celebrando las alabanzas de
la Deidad, que a todos libra de los poderes tiránicos y nos lleva a la perfecta
equidad de sus juicios.
Los cantos y lecturas de las promesas divinas
hablan ante todo de la bienaventuranza y de la paz que gozarán por siempre los
que lleguen a la perfección. Se elogia el santo ejemplo del difunto y los vivos
son estimulados a perfección.
3. Observa que en esta ceremonia no a todos los
que están en vías de purificación se les manda salir como de costumbre. Los
catecúmenos únicamente son excluidos del sagrado recinto. Estos no han sido
todavía iniciados en ninguno de los sacramentos y estaría muy mal que los
admitieran en cualquier ceremonia, aun cuando fuere en pequeña parte de ella,
porque todavía no han recibido el primer don de luz por el nacimiento de Dios en
el alma y, por consiguiente, no les está permitido ver los sagrados misterios.
Los otros órdenes en vía de purificación ya han sido iniciados en la sagrada
tradición. Cierto que continúan dejándose neciamente seducir por el pecado en
vez de elevarse a mayor perfección, y por eso justamente se los excluye de estar
presentes y de participar en la comunión con Dios por medio de los símbolos
sacramentales. Si participasen indignamente en estas sagradas ceremonias, serían
ellos las primeras víctimas de su propia necedad y perderían el respeto a los
sagrados misterios y para consigo mismos. Pero está muy puesto en razón que se
les admita en esta sagrada ceremonia, pues claramente adoctrinan nuestra
serenidad ante la muerte los premios que las verdades de la Escritura prometen a
los santos y los interminables suplicios de los impíos. Les sería muy
provechoso asistir a esta ceremonia, donde el diácono proclama que quien acaba
santamente será contado para siempre en la compañía de los santos. Quizá ellos
sientan entonces deseos de un destino semejante y escuchando al diácono aprendan
que son realmente felices los que mueren en Cristo.
4. Se adelanta luego el santo obispo y reza las
preces sobre el difunto. A continuación le besa y asimismo los asistentes. La
oración está dirigida a la Bondad de Dios, suplicando perdón por todos sus
pecados de fragilidad y que sea puesto "en la luz de los vivientes", "en el seno
de Abrahán, Isaac y Jacob", "donde gozo y alegría alcanzarán, y huirán la
tristeza y los llantos".
5. Estos son, según yo creo, los premios más
dichosos de los santos. Pues ¿qué puede compararse con la inmortalidad libre de
toda pena y plenamente luminosa? Sin embargo, aquellas promesas deben expresarse
con palabras lo más convenientes posible al alcance de nuestra flaqueza.
Porque tales promesas exceden todo entendimiento, y los términos que las
formulan quedan muy cortos en la verdad que contienen. Debemos creer lo que dice
la Escritura: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo
que Dios ha preparado para los que le aman".
Por seno de los santos patriarcas y de otros
bienaventurados se entiende, yo creo, la perfecta bienaventuranza donde todos
aquellos que vivieron identificados con Dios son acogidos en perfección siempre
renovada de felicidad sin fin.
6. Aun cuando estés de acuerdo con lo que yo digo,
podrás responder que no comprendes por qué el obispo suplica a la Bondad de Dios
que perdone los pecados del difunto y le conceda el mismo orden y el mismo
destino luminoso de quienes vivieron en conformidad con Dios. Si cada uno, en
efecto, recibe de la justicia divina recompensa por el bien o mal que hizo en
esta vida, y es el caso que el difunto ha terminado aquí su vida, entonces, ¿con
qué plegaria podría el obispo conseguir para el difunto un cambio de estado
diferente del que había merecido durante esta vida?
Yo sé bien que cada uno recibirá lo que merece,
pues dice la Escritura que el Señor le ha cerrado la puerta y "reciba cada uno
lo que hubiere hecho por el cuerpo, bueno o malo". La verdadera doctrina de la
Escritura nos transmite el hecho de que las oraciones del justo aprovechan
solamente a quienes lo merecen en esta vida, no después de morir. ¿Pudo Samuel
conseguir algo para Saúl? ¿De qué le sirvieron al pueblo judío las oraciones de
los profetas? Sería una locura pretender que un hombre a quien hubiesen sacado
los ojos disfrute de la luz del sol, que reciben sólo los de ojos sanos. De
igual manera se apoya en una esperanza vana quien pide oraciones a los justos
mientras inutiliza la actividad normal de su santidad, negándose a recibir los
dones de Dios y despreciando los mandamientos más evidentes de su divina bondad.
Conforme a las Escrituras, sin embargo, afirmo que
las oraciones de los santos en esta vida son provechosísimas para quien anhela
los dones de Dios, que se dispone a recibirlos y que, consciente de su
fragilidad, busca la ayuda de una persona piadosa encomendándose en sus
oraciones. Tal auxilio no puede menos de serle de la mayor ayuda, ya que le
conseguirá los dones más divinos que desea. La Bondad de Dios le escuchará por
hallarle tan bien dispuesto, por el respeto que muestra a los santos, por el
laudable fervor con que pide los dones tan anhelados y por la vida que lleva de
sinceridad con sus deseos y en conformidad con Dios. Pues Dios, en sus juicios,
ha dispuesto que los dones divinos les sean concedidos por mediación de los que
son dignos de distribuirlos y conforme a los méritos de quienes los reciben.
Quizá alguno menosprecie este plan divino y, llevado de funesta presunción, se
imagine poder despreciar la mediación de los santos entendiéndose directamente
con la Deidad. Lo mismo si dirige a Dios peticiones indignas o impías, sin tener
vivos deseos de los dones divinos, entonces pierde los frutos incluso de una
oración defectuosa. Pero respecto a la plegaria mencionada, de la cual se sirve
el obispo para orar por el difunto, hay que explicarla conforme a las
tradiciones recibidas de nuestros jefes, los hombres de Dios.
7. Como dice la Escritura, el santo obispo da a
conocer los planes de Dios, pues él es un enviado del Señor Dios de los
ejércitos". Por lo que Dios le ha revelado en las Escrituras, él sabe que
quienes han llevado vida muy piadosa reciben vida de Dios luminosísima, según
los justos juicios de Dios y méritos de cada cual. La Deidad, llevada de su
amor misericordioso al hombre, cierra los ojos a las faltas provenientes de la
fragilidad humana. "Nadie -dice la Escritura- está libre de manchas". El obispo
conoce bien las verdades prometidas en las Escrituras. Ora para que se cumplan y
los que hayan llevado una vida santa reciban la merecida recompensa. Así se
llega a semejanza de la Bondad de Dios buscando, como si fuese en provecho
propio, dones en favor de los demás. Está cierto de que se cumplirán las
promesas de Dios, y asimismo enseña a todos los asistentes que las gracias
pedidas por el ejercicio de su ministerio les serán concedidas a cuantos lleven
vida perfecta en Dios. El obispo, como intérprete de la justicia divina, se
guardará de pedir algo contrario a lo que Dios desea y a sus divinas promesas.
Por tanto, no recitará las preces por los que mueren en estado de impiedad.
Hacerlo así seria faltar a su oficio de intérprete, obraría por iniciativa
propia dentro de la jerarquía y no bajo la guía de aquel que es principio de
todo sacramento. Además, porque Dios rechazaría su oración injusta
respondiéndole con las precisas palabras de la Escritura: "Pedís y no recibís
porque pedís mal". De este modo, el obispo, hombre de Dios, pedirá solamente lo
que esté conforme con las promesas divinas, lo que agrade a Dios, lo cual Dios
ciertamente le concederá. Muestra así ante Dios, amador del bien, que su
conducta está siempre de acuerdo con el Bien. Manifiesta igualmente a los
asistentes que bienes van a recibir los santos.
De igual manera, los obispos, como intérpretes de
la justicia divina, tienen poder de excomulgar. Esto no quiere decir que la
Deidad condescienda con sus caprichos, valga la expresión, porque el obispo
obedece al Espíritu, fuente de todo sacramento, y habla por su boca. Excomulga a
los que Dios ha juzgado ya. Está escrito: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes
perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis,
les serán retenidos". Y a quien Dios Padre ilumina con su revelación santa está
dicho en la Escritura: "Y cuanto atareis en la tierra, será atado en los cielos,
y cuanto desatareis en la tierra, será desatado en los cielos".
De este modo, Pedro, y los obispos también, han
recibido del Padre poder de juzgar, y siendo ellos hombres que explican la
revelación, tienen la misión de admitir a los amigos de Dios y excluir a los
impíos. Las palabras con que Pedro reconoce a Dios no proceden de su invención,
pues dice la Escritura: no de la carne ni de la sangre, sino de la luz y moción
divina que le inició en los sagrados misterios. Asimismo, los obispos de Dios
han de usar su poder de excomulgar y también sus otros poderes jerárquicos en la
medida que los induzca a ello la Deidad, fuente de todo sacramento. Todos han de
obedecer a los obispos siempre que actúen en cuanto tales, pues Dios mismo los
inspira. "El que a vosotros desecha -dice-, a mí me desecha".
8. Pero procedamos a lo que sigue a la oración
mencionada. Cuando todo ha concluido, el obispo y los demás acompañantes dan el
beso de paz al difunto, pues los que viven según Dios se muestran complacidos y
respetuosos con quien ha llevado una vida santa. El obispo, después del beso,
unge con óleo el cuerpo del difunto. Recuerda que el iniciado comienza su
participación en los sagrados símbolos con la unción de los santos óleos durante
el nacimiento de Dios en su alma antes de recibir el bautismo, después de
cambiar sus antiguas vestiduras por las nuevas. Ahora, en cambio, extiende el
santo óleo sobre el cuerpo del difunto cuando todo ha concluido. El iniciado era
entonces llamado al santo combate; ahora la efusión del óleo pone de manifiesto
que el difunto ha combatido hasta la victoria.
9. Luego de estas ceremonias, el obispo deposita
el cuerpo en lugar honorable, a continuación de otros cuerpos de los santos de
igual dignidad. Si el difunto, en efecto, ha llevado en alma y cuerpo una vida
agradable a Dios, su cuerpo merecerá participar en los honores tributados al
alma con quien ha compartido los combates sagrados. Por eso la justicia divina
asocia el cuerpo al alma cuando le llega el juicio, porque el cuerpo la acompañó
a lo largo del mismo viaje, por la santidad o por la impiedad. En consecuencia,
las instituciones sagradas a ambos les conceden participar en lo divino. Al
alma, por medio de pura contemplación y el conocimiento de los ritos sagrados.
Al cuerpo, por la imagen de los santos óleos y por el símbolo de la Sagrada
Comunión. Así se santifica toda la persona, logrando la obra santa de
santificación integral, y el conjunto de ritos litúrgicos anuncian la plena
resurrección que nos llegará.
10. En cuanto a las invocaciones consecratorias,
sería impropio poner por escrito lo que significan, ni podría revelarse
públicamente el sentido oculto y poder de Dios que contienen. La sagrada
tradición nos enseña que debemos aprenderla por un proceso completamente
privado. Debes perfeccionarte en el amor de Dios y de sus obras santas, llevando
una vida espiritualmente más elevada, más santa. Aquel que es fuente luminosa de
todo sacramento te elevará espiritualmente al conocimiento supremo de sus
misterios.
11. Tú dirás, sin embargo, que podría ser objeto
de burla por parte de los impíos el hecho de que a los niños, a pesar de su
incapacidad para entender los misterios divinos, se les admita al sacramento
del nacimiento de Dios en el alma y a la Sagrada Comunión. Efectivamente, podría
parecer que el obispo enseña los misterios divinos a quienes no pueden
entenderlos y que transmite las tradiciones a incapaces de comprender. Todavía
más ridículo les resulta el hecho de que otros, en lugar de los niños,
respondan a las renuncias y promesas sagradas.
Tú, como obispo, lo entiendes y no debes enojarte
con los que están equivocados. Antes bien, procura guiarlos a la luz refutando
amablemente sus objeciones y explicándoles, como advierte la santa Ley, que
nuestro conocimiento está lejos de abarcar todos los misterios divinos, muchos
de los cuales no están al alcance del entendimiento. Solamente los órdenes
superiores a nuestra condición humana conocen estos misterios que son dignos de
su naturaleza divina. Muchos de ellos sobrepasan a los seres más elevados, de
manera que los conoce plenamente sólo la Deidad, fuente de toda sabiduría. Sin
embargo, digamos lo que nuestros santos maestros, familiarizados con las
tradiciones más antiguas, nos han transmitido. Afirman con toda verdad que si
se educa a los niños en la sagrada Ley adquieren santas costumbres y no
sucumbirán en los errores y tentaciones de una vida impía. Conscientes de esta
verdad, nuestros santos maestros decidieron que seria bueno admitir a los niños
a los sacramentos, pero a condición de que los padres del niño le confíen a un
buen maestro, debidamente instruido en los misterios sagrados. Llevará a cabo su
instrucción religiosa como padre espiritual y custodio de su salvación. A quien
así se compromete a guiar al niño a lo largo del camino de una vida santa, le
pide el obispo que preste su consentimiento en las abjuraciones rituales y
santas promesas.
Están muy equivocados los que se ríen de esto
pensando que los padrinos se inician a los misterios en vez de los niños.
Ellos, en realidad, no dicen "yo hago las renuncias y promesas al niño," sino
que "el niño mismo es quien se compromete". En efecto, equivale a decir:
"Prometo que cuando este niño pueda entender las verdades sagradas, le
instruiré y formaré con mis enseñanzas, de tal manera que él renuncie a las
tentaciones del demonio y se obligue a poner por obra las santas promesas".
Nada, pues, hay de absurdo en que acompañe una
formación espiritual al desarrollo del niño. Esto supone, naturalmente, que hay
un jefe y padrino que forme santos hábitos en él y le defienda de las
tentaciones del diablo. El obispo admite al niño a participar en los símbolos
sagrados para que con ellos se nutra espiritualmente, pase toda su vida en
continua contemplación de los sagrados misterios, progrese espiritualmente al
estar en comunión con ellos, adquiera una santa y perseverante forma de vida y
crezca en santidad guiado por un padrino ejemplar, cuya vida esté en conformidad
con Dios.
Estos son, hijo mío, los hermosos y unificantes
puntos de vista que presenta nuestra jerarquía. Sin duda que otras inteligencias
más agudas no se limitarán a lo que yo he visto. Contemplarán horizontes mucho
más amplios y más conformes con Dios. Creo que también iluminarán tus ojos otras
hermosuras más brillantes y divinas. Por los pasos que yo te he presentado
subirás hasta el Rayo más sublime. Muéstrate generoso conmigo. Trae ante mis
ojos aquella iluminación más perfecta y evidente que obtendrás a medida que
crezca tu conocimiento de la Hermosura más amable y más próxima del Uno. Estoy
seguro de que mis palabras arrancarán chispas del fuego de Dios dormido en ti.
LOS NOMBRES DE DIOS
CAPÍTULO I: El presbítero Dionisio al copresbítero Timoteo.
Propósito de este tratado y cuál sea la tradición de los nombres de Dios
1. Ahora, dichoso amigo, después de las
Representaciones teológicas, voy a ocuparme, en la medida de mis fuerzas, de
explicar los nombres divinos. Atengámonos aquí también a la norma observada en
los textos sagrados: que cuando presentemos la verdad de la palabra de Dios "no
sea con persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación y
poder del Espíritu" dado a los escritores sagrados. Poder con que de manera
inefable y desconocida lograremos alcanzar unción tan alta que exceda cuanto
pudiéramos conseguir con raciocinio e inteligencia propios. Por eso, como norma
general, nadie se atreverá a hablar de la Deidad supraesencial y secreta en
términos o ideas que no hayan sido divinamente revelados en las Sagradas
Escrituras. Efectivamente, cualquier palabra o concepto resultan inadecuados
para expresar lo desconocido de la supraesencia, que está muy por encima de
todo ser. Necesitamos, para esto, un conocimiento supraesencial. Elevemos,
pues, nuestra mirada hasta donde alcancemos con ayuda del Rayo luminoso de las
palabras de Dios. Así dispuestos, acerquémonos con humilde adoración a los más
altos resplandores de lo divino.
Porque si damos crédito a la teología sapientísima
y veracísima, cada cual según su disposición llegará a conocer los secretos de
Dios en el alma. Dios es tan bueno que por salvarnos encierra de modo admirable
dentro de nuestras limitaciones su infinita e inmensa bondad.
Los sentidos no pueden percibir ni intuir lo que
es propio del entendimiento. Signos y figuras no son lo mismo que las realidades
inmateriales a que se refieren; lo corpóreo no aprisiona lo intangible e
incorpóreo. Del mismo modo, y con toda verdad, aquella infinita supra-esencia
trasciende toda esencia; aquella Unidad está más allá de toda inteligencia.
Ningún razonamiento puede alcanzar aquel Uno inescrutable. No hay palabras con
que poder expresar aquel Bien inefable, el Uno, fuente de toda unidad, ser
supraesencial, mente sobre toda mente, palabra sobre toda palabra. Trasciende
toda razón, toda intuición, todo nombre. El es el Ser y ningún ser es como El.
Causa de todo cuanto existe. El mismo está fuera de las categorías del ser. Sólo
El, con su sabiduría y señorío, puede dar a conocer de sí mismo lo que es.
2. Como ya queda dicho, nadie se atreva a definir
con palabras o conceptos la noción secreta y supraesencial de Dios. Atengámonos
sólo a lo que misericordiosamente se nos ha manifestado en las Santas
Escrituras. En ellas, Dios mismo se ha dignado enseñarnos que ninguna criatura
puede llegar a conocerle y contemplarle tal como es, ya que El lo trasciende
todo supraesencialmente.
Hallarás, sin embargo, que muchos teólogos hablan
de la Deidad como "invisible e incomprensible". No existe vestigio alguno por
donde penetrar en su infinitud secretísima. Sin embargo, este bien no se
mantiene totalmente incomunicado con las criaturas. Por sí mismo hace
generosamente extensivo a todos aquel firme Rayo supraesencial que le es propio
y constante. Cada uno lo recibe según su capacidad. De esta manera atrae hacia
sí las almas santas para contemplarle, dentro de lo posible, para entrar en
comunión con El y procurar imitarle.
Así sucede a cuantos se esfuerzan con la debida
rectitud y modestia. Tales almas de nada presumen insolentemente ni pretenden
sobrepasar los planes ,de Dios. No se dejan llevar de sus propias inclinaciones
al mal. Son almas que con firmeza y perseverancia se elevan en pos del Rayo que
las ilumina. En respuesta de amor a la luz recibida, levantan humildemente su
vuelo en santidad.
3. Pongámonos en camino hacia donde nos invitan
aquellas divinas ordenanzas que regulan todas las jerarquías en los cielos.
Con moderación y santificadas nuestras mentes, rendimos homenaje al misterio de
la Deidad, que trasciende todo nuestro pensamiento y todo ser. En humilde
silencio adoramos lo inefable. Nos elevamos atraídos por los rayos luminosos de
las Santas Escrituras; su esplendor nos impulsa a entonar himnos de alabanza.
Contemplamos la luz divina que nos dispone para alabar la Fuente donde mana
abundante toda iluminación santa. La Fuente que nos habla de sí misma con
palabras de las Santas Escrituras.
Es en verdad causa, origen, esencia y vida de
todas las cosas. Voz que llama a los alejados para que vuelvan a la vida:
renovación de la divina imagen perdida. Apoyo para los zarandeados por la
impureza. Seguridad de cuantos permanecen firmes. Guía de quienes le siguen.
Fundamento de perfección para los perfectos. Plenitud de la Divinidad para los
que se divinizan. Simplicidad de los que se simplifican. Unidad de quienes
logran la unión. Principio supraesencial de todo principio, prodiga en lo
posible bondadosamente sus secretos.
En resumen, es Vida de los vivientes, esencia de
los seres. Principio y Causa, por su bondad, de toda vida y esencia. Por su
misma bondad produce y mantiene en su ser todas las cosas.
4. Conocemos todo esto por las Santas Escrituras.
Y podría decirse que en casi todas ellas verás cómo los autores sagrados forman
los nombres divinos según las bondadosas manifestaciones de la Deidad.
Por eso, en casi toda explanación teológica
observamos que se alaba santamente a la Deidad, Mónada o Unidad por la sublime
simplicidad e indivisible unidad. Su poder unificante atrae sobrenaturalmente
nuestra múltiple diversidad a su Unidad. Nos hace unidad semejante a Dios Uno.
Celebrada también como Trinidad que manifiesta su
fecundidad supraesencial en tres Personas. De aquí procede toda paternidad en
los cielos y en la tierra. Se la llama Causa de todos los seres porque por su
bondad emplea su poder creante llamando todas las cosas de la nada al ser.
Sabia y Hermosa, porque todo ser conserva inalteradas las cualidades propias de
su naturaleza, gracias a la presencia esencial de la armonía divina y sagrada
belleza. Amor de predilección hacia todo ser humano, porque con plena verdad
Dios ha compartido su naturaleza con la nuestra es una sola Persona, llamando a
sí y uniendo a ella la pequeñez humana.
Admirablemente Jesús asumió naturaleza humana sin
dejar de ser Dios; el que es eterno se enmarcó en el tiempo; Aquel que es
esencialmente trascendente a todo el orden natural, sin perder nada de lo que es
como Dios, se encerró dentro de la naturaleza humana.
También nosotros estamos sumergidos en estos y
otros semejantes resplandores deíficos, que en armonía con las Escrituras nos
transmitieron con maravillosa interpretación nuestros preceptores.
Pero como nosotros entendemos a través de los
sentidos, según nuestra capacidad, el amor que Dios nos tiene envuelve lo
inteligible en lo sensible. Reviste con velos sagrados la divina palabra y las
tradiciones jerárquicas. Asimismo está lo supraesencial ceñido a la sustancia
de las cosas. Las formas y figuras rodean lo invisible; multiplican y
materializan variedades de signos divididos lo que es sobrenatural simplicidad.
Pero cuando nos transformemos en incorruptibles e
inmortales, después de alcanzar el estado de perfecta bienaventuranza con los
que ya están configurados con Cristo, entonces, como está escrito, "estaremos
siempre con el Señor". Nos saciaremos con la pura contemplación visible del
mismo Dios, envueltos en su glorioso resplandor, como se manifestó a los
discípulos en la sacratísima transfiguración. Libre ya la mente de pasiones y
de materialidad, nos hará Dios partícipes de sus fulgurantes rayos de luz
intelectual, sin que podamos comprender cómo. Luz que nos une con El y nos hace
felices. De modo maravilloso, nuestras mentes estarán como aquellas
inteligencias celestes según dice la Escritura: "Son semejantes a los ángeles e
hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección".
Mas al presente nos valemos de símbolos para entender, en cuanto nos es dado,
las realidades divinas. Mediante ellos, según nuestra capacidad, nos elevamos
a la verdad una y desnuda. Entonces abandonaremos las imágenes que teníamos de
lo divino.
Despojados del entender que nos es propio,
avanzamos en cuanto podemos hacia aquel Rayo supra-esencial. Nadie lo puede
imaginar ni hay palabras con que dar a entender lo que ello es, pues nada de
cuanto existe se le puede comparar. Sin embargo, aquel Rayo contiene en sí, de
modo global y en supraesencia, todas las cosas aun antes de que existan y todo
natural conocimiento y energía. Su poder inaccesible a cualquier otra criatura
le hace superior a toda inteligencia celestial. Todo conocimiento, en realidad,
tiene un ser como objeto. Aquello que es superior a todo objeto trasciende
también todo conocimiento.
5. ¿Cómo, pues, podemos hablar de los nombres de
Dios? ¿Cómo puede ser esto si el Trascendente sobrepasa todo discurso y todo
conocimiento, si su morada no está al alcance de ningún ser ni entendimiento, si
El comprende, encierra, es antes y después que todas las cosas, mientras que
escapa a toda percepción, imaginación, opinión, nombre, discurso, aprehensión o
entender? ¿Cómo nos atreveremos a intentarlo si la Deidad está más allá de todo
ser, es inefable, ningún nombre la puede definir?
Queda dicho en mis Representaciones teológicas que
no podemos alcanzar con el pensamiento ni con palabras al Uno, Incognoscible,
Supraesencial, la misma Bondad, la trina Unidad, tres Personas igualmente
divinas y buenas. Ni tampoco podemos conocer ni explicar (llámense inmisiones o
suscepciones) de qué manera los santos ángeles se comuniquen con aquella Bondad supraesencial. Tales cosas no están al alcance de ningún entendimiento ni aun
siquiera de los mismos ángeles, excepto algunos de entre ellos que de modo
misterioso lo han merecido.
Cuando algunas inteligencias, a imitación de los
ángeles, en cuanto es posible, han llegado a deificarse de ese modo, alaban a
Dios de la manera más perfecta, prescindiendo de todo discurso y olvidándose de
las cosas. Real y sobrenaturalmente iluminadas por tan santa unión con la Luz,
estas almas descubren que, siendo Dios causa de todo ser, El no es nada de esto,
pues de todo ser está supraesencialmente separado.
Por consiguiente, teniendo en cuenta que Dios es
supraesencial a todo ser y bondad, nadie que ame la Verdad que está por encima
de toda verdad le tributará homenaje como palabra, o inteligencia, o vida o ser.
No. Está muy lejos de cualquier manera de ser, de todo movimiento, vida,
imaginación, opinión, nombre, palabra, pensamiento, inteligencia, sustancia,
estado, principio, unión, fin, inmensidad. De todo cuanto existe.
Sin embargo, el hecho de ser la misma Bondad
universal es causa de todo ser, y para alabar a esta bondadosa Providencia
necesitamos verla en todos sus efectos. Es el centro de toda la creación y
dirige a su fin todas las cosas. "El es antes que todo y todo subsiste en El".
Su presencia en el mundo es causa de que todo exista. Todas las cosas la desean:
las espirituales y racionales, por vía de entendimiento; las inferiores a
éstas, por la sensación; todo lo demás, o bien por vía de movimiento vital,
sustancial, o según convenga a su propio ser.
6. Conscientes de esto, los teólogos alaban al Sin
Nombre o le invocan con todo nombre. El Sin Nombre, porque el mismo Dios en una
de sus místicas visiones donde se apareció simbólicamente reprendió a aquel que
le había preguntado "¿Cuál es tu nombre?" Y para impedirle limitar su
conocimiento a un mero nombre le respondió: "¿Por qué me preguntas el nombre
viendo que es admirable?"
¿No es realmente admirable este "nombre que está
sobre todo nombre"? Por eso es el Sin Nombre. Está ciertamente constituido "por
encima de todo cuanto tiene nombre, en este siglo y en el venidero".
Por otra parte, se emplean muchos nombres refiriéndose a Dios, diciendo: "Yo soy el
que soy", "vida" "luz", "Dios", "Verdad".
Asimismo los escritores sagrados cuando alaban la Causa de todas las cosas invocan a Dios
en relación con sus efectos como Bondad" Hermosura, Sabio", Amado, Dios de dioses,
Señor de los señores", Santo de los santos'', Eterno", el que Es" Autor de
los siglos, Dispensador de la vida", Sabiduría Inteligencia", Verbo",
Conocedor", Poseedor en grado supremo de todos los tesoros de la ciencia", Poder,
Rey de reyes, Anciano de los días", Juventud eterna e inmutable", Salvación",
Justicia", Santificación, Redención", el Superior a todo y manifiesto como suave
brisa".
