DEL GÉNESIS A LA LETRA


LIBRO IV


CAPITULO I

De cómo debemos entender los seis días

1. Y fueron terminados el cielo y la tierra y todo el ornato de ellos. Y finalizó Dios el día sexto las obras que hizo; y descansó Dios el séptimo día de todas las obras suyas que hizo. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque descansó en él de todas sus obras que incoó para hacerlas. Empresa ciertamente ardua y dificilísima es para las fuerzas con que cuenta nuestro deseo, penetrar con la luz de la mente en la intención que tuvo el autor sagrado al narrar estos seis días. ¿Quiso indicar que transcurrieron aquellos seis días, y añadido el séptimo, ahora en la sucesión del tiempo se repiten, no en la realidad, sino en el nombre? Pues en todo el transcurso del tiempo, muchos días se suceden semejantes a los pasados, pero el mismo día jamás vuelve. (De nuevo pregunto) ¿pasaron realmente aquellos días, o permanecen ellos estables en las mismas creaciones de los seres mientras transcurren cotidianamente en el orden de los tiempos, que los actuales se enumeran con los mismos nombres y número? De suerte que no sólo en aquellos tres días, antes de ser creados los luminares, sino también en los otros tres posteriores, entendamos bajo el nombre de día la especie o forma del ser que fue creada; y por noche la privación o carencia de esta especie; o como quiera que denominemos esta privación de especie, cuando se pierde la especie por algún cambio, declinando de la forma y volviendo a la informidad. Este cambio existe, ora en estado de posibilidad en toda creatura, aunque llegue a faltar el efecto, como sucede en los seres superiores celestes; o ya realmente en los inferiores, con el fin de producir en ellos una hermosura temporal, mediante los cambios ordenados de las cosas mudables, los que se llevan a cabo con la desaparición y sucesión, como se manifiesta en las cosas terrenas y mortales. Entonces la tarde será en todas las cosas como cierto fin de la creación perfecta, y la mañana el principio de una cosa que empieza, porque toda naturaleza creada lleva consigo cierto principio y fin. Pero aunque es difícil averiguar de qué modo pueda entenderse en aquellos días la noche, la tarde y la mañana; tal vez, lo que se afirme haya podido ser encontrado, sea esto o aquello o alguna otra cosa tercera más probable, aparecerá en el transcurso de la exposición. Ahora, sin embargo, no está fuera de cuestión considerar la perfección del número senario en la misma naturaleza interna de los números, cuya perfección contemplamos en la mente cuando enumeramos y ordenamos numéricamente aquellas cosas que se perciben también con los sentidos del cuerpo.


CAPITULO II

De la perfección del número senario

2. El primer número perfecto que encontramos es el senario, pues se completa con sus partes. Existen otros números que son perfectos por otras causas. Mas este senario, como dijimos, es perfecto porque se completa con sus partes y sólo con tales partes. Las que multiplicadas producen el número de quien son partes; y esta tal parte del número es la que puede llamarse propiamente parte exacta. El número tres puede llamarse parte, no tan sólo del seis, de quien es media parle, sino de todos los otros números mayores que el mismo tres. Pues el tres es parte mayor del cuatro y del cinco, porque pueden ser divididos, el cuatro en dos partes, en tres y uno; el cinco, en tres y dos. También el número tres es parte del siete y del ocho y del nueve, y de cualquier otro número mayor, pero de éstos no es una parte mayor o media, sino menor; pues el siete también puede dividirse en los números tres y cuatro; y el ocho en tres y cinco; y el nueve en tres y seis; pero ninguno de estos números puede decirse que sea compuesto de partes exactas del tres, a no ser únicamente el nueve, que se compone de tres partes de tres, o sea el tres es una tercera parte del nueve, como es la media parte del seis. Así, pues, de todos los números que he indicado, ninguno se completa con partes ternarias iguales, a no ser el seis y el nueve, pues aquél consta de dos parles de tres y éste de tres partes de tres.

3. Luego el número seis, como empecé a decir, se completa exactamente con todas sus partes no mayores que la mitad y sumándolas. Hay otros números de los cuales, tornando en conjunto sus partes, hacen una suma menor o mayor. Se encuentran otros muy pocos con ciertas normas o razón de intervalos que son iguales a la suma de sus partes alícuotas, la cual ni sobrepasa al número ni se queda por debajo de él, sino que concurre a formar solamente el número exacto del que son partes. De esta clase de números el primero que aparece es el seis, porque en la serie de los números el uno no tiene partes, y así, pues, se dice que el uno en los números que contamos no tiene mitad, ni parte alguna entera, sino que ciertamente es pura y simplemente uno (la unidad). Mas el número dos tiene por parte al uno, que es la mitad, mas no tiene otra. El tres tiene dos partes, una que puede llamarse parte exacta o alícuota, y es el uno, puesto que es la tercera parte de él; y otra mayor que no puede denominarse parte exacta, es decir, el dos, y por lo mismo no pueden computarse como partes de las que tratamos, a saber, de las que pueden llamarse exactas. El cuatro ciertamente tiene dos partes exactas, porque el uno es la cuarta parte de él, el dos la media, pero las dos reunidas en suma, es decir, el uno y el dos sumados constituyen el número tres, no el cuatro; sus partes, pues, no le completan porque adicionadas dan un número menor. El cinco no tiene más que una parle exacta, es decir, el uno, que es la quinta parte de él, porque el dos, aunque sea parte menor y el tres mayor, sin embargo, ni una ni otra pueden llamarse partes alícotas del cinco. El seis tiene tres partes exactas, la sexta, la tercera y la media; la sexta de él es uno, la tercera el dos y lo media el tres, y estas partes alícuotas llevadas a la suma, es decir, el uno, el dos y el tres constituyen y completan juntas el número senario.

4. El número siete no tiene tales partes fuera de la séptima, que es el uno; el ocho tiene tres partes, la octava, la cuarta y la media, a saber, el uno, el dos y el cuatro, pero sumadas juntas, dan el siete; número inferior al que se busca, pues no completan el ocho. El nueve consta de dos partes, la novena que es el uno y la tercera que es el tres, y éstas sumadas en conjunto dan el cuatro, menor y muy distante al nueve. El diez tiene tres partes exactas, la décima que es el uno, la quinta que es el dos, y la media que es el cinco, las cuales adicionadas alcanzan el ocho, mas no llegan al diez. El once, sólo tiene la undécima, como el siete, sólo la séptima, y el cinco la quinta y el tres la tercera y el dos sólo la media, la que en todos es uno. El doce, sumadas sus partes exactas no completan el número, le sobrepasan, pues le hacen ciertamente mayor, ya que llegan al dieciséis, puesto que tiene cinco partes alícuotas; la duodécima, la sexta, la cuarta, la tercera y la media; la duodécima el uno, la sexta el dos, la cuarta el tres, la tercera el cuatro y la media el seis; mas el uno, el dos, el tres, el cuatro y el seis conjuntamente sumados dan dieciséis.

5. Y para no demorarme demasiado examinando la infinita serie de los números, diré en una palabra que se encuentran muchos que o no tienen estas partes exactas o sólo tienen la unidad, como sucede con el tres, el cinco y todos los de esta clase (como son los primos); o de tal modo tienen muchas partes alícuotas, que reunidas en un todo y sumadas o no alcanzan el número, como sucede con el ocho, el nueve y otros muchos, o le sobrepasan, como acontece con el doce, el dieciocho y otros semejantes. Muchos más se encuentran de esta clase que de la de aquellos que se llaman perfectos, porque tomadas en conjunto todas las partes alícuotas completan el número. Después del seis se halla el veintiocho, que consta de semejantes partes, pues tiene cinco, la vigesimaoctava, la decimocuarta, la séptima, la cuarta y la media, es decir, el uno, el dos, el cuatro, el siete y el catorce, que adicionados completan el mismo vigesimoctavo porque forman el veintiocho. Y cuanto más se adelanta en el orden de los números tanto más grandes son en proporción los intervalos de estos números que, teniendo sus partes exactas, sumadas completan su número, que se llama perfecto. Los números que tienen tales partes exactas, pero que sumadas no dan su número, se llaman imperfectos; y los que teniéndolas y reunidos en suma le sobrepasan, se llaman más que perfectos.

6. Luego en un número perfecto de días, es decir, en seis completó Dios todas las obras que hizo, porque así se escribió, finalizó Dios en el día sexto las obras que hizo. Sobremanera arrebata mi atención este número, cuando considero el orden de las obras que se hicieron en él, porque como el mismo número se forma gradualmente con tres partes, ya que se suceden el uno, el dos y el tres, de tal modo que no puede interponerse algún otro número, siendo todas ellas partes únicas de las que consta el número; el uno la sexta, el dos la tercera y el tres la media; así también en un día se hizo la luz, y en los dos siguientes la fábrica de este mundo, en el uno la parte superior, es decir, el firmamento, en el otro la inferior, esto es, el mar y la tierra; mas no llenó la parte superior con clase alguna de alimentos corporales, porque no habían de ser colocados allí cuerpos necesitados de tal alimento, y por el contrario la parte inferior, la que debía embellecerse con animales apropiados a ella, la enriqueció anteriormente con alimentos convenientes para satisfacer las necesidades de aquellos animales. En los tres días restantes se crearon aquellas cosas visibles que se llevarían a cabo con acomodos y propios movimientos, dentro del mundo, es decir, dentro de este universo visible, hecho de todos los elementos; en el primero de estos tres días (últimos, es decir, el cuarto) fueron creados en el firmamento anteriormente hecho, los luminares; después en la parte inferior del mundo, los animales conforme lo exigía el mismo orden de las cosas, en un día los de las aguas y en otro los de las tierras. Ninguno habrá tan demente que se atreva a decir que no pudo Dios hacer en un solo día las cosas si hubiera querido; o en dos dedicando uno a la creatura espiritual y otro a la corporal, o empleando uno para el cielo con todas las cosas que a él pertenecen, y otro para la tierra con todas las cosas que existen en ella, y todo esto absolutamente cuando quisiera, por el tiempo que quisiera y como quisiera. ¿Quién hay que diga que pudo oponérsele algo a su voluntad?


