DEL GÉNESIS A LA LETRA


LIBRO II


CAPITULO I

Qué quiere decir que el firmamento se halla en medio de las aguas.
Algunos niegan que las aguas estén sobre el cielo sideral

1. Y dijo Dios: hágase el firmamento en medio de las aguas, y dividan el agua del agua; y así se hizo. E hizo Dios el firmamento, y dividió el agua que estaba debajo del firmamento y el agua que estaba sobre el firmamento. Y llamó Dios al firmamento cielo. Y vio Dios que era bueno. Y fue hecha la tarde, y fue hecha la mañana día segundo. Acerca de las palabras de Dios por las que dijo hágase el firmamento, etc., y de su aprobación cuando vio que era bueno, y de la mañana y de la tarde, no hay necesidad de repetir aquí de nuevo lo mismo que se dijo anteriormente y, por ende, cuantas veces en adelante se repiten estas palabras advertimos que deben considerarse, mientras no se diga otra cosa, según la investigación anterior. Con razón puede preguntarse si ahora fue hecho aquel cielo que está sobre todos los espacios del aire y sobre toda la altura de éste, donde fueron colocados, el cuarto día, los luminares y las estrellas; o si se llama a este mismo aire, firmamento.

2. Muchos afirman que la naturaleza de estas aguas no puede sostenerse sobre el cielo sidéreo, porque tienen su peso de tal modo ordenado que o flotan sobre la tierra, o las soporta evaporadas el aire que está próximo a la tierra. Nadie debe rechazar la opinión de éstos diciendo que, según la omnipotencia de Dios, a quien son posibles todas las cosas, nos conviene creer que estas aguas que vemos y sentimos tan pesadas están derramadas en el cuerpo celeste donde se hallan los astros, pues ahora nos conviene inquirir, según las Escrituras, de qué modo haya establecido Dios las naturalezas de los seres; y no qué es lo que quisiera obrar en ellas o hacer de ellas conforme a un milagro de su Omnipotencia. Porque si Dios quiere que alguna vez esté el aceite debajo del agua, lo hará, mas no por esto nos es desconocida la naturaleza del óleo, la cual fue hecha con tal propiedad, que buscando su lugar, aunque hubiera sido derramada en la parte inferior, rompe por medio de las aguas y se coloca encima de ellas. Ahora preguntamos si el Creador de las cosas, que ha dispuesto todas con número, peso y medida1, no sólo asignó un lugar propio a las aguas, conforme a su peso cerca de la tierra, sino también sobre aquel cielo que está establecido y extendido más allá del límite del aire.

3. Los que niegan que debe creerse esto argumentan por los pesos de los elementos, diciendo que de ningún modo está constituido el cielo en la parte superior de tal manera como si fuese una plataforma, para que pueda sostener el peso de las aguas, y que tal solidez no puede darse sino es en la tierra. Mas los elementos no se distinguen solamente por el lugar que ocupan, sino también por sus cualidades propias, de tal modo que también obtienen sus lugares propios por medio de ellas. Así, el agua se mantiene encima de la tierra, y si ha caído o está debajo de la tierra, como sucede en los recónditos antros y cavernas, no es soportada por aquella parte de la tierra que está encima, sino por la que está debajo. Es más, si de la parte superior cayere algún trozo de tierra, no flota sobre el agua, sino que rasgando el agua se sumerge, y va hacia la tierra, adonde llegando se estabiliza en el fondo como en su propio lugar, quedando el agua encima y la tierra debajo; de aquí se deduce que cuando estaba sobre las aguas no era soportada por ellas, sino que se sostenía por la cohesión de la tierra, como se encuentra en las bóvedas de las cavernas.

4. Aquí se ofrece avisar que debe ser soslayado el error que en el libro primero advertí que debía evitarse, pues no sea que tal vez, porque se escribió en los Salmos fundamentó la tierra sobre las aguas, crea alguno de los nuestros que se debe apoyar en este testimonio de las Escrituras, para ir contra estos que sutilísimamente hablan sobre los pesos de los elementos, ya que no reconociendo ellos la autoridad de nuestra Escritura e ignorando de qué modo se dijo, se mofarán más fácilmente de los Libros santos, que repudiarán aquello que, o con razones ciertas percibieron, o con experimentos clarísimos comprobaron. Lo que se escribió en los salmos fundamentó la tierra, etc., puede entenderse muy bien, ya que se designan muchas veces en la Iglesia bajo el nombre de cielo y tierra a los hombres espirituales y carnales. O como dicho figuradamente, con el fin de manifestar que los cielos están representados en el claro conocimiento de la verdad conforme se indicó al decir: tú que hiciste los cielos en la inteligencia2, y la tierra en la fe sencilla de los párvulos, no en la incierta y falaz basada en las opiniones ficticias, sino en la fundamentada en la predicación evangélica y profética que se consolida por el bautismo; por lo cual se añadiera diciendo: fundó la tierra sobre el agua. O si alguno nos obliga a entender esto en sentido literal, sin inconveniente alguno se tomará como dicho, o de las elevaciones de la tierra, ora de los continentes, ora de las islas, los cuales sobresalen por encima de las aguas. O también de las bóvedas de las cavernas que, afianzadas y colgadas sólidamente, están sobre las aguas. Por lo tanto, ninguno puede entender tan a la letra lo que se dijo: fundó la tierra sobre el agua, que juzgue estar como sometida la condición natural del peso de las aguas a soportar el peso de la tierra.


CAPITULO II

El aire está encima de la tierra

5. Aunque el aire cubra a la tierra, porque ocupa espacios más extensos, sin embargo, también se ha de entender que está sobre las aguas; esto se demuestra porque ningún vaso metido por su boca puede ser llenado de agua; lo que índica suficientemente que la naturaleza del aire se dirige a más alto lugar. Un vaso aparenta estar vacío; pero se prueba que está lleno de aire cuando se le oprime en el agua boca abajo, entonces por la parte superior no encuentra sitio de salida, ni se le permite por la inferior a causa de su naturaleza romper las aguas y escapar por debajo de ellas, a su vez el vaso lleno de aire repele también las aguas y no las permite entrar en él. Cuando se coloca el vaso de tal modo que no tenga la boca hacia abajo, sino inclinado hacia un lado, entra el agua en el fondo, saliendo el aire por la parte superior. Asimismo si la boca del vaso está descubierta mirando hacia el cielo, al introducir agua en él escapa el aire hacia arriba por las partes libres, haciendo sitio al agua, la que penetra hacia abajo. Si con mayor fuerza se hunde el vaso en el agua, de forma que por un lado o por todo el borde caigan de repente las aguas en él, y por todas las partes cubran la boca del vaso, el aire empujado hacia arriba las rompe para hacerlas lugar en el fondo, y este rompimiento hace el borboteo del vaso, mientras sale por partes, ya que no puede salir todo a la vez, debido a la angostura de la boca del vaso. Así, pues, si el aire es obligado a salir y a colocarse encima de las aguas, aunque ellas estén unidas las separa, y empujadas con la fuerza de él al salir, ebullen, y al escapar él aceleradamente, las aguas forman dándole paso burbujas ruidosas, y bajan al fondo. Si, por el contrario, se obliga al aire a salir del vaso que está debajo del agua, de tal modo que quieras llenar el vaso de agua empujando la boca hacia el fondo y así ceda el aire su puesto a las aguas, más fácilmente le hundirás envolviendo todo el vaso de agua, que encontrará por la parte inferior de su boca camino para entrar una gota por pequeña que sea.