Dicen también que El está en nuestras mentes,
almas, cuerpos, en el Cielo y en la tierra". Permanece siempre idéntico a sí
mismo", a la vez que está dentro, sobre y alrededor del universo", por encima
de los cielos", Sobresencia, Sol, Estrella", Fuego", Agua, Viento, Nube, Piedra
angular, Roca", El es todo y no es ninguna cosa.
7. Así, pues, a aquel que es causa de todas las
cosas y o trasciende todo le cuadra a la vez el Sin Nombre y los nombres de
todas las cosas. Es verdaderamente Rey del universo: todas las cosas dependen de
El, que es su causa, principio y fin. El es, como dice la Escritura, "todo en
todas as cosas", y ciertamente merece alabanza como creador y Fundamento de
todas las cosas, su perfeccionador, conservador, guardián y morada. Encamina
todo hacia sí mismo con un solo acto, irreprensible, excelente. Esta Bondad Sin
Nombre es no sólo causa que todo lo coordina, vitaliza y perfecciona, de manera
que por esto nuestras medidas prudenciales merece llamarse así. Hay más, esta
Bondad Sin Nombre contiene en sí de manera simple indefinida todas las cosas
antes de que existan. Así es por infinita bondad de su Providencia, perfecta y
única causa universal. Por lo cual, merece alabanza y los nombres de toda la
creación.
8. Por lo demás, los teólogos no se limitan a los
nombres de Dios, derivados de actos generales o particulares de la Providencia.
Algunos, además, provienen de las visiones sobrenaturales que iluminan a los
iniciados y a los profetas en los templos y en otras partes.
Por eso dan nombres a la Bondad divina según su
múltiple fuerza y causalidad, pues sobrepasa todo nombre y esplendor. Le
atribuyen formas y figuras de toda clase: humanas", ígneas y de zafiro". Alaban
también sus ojos, oídos", cabellos'', rostro, manos", espaldas", alas", brazos,
dorso", pies". Le han atribuido también coronas", tronos", cálices, copas de
libación" y cosas semejantes que describiré lo mejor que pueda en la Teología
simbólica".
De momento, pasemos a explicar el significado de
los nombres de Dios, valiéndonos para ello de cuanto nos dicen las Sagradas
Escrituras y guiándonos por lo que ya queda dicho. Como está dispuesto por ley
jerárquica para el estudio de toda teología, fijémonos con mirada mística en
estas contemplaciones deiformes, hablando con propiedad, y santifiquemos
nuestros oídos para escuchar las explicaciones de los santos nombres de Dios.
Conforme a la sagrada tradición, dejemos las cosas santas sólo para los santos"
y evitemos que sean objeto de irrisión y burla para los profanos. Antes bien,
ahorremos a estos hombres, si los hay, cualquier hostilidad sacrílega.
Ten bien en cuenta esto, excelente Timoteo, y
procede conforme a la enseñanza sagrada. Ni de palabra ni de modo alguno des las
cosas santas a los profanos. Por cuanto a mí toca, concédame Dios celebrar
dignamente los muchos y diferentes nombres por los que se manifiesta su divina
Bondad, aunque ningún nombre sea digno de la Deidad. "No aparte El de mis labios
la palabra verdadera".
CAPÍTULO II: Unificación y diferenciación en Dios. Qué significa en Dios unidad y diferencia
1. Las Sagradas Escrituras celebran la plena
esencia de la Deidad, sea cual sea lo que se define y manifiesta por la bondad
infinita. ¿De qué otro modo podemos interpretar la Sagrada Escritura cuando nos
dice que la Divinidad, hablando de sí misma, se manifestó en estos términos?:
"¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios".
Ya he tratado sobre esto en otro lugar, y demostré
que en las Sagradas Escrituras se emplean siempre los nombres dignos de Dios
para referirse a la Deidad, no en parte, sino plena y enteramente, total e
indivisa. Todos la significan imparticipada y absolutamente, sin observación de
diferencia alguna, universalmente, plenitud de la Divinidad, perfecta en todo.
Efectivamente, como ya indiqué en Representaciones teológicas, seria una
blasfemia negar que cualquiera de estos nombres no se refiere a la Deidad en
todo su ser. Seria una profanación atreverse a dividir la Unidad, una y simple,
que todo lo trasciende.
Por tanto, hay que decir que estos nombres deben
entenderse con relación a toda la Deidad. De hecho, el Verbo, que es
absolutamente bueno, dice: "Yo soy bueno''. Un profeta, divinamente inspirado,
alaba también la "bondad" del Espíritu. Lo mismo ha de entenderse de "Yo soy
el que soy". Si dijeren que esto se refiere a una parte de la Deidad y no a toda
ella, ¿cómo podría entenderse lo siguiente: "Dice el Señor Dios, el que es, el
que era, el que viene Todopoderoso"? y "Tú siempre eres el mismo". Y además: "El
Espíritu de verdad, que procede del Padre'''. Y si no se admite que toda la
Deidad es vida, ¿qué podrá haber de verdad en estas sagradas palabras: "Como el
Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo, a los que
quiere, les da la vida"? O esto: "El Espíritu es el que da vida''.
Eso mismo ocurre con el señorío universal que se
atribuye a la Deidad. No se podría decir "Señor" ni a Dios Padre ni a Dios Hijo,
como se afirma en las Sagradas Escrituras. El Espíritu Santo es igualmente
"Señor".
"Hermosura", "Sabiduría", se predican de la Deidad en cuanto tal.
Igualmente, las Escrituras Sagradas alaban a Dios con los términos "luz",
"poder deificante", "causa" y otros, propios de la divina alabanza.
Globalmente dicen: "Todo viene de Dios". Más concretamente: "Porque en
El fueron hechas todas las cosas y todo subsiste en El. También: "Si mandas tu
Espíritu, se recrían". El mismo Verbo divino lo resume en estos términos: "Yo y
el Padre somos una misma cosa" y "Todo cuanto tiene el Padre es mío"; además,
"Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío". Digamos una vez más que cuanto tienen en
común con el Padre, el mismo Hijo lo atribuye igualmente al Espíritu Santo, como realidad
común y única. Tales son las operaciones divinas: santo respeto, principio creador inextinguible,
distribución de dones propios de la Bondad infinita.
Cualquier persona rectamente instruida en las Santas Escrituras no podrá menos de reconocer,
pienso yo, que cuanto se atribuye a Dios conviene igualmente a toda la Deidad en cuanto tal.
En otro lugar he demostrado y analizado ampliamente, con referencias escriturísticas,
esta cuestión. Por tanto, hecha esta breve y fragmentaria explicación, quede claro que los
nombres divinos de que tratamos se refieren a la Deidad en su plenitud.
2. Si alguien objetare que por este procedimiento
se crea cierta confusión en las distinciones correspondientes a la Deidad, me
parece que le sería imposible probar su razonamiento. Porque, si tal persona
rechazare absolutamente la doctrina de la Sagrada Escritura, estaría muy lejos
de nuestra manera de pensar. Y si no le importare nada la sabiduría divina de
las Santas Escrituras, ¿por qué nos vamos a preocupar de instruirle en la
ciencia teológica?
Si, al contrario, tal persona presta atención a la
verdad de las Escrituras, apoyándonos en esta misma norma y luz, con toda
diligencia le explicaré, en cuanto me sea posible, que la teología ciertamente
presenta algunas verdades que convienen a las Personas divinas en común y otras
a alguna Persona en particular. No es lícito separar lo unido ni confundir lo
distinto, sino que, guiados por la enseñanza recibida, debemos elevar nuestra
mirada a los divinos resplandores. Así recibiremos las divinas ilustraciones
como la más preciosa norma de verdad, guardando en nosotros mismos su contenido,
sin añadir ni quitar ni cambiar nada. Respetando las Santas Escrituras, nos
protegemos a nosotros mismos, y de allí sacaremos fuerzas para defender a
quienes las observen.
3. Algunos nombres son comunes a toda la Deidad,
como he demostrado copiosamente en Representaciones teológicas a la luz de las
Santas Escrituras. Por lo cual, decimos que la Deidad es más que buena, más que
Dios, supraesencial, más que viviente, más que sabia. Y le atribuimos
generalmente nombres que indican eminencia por vía de negación. También nombres
que significan causalidad, como Bien, Hermosura, Ser, Fuente de vida, Sabiduría
y cuantos corresponden a los dones propios de la Bondad de Dios, mediante los
cuales se hace referencia a la Causa de todo bien.
Hay también nombres que significan realidades
distintas y supraesenciales: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Términos que no
pueden intercambiarse ni tienen nada en común. Es asimismo distinto e íntegro y
perfecto el ser de Jesús hecho hombre y todos los misterios sustanciales de su
humanidad.
4. Creo que debemos ahondar más en la explicación del modo perfectísimo de la
unidad y distinción en la Deidad. Preciso es dejar esto claro para que, removida
la oscuridad y confusión en cuanto sea posible, podamos hablar en adelante con
distinción, propiedad y orden.
Como he dicho en otro lugar, quienes conocen a
fondo nuestras tradiciones teológicas llaman unidades divinas a las realidades
secretas e incomunicables, profundas más que un abismo. Estas constituyen la
Unidad suprainefable y supracognoscible. Afirman que las procesiones y
manifestaciones dentro de la Deidad, propias de su bondad, constituyen las
diferencias. Aún más: en conformidad con la Sagrada Escritura, hay atributos
propios de la Unicidad, mientras que hay diferencias consiguientes a la
distinción propia de Dios. Por ejemplo: en vista de la unidad divina supraesencial, hacen propios de la indivisible Trinidad los siguientes atributos
unitarios y comunes: Subsistencia supraesencial, Deidad supradivina, Bondad que
trasciende todo bien, Supraidentidad por encima de toda propiedad individual,
Unidad superior a cualquier principio de unidad, Infalibilidad, Inteligibilidad
de todo cuanto se pueda conocer.
Afirmación total, negación total. Más allá de toda
afirmación o negación. Morada y Fundamento, si se puede decir esto, de las
Personas divinas, que son fuente de unicidad por cuanto están, sin que se
confundan las propias diferencias, supraesencialmente unidas en un todo.
Un ejemplo familiar que entre por los ojos: la luz
de varias lámparas en una casa se compenetra a la vez que cada una permanece
distinta. Hay distinción en la unidad y unidad en la distinción. Aunque haya
muchas lámparas en la casa, una sola es la luz, sin diferencia; todas ellas
producen un solo resplandor. Nadie, creo yo, puede separar una de otra la luz de
aquellas lámparas extrayéndola del aire que contiene la de todas. Ni puede ver
la luz de una sin ver la de las otras, pues todas están igualmente mezcladas a
la vez que cada una conserva su plena distinción.
Si alguien saca una lámpara de la casa, juntamente
saldrá toda su propia luz, sin llevarse nada de las otras lámparas ni dejarles
nada de la luz propia. Como queda dicho, la fusión de aquellas luces era total y
perfecta, sin que por ello hubiese desaparecido la propia individualidad ni se
diera la menor confusión. Se trata aquí de un aire corporal y una luz producida
por un fuego material.
¿Qué decir de la unión supraesencial? Esta sobrepasa la unión de objetos corporales
y también la de las almas e incluso la del espíritu. Cierto que ya son translúcidos
sobrenaturalmente. Luces del Cielo, los hace ser transparentes de modo sobrenatural,
a semejanza de Dios, pero no se trata más que de participar en proporción a la
intimidad que haya con la Unidad trascendente.
5. En la teología de la supraesencia, la
distinción, como he dicho, no consiste solamente en que cada una de las
Personas, principio de unidad, subsiste en la misma Unidad, sin mezcla ni
confusión entre sí. Más aún: los atributos correspondientes a la generación supraesencial en el seno de la Deidad son totalmente incomunicables. En Deidad
supraesencial, el Padre es la única fuente; el Hijo no es el Padre ni el Padre
el Hijo. A cada una de las Personas divinas le corresponden sus inalienables
alabanzas. Así son estas uniones y distinciones en aquella inefable unidad y
esencia.
Por otra parte, el dinamismo de la Bondad divina
produce la distinción en Dios, de manera que la única Deidad, a la vez que es
eminentemente una, se prodiga en multiplicidad. Tal distinción en Dios concentra
igualmente en la Unidad los dones intercomunicables, ser, vida, sabiduría, y
larguezas semejantes que prodiga la Bondad creadora de todo. Los participantes
alaban los dones que son participados sin ser aminorados.
Participan en la Deidad en su plenitud: común,
unificada y única para cada uno de los participantes; no parcialmente. Como
los rayos de una circunferencia: participan del punto central, en plenitud,
todos y cada uno. Como la marca de un sello: todas y cada una de las figuras
marcadas son idénticas totalmente, no en parte, al sello original o arquetipo.
Pero la Deidad, Causa de todo ser, supera
infinitamente estos ejemplos. Es imparticipable. Sus participantes no tienen
punto de contacto ni mezcla alguna con la Deidad, que todo lo trasciende.
6. Podría alguno decir que el sello no está todo y
el mismo en cada figura. Respondo: no es falta del sello, el cual se transmite
con toda integridad en cada figura; la desigualdad de las reproducciones depende
de la diversidad del material en que se imprime el sello. Por ejemplo, si son
materias blandas, fáciles de impresionar, lisas y limpias, no refractarias ni
duras, no fluidas ni inconsistentes, entonces la impresión resultará pura, clara
y durable. Pero si fuere deficiente el material receptor, ésta sería la causa
de que la figura resultase menos marcada y clara y de que sobreviniesen todos
aquellos defectos que suelen ocurrir por ineptitud de los participantes.
El caso de nuestra redención es diferente: no la
Deidad en cuanto tal; fue sólo el Verbo, que está por encima de toda sustancia,
quien asumió verdadera e íntegramente nuestra condición humana, actuó y sufrió
todo lo común y propio de la naturaleza humana. Esta realización no pertenece al
Padre ni al Espíritu Santo, si exceptuamos el plan común de amor para salvar a
todos los hombres. También es común a la Deidad la operación total, trascendente
e inefable que llevó a cabo el Verbo, Dios inmutable.
Así queda claro que en nuestro estudio procedemos uniendo y distinguiendo las propiedades divinas, según que estos atributos estén identificados o diferenciados.
En mis Representaciones teológicas a la luz de las
Santas Escrituras, he tratado sistemáticamente, lo mejor que pude, las causas de
unidad y diferencias conforme a las propiedades de la naturaleza divina.
Expliqué algunas de esas causas con sólidas razones, sereno ánimo y mente
esclarecida por la luz de las Santas Escrituras. Para otras he seguido la
tradición divina, elevándome en estos misterios sobre toda operación del
entendimiento.
La verdad es que las realidades divinas nos llegan
por conocimiento indirecto, por vía de participación. Lo que son en sí, en su
fuente y fundamento, escapa al alcance del entendimiento, de todo ser y conocer.
Por ejemplo, cuando al Arcano supraesencial lo llamamos Dios, Vida, Ser, Luz,
Verbo, nuestro entendimiento no capta más que ciertas propiedades deíficas,
vivificantes, causas de ser y saber, que dimanan del origen hasta nosotros.
A Dios no llegamos más que por el abandono de toda
operación intelectual. Cuando nos esforzamos por penetrar en el Arcano, nos
encontramos sin divinización, sin vida, sin nada que nos haga semejantes a la
Causa que trasciende absolutamente todo ser. Sabemos además, por las Sagradas
Escrituras, que en la Deidad el Padre es manantial; el Hijo y el Espíritu son,
valga la expresión, brotes de la Deidad generante, su florecimiento y luces
trascendentes. Nosotros, por nuestra parte, no podemos ni decir ni entender
cómo pueda ser eso.
Lo más que podemos conseguir con nuestra actitud intelectual es comprender que
nos ha sido concedido tanto a nosotros como a los poderes supracelestes participar
de la paternidad y filiación divinas. Así nos lo otorga el supraeminente origen de
toda paternidad y filiación. Por eso, todas las almas semejantes a Dios son y se
llaman "dioses", "hijos de Dios", "padres de dioses".
Se trata de paternidad y filiación puramente
espirituales, no corpóreas y materiales, sino del alma. Es obra del Espíritu
Santo, que trasciende toda inmaterialidad y divinización. Obra también del
Padre y del Hijo, que por su trascendencia están asimismo más allá de cualquier
otra paternidad y filiación divinas. En realidad, no hay perfecta y absoluta
semejanza entre causa y efectos. Estos llevan consigo la impronta de sus
orígenes solamente en cuanto pueden, mientras que las causas, independientes de
los efectos, los trascienden por su propia naturaleza de principio.
Algunos ejemplos familiares. Decimos que los
placeres son causa de nuestros sufrimientos, pero en realidad los placeres y
penas ni gozan ni sufren. Asimismo el fuego: calienta y quema, pero no decimos
que el fuego recibe calor ni fuego. Y si alguno dijere que la misma vida vivía o
que la luz era iluminada, no hablaría con propiedad, a mi juicio. A no ser que
tales expresiones tengan sentido diferente, queriendo decir que en realidad los
efectos están contenidos en las causas en grado eminente.
9. La verdad más clara de teología es que Jesús se
encarnó por nuestra salvación. Ninguna inteligencia, sin embargo, lo puede
explicar ni comprender. Ni siquiera los ángeles de mayor rango. Es un verdadero
misterio para nosotros el que Jesús decidiera hacerse hombre. No hay manera de
que entendamos cómo haya podido hacerse hombre de sangre virginal por otra ley
diferente de la natural. No comprendemos cómo pudo andar sobre las aguas,
materia líquida, fluida, sin mojarse los pies ni hundirse por el peso del
cuerpo. En general, no comprendemos cuanto se refiere a la naturaleza
sobrenatural de Jesús.
He dicho ya bastante sobre esto en otro lugar, y
mi famoso maestro lo ha celebrado maravillosamente en sus Elementos de teología.
Doctrina que, en parte, tomó de la sagrada tradición y en parte por largo y
concienzudo estudio de las Sagradas Escrituras, o conociéndolo, más que por
ciencia teórica, por experiencia personal de lo divino, pues disfrutaba de
cierta connaturalidad con estos temas, si me es lícito hablar así,
identificándose interiormente con ellos. Así pudo conocer aquella Unidad
mística y la fe, que no se alcanza por el estudio.
Para presentar en pocas palabras numerosos y preciosísimos datos de su preclara
inteligencia, véase lo que dice de Jesús en los Elementos de teología.
10. Tomado de los "Elementos de teología" del muy
santo Hieroteo: "La divinidad de Jesús es causa que todo lo perfecciona, y
conserva las partes en tal armonía con el todo que ni es parte ni es todo,
siendo al mismo tiempo las dos cosas: todo y parte. Dentro de su total unidad
contiene de modo eminente y por anticipación el todo y las partes. Tal
perfección está en los imperfectos como fuente de perfección. Está también en
los perfectos, pero como trascendente y anterior a su perfección de ellos. Es
forma informante de cuanto carece de forma, pues es su principio formal. Es
también la forma trascendente en lo que ya está formado. Es ser que está sobre
todo ser sin que nada lo alcance. Supraesencia de toda esencia. Es límite de
todo, principio y cauce, pero está por encima de todo principio y orden. Es la
medida de todas las cosas. Es eternidad que trasciende y es anterior a la
eternidad. Es abundancia donde hay escasez, y sobreabundancia donde no falta
nada. Indescriptible, inefable; trasciende toda inteligencia, toda vida, todo
ser. Maravillosamente posee toda maravilla y trasciende todo lo trascendente".
"Por amor ha descendido a nuestro nivel y se ha
hecho una criatura. Aquel que es supraesencial a la idea de Dios se ha hecho
hombre (alabemos con plena reverencia esta verdad, que no alcanzamos ni a
expresar ni pensar). En esta condición humana permanece siendo lo que es:
admirable y supraesencial. Se hizo igual a nosotros sin dejar de ser nada de lo
que era. Nada disminuye su plena grandeza por la inefable humillación de sí
mismo. Y esto es lo más admirable: siendo hombre come nosotros, fue siempre
maravilloso y supraesencia de nuestra esencia. Todo lo nuestro estaba en El de
modo eminente, y en El nos sobrepasamos a nosotros mismos.
11. De esto ya basta. Continuemos ahora explicando
en cuanto nos sea posible, los nombres comunes y propios de la divina
distinción. Comencemos definiendo claramente las "distinciones divinas," que,
como ya hemos indicado, son irradiaciones misericordiosas de la Deidad Esta se
entrega como don, desbordándose, de modo que todas las cosas participen de su
bondad. Se prodiga a todos sin dejar de ser unidad. Por cuanto Dios es
supraesencial causa de todas las esencias, decimos que el Ser único se
multiplica por la creación de nuevos seres. Permanece, no obstante, como Ser
único, uno en la multiplicación, unido en las emanaciones y perfecto en la
distinción, por ser la supraesencia de todas las esencias. Uno mientras se
multiplican las participaciones de sí mismo.
Todavía más. El es uno solo, concede participar
de su propia unidad a cada parte y al todo, a uno y a la multitud. Por ser
supraesencial, es uno solo; no es parte de una multitud ni conjunto de partes.
En tal sentido no se dice uno ni parte de la unidad, es uno de manera
completamente distinta de los demás seres. Trasciende. Es multiplicidad
indivisible, plenitud donde no cabe nada más, que produce, perfecciona y
preserva toda unidad y multiplicidad.
Parecería, además, haber una multiplicación de
dioses por la divinización de almas, cuya participación de Dios las hace
semejantes a El. Pero, en realidad, Dios es el Arquetipo, el Único que vive
supraesencialmente, sin dividirse en cada uno ni confundirse con el conjunto
mientras que se da a todos y mora en cada uno según cada cual puede recibirle.
En esta realidad maravillosa pensaba aquel gran maestro, luz del mundo, el que
introdujo a mi maestro y a mí en esta Luz divina. Inspirado por Dios, dice en
sus sagrados escritos: "Porque, aunque algunos sean llamados dioses ya en
el Cielo, ya en la tierra, como si hubiera muchos dioses y muchos señores, para
nosotros no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y de quien somos
nosotros, y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros
también".
Por tanto, en lo divino, la unión prevalece sobre
la distinción. Precede la unión a las diferencias y éstas permanecen unidas
incluso después que el Uno, a la vez que se mantiene en unidad, se expande en
diferencias. Procuremos ahora alabar, en cuanto nos sea posible, las
distinciones comunes y unificadas, que son procesiones a impulsos del amor de
toda la Deidad. Para ello me valdré de los nombres dados en la Sagrada
Escritura. Pero, como ya he dicho, quede claro: cualquier nombre correspondiente
a la Bondad de Dios, aun cuando se atribuya a una sola de las Personas divinas,
deberá entenderse sin distinción de toda la Deidad.
CAPÍTULO III: El poder de la oración. San Hieroteo. La piedad y los escritos teológicos
1. Ante todo, si te parece bien, examinaremos el
nombre perfecto "Bondad", por el que se manifiestan las procesiones divinas.
Primeramente invoquemos la Trinidad, fuente del bien y muy superior a todo lo
bueno. Por la Trinidad se manifiestan las procesiones de la Deidad. Ante todo,
oremos para acercarnos a Ella, principio de todo bien. Luego, aproximándonos,
nos configuremos con los más preciosos dones que contiene. La Trinidad está
presente en todo ser, mas no todo ser está con Ella. Pero cuando la invocamos
con santas oraciones, con mente serena, dispuestos para la unión con Dios,
entonces también nosotros estamos en Ella. Porque la Trinidad no está en un
sitio de manera que pueda cambiar de lugar yéndose de una parte a otra. Es
impropio decir que está presente en todas las cosas, pues limitamos su
infinitud, que excede y contiene todo.
Elevémonos en oración hasta los más sublimes y
misericordiosos rayos de la Divinidad. Como si nos agarrásemos de una
brillantísima cadena colgante desde lo más alto del Cielo hasta la tierra. Al
cogerla con una y otra mano, tendríamos la impresión de traerla hacia nosotros.
En realidad, no nos la acercaríamos, pues está ya arriba y abajo, sino que
subiríamos nosotros hasta los más altos resplandores de los rayos encendidos.
Imaginémonos en un barco agarrándonos a las
maromas que alguien nos arroja desde alguna roca para auxiliarnos. La roca no
vendría a nosotros; nos acercaríamos con la embarcación hasta la roca. Otro
ejemplo: uno que está en un barco choca contra la roca en el mar: el pedregal
queda fijo e inmóvil mientras que el barco se aleja, tanto más alejado cuanto
más fuerte sea el choque.
Debemos, pues, ante todo, comenzar orando,
especialmente en teología. No para atraernos el poder de Dios, que está
presente en todas partes, sin limitarse a ninguna. Lo hacemos porque mediante la
reflexión e invocaciones divinas nos entregamos y unimos con El.
2. Tal vez no esté fuera de lugar dar aquí una
explicación sobre el hecho de que yo haya escrito este tratado teológico a
pesar de que Hieroteo, nuestro insigne maestro, haya ofrecido la espléndida
colección de Elementos de teología. Además he escrito otros, como si no fuera
suficiente lo que él escribió. Indudablemente, si él hubiese abordado y
presentado ordenadamente temas de teología, yo no hubiera tenido la insensata
osadía de creerme capaz de comprender mejor que él estos temas teológicos.
Ciertamente no hubiera yo perdido el tiempo en repetir las mismas cosas.
Habría hecho una grave injuria a mi maestro y amigo apropiándome de su
elevadísima ciencia y exposición. Fue él mi principal maestro después de San
Pablo.
En realidad, él, como buen guía, nos ha legado una
gran obra teológica, útil también para otros menos expertos directores de almas.
Esto me anima a presentar y explicar en términos más asequibles las exposiciones
y sutilezas de aquel hombre de tan poderoso entendimiento. Tú mismo me has
exhortado frecuentemente a que lo haga remitiéndome el libro de Hieroteo, por
juzgarlo muy difícil de entender.
Así, pues, a la vez que reconozco su valor
destacado como maestro de entendimientos más aventajados, y apreciando sus
escritos como los más importantes después de las Sagradas Escrituras, me
propongo explicar lo mejor que pueda las realidades divinas a nivel de nuestros
semejantes. Porque, si el alimento sólido es propio de los perfectos, ¿cuánta
no será la perfección que se requiere para alimentar a otros?
Con razón decimos que para ahondar en el sentido
de las Sagradas Escrituras es necesaria madura inteligencia, y lo mismo para
enseñar a otros sus conclusiones. Pero entender y enseñar los conocimientos
preliminares va bien para grados inferiores, sean ya iniciados o todavía
principiantes.
Conforme a esto, me he propuesto seriamente no
tocar nada en manera alguna de lo que aquel santo maestro nos enseñó claramente,
evitando repetir lo que nos explicó al tratar algún punto de las Escrituras.