CAPITULO III

Sobre lo que se escribió en el libro de la Sabiduría
«todas las cosas están ordenadas en medida, número y peso»

7. Por lo tanto, cuando leemos que terminó Dios todas las cosas en seis días, y consideramos el número seis hallándolo perfecto; y que se desliza el orden de las creaturas, como aparece la división gradual de las mismas partes del número seis, con las cuales éste se completa, no podemos menos de recordar también lo que en otro lugar de la Escritura se dijo, ordenaste todas las cosas en medida, número y peso1. Piense, pues, el alma que pueda, después de haber pedido a Dios su auxilio y recibir de El inspiración y fuerzas, si estas tres cosas: la medida, el número y el peso, con las cuales está escrito que ordenó Dios todas las cosas, existían en alguna parte antes de crear el universo, o si también fueron creadas ellas mismas; y si lo fueron antes, dónde estaban. Porque antes de crear Dios, sólo existía el Creador; luego, en El estaban. ¿Pero cómo? porque también estas cosas que fueron creadas leemos que estaban en El2. ¿O es que aquéllas estaban como El, que está en sí mismo, y éstas estaban como en el que las gobierna y las rige? ¿Mas cómo el número, peso y medida estaban en El como El está en sí? Dios no es medida, ni peso, ni número, ni todo esto a la vez. Si entendemos por medida lo que conocemos cuando se mide una cosa, y por número lo que contamos en ella, y por peso lo que en las cosas pesamos, Dios ciertamente no es esto. Pero si entendemos por medida la que determina el modo de existir de todo ser, y por número el que suministra la forma de la existencia, y por peso el que reduce a la estabilidad y quietud a todo ser, El es el primero, el Verdadero y el Único que es todas estas cosas, pues El determina, forma y ordena todas las cosas. Ninguna otra cosa se entiende haber sido dicha, a no ser «ordenaste en Ti todas las cosas», en lo que se expresó como se pudo por la mente y palabra del hombre al escribir ordenaste todas las cosas en medida, número y peso.

8. Es cosa grande y concedida a pocos, elevarse sobre todas las cosas que pueden medirse para ver la medida sin medida; sobrepasar todos los seres que pueden contarse para contemplar el número que no tiene número; ensalzarse sobra todas las cosas que pueden pesarse a fin de observar el peso que no tiene peso.


CAPITULO IV

En Dios hay medida sin medida, peso sin peso y número sin número

No solamente puede percibirse y comprenderse, la medida, el número y el peso, en las piedras, en los árboles y en cualquiera clase de mole, por grande que sea el cuerpo ya celeste ya terrestre. También en el obrar hay una medida. De lo contrario el desarrollo sería continuo e inmoderado. Existe un número para las afecciones y las virtudes del alma, que reduce la deformidad de la ignorancia a la forma y hermosura de la sabiduría. Hay un peso de la voluntad y del amor con el que se patentiza hasta qué punto debemos pesar el apetecer, el huir, el anteponer y el posponer. Pero esta medida de las cosas tocantes a la mente y al alma, se mide por otra medida, y el número se forma por otro número, y el peso es atraído por otro peso. Pues la medida sin medida, es aquella con la que se compara o mide lo que de ella es, y ella misma no es de nadie. El número sin número es aquel por el que son formadas todas las cosas, y él mismo no se forma. El peso sin peso es aquel por el que se establece el equilibrio reduciendo todas las cosas a quietud, siendo la quietud de ellas el santo gozo, el que por ser estable no es atraído por nadie.

9. Pero quien conoce sólo materialmente los nombres del número, del peso y de la medida, servilmente los conoce; elévese sobre todo lo que así conoce, y si aún no puede, no se pegue a estos nombres sobre los que no puede pensar a no ser carnalmente. Porque tanto más son estimadas para el hombre estas cosas colocadas en grados superiores, cuanto menos estimado sea él entre las inferiores. Por tanto, si alguno no quiere que estos vocablos que conoció en las cosas bajas y abyectas sean aplicados a estas cosas sublimes, en cuya contemplación intenta reposar la mente, no se le debe obligar a que lo haga. Porque mientras entienda lo que debe ser entendido, no tenemos por qué preocuparnos de que lo llame como quiera. Sin embargo, es conveniente saber la relación de semejanza que guardan las cosas inferiores con las superiores, pues de otro modo la razón no subirá como conviene de las cosas inferiores a las superiores ni descansará en éstas.

10. Pero si después de esto, alguno dijera que fueron creados el peso, la medida y el número, con cuyas cualidades, según lo atestigua la Escritura, ordenó Dios todas las cosas; pregunto, si todas las cosas están ordenadas en ellas, ¿a ellas mismas dónde las ordenó? Si en otros seres, ¿de qué modo todas las cosas están ordenadas en ellas, cuando precisamente ellas están en las otras cosas? Ciertamente no se ha de dudar que ellas están fuera de las cosas ordenadas en las cuales todas las cosas están ordenadas.


CAPITULO V

En Dios mismo está la razón de la medida, del peso y del número, de cuyas cualidades se adornan todos los seres

11. ¿O tal vez juzgaremos que se dijo, ordenaste todas las cosas en medida, número y peso, como si se dijera, todas las cosas de tal modo las ordenaste «que tienen» medida, número y peso? Porque si se dijere todos los cuerpos los ordenaste en colores, no sería razonable que entendiéramos aquí que la misma Sabiduría de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, tuvo primeramente en sí mismo colores, con los cuales hiciera los cuerpos, sino que entenderíamos todos los cuerpos los ordenaste en colores, como si se dijera todos los cuerpos los ordenaste de tal modo que tienen colores. Luego, como vemos, puede entenderse de otra forma, a saber: por Dios creador fueron ordenados los cuerpos en colores, es decir, de tal suerte fueron ordenados, que son coloreados; con tal que al mismo tiempo se entienda que no falló en la misma Sabiduría de Dios que ordenaba estas cosas, alguna razón de los colores que habían de ser distribuidos a cada género de cuerpos, aunque no se llamase color esta razón en la Sabiduría. Por eso dije anteriormente que cuando se conoce una cosa no se debe disputar sobre palabras.

12. Concluyamos, pues, diciendo que de tal modo se dijo ordenaste todas las cosas en número, peso y medida, como si hubiera dicho, de tal forma están ordenadas, que tienen medidas, números y pesos propios, estas cualidades se cambiarán debido a la mutabilidad de cada género propio, por el aumento o la disminución, por la multitud o el corto número, por lo liviano o lo pesado, según la disposición de Dios. ¿Pero diremos que como se mudan estas cosas, así se muda el consejo de Dios en el que ellas están ordenadas? Aparte de sí tal locura (quien piense de este modo).


CAPITULO VI

Dónde divisaba Dios todas las cosas que ordenaba

Luego como estas cosas se ordenaban en tal forma que llegarían a tener medidas, números y pesos propios, preguntamos, ¿dónde las veía el que las ordenaba? Porque no podía divisarlas fuera de Sí mismo, al modo que nosotros contemplamos los cuerpos con los ojos, puesto que cuando se ordenaban para que en adelante fuesen, todavía no existían. Tampoco divisaba estas cosas en Sí mismo, como vemos nosotros las imágenes sensibles de los cuerpos que no están presentes a los ojos, ya que nosotros, imaginando, pensamos en los cuerpos o en las imágenes que de ellos vimos. Luego entonces, ¿de qué modo divisaba estas cosas para que así las ordenase? ¿En qué forma? En aquella que El solo puede divisar.

13. Es cierto que a nosotros, pecadores y mortales, los cuerpos corruptibles nos apesgan el alma, y el sentido pensando muchas cosas terrenas deprime el espíritu3, pero aunque tuviéramos un corazón purísimo y una mente limpísima, por la que ya seríamos iguales a los ángeles, sin embargo no sería conocida por nosotros la divina esencia como se conoce ella a Sí misma.


CAPITULO VII

Cómo vemos la perfección del número senario

Con todo, esta perfección del número senario no la vemos fuera de nosotros mismos, como vemos los cuerpos por los ojos, ni tampoco de tal forma dentro de nosotros como contemplamos las imaginaciones de los cuerpos y las imágenes sensibles de las cosas, sino de otra forma muy distinta y diferente. Pues aunque cuando se piensa en el orden, en la composición y división del número senario, se presentan a la mirada de la mente como ciertas figuras de los cuerpos, sin embargo la razón penetrante y poderosa, colocada en plano superior, no se satisface con estas imágenes sensibles, sino que contempla de hito en hito interiormente la virtud del número: por cuya mirada asegura con toda firmeza, que lo que constituye la unidad en los números no puede dividirse en partes; y todos los cuerpos pueden ser divididos en innumerables partes; y cree más fácilmente que desaparecerá el cielo y la tierra, los que han sido fabricados conforme al número senario, que pueda hacerse que el número seis no se complete con sus pares. Así, pues, dé siempre gracias al Creador el alma humana, por quien ha sido creada para que pudiera ver éste, lo cual no pueden ver ni las aves ni las bestias, las que, no obstante, ven con nosotros el cielo, la tierra, los astros, el mar, la árida y todas las cosas que se encuentran en ellos.

14. Por consiguiere, no podemos decir que el número seis es perfecto porque en seis días perfeccionó Dios todas sus obras, sino que por ser perfecto el número seis, por eso en seis días perfeccionó Dios sus obras. Así, pues, si estas obras no fuesen perfectas, el número seis lo sería; y de no ser perfecto el número seis tampoco serían estas obras perfectas con relación a este número.


CAPITULO VIII

De cómo se ha de entender el descanso de Dios en el día séptimo

15. Pasemos, pues, ahora a lo que se escribió, que Dios descansó en el día séptimo de todas las obras que hizo, y que bendijo y santificó este día, porque en él descansó. Intentemos, como podamos, alcanzar con la mente estas cosas, una vez que hayamos sido ayudados por Dios; mas para ello lo primero que debemos hacer es apartar de nuestras mentes las conjeturas carnales de los hombres. Porque ¿acaso es lícito creer o decir que Dios se fatigó en la obra, cuando creó aquellas cosas que anteriormente se relataron, siendo así que hablaba y se hacían? El mismo hombre no se fatiga, cuando ejecutando alguna cosa la hace diciendo: hágase. Y aunque las palabras humanas se profieran ayudadas del sonido y, por lo tanto, lleguen a cansar después de un largo discurso, sin embargo, siendo tan pocas, como pocas leemos en lo que se escribió cuando habló Dios diciendo: hágase la luz; hágase el firmamento, y las restantes que dijo hasta el fin de las obras que completó en el día sexto; sería un absurdo estupendo de locura juzgar que esto era un trabajo para el hombre, ¡cuánto más para Dios!

16. ¿O acaso dirá alguno que Dios no se fatigó diciendo que las cosas se hicieran, pero que quizá se fatigó pensando qué cosa iba a hacer, y entonces, como librado de tal pesadumbre, descansó con la completa perfección de las cosas, y, por lo tanto, querría bendecir y santificar el día en el que primeramente quedó libre de este trabajo mental? Quien gusta decir esto, es un perfecto mentecato, porque tan grande es el poder que tiene Dios para crear las cosas, como es la facilidad incomparable e inefable que tiene para pensarlas y decirlas.