CAPITULO III

El fuego ocupa lugar más alto que el aire

6. ¿Quién no ha percibido que el fuego elevándose a lo alto quiere sobrepasar la naturaleza del aire? Vea, si no, alguno cuando soporta una tea encendida con la cabellera hacia abajo, cómo no obstante el penacho de la llama se dirige hacia arriba. Mas a causa del poderoso apretamiento del aire, que está superpuesto y rodeando al fuego, inmediatamente éste se apaga, y no pudiendo perdurar por largo tiempo atravesando toda la altura del aire, vencido por la abundancia de él, se transforma y convierte en su cualidad. Así, pues, el fuego puro que está sobre el aire se llama cielo, y de él están formados los astros y los luminares, los cuales envían el fuego de aquella luz ígnea en las formas con que los vemos ahora, a saber, ordenados por la naturaleza en forma de globos.

Así como el aire y el agua dan paso a la pesantez de la tierra para que llegue a caer en la tierra, así también el mismo aire cede al peso del agua para que arribe a la tierra o al agua. De esto deducen que de idéntico modo es necesario que el aire también, si alguno pudiera lanzar alguna partícula de él hacia aquellos lugares altísimos del cielo, caiga por su propio peso hasta llegar a encontrar los bajos espacios aéreos. De donde coligen que mucho menos puede haber sitio alguno para las aguas sobre aquel cielo ígneo, cuando allí no puede estar el aire, siendo mucho más liviano que el agua.


CAPITULO IV

Observando cierto autor que las aguas están sobre el cielo aéreo,
insinúa que debe llamarse firmamento a este cielo

7. Dejando a un lado las disputas de éstos, diré que cierto autor ha intentado laudablemente, con el fin de vindicar la veracidad de la Escritura por medio de estas visibles y notables naturalezas, demostrar que las aguas también están sobre el cielo. Y lo primero que hizo, lo cual es facilísimo, fue demostrar que a este aire se le llama cielo, no solamente en el lenguaje vulgar, según el cual decimos que el cielo está sereno o nublado, sino también según la costumbre de hablar de nuestros sagrados escritos, como cuando en ellos se dice: los volátiles del cielo3; siendo como es manifiesto que las aves vuelan en este aire. También el Señor hablando de las nubes dice: por ellas podéis conocer el aspecto del cielo4. Sin embargo, muchas veces también contemplamos que las nubes se forman en el aire que está cercano a la tierra, cuando se tienden por las faldas de los montes, de suerte que no pocas veces hasta las cumbres de éstos son vistas encima de aquéllas. Luego habiendo probado éste que se llama cielo a este aire, pensó que no hay otra causa para llamarle también firmamento, a no ser la de dividir el espacio entre ciertos vapores de agua y estas aguas que fluctúan líquidas sobre la tierra. Las nubes, pues, según lo han experimentado los que anduvieron por los montes entre ellas, se constituyen en la forma que tienen por la reunión y conglomeración de pequeñísimas gotas de agua. Si se condensan hasta llegar a reunirse muchas gotas pequeñas en una grande, ésta, no soportándola el aire, se dirige por su propio peso hacia el suelo, lo que constituye la lluvia. Luego del estudio del aire que está entre estos vapores húmedos de los que se forman las nubes arriba y los mares abajo de la tierra, quiso este autor demostrar que el cielo está dividiendo las aguas. Esta diligentísima reflexión la considero digna de toda alabanza. Lo que dijo no va contra la fe y, por lo tanto, puede creerse sin dificultad la teoría expuesta.

8. Sin embargo, pudiera parecer que no impiden los propios pasos de los elementos que también sobre aquel cielo altísimo pueden estar las aguas en forma de menudísimas gotas, pues gracias a ellas pudieron estar sobre este espacio del aire, el cual, aunque es más pesado y está colocado debajo del altísimo cielo, sin embargo, es más liviano que las aguas, y no obstante ningún peso impide que sobre él estén colocados aquellos vapores. Luego también sobre aquel cielo puede extenderse un vapor acuoso más liviano que las gotas más pequeñísimas, el cual no se vea obligado a caer por el peso. De esto, pues, se convencerán por un ingenioso razonamiento: No existe corpúsculo, por pequeño que sea, en el cual se termine la división, sino que indefinidamente puede ser dividido, ya que toda parte de cuerpo es cuerpo, y todo cuerpo es necesario que tenga la mitad en su cantidad. De aquí que si puede el agua, como lo hemos visto, llegar a dividirse en tan pequeñísimas gotas de modo que la soporte hecha vapor este aire, el cual es por naturaleza más liviano que el agua, ¿por qué no podrá permanecer también sobre aquel liviano cielo convertida en vapor más sutil y en gotas más pequeñitas?


CAPITULO V

Las aguas también se encuentran sobre el cielo sidéreo

9. Algunos de los nuestros, basados en las cualidades y movimientos de los astros, se han esforzado por convencer a los que niegan, apoyándose en el peso de los elementos, que las aguas puedan estar sobre el cielo sideral. Estos autores afirman que la estrella llamada Saturno es frigidísima, y que tarda en recorrer su órbita treinta años por estar más distante de la tierra, efectuando también por lo mismo un círculo más amplio; mas el sol completa en un año su círculo y la luna en un mes; tanto más pronto, dicen, perfeccionan su curso, cuanto más abajo están colocados los astros, para que así se corresponda el intervalo de tiempo con el espacio de lugar. Mas se pregunta ¿cómo sabemos que aquella estrella está fría, pues debía estar tanto más caliente cuanto está colocada en cielo más alto? Sin duda, cuando una masa redonda se mueve con movimiento circular, las partes internas de ella marchan con más lentitud, mientras que las externas giran más velozmente, de suerte que los mayores y menores espacios del recorrido se correspondan al mismo tiempo en sus vueltas y, por lo tanto, las partes que giran más velozmente sin duda están más calientes. Así, pues, la mencionada estrella debe estar más bien caliente que fría, pues, aunque con movimiento propio, en treinta años recorre su órbita, la que es extensísima: sin embargo, girando en sentido inverso al movimiento del cielo, lo que se ve obligada a hacer todos los días, y como dicen cada rotación del cielo desarrolla un solo día, marchará con más velocidad; y por esto debió recibir más calor en un cielo de más movimiento. Luego sin duda aquella vecindad de las aguas que están colocadas sobre el cielo hace que la estrella sea fría; cuya vecindad no quieren reconocer los que disputan estas cosas que he dicho brevemente sobre el movimiento del cielo y de los astros. Algunos de nuestros autores hacen estas conjeturas que acabo de proponer, contra aquellos que no quieren creer que las aguas están sobre el cielo, y, sin embargo, quieren que esta estrella que gira cerca del más alto cielo esté fría, a fin de forzarles a admitir que la naturaleza de las aguas se sostiene allí, no ya en forma de tenue vapor, sino también congelada. De cualquiera forma que estén y cualesquiera que sean las aguas de ningún modo debemos dudar que existen allí, pues mayor es sin duda la autoridad de la Escritura que toda la capacidad del ingenio humano.