Como tú sabes, nosotros, él y muchos de nuestros
santos hermanos acudimos a ver el cuerpo que dio principio a la vida y había
gestado a Dios. Allí estaba Santiago, pariente del Señor, y Pedro, el jefe
supremo de los teólogos. Después de verlo, todos estos jerarcas quisieron, cada
uno como mejor pudiera, ensalzar la Bondad de esta divina fragilidad. Mi
maestro, como sabéis, era el primero después de los autores sagrados y
aventajaba a todos los que alababan a Dios. En efecto, estaba tan arrobado, tan
fuera de sí, vivía del tal manera lo que decía, que cuantos le oían y veían,
cuantos le conocían (o mejor, le desconocían) le consideraban inspirado por el
Espíritu para cantar las alabanzas divinas.
Mas ¿para qué contarte todas las maravillas que
allí dijeron de Dios? Porque, si mal no recuerdo, creo haberte oído a ti mismo
parte de las magníficas alabanzas que entonces proclamaron, pues siempre has
mostrado especial solicitud por las cosas divinas como para no considerarlas
jamás con frivolidad.
3. Pero dejemos de lado estas santas realidades,
que tú bien conoces y no hay por qué contar a la gente. Cuando era necesario
propagar nuestra fe a muchos, a fin de convencerlos y atraerlos a nuestra
sagrada enseñanza, él dedicó a esta tarea más tiempo que muchos santos
doctores. Mostró tal pureza de ingenio, tal agudeza en sus razonamientos y
tanta diligencia en sus organizaciones, que no osaríamos mirar de frente sol tan
esplendoroso.
Consciente de mis limitaciones, sé muy bien que no
tengo capacidad para entender las verdades divinas. Reconozco que me faltan
palabras para enseñarlas, pues son inefables. Estoy tan lejos de poseer el buen
entendimiento de aquellos santos varones para ahondar en las verdades
teológicas, que llevado de gran reverencia no me atrevería ni siquiera a
escucharlos. Lo hago por estar convencido de que no debo menospreciar la
ciencia de las cosas divinas en la medida que se puedan alcanzar.
Mi convicción no obedece únicamente a la natural
inclinación del espíritu por la contemplación que podamos alcanzar de Dios; lo
aconseja también la excelente institución de las leyes divinas. No debemos
ocuparnos de las cosas que están más allá de nuestro alcance, pues no las
merecemos o es imposible conseguirlas. Pero de igual manera manda aprender
asiduamente lo que nos es dado y compartirlo con los demás. Guiados, pues, por
estas razones, ni el trabajo ni la pereza me han impedido buscar las verdades
divinas; consciente de que no debo negar mi ayuda a quienes no tienen mayor
capacidad contemplativa que yo, me he decidido a escribir. No pretendo decir
nada nuevo. Quiero tan sólo analizar y exponer ordenadamente con más detalle
algunas verdades que Hieroteo enseñó brevemente.
CAPÍTULO IV: El Bien. La Luz. La Hermosura. El Amor. El Extasis. El Celo.
El Mal: no es ser, ni procede del ser, ni está en los seres
1. Pasemos ya al nombre de "Bien". Es el nombre
que prefieren los teólogos para designar la Deidad supradivina. Llaman Bondad a
la misma subsistencia divina, que por el mero hecho de ser todas las cosas la
contienen.
Sucede lo que en el Sol. Sin pensarlo, sin
quererlo, por el mero hecho de ser lo que es, ilumina todo lo que de alguna
manera puede recibir su luz. Así ocurre con el Bien. Muy superior al Sol, como
el arquetipo es superior a la imagen borrosa, extiende los rayos de su plena
Bondad a todos los seres que, según su capacidad, la reciben. Gracias a estos
rayos de Bondad subsisten todos los seres inteligibles e inteligentes, todo ser,
toda potencia y operación. Por ellos existen y poseen vida inalterable e
indestructible, libres de corrupción y muerte, de la materia y de la generación
o mutaciones. Por ellos se consideran sustancias incorpóreas e inmateriales;
como inteligencias, conocen de modo superior al de este mundo: por iluminación
ven las razones propias de todos los seres y transmiten sus conocimientos a los
compañeros.
La Bondad de Dios en que moran es el fundamento
de su permanencia, estabilidad, conservación, vigilancia, alimento. Sus deseos
del Bien les hacen ser lo que son y les proporcionan bienestar. Configurándose
con el Bien, en lo posible, se hacen mejores, y como es Ley de Dios, comparten
con sus inferiores los dones que reciben del Bien supremo.
2. Por todo esto, se ordenan jerárquicamente en
forma supramundana, en unidades propias, y se relacionan entre sí sin la menor
confusión. El Bien da poder a los inferiores para elevarse hasta los superiores,
y asimismo los superiores descienden al nivel de sus inferiores. Diligentemente
cuidan de quienes les están confiados, de sus poderes y de sus resoluciones
inmutables. Permanecen firmísimos sus deseos del Sumo Bien. Conservan entre
ellos las demás prerrogativas que he descrito en el tratado De las propiedades y
de los órdenes de los ángeles. Cuanto se refiere a la jerarquía celeste, como
son las purificaciones angélicas, iluminaciones supramundanas y la consumación
de toda perfección entre los ángeles, todo esto viene de la Causa universal y
Fuente de bien. De allí les llega asimismo su configuración con el Bien, el
revelar la secreta bondad que poseen los seres, por decirlo así, intérpretes del
silencio de Dios, que reflejan la luz resplandeciente en el interior del
santuario.
En grado inferior a estas santas y venerables inteligencias están las almas con
todos los bienes que les son propios. Dependen asimismo del Bien que está sobre
todo bien y gracias a El tienen inteligencia, vida sustancial, inmortalidad. Por
tener vida espiritual, como los ángeles, pueden esforzarse en imitarlos. Siguiendo
a tan excelentes guías se elevan hasta el Bien, fuente de todo bien, haciéndose
partícipes, según su capacidad, de las iluminaciones que El irradia. En la medida
de sus fuerzas reciben el don de identificarse con el Bien y las demás cualidades
descritas en mi libro Del Alma.
Si lo aplicamos a cuantos carecen de razón y a los
irracionales, los que cruzan los aires, los que andan o se arrastran por la
tierra, los que viven en el agua, los anfibios y los que se esconden
bajo tierra o en cavernas. En fin, los seres de vida sensitiva. Todos son y
viven gracias a la misma Bondad.
De modo semejante, las plantas sacan del mismo
Bien la vida nutritiva y de crecimiento. Incluso las cosas inanimadas, sin vida
ni alma, deben su existencia al mismo Bien.
3. Puesto que en realidad el Bien trasciende todo
ser natural, sin estar limitado a forma alguna, es el creador de toda forma. Por
no ser nada de cuanto es, El es el Supraser. Por no ser una vida, es la Vida.
Sin ser una inteligencia, es la Sabiduría misma. Todo cuanto participa del
Bien, participa de lo que, por estar en cierto modo limitado, da forma a lo
informe. Y si es lícito hablar así, lo que no es anhela aquel Bien que
trasciende todo ser. Más aún: se niega a todo ser y puja por descansar en el
Bien supra-esencial.
4. Al ocuparme de otros temas me olvidé de decir
que el Bien es Causa de las fuentes y fronteras de los cielos, de eso que ni
mengua ni se expande, inmutable. Causa también de los movimientos circulares y
silenciosos, por decirlo así, de los cielos inmensos. Asimismo del orden lijo
con que las luces estrelladas decoran los cielos. Y de los astros errantes, en
particular los dos de trayectoria circular, fuente de luz, que las Escrituras
llaman "grandes". Son éstos los que nos dan a conocer los días y las
noches, los meses y los años. Constituyen el marco para nombrar, medir y
conservar los acontecimientos.
¿Y qué decir de los rayos del sol? La luz procede
del Bien y es su imagen. Se alaba al Bien llamándole "Luz", como se honra al
Arquetipo en su imagen. La Bondad propia de Dios, plenamente trascendente, lo
invade todo, desde los seres más altos y perfectos hasta los más bajos. Está
sobre todo: los más altos no llegan a la divina Bondad ni los más bajos escapan
a su dominio. Ilumina todas las cosas que pueden recibir su luz, las crea, da
vida, mantiene en su ser y perfecciona. De ella todas reciben medida, tiempo,
número y orden. Su poder abraza el universo, es causa y fin de todo.
El gran Sol, siempre luciente y espléndido, es
imagen donde se manifiesta la Bondad divina, eco distante del Bien. Ilumina todo
lo que puede recibir su luz sin perder nada de su plenitud. Difunde sus rayos
fulgurantes a lo alto y a lo bajo de todo el mundo visible. Si algo no participa
de su luz, no es porque ésta sea deficiente en modo alguno; sería debido a la
incapacidad o impedimento proveniente del objeto.
Ciertamente. Hay muchas cosas que la luz no
ilumina mientras que brillan otras más lejanas. Nada hay en este mundo visible
adonde llegue el sol con la portentosa fuerza de su resplandor. Es más, está en
los orígenes de los cuerpos visibles, favorece la vida, los alimenta y hace
crecer, los perfecciona, los purifica y renueva. Es medida y número de las
estaciones y de los días y de todo nuestro tiempo. Era esta luz informe la que,
según el santo Moisés, distinguió los tres primeros días en el principio.
La Bondad atrae hacia sí todas las cosas, por
dispersas que estén, pues es Fuente divina y principio de unidad. Todo tiende
hacia ella como a su fuente, su objetivo y centro de unidad. El Bien, como dice
la Escritura, creó todas las cosas y es en definitiva la Causa perfecta. "En
ella todas subsisten", se fundan y perseveran como en un poder receptáculo. Todo
retorna al Bien como a su fin. Todas las cosas lo desean: por el conocimiento,
las espirituales y dotadas de razón; por la sensación, las dotadas de
sensibilidad; por el movimiento innato del apetito vital, las que no sienten.
Las que carecen de vida y solamente existen propenden a cierta participación de
la esencia del Uno.
Así ocurre con la luz, visible imagen de Dios.
Atrae y vuelve hacia sí todas las cosas: las que se ven, las que se mueven, las
que se iluminan, las que se calientan y, en general, todo aquello que alcanzan
los rayos luminosos. De ahí le viene el nombre de sol, Odos, porque todo lo
reúne, esto es, lo conserva y lo concentra.
Por eso, los seres que sienten buscan la luz para
ver, para moverse, para ser iluminados, para calentarse y, en general, para que
la luz los conserve en su ser. No digo esto como creía la Antigüedad, que
consideraba al Sol como Dios, el autor del universo, que gobierna con rectitud
el mundo que vemos. Pero sí afirmo que "desde la creación del mundo, lo
invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las
obras.
De todo esto se trata en la Teología simbólica.
Aquí me limito a celebrar el término "luz" inteligible aplicada al Bien.
Se llama luz intelectual al Bien porque ilumina toda inteligencia supraceleste y
porque con su luz arroja toda ignorancia y error que haya en el alma. Purifica
los ojos de la inteligencia ahuyentando la bruma de ignorancia que los envuelve;
despierta, abre los párpados cerrados bajo el peso de las tinieblas.
Les concede primero un mediano resplandor; luego,
cuando los ojos se han acomodado a la luz y la apetecen más, les va dando con
mayor intensidad, "porque amaron mucho'. Después no cesa de estimularlos a
avanzar a medida que ellos se esfuerzan por elevar su mirada a las alturas.
Se llama "luz de la mente" aquel Bien que está
sobre toda luz, como manantial de luz y foco desbordante. Con su plenitud inunda
de luz toda inteligencia, sea en este mundo, en el universo o en los cielos.
Todas las cosas se renuevan con tal luz. En su inmensidad las contiene todas; a
todas precede y supera por su trascendencia. En El todas se agrupan, y contiene
en su simplicidad todo principio de iluminación, pues es fuente de luz y la
trasciende. Es más que luz, y en este bien se concentra toda razón e
inteligencia. Como la ignorancia dispersa a los que yerran así, la presencia de
luz en la inteligencia reúne a cuantos la reciben. Los perfecciona, los dirige
al Ser que es de verdad. Los aparta de muchos errores, los llena de luz
unificadora. Concentra su variedad de opiniones en un verdadero, puro y simple
saber. Lo llena todo de luz unificadora.
7. Los teólogos alaban y ensalzan este Bien. Lo
llaman Hermoso, Hermosura, Amor, Amado. Le dan cualquier otro nombre divino que
convenga a esta fuente de amor y plenitud de gracia.
Hermoso y Hermosura se distinguen y unifican en la
Causa que todo lo unifica. En todo ser distingamos la cualidad, que es
participada, y el objeto, que la participa. Llamamos hermoso a aquello que
participa de la hermosura y llamamos hermosura a la participación de la causa
que la produce en las cosas.
Pero llamamos Hermosura a aquel que trasciende la
hermosura de todas las criaturas, porque éstas la poseen como regalo de El, cada
una según su capacidad. Como la luz irradia sobre todas las cosas, así esta
Hermosura todo lo reviste irradiándose desde el propio manantial. Hermosura que
llama todas las cosas a sí misma. De ahí su nombre Kalos, es decir, hermoso, que
contiene en sí toda hermosura.
Se le llama Hermoso, pues lo es bajo todos los aspectos: contiene y excede toda hermosura. Hermoso eternamente, invariable. No nace ni perece, no aumenta ni disminuye.
No es amable en un sentido y desagradable en otro, a veces hermoso y otras no; para
unos hermoso y para otros feo, ni distinto en uno u otro lugar. No. Es constantemente
idéntico a sí mismo, siempre hermoso. En El estaba en grado eminente toda hermosura
antes de que ésta existiese. El es su fuente.
Nada hay hermoso que no haya brotado de aquella
simplicísima Hermosura, su fuente. De esta Hermosura proceden todas las cosas,
bellas cada cual a su manera. La Hermosura es causa de armonía, de amistad, de
comunión; todo lo une y es fuente de todo. Es principio, Causa eficiente que
mueve el universo y lo sostiene. Todas las cosas llevan dentro el deseo de
hermosura. Va delante de todas como Meta y Amor a que aspiran, Causa final que
todo lo orienta, pues es modelo al que nos configuramos y conforme al cual
actuamos por deseo del Bien.
La Hermosura se identifica con el Bien. Todos los
seres, sea cual fuere lo que los induce a obrar, buscan la Hermosura y el Bien.
No hay nada en la naturaleza que no participe del Bien y de la Hermosura. Me
atrevería a decir que aquello que no es participa también de la Hermosura y del
Bien, porque es bueno y hermoso dirigirse al Bien supraesencial por vía de
negación.
Esto -el Uno, el Bien y la Hermosura- es causa
singular de multitud de bienes y hermosuras. Gracias a esto, todas las cosas
subsisten en su esencia, se igualan y diferencian, son idénticas y opuestas,
semejantes y diversas; los contrarios se entrelazan y los unidos no se
confunden. Gracia a éstos, los seres superiores cuidan de los otros, los iguales
se compenetran y los inferiores tienden a superarse conservando el equilibrio de
su estabilidad en la unidad. Por esto, todos los seres, cada cual a su manera,
están abiertos unos a otros, se comunican entre sí, se compenetran sin perder
su identidad. De ahí la cohesión interna e indisoluble de las partes, la
perseverancia en su ser y las renovaciones incesantes.
Las inteligencias, las almas y los cuerpos permanecen a la vez estables y en movimiento.
El Bien-Hermosura, siendo trascendente, por encima de todo reposo y movimiento, fija a
cada ser su propia naturaleza y le da el movimiento conveniente.
8. Dicen que las inteligencias celestes se mueven en sentido circular. Mientras
están unidas a los resplandores, no tienen principio ni fin, pues proceden del
Bien-Hermosura. Se mueven en línea recta cuando proceden como guía providente de
sus inferiores, dirigiéndolo todo rectamente. Se mueven en espiral cuando, a la
vez que cuidan de los inferiores, permanecen idénticas girando siempre alrededor
del Bien-Hermosura, causa de su identidad.
El alma también está en movimiento. Movimiento
circular cuando entra dentro de sí, se olvida de lo exterior y recoge sus
potencias espirituales para que nada la distraiga. Es una especie de movimiento
giratorio fijo que la hace tornar de la multiplicidad de las cosas externas y
concentrarse en sí misma. íntimamente unidas ya el alma y sus potencias, el
movimiento giratorio la levanta hasta el Bien-Hermosura, que trasciende todas
las cosas, es uno y el mismo, sin principio ni fin.
Se mueve el alma en espiral cuando, según su
capacidad, es iluminada con las noticias divinas, pero no por vía de intuición
intelectual en plena concentración del alma, sino más bien por razonamiento
discursivo, pasando de una a otra idea.
El movimiento es rectilíneo cuando el alma, en vez
de entrar dentro de sí misma (lo cual es el movimiento circular, como he
dicho), procede por las cosas que la rodean y se levanta de lo externo, como de
símbolos varios y múltiples, a la contemplación de simplicidad y unión.
El Bien-Hermosura es la causa de estos
movimientos, de lo sensible, de lo que permanece conservando su reposo y
situación y del alma, fundamento de uno y otro. Bien-Hermosura los conserva y
dirige por encima 'de todo reposo y movimiento. Es la fuente, el origen, el
conservador, la meta y el objetivo del reposo y el movimiento. El ser y la vida
del alma vienen de El, del mismo Bien-Hermosura de donde proceden lo pequeño y
lo grande y lo mediano de la naturaleza, la medida y proporción de todas las
cosas, armonías, conjuntos, las partes y el todo, lo universal y lo múltiple, el
entrelazamiento de las partes, la síntesis de la multiplicidad, la perfección de
conjuntos. Bien-Hermosura de que proceden la cualidad y cantidad, grandeza,
infinitud, conglomeración y distinción, lo limitado y las limitaciones, los
órdenes, las excelencias, elementos y formas, todo ser, poder, actividad,
hábitos, sentido, razón, inteligencia, tacto, ciencia y unión.
En breve. Todo cuanto existe procede del
Bien-Hermosura, en él está y se dirige a él. Es el motor de todo y todo lo
conserva. Por gracia de El, por El y en El está todo principio ejemplar, final,
eficiente, formal, material. En una palabra: todo principio, toda conservación,
todo fin, todo cuanto existe procede del Bien-Hermosura. Y aun lo que no existe
está supraesencialmente en el Bien-Hermosura, que es el principio más que
principal de todas las cosas y fin más que perfecto, "porque de El, y por El, y
para El son todas las cosas", como dicen las Escrituras.
Por eso, todas las cosas deben desear, anhelar y
amar al Bien-Hermosura. Por El y para El los inferiores aman a los superiores,
los iguales aman y se comunican con sus semejantes, los superiores se ocupan de
los inferiores. Todos y cada uno miran por sí mismos y se estimulan en hacer con
perfección lo que hacen con los ojos puestos en el Bien-Hermosura.
Más aún. Nos atrevemos a decir realmente que la
Causa de todas las cosas, por la sobreabundancia de bondad, todo lo ama,
perfecciona, conserva y torna hacia sí. El deseo amoroso de Dios es Bondad que
busca hacer el Bien para la misma Bondad. Deseo creador de la bondad del
universo, preexistía sobreabundante en el Bien y no quedó en El encerrada. Le
indujo a usar de la abundancia de su poder para crear el mundo.
11. No piense nadie que al ensalzar el término
"deseo amoroso" vamos contra las Escrituras. Creo que seria insensatez absurda
fijarse en la formalidad de las palabras más que en la fuerza de su significado.
Nunca debe obrar así la persona que busque entender las realidades divinas. Así
proceden quienes se interesan únicamente por oír superficialmente sonidos y no
quieren entender el sentido de las palabras o cómo se pueda valorar el
significado con expresiones similares. Son gentes que se contentan con líneas
y letras sin sentido, sílabas y frases incomprensibles, que en manera alguna
llegan al alma. No son más que sonidos en sus labios y oídos.
Como si fuera un error decir que dos y dos son
cuatro, que línea recta es lo mismo que derecha, patria es lugar del nacimiento.
Como si estuviera mal cambiar unas palabras por otras que significan lo mismo
exactamente. Lo que debemos entender es que empleamos letras, sílabas, escritos
y frases en razón de su significado. Por eso, cuando el alma, guiada por las
potencias intelectivas, está centrada en el objeto del conocimiento, resulta
inútil la operación de los sentidos. Lo mismo sucede al entendimiento cuando el
alma, hecha ya deiforme por unión desconocida, con los ojos cerrados se adhiere
a los rayos desprendidos de aquella "luz inaccesible".
En cambio, cuando el entendimiento, centrándose
en la perfección de los sentidos, se levanta a la contemplación de lo
inteligible, da especial importancia a las sensaciones más precisas, a las
palabras más claras, a la mayor distinción con que ve las cosas. Porque no están
claras las cosas que caen bajo los sentidos, no podrán éstos transmitirlas
debidamente al entendimiento.
Si por hablar así pareciere que tergiversamos el
sentido de las Santas Escrituras, quienes no están de acuerdo con la expresión
"enamorarse" escuchen lo que sigue: "Ámala y ella te custodiará. Tenla en gran
estima y ella te ensalzará". Tengan en cuenta, además, otros muchos pasajes que
alaban la expresión "enamorarse" de Dios.
12. A algunos de los nuestros que tratan de las
Sagradas Escrituras les ha parecido que "enamorarse de Dios" es más divino que
simplemente "amar a Dios". San Ignacio escribe: "Han crucificado a aquel de
quien yo estoy enamorado". Y en los libros que introducen a la Sagrada Escritura
hay uno que dice de la Sabiduría: "Procuré desposarme con ella, enamorado de su
hermosura".
Por tanto, no temamos emplear la expresión
"enamorarse de Dios" y no nos alteremos por lo que alguien pueda decir de ambos
nombres. Creo que "enamorarse de Dios" y "amor de dilección" lo usan los
teólogos en el mismo sentido. Añadieron que, al hablar de Dios, se trata del
verdadero amor. Porque la gente usa la palabra "amor" en sentido peyorativo. Nosotros, en conformidad con las Santas Escrituras, alabamos la expresión "amor
verdadero" y la consideramos apta en relación con Dios. Otros, en cambio,
llevados de su natural inclinación, tendieron a pensar en el amor apasionado,
corporalmente compartido. Eso no es verdadero amor; es una sombra, una
caricatura del amor auténtico. El hecho es que la gente no comprende la
espiritualidad del amor divino, y por eso la expresión "enamorarse de Dios" les
parece ofensiva. Por lo cual, se atribuye a la Sabiduría, a fin de que el vulgo llegue a entender el verdadero amor y deje de interpretarlo en el peor de los
sentidos.
Sabemos bien que mucha gente de baja estofa piensa
que hay algo absurdo en este versículo encantador: "Tu amor era para mí
dulcísimo, más que el amor de las mujeres". Para quienes escuchan con
entendimiento la palabra de Dios, el simple término "amor", tal como lo emplean
los autores sagrados para manifestar los misterios divinos, tiene el mismo
sentido que "enamoramiento". Ambos quieren decir lo mismo: unión, alianza, con
especial referencia al Bien y Hermosura eternos. Procede del Bien-Hermosura,
gracias al mismo Bien-Hermosura. Entrelaza las cosas iguales, inclina las
superiores a cuidar de las inferiores y hace que éstas tiendan a las más altas.
13. Enamorarse de Dios lleva al éxtasis, pues
quienes así aman están en el amado más que en sí mismos. Así se manifiesta en el
amor que prodigan los de clase más alta a los más bajos. Asimismo lo demuestran
los iguales por la unión que reina entre ellos. Lo que está más bajo se torna
hacia lo más alto. Por eso el gran Pablo, arrebatado por su encendido amor a
Dios y preso de poder extático, dijo estas palabras inspiradas: "Ya no vivo yo,
es Cristo quien vive en mí". Pablo estaba realmente enamorado, pues, como él
dice, salía de sí mismo por estar con Dios. No contaba más con su propia vida,
sino con la de aquel de quien él estaba enamorado.
Y hay que atreverse también a decir en honor a la
verdad que el mismo Autor de todas las cosas vive fuera de sí por su
providencia universal, por puro enamoramiento de las cosas. La bondad, amor y
enamoramiento le seducen hasta hacerle salir de su morada trascendente y
descender a vivir dentro de todo ser. Procede así en virtud de su infinito y
extático poder de permanecer al mismo tiempo dentro de sí. Por lo cual, los que
entienden de lo divino, llaman a Dios celoso, pues está poseído de un grande y
misericordioso amor hacia todos los seres, y suscita en ellos el mismo celo.
Así se muestra Dios celoso, pues siempre se siente celo por lo deseado. Al
proveer en bien de todas las criaturas está probando su celo.
En conclusión. Podemos decir que el Bien-Hermosura
es a la vez el amado y el amante. Tales propiedades existen en el Bien-Hermosura
y por eso todo bien procede de El y se hace para el Bien-Hermosura.
14. Sin embargo, ¿por qué los teólogos hablan de
Dios unas veces como enamorado y amante, y otras como el deseado y amado? Por un
lado, El causa, produce y origina el amor. Bajo otro aspecto, El se muestra a la
vez activo y pasivo, origen y término del movimiento. Por eso le llaman Amado y
Deseado, por cuanto es Bien-Hermosura, y luego el Enamorado y Amante porque con
su poder mueve y levanta todo hacia sí. En fin de cuentas, El es el
Bien-Hermosura, el Uno que hace revelación de sí mismo, benéfica procesión de su
unidad trascendente. Es Deseoso cuando simplemente se mueve a sí mismo, actúa
por sí mismo, preexiste en el Bien hacia todo ser y luego regresa hasta el Bien.
En este sentido se manifiesta excelentemente que el amor divino no tiene
principio ni fin. Como un círculo eterno moviéndose desde el Bien, por el Bien,
en el Bien y hacia el Bien. Círculo perfecto, siempre en el mismo centro, la
misma dirección, el mismo caminar, el mismo retorno hasta su origen.
Todo esto lo ha explicado también divinamente
aquel mi ínclito maestro en sus Himnos amatorios. Merece la pena que los
recordemos aquí añadiéndolos a este nuestro discurso sobre el amor, como un
capítulo sagrado al final de cuanto vengo diciendo sobre el Deseoso.
Palabras de Hieroteo, varón santísimo, en los
Himnos amatorios. "Cuando nos referimos al deseo amoroso, bien se trate del
divino, del angélico, del espiritual, del animal, del natural, debemos entender
que es una fuerza o facultad unificante y entrelazadora que, sin duda, mueve a
los seres superiores a cuidarse de los inferiores y a mantenerse en comunión los
que son iguales y a que los inferiores tiendan hacia los más altos y
relevantes".
Del mismo autor y de la misma obra: "He tratado
ordenadamente de los varios deseos amorosos que se derivan del Uno. He descrito
la naturaleza, conocimiento y poder propios de los deseos amorosos, correspondan
o no a este mundo. Según el criterio que llevamos, se destacan los deseos
amorosos de los órdenes y distinciones que forman los seres racionales y
espirituales. Sobresalen los deseos amorosos más bellos, realmente divinos, que
brotan espontáneamente. Los hemos alabado como es debido. Pero ahora voy a
tratar de nuevo sobre los mismos deseos amorosos concentrándome en el único Amor
deseoso, que contiene todos en sí mismo. Ante todo, reduzcamos a dos las
potencias de los deseos amorosos. Sobre todas tiene primacía y manda la Causa
irreprochable de todo deseo amoroso. Es en verdad el fin último que se afanan
por alcanzar lo mejor que pueden todas las cosas en todo lugar".