CAPITULO IX

En qué sentido se dice que descansó Dios

¿Qué nos falta de entender, si no es tal vez que Dios ofreció en sí mismo el descanso a la creatura dotada de razón, con cuya facultad también creó al hombre, y ahora se le dará después de perfeccionarlo mediante el don del Espíritu Santo, por el cual se difunde la caridad en nuestros corazones4, a fin de que seamos llevados allí por el ímpetu del deseo? A cuyo lugar cuando hayamos llegado descansaremos, es decir, no anhelaremos ninguna otra cosa. Así como rectamente se dice que Dios hace lo que, ayudándonos El, hacemos nosotros, así también con razón se dice que Dios descansa cuando descansamos nosotros debido a su gracia.

17. Esto lo entendemos con claridad porque es evidente, y no se necesita de gran esfuerzo intelectual para ver que del mismo modo se dice que descansa Dios cuando nos hace descansar a nosotros, como se dice que conoce cuando nos hace conocer. Tampoco Dios conoce con el tiempo lo que antes no conocía, y, sin embargo, dice a Abraham: ahora conocí que temes a Dios5, donde ¿qué otra cosa entendemos, sino es: ahora hice que fuera conocido por ti? Cuando hablamos de aquellas cosas que no suceden en Dios como si en El sucediesen, reconocemos por estas formas de hablar que El hace que en nosotros sucedan; mas sólo debemos hablar de este modo sobre las cosas que son laudables y en cuanto lo permita el uso de la divina Escritura, porque no debemos expresar temerariamente cosa alguna de Dios que no leamos en su divina Escritura.

18. De esta clase de locución juzgo que usó el Apóstol en aquella expresión, no queráis contristar al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención6; porque no puede ser contristada la misma substancia del Espíritu Santo, por la que es lo que es, puesto que posee la eterna e inmutable felicidad, mejor dicho, ella es la eterna e inmutable bienaventuranza; mas porque habita de tal modo en los santos que los llena de caridad, por eso es necesario que los hombres se alegren desde el momento del progreso de los fieles en las buenas obras, así como también es necesario se contristen por la caída, o los pecados de aquellos de quienes se alegraban por su piedad y fe. Esta tristeza es digna de alabanza porque procede del amor que infunde el Espíritu Santo. Por esto se dice que el Espíritu Santo es contristado por los que de tal manera obran que con sus hechos contristan a los fieles; mas éstos no se contristan por otro motivo, sino porque tienen el Espíritu Santo, con cuyo don son ellos tan buenos, que los malos les causan pena y, sobre todo, aquellos que en algún tiempo fueron buenos o los creyeron o los conocieron como tales. Esta tristeza no sólo no debe ser reprochada, sino más bien recomendada y ensalzada sobremanera.

19. De nuevo el mismo Apóstol emplea admirablemente esta forma de hablar donde dice: mas ahora habéis conocido a Dios, mejor dicho, fuisteis conocidos por El7. Es evidente que Dios no los conoció entonces, puesto que antes de la creación del mundo estaban en su presencia conocidos8. Mas porque entonces ellos por la gracia del Señor, no por su merecimiento o poder le conocieron, quiso más bien hablar metafóricamente, de tal modo que dijo que entonces fueron conocidos por Dios, cuando se prestó a ser conocido por ellos. Pero, como si hubiera hablado incorrectamente lo que con toda propiedad había dicho, prefiere más bien corregir la frase que dejarlos creer que ellos pudieron conseguir lo que sólo El podía darles.


CAPITULO X

Se suscita la cuestión de si Dios podía propiamente descansar

20. Tal vez les baste a algunos con entender de que en aquello que se escribió, descansó Dios de todas las obras que hizo sobremanera buenas, El no descansó, sino que nos hará descansar a nosotros cuando hubiéremos hecho obras buenas. Pero habiendo emprendido nosotros el trabajo de escudriñar el sentido que encierran estas palabras de la divina Escritura, instamos con el mayor empeño a buscar la forma de cómo haya podido también Dios descansar, aun suponiendo que por su insinuado descanso nos haya advertido que debemos esperar en El nuestro futuro descanso. Porque así como El hizo el cielo y la tierra y todas las cosas que en ellos se encierran, y todo esto lo terminó en el sexto día, y no puede decirse haber creado nosotros algo en aquellos seis días, de modo que ayudándonos El, crearíamos nosotros, y, por ende, con verdad se dijo, que consumó Dios en el día sexto los obras suyas que hizo, porque no nos prestó su ayuda para que se terminaran por nosotros. Así también en lo que se dijo, descansó Dios en el séptimo día de todas las obras suyas que hizo, no debemos entender que se habla de nuestro descanso; el cual concediéndonoslo El, lo hemos de alcanzar; sino del suyo, por el que reposó en el séptimo día habiendo terminado sus obras. Esto lo decimos así, porque todas las cosas de la divina Escritura primeramente deben entenderse como están escritas, y después, si hay lugar a ello, hagamos ver que pueden significar alguna otra cosa. Con verdad, pues, se dice que así como descansó Dios después de sus obras que fueron buenas, así también descansaremos nosotros después de las nuestras si fueran buenas. Pero precisamente por esto, con razón se importuna para que, como se ha hablado de los obras de Dios, las que claramente aparecen que son de El, así también se hable lo conveniente del descanso de Dios, el cual se demuestra ser también propio de El.


CAPITULO XI

De qué modo sea verdad que Dios descansó en el séptimo día y que también hasta ahora trabaja

21. Por lo tanto, con justísima razón somos impelidos a tratar de indagar, si podemos, en qué forma sean verdad ambas cosas, a saber, lo que en este lugar se escribió, en el séptimo día descansó Dios de todas las obras que hizo y lo que en el Evangelio dice el mismo Señor, por quien fueron hechas todas las cosas, mi Padre hasta el presente trabaja y Yo también9; pues esto contestó a los que le preguntaban, por qué no observaba el sábado, que se mandó antiguamente guardar, por la autoridad de esta divina Escritura, en memoria del descanso de Dios. Ciertamente puede decirse con probabilidad que la observancia del sábado se impuso a los judíos como una penumbra de la realidad futura, que simbolizaba el descanso espiritual, el que prometo Dios a los fieles que hiciesen buenas obras, bajo la oculta significación que entraña el ejemplo de este descanso suyo. El mismo Señor Nuestro, Jesucristo, que padeció cuando quiso, confirmó el misterio de este descanso con su sepultura, ya que ciertamente en el mismo día del sábado descansó en el sepulcro, y todo el día lo pasó de cierta santa vacación, después que en el sexto día, es decir, el viernes, al que llaman sexto, antes del sábado, consumó todas sus obras, cuando se completaron y cumplieron sobre el mismo patíbulo de la Cruz todas las cosas que de El se escribieron. Efectivamente de esta misma palabra usó El cuando dijo consummatum est, todo se ha cumplido, e inclinando la cabeza entregó su espíritu10. ¿Qué hay de extraño si Dios, queriendo simbolizar de esta forma aquel día en el que Cristo había de permanecer en la sepultura, descansó de todas sus obras en un día y después obró en el orden de los siglos, de tal modo que con verdad se dijera mi Padre hasta ahora obra?


CAPITULO XII

Otra razón para conciliar el descanso con la continuación del trabajo de Dios

22. Puede también entenderse que Dios descansó de crear algún otro género de creatura, porque en adelante ya no creó ningún otro género nuevo; y desde entonces hasta ahora y en adelante obra en el gobierno de aquellos géneros que fueron creados entonces, sin cesar aún en el día séptimo de administrar con su poder el cielo y la tierra y todas las cosas que creó, pues de otro modo inmediatamente dejarían de ser. Porque el poder del Creador y la virtud del Omnipotente y del que todo lo sostiene es la causa de la existencia de toda creatura; cuya virtud, si alguna vez se apartase de las creaturas, las que fueron creadas para ser gobernadas, en el mismo instante desaparecerían las formas de ellas, y toda la naturaleza creada volvería a la nada. Porque no obra Dios como el arquitecto, el cual habiendo construido una casa, se retira, y, no obstante, la obra permanece sin necesidad de su trabajo y presencia. Si Dios retirase su gobierno del mundo, éste no podría subsistir, ni el tiempo de un parpadeo.

23. Por lo tanto, cuando dice el Señor: mi Padre obra hasta el presente declara cierta continuación de su obra, en la que incluye todo el universo y el gobierno de él. De otro modo pudiera también entenderse, si dijera: y ahora trabaja, donde no habría necesidad de entender que continuaba trabajando en su obra. Mas nos obliga a que lo entendamos de otra manera, puesto que dice hasta ahora, a saber, que siguió trabajando desde el momento que creó todas las cosas. Asimismo, lo que se escribió de su Sabiduría, que abarca con firmeza desde el uno al otro confín y ordena todas las cosas con suavidad11, de cuya Sabiduría también se escribió que su movimiento es más ágil y acelerado que todos los movimientos12, suficientemente patentiza, a los que contemplan con rectitud, que este mismo incomparable e inefable, y, si puede entenderse, estable movimiento suyo, presta ayuda con suavidad a las cosas que Ella dispone; por lo cual si Ella, apartándose de las cosas, hubiera cesado de este trabajo, ellas al instante hubieran perecido. También lo que decía el Apóstol, cuando predicaba a los atenienses el Dios desconocido por ellos, que en El vivimos, en El nos movemos, y en El estamos13, clarísimamente, pensando con la profundidad que a la humana razón le es posible, ayuda a esta sentencia, por la que creemos y decimos que Dios obra sin cesar en estas cosas que creó. Pero no estamos en El, al estilo que dijo San Juan que dio al Hijo tener la vida en sí mismo14, sino que, siendo una naturaleza distinta de la de El, no estamos en El por otra razón, sino porque El hace que estemos en El, y ésta es precisamente su obra por la que contiene a todas las cosas, y por la que su Sabiduría se extiende con fortaleza del uno al otro confín y ordena con suavidad todas las cosas, por cuyo ordenamiento vivimos, nos movemos y somos en El. Por donde se colige que si apartara esta obra suya de las cosas, ni viviríamos, ni nos moveríamos, ni existiríamos. Es evidente, pues, que ni por un solo día dejó Dios de gobernar las obras que hizo, para que no perdiesen en un solo instante sus movimientos naturales, por los cuales obran y crecen conforme a la naturaleza que tienen, y permanecen cada una en su género en aquello que son, pues si se retirase de ellas aquel movimiento de la sabiduría de Dios por el que ordena todas las cosas con suavidad dejarían en absoluto de ser. Por lo tanto, entenderemos que Dios descansó de todas las obras que hizo, de tal forma que ya en adelante no crea naturaleza alguna, pero no que cese de contener en sí, y gobernar aquellas cosas que había creado. Luego es cierto que Dios descansó en el séptimo día y que sigue obrando hasta ahora.