CAPITULO VI

Si en aquello que se añadió «e hizo Dios», etc., está declarada la persona del Hijo de Dios

10. Advierten algunos, y no creo deba pasarlo por alto, que no en vano habiendo dicho Dios hágase el firmamento en medio de las aguas, y sea división entre el agua y el agua, le pareció poco añadir y así se hizo, si no añadiere también e hizo Dios el firmamento y dividió Dios el agua que estaba sobre el firmamento, del agua que estaba debajo del firmamento. Lo que entienden de tal modo que dicen estar declarada la persona del Padre en aquello que se escribió, y dijo Dios hágase el firmamento en medio de las aguas y sea división entre el agua y el agua, y así se hizo. Y después, para que se entendiera que hizo el Hijo lo que dijo el Padre se hiciera, juzgan que se añadió: e hizo Dios el firmamento y dividió Dios, etc.

11. Mas como antes se lee, y así fue hecho, ¿por quién entenderemos que se hizo? Si por el Hijo, ¿qué necesidad había ya de decir e hizo Dios y lo demás que sigue? Pero si lo que se escribió, y así fue hecho, lo entendiéramos como hecho por el Padre, entonces no habla ya el Padre, y el Hijo hace; y, por tanto, el Padre también puede hacer algo sin el Hijo; de tal suerte que después el Hijo no haga ciertamente esto, pero sí otra cosa semejante, lo cual va contra la fe católica. Mas si aquello de lo cual se dice y así fue hecho, es hecho igualmente que cuando se dice e hizo Dios, ¿qué nos impedirá entender, que hace lo mismo que dijo, el que dijo que fuera hecho? ¿O es que, no teniendo en cuenta aquello que se escribió, y así fue hecho, sino fundándose únicamente en estas palabras por lo que se dice y dijo Dios hágase, y en las siguientes, e hizo Dios, quieren se entienda la persona del Padre y del Hijo?

12. Pero aún puede preguntarse si debemos tomar como si hubiera mandado el Padre a su Hijo, en aquello que se escribió, y dijo Dios hágase. Mas, entonces, ¿por qué no procuró la Sagrada Escritura insinuar también la persona del Espíritu Santo? ¿O es que la Trinidad está comprendida en esto, y dijo Dios hágase; e hizo Dios; y vio Dios que era bueno? Mas no se conforma con la unidad de la Trinidad, que el Hijo se entiende como si mandado obrara, y el Espíritu Santo, sin mandarle nadie, libremente hubiera visto que era bueno lo que se hizo. ¿Con qué palabras mandaría el Padre al Hijo que obrara, siendo Él mismo el único Verbo del Padre, por quien fueron hechas todas las cosas? ¿O es que esta misma expresión, hágase el firmamento, es el Verbo del Padre, Hijo Unigénito, en el cual están todas las cosas creadas antes de ser creadas, y todo lo que en El está es vida, ya que todo lo que por El es creado, en El tiene la vida, pues El es la vida creadora, y debajo de El está la creatura? De un modo están en El las cosas que son hechas por El, pues las gobierna y contiene; y de otro distinto están en El las cosas que son El. El es la vida, la cual de tal forma está en El, que El, por ser El mismo la vida, es la luz de los hombres5. Luego como nada puede ser creado, ya sea antes de los tiempos, lo cual no es por esto coeterno al Creador, ya en el principio de los tiempos o en algún tiempo, si la razón de crear, dado caso que pueda con propiedad llamarse razón, no viviera vida coeterna en el Verbo de Dios, coeterno al Padre, por esto la Escritura antes de insinuar a cada una de las criaturas en el orden en el que dice que cada una fue creada, atiende al Verbo de Dios inscribiendo primeramente aquello, y dijo Dios hágase, porque no encuentra otra causa para que deba ser creada una cosa, si no es porque se halla en el Verbo de Dios como debiendo crearse.

13. Dios no dijo hágase esta o la otra criatura tantas veces cuantas en aquel libro del Génesis se repite y dijo Dios. El ciertamente engendra un único Verbo, en el cual dijo todas las cosas antes de que fuera hecha cada una de ellas. Mas la narración del escritor, que se acomoda a la capacidad de los párvulos que escuchan, al insinuar uno por uno el género de las creaturas mira en el Verbo de Dios la razón eterna de cada género, y sin repetir la razón, sin embargo, repite las palabras y dijo Dios. Así, pues, si hubiera querido el autor primeramente decir que fue hecho el firmamento en medio de las aguas, para que fuese división entre el agua y el agua, y alguno le preguntara de qué modo fue hecho, rectamente responderá que se hizo diciendo, dijo Dios hágase, es decir, que en el Verbo Eterno de Dios existía para hacerse. Inmediatamente de esto, es decir, después de haber dicho fue hecho el firmamento, comienza a narrar cada una de las cosas hechas. Si alguno también después de este recuento preguntare de qué modo se hizo, se le deberá responder dando la razón anterior.

14. Luego cuando oímos y dijo Dios hágase, entendemos que existía en el Verbo de Dios para hacerse; cuando oímos y así se hizo, entendemos que la creatura hecha no se excedió de la medida propia de la especie, determinada en el Verbo de Dios; y cuando oímos y vio Dios que era bueno, entendemos haberle agradado en la Bondad de su Espíritu, no como conocido después de creado, sino que le agradó más bien en aquella bondad para que permaneciera lo hecho, en la cual anteriormente le agradaba que se hiciera.


CAPITULO VII

Sobre el mismo asunto del capítulo anterior

15. Por lo tanto, ¿aún subsiste el motivo para indagar por qué después que dijo y así fue hecho, con lo que se indicaba la terminación de la obra, añade e hizo Dios? Cuando en aquellas palabras que dice y dijo Dios hágase aquello, y así fue hecho, se entiende de sobra que esto lo dijo Dios en su Verbo y que también fue hecho por el mismo Verbo de El, y, por consiguiente, allí ya no sólo puede aparecer la persona del Padre, sino también la de su Hijo. Porque si para aclarar la persona del Hijo repite y dice e hizo Dios, entonces ¿acaso no congregó por medio de su Hijo en el tercer día el agua, a fin de que apareciese la árida, ya que allí no se dice, e hizo Dios juntarse el agua, o juntó Dios el agua? Aunque, sin embargo, allí después que dijo y así se hizo entonces repitió diciendo, y fue congregada el agua que estaba debajo del cielo. ¿Acaso no fue hecha la luz por el Hijo, porque ciertamente aquí de ningún modo repite? Sin duda pudo en esta circunstancia decir de esta manera: «y dijo Dios hágase la luz y así se hizo; e hizo Dios la luz, y vio Dios que era buena», o también como en la congregación de las aguas, de tal modo que no dijera «e hizo Dios», sino solamente que repitiera de nuevo «y dijo Dios, hágase la luz, y así se hizo; y fue hecha la luz; y vio Dios que la luz era buena». Pero sin repetir después que escribió y dijo Dios hágase la luz; y sin introducir alguna otra frase, excepto y fue hecha la luz: ya en adelante, sin repetición alguna, habló de la bondad de la luz y de su división con las tinieblas y de los dos nombres con que fueron llamadas.