17. Del mismo autor y de la misma obra: "Reunamos
de nuevo todos éstos en uno solo y digamos que no hay más que un poder simple, a
impulsos de sí mismo, que todo lo dirige a la unidad. Procede del Bien y llega
hasta las criaturas inferiores. Luego retorna por la misma escala hasta el Bien.
Y así sucesivamente en eterno círculo desde sí mismo, por sí, sobre sí y hacia
sí mismo".
18. Objetará alguno: "Si el Bien-Hermosura es algo
que todos desean, gustan y aman, pues, como he dicho, incluso lo que no existe
en cierto modo pugna por concentrarse en El, forma de las cosas que carecen de
ella y ser supraesencial que contiene incluso lo que no existe todavía. Si en el
Bien-Hermosura están todas las cosas, ¿cómo es posible que la caterva de
demonios no lo apetezcan? Y lo que es peor, ¿cómo en realidad prefieren lo
material, y, perdida la condición angélica de tender siempre hacia el bien, son
causa de todo mal para sí mismos y para los demás que ellos seducen? ¿Cómo es
posible que los demonios, que tienen pleno origen en el Bien, carezcan de todo
bien? ¿Qué es lo que los ha depravado? ¿Qué es realmente el mal? ¿De dónde
proviene? ¿Dónde está? ¿Por qué el Bien decidió que exista el mal? ¿Y cómo pudo
realizar su decisión? Más aún: si el mal tiene otro origen, ¿qué otra causa de
las cosas existe, además del Bien? Y pues existe la Providencia, ¿cómo es
posible el mal, cómo nace, por qué no lo acaba? ¿Cómo es posible que algunas
cosas prefieran el mal al bien?
19. Quizá ante las dificultades haya alguien que hable así. Pero ahora le ruego
considere la verdad de las cosas y de antemano le aseguro: el mal no procede del
Bien, porque si de El procediera no sería mal. El fuego no nos enfría. De igual
modo el Bien no produce el mal.
Si todo cuanto existe procede del Bien, y el Bien
naturalmente produce y conserva mientras que el mal destruye y corrompe, nada de
cuanto existe procede del mal. No existe el mal absoluto, porque se destruiría a
sí mismo. Y si el mal no es del todo mal, tiene algo de Bien en sí, lo cual es
causa de todo cuanto hay de ser en el mal. Si los seres todos tienden al
Bien-Hermosura, si actúan buscando lo bueno, si todas sus intenciones se
centran en el Bien como principio y como fin (pues nadie hace el mal por el mal,
sino buscando algún bien), ¿qué sitio le queda al mal entre las cosas que
existen, y cómo es posible que exista si carece totalmente de orientación hacia
el Bien? Porque realmente si todas las cosas proceden del Bien, el Bien es supraesencial a todas las cosas, las cosas mismas que no tienen existencia
existen ya en el Bien que supra-esencia.
El mal no existe. Si existiese no sería
totalmente mal. Ni es tampoco un no-ser, pues nada hay que sea completamente
no-ser, excepto cuando se dice que está sobresencialmente en el Bien. Porque el
Bien se sitúa mucho más allá y es anterior al simple ser no-ser. El mal, en
cambio, no existe ni en las cosas que son ni en las que no son, por lo mismo que
carece de esencia. El mal dista del Bien más que el no-ser.
¿De dónde, pues, procede el mal?, dirá alguno. Si
el mal no existe, la virtud y el vicio serán exactamente iguales, considerados
en su totalidad o en sus partes. Cuanto se oponga a la virtud no será malo. Pero
vemos que a la moderación se opone el exceso y a la justicia la injusticia. Y no
quiero decir que estas contrariedades sean debidas a la persona de donde
proceden, justa o injusta, moderada o intemperante. No. Mucho antes de que se
puedan ver en el hombre lo bueno o lo malo existe ya en el alma la distinción
entre virtud y vicio y el conflicto entre pasión y razón. Admitamos, pues, que
hay algo contrario al Bien, y esto es el mal. El Bien no se opone a sí mismo.
Procede de una sola fuente, único principio, y por eso goza de la comunión,
unidad y concordia. Un bien menor no es enemigo del mayor, como lo que tiene
menos calor no se opone a lo más caliente. Por tanto, el mal existe. Está en las
cosas que tienen ser. Es opuesto y contrario al Bien. Si destruye cosas que han
sido, no por eso deja de ser lo que es. Retiene el ser y lo transmite a cuanto
de él nace. Pues ¿no sucede frecuentemente que la corrupción de una cosa es
generación de otra? Por tanto, el mal así considerado contribuye a la
perfección del universo y por su verdadera existencia lo libra de imperfección.
20. A todo esto contesta la recta razón diciendo
que el mal, en cuanto es mal, en nada contribuye a la esencia o generación de
las cosas, y que en cuanto está a su alcance, no hace más que dañar y destruir
la sustancia de los seres. Y si alguien dijere que de esta manera el mal
contribuye a la generación de las cosas, puesto que la corrupción de una sirve
para la generación de otra, habría que responder: no contribuye a la generación
en cuanto es corrupción. El mal en cuanto tal no hace más que corromper y
pervertir. Del Bien proceden el ser y el devenir. Es decir, el mal por sí mismo
no es más que fuerza destructora, pero es fuerza productora mediante la
actividad del Bien. Por tanto, el mal en cuanto tal no es ser ni produce ser.
Mediante la actuación del Bien, el mal es un ser, un buen ser, y produce cosas
buenas.
Por supuesto, no podemos decir que una misma cosa
es buena o mala bajo el mismo aspecto. Ni podemos decir que una sea la misma
potencia destructora y constructiva del mismo ser bajo el mismo aspecto. Nada
puede ser al mismo tiempo corrupción y destrucción. Por tanto, el mal por sí
mismo no es el ser, ni bien. No tiene capacidad de producir ser alguno, ni bueno
ni malo. Mientras que el Bien, dondequiera esté en plenitud, hace las cosas
perfectas, sin mancha, íntegras. Las que participan menos del Bien son cosas
buenas, pero imperfectas y mezcladas, según sea la providencia del Bien. El mal,
pues, no es ni hace ningún bien.
Una cosa es más o menos buena según que se acerque
más o menos a Dios. La Bondad perfecta se extiende por todas las cosas; no sólo
se difunde por las óptimas esencias que le son cercanas. Llega hasta lo más bajo
y remoto. Totalmente presente en algunos seres, en otros menos y mínima en
otros, según la capacidad que cada cual tiene para recibirla.
Las hay que participan plenamente del Bien, otras
más o menos privadas de El, algunas participan débilmente y, por último, están
las que reciben apenas un vestigio del bien. Porque si el Bien no llegase a cada
una de ellas, en la medida de su capacidad, las más antiguas y sagradas
quedarían en último lugar. Y ¿cómo podría suceder que todas participasen
uniformemente del Bien, cuando algunas de ellas no están bien dispuestas para la
plena participación del mismo? Mas ahora, "la excelsa grandeza de su poder" se
pone de manifiesto en el hecho de que corrobora de vigor a lo más débil, en
cuanto participa de tal poder. Y me permito decir con toda verdad que los mismos
seres que la rechazan reciben de El su poder de rebelión.
En resumen. Todas las cosas, por el mero hecho de
ser, son buenas y proceden del Bien. Son deficientes en ser y bondad, según que
estén más o menos alejadas del Bien. Cuando se trata de otras propiedades, como
el frío y el calor, las cosas que estaban calientes pueden quedar frías. En
realidad, hay seres que no dejan de ser lo que son aunque no tengan vida ni
inteligencia.
Cierto. Dios mismo no está sujeto a ser. Está por
encima de todo ser, porque es supraesencial. Todo ser, aunque pierda sus
propiedades o nunca las haya tenido, no por eso pierde su razón de ser. Pero lo
que esté absolutamente privado del Bien, jamás tuvo, ni tiene ni tendrá, ni
puede tener, cualquier grado de ser. Por ejemplo, un hombre intemperante. Se
priva del Bien en la medida que sus instintos esclavicen la razón. En tal
sentido, su ser es deficiente y su deseo le lleva a lo que realmente no existe.
Sin embargo, tiene cierta participación en el Bien, desde el momento que hay en
él un eco del amor y de la unidad auténticos. La ira también participa del Bien
por lo mismo que se mueve y desea corregir aquellas cosas que parecen malas
respecto a lo que lleva en sí la apariencia de ser mejor. Incluso la persona que
desea vida perversísima busca algo que le parece bueno. Así participa del Bien
deseando una vida que -a mi juicio- parece digna. Si se prescinde absolutamente
del Bien no habrá esencia ni vida, ni apetito ni movimiento, ni otra cosa
alguna.
No es el poder del mal lo que hace renacer después
de la destrucción. El Bien, aunque sea pequeño, es el principio de renacimiento.
La enfermedad es un defecto del organismo, pero no de todo él, porque si el
organismo desapareciere del todo, tampoco sería posible la enfermedad. La
enfermedad existe, permanece. Su existencia, sin embargo, es de ínfimo grado,
mínima presencia del ser. Lo que carece, pues, de bien no es nada ni existe en
las cosas que son; lo que está mezclado con otros seres, en ellos existe gracias
al Bien, y en tanto existe en ellos en cuanto participa del Bien. Más claro:
todo cuanto existe es más o menos ser, en la medida que participe del Bien,
porque, en relación al ser, lo que carece completamente de ser es pura nada.
Pero aquello que en parte es y en parte no es no existe en cuanto se apartó del
Ser que es siempre. Pero en la medida que participa de aquel Ser, realmente
existe, y gracias a esta participación se conservan y mantienen juntamente lo
que hay de ser y no ser.
Lo mismo ocurre con el mal. Lo que se apartó
totalmente del Bien no tiene existencia ni entre las cosas más o menos buenas.
Aquello, en cambio, que en parte es bueno y en parte menos bueno, se opone en
parte al Bien, pero no a todo el Bien y, por tanto, permanecerá en el ser por su
participación parcial del Bien. De ese modo, el Bien pone subsistencia donde
hace falta, al ofrecer plena participación de sí mismo. Si desapareciera por
completo el Bien, no quedaría nada enteramente bueno o bueno a medias. Ni
siquiera el mismo mal. Porque si el mal es un bien imperfecto, desaparecería
todo bien, perfecto o imperfecto. Habrá mal y será visible por contraste con
aquello a que mezclado se opone. Donde todo es íntegramente bueno, el mal no
existe. Es totalmente imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo bajo
el mismo aspecto. Por consiguiente, el mal no es ser.
21. El mal tampoco está en las cosas, porque si
todas proceden del Bien y en todas está el Bien y ellas en él, no hay lugar para
el mal en las cosas que son, pues si lo hubiera, el mal estaría en el Bien. Pero
el mal no puede estar en el Bien como no puede el frío estar en el fuego. Ni el
mal es compatible con la fuerza, que tiene poder para cambiar el mal en bien.
Supongamos que el mal está en el Bien, ¿cómo puede estar en él? ¿Porque procede
del Bien? Eso es absurdo, imposible, pues, como dice la Escritura: "No puede
el árbol bueno dar malos frutos", ni al contrario. Y si no procede del Bien,
es claro que se origina de otro principio o causa. O sea, que el mal procede del
Bien o el Bien procede del mal. Y si esto fuere imposible, tanto el Bien como el
mal procederían de otro principio o causa. Es imposible que dos cosas sean único
principio. La unidad es principio de toda dualidad. Es asimismo absurdo que de
una sola y misma cosa procedan y existan dos enteramente contrarias y que el mismo
principio no sea ni simple ni único, sino dividido y doble en contradicción consigo
mismo.
Más aún. Es imposible que los seres tengan dos principios, opuesto el uno al otro
y siempre en conflicto. Si esto fuera así, Dios mismo no estaría tranquilo ni libre
de molestias, pues habría algo que le perturbaría. Además, todas las cosas estarían
desordenadas y en continua lucha.
El hecho es que los santos teólogos cantan himnos
de alabanza al Bien porque da amistad y paz a todos los seres. Por eso todos los
bienes se muestran amables y están en armonía, pues proceden de la misma Vida.
Se orientan hacia el único Bien, semejantes, plácidos y amables entre sí. Por
tanto, el mal no está en Dios, ni es divino, ni viene de Dios. Si Dios fuera
autor del mal habría que decir que Dios no es bueno, que El no es quien crea lo
bueno. Si El es quien hace todo, hará unas veces lo malo y otras lo bueno. Si
ésta es su manera de obrar, habría en El cambio sustancial y aun respecto a lo
que es en El más divino: el ser Causa universal. Si el Bien fuese en Dios
solamente una parte de su sustancia, Dios sería al mismo tiempo ser y no ser.
No ser siempre que se aparte del Bien. Evidentemente, si el Bien que hay en Dios
no es más que una simple participación del Bien, el Bien de Dios le vendría de
otra parte, no de sí mismo. Dios lo tendría unas veces y otras no.
22. En conclusión. El mal ni procede de Dios, ni
está en Dios de manera absoluta ni por algún tiempo. Tampoco en los ángeles hay
mal. Porque si el ángel bueno anuncia la bondad divina, él mismo participa de su
misma bondad en segundo rango, pues su mensaje es anterior y causa del mismo
ángel. El ángel es imagen de Dios. Es una manifestación de la luz oculta. Es un
espejo puro, brillante, limpio, inmaculado, que recibe, si es lícito hablar
así, toda la hermosura de la bondad deiforme y haciendo fulgurar en sí mismo, en
cuanto es posible, la bondad del Silencio inaccesible. Por eso, en los ángeles
no hay mal. Son "malos" porque castigan a los pecadores, dirá alguno.
Naturalmente, en este sentido serían malos quienes corrigen a los delincuentes.
Serían malos los sacerdotes que prohíben a los profanos participar en los
misterios sagrados. No está, pues, el mal en castigar, sino en hacerse
merecedor del castigo. No está el mal en apartar a los profanos de los
misterios sagrados, sino en estar manchados con delitos y hacerse indignos de
lo sagrado.
23. Ni aun los demonios son malos por naturaleza;
porque si lo fueran no procederían del Bien ni existirían en el universo. No
habrían podido apartarse del Bien si hubiesen sido siempre esencialmente malos.
Por lo demás, ¿son totalmente malos consigo mismos o lo son para otros? En el
primer caso, se perjudican a sí mismos. Si lo son para otros, ¿cómo dañan y qué
destruyen? ¿La esencia, el hábito, el acto? Si destruyen la esencia, quede claro
ante todo que no pueden ser destruidas sino aquellas que están sometidas a
descomposición. En segundo lugar, el hecho de destruir no es un mal en sí mismo
en todos los casos y circunstancias. Además, ningún ser puede ser destruido en
cuanto a su esencia y naturaleza. La destrucción es, en efecto, una deficiencia
en la constitución natural del ser. Falta de equilibrio en la expresión
armoniosa y simétrica del conjunto hasta el punto de no poder seguir siendo lo
que es. Pero no es una descomposición total. Si lo fuese habría acabado por
completo con el proceso de descomposición y con el ser que la padecía. Eso
equivaldría a la propia muerte. Se trata, pues, no del mal, sino de la falta de
bien. Lo que está absolutamente privado de bien ni siquiera es ser. La misma
razón puede darse respecto a la destrucción del hábito y el acto.
Los demonios no pueden ser malos, puesto que deben
a Dios su existencia. El Bien crea y conserva los seres buenos. Si se dicen
malos, no es por razón de su ser en cuanto tal, pues tienen su origen en el Bien
y recibieron una esencia buena. Su mal está en la falta de ser, como dice la
Escritura: "No guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio".
Pregunto: ¿En qué fueron depravados los demonios excepto en el hecho de haberse
negado a amar y cumplir bienes divinos? De otro modo, los demonios hubieran
sido malos por naturaleza, lo habrían sido eternamente. Pero el mal es variable.
Si el mal no es permanente y los demonios permanecen siempre en el mismo ser,
no son esencialmente malos. La permanencia es una propiedad del Bien, y si los
demonios no han sido siempre malos, no lo son por naturaleza. Su malicia
consiste en la falta de cualidades angélicas.
Ni tampoco están absolutamente privados de bien en
cuanto son, viven, entienden, y queda aún en ellos cierto movimiento de deseo.
Se dice que son malos por razón de su flaqueza en actividad natural, no en su
ser. La depravación, pues, es el mal para ellos; la ausencia y abandono de
aquellas cosas que les son connaturales. Es privación, imperfección, impotencia.
Es debilitamiento, caída, ausencia de la facultad que los conservaría perfectos.
Pero ¿qué hay de malo, además, en los demonios? El
furor irracional, concupiscencia loca, imaginación perturbadora. Pero esto,
aunque se encuentre en los demonios, no lo hay en todos. No todo esto es malo en
sí absolutamente. Porque en otros seres animados no es la posesión de estas
cualidades lo que los lleva a la muerte y, por consiguiente, al mal, sino la
falta de ella. El poseerlas contribuye irrealmente a asegurarles la vida y
vigoriza la naturaleza de los seres vivientes que las tienen.
Por tanto, los demonios no son malos por cuanto
hay en ellos conforme a la naturaleza, sino por lo que de ella les falta. Ni
todo el bien que les fue concedido ha desaparecido absolutamente. No. Ellos
mismos se apartaron del bien que se les había concedido. Ni tampoco han sido
completamente cambiadas las dotes angélicas que recibieron. Se encuentran
íntegras y claramente visibles, por más que ellos, en manera alguna, las
reconozcan, por cuanto han embotado su poder de ver el bien, ni siquiera en sí
mismos.
Todo ser procede del Bien, es bueno y desea lo
hermoso y el Bien por el hecho de desear ser, vivir y pensar. Son malos en la
medida que están privados de ser, y por desear lo que no es, apetecen el mal.
24. Quizá alguien diga que las almas son malas. Se
podrían fundar en que las acosa el mal mientras ellas se esfuerzan por evitarlo.
Eso no es malo. Es bueno, procede del Bien, que saca bien del mal.
Pero si decimos que las almas pueden pervertirse,
¿qué otra cosa es esto sino falta en los buenos hábitos y actos, apartarse de
ellos por innata fragilidad que desvía del fin? Decimos que el aire que nos
rodea se oscurece por deficiencia en la luz y por su ausencia. Pero la luz es
siempre luz e ilumina las tinieblas. Así ocurre con el mal.
El mal, en cuanto tal, no está ni en los demonios
ni en nosotros. En realidad es defecto y carencia de perfección en los bienes
que nos son propios.
25. Ni hay que buscar el mal en los brutos
animales. Suprime el furor, la concupiscencia y demás cosas que llaman
naturalmente malas, pero en realidad no lo son. El león, por ejemplo,
desprovisto de su fiereza y soberbia, deja de ser león. El perro, si es manso
para todos, deja de ser perro, pues lo propio de él es vigilar, dejar que el
dueño se acerque y ahuyentar a los extraños. Así es que la incorrupción de la
naturaleza en modo alguno es mala; al contrario, el mal está en la corrupción,
debilidad, falta de cualidades naturales, como es la actividad y facultades. Y
si todo cuanto nace adquiere su perfección con el tiempo, entonces la
imperfección no es totalmente contra naturaleza.
26. El mal no está formando parte de la
naturaleza en cuanto tal. Porque si todas las leyes naturales proceden del
sistema universal de la naturaleza, no hallamos nada que las contraríe. Tan
sólo en el dominio de lo particular se puede hablar de ir contra naturaleza o
conforme a ella. Con relación a lo que es contra naturaleza, en unos lo es bajo
un aspecto y en otros no es así. Es mal en la naturaleza lo que es contrario a
ella y la priva de lo que es natural.
Por tanto, la naturaleza no es mala. El mal consiste en la incapacidad que tienen
las cosas para alcanzar el más alto grado de perfección a que están llamadas.
27. No está el mal en los cuerpos, porque la
fealdad y la enfermedad son un defecto de forma y carencia del orden debido.
Esto no es absolutamente malo, sino menos hermoso. Desaparecería por completo
el cuerpo si hermosura, forma y orden se destruyesen por completo.
También es obvio que el cuerpo no es causa del mal
en el alma. El mal, para actuar, no necesita estar pegado a un cuerpo, como está
claro en el caso de los demonios. El mal, sea en la mente, en las almas o en los
cuerpos, es siempre una debilidad y defecto de las propias fuerzas.
28. Ni siquiera puede admitirse aquella sentencia
común: "En la materia está el mal, en cuanto es mal", porque la materia
participa del cosmos, hermosura y forma. Si la materia, privada de esto, por su
propia naturaleza no posee cualidad ni belleza alguna, ¿cómo podrá producir
algo si ni siquiera tiene capacidad receptiva? Ciertamente. La materia no puede
ser un mal. Si nunca ha existido en modo alguno, entonces no es mala ni buena.
Si de alguna manera es, tiene que proceder del Bien, porque todo bien procede
del Bien. De este modo, o el Bien produce el mal, y entonces el mal es un bien
porque procede del Bien, o el mal produce el Bien, y entonces el Bien es mal
porque procede del mal.
Concluimos diciendo que hay dos principios. Pero
si hubiera dos, dependerían de algún otro principio único. Y si se dice que la
materia fue necesaria para la formación del universo, ¿cómo puede ser mala la
materia? Ser malo y ser necesario son dos cosas diferentes. ¿Cómo puede el Bien
producir algo bueno de lo malo? ¿Y cómo puede ser malo aquello de lo que
necesita el Bien? Porque el mal huye de la naturaleza del Bien. Pero ¿cómo la
materia, si es mala, engendra y nutre la naturaleza? Porque el mal en cuanto mal
nada engendra, nada nutre, nada hace, nada salva. Y si dicen que la materia no
causa el mal en las almas, pues sólo las instiga al mal, ¿cómo puede ser eso
verdad, puesto que muchas almas tienen la mirada puesta derechamente en el
Bien? ¿Cómo sería esto posible si la materia inclinase las almas
irresistiblemente al mal?
Por consiguiente, la materia no es causa del mal
en las almas. El mal le viene de cierto movimiento desordenado y pecaminoso. Si
dicen que las almas dependen de la materia, pues todo ser que no subsiste por
sí mismo necesita de materia inestable, ¿hasta qué punto es necesario el mal? O
¿cómo puede ser malo aquello que es necesario?
29. No decimos que la privación, por su propia
fuerza, esté en contradicción con el Bien. Privación total es igual a falta
absoluta de poder. La privación parcial tiene su fuerza no en cuanto privación,
sino por cuanto no es privación total. La privación parcial de bien todavía no
es un mal, y si la privación es total, desaparece la misma naturaleza del mal.
30. En resumen. El Bien procede de una sola e íntegra causa y el mal se origina de
muchos y parciales defectos. Dios conoce el mal en lo que tiene de bien. En el bien,
las causas del mal son fuerzas para el bien. Si el mal es eterno, creador, poderoso
ser y obrar, ¿de dónde le viene todo eso? ¿Del Bien? ¿Del mal producido por el Bien?
¿Proceden ambos de una tercera causa?
En la naturaleza todo efecto se origina de una
causa determinada. Entonces el mal, que no tiene causa determinada, será
contrario a la naturaleza. Y lo que es contra naturaleza no existe en la
naturaleza, como en el arte no hay lugar para lo que no es artístico. ¿Será
entonces el alma la causa del mal como el fuego es causa del calor? ¿Llena el
alma de malicia a todo lo que se le acerca? O ¿será que el alma, buena por
naturaleza, procede a veces de una manera y a veces de otra? Si es mala por
naturaleza, ¿de dónde le viene su ser? ¿De la Causa buena, creadora de todas las
cosas? Si tal es su origen, ¿cómo puede ser esencialmente mala, ya que todos los
efectos de esta Causa son buenos? Si, al contrario, el mal radica en las
operaciones del alma, ¿de dónde procederían las virtudes? ¿No proceden éstas de
un principio inclinado al Bien? Resulta, pues, que el mal es una debilidad y
falta de Bien.
La causa de todos los bienes es una sola. Si el
mal es contrario al Bien, muchas deben ser las causas del mal. No son ni la
razón ni la fuerza las causas del mal, sino la impotencia, la debilidad y cierta
mezcla desarmoniosa y discordante. Los males no son inmóviles ni siempre se
encuentran de igual manera. Son múltiples y con infinidad de variaciones.
Además, el Bien debe ser el principio y finalidad del mal y de todos los
bienes. Las cosas, buenas y malas, se hacen buscando el Bien. Incluso cuando
practicamos el mal pretendemos el bien, pues nadie actúa proponiéndose el mal.
Por tanto, el mal no se basa en la sustancia, sino en el simulacro de sustancia,
pues al ponerlo por obra se busca el Bien.
Nos vemos obligados a admitir que el mal existe
per accidens. Como excrecencia de otro ser, no por propio principio. Su
presencia parece justificada porque se hace en función del Bien, aunque en
realidad no lo sea, ya que tomamos como bueno algo que no lo es. Claro está que
desear es diferente de realizar.
El mal, pues, se aparta del camino, está fuera del
plan, fuera de la naturaleza, de causa, de principio, de finalidad, de término,
de voluntad y de sustancia. El mal, por tanto, es privación, deficiencia,
debilidad, desorden, error, irreflexión, ausencia de hermosura, de vida, de
inteligencia, de razón, de finalidad, de estabilidad, de perfección, de
fundamento, de causa. Es indefinido, estéril, inerte, débil, confuso,
desemejante, no limitado, tenebroso, insustancial. Por sí mismo no existe ni en
modo ni en parte alguna.
Entonces, ¿cómo podrá el mal, estando mezclado
con el Bien, hacer algo con perfección? Lo que es totalmente nada en su mezcla
con el Bien carece de ser y de poder, y si el Bien tiene ser, querer, poder y
acción, ¿cómo aquello que es su opuesto -falta de ser, de querer, de poder y
acción- tiene poder alguno contra el Bien? La razón es porque las cosas malas no
son totalmente malas bajo todos los aspectos. Para el demonio, el mal consiste
en haberse apartado de la buena inteligencia; para el alma, en actuar contra
conciencia; para el cuerpo, en ir contra naturaleza.
33. Dado que hay Providencia, ¿cómo puede existir
el mal? El mal en cuanto tal no es ser ni está en las cosas. Además, nada escapa
a la Providencia ni hay mal que no esté mezclado con algún bien. Y si no existe
ser alguno que no tenga algo de bien, y el mal es la carencia de Bien, y si
ningún ser está completamente desprovisto de Bien, la Providencia de Dios debe
estar en todas las cosas sin poder faltar en nada. Y hasta de aquellos que se
hicieron malos usa misericordiosamente la Providencia para utilidad colectiva o
particular.
Por lo cual, no estamos en modo alguno conformes
con la infundada idea que tiene mucha gente cuando dice que la divina
Providencia debería llevarnos a la virtud, aunque no quisiéramos. La Providencia
no va contra naturaleza. Por lo cual, conservando la naturaleza de cada cual,
mira por quienes disfrutan de libre albedrío para que actúen por determinación e
iniciativa propias, como individuos o como grupos. De manera general y propia
de cada uno en cuanto la naturaleza de aquellos a quienes se provee es capaz de
los beneficios de la universal y fecunda Providencia. Beneficios que son dados a
cada uno según su capacidad.