CAPITULO XIII

De la observancia del sábado

24. Ahora vemos las obras buenas creadas por El; después de las nuestras buenas veremos también su descanso. Para prefigurar este descanso mandó al pueblo hebreo observar un día15, el cual lo entendió tan carnalmente que, cuando vieron al Señor obrar nuestra salud en aquel día sabático, le recriminaron; y por eso El les responde del trabajo que en todo tiempo ejecuta el Padre, con quien El mismo obra igualmente, no sólo la administración del universo, sino también nuestra salud. Mas ahora que fue revelada la gracia, aquella observancia del sábado que prefiguraba y se reducía al descanso de un día, fue abolida de entre los fieles, puesto que en la ley de gracia sin duda observa un perpetuo sábado todo el que obra algún bien con la esperanza del futuro descanso, y al mismo tiempo no se vanagloria en sus obras buenas como si tuviera un bien no recibido. Por lo tanto, el que recibe el sacramento del bautismo y le concibe como el día sabático, es decir, como el día del reposo del Señor en la sepultura, descansa de sus obras antiguas, a fin de que caminando ya en nueva vida16 conozca que Dios obra en él, el Dios que al mismo tiempo obra y descansa, obra gobernando las creaturas conforme a las naturalezas que tienen, y descansa teniendo en sí mismo eterno reposo.


CAPITULO XIV

Por qué santificó Dios el día de su descanso

25. Igualmente ni el Señor al crear se fatigó, ni al dejar de crear recobró sus fuerzas perdidas, sino que quiso exhortarnos por medio de su divina Escritura al deseo de su descanso, insinuándonos que santificó para Sí aquel día en el que descansó de todas sus obras. Porque jamás durante los seis días en que creó todas las cosas, se lee haber santificado algo; ni tampoco antes de estos seis días, cuando se escribió: en el principio hizo Dios el cielo y la tierra17, se añadió: y los santificó, sino solamente este día, en el que descansó de todas sus obras que hizo, quiso santificarlo; como si para El, que jamás se cansa en sus obras, tenga más importancia el descanso que el trabajo. Esto ciertamente nos lo insinúa a los hombres en el Evangelio, donde nuestro Salvador dice a María, que, sentada a sus pies, descansaba oyendo su divina palabra: elegiste mejor parte que tu hermana Marta18. Aunque fue también buena obra la de ésta, que, ocupada en obsequiarle, se entretenía en muchos quehaceres domésticos. Mas cómo sea o pueda entenderse esto en Dios, es muy difícil de explicar, aunque puede con el pensamiento vislumbrarse algún tanto la causa por la que haya santificado el día de su descanso, él que no santificó ninguna de sus obras, es más, ni el mismo día sexto en el que hizo al hombre y perfeccionó todas sus obras. Ante todo, ¿qué perspicacia de mente humana podrá llegar a comprender cuál sea el mismo descansar de Dios? Pero a no ser que existiese tal descanso, con seguridad la Escritura no le hubiera ni mentado. Diré, pues, lo que siento: dos cosas se proponen indudablemente aquí: que Dios no se deleitó con cierto descanso temporal, como si después de su trabajo hubiera deseado el fin de su empresa para descansar; y que estas sagradas Escrituras, que con razón gozan de la mayor autoridad, nada dicen vana ni falsamente, cuando afirman que Dios, de todas las cosas que hizo, descansó en el séptimo día, por cuyo motivo santificó este día.


CAPITULO XV

Se soluciona la cuestión anteriormente propuesta

26. Ciertamente es un vicio y una enfermedad del alma complacerse en sus obras de tal forma que más bien descansa en ellas vanagloriándose, que reposa en sí de ellas por haberlas terminado; cuando sin lugar a duda es mejor cualquiera cosa que en ella esté, por la que son hechas las cosas, que las mismas cosas que son hechas. Por eso nos insinúa Dios mediante ese pasaje de la Escritura en el que se dice que descansó Dios de todas sus obras que hizo, que en ninguna de sus obras se deleitó de tal modo como si hubiera tenido necesidad de hacerlas o hubiera sido más pequeño en adelante si no las hubiera hecho, o hubiera sido más feliz después que las creó. Porque, indudablemente, todo lo que es de El, de tal forma es de El, que a El le debe lo que es; mas El a nadie que proceda de El le debe el ser feliz. El amándose a sí mismo se antepone a todas las cosas que creó, y por esto no santifica el día en que incoó las obras que había de hacer, ni el día en que las terminó, porque no apareciese que ellas al empezar a ser o al terminar de ser aumentaban su felicidad; sino que santifica el día en que en Sí mismo descansó de ellas. El ciertamente jamás careció de este descanso, pero al manifestárnoslo a nosotros por medio del día séptimo, nos enseñó también que no se consigue el descanso suyo a no ser por los perfectos. Mas no determinó el día precisamente para hacernos conocer que es aquel que sigue a la terminación o perfección de todas las cosas. Porque él, que siempre está en reposo, será para nosotros el descanso cuando se nos manifieste su reposo.


CAPITULO XVI

Sobre el descanso que Dios tiene de sus obras en el séptimo día

27. También debemos advertir que convenía se nos insinuase el descanso de Dios por el que es feliz debido a Sí mismo, para que entendiésemos de qué manera se dice también que El descansa en nosotros, lo cual no se dice sino en este sentido: que El nos da el descanso a nosotros. Pues el descanso de Dios para los que entienden bien, consiste en que El no necesita del bien de nadie y, por consiguiente, es segurísimo que el nuestro también está en El, porque nos hacemos felices con el bien de El; mas no se hace El feliz con el bien que somos nosotros, pues también somos nosotros algún bien, pero recibido de Aquel que hizo todas las cosas en alto grado buenas y entre las cuales nos creó. En verdad, fuera de El ninguna cosa buena existe que El no haya hecho, por esto ningún otro bien fuera de Sí necesita el que no necesita del bien que hizo. Este es su descansar de todas las obras que hizo. ¿Por qué bienes hubiera sido alabado, si no hubiera hecho ninguno de los que ciertamente no necesitaba? Asimismo, también pudiera decirse que, no necesitando de bien alguno, descansaba en Sí mismo no de las obras que hizo, sino que descansaba sin haber hecho alguna. Mas si no podía hacer bien alguno sería en absoluto impotente; pero si podía y no lo hacía sería un gran envidioso. Porque es omnipotente y bueno hizo todas las cosas en sumo grado buenas, y porque es absolutamente feliz con el verdadero bien de Sí mismo descansó en Sí mismo de los bienes que hizo con aquel descanso del que jamás se apartó. Por fin, si dijere que descansó de las obras que debía de hacer, se entendería que no hizo nada; por tanto, si no se hubiera dicho que descansó de las obras hechas, con menos claridad se hubiese dado a entender que no necesitaba de aquellas cosas que hizo.

28. ¿A qué otro día hubiera convenido asignar el descanso sino al séptimo? Esto claramente lo entiende quien recuerda la perfección del número senario, pues la perfección de este número, de la cual hemos hablado anteriormente, se adapta con toda precisión a la obra de la creación. Porque si dentro del número senario debía terminarse la creación, como en realidad se terminó, y si debía de dársenos a conocer aquel descanso de Dios por el que se demostraba que no recibía Dios la felicidad por medio de las creaturas terminadas, sin duda en esta recomendación del descanso debía ser santificado el día siguiente al sexto, a fin de que despertásemos del letargo de la pereza para desear este descanso, y así descansar nosotros en El.


CAPITULO XVII

De nuestro descanso en Dios

29. Si queremos imitar a Dios, de modo que también nosotros descansemos en nosotros mismos de nuestras obras, como El descansó en sí mismo de las suyas, diremos que tal imitación no es conforme a la piedad, puesto que debemos descansar en un bien inmutable, y éste es para nosotros el mismo que nos hizo. Nuestro verdadero descanso, el religioso, el sumo y el de ningún modo orgulloso, consiste en que, así como El descansó de todas su obras (no porque sus obras sean para El un bien, sino porque El es para Sí el único bien por el que es feliz), así también nosotros anhelemos el descanso en El, de todas nuestras obras, que no son tan sólo nuestras, sino también de El. Después de nuestras buenas obras, las que conocemos que son también de El, nuestro único deseo debe ser también descanse El después de estas sus nuestras buenas obras, es decir, nos ofrezca el descanso en Sí mismo, justificados por El, después de las buenas obras que hubiéremos hecho. Es un gran bien para nosotros existir gracias a El, pero es mayor descansar en El. Como El no es feliz porque hizo estas cosas, sino porque, hechas, no necesitó de ellas, por eso descansó más bien en Sí mismo que en ellas; de aquí que no santificó el día de la obra, sino el del descanso, ya que así nos insinúa que El es feliz, no creando, sino no necesitando de las obras que creó.

30. ¡Qué cosa más sencilla y fácil de enunciar, mas cuán sublime y ardua de entender, el que un Dios descanse de todas las cosas suyas que hizo! Y además, ¿dónde descansa, sino en Sí mismo?; puesto que solamente es feliz en Sí mismo. ¿Cuándo descansa? Siempre. ¿Cuándo descansa?, en los días que se narra le terminación de las cosas que creó y se distingue de las cosas el orden del descanso de Dios, es decir, en el séptimo día, el cual sigue a la terminación de las obras. Descansó, pues, terminadas las cosas, El, que no necesita de ninguna de ellas para poder ser más feliz.


CAPITULO XVIII

Por qué el séptimo día tiene mañana pero no tarde

31. En Dios ciertamente no existe para su reposo ni mañana ni tarde, porque no comienza con un principio ni concluye con un fin; sin embargo, existe la mañana para sus obras perfectas, mas no tienen tarde, puesto que la creatura perfecta tiene cierto principio de conversión al descanso de su Creador; mas ella, como las cosas que han sido hechas, no tiene fin que sea como el término de su perfección. En consecuencia, no se incoa el descanso de Dios para El, sino el de las cosas creadas, por la perfección recibida de Dios para que en El empiece a descansar lo que es perfeccionado por El, y, por lo tanto, en El empieza a tener la mañana, y establecido en su género el límite de la creatura es como la tarde; mas en Dios no puede haber tarde porque no puede encontrarse alguna otra perfección más perfecta que aquélla.

32. En aquellos días en los que se creaban todas las cosas, la tarde, decíamos, era la terminación de la creatura creada, y la mañana el principio de la creación de otra nueva; así, por ejemplo, la tarde del día quinto es la terminación de la creatura creada en el quinto día; y la mañana que se hizo después de la tarde anterior, es el comienzo de la creatura que había de ser creada en el día sexto, la cual creada, como terminación de ella, es hecha la tarde; y como ya no faltaba nada por crear, después de esta tarde fue hecha la mañana, no para ser principio de alguna creatura que había de crearse, sino como principio del descanso de toda creatura en el mismo Creador. Porque ni el cielo ni la tierra ni todas las cosas que en ellos se contienen, es decir, todas las creaturas, tanto espirituales como corporales, subsisten en sí mismas, sino únicamente en Aquel de quien se escribió: en El vivimos, en El nos movemos y en El somos19. Pues aunque cada una de las partes pueden estar en el todo de quien son pare, sin embargo el mismo todo no está sino en aquel por quien fue creado; y, por lo tanto, con razón se entiende que, completado el día sexto, después de su tarde, se hizo la mañana; no para significar el principio de alguna otra creatura que había de crearse, como sucedió en los días anteriores, sino para señalar el principio de la permanencia y del descanso de todo lo creado, en el descanso de aquel que lo creó. Cuyo descanso para Dios no tiene principio ni fin, mas el descanso de la creatura (en El) tiene principio, pero carece de término, y, por ende, el día séptimo comienza para la misma creatura por la mañana, mas no termina con una tarde.