CAPITULO VIII

¿Por qué al hablar de la luz no se añadió «e hizo Dios», como suele hacerse al hablar de las otras creaturas?

16. ¿Qué quiere decir aquella repetición en las demás creaturas (y no en la de la luz)? ¿Acaso se demuestra por este modo de hablar, que en el primer día en el que fue hecha la luz se declaraba por la palabra luz la naturaleza de la creatura espiritual e intelectual, en la cual se entiende están comprendidos todos los santos ángeles y virtudes y por eso no se repitió el hecho de su creación después que dijo fue hecha la luz, ya que la creatura racional no conoció primeramente su constitución y después fue formada, sino que la conoció en su misma formación, es decir en la iluminación de la verdad, a la cual volviéndose se formó; pero las demás creaturas que son inferiores a ella, de tal modo son creadas que primeramente se hacen en el conocimiento de la creatura racional y después en su propia naturaleza? Por consiguiente, la naturaleza de la luz primeramente está en el Verbo de Dios según la razón, por la cual es creada, esto es, es la coeterna Sabiduría del Padre; y después en su misma naturaleza de luz, según su cualidad, en la que es creada. Allí está engendrada, no hecha; aquí hecha porque de la informidad fue formada; y por esto se dijo hágase la luz y la luz fue hecha, para que aquello que allí estaba en el Verbo aquí estuviese en la obra. La creación, pues, del cielo primeramente estaba en el Verbo, según la Sabiduría engendrada; después se hizo en la creatura espiritual, es decir, en el conocimiento de los ángeles, a la manera de como estaba creado el conocimiento en ellos; y, por fin, para que también la creatura del cielo existiese en su propia especie fue hecho el cielo. De este modo tuvo lugar la separación o la especificación de las aguas, así fueron hechas las naturalezas de los árboles y de las hierbas, así se formaron los luminares del cielo, así fueron hechos los animales nacidos de las aguas y de la tierra.

17. Los ángeles no contemplan estas cosas sensibles por sólo el sentido corporal como los brutos. Si se valen de algún tal sentido mucho mejor las conocen interiormente en el mismo Verbo de Dios, por quien son iluminados para vivir sabiamente, teniendo como tienen la luz que fue hecha antes de todo, si entendemos que en aquel primer día fue hecha la luz espiritual. Del mismo modo que la razón por la que la creatura es creada se halla primero en el Verbo de Dios, que en la misma naturaleza que se crea; así también el conocimiento de esta misma razón, primeramente se hizo en la creatura intelectual, la cual no está obscurecida por el pecado; y después se lleva a efecto la misma creación de la naturaleza. Los ángeles no siguen el método que nosotros seguimos para conocer la sabiduría, de suerte que perciben y entienden las cosas invisibles de Dios por medio de las cosas que fueron creadas6, sino que desde el momento que fueron creados gozan de la contemplación santa y piadosa de la misma eternidad del Verbo, y, por tanto, despreciando las cosas creadas, sólo conforme a lo que interiormente ven, o aprueban los hechos buenos o desaprueban los malos.

18. No es de admirar que Dios primeramente mostrara a sus santos ángeles, formados en la creación de la primera luz, lo que más tarde había de crear. Tampoco conocerían el entendimiento de Dios a no ser que el mismo Señor se lo mostrara, y esto en cuanto quisiese; porque ¿quién conoció la mente de Dios, o quién fue su consejero, o quién le dio primeramente a El para que a éste se le retribuya? De El y por El son, y en El están todas las cosas7. De El, pues, aprendían los ángeles que en ellos se efectuaba primeramente el conocimiento de la creatura, la cual después debía ser hecha; e inmediatamente de este conocimiento se hacía en su propia especie.

19. Por consiguiente, habiendo sido hecha la luz, en la que entendemos estar formada la creatura racional por medio de la eterna Luz; cuando oímos al autor sagrado decir en las demás cosas que han de ser creadas, y dijo Dios hágase, entendamos, recurriendo al pensamiento de la escritura, que se trata de la eternidad del Verbo de Dios. Y cuando oímos y así se hizo, entendamos que la criatura intelectual conoció la razón de la creatura posible, razón que está en el Verbo de Dios; de suerte que primero sea hecha en cierta manera en aquella naturaleza angélica, la que por un cierto movimiento anterior conoció en el mismo Verbo de Dios que había de ser hecha. Y cuando oímos más tarde repetir y decir hizo Dios, entendamos que ya se hace la misma criatura en su propia especie. Finalmente, cuando oímos y vio Dios que era bueno, entendamos haber agradado a la bondad de Dios lo que fue hecho, para que, según la cualidad de su especie, permaneciera lo que le agradó que se hiciese cuando el Espíritu de Dios era llevado sobre el agua.


CAPITULO IX

De la figura del cielo

20. Suele también preguntarse qué forma y figura atribuyen nuestros libros divinos al cielo. Pues muchos autores profanos disputan largamente sobre estas cosas, que omitieron con gran prudencia los nuestros por no ser para los que las aprenden necesarias para la Vida bienaventurada, y además porque los que en esto se ocupan han de malgastar, loque es peor, tiempo sobremanera precioso restándole a cosas más útiles. Pues a mí ¿qué me interesa que el cielo siendo como una esfera envuelva por todas sus partes a la tierra, equilibrada en medio de la masa del mundo, o que la cubra por la parte de arriba como si fuera un disco? Mas porque se trata de la autoridad de la divina Escritura y como quizá alguno no entienda las palabras divinas, cuando acerca de estas cosas encuentre algo semejante en los libros divinos u oiga hablar algo de ellos que le parezca oponerse a las razones percibidas por él, cosa que no he recordado solamente una vez, para que no crea en modo alguno a los que le amonestan o le cuentan o le afirman que son más útiles las cosas profanas que la verdad de la santa Escritura, brevemente he de decir que nuestros autores sagrados conocieron sobre la figura del cielo lo que se conforma a la verdad, pero el Espíritu de Dios, que hablaba por medio de ellos, no quiso enseñar a los hombres estas cosas que no reportaban utilidad alguna para la vida futura.