34. Por consiguiente, el mal no es nada ni existe
en las cosas. El mal en cuanto tal no se encuentra en ninguna parte, y su
origen se debe a la debilidad, no a un poder. El ser de los demonios es en sí
mismo bueno y procede del Bien. Los demonios son malos por la fragilidad de
haberse apartado de aquel estado permanente de perfección y virtudes propias
de los ángeles. Ellos también desean el Bien, en cuanto apetecen ser, vivir y
entender. Buscan lo que no es en la medida que no tienden al Bien. Esto no
significa falta de deseo, sino más bien falta de orientación al Bien.
35. La Escritura habla de quienes pecan
conscientemente. Se refiere a quienes son deficientes en el conocimiento y
práctica del Bien. También se refiere la Escritura a "quien, conociendo la
voluntad de Dios, no se preparó ni hizo conforme a ella". Es decir, aquellos
que, habiendo oído, son muy débiles en la fe, sea para confiar en el Bien o para
practicarlo. Hay algunos de tan mala voluntad que no quieren conocer cómo obrar
el Bien. En suma, mal, como he dicho muchas veces, es debilidad, impotencia,
falta de conocimiento, ignorancia de lo que no se puede menos de saber,
deficiencia de fe, de deseo y de práctica del Bien.
Pero podrá decir alguno que la debilidad no merece
castigo, antes bien, es digna de perdón. Esto sería justo si el hombre careciese
de fuerza para superar su fragilidad. Pero el Bien, como dice la Escritura, da
generalmente a cada uno las fuerzas necesarias y, por tanto, no puede excusarse
aquel que se aparta del buen hábito de los propios principios, por perversión,
abandono o negligencia.
Todo esto ya lo expuse con detenimiento, según mis
fuerzas, en el tratado Del justo y del Juicio de Dios. En aquel piadoso tratado,
la verdad de las Escrituras rechaza como impías y necias las razones sofísticas
que acusan a Dios de injusticia y de mentira.
Por ahora, según mis posibilidades, he tributado
suficientes alabanzas al Bien, en cuanto es digno de alabanza por ser realmente
maravilloso, principio y fin de todas las cosas, Fuerza que todo lo abraza y da
forma a la nada. El es a Causa de todos los bienes, sin serlo del mal. Es
Providencia y bondad absoluta, que supera todas las cosas, las que son tanto
como las que no existen. Capaz de transformar en bien los males y lo que está
privado de bien. Alabanzas a quien todas las cosas desean, anhelan y aman. A El
convienen todas las otras cualidades que, a mi juicio, he presentado con
rectitud en lo que precede.
CAPÍTULO V: Del ser y de los arquetipos
1. Pasemos ahora al nombre divino del "Ser", que
los teólogos dan a aquel que realmente existe. Pero he de advertir de antemano
que no es mi propósito tratar del ser en cuanto es Supraesencia, el cual es
inefable, desconocido y por encima de toda unidad. Mi intento es celebrar el
proceso por el cual la absoluta Fuente de toda esencia da ser a todo ser.
El nombre divino "Bien" revela efectivamente todo
el proceso de la Causa universal, que se extiende al ser y al no ser al mismo
tiempo que los trasciende. El nombre de "Ser" se dice de todos los seres que son
y a todos los trasciende. El nombre "Vida" se extiende a los seres vivientes y a
todos trasciende. El nombre "Sabiduría" alcanza a los seres inteligentes, que
raciocinan, sienten y a todos los trasciende.
2. Me propongo ahora hablar de las denominaciones
de Dios que manifiestan su divina Providencia. No prometo aquí explicar y
aclarar la bondad supraesencial ni la esencia, vida y sabiduría de la Deidad
que todo lo trasciende, como nos dicen las Sagradas Escrituras. Puso su asiento
en lo escondido, sobre toda bondad, divinidad, ser, sabiduría y vida. Lo que
voy a decir se refiere a la misericordiosa Providencia, manifiesta sobre
nosotros, Causa de bienes, bondad eminente. La celebro como ser, vida, sabiduría
creadora, causa de la sustancia y de la vida. Ella dispensa la sabiduría a los
seres que participan de su sustancia, vida, inteligencia, razón y sentido. No
pienso que el Bien sea una cosa y el Ser otra, ni que sean distintas Vida y
Sabiduría. No digo que haya muchas causas y diferentes divinidades, de rango
variado, inferior y superior, todas ellas productoras de diferentes efectos.
No; mantengo que hay un solo Dios, único Principio de los diferentes atributos.
A El convienen los nombres divinos a que me refiero. El primer nombre nos habla
de la Providencia universal del único Dios; los otros manifiestan los distintos
modos en que de forma general o concreta actúa providencialmente.
3. Dirá alguno: "Dado que hay más seres que
vivientes, y que son más numerosos los seres vivientes que los seres
inteligentes, ¿por qué los vivientes se anteponen a los que son meramente seres,
los sensitivos a los meramente vivos, a éstos los racionales, a los racionales
los espirituales, que están más cerca de Dios y en más íntima relación con El?
Podría pensarse que cuanto más parte tengan en los dones de Dios, más aventajan
a los otros y los sobrepujan".
Esto sería correcto suponiendo que los seres
inteligentes ni tienen ser ni vida. La realidad es que las inteligencias
divinas aventajan a los demás seres y viven de manera superior a los vivientes.
Su entender y conocer es superior al sentido y a la razón. Desean y apetecen el
Bien-Hermosura más que los otros seres. Más próximos al Bien, participan y
reciben de El mayores dones. De modo semejante, los seres racionales aventajan a
los sensitivos simplemente porque gozan de razón. A su vez, éstos aventajan a
los meros vivientes por el hecho de ser sensibles. Y los vivientes, por su
vida, a los demás que no la tienen. Pues, a mi parecer, ésta es la verdad. Las
cosas, cuanto más participen de la infinita generosidad de Dios, más cerca están
de El y más excelentes son con respecto a los demás seres.
4. Puesto que ya hemos hablado bastante de
todo esto, hablemos ahora del Bien, como puro ser y causa de todos los seres.
Aquel que es y todo lo trasciende en virtud de su poder. Es Causa sustancial y
autor de todo ser, persona, existencia, sustancia y naturaleza. Es principio y
medida de los siglos. El Ser en que se apoya el tiempo y eternidad que abraza
los seres. El Ser de todo lo que de algún modo es. Devenir de cuanto se sucede.
De aquel que es vienen la eternidad, esencia, ser, tiempo, devenir y efectos del
devenir. Es aquello que es y cuanto lo sustenta, lo que de algún modo existe y
lo que por sí existe. Dios no es cualquiera de los seres. No. Pero de forma
simple e indefinible abarca y contiene de antemano en sí todo el ser. Por eso,
se llama "Rey de los siglos", pues en El, con El y por su poder todo ser es y
subsiste. No fue antes ni será después, ni es un devenir, ni llegará a ser
nada. No. El no es un ser. El es el Ser de los seres. No sólo las cosas que son,
sino el mismo ser de las cosas, del ser siempre, eterno. Porque El es eternidad
de eternidades, que "existió antes de todos los siglos".
5. Repetimos. Todo ser y todas las edades derivan
su existencia de aquel Ser que fue anterior a todos. De El proceden toda
eternidad y tiempo. El es anterior al principio y causa de toda la eternidad,
del tiempo y de todas las cosas. Todas participan de El y El nada abandona. "El
es antes que todo y todo subsiste en Él". En breve, anterior a todo cuanto
existe, en El todo tiene su fundamento y se conserva.
Antes de todas las participaciones de El, se
presupone el mismo ser y es el Ser por sí. Es anterior al ser Vida y al ser
Inteligencia y al ser Semejante a la misma Divinidad. Todo ser que participe en
estas cosas debe antes que nada participar en el Ser. Con mayor precisión: todas
aquellas cualidades de que otras cosas participan previamente suponen el ser.
Considera todo cuanto existe. Nada hay que no sea esencia y tiempo, envoltura
con que los cobija el que es por sí. Por eso, Dios, como autor de todas las
cosas, es celebrado ante todo como "el que es". En grado eminente existió antes
que nada y es fuente de todo ser, pues contiene en sí todo ser. Por lo cual
existen los principios de todos los seres y ejercen su función de principios.
Primero son. Luego sirven de fundamento.
Se puede expresar así. La vida en cuanto tal es el
principio de todo ser viviente. La Semejanza de cuanto es semejante, la Unidad
de lo unido, el Orden de lo ordenado. Y así todo lo demás. Te encontrarás con
que todas las demás cosas participan de una u otra cualidad o de muchas. Lo que
ellos tienen primariamente es la existencia, la cual los asegura de su
permanencia y de que son fundamento de tal o cual cosa. Existen sólo por
participación en el Ser. Con mucha más razón, pues, participan del Ser las cosas
que existen gracias a estas participaciones.
Así, pues, el primer atributo de la Bondad supraesencial es el don de ser, y con
razón así se reconoce. En ella y de ella misma es el Ser por sí y los principios
de las cosas y todas las cosas que son o hayan de ser, de cualquier modo que sean.
Esto sin limitación, comprehensiva y singularmente.
La Unidad contiene uniformemente en sí misma todo número. Todo número se halla unido
en la Unidad, y cuanto más de ella se aleja, tanto más se multiplica y divide.
Todas las líneas del círculo existen juntamente
con el centro por una sola unión y el punto tiene todas las líneas rectas
uniformemente unidas entre sí y con el único principio por el cual existen. En
el mismo centro se hallan absolutamente unidas, de modo que cuando se separan
poco de éste, también distan más entre sí. Y por decirlo de una vez: cuanto más
cercanas estén del centro, tanto más unidas estarán entre sí; y cuanto más
disten del centro, tanto más distarán entre sí.
En toda la disposición del universo, las maneras
de ser de toda la naturaleza están ordenadas con una sola misión inconfusa. En
el alma están íntimamente unidas las facultades que proveen a todas las partes
del cuerpo. Por eso no tiene nada de absurdo que desde las pequeñas e
insignificantes imágenes y ejemplos nos elevemos a la única Causa de todas las
cosas y con ojos que ven más allá del universo contemplemos todo unido y
uniforme, aun las cosas contrarias entre sí. Porque aquella Causa es el
principio de las cosas. De ella provienen el ser mismo y toda clase de seres,
todo principio, todo fin, toda vida, toda inmortalidad, toda sabiduría, todo
orden, toda congruencia, toda potencia, toda conservación, toda fuerza, toda
permanencia, toda inteligencia, toda razón, todo sentido, todo hábito, todo
estado, todo movimiento, toda unión, todo conjunto, toda amistad, toda
diferencia, toda distinción, toda definición. Todo atributo, que, por el mero
hecho de ser, imprime su sello en todos los demás seres.
8. Además, de esta misma Causa universal provienen
todos aquellos seres inteligentes e inteligibles: los ángeles deiformes. De ella
proviene también la naturaleza de las almas y la naturaleza del universo, con
todas las cosas y cualidades que subsisten en otros objetos o en el proceso de
nuestros pensamientos. De allí proceden también aquellos santísimos y muy
venerables poderes que tienen la más real existencia, la que constituye, por
decirlo así, el vestíbulo de la Trinidad supraesencial. De ella proceden, en
ella existen y de ella derivan su semejanza divina. Siguen luego los seres en
grado inferior y potencias del último rango, las que están en el ínfimo lugar
con relación a su naturaleza angélica, pues en relación a la humanidad se trata
de una forma de existencia aun superior.
Luego están las almas, con todas las demás
criaturas. De la misma Causa reciben el ser y el estar bien en que son y están
bien. Allí tienen su principio, conservación y finalidad. Aquel que es ante todo
da la más alta medida de existencia a los seres más elevados: existencias
eternas las llama la Escritura. Pero el Ser en sí nunca está ausente de estos
seres, y tal Ser procede de Aquel que es anterior a todo. No es un aspecto del
ser; el ser una faceta de El. No está contenido en el ser, sino que El contiene
al ser. El es la eternidad del ser, origen y medida del ser. El es anterior a la
esencia, a la existencia y a la eternidad. El es la fuente creadora, el medio y
fin de todas las cosas. Por eso, la Sagrada Escritura llama de muchas maneras a
Aquel que es verdaderamente anterior a todo ser. A El propiamente se le atribuye
el pasado, el presente y el futuro. También lo hecho, lo que se hace y lo que se hará.
Todas estas características, cuando se entienden
como conviene a Dios, significan que El está sobre todo conocimiento, que es suprasustancial y Causa de todo aquello que de algún modo es. No tiene una clase
de existencia y carece de otra. No. El es todas las cosas por ser la Causa de
todo. Es anterior a todo principio y fin de las cosas. Superior a todo porque
todo lo trasciende.
Por lo cual, de El se puede predicar cualquier
atributo y en realidad no se identifica con ninguno. Es de toda figura y de toda
forma, pero sin forma ni hermosura alguna, porque en su incomprensible
prioridad y trascendencia contiene anticipadamente los mismos principios,
medios y fines de las cosas. El les comunica su pura iluminación, de suerte que
todas existen en virtud de esta Causa única e indiferenciada.
El sol que conocemos es uno. Única luz que actúa
sobre las esencias y cualidades de las muchas y variadas cosas que vemos. Las
renueva, alimenta, protege y perfecciona. Establece las diferencias entre ellas
y las unifica. Les da calor y las hace fructificar. Las renueva, fecunda, da
crecimiento, cambia, enraíza y hace florecer. Las aviva y desarrolla. Cada cosa
a su manera participa del mismo y único sol, el cual, siendo uno solo, anticipó
uniformemente en sí mismo las causas de los muchos que participan de él.
Con mayor razón se ha de conceder ciertamente que
todo esto ocurre en la causa del mismo sol y de todas las cosas. Los arquetipos
existen previamente en Dios como supraunidad. El es autor de todas las esencias.
Lo que llamamos "arquetipos o ejemplares" son en Dios las razones esenciales de
las cosas, que preexisten en Dios simple mente. La teología las llama
"predefiniciones", voluntades divinas y buenas, definidoras y creadoras de las
cosas, según las cuales aquel que es Supraesencia predefinió y produjo todas las
cosas que son.
9. Puede suceder que Clemente, el filósofo, use el término "ejemplar"
con relación a las cosas principales, pero su discurso no procede conforme al propio,
perfecto y simple nombre. Aun concediendo que habló rectamente, estaríamos obligados
a recordar la frase de la Sagrada Escritura: "No te he mostrado estas cosas para
que te apegues a ellas". Es decir, que mediante el conocimiento que tenemos de
las cosas somos llevados, en cuanto es posible, al conocimiento de la Causa de todas
en particular.
Por lo cual, debemos atribuir todos los seres a esta Causa y considerarlos unidos en unidad
trascendente. Es a partir del Ser, por movimiento procesivo y productor de esencias, como la
Causa alcanza a todas las cosas dándoles plenitud de ser. Se deleita en todos los seres,
puesto que todo lo tiene previamente en sí por la excelencia de su simplicidad, y rechaza
toda duplicidad. Contiene todas las cosas en su simplicísima infinidad y todos los seres
participan asimismo de la Causa. A semejanza de un sonido, que, siendo muchos los oídos,
todos lo perciben como uno y el mismo.
10. Aquel que preexiste, pues es el Principio y Finalidad de todas las cosas, es la Fuente
por ser Causa; es el Fin, pues El es "para quien todo se hace". El es el límite y
la Infinidad de todas las cosas en forma tal que trasciende la contradicción proveniente de
esos términos. Como muchas veces he dicho, contiene previamente en un solo principio todas
las cosas que son, y las hace existir. Está presente en todos los seres, en todas las partes,
según su unidad e identidad. Pasa a través de todo y permanece en sí mismo. Es quietud y
movimiento sin ser quietud ni movimiento. No tiene origen ni medio ni término. No está en nada.
No es nada de cuanto existe. El no está comprendido en las categorías de eternidad ni de tiempo,
pues trasciende los dos y cuanto éstos contienen. Por El y en El son las cosas que son, la medida
de las cosas y del universo.
Pero hablaremos más oportunamente de todo esto en otro lugar. Baste por ahora lo dicho.
CAPÍTULO VI: De la Vida
1. Celebremos ahora la vida eterna, Fuente de la Vida que es por sí y de toda vida.
Desde ella y por ella se extiende a todos los seres que de algún modo participan de la vida,
y de modo conveniente a cada uno de ellos.
La vida y la inmortalidad de los ángeles. Aquella
perpetuidad de la vida angélica, que excluye toda muerte, procede de la Vida
eterna y por ella subsiste. Por lo cual se llaman siempre vivientes e
inmortales. No son inmortales, sin embargo, porque no tienen por sí ser
inmortales ni la vida eterna. Es algo que tiene de la Causa creativa, que
produce y conserva toda vida. Así como dije, hablando del Ser de los seres, que
su tiempo era ser por sí, digo que la Vida divina es por sí vivificadora y
creadora de la vida. Toda vida y toda moción vital proceden de la Vida, que está
sobre toda vida y sobre el principio de ella. De esta Vida les viene a las almas
el ser inmortales, y todo ser viviente, plantas y animales hasta el
grado ínfimo de vida. Como dice la Escritura, suprimida aquélla, desaparece
toda vida, y volviendo aquélla, de nuevo se vivifica cuanto había languidecido
por separarse de ella.
2. El Ser que es Vida por sí concede primariamente
la vida a toda vida y a cada uno el ser vida conveniente a la naturaleza de cada
cual. Concede también a las vidas celestiales la inmortalidad inmaterial,
deiforme e inmutable, y el movimiento sempiterno, libre de todo error y
desviación. Tan sobreabundante es esta bondad. que se extiende hasta la misma
vida de los demonios, pues ésta no procede de ninguna otra causa.
Además, da a los hombres, a pesar de ser
compuestos. una vida similar, en lo posible, a la de los ángeles. Por la
abundancia de su bondad, a nosotros, que estamos separados, nos atrae y dirige.
Y lo que es todavía más maravilloso: promete que nos trasladará íntegramente, es
decir, en alma y cuerpo, a la vida perfecta e inmortal. Esto parecía a los
antiguos cosa contraria a la naturaleza, pero a mí, a ti y a la verdad nos
parece cosa divina y sobrenatural. Este es superior a la naturaleza visible,
pero no sobre la omnipotencia de la Vida divina. Porque para ésta, cuanto es
vida de todas las vidas, y sobre todo para aquellas que son más elevadas por su
naturaleza, no hay vida alguna que sea contraria a la naturaleza o sobrenaturaleza.
Por tanto, las locuras y discursos contradictorios
de Simón no han de tener parte con Dios ni tampoco con e] alma espiritual.
Porque aquél, aun cuando se creía muy sabio, ignoraba, según creo, que quien
posee muy recto juicio no conviene que emplee la razón, evidente auxiliar de
los sentidos, contra la escondida causa de todas las cosas Lo que él estaba
diciendo iba contra naturaleza. Debemos decirle, por eso, que nada hay contrario
a la Cause universal.
3. Esta Causa da vida y calor a todas la! plantas.
Vive y se sostiene sobre toda vida y preexiste come única Causa de vida, llámese
espiritual, racional o intuitiva, de crecimiento o cualquiera que finalmente sea
la vide o la conciencia de la vida. No basta decir que esta Vida este viviente,
que es Principio de vida, Causa y Fundamente único de vida. Ella es la que lleva
a cumplimiento y diferencia toda vida. A partir de esta vida conviene celebrar
sus alabanzas, porque ella es la que en su multiplicidad engendra toda vida
gracias a la multiplicidad de sus propio: dones. Conviene, pues, a toda vida el
contemplarla y alabarla, porque no le falta nada. Al contrario, está sobre toda
vida, vive en sí misma y vivifica toda vida. Todos los nombres que podamos
tributarle no bastan para alabar esta vida inefable.
De la Sabiduría, Inteligencia, Razón, Verdad y Fe
1. Si te parece, vamos a celebrar la verdadera y
eterna Vida, como sabia y como la misma sabiduría, pues trasciende toda
sabiduría e inteligencia. No se trata solamente de decir que la sabiduría de
Dios desborda de manera que "su inteligencia es inenarrable". Existe sobre toda
razón y número y está colocada sobre toda inteligencia y sabiduría. Esto lo
comprendió maravillosamente aquel verdadero hombre de Dios, mi maestro y vuestro
que dijo: "La locura de Dios es más sabia que los hombres". Palabras verdaderas,
no sólo porque todo humane pensamiento sea una especie de error, comparado con
la sólida estabilidad de las inteligencias divinas, sino también porque es cosa
sabida que los teólogos acostumbrar referirse a Dios con términos negativos para
evitar darle sentido limitado del lenguaje ordinario. Por ejemplo, la Escritura
llama "invisible" al que es Luz brillantísima. A que tiene muchos motivos y
nombres de alabanza le llama Inefable y Sin Nombre. Al que está presente a
todas las cosas y en todas ellas se encuentra, de modo que pueda ser conocido a
través de ellas, le llama el Inaccesible e "Insondable". De este modo se dice
también que el santo Apóstol alaba a Dios por su "Locura''. Parece absurdo y
extraño, pero nos enseña con eso la verdad inefable, superior a toda razón.
Pero, como he dicho en otro lugar, si entendemos al modo humano aquello que está
sobre nosotros y nos adherimos a los sentidos, con los cuales estamos
familiarizados, comparando las cosas divinas con las nuestras, evidentemente nos
engañamos. Medimos al Ser divino y la inteligencia inefable por las cosas que
exteriormente aparecen. El hombre tiene capacidad de pensar y penetra lo
inteligible y se une a las cosas que son superiores a la misma naturaleza de la
inteligencia. Esta característica trascendental corresponde a las
palabras que usamos para con Dios. No hay que entenderlas en sentido humano.
Tenemos que salir completamente de nosotros mismos y ser del todo para Dios,
pues mucho mejor es ser de El que de nosotros. Sólo en cuanto estamos unidos a
El nos vendrán en abundancia los dones divinos.
Alabemos, pues, esta suprema "sabiduría", que no
tiene razón ni inteligencia, y digamos que es causa de toda inteligencia y
razón de toda justicia y conocimiento. De ella es todo consejo, de ella parte
toda ciencia e inteligencia y en ella "están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia''.
Por cuanto queda dicho, está claro que es Causa
supremamente sabia, Sabiduría sustancial por sí misma y creadora de la
sabiduría universal y particular.
2. Los inteligentes e inteligibles poderes de las
mentes angélicas reciben de la Sabiduría sus simples y santas ideas. No obtienen
todos los conocimientos divinos fragmentariamente por sensaciones o
raciocinando. Ni están sujetas a percepciones o razonamientos. Libres del peso
de la materia y multiplicidad, piensan pensamientos de señorío. Purificadas de
toda materia y pluralidad, captan por intuición en un solo acto los inteligibles
divinos. Tienen inteligente potencia y energía que resplandece con inmaculada
pureza. Por la carencia de división y de materia, además de la unidad deiforme,
se asemejan en cuanto es posible a la divina y más que sabia inteligencia y
razón. La cual sucede gracias a la actuación de la Sabiduría divina. De ella
también reciben las almas la facultad de razonar y por eso buscan la verdad de
las cosas por medio de ciertos giros y rodeos.
Por la fragmentaria y variada naturaleza de sus
múltiples operaciones se hallan en nivel inferior a las inteligencias unidas.
Pero cuando desde la variedad se concentran en un solo objeto, entonces se
acercan a las inteligencias angélicas, en cuanto esto es posible para las almas.
Las mismas percepciones sensibles pueden también describirse con propiedad como
eco de la sabiduría y pueden alcanzar la verdad. También la inteligencia de los
demonios, en cuanto inteligencia, procede de la sabiduría Si bien que podemos
decir mejor apartarse de la Sabiduría Desde el momento que la inteligencia
diabólica se torne empecinada, no sabe cómo alcanzar lo que quiere realmente
ni lo consigue.
He dicho que la divina Sabiduría es la fuente,
principio sustancia, perfección, guarda y terminación de la misma Sabiduría, de
toda inteligencia, razón y sentidos. ¿Cómo pues, Dios, superior a la Sabiduría
misma, es alabado como sabiduría, inteligencia, verbo y conocimiento? ¿Cómo va a
comprender los inteligibles El, si no tiene actividad intelectual? ¿Cómo va a
percibir lo sensible El, si está colocado sobre todo sentido? Por otra parte,
las Escrituras enseñan que Dios todo lo sabe, sin que nada escape a su
conocimiento. Pero como muchas veces hemos dicho, las cosas divinas han de
entenderse de modo conveniente a Dios. Cuando decimos que Dios no tiene
inteligencia y que no siente, queremos decir que Dios trasciende inteligencias y
sentidos. No carece de ellos, sino que los posee con sobreabundancia. Por eso
atribuimos la carencia de razón a aquel que está sobre la razón y la imperfección; a aquel que está por encima de toda perfección y es anterior a ella. Como
atribuimos la oscuridad, que escapa al tacto y a la vista, al que es luz
inaccesible, en cuanto excede inmensamente la luz accesible.
Por consiguiente, la inteligencia divina lo
comprende todo por medio de cierto conocimiento eminente. Por ser la Causa de
todas las cosas, conoce previamente todas las cosas. Conoció los ángeles antes
de que fuesen creados. Conoce todas las cosas internamente desde su mismo
principio; por decirlo así, antes de que comenzasen a existir. Creo que es esto
lo que significa la Escritura cuando dice: "Dios eterno... ves las cosas todas
antes que sucedan". La Mente divina no conoce las cosas a partir de las cosas
mismas. Las conoce a partir de ella misma y en ella misma, por ser causa de
todo. Posee de antemano noción y ciencia de todas las cosas; no es un
conocimiento específico de cada cual. Se trata de un golpe de vista que conoce
y contiene todas las cosas en síntesis de causa. Así como la luz, según causa,
anticipa la noción de las tinieblas. No conoce las tinieblas a partir de otras
cosas, sino en referencia a la misma luz.
Así también la Sabiduría divina conoce todas las
cosas conociéndose a sí misma. Conoce inmaterialmente las cosas materiales,
indivisiblemente las cosas divisibles, unitariamente las múltiples. Porque todo
lo conoce y lo produce con un solo acto. Porque es cierto que Dios, como Causa
única y universal, confiere la existencia a todos los seres, por la misma razón
conocerá todo ser, pues procede de El y preexiste en El. No tendrá, por tanto,
que partir de los seres para llegar a conocerlos, pues es El precisamente quien
da a cada uno de ellos el poder de conocerse a sí mismo y de conocer a los
demás.
Por consiguiente, Dios no tiene un conocimiento
propio para sí y otro común para conocer todas las cosas. La Causa universal,
conociéndose a sí misma, no podrá menos de conocer las cosas que de ella
proceden, de las cuales es su principio. Así es como Dios conoce todas las
cosas, no porque le venga el conocimiento a partir de ellas, sino conociéndolas
en sí mismo.
La Escritura dice también que los ángeles conocen las cosas terrenas,
no por noticia que les llegue mediante los sentidos a partir de las cosas,
sino por la propia capacidad y naturaleza interna a semejanza del conocer de Dios.