33. Pero si en los otros seis días la mañana y la tarde significan los mismos cambios de tiempo que ahora se suceden conforme a estos intervalos cotidianos, no comprendo qué me prohíbe afirmar que el séptimo día termina con una tarde, y la noche de él concluye con la mañana del día siguiente, de tal modo que al parigual que de los días anteriores se dijera y fue hecha la tarde y fue hecha la mañana día séptimo, cuando ciertamente él es uno de los días, y todos son siete, por cuya repetición se forman los meses, los años y los siglos. Y así la mañana que se coloca después de 1a tarde del séptimo día, sería el principio del octavo, del que ya en adelante se pasaría en silencio, porque este octavo es el mismo primero que volvemos de nuevo a contar otra vez, y del que partimos para formar la serie de las semanas. De donde colegimos que estos siete días (de la semana actual), que tienen el nombre y número igual a los de la creación, sucediéndose unos a otros, determinan, pasando, los intervalos de tiempo. Referente a los seis primeros días expuestos en 1a creación de los seres, diremos que están dotados de una nueva e inusitada forma, en los cuales la mañana y la tarde, al par que la luz y las tinieblas, es decir, el día y la noche, no aparecen con los cambios que presentan estos actuales, debidos al movimiento del sol. Esto, sin duda, nos vemos obligados a confesar a lo menos de aquellos tres primeros, que se conmemoran y enumeran antes de ser creados los luminares.

34. Y por esto, de cualquier modo que haya tenido lugar en ellos la mañana y la tarde, de ningún modo se ha de opinar que en aquella mañana que fue hecha después de la tarde del día sexto comenzó el descanso de Dios, para que no sospechemos con vanidad temeraria que le sobrevino algún bien temporal, al bien inmutable y eterno, sino que ciertamente aquel reposo de Dios por el que descansa en Sí mismo y con cuyo bien es feliz, no es otra cosa que El, cuyo descanso no tiene principio ni fin para El; mientras que el mismo descanso en Dios para la creatura terminada tiene principio. La perfección de cualquiera cosa, no sólo en el universo de quien es parte, sino también en aquel de quien procede, y en quien está el mismo universo, se consolida según la capacidad de su naturaleza para conseguir el descanso, es decir, para adquirir el orden gravitatorio de su modo de ser. Por eso el conjunto de las cosas creadas que fue terminado en seis días, tiene una cosa en su propia naturaleza y otra distinta en el orden por el cual está en Dios, no como Dios está en sí; de tal modo que no tiene descanso de peculiar permanencia, sino en el descanso, que conseguido descansa, de Aquel que no apetece nada fuera de Sí. Por lo tanto, mientras El permanece en Sí, todo lo que es hecho por El lo vuelve otra vez hacia sí, para que toda creatura tenga en sí misma el término propio de su naturaleza, por cuyo término no es lo que es El; sin embargo, en El halla el lugar del descanso, por el que conserva lo que ella es. Sé que no aduje aquí con precisión la palabra lugar, porque ésta se aplica propiamente a los espacios que ocupan los cuerpos, mas porque los mismos cuerpos no permanecen en un lugar, a no ser cuando llegan a él como impulsados por la tendencia de su propio peso, y conseguido descansan, por esto convenientemente se aplican las palabras propias de los cuerpos a las cosas espirituales, y así hemos dicho, lugar, cuando no existe tal cosa.

35. Yo creo que el comienzo de la creatura humana en el descanso del Creador está señalado en aquella mañana que fue hecha después de la tarde de aquel día sexto, porque la creatura no puede descansar en Dios a no ser que sea perfecta. Por lo tanto, terminadas todas las cosas en el día sexto y hecha la tarde, se hizo también la mañana, en la que perfeccionada la creatura comenzó a descansar en Aquel por quien fue hecha. Desde cuyo comienzo encuentra a Dios que descansa en Sí mismo, donde también puede la creatura descansar, tanto más estable y segura cuanto que ella necesita del descanso de El, y Dios no necesita de ella para tener su descanso. Mas sea lo que fuere y vaya donde quiera la universal creatura en cualquiera de sus movimientos, no puede menos de ser algo, y, por lo tanto, siempre permanecerá en su Creador; de aquí que después de aquella mañana en adelante no haya tarde alguna.

36. Por esto dijimos que el día séptimo, en el cual descansó Dios de todas sus obras, tuvo mañana después de la tarde del sexto, mas él no tuvo tarde.


CAPITULO XIX

Otra razón por la cual se comprende que el séptimo día tuvo mañana pero no tarde

Existe otra razón por la que, en cuanto creo, puede entenderse mejor y con más propiedad el asunto que tratamos aquí, aunque es un poco difícil de explicar; o sea que tuvo mañana sin tarde el descanso, no sólo de la creatura, sino también el de Dios para él, en el séptimo día; es decir, que tuvo principio sin término. En vano buscaríamos el principio de este descanso, si se dijera que Dios descansó en el séptimo día, y no se añadiera de todas las obras que hizo, puesto que Dios no comienza a descansar, ya que el descanso de El es sempiterno sin principio ni fin; mas porque se dice que descansó da todas las obras que hizo no necesitando de ellas, por esto se entiende ciertamente que el descanso de Dios no fue empezado ni terminado. El descanso de El de todas sus obras que hizo comienza desde que las termina. En efecto, no hubiera descansado de sus obras de las que no necesita, antes de que fuesen creadas, de las que tampoco necesitaba una vez que estuviesen ya terminadas; y como jamás necesitó absolutamente de ellas, tampoco esta felicidad, la cual no necesitaba de ellas, se perfecciona como si aumentara con ellas; por eso al séptimo día no se le añade tarde alguna.


CAPITULO XX

¿Fue creado el séptimo día?

37. Ciertamente puede preguntarse, y a ello nos mueve una merecida consideración, de qué modo se entienda el haber descansado Dios «en Sí mismo» de todas las obras suyas que hizo; pues se escribió «y descansó Dios el séptimo día». No se dijo, descansó «en Sí mismo», sino «en el séptimo día». Luego, ¿qué es este séptimo día? ¿acaso alguna creatura o solamente un intervalo de tiempo?, pero también el espacio temporal ha sido creado en el mismo instante de la creatura, y, por esto, sin duda el tiempo también es creatura; y como ningún tiempo existe o pudo o podrá existir del que no sea Dios creador, y, por lo mismo, si este séptimo día es tiempo, ¿quién lo creó, sino el Creador de todos los tiempos? Tocante a los seis días aquellos, el relato anterior de la santa Escritura, declara con qué o en qué creaturas fueron creados. Por lo que se refiere a estos otros siete días, de los cuales nos es conocido el modo de ser, los que realmente pasan, pero sucediéndoles otros les entregan en cierto modo el nombre para que sean llamados como aquellos seis días, conocemos cuándo fueron creados los primeros de ellos, mas el séptimo día que se denomina con el nombre de sábado, no sabemos cuándo haya sido creado. En este día ciertamente no hizo cosa alguna, es más, descansó en el séptimo día de las obras que hizo en los seis días. ¿Cómo, pues, descansó en el día que no había creado? O ¿cómo lo creó a continuación de los seis días, siendo así que en el día sexto terminó de crear todas las cosas; en el séptimo día no creó nada, más bien en este día descansó de todas las cosas que había creado? ¿O es que únicamente creó Dios un solo día de tal modo que con la repetición de él se forman otros muchos que pasan y transcurren y se llaman días, y por tanto no era necesario crear el séptimo día, porque la séptima repetición de aquel que creó hacía ciertamente a éste? Esto parece darlo a entender la división de la luz y las tinieblas, pues se escribió: y dijo Dios, hágase la luz y fue hecha la luz20, y a ésta la llamó día y a las tinieblas noche. Entonces ciertamente hizo Dios el día, a cuya repetición llamó la Escritura día segundo, después tercero, y así hasta el sexto, en el que terminó Dios sus obras, y a partir de aquel primer día creado, la séptima repetición recibió el nombre de día séptimo, en el cual descansó Dios. Por esto no es ninguna creatura el séptimo día, sino la misma primera volviendo la séptima vez, la cual fue creada cuando llamó Dios a la luz día y a las tinieblas llamó noche.


CAPITULO XXI

De la luz que fue creada antes de los luminares con el fin de ejecutar el cambio del día y la noche

38. De nuevo, pues, volvamos a la cuestión de la que nos pareció haber salido en el libro primero, cuando preguntábamos cómo pudo la luz corporal dar vueltas para constituir las variaciones del día y la noche, no sólo antes de ser creados los luminares del cielo, sino antes de existir el mismo cielo que se llamó firmamento, y más aún antes de aparecer forma alguna de la tierra o del mar que permitiera el recorrido circular de la luz, siguiéndola, por donde pasó ella, la noche. Impelidos por la dificultad de este asunto nos atrevimos en nuestra exposición casi a zanjar esta cuestión, diciendo que la luz que primeramente fue creada era la formación de la creatura espiritual, y la noche era la materia que había de recibir la forma en las restantes obras de las cosas, la cual había sido ya creada cuando en el principio hizo Dios el cielo y la tierra, antes de que por la palabra hiciera el día. Pero ahora, aconsejado por la reflexión más detenida sobre el día séptimo, es mejor confesar que ignoramos lo que no está bajo el campo de nuestros sentidos, es decir, de qué modo aquella luz que se llamó día, haya ejecutado los cambios diurnos y nocturnos, ya sea mediante su movimiento circular o valiéndose de su contracción y emisión si es que ella es corporal o si es espiritual, en qué forma se presentaba a la creación de todos los seres, y cómo con su presencia constituía el día y con su ausencia la noche, de modo que el principio de su ausencia fuera la tarde y el de su presencia la mañana, que el pretender en una cosa tan clara oponernos a las palabras de la divina Escritura, diciendo que es distinto el día séptimo de la séptima repetición que hizo Dios de aquel día. Pues de otro modo o no creó Dios el séptimo día o creó alguna cosa después de los seis días, a saber, el mismo día séptimo, y entonces será falso lo que se escribió, que en el sexto día terminó Dios todas sus obras, y en el séptimo descansó de todas ellas; lo cual, como no puede ser falso, resta sólo que digamos que la presencia de aquella luz a la cual hizo Dios día, se repita por todas las obras de El tantas veces cuantas trajo a colación el nombre de día, de tal modo que también se repitió el mismo séptimo en el que descansó de todas sus obras.