21. Pero alguno dirá en qué forma no se opone a los que atribuyen al cielo la figura de esfera, lo que está escrito en nuestros libros divinos: Tú que extiendes el cielo como una piel8. Ciertamente será contrario si es falso lo que ellos dicen, pues lo que dice la divina autoridad más bien es verdadero que aquello que conjetura la fragilidad humana. Pero si ellos lo pudieran probar con tales argumentos que no deba dudarse, debemos demostrarles nosotros que aquello que se dijo en los libros divinos sobre la piel, no es opuesto a sus verdaderos raciocinios, de lo contrario también será opuesto a ellos lo que en otro lugar de nuestro escrito se lee, donde dice que el cielo está suspendido como una bóveda9. Porque ¿qué cosa hay más diversa y tan contraria a sí misma como la extensión plana de la piel y la concavidad curva de una bóveda? Si es conveniente, como sin duda lo es, entender estas dos cosas de tal forma que concuerden ambas y no se opongan entre sí, igualmente conviene que una y otra no se opongan a las disputas por las que se enseña que el cielo es convexo por todas sus partes teniendo forma de esfera, si tal vez la razón demostrara que es verdad; pero esto si se probara.

22. Aquella semejanza de bóveda, aun tomada al pie de la letra, no se opone a los que dicen que es una esfera, puesto que rectamente se cree que quiso hablar la Escritura, al hacerlo sobre la figura del cielo, de la parte que está sobre nuestras cabezas. Luego si no es esfera es bóveda por la parte que el cielo cubre la tierra; mas si es esfera por todas, es bóveda. Pero persiste la dificultad sobre lo que se dijo que tenía forma de piel, no porque se oponga a la esfera, pues tal vez sea una ficción humana, sino porque es contrario a nuestra misma bóveda. Cuál sea aquí el sentido alegórico, lo expuse en el libro trece, capítulo quince, de mis Confesiones. Ya deba entenderse que el cielo está extendido como una piel, del modo que allí lo consigné, o ya de otra manera: no obstante, por causa de los impertinentes y escrupulosos examinadores de la exposición al pie de la letra, les diré, según juzgo estar claro a los sentidos de todos, que tal vez ambas expresiones, piel y bóveda, pueden entenderse en sentido figurado, y ambas también en sentido literal. Cómo sea esto, ahora lo veremos. Rectamente decimos que la bóveda no solamente es curva, sino plana; igualmente la piel se extiende no sólo en forma plana, sino también en redonda; pues no nos olvidemos que un odre y una vejiga son piel.


CAPITULO X

Del movimiento del cielo

23. Sobre el movimiento del cielo no pocos hermanos preguntan si está quieto o se mueve, y dicen: si se mueve, ¿cómo es firmamento? Y si permanece estable, ¿cómo las estrellas, las cuales se cree que están fijas en él, giran del oriente al occidente recorriendo las septentrionales que están cerca del polo círculos más breves, de tal modo que aparece el cielo como una esfera, si es que está oculto a nosotros el otro polo en la parte opuesta, o como un disco si no existe ningún otro polo? A los cuales respondo que para conocer claramente si es así, o no, demanda excesivo trabajo y razones agudas; y yo no tengo tiempo de emprender su estudio y exponer tales razones ni deben ellos tenerle. Sólo deseo instruirles en lo que atañe a su salud y a la necesaria utilidad de la santa Iglesia. Entiendan bien esto, que el nombre de firmamento no fuerza a creer que el cielo está quieto. Es lícito entender que ha sido llamado firmamento no por causa de la quietud, sino por la firmeza, o porque sirve de límite infranqueable entre las aguas superiores e inferiores. Si la verdad nos convenciera de que el cielo está quieto, el curso de los astros no nos impediría que podamos creerlo. Pues aquellos que buscaron estas cosas llevados por la curiosidad y el ocio encontraron que, dado caso no se mueve el cielo, si los astros se mueven pueden muy bien hacerse todas las cosas que suceden y se advierten en las revoluciones de los astros.


CAPITULO XI

Se explica lo que debe entenderse por informidad de la tierra

24. Y dijo Dios: congréguese el agua que está debajo del cielo en su solo lugar y aparezca la árida y así se hizo; y se congregó el agua que está debajo del cielo en un solo conjunto y apareció la árida. Y llamó Dios a la árida, tierra, y a la congregación de las aguas, llamó mar. Y vio Dios que era bueno. Ya hemos hablado bastante en nuestro primer volumen10 acerca de esta obra de Dios y no nos detendremos más por la necesidad que tenemos de indagar otra cosa. Aquí, pues, brevemente advertimos al que tal vez no se preocupa de inquirir cuándo fue creada la forma del agua y de la tierra, que entienda que en este día no se hizo sino separar estos dos elementos inferiores. Mas al que se preocupa por saber por qué en días (en el primero y segundo) se hizo la luz y el cielo, mientras que fuera de días (en el principio) o antes de cualquier día se hizo el agua y la tierra, y por qué la luz y el firmamento fueron hechos por la palabra de Dios diciendo Dios hágase, y las aguas y la tierra sin decir Dios hágase se hallen ya hechas aunque hablando Dios se separan, le diré que debe comprender, poniendo a salvo la fe, que lo que se dijo antes de la enumeración de los días, a saber, la tierra era invisible e informe, fue para hacer notar de qué modo había sido hecha ya la tierra cuando dijo anteriormente en el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Por estas palabras sólo quiso insinuar la informidad de la materia corporal, eligiendo para llamarla palabras más bien usuales que obscuras. Sin embargo, si un entendimiento rudo no comprende cómo separa la Escritura con palabras la materia y la forma, intente él separar estas dos cosas en el tiempo, como si primeramente haya existido la materia, e interponiendo un espacio de tiempo, le haya sido añadida después la forma, no obstante que Dios haya creado estas dos cosas al mismo tiempo determinando la materia y la forma, de cuya informidad, como dije, habló la Escritura con palabras usuales de tierra o de agua. Aunque la tierra y el agua tengan la existencia con las cualidades con que las vemos, sin embargo, por su fácil descomposición están más cercanas de aquella informidad que los cuerpos celestes. Y como en la enumeración de los días se hace relación ya de cada cosa que ha sido formada de la materia informe, y como también ya había sido narrado que el cielo fue hecho de esta materia corporal, el cual dista mucho de las cosas terrenas, ahora no quiso incluir en el orden de las cosas que habían de crearse, bajo la palabra hágase, las cosas que aún faltaban de formar de aquella materia vil, teniendo en cuenta que no habían de recibir esos residuos de informidad una forma tal como la que había recibido el cielo, sino una inferior más deleznable y más próxima a la informidad. Así, más bien por aquellas palabras que se dicen: se congreguen las aguas y aparezca la árida, recibieron estos dos elementos las formas propias, es decir, estas conocidas y apreciables por nuestros sentidos, el agua móvil y la tierra inmóvil; por esto se dijo a aquélla congréguese, y a ésta, aparezca, porque el agua es fluida y corre, y la tierra es fija y estable.


CAPITULO XII

Por qué se dijo por separado, hablando de las hierbas y de las plantas, «y así se hizo», etc.