3. Nos preguntamos ahora cómo nosotros podemos
conocer a Dios, ya que El no es percibido por los sentidos ni por la
inteligencia ni es nada de las cosas que son. Con más propiedad diríamos que no
conocemos a Dios por su naturaleza, puesto que ésta es cognoscible y supera toda
razón e inteligencia. Pero le conocemos por el orden de todas las cosas, en
cuanto está dispuesto por El mismo, y que contiene en sí ciertas imágenes y
semejanzas de sus ejemplares divinos, por el cual ascendemos al conocimiento de
aquel Sumo Bien y fin de todos los bienes por camino acomodado a nuestras
fuerzas. Pasamos por vía de negación y de trascendencia y por vía de la Causa de
todas las cosas.
Así, pues, Dios es conocido en todas las cosas, y
como distinto de todas ellas. Es conocido por el conocimiento y la ignorancia.
Conocimiento de El es la razón, la ciencia, el tacto, el sentido, la. opinión,
el pensamiento, el nombre y todas las demás cosas. Por otra parte, no puede ser
entendido ni encerrado en palabras, ni cabe en la definición de un nombre. No
es ninguna de las cosas que existen ni puede ser conocido en ninguna de ellas.
El es todo en todas las cosas y nada entre las cosas. A todos es manifiesto en
todas las cosas y no hay quien le conozca en cosa alguna.
Ciertamente. Es correcto usar este lenguaje para
hablar de Dios, pues todas las cosas le alaban en su relación de efectos que son
de El, causa de ellas. Pero la manera más digna de conocer a Dios se alcanza no
sabiendo, por la unión que sobrepasa todo entender. Cuando la inteligencia,
apartándose de todas las cosas y olvidándose incluso de sí misma, se une a los
rayos que brillan de lo alto, quedando iluminada en aquel imperceptible abismo
de la Sabiduría.
No obstante, como ya he dicho, esta Sabiduría es
cognoscible a partir de las cosas. Dice la Escritura que la Sabiduría ha hecho
todas las cosas y las está siempre disponiendo. Es la causa indisoluble de
todas las cosas, de su armonía y orden. Enlaza siempre el término de cuanto
precede con los principios de cuanto sigue. Armoniza la única concordia y
consonancia de todo el universo.
4. Las Santas Escrituras alaban a Dios como "Logos" (el Verbo) no sólo
porque es dispensador de la razón, de la inteligencia y de la sabiduría, sino
porque existen en El previamente las causas de todas las cosas, y El las trasciende
por todas partes, penetrando, como dice la Escritura, hasta el fin de todas las cosas.
Se emplea este nombre principalmente porque la razón de Dios es simple sobre toda
simplicidad y está libre de todo por su plena trascendencia.
El Verbo es la verdad simple y realmente esencial.
La fe divina se aplica a El en cuanto es conocimiento puro e infalible de todas
las cosas. Fe divina que es fundamento sólido para los creyentes, que los
confirma en la verdad y ahonda la verdad en ellos, puesto que poseen el
conocimiento simple de las cosas que han de ser creídas, con indisoluble
identidad.
El conocimiento une las cosas conocidas con el
sujeto que las conoce, mientras que la ignorancia es causa para que el ignorante
cambie siempre y se contradiga a sí mismo. Aquel que cree en la verdad, según
la Escritura, en nada le apartará del verdadero fundamento de la fe". Allí
tendrá la constancia de la identidad incambiable e inmutable.
Efectivamente, el que está unido a la Verdad sabe
bien que va por buen camino, aun cuando muchos le tilden de loco, pues ignoran,
como es natural, que aquél, gracias a la verdad de la verdadera fe, está fuera
de error. El conoce perfectamente que no está loco, como otros imaginan; sabe
que la posesión de la verdad simple, perpetua, inmutable, le ha librado de la
fluctuación inestable del error.
Por eso, aquellos nuestros primeros maestros de la
Sabiduría divina mueren todos los días en defensa de la verdad. Dan justo
testimonio con sus palabras y ejemplos de que aquel conocimiento singular de la
verdad cristiana es para todos tan sencillo como divino. O mejor dicho: lo que
ellos prueban es que éste solamente es verdadero, único y simple conocimiento de
Dios.
CAPÍTULO VIII: Del Poder, Justicia, Salvación, Redención. Y también de la Desigualdad
1. Los teólogos alaban la Verdad divina, la
Sabiduría trascendente, como Poder y Justicia que llaman asimismo Salvación y
Redención', nombres que ahora me propongo explicar, en la medida de mis fuerzas.
A mi parecer, cualquier persona instruida y
familiarizada con las Sagradas Escrituras sabe que la Deidad trasciende y
sobrepasa todo poder real o imaginable. Las Sagradas Escrituras hablan con
frecuencia del Señorío de la Divinidad y hacen distinción entre éste y los
poderes del Cielo. Entonces, ¿por qué los teólogos alaban como Poder a aquel que
está por encima de todo poder? ¿En qué sentido aplicamos a Dios el nombre de
Poder?
2. Contestamos así. Dios es Poder porque de
antemano contiene en sí todo poder en grado eminente. El es la Causa de todo
poder. Da ser a todos los seres con su poder inflexible e ilimitado. El es Autor
del mismo ser del Poder tanto universal como particular. Su poder es infinito,
porque de El viene todo poder, trasciende todo poder, incluso el poder absoluto.
Posee poder sobreabundante, que puede producir innumerablemente otros
infinitos poderes. Los ya producidos no disminuyen la eficacia de su poder de
producir poderes. Su poder trascendente es inefable, incognoscible,
inimaginablemente grande. Todo lo llena con su poder, hace poderosa la
debilidad, transformándola plenamente. Como ocurre con las cosas que hieren los
sentidos: las luces brillantes impresionan los ojos, aun los más débiles; los
sonidos más fuertes penetran los oídos ensordecidos. Naturalmente, lo que no oye
en absoluto no es oído, ni es vista lo que no ve nada.
3. El infinito poder de Dios penetra y se extiende
por todas las cosas. Nada hay en el mundo que esté absolutamente desprovisto de
poder. Tiene que haber alguna manifestación de poder, sea de intuición, razón,
percepción, vida, ser. El mismo poder llegar a ser, si es lícito hablar así,
recibe su poder ser del Poder sobresencial.
De aquel poder proceden las potencias a semejanza
de Dios en los órdenes angélicos. Por él también su estado inmutable y asimismo
todas sus espirituales mociones inmortales y perpetuas. Su constancia e
indefectible tendencia al Bien viene del Poder infinitamente bueno. Por
concesión de éste, poseen la facultad de poder y de ser lo que son, de desear
existir siempre y de anhelar el eterno poder.
Los beneficios de este poder inagotable se
extienden también hasta los hombres, hasta los animales y plantas y a todo el
universo. Este poder corrobora las cosas que están unidas en mutuo concierto y
armonía. Para las que están separadas es poder que ayuda a mantener la
distinción conforme a las leyes naturales y propiedades de cada una sin
confusión ni mezcla. Este poder conserva en el bien que le es propio a todos los
órdenes y direcciones del universo. Conserva inmortales las vidas inviolables de
las unidades angélicas. Conserva inmutables las sustancias y órdenes de las
luminarias del Cielo y de los astros. Les da ser para siempre. Distingue en su
marcha la circunvolución de los tiempos y los determina con su retorno
periódico.
El hace inextinguibles las energías del fuego y
perenne la fluidez de las aguas. Limita la expansión del aire, hace que la
tierra descanse sobre la nada y produzca sin término. Conserva inconfusa
e indivisible la congruencia y armonía de los elementos entre sí. Refuerza los
lazos entre el alma y el cuerpo. Hace despertar en las raíces las fuerzas para
alimentar y crecer las plantas. Dirige los poderes que mantienen las cosas en su
ser, y garantiza asimismo la continuidad del mundo. Concede la deificación y
para ello dispensa, las virtudes necesarias a quienes se hacen semejantes a
Dios.
En breve. Nada hay en el universo que esté privado de la tutela e influencia del
omnipotente poder divino. Porque lo que en general no posee poder alguno ni existe
ni es algo ni está en parte alguna.
6. El mago Elimas arguye: "Si Dios es omnipotente, ¿cómo dice tu teólogo que
algo es imposible para Dios? Está criticando aquí a San Pablo por afirmar éste que
Dios no puede negarse a sí mismo.
Al presentar yo esta dificultad temo mucho que alguien me tenga por tonto, pues voy
a echar por tierra esos castillos de arena, propios de juegos infantiles. Haría yo
el ridículo por intentar un objetivo inasequible si me propongo explicar este pasaje.
Como si se tratase de algo difícil de comprender. Negarse a sí mismo es apartarse de
la verdad. La verdad es lo que es. La verdad es ser, y apartarse de la verdad es
alejarse del ser.
Si verdad es aquello que es, y si negar la verdad es alejarse del estado de ser,
seguramente que Dios no puede dejar de ser, no puede menos de ser, que equivale a decir:
no puede no ser. La sola ciencia que le falta es la de poder ignorar.
Aquel mago parece no haber entendido esto. Es como
los atletas incompetentes, que con frecuencia se proponen adversarios débiles.
Se figuran pelear valientemente con la sombra de aquellos seres imaginarios,
golpean el airea al azar constantemente, se hacen la ilusión de que vencen a
sus adversarios y se proclaman campeones cuando en realidad no han conocido el
valor de sus adversarios.
Por otra parte, aproximándonos, en cuanto sea
posible, al teólogo, alabamos a Dios afirmando que es más poderoso que todo
poder, el único poderoso, bienaventurado, del reino mismo de la Eternidad, el
invencible. Más aún: en su poder trascendente El está sobre todas las cosas y en
la supraesencia contiene todas las cosas antes de que existan. El es quien
concede poder a todas las cosas, según la afluencia de su poder superabundante.
En copioso raudal les da el poder ser y el que sean realmente.
Por su justicia también es alabado Dios, porque
concede a todos proporción, hermosura, composición, armonía y orden según
conviene a todos. Reparte y establece de antemano sus órdenes a todos los seres,
según verdadera y justísima determinación. El es principio de actividad en cada
cual.
La justicia divina ordena todas las cosas y las
determina, las conserva libres de mezcla y confusión con las demás, concede a
todas según corresponde a la dignidad de cada una de ellas.
Siendo esto así, aquellos que critican la justicia
de Dios, sin darse cuenta condenan la propia injusticia. Dicen que los mortales
deben poseer la inmortalidad, las cosas imperfectas la perfección, los que se
mueven por sí mismos que sean movidos por otros, inmutabilidad a lo que cambia,
poder de perfeccionarse a lo débil. Dicen, además, que las cosas temporales
deberían ser eternas; las que por naturaleza se mueven deberían ser inmutables;
los placeres momentáneos, eternos. En general, que se inviertan los atributos
de todas las cosas.
Deben saber que la justicia divina es realmente
justicia en cuanto que da a cada uno lo que le corresponde, según sus méritos, y
preserva la naturaleza de cada cosa en su orden y potencia propios.
Alguien podría decir que no es propio de la
justicia dejar a los buenos sin auxilio frente a las vejaciones de los malos. A
esto se ha de responder que si los llamados buenos están apegados a los bienes
terrenos, entonces les falta sincero deseo de lo divino. Tampoco entiendo cómo
pueden realmente llamarse buenos los que vilipendian las cosas verdaderamente
amables y divinas, prefiriendo otras que nunca deberían desear ni amar. Si
amasen lo que realmente vale, se alegrarían seguramente en cuanto pudiesen
conseguirlas. ¿No se acercarían más a las virtudes angélicas por el deseo de las
cosas divinas a medida que se aparten, en lo posible, espiritualmente de los
bienes terrenos y luchen varonilmente con los peligros a que se exponen por
causa del bien?
Con verdad puede decirse que conviene más a la
justicia divina el no permitir jamás que decaiga la energía viril de los
mejores por la concesión de cosas materiales. Antes bien, ayudarles cuando
alguien trate de seducirlos, fortalecerlos en su admirable y firme
perseverancia, darles cuanto convenga a su vocación.
9. También esta divina justicia es celebrada como
"Salvación del mundo" en cuanto conserva y guarda, independientemente de los
demás, el orden y la esencia propia de cada cosa. Se llama así, además, por ser
verdadera causa de que todas las cosas prosigan su actividad en el mundo.
Y si hay alguno que alabe esta salvación, por
cuanto defiende todas las cosas contra la influencia del mal, lo acepto, pues la
salvación reviste muchas formas. sólo pediría yo que establezca a ésta como
primera salvación de todas, pues conserva las cosas inmutables para que no
caigan en el mal. Las guarda a todas en pacífica e inalterable obediencia a las
propias leyes, las aparta de la desigualdad y acción contraria, confirmando de
tal manera las propensiones de cada una de ellas que no puedan ni alterarse ni
pasar a lo contrario. Alguien podría decir -conforme a lo que enseña la
teología- que esta salvación, actuando benévolamente para preservarnos del mal,
redime todas las cosas según la capacidad que éstas tienen de salvación, y actúa
de manera que todas se mantengan en su propio estado. Por eso los teólogos la
llaman también "Redención", porque no permite que lo verdaderamente existente
vuelva a ser nada. Y si en algo se ha faltado o divagado fuera del orden, por
lo cual se hayan perdido las virtudes propias, la perfección repara
inmediatamente aquella caída, aquella debilidad y privación, supliendo lo que
falta. "Redención" es como un padre honrado que perdona, olvida el mal y repara
los daños reponiendo el bien perdido, ordena y adorna lo desordenado y deforme
de modo que reintegre absolutamente y purifique toda marcha.
Todo esto se refiere al terna de la Justicia, que
mide y define la igualdad de todos y destruye toda desigualdad que se toma como
privación de la igualdad de cada uno. La justicia defiende y conserva la
distinción que existe en las cosas frente a quienes interpretan como
desigualdad las diferencias por las cuales se distinguen entre sí. La justicia
no permite que, mezcladas las cosas, se confundan unas con otras, sino que
guarda todas según la especie en que cada cual deba mantenerse.
CAPÍTULO IX: De lo grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, estado, movimiento, igualdad
1. Examinemos ahora, en cuanto nos sea posible, desde fuera los nombres divinos de grande,
pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, quietud, movimiento. Son propiedades de
la Causa de todas las cosas.
Dios es alabado en las Sagradas Escrituras como
"grande" y "grandeza"'. También como "tenue y pequeña brisa", que indica la
divina pequeñez. Se le alaba asimismo como idéntico, según aquello de las
Escrituras: "Tú eres el mismo''. Otro o diferente cuando es representado como
de muchas formas y figuras. Semejante, como creador de la semejanza y de los
semejantes. Y desemejante a todas las cosas, pues "nada hay semejante a El". En
quietud también, e inmóvil, y "en su trono por siempre". En movimiento y
penetrando en todas las cosas. Con estos y otros nombres parecidos se celebra a
Dios en las Escrituras.
2. Cierto. Llamamos a Dios grande, según la
grandeza propia de El, de la cual participan todas las cosas grandes, y va de
hecho mucho más allá. Ocupa todo espacio, sobrepasa todo número. Más abundante
que lo infinito. Desbordan sus grandes obras y brotan de El como de manantial
sus dones. Todos participan de estos dones con largueza sin que en algo
disminuyan. Siempre rebosan más y más. Infinita es esta grandeza, sin número ni
cantidad. Llega a ser inundación como resultado del trascendente efluvio y
magnitud ilimitada.
Pequeña o sutil dicen de la naturaleza de Dios,
porque no tiene volumen ni distancia; todo lo invade sin la menor resistencia.
Realmente, lo pequeño es causa elemental de todas las cosas, porque jamás se
encontrará algo en el mundo que no participe de lo pequeño. El está presente de
manera inmediata en todas las partes como energía de todo ser "penetrante hasta
la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" y de todas las cosas,
pues "no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia''. Y este
pequeño no tiene ni cantidad ni magnitud. Es invencible, infinito, ilimitado.
El todo lo abarca y a El nada lo envuelve.
Dios es supraesencialmente eterno, inalterable e
invariablemente el mismo. Permanece siempre del mismo modo en sí mismo, presente
igualmente a todas las cosas. Situado por sí mismo firme e inviolablemente
dentro de los hermosísimos confines de su identidad supraesencial. No hay en El
cambio, decadencia, deterioro ni variación. No tiene mezcla, está libre de
materia, es simplicísimo, no carece de nada, ni aumenta ni disminuye. Increado,
que quiere decir que nunca comenzó por nacimiento, ni fue antes imperfecto y se
perfeccionó por procedencia de tal o cual principio. No significa que hubo algún
tiempo en que no existió. Lo que hay que entender es que Dios fue ingénito total
y absolutamente, que existió siempre sin la menor imperfección posible y siempre
el mismo, determinado uniformemente y en la misma especie por sí mismo. El da a
conocer esta identidad a todos aquellos que son capaces de participar en su
misma identidad. Por la sobreabundancia de esta identidad coordina unas cosas
con otras y sobrecontiene idénticamente en sí mismo aquellas cosas que son
contrarias, según una sola y única causa eminente de toda identidad.
5. Otro o diferente, porque Dios está presente a
todos por medio de su providencia y viene a ser "todo en todas las cosas"' para
salvación de todos. Permanece inconmovible en sí mismo y en su propia identidad,
unido consigo mismo según una sola e incesante operación. Con indeficiente poder
se entrega a sí mismo para imprimir la forma divina en los que se dirigen a El.
"Diferente" significa la variedad de figuras de Dios, para indicar que El no es
como lo que exteriormente aparece.
Como si alguien, pensando en el alma, la
representase en figura corporal y concediera partes materiales a una cosa que
carece de ellas. Daríamos a cada una de las partes un significado que conviniese
a una propiedad indivisible del alma. Llamaríamos inteligencia a la cabeza,
opinión a la cerviz por hallarse entre lo racional y lo irracional, ira al
pecho, pasión al vientre y, finalmente, naturaleza a las piernas y a los pies,
usando de los nombres de estas partes como símbolos de las facultades. Así
también, con razón mucho más elevada, en aquel que es superior a todas las
cosas, hay que describir alegóricamente la diversidad de formas y figuras,
mediante explicaciones sagradas y místicas, adaptadas a Dios.
Quisiéramos aplicar a Dios las tres dimensiones de
los cuerpos, por más que no pueda ser tocado ni figurado. En tal caso podría
llamarse latitud divina la amplísima progresión hacia todas las cosas; longitud
a su poder, que se extiende sobre todos los seres; profundidad al arcano
inaccesible a toda criatura, lo que nadie conoce.
Pero no nos engañemos a nosotros mismos, al
insistir en la explicación de estas varias figuras y formas, confundiendo los
nombres incorpóreos de las cosas divinas con los nombres de las cosas sensibles.
De esto se trata en la Teología simbólica. Por ahora baste insistir en que la
diversidad en Dios no se debe imaginar como algo que altere su inmutable
identidad. Imaginemos más bien una multiplicación en la unidad y como una serie
de procesos en que se expresa dentro de su unidad la fecundidad productora de
todas las cosas.
6. Es aceptable llamar a Dios semejante, indicando
que es totalmente único e indivisiblemente idéntico. Los teólogos, sin embargo,
dicen que Dios, superior a todas las cosas, en cuanto El mismo es, no es
semejante a nadie, sino que El da semejanza divina a aquellos que se le acercan,
cuando sobre todo término y razón le imitan según sus fuerzas.
La fuerza de la semejanza divina es tanta, que
atrae todas las cosas creadas hacia su Creador o Causa. Se dice que estas cosas
son semejantes a Dios, pues fueron hechas a su imagen y semejanza. Pero no
podemos decir que Dios es semejante a ellas porque ni siquiera el hombre es
semejante a su imagen.
Si se consideran las cosas que están en un mismo
nivel pueden decirse semejantes unas a otras, de modo que unas y otras sean
recíprocamente semejantes en conformidad con la forma específica principal.
Porque hay igualdad de especies. Pero tal intercambio no se puede admitir entre
Causa y efectos, porque Dios no solamente concede semejanza a unas u otras
cosas, sino que es Causa de que todas las cosas sean semejantes. El es la
subsistente y absoluta semejanza, de manera que toda semejanza en el mundo
existe como cierto vestigio de la divina semejanza. Por esta semejanza se logra
la unidad del universo.
7. Mas ¿para qué entretenerse en esto? La misma Escritura dice que Dios es
desemejante y que a nada se le puede comparar, pues es diferente de todos
los seres y, lo que es más admisible, nada hay semejante a El.
Sin embargo, esto en modo alguno contradice lo
dicho sobre la semejanza, porque para Dios son lo mismo las cosas semejantes que
las desemejantes. Son semejantes a El en el sentido de que participan en cierto
modo de aquel que no puede ser participado. Son desemejantes por cuanto los
efectos distan de la Causa y le están incomparablemente subordinados.
8. ¿Qué diremos de la quietud o estabilidad de
Dios? ¿Qué otra cosa sino que Dios permanece en sí mismo fijo firmemente en el
mismo estado, inmóvil, idéntico a sí mismo? Su actuación es siempre del mismo
modo, con el mismo objetivo, en la propia sustancia. El es absolutamente por sí
mismo inmutable, inmóvil. Todo esto de modo trascendente. El es la Causa de toda
quietud y estabilidad. "En El descansan todas las cosas". Y así se conservan
todas con sus propiedades.
9. ¿Qué diremos cuando los teólogos afirman que
Dios, inmóvil, procede y se mueve hacia todas las cosas? ¿No habrá que entender
todo esto de manera compatible con la naturaleza de Dios? Piadosamente, pues,
se ha de pensar que Dios no se mueve por traslación, cambio, alteración,
conversión, movimiento local, recto, circular o compuesto de uno y otro,
intelectual, animal o natural. Moverse Dios significa que El produce todas las
cosas, las conserva en su ser y provee de cuanto necesitan. Que El está presente
y todo lo abarca en forma que nuestra mente no alcanza a comprender. Y esto por
todos los caminos y operaciones de la Providencia.
Pero podría explicarse razonablemente y conforme a
la naturaleza divina el movimiento de Dios, que es inmutable. Porque el
movimiento rectilíneo puede entenderse como inflexibilidad e indeclinable
progreso de operaciones y por el mismo origen de todas las cosas que parten de
El. El movimiento en espiral puede referirse al progreso móvil de todas las
cosas y a su fecundo estado. Por último, el movimiento circular puede explicarse
por la identidad y enlace de los medios y extremos, que contienen y son
contenidos, y por el retorno a El de aquellos seres que de El procedieron.
10. Alguien puede tomar de las Santas Escrituras
el nombre idéntico, justo e igual aplicados a Dios. Se dice de Dios que es igual
sólo porque está exento de partes y nunca se aparta de lo justo. También porque
penetra todo y por todo igualmente. Es autor subsistente de igualdad por la cual
hace que todas las cosas procedan con cierta intercompenetración. Se da a todos
igualmente en participación, según la capacidad receptiva de cada cual. También
se dice igual por cuanto contenía en sí mismo de antemano toda igualdad:
inteligente e inteligible, racional o sensitiva, esencial, natural o voluntaria.
Y esto unida e independiente, según un poder que a todo excede y que es causa
de toda igualdad.
CAPÍTULO X: Del Omnipotente y Anciano de días. También sobre la eternidad y el tiempo
1. Llega el momento de que con nuestro estudio
alabemos a Dios, a quien, entre otros nombres, le llaman el Omnipotente y el
Anciano de días. Decimos Omnipotente porque El es el fundamento de todo, todo
lo conserva en el ser y abraza todo el mundo. Lo fundamenta. Lo entrelaza, lo
contiene en sí mismo. Brotan de El todas las cosas como de raíz que todo lo
contiene y hace retornar a sí como a su omnipotente principio. Todo lo contiene,
pues todo reside en su omnipotente conexión suprema. No permite que ningún ser
se aparte de El para que no perezcan separados de su perfecta morada.
Llámase a la Deidad Pantocrátor, porque ejerce su
poder sobre todas las cosas con supremo señorío. Omnipotente también, porque
todos le aman y desean e impone a todos un yugo voluntario, las dulces
consecuencias del amor divino y omnipotente, de su inextinguible bondad.
2. Le llaman también el Anciano de días, porque El es tiempo y eternidad para
todos los seres, antes de los días, antes del tiempo, antes de la eternidad.
Y se llama con propiedad tiempo, días, épocas en el sentido que esto conviene
a Dios, autor del tiempo y de la eternidad, como es eterno movimiento y estabilidad.
Por lo cual, también en las manifestaciones que ha hecho de sí mismo durante las
visiones místicas se presenta como antiguo y nuevo. La primera significa al Anciano,
al que es "desde el principio", y la segunda indica que no puede hacerse
viejo. Los dos nombres, "Anciano" y "Nuevo", dan a entender que
El está en todas las cosas desde el principio hasta el fin. Uno y otro nombre, como
dice mi santo maestro, significan la antigüedad divina, de manera que anciano se
refiere a lo que es primero en orden del tiempo, y nuevo o joven, a lo más excelente
en número, puesto que la unicidad y cuanto se aproxime a ella tienen prioridad sobre
los números que avanzan a la multiplicidad.
3. Creo que debe explicarse según las Sagradas
Escrituras la naturaleza del tiempo y de la eternidad. Cuando allí se hace
mención de cosas eternas no siempre la Escritura quiere decir que sean
absolutamente increadas, realmente sin principio ni fin las cosas llamadas
eternas, incorruptas, inmutables, idénticas. Por ejemplo, cuando dice: "Elevaos,
puertas eternales'', y otras semejantes.
De hecho, frecuentemente, con el nombre de
eternidad se significan las cosas más antiguas, como cuando llaman eternidad a
la duración total de nuestro tiempo, por ser propio de la eternidad el ser
antigua, inmutable y medida de las cosas. Por otra parte, emplean la palabra
tiempo para indicar el proceso de los cambios manifestados, por ejemplo, en el
nacimiento, alteración y muerte. De modo general en todo cambio. La Escritura,
pues, enseña que nosotros, a quienes define y circunscribe aquí el tiempo,
hemos de participar de la eternidad incorruptible e inmutable cuando por fin
lleguemos a ella.
Hablan también las Escrituras de la eternidad temporal y el tiempo eterno.
Pero bien sabemos que alaban y entienden por eternidad aquellas cosas que se
aproximan más al origen, mientras que el tiempo se refiere a las cosas que
llegan a ser. Por tanto, no imaginemos que las cosas llamadas eternas son
simplemente coeternas con Dios, el cual es anterior a la eternidad. No. Más
bien nos atengamos aquí al sentido preciso que las Escrituras dan a las palabras
"eterno" y "temporal". Pero se cuentan como cosas intermedias
entre las que son y entre las que se hacen aquellas que en un sentido participan
de la eternidad y en otro del tiempo.
Conviene, pues, celebrar a Dios como eternidad y como tiempo, como autor de todo
tiempo y eternidad, pues siendo el Anciano de días, es causa del tiempo y de la
eternidad, superior al tiempo. Antes que las varias épocas. O, dicho de otra manera,
El existe antes de todos los siglos, en cuanto es antes de la eternidad, y sobre la
eternidad, y "su reino es reino de todos los siglos". Amén.
CAPÍTULO XI: De la Paz. Del "Ser por Sí": De la "Vida por Sí".