CAPITULO XXII

Cómo la luz espiritual ejecuta el cambio del día y la noche

39. Pero aunque no hallamos con qué recorrido circular o con qué acercamiento o receso la luz corporal pudiera realizar los cambios del día y de la noche, antes de ser hecho el cielo que se llama firmamento, en el cual fueron hechos los luminares, no debemos abandonar esta cuestión sin antes exponer nuestro sentir. Y digo que si aquella luz que fue creada primeramente, no es corporal, sino espiritual, así como fue creada después de las tinieblas, por donde se entiende que, dirigiéndose a su Creador, adquirió la forma por esta conversión perdiendo su cierta informidad, así, también, después de la tarde (que era su informidad) se hace la mañana, cuando después del conocimiento de su propia naturaleza, por el que conoce que no es lo que es Dios, se encamina a ensalzar la luz, la cual es el mismo Dios, por cuya contemplación se forma ella. Como las restantes creaturas que inferiores a ella se crean, no se hacen sin su conocimiento, por esta causa, sin duda, el mismo día se repite en todas, para que se formen por la repetición de su conocimiento tantos días cuantos son los géneros que se distinguen de las cosas creadas, y que debían terminarse en la perfección del número senario. De esta forma la tarde del primer día es el conocimiento de sí misma, o sea conocer que ella no es lo que es Dios; y la mañana después de esta tarde, con la que se concluye un día y se incoa el segundo, es la conversión de ella, por la cual tributa alabanzas al Creador por haber sido creada de tal suerte, y recibe del Verbo de Dios el conocimiento de la creatura que después de ella fue creada, es decir, del firmamento. El que primeramente se forma en el conocimiento de ella, cuando se dice y así fue hecho y después en la realidad, es decir, en la naturaleza corporal del mismo firmamento, el que es creado al añadir después de haber dicho y así fue hecho, e hizo Dios el firmamento. A continuación se hace la tarde de aquella luz espiritual, cuando conoce el mismo firmamento, no en el Verbo de Dios, como antes, sino en la misma naturaleza de él, cuyo conocimiento como es de menor grado, con razón se representa bajo el nombre de tarde. Después se hace la mañana con la que termina el segundo día y empieza el tercero, en el que igualmente la mañana es la conversión de esta luz, es decir, de este día hacia Dios para alabarle por haber hecho el firmamento y para recibir del Verbo de Dios el conocimiento de la nueva creatura que ha de ser creada después del firmamento. Y, por esto, cuando dice Dios: se congregue el agua que está debajo del cielo en una reunión y aparezca la árida, conoce esto aquella luz en el Verbo de Dios por el que se dice esto; y ésta es la razón por qué se añade y así se hizo, es decir, en el conocimiento de ella, el cual recibió del Verbo. Después al añadirse y fue congregada el agua, etc., cuando ya se había dicho y así se hizo, entonces se hace la misma creatura en su propia realidad; la que asimismo cuando hecha en su propio género es conocida por aquella luz, la que anteriormente la había conocido en el Verbo de Dios para ser hecha, hace por tercera vez la tarde. Y de aquí y en adelante de este modo se hacen las mañanas y las tardes, hasta la mañana que siguió a la tarde del día sexto.


CAPITULO XXIII

sobre el conocimiento de las cosas en el verbo de dios y en sí mismas

40. Gran diferencia existe entre el conocimiento de una cosa cualquiera en el Verbo de Dios, y el conocimiento de la cosa en su misma naturaleza, de tal modo que con justicia se dice que aquella visión pertenece o se llama día y esta última, noche; porque en comparación de aquella luz que se contempla en el Verbo de Dios, todo conocimiento mediante el cual percibimos cualquiera creatura en su naturaleza, puede no sin razón llamarse noche; cuyo conocimiento a su vez se diferencia tanto del error o la ignorancia que tienen aquellos que no conocen a la misma creatura, que en su comparación no sin motivo se llama también día: así como la misma vida de los fieles que se lleva en esta carne mortal y en este siglo mundano, en comparación de la vida pérfida e impía se llama con toda razón día, como lo atestigua el Apóstol por estas palabras: fuisteis en algún tiempo tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor21, y por aquéllas: arrojemos de nosotros las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz y como en día caminemos honestamente22. Sin embargo, ¿cuánto más no será este día del que habla el Apóstol, también noche, en comparación con aquel día en el que hechos nosotros iguales a los ángeles veamos a Dios conforme es? Si no fuera noche este día carnal no necesitaríamos en este mundo la lámpara de la profecía, conforme dice el apóstol San Pedro: tenemos una palabra segura y profética a la que hacéis bien en prestarle atención, como a lámpara que alumbra en este obscuro lugar, hasta que brille con todo esplendor el día, y nazca en vuestros corazones el lucero de Dios23.


CAPITULO XXIV

Ciencia de los ángeles

41. Por lo tanto, como los santos ángeles, en quienes fue creada la sabiduría primera de todas las cosas, a los que nos igualaremos después de la resurrección24, si hubiéremos conservado el camino hasta el fin, el que para nosotros es Cristo, contemplen siempre el rostro de Dios y se gocen en el Verbo de El, Hijo Unigénito igual al Padre; sin duda primeramente conocieron en el Verbo de Dios la universal creatura, en la cual ellos fueron comprendidos ocupando el primer puesto. En el Verbo contemplaron las razones eternas de todas las cosas y también las que en el tiempo han sido creadas, como están en aquello por lo que todas las cosas han sido hechas; y después las contemplaron en la misma creatura, la que conocieron con mirada inferior, mirándola como la miraban inferiormente y dirigiéndola a la alabanza de aquel en cuya inmutable verdad ven de modo eminente todas las razones según las cuales ella fue hecha. Allí, pues (en el Verbo), ven como por el día (los ángeles), pues la perfecta unidad de ellos, por la participación de la verdad del mismo Verbo, crea en ellos primeramente el día. Aquí (en la creatura) ven como si fuera en la tarde, pero a continuación de la cual se hace la mañana, lo que puede advertirse en todos los seis días restantes, puesto que no se estabiliza el conocimiento angélico en la contemplación de aquello que se creó, sino que inmediatamente lo dirige al amor y a la alabanza de Dios, en quien conoció esto no como hecho, sino como cosa que había de hacerse. El tiempo que permanece en la contemplación de la Verdad es el día, porque, verbigracia, si la naturaleza angélica se convirtiera hacia sí misma y se deleitase en ella más que en aquello por cuya participación es feliz, hinchada con la soberbia caería lo mismo que el diablo, del cual hablaremos en su propio lugar cuando a su debido tiempo se trate la cuestión de la serpiente seductora del hombre.


CAPITULO XXV

Por qué a estos seis días no se les añade noche

42. Mas los ángeles conocen la creatura en la misma creatura de tal forma que por libre voluntad y amor anteponen a este conocimiento el que tienen en la Verdad por quien todas las cosas fueron hechas y de quien ellos han llegado a ser participantes; por esto no se nombra en aquellos días la noche, pues inmediatamente de nombrar la tarde y la mañana se constituye el primer día; y lo mismo la tarde y la mañana forman el segundo, y en adelante la tarde y la mañana hacen el tercero, y de esta forma sigue relatando el Génesis hasta llegar a la mañana del sexto día, desde donde comienza el séptimo, día del descanso de Dios. Y aunque tengan los días sus noches, se narran los días, mas no las noches, porque cuando los sublimes y santos ángeles conocieron lo que es la creatura en la misma creatura y refieren este conocimiento a la gloria y amor de Dios en quien también contemplan las razones eternas por las que fue creada, entonces es noche que pertenece al día y no día que pertenece a la noche. Por esta armónica contemplación se constituye el día que hizo el Señor al que se unirá la Iglesia en siendo que sea librada de esta peregrinación, para que de este modo también nosotros saltemos de gozo y nos deleitemos con la contemplación de aquel día25.


CAPITULO XXVI

Cómo debemos entender el número de días

43. Luego toda la creación fue terminada por la sexta repetición de este día, en el que la tarde y la mañana pueden entenderse según la razón anteriormente dicha. Hecha, pues, la mañana, con la que se termina el día sexto, comienza desde allí el séptimo día, que no había de tener tarde, porque el descanso de Dios no es creatura. La cual, siendo creada durante los otros días, de un modo distinto era conocida en sí misma, una vez hecha, del que se la conocía en Aquel en cuya verdad se contemplaba que había de hacerse; cuyo conocimiento, siendo como era un pálido reflejo de su forma, constituía la tarde. No debe entenderse en esta narración de las cosas creadas por día la formación completa de los seres, ni por tarde la terminación de ellos, ni el principio de otra obra como la mañana; no sea que nos veamos obligados a decir contra la Escritura, que además de los seis días se creó el séptimo día, o que el día séptimo no es ninguna creatura; sino que (debemos entender) que el día aquel que hizo Dios, este mismo se repite por las obras de la creación, no mediante un recorrido corporal, sino por el conocimiento espiritual, cuando el bienaventurado conjunto de los ángeles primero contemplaba en el Verbo de Dios por el que dice Dios hágase; y por lo mismo primeramente se hace en este conocimiento cuando se dice y así fue hecho; y después, hecha ya la misma cosa, al conocerla en ella misma significa la tarde; y en seguida habido el conocimiento de la cosa hecha, al referirla a la gloria de aquella Verdad en la que viera anteriormente la razón de ser hechas las cosas, significa el hacerse la mañana. Por lo tanto, uno es sólo el día repetido en los otros seis, el que, por la costumbre que tenemos de contemplar los días actuales a los que vemos estar diferenciados y contados con la revolución del sol, no se ha de entender que está constituido de la misma forma, sino de otro modo muy distinto del que no pueden ser ajenos aquellos otros tres que son enumerados antes de la creación de las estrellas. Pero esta forma que tienen de existir los días no sólo subsiste hasta el día cuarto, de tal modo que pensemos que desde este instante los restantes fueron como los actuales, sino que se prolonga hasta el sexto y el séptimo. Además, se han de tomar de modo muy distinto el día y la noche, entre cuyos dos puso Dios división, y este día y noche a los que dijo Dios sean separados por los luminares que creó, diciendo: dividan el día y la noche26. Entonces, pues, creó Dios el día actual, cuando creó el sol, con cuya presencia se produce el día; mas el día aquel primeramente creado ya había ejecutado tres cuando fueron creados estos luminares por la repetición cuarta de este mismo día.