25. Y dijo Dios: germine la tierra hierba de alimento que lleve semilla según su género y semejanza, y árbol frutal que produzca frutos, y la semilla de él sea en sí misma según su especie sobre la tierra. Y así se hizo. Y produjo la tierra hierba alimenticia teniendo semilla según su género y semejanza, y árbol frutal llevando fruto cuya semilla de él, en él está según su especie sobre la tierra. Y vio Dios que era bueno. Y fue hecha la tarde y fue hecha la mañana día tercero. Aquí se ha de notar la norma del Ordenador, porque como estas creaturas, es decir, las hierbas y los árboles son distintas de las tierras y las aguas, al no poder enumerarlas entre los elementos, por separado se dijo que salieran de la tierra, y también por separado se dirige a ellas para decirles aquellas acostumbradas palabras, y así se hizo, repitiendo después lo que hizo; por separado también se indica que vio Dios que eran buenas. Sin embargo, como por las raíces se unen a la tierra y permanecen fijas en ella, quiso que éstas perteneciesen al mismo día.


CAPITULO XIII

Por qué fueron creados los luminares el día cuarto

26. Y dijo Dios: háganse los luminares en el firmamento del cielo para que luzcan sobre la tierra en iniciación del día y de la noche, y dividan el día y la noche, y sean en señales, en tiempos, en días y en años, y estén como esplendor en el firmamento del cielo, para que luzcan sobre la tierra. Y así se hizo. E hizo Dios dos luminares grandes, el luminar mayor para incoación del día y el luminar menor para incoación de la noche y las estrellas. Y colocó Dios estas cosas en el firmamento del cielo para que luzcan sobre la tierra y para que sean el principio del día y de la noche, y dividan la luz y las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. Y fue hecha la tarde y fue hecha la mañana día cuarto. En este día cuarto se ha de preguntar qué quiere indicar este orden, puesto que primeramente se hacen y separan el agua y la tierra y germina la tierra antes de hacerse los astros en el cielo. Pues no podemos decir que fueron elegidos los seres mejores, con los cuales se distinguiera el orden de los días de tal modo que apareciesen el último y el medio de la serie sobremanera hermosos, ya que de los siete días el cuarto ocupa el medio. Además ocurre que en el séptimo día no fue hecha criatura alguna. ¿O es que tal vez la luz del primer día corresponde mejor al descanso del séptimo, y, por lo tanto, de esta forma se establece este orden acoplando los últimos, sobresaliendo los luminares del cielo en el medio? Pero si el primer día empareja con el séptimo debe también emparejar el segundo con el sexto. ¿Es porque el cielo ocupa toda la parte superior del mundo y el hombre domina toda la parte inferior? Pero ¿qué diremos de los animales y bestias que produjo la tierra en su propia especie en el mismo día sexto?; qué comparación puede establecerse entre ellos y el cielo?

27. ¿O acaso porque se entiende bajo el nombre de luz la creación de la creatura espiritual primeramente hecha, era natural que se hiciera también la creatura corporal, es decir, este mundo visible, el cual fue creado en dos días, por las dos grandes partes de que consta el universo, a saber, del cielo y de la tierra conforme lo deduce la razón, puesto que también a esta universal creatura espiritual y corporal se la llama muchas veces cielo y tierra? Entonces esta capa de aire tempestuoso se contaría entre la parte terrena, ya que por las evaporaciones húmedas va tomando cuerpo. Y si existe alguna región de aire sereno donde no pueden existir movimientos huracanados y tormentosos la pondríamos en la región del cielo. Después, fabricado este universo de masa corpórea, el cual está todo en un solo lugar, donde está colocado el mundo, era natural que se llenase el universo con partes transportadas de un lugar a otro por convenientes movimientos. De esta especie no son ni las hierbas ni los árboles, pues éstos están fijos a la tierra por sus raíces, y aunque tengan movimientos de crecimiento, sin embargo, no se mueven de sus lugares por sus propios esfuerzos, sino que allí donde están fijos allí se alimentan y crecen, y por eso más bien pertenecen a la tierra que al género de cosas que en las aguas y en la tierra se mueven. Luego como se han empleado dos días en la constitución del mundo visible, es decir, del cielo y de la tierra, resta que se concedan los tres días restantes para estas cosas visibles y movibles que se crean en el mundo. Y como primeramente fue hecho el cielo, del mismo modo primeramente debe ser adornado en sus partes, y por esto en el día cuarto fueron hechos los astros, los cuales luciendo sobre la tierra iluminaban también lo que era morada inferior para que los habitantes de ella no fueran colocados en habitación tenebrosa. Mas como los cuerpos débiles de los habitantes de la tierra se reparan con el descanso que sucede al trajín, se hizo que el sol dando la vuelta constituyese el cambio de día y de la noche, y por esta mudanza se gozase del sueño y de la vigilia. La noche no quedó tampoco a obscuras, sino con la luz de la luna y las estrellas, a fin de aliviar no sólo a los hombres para quienes muchas veces existe la necesidad del trabajo por la noche, sino también para atemperar lo suficiente a ciertos animales que no pueden soportar la luz del sol.


CAPITULO XIV

Cómo sean los luminares signos para señalar los tiempos, los días y los años

28. ¿Quién no verá cuan obscuramente se consignó lo que se dijo, y sean en señales, en tiempos, en días, y en años, indicando que en el cuarto día comenzaron los tiempos, como si pudieran pasar sin tiempo los tres días anteriores? ¿Quién penetrará con ánimo esforzado (en esta obscuridad) para entender de qué modo hayan pasado aquellos tres días, antes de comenzar los tiempos, los que se dice comenzaron en el día cuarto? ¿O no transcurrieron ciertamente aquellos días? ¿O es que tal vez se llamó día a la forma de las cosas hechas, y noche a la privación de ella, de tal modo que se llamó noche a la materia aún no formada, de la que debían de formarse las demás, al igual que en las cosas formadas puede entenderse la informidad de la materia por la misma mutabilidad, puesto que no puede distinguirse, o por el espacio como si hubiera otro más lejano, o por el tiempo como si hubiera otro anterior? ¿O es que más bien se llamó noche a la misma mutabilidad que lleva en su interior toda cosa hecha o formada, es decir, a la posibilidad, por decirlo así, que tienen de perecer, ya que es inherente a las cosas creadas el poder mudarse aunque no se muden? Con relación a la larde y a la mañana no debemos entender que se trata bajo estas palabras de sucesión o accesión de tiempo, sino de cierto término por el que entiende hasta dónde llega el particular modo de ser de una naturaleza, y de dónde parte el nacimiento de la otra que le sigue. ¿O es que existe alguna otra causa para investigar con más diligencia el significado de estas palabras?