Del "Poder por Sí". Y de otras expresiones semejantes
1. Pasemos ahora a celebrar con himnos de alabanza
la paz de Dios', principio de conciliación. Ella todo lo une, engendra y realiza
la concordia y unión. Por lo cual todas las cosas la desean, para que, dispersas
en multitud, se integren de nuevo en unidad, se reduzcan a un concorde conjunto
los conflictos internos del universo.
Además, por participación de la paz divina, las
primeras fuerzas conciliadoras se unen ante todo unas con otras y con la Fuente
única de paz universal. Luego, estas fuerzas hacen que las de rango inferior se
unan consigo mismas, entre ellas, y con el único y más perfecto Principio y
Autor de toda paz. Cuando El viene individualmente a cada uno de estos seres
consolida la unión como si pusiera cerraduras y vallados; une lo que está
dividido, todo lo define, determina y robustece; no permite que las cosas
divididas hasta el infinito permanezcan dispersas caóticamente, privadas de la
presencia de Dios, ni que fuera de la unidad confusamente se mezclen entre sí.
El Justo, por semejanza con algunos atributos
conocidos, da el nombre de Silencio e Inmutable a esta cualidad y tranquilidad
de la paz divina. Nombres que indican la quietud y paz en Dios, que conserva en
sí mismo la absoluta y trascendental unidad consigo mismo. El se multiplica y
extiende a todas las cosas permaneciendo totalmente dentro de sí mismo, sin
salir de sí, por excelencia de unión, superior a todas las cosas.
No podemos expresar de otra manera nada de esto ni podemos entenderlo. Por tanto,
cuando tratamos de paz que trasciende todas las cosas admitamos que es inefable e
inconcebible. Pero la estudiemos en cuanto lo permiten las limitaciones de los
hombres y más las mías, que soy inferior a los demás.
2. En primer lugar, diremos que Dios es autor y
creador de la paz en sí, de la paz en general y de la paz en particular. El une
sin confusión todas las cosas entre sí. Con tal unión, las cosas coherentes, sin
división ni distancia, cada una de ellas según su propia especie, persisten
puras, no perturbadas por la concurrencia de contrarios. Nada interrumpe esta
exacta unión y pureza.
Contemplemos, pues, la única y simple naturaleza
de la unión pacífica, que une todas las cosas entre ellas mismas y conserva los
seres, por cierto enlace inconfuso de todos ellos, armonizados juntamente y no
mezclados. Por esta misma unión, las inteligencias divinas se entrelazan con sus
propios actos de entender y sus objetos. Luego se elevan para entrar en
contacto, por modos desconocidos, con las realidades que están sobre toda
intelección.
Por tal unión, las almas, enlazando sus
multiformes razonamientos, proceden por camino y orden propios de ellas, por
una inteligencia inmaterial e indivisa hacia cierta unión superior a la
inteligencia. Por esta unión se logra la única e indivisible unión de todos los
seres, cada cual según su propia naturaleza, y se acomoda con perfecta armonía,
concordia y consonancia, se reúnen todos sin confusión en unión indisoluble.
La paz perfecta difunde su plenitud a través de
todos los seres, gracias a la inmanencia perfectamente simple y sin mezcla de su
poder unificante. Une todas las cosas, enlaza extremos con extremos por virtud
de los medios y a todos armoniza con amistad connatural. Hace que gocen de ella
hasta los términos más lejanos del universo. Consocia todos los seres en
unidades, identidades, uniones, conjuntos, sin que por eso la paz deje de ser
indivisible. Coordina todo en un solo acto, llega a todo, no pierde jamás su
identidad. A todos se extiende y a todos concede participar de sí misma según la
capacidad de cada cual. Hace desbordar fuera de sí la sobreabundancia de su
pacífica fecundidad. Por ser unidad supraesencial permanece en sí misma unida
perfecta y totalmente.
Dirá alguno: "¿Cómo es que todas las cosas apetecen la paz? Hay muchas que
gozan de ser distintas y aun diversas, nunca quieren por sí mismas estar en paz".
Esto es cierto si al hablar así se afirma que la
diversidad y distinción se refieren a la individualidad de cada cosa y del hecho
de que nada quiere perder de la propia individualidad. Pero eso mismo es un
deseo de paz. Porque todos los seres desean tener paz consigo mismos, estar
unidos y permanecer ellos mismos y todas sus cosas inmóviles e ilesos. Y es,
perfecta aquella paz, conservando sin confundir la individualidad de cada cual,
dando providencias que aseguren todas las cosas en paz y exentas de confusión
interna o de fuera. Ella es la que establece todo con poder estable,
indeficiente, para su paz e inmovilidad.
Si todo lo que se mueve, en vez de estar en calma,
se mueve incesantemente en virtud de su propia tendencia, también este apetito
correspondería a aquella paz universal y divina, que conserva todos los seres
en sí mismos para que no se desintegren y guarda la propiedad motriz y la vida
de todos aquellos seres que la mueven para que no se aparte ni decaiga de ella
misma. Esto sucede para que al moverse tengan consigo la paz y siendo de este
modo realicen lo que les corresponde.
Pero si alguno considera la diversidad como un alejamiento de la paz, y concluye
que no todos aman la paz, responderemos que en la naturaleza de las cosas no
existe nada que carezca absolutamente de unión. Aquello que se figura como
grandemente inestable e infinito, indeterminado y no fijo en bale alguna, no
tiene ser ni está en ningún sitio. Si alguno insiste en que son contrarios a la
paz y a los bienes de ésta aquellos que se complacen en lides y contiendas,
mudanzas y cambios, respondemos que también ellos son impulsados por ciertos
deseos, aunque imprecisos, de paz. Desean desmañadamente apaciguar las pasiones
que los agitan. Se imaginan que saciándose con los placeres pasajeros que los
esclavizan obtendrán la paz. Se irritan cuando se les prohíben.
Pero ¿qué decir de la pacífica bondad de Cristo? Nos enseña a no guerrear en
adelante ni con nosotros mismos ni con los prójimos ni con los ángeles. Más bien
debemos cooperar, según nuestras fuerzas, en las cosas que se refieren a Dios
conforme a la providencia del mismo Jesús, quien "obra todas las cosas en
todos" y nos confiere una paz inefable, predeterminada ya desde la eternidad,
y nos reconcilia en espíritu con El mismo, por El y en El con el Padre.
Pero esos dones maravillosos ya quedan explicados suficientemente en las
Representaciones teológicas basándome en el testimonio de la Sagrada Escritura.
5. Una vez por carta me preguntaste qué significa ser por sí, vida por sí,
sabiduría por sí. Dices que no aciertas a entender por qué a veces llamo a Dios
vida por sí y otras veces autor de la vida por sí. Por todo esto he creído necesario,
santo hombre de Dios, resolverte estas dudas en cuanto me sea posible.
Ciertamente, repitiendo ahora lo que he dicho miles de veces, no implica contradicción
alguna el decir que Dios es "poder por sí", "vida por sí". Y lo
mismo decir que Dios es "creador de la vida por sí" y "de la paz por
sí" y "del poder por sí".
En los primeros casos se habla de Dios a partir de los seres, y principalmente de los
seres fundamentales que se aplican a Dios porque es Causa de todos los seres. En el segundo,
se le atribuyen en cuanto que El es supraesencial a todo ser, aun los más fundamentales.
Preguntas: ¿a qué llamamos ser por sí y vida por
sí? ¿Qué cosas son absoluta y primariamente? ¿Cuáles las que suponemos
procedentes de Dios y creadas primariamente? Respondemos. Esto es claro, no
tiene nada de intrincado, pues basta una sencilla explicación. No decimos que
aquel ser por sí sea cierta sustancia divina o angélica, causa de todas las
cosas que son. Eso lo es únicamente aquel que es supraesencial, principio,
esencia y causa de que sean todas las cosas que son, y el mismo ser por sí. Ni
se trata de otra divinidad productora de vida, distinta de la que admitimos como
vida supradivina. Causa de todo viviente y de la misma vida. Por decirlo de una
vez, no admitimos otras causas principales de las cosas, creadoras y existentes,
a las cuales llamaron temerariamente dioses y creadores del mundo. Ni aquéllos
ni sus padres y antepasados supieron llamarse por su propio nombre, pues en
realidad no existían. Más bien decimos que ser por sí, vida por sí, divinidad
por sí son nombres que convienen primaria, divina y eficientemente al único
principio y causa de todo, trascendental.
No participamos directamente de Dios. Lo hacemos
por medio de dones que proceden de El; los llamamos efectos de la sustancia por
sí, vida por sí, deificación por sí. Los seres que participan de estos dones,
según sus posibilidades, son y se llaman "poseedores de sustancia",
"vivientes", "divinos", y de modo semejante.
Por lo cual, el Bien constituye la base y es autor
de los seres fundamentales; después, de aquellos que generalmente y de manera
universal participan de aquello, y finalmente de los que tienen todo eso en
parte.
Pero ¿para qué hablar de esto? Algunos de mis
santos maestros lo han tratado. No necesito decir nada más. Fueron ellos
quienes dijeron del Bien que es la "bondad subsistente en sí" y "divinidad en
sí" a los dones benéficos y divinizantes que proceden de Dios. Llamaron
"Hermosura en sí misma" al desbordamiento de cuanto procede la Hermosura en sí.
Del mismo modo llaman "plena hermosura" y "hermosura parcial", las cosas bellas
en todo o en parte. De manera semejante hablan de otras cualidades que
manifiestan esa providencia y bondad participada por los seres que proceden de
Dios en efluvio desbordante. Aunque Dios no es directamente participado, El
causa todo, absoluta y totalmente trasciende todo, está sobre la esencia y
naturaleza de todas las criaturas.
CAPÍTULO XII: Del Santo de los santos, Rey de reyes, Señor de señores, Dios de dioses
1. Creo que ya estamos acabando lo que me había
propuesto decir sobre todo esto. Alabemos aún a aquel que tiene infinitos
nombres. Reconozcámosle como Santo de los santos, Rey de reyes, que reina
eternamente y más allá, Señor de señores, Dios de dioses.
En primer lugar, diré lo que se entiende por santidad, reinado, señorío, divinidad;
y qué quieren decir las Escrituras con esos nombres por duplicado.
2. En la manera común de hablar, la santidad consiste en estar libre de pecado.
Es pureza plenamente inmaculada. Reinado quiere decir el poder para señalar fronteras,
legislar, ordenar. Dominación es no sólo superioridad con respecto a los inferiores,
sino también posesión completa de todo lo hermoso y bueno con firmeza verdadera,
inquebrantable. Dominación, palabra que en griego viene de iwpos y equivale a firmeza,
firmamento, firme, que afirma y ratifica. Deidad es lo mismo que providencia: lo ve todo,
con perfecta bondad todo lo abraza y contiene. A los que gozan de sus bienes providenciales
los llena de sí misma a la vez que se mantiene trascendente.
3. Se han de emplear todos estos nombres para alabar a la Causa trascendental,
añadiendo que es la eminente santidad y dominación, el supremo reino y divinidad
perfectamente simple. De tal Causa emanó y se difundió singular y copiosamente toda
perfección y pureza sincera. De ella procede toda disposición y rango de las cosas,
que acaba con el desorden, desigualdad, desproporción y conduce a la bien ordenada
identidad y rectitud abrazando cuanto es digno de participación.
Esta Causa es perfecta y en ella están todas las cosas hermosas y toda providencia
con que conserva a quienes dirige. Se ofrece misericordiosamente para divinizar a
cuantos se dirigen a Ella.
4. Por cuanto el Autor de todas las cosas las
contiene en plenitud y todo lo trasciende, le invocamos con el nombre de "Santo
de los santos" y con los demás nombres, porque es causa desbordante y supraeminente. En lo que tienen las cosas de santas, divinas, señoriales o
regias aventajan a las que no tienen atributos. Los atributos son mejores que
los sujetos participantes. Así es superior a toda participación y a todas las
cosas el Autor imparticipable de todos cuantos le participan.
Las Escrituras llaman "santos", "reyes", "señores"
y "dioses" a los órdenes más principales en cada cosa. Por medio de ellos, los
seres inferiores participan de los dones divinos, diversifican y multiplican a
su vez los dones que ellos reciben. Luego, los superiores se encargarán de
reunir y simplificar de manera providencial y divina la variedad en la unidad
que les es debida.
CAPÍTULO XIII: Del Perfecto y del Uno
Baste lo dicho sobre el tema. Ahora, si te parece, procedamos a lo principal.
La teología atribuye todas las cosas, tanto en particular como en conjunto, al
Autor de todas ellas. Le alaba como Perfecto y como Uno. Es Perfecto o absoluta
perfección en la unidad de sí mismo. Pero más porque es supraperfecto, trasciende
toda realidad, en total unidad desborda toda infinidad, nada ni nadie le limita.
Alcanza y sobrepasa todas las cosas con inagotable generosidad y actuación infinita.
Es perfecto, además, porque no puede ni aumentar ni disminuir, pues de antemano
contiene en si todas las cosas perfectas, colmando a cada cual con la perfección que
le es propia.
Uno es su nombre. Esto significa que Dios, por su
unidad supraesencial, es el Único en donde están todas las cosas. Nada hay en
el mundo que no participe de aquel Uno. Como todo número participa de la unidad,
y decimos un par, una mitad, un tercio, un décimo. Así, todas las cosas y
cualquier partícula participan del uno. Y por lo mismo que son una, especie del
uno, todas las cosas son uno al mismo tiempo que muchas. Aquel Uno, que es Causa
de todas las cosas, no es una cualquiera de éstas; en realidad, existe antes y
define toda unidad y multitud.
No puede existir multitud sin participar de la
unidad: son múltiples por sus partes, pero no por el todo. Las que son múltiples
por sus accidentes son uno por el sujeto. Las múltiples por el número y sus
propiedades son uno por su especie. Las múltiples por sus especies son uno por
el género. Las que son múltiples por las procesiones son uno por el principio.
Nada hay en la naturaleza de las cosas que de
alguna manera no participe en la unidad de aquel que contiene de antemano y en
síntesis la totalidad universal, incluidas las cosas opuestas que allí se
reducen a unidad. Sin el uno no habría multitud, pero sin la multitud no habría
uno. La unidad es anterior a la multiplicación. Si alguien imaginase que todas
las cosas se uniesen entre sí, todas formarían un conjunto o algo uno.
3. Hay que tener esto en cuenta: cuando decimos
que las cosas están unidas, lo están conforme a la idea previamente establecida
para cada una de ellas. En este sentido, el Uno es el elemento básico de todas
las cosas. Si se quita la unidad no habrá en las cosas ni totalidad ni parte
alguna, ni ninguna otra cosa, porque es en la misma unidad donde existen de
antemano en síntesis todas las cosas.
Por eso las Escrituras alaban como el Único a la Deidad, Causa de todas las cosas.
De este modo "no hay más que un Dios Padre y un solo Señor Jesucristo",
"único y mismo Espíritu" en virtud de la sobreabundante indivisibilidad
de la divina unidad. Allí todo se contiene en síntesis dentro de la unificación
que existe de antemano suprasustancialmente.
Por lo cual, con razón también se refieren a Dios
todas las cosas, pues gracias a El, por El y en El, todas las cosas existen, se
armonizan, permanecen, se agrupan, se perfeccionan y orientan hacia El. No se
encontrará nada en el mundo que no deba al Uno lo que es, su perfección y
conservación. El Uno es sobresencia de la Deidad.
Debemos, pues, dirigirnos desde lo múltiple a lo
uno. En virtud de la divina unidad alabemos singularmente a la Divinidad plena y
una. Al Uno, que es causa de todo, anterior a toda unidad y pluralidad y
anterior a los opuestos de parte y todo, antes que lo definido e indefinido, lo
limitado y lo ilimitado. Allí está definiendo todas las cosas que tienen ser y
definiendo al mismo ser. Es causa de cada cosa y de la suma total de ellas. Es
anterior a la vez y trascendente a todas las cosas. Es el Uno sobresencial que
define el conjunto del ser y la misma unidad. Como uno que es, se añade a las
cosas que son, pues, el número participa del ser.
La Unidad trascendente define al uno mismo y todo
número. Es principio y causa, número y orden del uno, del número y del ser. El
hecho de que la Deidad trascendente es Dios Uno y Trino no deber ser entendido
conforme a ninguna de nuestras maneras de pensar. No. Es trascendente unidad y
fecundidad de Dios. Y cuando nos disponemos a celebrar esta verdad nos valemos
de los nombres Trinidad y Unidad significando lo que está sobre todo nombre. Lo
llamamos ser trascendente, más allá de todo ser.
Porque ninguna unidad ni trinidad, ningún número,
unidad o fecundidad ni cosa alguna de cuanto existe o que conozcan los
existentes, explica aquel arcano de supradeidad, que es supraesencial a todo
ser y que excede toda razón e inteligencia. No es posible consignar su nombre ni
su modo de ser, pues se eleva por encima de todo conocimiento. Ni tampoco es
adecuado el mismo nombre de bondad que le acomodamos. Le atribuimos en primer
lugar este nombre como el más venerable de todos en el deseo de entender y decir
algo sobre aquella naturaleza arcana e inefable.
En esto convenimos con los teólogos, pero la
verdad es que el Misterio dista en gran manera de la realidad de las cosas. Por
lo cual, los mismos teólogos prefieren el ascenso a la Verdad por vía de
negación. Es la manera de que el alma quede liberada de cuanto le es afín en el
orden natural. El alma está preparada para las divinas inteligencias, por medio
de las cuales conoce aquello que está por encima de todo nombre, de toda razón y
de todo conocimiento. Por fin, trascendiendo las fronteras del mundo, el alma
llega a la unión con Dios en cuanto es posible tanto de parte de El como de
parte del alma.
4. Estos son los nombres de Dios. Nombres en la
medida que la razón alcanza a comprender y que, reunidos aquí, he explicado lo
mejor que pude. Evidentemente, no lo he hecho con la perfección que el tema
requiere. Los mismos ángeles tendrían que declararse incapaces de lograr la
explicación satisfactoria, cuánto más yo, que no puedo proclamar las alabanzas
como ellos. El mejor de nuestros teólogos es inferior al último de los ángeles.
Pero en esta clase de alabanzas no me comparo en modo alguno con los teólogos y
sus discípulos. Ni siquiera con mis iguales.
Por tanto, aunque haya dicho rectamente lo que
procede y de alguna manera haya alcanzado el verdadero sentido, en cuanto he
podido entender, de los nombres de Dios, hay que atribuir el trabajo a la Causa
de todo bien por haberme dado palabras y la habilidad de usarlas debidamente.
Quizá haya omitido algún nombre semejante a los mencionados; se supla en tal
caso valiéndose de métodos parecidos. Tal vez algo quede incorrecto o
imperfecto y me haya desviado de la verdad total o parcialmente. En tal caso
pido a tu bondad corrijas mis involuntarios errores, instruyas al que desea
aprender, ayudes al necesitado y remedies la fragilidad involuntaria. Te pido
me hagas llegar lo que a ti se te haya ocurrido o hayas tomado de otros y cuanto
te llegue del mismo Bien.
No te avergüences de hacer este favor a tu amigo.
No he guardado egoístamente ninguna de las enseñanzas que recibí de la
Jerarquía. Las he transmitido íntegramente a ti y a otros santos varones. Y
continuaré comunicándolas mientras yo pueda hablar y tú escuchar. Así nos
mantenemos fieles en la tradición en tanto nos queden fuerzas para entender y
enseñar estas verdades.
Que mis palabras y acciones agraden al Señor. Así
termino aquí este tratado conceptual sobre los Nombres de Dios. El me ayude
para el otro de la Teología simbólica.
8 Teología conceptual de los "Nombres de Dios",
pues ha sido labor del, entendimiento descender por el discurso de lo puramente
espiritual o trascendencia de Dios a los seres que participan de la
supraesencia reflejada en los atributos divinos. Teología simbólica llama a las
imágenes o símbolos que representan las cosas; por sus colores percibimos la luz
del Invisible. Esto es el símbolo. Parece ser concretamente el libro de la
Jerarquía eclesiástica con la Epístola IX, y en parte la Jerarquía celeste. La
Teología mística señala el camino del retorno, desde el símbolo a los sentidos,
subiendo hasta el silencio que está más allá de todo entendimiento. Allí se
consuma la unión con Dios, que se muestra plenamente al otro lado, más allá.
TEOLOGÍA MISTICA
CAPÍTULO I: En qué consiste la divina tiniebla.
¡Trinidad supraesencial.
más que divina y más que buena!
Maestra de la sabiduría divina de los cristianos,
guíanos más allá del no saber y de la luz,
hasta la cima más alta de las Escrituras místicas.
Allí los misterios de la Palabra de Dios
son simples, absolutos, inmutables
en las tinieblas más que luminosas
del silencio que muestra los secretos.
En medio de las más negras tinieblas,
fulgurantes de luz ellos desbordan.
Absolutamente intangibles e invisibles,
los misterios de hermosísimos fulgores
inundan nuestras mentes deslumbradas.
Esto pido, Timoteo, amigo mío, entregado por
completo a la contemplación mística. Renuncia a los sentidos, a las operaciones
intelectuales, a todo lo sensible y a lo inteligible. Despójate de todas las
cosas que son y aun de las que no son. Deja de lado tu entender y esfuérzate por
subir lo más que puedas hasta unirte con aquel que está más allá de todo ser y
de todo saber. Porque por el libre, absoluto y puro apartamiento de ti mismo y
de todas las cosas, arrojándolo todo y del todo, serás elevado espiritualmente
hasta el divino Rayo de tinieblas de la divina Supraesencia.
Pero ten cuidado de que nada de esto llegue a
oídos de ignorantes: los que son esclavos de las cosas mundanas. Se imaginan que
no hay nada más allá de lo que existe en la naturaleza física, individual.
Piensan, además, que con su razón pueden conocer a aquel que "puso su tienda en
las tinieblas". Y si ésos no alcanzan a comprender la iniciación a los divinos
misterios, ¿qué decir de quienes son aún más ignorantes, que describen la Causa
suprema de todas las cosas por medio de los seres más bajos de la naturaleza y
proclaman que nada es superior a los múltiples ídolos impíos que ellos mismos se
fabrican?
En realidad, debemos afirmar que, siendo Causa de
todos los seres, habrá de atribuírsele todo cuanto se diga del ser, porque es
supraesencial a todos. Esto no quiere decir que la negación contradiga a las
afirmaciones, sino que por sí misma aquella Causa trasciende y es supraesencial
a todas las cosas, anterior y superior a las privaciones, pues está más allá de
cualquier afirmación o negación.
3. Por lo cual seguramente dice San Bartolome que
la Palabra de Dios es copiosa y mínima, y que si el Evangelio es amplio y
abundante, es también conciso. Ami parecer, ha comprendido perfectamente que la
misericordiosa Causa de todas las cosas es elocuente y silenciosa, en realidad
callada. No hay en ella palabra ni razón, pues es supraesencial a todo ser.
Verdaderamente se manifiesta sin velos, sólo a aquellos que dejan a un lado
ritualismos de cosas impuras, y las que son puras, a quienes sobrepasan las
cimas de santas montañas. A los desprendidos de luces divinas, voces y palabras
celestiales, y se abisman en las Tinieblas donde, como dice la Escritura, tiene
realmente su morada aquel que está más allá de todo ser.
No en vano el santo Moisés recibió órdenes de
purificarse primero y luego apartarse de los no purificados. Acabada la
purificación, oyó las trompetas de múltiples sonidos y vio muchas luces de
rayos fulgurantes. Ya separado de la muchedumbre y acompañado de los sacerdotes
escogidos, llega a la cumbre de la santa montaña. Pero todavía no encuentra al
mismo Dios. Contempla no al Invisible, sino el lugar donde El mora.
Esto significa, creo yo, que las cosas más santas
y sublimes percibidas por nuestros ojos y razón son apenas medios por los que
podemos conocer la presencia de aquel que todo lo trasciende. A través de ellos,
sin embargo, se hace manifiesta su inimaginable presencia, al andar sobre las
alturas de aquellos santos lugares donde por lo menos la mente puede elevarse.
Entonces, cuando libre el espíritu, y despojado de todo cuanto ve y es visto,
penetra (Moisés) en las misteriosas Tinieblas del no-saber. Allí, renunciado
todo lo que pueda la mente concebir, abismado totalmente en lo que no percibe
ni comprende, se abandona por completo en aquel que está más allá de todo ser.
Allí, sin pertenecerse a sí mismo ni a nadie, renunciando a todo conocimiento,
queda unido por lo más noble de su ser con Aquel que es totalmente incognoscible.
Por lo mismo que nada conoce, entiende sobre toda inteligencia.
CAPÍTULO II:
Cómo debemos unirnos y alabar al Autor de todas las cosas, que está por encima de todo
¡Que podamos también nosotros penetrar en esta más que luminosa oscuridad!
¡Renunciemos a toda visión y conocimiento para ver y conocer lo invisible e
incognoscible: a Aquel que está más allá de toda visión y conocimiento!
Porque ésta es la visión y conocimiento
verdaderos: alabar sobrenaturalmente al Supraesencial renunciando a todas las
cosas. Como los escultores esculpen las estatuas. Quitan todo aquello que a modo
de envoltura impide ver claramente la forma encubierta. Basta este simple
despojo para que se manifieste la oculta y genuina belleza.
Conviene, pues, a mi entender, alabar la negación
de modo muy diferente a la afirmación. Afirmar es ir poniendo cosas a partir de
los principios, bajando por los medios y llegar hasta los últimos extremos. Por
la negación, en cambio, es ir quitándolas desde los últimos extremos y subir a
los principios. Quitamos todo aquello que impide conocer desnudamente al
Incognoscible, conocido solamente a través de las cosas que lo envuelven.
Miremos, por tanto, aquella oscuridad supraesencial que no dejan ver las luces de las cosas.
CAPÍTULO III: Qué se entiende por
teología afirmativa y teología negativa
En mis Representaciones teológicas y dejé ya claro
cuáles sean las nociones más propias de la teología afirmativa; en qué sentido
el Bien de naturaleza divina es Uno y Trino; cómo se entiende Paternidad y
Filiación; qué significa la denominación divina del Espíritu; cómo estas
cordiales luces de bondad han brotado del Bien inmaterial e indivisible y cómo
al difundirse han permanecido en él inseparables desde su coeterno fundamento.
He hablado de Jesús, que, siendo supraesencial, se revistió sustancialmente de
verdadera naturaleza humana. En las Representaciones teológicas alabé también
otros misterios conforme a las Santas Escrituras.
En el tratado sobre los Nombres de Dios he
explicado en qué sentido decimos que Dios es el Bien, Ser, Vida, Sabiduría,
Poder y todo cuanto pueda convenir a la naturaleza espiritual de Dios. En la
Teología simbólica he tratado de las analogías que puedan tener con Dios los
seres que nosotros observamos. He hablado de las cosas sensibles con relación a
El, de formas y figuras, de ministros, lugares sagrados y ornamentos; de su
enojo, penas y resentimiento; del sentido que en El tienen las palabras de
embriaguez y entusiasmo, juramentos, maldiciones, sueños, vigilias. Y de otras
imágenes con que simbólicamente nos representamos a Dios.
Supongo habrás notado cómo los últimos libros son
más extensos que los primeros, pues no era conveniente que las Representaciones
teológicas y el tratado sobre los Nombres de Dios fuesen tan amplios como la
Teología simbólica. El hecho es que cuanto más alto volamos, menos palabras
necesitamos, porque lo inteligible se presenta cada vez más simplificado. Por
tanto, ahora, a medida que nos adentramos en aquella Oscuridad que el
entendimiento no puede comprender, llegamos a quedarnos no sólo cortos en
palabras. Más aún, en perfecto silencio y sin pensar en nada.
En aquellos escritos, el discurso procedía desde lo más alto o lo más bajo.
Por aquel sendero descendente aumentaba el caudal de las ideas, que se
multiplicaban a cada paso. Más ahora que escalamos desde el suelo más bajo
hasta la cumbre, cuanto más subimos más escasas se hacen las palabras. Al
coronar la cima reina un completo silencio. Estamos unidos por completo al
Inefable.
Te extrañas, quizá, de que, partiendo de lo más alto por vía de afirmación,
comencemos ahora desde lo más bajo
Con estos ejemplos, el autor esclarece las
nociones de vía afirmativa y vía negativa en teología. Las afirmaciones se hacen
con atributos divinos, menos propios de Dios a medida que se alejan de la
simplicidad y unidad de la Deidad y se van haciendo multiplicidad. Es el método
de los Nombres de Dios, que se puede decir de la teología escolástica, o
científica, como gustan de decir ahora. Inferior en cierto punto es el símbolo,
que parte de una realidad concreta para discurrir sobre lo divino, si bien puede
ser más sublime cuando el corazón, apoyado en la fe, sin necesidad de reflexión
culta, se lanza directamente a Dios. Es el valor de la devoción popular, llena
de fe, que se expresa por la liturgia o Jerarquía eclesiástica. Por eso la
Teología simbólica está más al alcance de los principiantes, de la gran masa o
pueblo fiel, los que tienen que "ver y tocar" de algún modo, como el apóstol
Tomás. Pero, repetimos, el símbolo puede ser también, por su sencillez, el
medio más propio para llevar a la cumbre de contemplación a personas llenas de
fe y sencillez de corazón. La Teología conceptual o racional, como los Nombres
de Dios, representa el camino de reflexión, comúnmente dicho de los teólogos,
analiza las verdades reveladas, como quien se para a mirar los rayos del sol
para vivir en la luz. Pero no son el sol, por luminosos que sean. Es la vía
afirmativa. En ella hay grados, según sea la distancia en relación con Dios:
purgativa, iluminativa, proficiente o de perfectos. La vía negativa no admite
grados, porque en nada se distancia, pues sólo y exclusivamente se adhiere a
Dios, se unifica con el Uno. A toda criatura dice igualmente nada hasta coronar
la cima de la creación, y al transponerse sólo desde allí dirá TODO. Sin embargo,
señala el Areopagita, podemos decir que con referencia a las nadas las hay más o
menos distantes por vía de negación. La razón es ésta: cuando afirmamos algo de
aquel a quien ninguna afirmación alcanza, necesitamos que se basen nuestros
asertos en lo que esté próximo de El. Mas ahora, al hablar por vía de negación
de aquel que trasciende toda negación, se comienza por negarle las cualidades
que le sean más lejanas. ¿No es cierto que es más conforme a realidad afirmar
que Dios es vida y bien que no aire o piedra? ¿No es verdad que Dios está más
distante de ser embriaguez y enojo que de ser nombrado y entendido?
CAPÍTULO IV: Que no es nada sensible la Causa trascendente a la realidad sensible
Decimos, pues, que la Causa universal está por
encima de todo lo creado. No carece de esencia, ni de vida, ni de razón, ni de
inteligencia. No tiene cuerpo, ni figura, ni cualidad, ni cantidad, ni peso. No
está en ningún lugar. Ni la vista ni el tacto la perciben. Ni siente ni la
alcanzan los sentidos. No sufre desorden ni perturbación procedente de pasiones
terrenas. No carece de poder ni la alteran acontecimientos imprevistos. No
necesita luz. No experimenta mutación, ni corrupción, ni decaimiento. No se le
añade ser, ni haber, ni cosa alguna que caiga bajo el dominio de los sentidos.
CAPÍTULO V: Que no es nada conceptual la Causa suprema de todo lo conceptual
En escala ascendente ahora añadimos. Esta Causa no es alma ni inteligencia;
no tiene imaginación, ni expresión, ni razón ni entendimiento. No es palabra
por sí misma ni tampoco entendimiento. No podemos hablar de ella ni entenderla.
No es número ni orden, ni magnitud ni pequeñez, ni igualdad ni semejanza ni desemejanza.
No es móvil ni inmóvil, ni descansa. No tiene potencia ni es poder. No es luz, ni vive
ni es vida. No es sustancia ni eternidad ni tiempo. No puede el entendimiento
comprenderla, pues no es conocimiento ni verdad. No es reino, ni sabiduría, ni
uno, ni unidad. No es divinidad, ni bondad, ni espíritu en el sentido que
nosotros lo entendemos. No es filiación ni paternidad ni nada que nadie ni
nosotros conozcamos. No es ninguna de las cosas que son ni de las que no son.
Nadie la conoce tal cual es ni la Causa conoce a nadie como es. No tiene razón,
ni nombre, ni conocimiento. No es tiniebla ni luz, ni error ni verdad.
Absolutamente nada se puede afirmar ni negar de ella.
Cuando negamos o afirmamos algo de cosas
inferiores a la Causa suprema, nada le añadimos ni quitamos, porque nada puede
añadir la afirmación a la que es perfecta y única Causa de todo cuanto es. Y
toda negación se queda corta ante la trascendencia de quien es absolutamente
simple y despojado de toda limitación. Nada puede alcanzarlo.
LAS CARTAS
CARTA I: Al monje Gayo
La luz hace invisible la tiniebla. Cuanto más luz
haya, menos visible es la tiniebla. Los conocimientos hacen invisible la ciencia
del no saber. Tanto menos visible cuanto más sean los conocimientos. No
consideres el no saber como privación, sino como trascendencia. Entonces podrás
decir con toda verdad que esto es lo más cierto. Ni la luz física ni los
conocimientos de las cosas alcanzan a comprender la ciencia secreta del no saber
ante Dios. Su tiniebla trascendente se oculta a toda luz, es inaccesible a todo
conocimiento. Si alguno, viendo a Dios, comprende lo que ve, no es a Dios' a
quien ha visto, sino algo cognoscible de su entorno. Porque El sobrepasa todo
ser y conocer. Su Ser está más allá de todo ser. La mente no alcanza a
conocerle. Negándole, pues, existencia como la nuestra, negando que nuestro
conocimiento le conoce, este perfecto no saber, en el mejor sentido, es conocer
a aquel que está más allá de cuanto se pueda conocer.
CARTA II: Al mismo monje Gayo
¿Cómo es posible que aquel que sobrepasa todas las
cosas trascienda también la fuente de la divinidad y del bien? Posible. Con tal
que entiendas por divinidad y bondad la subsistencia de aquel bien que nos hace
buenos y divinos. Y la inimitable imitación de aquel que sobrepasa la divinidad
y el bien, que nos hace divinos y buenos. Si, pues, ésta es la fuente donde mana
la divinidad y bondad por la que nos hacemos divinos y buenos, entonces aquel
que trasciende toda fuente, incluso la de divinidad y bondad mencionadas,
sobrepasa la divinidad y bondad.
Y por cuanto permanece inimitable e imperceptible,
trasciende toda imitación y participación y a quienes le imitan y participan.
CARTA III: Al mismo Gayo
Llamamos repentino a lo que se nos presenta
inesperadamente, como pasando de lo oscuro a la claridad. Con respecto al amor
de Cristo a los hombres, creo que la Palabra de Dios emplea este término para
indicar que el Supraesencial salió de su misterio y se nos ha manifestado
tomando naturaleza humana. Sin embargo, continúa oculto incluso después de esta
revelación o, por decirlo con mayor propiedad, sigue siendo misterio dentro de
la misma revelación. Porque el misterio de Jesús está escondido. Nc hay palabras
ni entendimiento que lo descubran. Inefable por mucho que de El digan. Aunque lo
entiendan, permanece incomprensible.
CARTA IV: Al mismo monje Gayo
¿Cómo puede ser, dicen, que Jesús, trascendiendo
a todos, se ponga sustancialmente al mismo nivel del ser humano? Aquí le
llamamos hombre, no para significar que es autor del género humano, sino porque
es verdaderamente hombre, con total sustancia humana. Pero no decimos que Jesús
es hombre solamente. No mero hombre, porque si no fuera más que hombre, nunca
sería supraesencial. Llevado de amor supremo hacia los hombres, se hizo hombre
verdadero. Más que hombre, a la vez que es perfectamente hombre. Siendo El
supraesencial, es en sí todo lo que es el hombre. No deja de ser supra-esencia
desbordante, siempre supraesencial y plenitud.
Ser sobre todo ser, asume sobre sí el ser.
Superior a toda condición humana, actúa como cualquier hombre. Prueba de ello es
el nacimiento maravilloso de una virgen y las aguas agitadas que no cedieron
bajo el peso de su pies corporales y terrenos. Con milagroso poder lo
sostuvieron. ¿Quién podría mencionar tantas otras cosas más? Si las consideramos
con ojos de fe, reconoceremos, de manera superior a nuestro entendimiento, que
toda afirmación con respecto al amor de Jesús por la humanidad implica cierta
negación con relación a la trascendencia.
Por decirlo brevemente: El no fue un hombre
cualquiera ni dejaba de serlo. Nacido como los hombres, era muy superior a los
hombres. Trascendiendo la naturaleza humana, se hizo verdadero hombre. Por lo
demás, no hacía las maravillas de Dios como si fuera únicamente Dios, ni
realizaba los quehaceres del hombre como si fuera meramente hombre. Antes bien,
por ser Dios-Hombre, ha llevado a cabo algo nuevo entre muchos: la actuación
divino-humana.
CARTA V: A Doroteo, diácono
La divina tiniebla es "Luz inaccesible" donde se
dice que "Dios mora"'. Resulta invisible por su claridad deslumbradora. El
desbordamiento de sus irradiaciones supraesenciales impide la visión. Sin
embargo, es aquí donde llega a estar todo aquel que es digno de conocer y
contemplar a Dios, y por eso precisamente, no viendo ni conociendo, alcanza de
verdad lo que está más allá de todo ver y conocer. Sólo sabiendo que Dios está
más allá de los sentidos y del entendimiento, exclama con el Profeta:
"Sobremanera admirable es para mí esta ciencia, demasiado sublime para poder
comprenderla".
En este sentido dice San Pablo haber conocido a Dios, porque supo que Dios trasciende
todo acto de inteligencia y cualquier modo de conocer. Afirma asimismo: "Insondables
son sus juicios e inescrutables sus caminos''.
"Sus dones son Inefables". "Su paz sobrepuja a
todo entendimiento". Porque había encontrado a aquel que está más allá de todo
ser y comprendió por encima de todo entendimiento que quien es causa de todo
está más allá de todas las cosas.
CARTA VI: Al sacerdote Sosípatro
No cantes victoria, sacerdote Sosípatro, por
atacar y vituperar un culto y doctrina que no te parecen bien. Ni te hagas la
ilusión de que por haberlas refutado rectamente, todo lo que tú digas está bien.
Porque puede sucederte, tanto a ti como a los otros, que no veáis la verdad
única y secreta, oculta bajo falsas apariencias. De que una cosa no sea roja no
se sigue que sea blanca. No es necesariamente hombre lo que no sea caballo.
Si te fías de mí harás esto: deja de acusar a otros y enseña la verdad,
de manera que sea irrefutable cuanto digas.
CARTA VII: Al obispo Policarpo
1. Por lo que yo recuerdo, nunca entablé polémica
ni contra los griegos ni contra algún otro. Ami modo de ver, la mejor aspiración
de los hombres de bien ha de ser, en la la gran variedad de símbolos sagrados de
que se vale la Escritura para representar a Dios. Pues, vistos
superficialmente, dan la impresión de ser increíble y monstruosa fantasía. Por
ejemplo, con respecto a la supraesencial generación, la Escritura representa
como emanación corporal de Dios: Al Verbo, como un soplo de aire saliendo de un
corazón humano. Al Espíritu, como aliento espirado de la boca. Hablan las
Escrituras del seno divino que engendra al Hijo de Dios y nos le representan en
forma corporal. Se valen de imágenes como de árboles, hojas, flores, raíces,
fuentes de agua borbollante, focos de luz refulgente" y otras alegorías que
revelan los misterios del Dios supraesencial. Con respecto a las formas
inteligibles de la divina Providencia -sus dones, manifestaciones, poderes,
atributos, moradas, situaciones, procesos, distinciones, unión-. Todo esto se
representa de diversos modos en forma antropomórfica o de animales" -domésticos
o salvajes- de plantas y de piedras". Revisten a Dios con atuendo femenino" o
armaduras de bárbaros". Le dan, como si fuera un artesano, atributos de
alfarero"' y refundidor". Se le figura a caballo", en carros", sobre tronos''.
Se preparan refinados banquetes". Le imaginan bebiendo, embriagado, durmiendo,
incluso como un borracho vulgar.
¿Y qué decir de su "cólera", "dolor", juramentos
diversos, cambios de parecer, maldiciones, ira, los múltiples equívocos, sofismas
que emplea para evadirse de las promesas hechas? Así por el estilo, guerras de
los gigantes descritos en el Génesis, durante las cuales se dice que Dios tenía
miedo de aquellos hombres prepotentes. Los confundió aunque estaban
construyendo su torre, no para dañar a nadie, sino para salvarse a sí mismos''.
¿Qué decir del consejo celebrado en el Cielo para engañar y hacer fracasar a Ajab? Los deseos apasionados del Cantar de los Cantares, propios de meretrices.
Se emplean, además, otras audaces alegorías sagradas para representar a Dios y
poner de manifiesto lo que está oculto. Multiplicado lo que es indivisible y
único, se puede dividir. Lo que no tiene forma ni figura adquiere múltiples
facetas. De esta manera, uno es capaz de ver la hermosura envuelta en imágenes y
descubrir que son verdaderamente misteriosas, propias de Dios y llenas de gran
luz teológica".
No pensemos que en el aspecto externo estos
símbolos dados tienen valor por sí mismos. Son la pantalla visible a través de
la cual la gente ordinaria entiende lo inefable e invisible. Así sucede a fin de
evitar que los profanos abusen de los más santos misterios. Pero les son
realmente manifiestos a quienes de corazón buscan la santidad. Sólo éstos saben
cómo desenmarañar los símbolos sagrados de su imaginería infantil. Sólo ellos
disfrutan de mente apta, sir complicaciones, y poder de contemplación para
penetra en la simple, maravillosa y trascendente verdad de lo símbolos.
Además, téngase en cuenta que la tradición
teológica ofrece doble aspecto: lo inefable y misterioso, de un lado, y lo
evidente y cognoscible, de otro. Lo primero se sirve del símbolo y requiere
previo conocimiento. Lo otro es filosófico y emplea la demostración. Más aún:
lo arcano se entrelaza con lo manifiesto. Lo último se vale do la persuasión e
impone la veracidad de su aserto; lo segundo opera misteriosamente, sin que se
pueda demostrar, y pone las almas fervientes en presencia de Dios. Por esto, los
ini ciados de nuestra tradición, lo mismo que los maestros de la Ley, no
tuvieron reparo en servirse de símbolo; con respecto a Dios. Vemos, de hecho,
que los santos ánge. les se valen de enigmas para presentar los sagrados misterios. Jesús mismo empleó parábolas para hablar de realidades divinas, y nos
transmite el misterio de su actuación sobrenatural por medio del símbolo de una
Cena Justo era que se evitase la profanación del Santísimo por parte de la gente
y también para que la vida humana, indivisa y en parte divisible, reciba de modo
conveniente las luces del conocimiento divino.
De esta manera, el alma, en lo que tiene de
puramente espiritual, sintoniza con el aspecto interior de las imágenes por
cuanto tienen de más divino. Por otra parte, el alma, en la dimensión más
pasional de su naturaleza, se ennoblece y eleva a las realidades más divinas a
través de figuras bien combinadas y representaciones. El velo de los símbolos es
muy conveniente, como en el ejemplo de aquellos que, instruidos en las verdades
divinas de forma clara, sin paliativos, se forman alguna imagen que los lleve a
comprender la enseñanza de lo oído.
2. Como dijo Pablo y lo confirma la recta razón,
todo el mundo visible pone de manifiesto los misterios invisibles de Dios. Por
eso, los teólogos, al considerar un tema, lo examinan a veces bajo una
perspectiva social y legal y otras pura y simplemente. Desde el punto de vista
humano e inmediato unas veces, y otras bajo el aspecto sobrenatural y de
perfección en cuanto tal. De un lado, basados en las leyes que rigen las cosas
visibles, y por otro, sobre las normas reguladoras de realidades invisibles.
Según convenga mejor a los escritos sagrados y mentalidad de las almas. Porque
no se trata de un tema meramente histórico, considerado en conjunto o en parte;
es algo que se refiere a una perfección vivificante.
Tenemos, por tanto, que hacer caso omiso de
prejuicios de la gente y ahondar santamente en el sentido de los símbolos
sagrados. No debemos menospreciarlos, porque tienen su origen en las realidades
divinas y llevan su impronta. Son imágenes claras de espectáculos inefables y
maravillosos. Ciertamente que las realidades supraesenciales, puramente
intelectuales, las luces divinas en general, adquieren visible colorido a través
de símbolos. Por ejemplo, cuando decimos "fuego" para expresar la
trascendencia de Dios, o cuando llamamos "incandescentes" a ciertas frases que
comprendemos de la Escritura. Más aún: nos valemos de variedad de símbolos para
representar a las jerarquías angélicas que, como Dios, son inteligibles e
inteligentes. Se emplean figuras ígneas". Esta misma imagen del fuego toma
sentidos diferentes según que se aplique a Dios, más allá de todo entender, a su
actuación providencial, que podemos entender, o a los mismos ángeles.
La imagen del fuego aplicada a Dios se puede entender unas veces a título de
"causa", otras como "sustancia", en algunos casos como
"participación". Bajo diferentes aspectos, según lo requiera la
consideración de cada caso y lo determine una sabia adaptación de las
circunstancias. Porque no se pueden emplear al azar los símbolos sagrados. Hay
que explicarlos según convengan a sus causas, subsistencias, poderes, órdenes y
dignidades de los signos representativos.
Pero no alarguemos esta carta demasiado.
Examinemos el tema que tú me propusiste. Te digo que todo alimento aprovecha a
quien se nutre; perfecciona lo que allí hay de falta e insuficiencia;
proporciona remedio a la debilidad y fomenta la vida haciendo florecer y
revivir. Hace la vida agradable. En breve, ahuyenta las penas y deficiencias
dándole gozo y perfección.
3. Por eso la Escritura, justamente, celebra
aquella bondadosa sabiduría, y realmente nada hay que se la pueda comparar. Ella
prepara la crátera mística: pone primero algún alimento sólido, a continuación
echa un poco de bebida sagrada y luego bondadosamente llama en alta voz a todos
los que la necesitan.
Así, pues, la Sabiduría divina prepara doble
nutrición: una sólida y estable, la otra líquida y fluyente. En una crátera
prepara las bondades providenciales. La crátera, como es redonda y sin tapa,
viene a ser un símbolo de la divina Providencia, que no tiene principio ni fin,
que todo lo contiene y penetra. Sale de sí para abarcarlo todo y permanece
siempre idéntica a sí misma. Persevera en su plena e indefectible subsistencia;
como la crátera, continúa sólida y estable.
Se dice también que la Sabiduría se construyó una
morada donde preparar los alimentos sólidos y las bebidas. Asimismo, la crátera.
Cualquiera que mire con sentido sagrado las cosas divinas descubrirá claramente
que la causa universal del ser y de la perfección es también Providencia
perfecta que a todo se extiende gradualmente. La Providencia está en todas
partes, todo lo abarca, está come incrustada en todo ser; pero al mismo tiempo
trasciende todo ser, no es nada en nada. Sobrepasa todo ser. Existe subsiste y
permanece eternamente idéntica a sí misma. No experimenta cambio alguno, nunca
sale de sí misma, no abandona su propia morada, ni su trono inmóvil. Desde allí
ejerce por su bondad la plenitud de su perfecta actuación providencial. Se abaja
paso a paso a todas las cosas sin dejar de permanecer en sí misma. A la vez
estable y en movimiento, y, sin embargo, no sometida a la ley del reposo ni del
movimiento. Lo cual quiere decir que posee la vez, natural y sobrenaturalmente,
poder dinámico en su actividad providencial mientras que permanece inmóvil en su
morada.
4. ¿Qué significa el alimento sólido y el alimente
líquido? Alabamos la generosidad de la Sabiduría que da las dos cosas a la vez.
A mi entender, el alimente sólido significa la perfecta identidad de un orden
intelectual y seguro, gracias al cual, por el ejercicio de un conocimiento
estable, poderoso, único, indivisible, a medida que nuestro entender se hace
maduro. En tal sentido, San Pablo distribuye el alimento verdaderamente sólido
que antes había recibido de la Sabiduría.
Alimento líquido significa el fluir desbordante
que se extiende a todos los seres, y a los así diligentemente alimentados guía
amablemente a través de lo vario, múltiple y diviso, al simple y estable
conocimiento de Dios. Por eso, la palabra de Dios bien entendida se compara al
rocío, agua, leche, vino y miel. Tiene poder, como el agua, para dar vida; como
la leche, para dar crecimiento; como el vino, para reanimar; como la miel, para
curar y evitar enfermedades.
Tales son, en efecto, los dones que concede la
Sabiduría de Dios a quienes la buscan con generoso corazón. Así es como les
prodiga desbordantes ríos de delicia inagotable. Cierto. ¡Auténticas delicias!
Por eso alabamos la Sabiduría a la vez como origen de vida, alimento de niños,
rejuvenecimiento y perfección.
5. Entendiendo delicias en el sentido sacro de la
explicación, se puede decir que Dios, causa de todo bien, está "inebriado".
Esto quiere decir que la mente no puede sondear la profundidad de tanto gozo.
Mejor aún: para indicar la plena, inefable e infinita felicidad en Dios. En
nuestro lenguaje, embriaguez tiene el sentido peyorativo de saciedad indebida,
pues priva del uso de la razón y buen sentido". Adquiere el mejor significado
cuando se dice de Dios. Embriaguez que ha de entenderse únicamente como
sobreabundancia inconmensurable de los bienes en Dios, Causa de todo. Se dice
que a la embriaguez sigue la pérdida de razón y buen sentido, pero, hablando de
Dios, hay que entender su inmensa sobreabundancia, por la cual conoce más que
cualquier entendimiento pueda conocer sin que a El nadie le pueda plenamente
comprender. Sobrepasa todo ser. "Ebrio" significa simplemente que Dios está más
allá de todas las cosas buenas, más allá de la misma plenitud. Más allá de toda
inmensidad. Tiene su morada por encima y más amplia que todo cuanto existe.
En el mismo sentido debemos entender el banquete
de los santos en el Reino de Dios. Vendrá el Rey, dice, y "los hará sentar a la
mesa y les servirá". Lo cual indica cierta participación, común y armoniosa, de
los santos en los bienes divinos, "congregación de los primogénitos que están
escritos en los cielos y los espíritus de los justos perfectos", sin carecer
de bien alguno. Aquel sentarlos a la mesa ha de interpretarse como el descansar
después de muchos trabajos, como una vida sin pena, como un compañerismo con
Dios en la Luz y en el país de la vida, como una plenitud de gozo santo, como
inagotable reparto de bienes que colman de felicidad santa a todos los justos.
Es el mismo Jesús quien los alegra, los coloca a la mesa, les sirve, les hace
descansar de sus trabajos para siempre. Es Jesús quien les concede a manos
llenas hermosura en plenitud.
6. Sé bien que me vas a pedir que te explique lo
que quiere decir que Dios duerme y se despierta. El sueño de Dios significa que
El es trascendente y los seres, objetos de la divina Providencia, son incapaces
de comunicarse con Dios directamente. Estar despierto es símbolo en Dios de que
se cuida de velar por la conducta y salvación de aquellos que necesitan de El.
Después de esta explicación tú puedes, por ti mismo, interpretar otros símbolos
teológicos.
No me parece insistir en esto dando la impresión
de que tengo algo nuevo que decir. Creo que he respondido bien a tu pregunta.
Termino aquí mi carta porque ya he tratado estos asuntos en otro lugar. Te envío
el texto completo de mi Teología simbólica, donde hallarás la explicación de
Casa de la Sabiduría, Siete Columnas, Alimento Sólido, dividido en las ofrendas
y los panes. En ese libro, explicado con mayor detalle, hallarás lo referente a
la mezcla del vino, la embriaguez de Dios y de otros símbolos que acabamos de
mencionar. Yo creo que es una buena explicación de los símbolos, perfectamente
de acuerdo con la sagrada tradición y la verdad de las Escrituras.
CARTA X: A Juan el teólogo, apóstol y evangelista, desterrado en la isla de Patmos
Te saludo, alma santa, discípulo amado a quien yo, más que otros muchos,
tengo derecho de invocar así. Alégrate, discípulo verdaderamente amado de
Aquel que es perfectamente amable, deseable y digno de todo afecto.
¿Por qué extrañarse de que Cristo diga la verdad y de que sus discípulos sean
desechados de las ciudades por los injustos? La verdad es que estos hombres
cargan sobre sí mismos los castigos que merecen. ¿No son ellos quienes por su
culpa se separan de los hombres santos?
Lo visible es realmente imagen de lo invisible.
Algún día no será Dios quien justamente se va a separar de los malvados, sino
que los malvados se apartarán totalmente de Dios. En efecto, vemos a los buenos,
ya unidos a Dios aquí en la tierra, porque aman la verdad y han renunciado a la
pasión de codiciar bienes terrenos. Aman la paz y la santidad. Estando en esta
vida anhelan la del Cielo. Libres de toda pasión, viven como ángeles entre los
hombres. No cesan de alabar a Dios. Practican la bondad y las demás virtudes.
Por lo que a ti se refiere, no soy tan tonto como
para pensar que te hallas completamente libre de sufrimientos. Los sientes por
la repercusión que tienen en el cuerpo.
Respecto a los que te hacen sufrir y se imaginan
equivocadamente que apagarán el sol del Evangelio, los critico con razón. Pero,
sobre todo, ruego por ellos, esperando que renuncien al mal que se hacen a sí
mismos y retornen al bien. Acudirán a ti para que los ilumines.
En cuanto a mí, nadie podrá privarme del Rayo
totalmente divino de Juan. En este momento estoy recordando y
renovando la verdad de tus enseñanzas teológicas. Pero pronto -me atrevo a
decirlo, por osado que parezca- voy a reunirme contigo.
Soy digno de crédito, sin duda, cuando enseño y
afirmo lo que Dios te ha revelado, es decir, que te vas a ver libre de esa
prisión de Patmos y regresarás a la tierra de Asia donde actúes de nuevo a
imitación de Dios y sea tu ejemplo legado para cuantos te sucedan.