CAPITULO XXVII

Los días usuales de la semana son muy distintos de los siete días narrados en el Génesis

44. Mas porque no podamos experimentar ni sentir en nuestra mortalidad terrena aquel día o aquellos días que son contados por repetición, si podemos hacer esfuerzos para comprenderlo, no debemos proferir una sentencia precipitada y temeraria como si no pudiera pensarse otra cosa más probable y conveniente sobre ellos. Referente a estos siete días, que con ellos se forma la semana actual y con cuya ida y venida se constituyen los tiempos y para quienes un día es la vuelta del sol de salida a salida, debemos creer que exhiben cierta cualidad de aquéllos, pero de tal forma que no son semejantes a ellos, aún más, no debemos dudar que son muy diferentes.


CAPITULO XXVIII

La interpretación dada sobre la luz espiritual no debe juzgarse como impropia y figurada

45. No crea alguno que lo que dije de la luz espiritual y de la creación del día espiritual y de la creatura angélica y de la contemplación que ésta tiene en el Verbo de Dios, y del conocimiento por el que percibe a la creatura en sí misma, y de la forma de dirigir este conocimiento a la gloria de la Verdad inconmutable donde primeramente veía la razón causal de la cosa que debía ser hecha, la que, conocida, inmediatamente era hecha, no conviene de una manera propia o literal, sino sólo como figurada y alegórica para el buen entendimiento del día, la tarde y la mañana. Ciertamente que esta mañana, tarde y día, se efectúan de un modo distinto a lo que observamos habitualmente formado por esta luz cotidiana y temporal; sin embargo, no entendemos esto como propio y aquello como figurado. Porque donde existe mejor y más verdadera luz es más verdadero el día. ¿Por qué entonces no será más verdadera aquella tarde y más verdadera la mañana aquella? Si en estos días la luz sufre cierta decadencia al estar el sol junto al ocaso, a la que llamamos tarde, y damos el nombre de mañana al colocarse de nuevo en el oriente, ¿por qué también no diremos que allí es tarde cuando del conocimiento del Creador declina la mirada a la misma creatura, y la mañana cuando se remonta del conocimiento de la creatura a la gloria del Creador? A Jesucristo no se le llama del mismo modo luz como se le dice piedra, le llamamos luz27 con propiedad, piedra figuradamente28. Luego el que no quiera admitir la sentencia que según nuestro modo de pensar pudimos entender e indagar, sino que quiera investigar otra para la enumeración de los días, la cual pueda entenderse en esta creación de los seres mejor, pero en sentido propio o literal, no profética o figuradamente, la busque y ojalá la encuentre con la ayuda de Dios. Puede suceder que yo también encuentre otra tal vez más congruente para explicar estas palabras de la divina Escritura, pues no sostengo ésta de tal forma que defienda que no puede encontrarse otra que deba anteponerse a ella. Si afirmo que la sagrada Escritura no quiso insinuarnos al descanso de Dios como si hubiera tenido lugar después de un quebranto y fatiga debido al trabajo.


CAPITULO XXIX

Acerca del día, la tarde y la mañana en el conocimiento angélico

46. Quizá alguno se empeñe en disputar conmigo y me diga que los ángeles de los cielos sublimes no contemplaron alternativamente, de modo que en primer término e inconmutablemente vieran en la verdad inconmutable del Verbo de Dios las razones de las creaturas, y después las mismas creaturas, y en tercer lugar refirieran este conocimiento que tuvieron de las creaturas en sí mismas a la gloria del Creador; sino que la mente de ellos, dotada de una admirable agilidad, pudo conocer todas estas cosas en un solo instante. Pero ¿podrá decir alguno, y si lo dijere habría de escuchársele, que aquella celeste ciudad, compuesta de miles de ángeles, o no contempla la eternidad del Creador, o ignora la mutabilidad de la creatura, o no alaba también al Creador por aquel cierto conocimiento inferior? Ya hagan todo esto al mismo tiempo, ya lo hubieran podido hacer en un instante, lo cierto es que lo pueden y también lo hacen. Luego en un solo momento efectúan el día, la mañana y la tarde.


CAPITULO XXX

Nada hay de innoble en la ciencia angélica, aunque en ella exista la mañana y la tarde

47. El que ya es apto para comprender estas cosasnoha de recelar que esto no pudo efectuarse aquí, porque en estos días que se suceden con el recorrido circular del sol no puede hacerse. Sin duda esto no puede acontecer a la vez en las mismas partes de la tierra, mas ¿quién no ve, si quiera poner atención, que en diversas partes del mundo existe al mismo tiempo el día donde está el sol, la noche donde no está, la tarde en el sitio donde empieza a escaparse y la mañana donde ha comenzado a nacer? Ciertamente no podemos tener por completo a la vez estas cosas en el punto de la tierra donde estamos; sin embargo, no por esto debemos equiparar esta condición terrena y el curso temporal y local de la luz corpórea con aquella patria espiritual, donde siempre hay día en la contemplación de la inmutable Verdad y continuamente tarde en el conocimiento de la creatura en sí misma, y también siempre mañana al remontarse de este conocimiento a dar gloria al Creador. Allí no se hace la tarde por la recesión de la luz superior, sino por la diversidad del conocimiento inferior; ni la mañana, como si a la ignorancia de la noche sucediera la ciencia matinal, sino porque el conocimiento vesperal es dirigido a ensalzar la gloria del Creador. Por fin, también el salmista que, sin nombrar la noche, dijo refiriéndose a los cambios temporales: cantaré y anunciaré por la tarde y por la mañana y al mediodía, y oirás, Señor, mi voz29, tal vez, en cuanto creo, significaba por ello lo que se efectúa sin cambios de tiempos en la patria por la que suspiraba en su peregrinación por la tierra.


CAPITULO XXXI

De cómo el principio de la creación de las cosas no tuvo, en el conocimiento angélico, a la vez, el día, la tarde y la mañana

48. Pero si ahora aquella sociedad y unidad angélica del día, a quien Dios creó en primer lugar, conoce y ejecuta todas estas cosas a la vez, ¿también entonces cuando se creaban estas cosas las conoció al mismo tiempo? ¿Por ventura durante aquellos seis días, cuando agradó a Dios crear las cosas que se creaban en cada uno de ellos, no recibía la naturaleza angélica el conocimiento en el Verbo de Dios a fin de que se hicieran primero en el conocimiento de ella, cuando se decía y así fue hecho y después cuando fueron ya hechas en la propia naturaleza que tienen, y habiendo agradado a Dios porque son buenas, asimismo entonces las conocía con otro conocimiento inferior, el que se designó con el nombre de tarde; y, por fin, hecha la tarde, se hacía la mañana cuando es alabado Dios por su obra y recibe de parte del Verbo de Dios conocimiento de otra creatura antes de ser hecha, la que después debía ser hecha? Luego entonces no tuvieron lugar a la vez todas estas cosas, el día, la mañana y la tarde, sino sucesivamente por el orden que la Escritura lo indica.


CAPITULO XXXII

Si todas estas cosas fueron creadas entonces al mismo tiempo en el conocimiento de los ángeles,
sin embargo no lo fueron sin cierto orden

49. ¿O acaso también se ejecutaron al mismo tiempo estas cosas, de modo que tuvieron lugar, no según los intervalos de tiempo, como se suceden estos días actuales cuando nace el sol y se pone y vuelve a su lugar naciendo de nuevo, sino según el poder espiritual de la mente angélica, que entiende al mismo tiempo todas las cosas que quiere con conocimiento agudísimo? Mas, aunque así sea, no se hace esto sin orden, en el que aparezca la ilación de las causas antecedentes y consiguientes, porque no puede efectuarse el conocimiento sin que precedan las cosas que deben ser conocidas, las cuales ciertamente antes están en el Verbo por quien son hechas todas las cosas, que en todos los seres que son hechos. La mente humana sin duda percibe primero por los sentidos corporales estas cosas que son hechas, adquiriendo el conocimiento de ellas según la debilidad de la capacidad humana, y después busca sus causas, por si de algún modo puede llegar hasta ellas, las cuales moran de una manera principal e inmutable en el Verbo de Dios, y así, contemple las cosas invisibles de El por medio de aquellas que han sido hechas30. ¿Y quién ignora cuán grande sea la lentitud y cuán no pequeña la dificultad y cuánto tiempo no emplee en hacer esto, por causa del cuerpo corruptible que aprisiona al alma31, aunque ella se vea arrastrada por un vehemente deseo a ejecutarlo con urgencia y perseverancia? Mas la mente angélica que se une al Verbo de Dios con purísimo amor, después de haber sido creada en aquel orden con el que precede a todas las cosas, las vio primero en el Verbo de Dios para hacerse antes de que fueran creada?. Y, por lo tanto, cuando Dios ordenaba que se hicieran las cosas, antes tenían lugar en el conocimiento del ángel que en la propia naturaleza de ellas. Y una vez hechas de nuevo las conocía en sí mismas, pero ciertamente con menor claridad, cuya visión se llamó tarde. A este conocimiento sin duda precedían las cosas que se hacían, ya que todo lo que puede ser conocido precede al conocimiento. Nada puede ser conocido a no ser que antes exista. Si después de este último conocimiento que dije, de tal modo se agradara a sí misma la mente angélica que se deleitara más en sí misma que en el Creador, no se llevaría a cabo la mañana, es decir, no se remontaría de su conocimiento propio a dar gloria al Creador. Mas en siendo que fuera hecha la mañana debía ser hecha otra cosa y debía ser conocida al decir Dios hágase, a fin de que, como antes, se hiciera primero en el conocimiento de la mente angélica, para que pudiera decirse de nuevo y así se hizo. Y después se hiciera en la propia naturaleza del ser, donde se reconociera la subsiguiente tarde.

50. Y, por lo tanto, aunque no existan aquí intervalos de tiempo, sin embargo antecede en el Verbo de Dios la razón de la creatura que ha de ser creada, cuando dijo hágase la luz y a seguida se hace la misma luz con la que la mente angélica es creada, y hecha en su propia naturaleza no acaecía que ella fuese hecha en otra creatura, por lo cual no se dijo aquí primeramente y así se hizo y después e hizo Dios la luz, sino que después de hablar Dios fue hecha la luz. Y se adhirió la luz creada a la Luz Creante, viendo a ésta, y a sí misma en ella, es decir, vio la razón por que fue hecha. También se vio a sí misma en sí misma, es decir, vio la diferencia que existe entre lo hecho y quien lo hizo; y por esto, como hubiera agrado a Dios lo hecho, viendo que era bueno y habiendo separado la luz de las tinieblas y llamado a la luz día y a las tinieblas noche, fue hecha la larde, porque era necesario también este conocimiento por el que se distinguiera la creatura del Creador, conociéndose de distinta manera ella en sí misma que en el Creador; y de aquí nace la mañana cuando la creatura después de este conocimiento se halla en aptitud para el conocimiento de otra cosa, la que había de ser hecha por el Verbo de Dios, primeramente en el conocimiento de la mente angélica, y después en la misma naturaleza del firmamento (creado el segundo día). Y por esto dijo Dios: hágase el firmamento, y así se hizo en el conocimiento de la creatura espiritual, preconociéndolo antes de que fuera hecho en su misma naturaleza. Después se dijo: e hizo Dios el firmamento, esto es, hizo Dios la naturaleza misma del firmamento, cuyo conocimiento, siendo de menor excelencia, viene a ser como la tarde. Y así se procede de esta forma hasta el fin de todas las obras y hasta el descanso de Dios, que no tiene tarde porque no es hecho como la creatura, de suerte que pueda engendrarse conocimiento de él, como si estuviese primero y fuese mayor en el Verbo de Dios, constituyendo en El como el día, y posteriormente tuviese lugar en sí mismo siendo menor, viniendo a ser de este modo como la tarde.


CAPITULO XXXIII

¿Fueron creadas al mismo tiempo todas las cosas, o por intervalos de días?

51. Pero si la mente angélica puede entender en un instante todas las cosas que la sagrada Escritura narra una por una conforme al orden de la ilación de las causas, ¿acaso también las cosas que se creaban, a saber, el mismo firmamento, la congregación de las aguas, la especie de la tierra libre ya del agua, la germinación de los árboles y de los frutos, la formación de los luminares y las estrellas y la aparición de los animales terrestres y acuáticos, fueron creadas todas simultáneamente y no más bien en intervalos de tiempo según predeterminados días? ¿O quizá debemos pensar que no fueron hechas primeramente aquellas cosas creadas como las vemos ahora con los movimientos naturales de ellas, sino según el admirable e inefable poder de la sabiduría de Dios, que abarca del uno al otro confín con su fortaleza y ordena todas las cosas con suavidad32? La sabiduría de Dios no abarca a esta creación por grados o llega a ella como con pasos. Por lo tanto, tan fácil es a Dios crear todas las cosas, ya que todas las cosas fueron creadas por la sabiduría de Dios, como le es darles a ellas movimientos eficacísimos, para que esto que ahora vemos moverse con intervalos de tiempo llevándolos a cabo como conviene a cada una según su género, tenga origen de aquellas razones ingénitas las que en forma seminal introdujo Dios en las naturalezas en el acto de crearlas, cuando dijo y se hicieron, cuando lo ordenó y fueron creadas33.

52. Así, pues, no se ordenó tardíamente, de modo que fueran lentas las que por naturaleza lo son, ni tampoco fueron creados los siglos con la lentitud con que pasan, porque los tiempos no recibieron temporalmente al ser creados las medidas que ejecutan ahora en el tiempo. Pues de otro modo si pensamos que los movimientos naturales de las cosas y los usuales espacios de estos días que actualmente vemos, fueron hechos cuando en el principio fueron creados por la palabra de Dios, no pudo ejecutarse en un solo día, sino en muchos, a fin de que, por ejemplo, las cosas que crecen por medio de las raíces, y adornan la tierra, primeramente germinasen debajo de la tierra, y después de cierto número de días, según lo exige su propia especie, brotasen a la atmósfera, como lo siguen haciendo hasta ahora, lo cual refirió la Escritura que fue hecho en un solo día, es decir, en el tercero. Y además, ¿cuántos días no fueron necesarios para que volasen las aves, si existiendo desde su primordial origen llegaron a completar los tiempos requeridos a su naturaleza para adquirir las alas y las plumas? ¿O es que quizá fueron tan sólo creados los huevos cuando en el quinto día se dijo produzcan las aguas todo volátil de alas según su propio género? O si pudo decirse rectamente esto porque en aquella sustancia de los huevos ya existían todas las cosas que se van formando en determinado número de días y se desarrollan de cierto modo, puesto que estaban ya en estas cosas corpóreas de manera inherente e incluidas incorporalmente las mismas numerosas razones causales, ¿por qué no hubiera podido decirse lo mismo antes de ser creados los huevos, ya que se habían creado las mismas razones causales en el elemento líquido, por las que pudieran las aves nacer y perfeccionarse durante los intervalos de tiempo propios de cada especie? La misma Escritura que dijo del Creador que en seis días terminó todas sus obras, también escribió de El en otro lugar, sin discrepar con esto, que creó todas las cosas a la vez34. Por consiguiente, el que hizo todas las cosas a la vez también hizo a la vez estos seis días o siete; o más bien este uno repetido seis o siete veces. ¿Más qué necesidad había de enumerar estos seis días de una manera tan precisa y tan ordenada? Sin duda la de dar a conocer, lo que de otro modo no podría llegar a entenderle, a aquellos que no pueden comprender lo que se dijo: creó Dios todas las cosas al mismo tiempo, a no ser cuando la narración se hace lentamente y por partes.


CAPITULO XXXIV

Todas las cosas fueron creadas a la vez y, sin embargo, lo han sido en seis días

53. ¿De qué modo diremos que la presencia de la luz se repite seis veces de la mañana a la tarde en el conocimiento angélico, siendo así que al mismo tiempo estas tres cosas, es decir, el día, la mañana y la tarde se presentan al conocimiento del ángel una sola vez, y cuando todo el universo, así como fue creado al mismo tiempo, igualmente era contemplado por los ángeles al mismo tiempo, como día, en sus primeras e inconmutables razones por las que fue creado; como tarde, conociéndole en la naturaleza propia, y como mañana, alabando al Creador después de este conocimiento inferior? ¿O de qué modo diremos precedía la mañana, si conociendo el ángel en el Verbo lo que Dios había de hacer más tarde, también esto mismo lo había de conocer después con conocimiento vesperal, si nada se hizo antes ni después, ya que todas las cosas fueron hechas a la vez? Pero diré aún más, que existió el antes y el después en los seis días que se han enumerado, y también que todas las cosas fueron hechas a la vez, porque la misma Escritura que narra que las obras de Dios tuvieron lugar en los seis días citados, ella misma cuenta también que Dios las hizo todas a las vez; y ella es veraz, y en ambos pasajes es la misma, ya que por un solo Espíritu de Verdad que inspira ha sido escrita.

54. En estas cosas en las que no se percibe por intervalos de tiempo cuál sea lo primero o lo último, aunque pueden afirmase muchas cosas de ellas, es decir, la simultaneidad y la sucesión, sin embargo con más facilidad se entiende lo que se muestra simultáneo que lo que denota antes y después, como acontece cuando contemplamos el sol en el oriente, pues es claro que no puede llegar hasta él nuestra mirada, a no ser después de haber atravesado el espacio del aire y del cielo que se interpone entre nosotros y él. ¿Y quién se creerá capaz de medir esta distancia? Pero ciertamente nuestra vista o los rayos de nuestros ojos tampoco hubieran llegado a atravesar el aire que está sobre el mar sino hubieran primero atravesado el aire que está sobre la tierra. Estamos en región mediterránea y desde donde estamos tenemos que atravesar con la vista, para ver el aire del mar, el que está antes de él hasta la orilla del mar. Es más, si dirigimos nuestra mirada en la misma dirección, aún después del mar existen tierras adyacentes, y a este aire que está sobre estas tierras transmarinas no puede atravesarle nuestra vista a no ser que primero hubiera recorrido el espacio de aquel aire que está esparcido sobre el mar y se presenta primero a nosotros. Supongamos que después de aquellas tierras transmarinas no existe otra cosa sino el océano, ¿acaso el aire que está difundido sobre el océano podrá atravesarle nuestra vista, si primeramente no hubiera atravesado el aire que se halla de la parte de acá del océano sobre la tierra? La magnitud del océano se ofrece incomparable, pero por grande que ella sea primeramente es necesario que los rayos de nuestros ojos atraviesen el aire que sobre él está y después todo el que encuentra más allá, para que por fin lleguen al sol que contemplamos. ¿Y acaso porque hemos dicho aquí tantas veces primero y después, por esto no ha atravesado nuestra mirada de un golpe todo esto a un mismo tiempo? Si cerramos los ojos y dirigimos la mirada hacia el solque vamos a ver, ¿no acontece que inmediatamente de abrirlos juzgamos que más pronto se presenta allí nuestra mirada que tardó en dirigirse hacia él, de tal modo que ni los mismos ojos parece que fueron abiertos antes de haber llegado la visión hacia donde se dirigía? Y ciertamente este es un rayo de luz corporal que sale de nuestros ojos y se coloca tan distante y con tanta celeridad llega a su término, que no puede ser comparada ni calculada. Y es evidente que traspasa en un solo instante estos y aquellos dilatados e inmensos espacios, y no es menos cierto que atraviesa unos espacios primero y otros después.

55. Con razón, pues, el Apóstol, queriendo expresar la celeridad de nuestra resurrección, dijo que ha de ser hecha en un golpe de vista35, porque ninguna otra cosa puede encontrarse más veloz en los movimientos o acciones de las cosas corpóreas. Por consiguiente, si la visión de los ojos puede ejecutarse con tanta celeridad, ¿cuál no será la de la mente humana, y cuánto más todavía la de la angélica? ¿Y qué diremos ya sobre la celeridad de la misma suprema sabiduría de Dios, que abarca todo lugar por causa de su pureza y porque nada se encuentra en ella manchado36? Luego en estas cosas que han sido hechas al mismo tiempo nadie sabe qué debería haberse hecho antes o después, si no lo contempla en aquella Sabiduría por la que fueron hechas todas las cosas al mismo tiempo por orden.


CAPITULO XXXV

Conclusión de los días del Génesis

56. Luego si aquel día que hizo Dios primeramente, es la creatura espiritual y racional, es decir, los ángeles y las virtudes celestiales, a él le fueron presentadas todas las obras de Dios en el mismo orden de comparecencia que de conocimiento, por el cual preconociera en el Verbo de Dios las cosas que habían de ser hechas, y conociera en las creaturas el haber sido hechas, mas no en intervalos de tiempo, sino existiendo el antes y el después en la conexión de la creaturas, mas en el poder de Dios todas a la vez. Porque de tal modo hizo Dios las cosas que habían de existir, que no hizo las cosas temporales temporalmente, sino que hechas por El comenzaron a correr los tiempos. Y de aquí que estos siete días que produce y reproduce dando vueltas la luz del luminar celeste nos induzcan, según cierta huella de sombra figurativa, a buscar los días aquellos en los cuales la luz creada espiritual haya podido ser presentada a todas las obras de Dios conforme la perfección del número seis. A partir de aquí el séptimo día, día del descanso de Dios, tuvo mañana, mas no tarde, a fin de que no se entendiese que Dios descansó en el día séptimo como si necesitase de tal día para su descanso, sino que ante la presencia de los ángeles descansó de todas las obras que había hecho, no en otro, sino en sí mismo que no es creado, es decir, descansó para que su creatura angélica, la cual habiendo conocido todas las obras de Dios en El y en ellas, lo que representa un día con tarde, no conociera nada mejor después de todas las obras de Dios sobre manera buenas que a Aquel que descansa en sí mismo de todas las obras y que no necesita de ninguna de ellas para ser bienaventurado.

Traducción: Lope Cilleruelo, OSA