29. ¿Quién penetrará fácilmente en tan profundo secreto y explicará de qué signos se trata, cuando la Escritura refiriéndose a los astros dice, y sean en signos? Ciertamente que no habla de los signos cuya observación es vanidad, sino de los signos que son utilísimos y necesarios para los usos de la vida, los cuales se observan, ora por los navegantes para dirigir las naves, ora por todos los hombres para prever las condiciones atmosféricas durante las estaciones de la primavera, del verano, del otoño y del invierno. Sin duda también llama tiempos a estos cambios atmosféricos producidos por los astros no mediante intervalos temporales, sino mediante las variaciones del cielo. Si precedió a la creación de estos luminares algún movimiento corporal o espiritual, de modo que algo aconteciera a partir de una futura expectación pasando por medio del presente al pasado, decimos que no pudo suceder sin tiempos, ¿quién se aferrará en sostener que el tiempo no existió sino desde el principio de la creación de los astros?. Pero ciertas horas, días y años que conocemos por su empleo no existirían a no ser por el movimiento de los astros. Así, pues, si entendemos los tiempos, los días y los años de tal modo que computemos los tiempos como divisiones, medidas por los relojes, o por los movimientos conocidos del cielo, cuando se levanta el sol del oriente y llega a la altura del meridiano y de allí vuelve de nuevo al occidente a fin de que inmediatamente después de su ocaso pueda observarse la luna y algún otro astro que sale por el oriente, el cual habiendo alcanzado la altura media del cielo señala la media noche, y partiendo de aquí y llegando a su ocaso aparece la mañana presentándose el sol. Y computemos los días complejos por el curso del sol que va del oriente al occidente. Y los años por estos giros usuales del sol, cuando no va del oriente al occidente lo que hace todos los días, sino cuando vuelve a ocupar el mismo lugar entre los astros, lo que efectúa después de transcurrir trescientos sesenta y cinco días y seis horas, es decir, una cuarta parte de un día, la que ejecutada cuatro veces obliga a interpolar otro día al que los romanos llaman bisiesto, a fin de que el sol vuelva al mismo lugar; o computamos también bajo el nombre de años los mayores y más encubiertos, porque se dice que se completan años más grandes cuando los demás astros han recorrido sus órbitas y vuelven a ocupar todos el mismo lugar, entonces nadie dudará que éstos se llevan a cabo por los luminares y las estrellas. Pero de tal modo se ha escrito que no sabemos si ciertamente se ha de extender a todos los astros lo que se dijo: Sean en signos, y en tiempos, y en días y en años; o si únicamente el sol patentiza los días y los años, y los demás astros los signos y los tiempos.


CAPITULO XV

Cómo fue creada la luna

30. Muchos indagan locuazmente en qué estado fue creada la luna; pero ojalá hablaran buscando y no se empeñaran en enseñar lo que ignoran. Dicen, pues, que fue hecha la luna llena porque era indecoroso que Dios hiciera en los astros algo imperfecto en aquel día del que se escribió que fueron hechos los astros. Los que se oponen a éstos dicen que debió decirse a la misma primera luna, no decimocuarta; porque ¿quién comienza a contar de este modo? Yo poniéndome en medio de ambos me coloco en tal forma que ni una ni otra cosa aseguro, sino llanamente diré que la que hizo Dios, sea la primera o la llena, la hizo perfecta, pues Dios es autor y creador de las mismas naturalezas. Y todo lo que de cualquier modo descubre y presenta un ser por su natural progreso en la sucesión de los tiempos convenientes, también anteriormente lo contenía oculto, y si esto no estaba visible en la forma o en la masa de su cuerpo, sin embargo se hallaba en la razón de su naturaleza. A no ser que tal vez se diga que un árbol que durante el invierno está desprovisto de hojas y frutos es imperfecto. O también que es imperfecta aquella naturaleza, en los primeros días de su crecimiento, porque todavía no da fruto alguno, lo cual no puede rectamente decirse, no solamente del árbol, pero ni aun de la semilla, ya que en ella están ocultas de modo invisible todas las cosas que se desenvuelven de cierto modo en la sucesión de los tiempos. Es más, si se dijera que Dios había hecho algo imperfecto, pero que había de ser perfeccionado más tarde por El, qué reproche habría en esta sentencia. Sin embargo, con justo derecho sería digno de reproche si se dijera que aquello que fue incoado por El fue perfeccionado por otro.

31. ¿Por qué se envuelven en obscuras tinieblas, al tratar de la luna, los que no entablan disputa sobre la tierra sabiendo que la hizo Dios invisible e informe, cuando en el principio creó Dios el cielo y la tierra y después en el día tercero la cambia en visible y formada? Pues si lo que de la tierra se dijo lo entienden como dicho no en intervalos de tiempo, sino en orden a la distribución de la narración, ¿por qué ahora no ven lo que podemos observar por los ojos, que la luna tiene su cuerno íntegro y perfecto en toda su redondez, ora empiece a brillar, ora termine de lucir en la tierra con luz en forma de cuerno? Luego si la luz crece en ella o se perfecciona o disminuye, esto no es de la luna, sino que varía lo que la ilumina. Si siempre brilla una parte de su esfera, cuando aquella parte comienza a volverse hacia la tierra aparece crecer hasta que toda ella se vuelva, lo cual hace desde el día primero hasta el catorce. La luna siempre está llena, mas no siempre se muestra a los habitantes de la tierra. Esta razón de aparecer en tal forma es la misma, si es iluminada por los rayos del sol; puesto que cuando está próxima al sol no puede aparecer si no es con los cuernos brillantes, porque la otra parte, la cual toda ella está iluminada, no mira a la tierra para que pueda ser vista, a no ser cuando está opuesta al sol; entonces toda la parte iluminada de ella se deja ver en la tierra.

32. No faltan también quienes dicen que primeramente hizo Dios la luna decimocuarta, fundados no en que deba creerse que fue necesario ser hecha llena, sino porque en la Escritura dice la palabra de Dios: fue hecha la luna para incoar la noche. Y sólo cuando la luna está llena aparece con el principio de la noche. En otras circunstancias, y por el día comienza a verse antes de estar llena, y con el avance de la noche, cuanto éste es más grande tanto más disminuye ella. Pero a los que por comienzo de la noche entienden principio, porque la palabra griega argén significa en primer término esto, les diré que cuando se dice en los salmos argén (principio) se escribió más claramente diciendo: se hizo el sol para presidir el día; la luna y las estrellas para presidir la noche11, y, por lo tanto no se obliga a contar partiendo de la decimocuarta o sea desde la llena; ni a creer que la luna primeramente hecha fue la primera, es decir, la nueva.


CAPITULO XVI

¿Brillan igualmente los astros?

33. Suele también preguntarse si estos luminares visibles del cielo, es decir, e1 sol la luna y las estrellas, brillen con igual esplendor. O si por causa de las diversas distancias a que están de la tierra aparecen a nuestros ojos con claridad más o menos intensa. Los que dicen estas cosas no dudan que la luna plenamente luce menos que el sol, del que demuestran recibe la luz. Otros se atreven a decir que muchas estrellas son iguales al sol o también son mayores que él, pero que colocadas a mayores distancias se ven más pequeñas. A nosotros tal vez puede bastarnos saber que han sido creadas por el Artífice Dios, de cualquier modo que éstas sean. Sin embargo, retengamos lo que se dijo por la autoridad apostólica, una es la luz del sol, otra la de la luna y otra la de las estrellas, mas una estrella difiere en luz de la otra12. Pero aún todavía pueden decir, sin contradecir al Apóstol, que difieren ciertamente en luz, pero a los ojos de los que habitan la tierra; o también, que esto lo decía el Apóstol por comparación entre los que habían de resucitar, los cuales ciertamente no aparecerán una cosa a los ojos y serán en sí otra distinta. Difieren, dicen, entre sí las estrellas en luz y también no pocas son mayores que el sol. Vean también cómo atribuyen tan gran imperio al sol, de modo que, como dicen, retenga él con sus rayos a ciertas estrellas, y a la verdad principales, con cuyos rayos fuerza a unas con más poder que a las otras, y las hace retroceder en su propia carrera. No es, pues, verosímil que las mayores o iguales puedan ser dominadas con la fuerza de los rayos de él. O si afirman que las estrellas más altas de las constelaciones, o las del septentrión son mayores que él, las cuales ninguna influencia reciben de él, ¿por qué se parcializan con estas que caminan agrupadas en signos?, ¿por qué presentan a éstas como las señoras de las constelaciones? Si es cierto que alguno de ellos sostiene que los retrocesos de aquellas estrellas, o tal vez las tardanzas, no son debidas al sol, sino a otras ocultísimas causas, sin embargo, bien claro está por sus libros que éstos en sus delirios, apartados de la verdad, creen temerariamente en la fuerza de los hados atribuyendo un poder especial al sol.

34. Pero hablen cuanto quieran acerca del cielo los que están alejados del Padre que está en los cielos; a nosotros ni nos es necesario ni nos conviene buscar algo más sutil sobre las distancias y magnitudes de los astros; pues no estamos dispuestos a malgastar en tal disquisición un tiempo necesario para cosas más serias y mejores; y con más gusto creemos que son más grandes que los demás aquellos luminares que la santa Escritura de este modo menciona, e hizo Dios dos luminares grandes, los cuales, sin embargo, no son iguales, porque a continuación dice, después de haberlos antepuesto a los otros, que difieren entre sí, pues añade: el luminar mayor para incoación del día, y el luminar menor para incoación de la noche. Ciertamente, pues, está claro, o a lo menos esto afirman nuestros ojos que ellos iluminan con más esplendor que los otros sobre la tierra, y que el día no empieza a clarear sino es con la luz del sol, y la noche, con tantas estrellas brillantes, si falta la luna, no lucirá del mismo modo que cuando es iluminada con la presencia de ella.


CAPITULO XVII

Sobre los genetlíacos o astrólogos

35. Repudiamos en absoluto, como opuesto a la pureza de nuestra fe, todas las argucias de los que vaticinan el destino del hombre por los movimientos de los astros, fundados en los experimentos de las enseñanzas de la astrología, cuyos vaticinios llaman ellos apotelésmata (resultado, fuerza), porque con tales doctrinas intentan apartarnos del trato con Dios, y con impía perversidad nos inducen a acusar a Dios, Señor de las estrellas, como autor más bien que al hombre de los hechos abominables que rectísimamente se condenan. Nuestras almas no están por su naturaleza sometidas a los cuerpos, ni aun a los celestes; oigan, si no, a sus filósofos. Los cuerpos celestes no son superiores a los cuerpos terrenos, en orden a las cosas que ellos dicen; o, si no, observen alguna vez que muchos cuerpos de diversas especies, ora de animales, ora de hierbas y arbustos, son sembrados en el mismo sitio y tiempo, y naciendo muchas cosas en el mismo momento, no sólo en diferentes sitios, sino en los mismos lugares de la tierra, es tanta la variedad en sus nacimientos, en sus acciones y en sus perturbaciones, que verdaderamente, si estos tales consideran estas cosas, perderían, como se dice, su estrella.

36. ¿Hay cosa más necia y estólida que, al ser convencidos por la realidad de las cosas, decir que poseen los astros fatalidad solamente con relación al destino de los hombres? Sin embargo, también se les prueba con los hermanos mellizos su vanidad, pues, teniendo aquéllos la mayor parte de las veces las mismas constelaciones en sus nacimientos, viven de diverso modo; uno de ellos es feliz; el otro desgraciado y mueren de manera y tiempo distintos. Y si dicen que esto es porque ha mediado algún espacio de tiempo al nacer, sin embargo, en muchos casos ha sido tan pequeño el espacio que no puede ser computado por ellos. Al nacer, la mano de Jacob, que venía detrás, estaba agarrando el pie de su hermano13. De tal modo nacieron como si fuera el nacimiento de un solo niño de doble tamaño. Ciertamente las constelaciones a que éstos recurren para explicar la vida del hombre, en estos hermanos de ningún modo pudieron ser diferentes (sus vidas los fueron y mucho). ¿Qué cosa más vana que al contemplar los astrólogos las constelaciones que indican el mismo horóscopo y la misma luna, digan que uno de ellos ha de ser amado por la madre y el otro odiado?; y si otra cosa dijeren en el caso presente, falazmente hablarían; si esto dijeren dirían la verdad, pero no lo dirían siguiendo las necias historias de sus libros. Si no quieren creer este hecho histórico porque se le presentamos sacado de nuestros libros, ¿acaso podrán destruir la naturaleza de las cosas? Como dicen que ellos de ningún modo se engañan, si han conocido el momento de la concepción, a lo menos no se desdeñen considerar la concepción de los mellizos, si son hombres de seso.

37. Por tanto, hemos de confesar que cuando dicen los astrólogos cosas verdaderas las dicen por cierto instinto ocultísimo que obra en las mentes humanas sin conocerlo. Y cuando esto se hace para engañar a los hombres es obra del espíritu seductor, a quien se le permite conocer algunas verdades sobre las cosas temporales, parte porque está dotado de un sentido más agudo y sutil, parte porque tiene cuerpo más tenue, parte porque posee una experiencia más astuta por su larga vida, parte es debido también a los santos ángeles, puesto que ellos lo han aprendido del Dios Omnipotente y lo revelan a los hombres, con el permiso de Dios, que distribuye sus dones con rectitud de justicia ocultísima. Algunas veces también los mismos nefandos espíritus, aun las cosas que han de hacer ellos las predicen como adivinando. Por todo lo expuesto, el buen cristiano se ha de apartar, y sobre todo cuando dicen verdad, ora de los astrólogos, ora de cualquier impío adivino, no sea que por la comunicación con los demonios, engañada el alma, se enrede en algún pacto amistoso.


CAPITULO XVIII

Dificultad sobre los astros. ¿Están regidos y animados por espíritu?

38. Suele preguntarse también si estos luminares del cielo, tan excelentes, están dotados sólo de cuerpo o tienen cierto espíritu propio que los gobierne; se pregunta: ¿son vitalmente animados por él como es vivificada la carne por las almas de los animales, o por sola su presencia accidental? Aunque esto al presente no pueda fácilmente entenderse, creo, sin embargo, que en el decurso de la exposición de los libros divinos podrá ofrecerse un lugar más oportuno donde, según las reglas de la santa autoridad, podamos, si no demostrar algo definitivamente cierno sobre este asunto, a lo menos patentizar que pueda ser creído lícitamente. Ahora, pues, observando siempre la norma de la santa prudencia, nada debemos creer temerariamente sobre algún asunto oscuro, no sea que la verdad se descubra más tarde y, sin embargo, la odiemos por amor a nuestro error, aunque se nos demuestre que de ningún modo puede existir algo contrario a ella en los libros santos, ya del Viejo como del Nuevo Testamento. Pasemos ya al libro tercero de nuestra obra.

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA