Consejo Pontificio para la Cultura
(Pres.: Card. Paul Poupard)
Documento final de la Asamblea Plenaria 2004
INTRODUCCIÓN
I. NUEVAS FORMAS DE INCREENCIA Y DE RELIGIOSIDAD
1. Un fenómeno cultural
2. Causas antiguas y nuevas de la increencia
2.1. La pretensión totalizante de la ciencia moderna
2.2. La exaltación del hombre como centro del Universo
2.3. El escándalo del mal
2.4. Los límites históricos de la presencia de los cristianos en el mundo
2.5. Nuevos factores
La ruptura en la transmisión de la fe
La globalización de los comportamientos
Los medios de comunicación social
La Nueva Era, los nuevos movimientos religiosos y las elites
3. La secularización de los creyentes
4. Nueva religiosidad
4.1. Un dios sin rostro
4.2. La religión del «yo»
4.3. Quid est veritas?
4.4. Fuera de la Historia
4.5. Nuevas formas discutidas
II. PROPOSICIONES CONCRETAS
1. El diálogo con los no creyentes
1.1. La oración por los no creyentes
1.2. La centralidad de la persona humana
1.3. Modalidades y contenidos del diálogo con los no creyentes
2. Evangelizar la cultura de la increencia y de la indiferencia
2.1. Presencia de la Iglesia en la vida pública
2.2. La familia
2.3. La instrucción religiosa y la iniciación cristiana
Iniciación cristiana, catequesis y catecumenado
Instituciones de educación
2.4. La vía de la belleza y el patrimonio cultural
2.5. Un nuevo lenguaje para comunicar el Evangelio: razón y sentimiento
2.6. Los Centros Culturales Católicos
2.7. Turismo religioso
3. La vía del amor
4. En resumen
CONCLUSIÓN: «EN TU NOMBRE, ECHARÉ LAS REDES» (Lc 5,4) 42
Documento final de la Asamblea Plenaria
¿Dónde está tu Dios?
La fe cristiana ante la increencia religiosa
INTRODUCCIÓN
1. La fe cristiana, al alba del nuevo milenio,
se ve confrontada con el desafío de la increencia y de la indiferencia
religiosa. El Concilio Vaticano II, hace ya cuarenta años, compartía
esta grave constatación: «muchos de nuestros contemporáneos no perciben
de ninguna manera esta unión íntima y vital con Dios o la rechazan
explícitamente, hasta tal punto que el ateísmo debe ser considerado
entre los problemas más graves de esta época y debe ser sometido a un
examen especialmente atento» (Gaudium et spes, 19).
Con este objetivo, el papa Pablo VI creó en 1965 el
Secretariado para los no creyentes, confiado a la dirección del Cardenal
Franz König. Cuando en 1980 Juan Pablo II me llamó a sucederlo, me pidió
también que pusiera en marcha el Consejo Pontificio de la Cultura, que
más tarde, en 1993, fusionó con el Secretariado, convertido mientras
tanto en Consejo Pontificio para el Diálogo con los No creyentes. Su
motivación, expresada en la Carta apostólica en forma de motu proprio
Inde a Pontificatus, es clara: promover «el encuentro entre el
mensaje salvífico del Evangelio y las culturas de nuestro tiempo, a
menudo marcadas por la no creencia y la indiferencia religiosa» (art. 1)
y «el estudio del problema de la no creencia y la indiferencia religiosa
presente, bajo diferentes formas, en los diversos ambientes culturales,
investiga sus causas y consecuencias por lo que atañe a la Fe cristiana»
(art. 2) [1].
Para cumplir este mandato, el Consejo Pontificio de
la Cultura ha llevado a cabo una investigación a escala mundial. Sus
resultados —más de 300 respuestas procedentes de todos los continentes—
fueron presentados a los miembros del Consejo Pontificio de la Cultura
durante la Asamblea plenaria de marzo de 2004, siguiendo dos ejes
principales: en primer lugar, cómo acoger «los gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias» de los hombres de este tiempo, lo que
hemos llamado «puntos de anclaje para la transmisión del Evangelio»; y
en segundo lugar, qué vías privilegiar para llevar la buena noticia del
Evangelio de Cristo a los no creyentes, a los mal creyentes y a los
indiferentes de nuestro tiempo, cómo suscitar su interés, cómo hacer que
se interroguen sobre el sentido de la existencia y cómo ayudar a la
Iglesia a transmitirles su mensaje de amor en el corazón de las
culturas, novo millennio ineunte.
Para ello, es necesario, ante todo, responder a
algunas preguntas: ¿quiénes son los no creyentes? ¿cuál es su cultura?
¿qué nos dicen? ¿qué podemos decir a propósito de ellos? ¿qué diálogo se
puede entablar con ellos? ¿qué hacer para despertar su interés, suscitar
su preguntas, alimentar sus reflexiones y transmitir la fe a las nuevas
generaciones, a menudo víctimas de la indiferencia religiosa de la que
está impregnada la cultura dominante?
Estas preguntas de los pastores de la Iglesia
expresan uno de los desafíos más preocupantes de «nuestra época, a la
vez dramática y fascinante» (Redemptoris missio, 38), el desafío
de una cultura de la increencia y de la indiferencia religiosa que,
desde un Occidente secularizado, se extiende a través de las megápolis
de todos los continentes.
En efecto, en amplios espacios culturales donde la
pertenencia a la Iglesia sigue siendo mayoritaria, se observa una
ruptura de la transmisión de la fe, íntimamente ligada a un proceso de
alejamiento de la cultura popular, profundamente impregnada de
cristianismo a lo largo de los siglos. Es también importante tener en
cuenta los datos que condicionan este proceso de alejamiento,
debilitamiento y oscurecimiento de la fe en el ambiente cultural
cambiante donde viven los cristianos, con el fin de presentar propuestas
pastorales concretas que respondan a los desafíos de la nueva
evangelización. El habitat cultural donde el hombre se halla,
influye sobre sus maneras de pensar y de comportarse, así como sobre los
criterios de juicio y los valores, y no deja de plantear cuestiones
difíciles y a la vez decisivas.
Tras la caída de los regímenes ateos, el secularismo, vinculado al fenómeno de la globalización, se
extiende como un modelo cultural post-cristiano. «Cuando la secularización se transforma en secularismo
(Evangelii Nuntiandi, n. 55), surge una grave crisis cultural y espiritual, uno de cuyos signos es
la pérdida del respeto a la persona y la difusión de una especie de nihilismo antropológico que reduce al
hombre a sus instintos y tendencias»[2].
Para muchos, la desaparición de las ideologías dominantes ha cedido el puesto a un déficit de esperanza.
Los sueños de un futuro mejor para la humanidad, característicos del cientificismo y del movimiento de la
Ilustración, del marxismo y de la revolución del ’68, han desaparecido, y en su lugar ha aparecido un mundo
desencantado y pragmático. El fin de la guerra fría y del peligro de destrucción total del planeta, ha dado
paso a otros peligros y a graves amenazas para la humanidad: el terrorismo a escala mundial, los nuevos
focos de guerra, la contaminación del planeta y la disminución de las reservas hídricas, los cambios climáticos
ocasionados por el comportamiento egoísta de los hombres, las técnicas de intervención sobre los embriones,
el reconocimiento legal del aborto y la eutanasia, la clonación... Las esperanzas de un futuro mejor han
desaparecido para muchos hombres y mujeres, que se repliegan desencantados sobre un presente que con
frecuencia se presenta oscuro, ante el temor de un futuro todavía más incierto. La rapidez y la profundidad
de las mutaciones culturales que han tenido lugar en los últimos decenios, son como el trasfondo de una
gigantesca transformación en numerosas culturas de nuestro tiempo. Este es el contexto cultural en que se
plantea a la Iglesia el enorme desafío de la increencia y la indiferencia religiosa: ¿cómo abrir nuevos
caminos de diálogo con tantas y tantas personas que, a primera vista, no sienten algún interés por ello y
mucho menos la necesidad, aun cuando la sed de Dios no puede extinguirse nunca en el corazón del hombre,
donde la dimensión religiosa está profundamente anclada.
La actitud agresiva hacia la Iglesia, sin haber
desaparecido completamente, ha dejado lugar, a veces, a la
ridiculización y al resentimiento en determinados medios de comunicación
y, a menudo, a una actitud difusa de relativismo, de ateísmo práctico y
de indiferencia. Es la aparición de lo que yo llamaría —tras el homo
faber, el homo sapiens y el homo religiosus— el
homo indifferens, incluso entre los mismos creyentes, contagiados de
secularismo. La búsqueda individual y egoísta de bienestar y la presión
de una cultura sin anclaje espiritual, eclipsan el sentido de lo que es
realmente bueno para el hombre, y reducen su aspiración a lo
trascendente a una vaga búsqueda espiritual, que se satisface con una
nueva religiosidad sin referencia a un Dios personal, sin adhesión a un
cuerpo de doctrina y sin pertenencia a una comunidad de fe vivificada
por la celebración de los misterios.
2. El drama espiritual que el Concilio Vaticano
II considera como «uno de los hechos más graves de nuestro tiempo» (Gaudium
et spes, 19), se presenta como el alejamiento silencioso de
poblaciones enteras de la práctica religiosa y de toda referencia a la
fe. La Iglesia hoy tiene que hacer frente a la indiferencia y la
increencia práctica, más que al ateísmo, que retrocede en el mundo. La
indiferencia y la increencia se desarrollan en los ambientes culturales
impregnados de secularismo. Ya no se trata de la afirmación pública de
ateísmo, si exceptuamos algunos Estados –pocos– en el mundo, sino de una
presencia difusa, casi omnipresente, en la cultura. Menos visible, es
por ello mismo más peligrosa, pues la cultura dominante la extiende de
forma sutil en el subconsciente de los creyentes, en todo el mundo
Occidental, y también en las grandes metrópolis de África, de América y
de Asia: verdadera enfermedad del alma, que lleva a vivir «como si
Dios no existiera», neopaganismo que idolatra los bienes materiales,
los beneficios de la técnica y los frutos del poder.
Al mismo tiempo, se manifiesta lo que algunos
llaman «el retorno de lo sagrado», y que consiste más bien en una nueva
religiosidad. No se trata de un retorno a las prácticas religiosas
tradicionales, sino más bien de una búsqueda de nuevos modos de vivir y
expresar la dimensión religiosa inherente al paganismo. Este «despertar
espiritual», va acompañado del rechazo de toda pertenencia, sustituida
por un itinerario totalmente individual, autónomo y guiado por la propia
subjetividad. Esta religiosidad, más emotiva que doctrinal, se expresa
sin referencia a un Dios personal. El Dios sí, Iglesia no de los
años sesenta, se ha convertido en un religión sí, Dios no, o al
menos religiosidad sí, Dios no, a comienzos del nuevo milenio:
ser creyente, sin adherirse al mensaje transmitido por la Iglesia. En el
corazón mismo de lo que llamamos indiferencia religiosa, la necesidad de
espiritualidad se deja sentir de nuevo. Este resurgir, sin embargo,
lejos de coincidir con un regreso a la fe o a la práctica religiosa,
constituye un auténtico desafío para el cristianismo.
En realidad, las nuevas formas de increencia y la
difusión de esta «nueva religiosidad» están estrechamente unidas.
Increencia y mal-creencia con frecuencia van juntas. En sus raíces más
profundas, ambas manifiestan a la vez el síntoma y la respuesta
—equivocada— a una crisis de valores de la cultura dominante. El deseo
de autonomía, incapaz de suprimir la sed de plenitud y de eternidad que
Dios ha puesto en el corazón del hombre, busca paliativos en el
gigantesco supermercado religioso donde gurús de todo tipo ofrecen al
consumidor recetas de felicidad ilusoria. Sin embargo, es posible
encontrar en esta sed de espiritualidad un punto de anclaje para el
anuncio del Evangelio, mediante lo que hemos denominado «la
evangelización del deseo»[3].
En los últimos años se han multiplicado numerosos
estudios sociológicos sobre el hecho religioso, elaborados tanto a
partir de los datos del censo de población como de sondeos de opinión y
encuestas. Las estadísticas que ofrecen son tan interesantes como
variadas, basadas unas en la frecuencia de la misa dominical, otras
sobre el número de bautismos, otras sobre la preferencia religiosa y
otras aún sobre los contenidos de la fe. Los resultados, complejos y
variados, no se prestan a una interpretación uniforme, como lo demuestra
la gran cantidad de términos empleados para expresar la importante gama
de actitudes posibles en relación con la fe: ateo, increyente, no
creyente, mal creyente, agnóstico, no practicante, indiferente, sin
religión, etc. Además, muchos de los que habitualmente participan en la
misa dominical, no se sienten en sintonía con la doctrina y la moral de
la Iglesia católica, mientras que en otros, que dicen no pertenecer a
religión o confesión alguna, no están completamente ausentes la búsqueda
de Dios y la pregunta por la vida eterna, incluso en algunos casos como
una cierta forma de oración.
Comprender estos fenómenos, sus causas y
consecuencias, para discernir los remedios que se han de aplicar, con la
ayuda de la gracia de Dios, es hoy, sin duda, una de las tareas más
importantes para la Iglesia. Esta publicación del Consejo Pontificio de
la Cultura quisiera aportar su contribución específica, presentando un
nuevo estudio sobre la increencia, la indiferencia religiosa y las
nuevas formas de religiosidad, que van surgiendo y difundiéndose a gran
escala, como alternativas a las religiones tradicionales.
3. Las respuestas a la encuesta que el Consejo
Pontificio de la Cultura ha recibido presentan un cuadro complejo,
cambiante y en continua evolución, con características diversificadas.
Con todo, es posible extraer algunos datos significativos:
1. Globalmente hablando, la increencia no
aumenta en el mundo. Este fenómeno se da sobre todo en el mundo
occidental. Pero el modelo cultural que éste propone se difunde a través
de la globalización en todo el mundo, con un impacto real sobre las
diversas culturas, debilitando su sentimiento religioso popular.
2. El ateísmo militante, en franco retroceso, no
ejerce ya un influjo determinante sobre la vida pública, excepto en
los regímenes donde sigue en vigor un régimen ateo. En cambio,
especialmente a través de los medios de comunicación, se difunde una
cierta hostilidad cultural hacia las religiones, sobre todo el
cristianismo y concretamente el catolicismo, compartida por los
ambientes francmasones activos en diferentes organizaciones.
3. El ateísmo y la increencia, que se
presentaban hasta hace poco como fenómenos más bien masculinos y
urbanos, especialmente entre personas de un cierto nivel cultural
superior a la media, han cambiado aspecto. Hoy, el fenómeno parece
más bien vinculado a un cierto estilo de vida, en el que la distinción
entre hombres y mujeres no es significativa. De hecho, entre las mujeres
que trabajan fuera de casa, la increencia aumenta y alcanza niveles
prácticamente iguales a los de sus colegas masculinos.
4. La indiferencia religiosa o ateísmo práctico
está en pleno auge, y el agnosticismo se mantiene. Una parte
importante de las sociedades secularizadas vive de hecho sin referencia
a los valores y las instancias religiosas. Para el homo indifferens
«puede que Dios no exista, pero carece de importancia y, en cualquier
caso, no sentimos su ausencia». El bienestar y la cultura de la
secularización provocan en las conciencias un eclipse de la necesidad y
el deseo de todo lo que no es inmediato. Reducen la aspiración del
hombre hacia lo trascendente a una simple necesidad subjetiva de
espiritualidad y la felicidad, al bienestar material y a la satisfacción
de las pulsiones sexuales.
5. En el conjunto de las sociedades
secularizadas aparece una importante disminución del número de personas
que asisten regularmente a la iglesia. Este dato indudablemente
preocupante no comporta, sin embargo, un aumento de la increencia como
tal, sino una forma degradada de creencia: creer sin pertenecer.
Es él fenómeno de la «desconfesionalización» del homo religiosus,
que rechaza toda forma de pertenencia confesional obligatoria y conjuga
en una permanente reelaboración elementos de procedencia heterogénea.
Numerosas personas que declaran no pertenecer a ninguna religión o
confesión religiosa, se declaran al mismo tiempo religiosas. Mientras
continúa el «éxodo silencioso» de numerosos católicos hacia las sectas y
los nuevos movimientos religiosos[4],
especialmente en América Latina y en África Subsahariana.
6. Una nueva búsqueda, más espiritual que
religiosa, que no coincide sin más con el regreso a las prácticas
religiosas tradicionales, se desarrolla en el mundo occidental, donde la
ciencia y la tecnología moderna no han suprimido el sentido religioso ni
lo han logrado colmar. Se busca con ello nuevas maneras de vivir y de
expresar el deseo de religiosidad ínsito en el corazón del hombre. En la
mayor parte de los casos, el despertar espiritual se desarrolla de forma
autónoma, sin relación con los contenidos de la fe y la moral
transmitidas por la Iglesia.
7. En definitiva, al alba del nuevo milenio
se va afianzando una desafección, tanto por lo que respecta al ateísmo
militante, como a la fe tradicional en las culturas del Occidente
secularizado, presa del rechazo, o más simplemente, del abandono de las
creencias tradicionales, ya sea en lo que concierne a la práctica
religiosa, como en la adhesión a los contenidos doctrinales y morales.
El hombre que hemos denominado homo indifferens, no deja por ello
de ser homo religiosus en busca de una nueva religiosidad
perpetuamente cambiante. El análisis de este fenómeno descubre una
situación caleidoscópica, donde se da a la vez todo y lo
contrario de todo: por una parte, los que creen sin pertenecer y, por
otra, los que pertenecen sin por ello creer íntegramente el contenido de
la fe y sobre todo los que no tienen intención de asumir la dimensión
ética de la fe. Verdaderamente, sólo Dios conoce el fondo de los
corazones, donde su gracia trabaja en lo escondido. La Iglesia no cesa
de recorrer caminos nuevos para hacer llegar a todos el mensaje de amor
del que es depositaria.
El presente documento se estructura en dos partes.
La primera presenta un análisis sumario de la increencia y la
indiferencia religiosa, así como de sus causas, y una exposición de las
nuevas formas de religiosidad en estrecha relación con la increencia. La
segunda, ofrece una serie de proposiciones concretas para el diálogo con
los no creyentes y para evangelizar las culturas de la increencia y de
la indiferencia. Con ello, el Consejo Pontificio de la Cultura no
pretende ofrecer recetas milagro, pues sabe bien que la fe es siempre
una gracia, un encuentro misterioso entre Dios y la libertad del hombre.
Desea solamente sugerir algunas vías privilegiadas para la nueva
evangelización a la que Juan Pablo II nos llama, nueva en su expresión,
sus métodos y su ardor, para salir al encuentro de los no creyentes y
los mal-creyentes, y por encima de todo presentarse ante los
indiferentes: cómo alcanzarlos en lo más profundo de ellos mismos, más
allá del caparazón que los aprisiona. Este itinerario se inscribe en la
«nueva etapa de su camino», que el Papa Juan Pablo II invita a toda la
Iglesia a recorrer «para asumir con nuevo impulso su misión
evangelizadora » «respetando debidamente el camino siempre distinto de
cada persona y atendiendo a las diversas culturas en las que ha de
llegar el mensaje cristiano» (Novo millennio ineunte, nn.
1.51.40).
I. NUEVAS FORMAS DE INCREENCIA Y DE RELIGIOSIDAD
1. Un fenómeno cultural
En los países de tradición cristiana, una cultura
bastante difundida da a la increencia un aspecto más práctico que
teórico, sobre un trasfondo de indiferencia religiosa. Ésta se convierte
en un fenómeno cultural, en el sentido en que con frecuencia las
personas no se vuelven ateas o no creyentes por propia elección, como
conclusión de un trabajoso proceso, sino simplemente, porque «così fan
tutti», porque es lo que hace todo el mundo. A ello se añaden las
carencias de la evangelización, la ignorancia creciente de la tradición
religiosa y cultural cristiana, y la falta de propuesta de experiencias
espirituales formativas capaces de suscitar el asombro y de llevar a la
adhesión. Juan Pablo II así lo afirma: «A menudo se da por descontado el
conocimiento del cristianismo, mientras que, en realidad, se lee y se
estudia poco la Biblia, no siempre se profundiza la catequesis y se
acude poco a los sacramentos. De este modo, en lugar de la fe auténtica
se difunde un sentimiento religioso vago y poco comprometedor, que puede
convertirse en agnosticismo y ateísmo práctico»
[5].
2. Causas antiguas y nuevas de la increencia
Sería exagerado atribuir la difusión de la
increencia y de las nuevas formas de religiosidad a una sola causa,
tanto más cuanto que el fenómeno se halla más vinculado a
comportamientos de grupo que a decisiones individuales. Algunos han
observado que el problema de la increencia es consecuencia de la
negligencia más que de malicia; otros, en cambio, están firmemente
convencidos de que detrás de este fenómeno se ocultan ciertos
movimientos, organizaciones y campañas de opinión concretos,
perfectamente orquestados.
En cualquier caso, es necesario, como pidió el
Concilio Vaticano II, interrogarse sobre las causas que empujan a tantas
personas a alejarse de la fe cristiana: la Iglesia «se esfuerza por
descubrir las causas ocultas de la negación de Dios en la mente de los
ateos, consciente de la gravedad de las cuestiones que plantea el
ateísmo, y, movida por el amor a todos los hombres, considera que éstas
deben ser sometidas a un examen serio y más profundo» (Gaudium et
spes, 21). ¿Por qué tantos hombres no creen en Dios? ¿Por qué se
alejan de la Iglesia? ¿Qué parte de sus razones podemos aceptar? ¿Qué
proponemos para responder a aquéllas?
Los Padres del Concilio, en la Constitución
pastoral Gaudium et Spes (nn. 19-21), han identificado algunas
causas del ateísmo contemporáneo. A este análisis, siempre actual, se
añaden nuevos factores de increencia e indiferencia en este comienzo de
nuevo milenio.
2.1. La pretensión totalizante de la ciencia moderna
Entre las causas del ateísmo, el Concilio menciona
el cientificismo. Esta visión del mundo sin referencia alguna a Dios,
cuya existencia se niega en nombre de los principios de la ciencia, se
ha extendido ampliamente en la sociedad a través de los medios de
comunicación. Ciertas teorías cosmológicas y evolucionistas recientes,
abundantemente difundidas por publicaciones y programas de televisión
para el gran público, así como el desarrollo de las neurociencias,
contribuyen a excluir la existencia un ser personal trascendente,
considerado como una «hipótesis inútil», pues, se afirma, «no existe lo
incognoscible, sino sólo lo desconocido».
Sin embargo, por otra parte, el panorama de las
relaciones entre ciencia y fe se ha modificado notablemente. Una cierta
desconfianza ante la ciencia, la pérdida de prestigio de ésta y el
redimensionamiento de su papel contribuyen a una mayor apertura a la
visión religiosa y van acompañados por el regreso de una cierta
religiosidad irracional y esotérica. La propuesta de nuevas enseñanzas
específicas sobre las relaciones entre ciencia y religión, —o en su
caso, entre ciencia y teología—, contribuyen a poner remedio al
cientificismo.
2.2. La exaltación del hombre como centro del Universo
Aun cuando no lo mencionen explícitamente, los
Padres del Concilio tenían en mente los regímenes marxistas-leninistas
ateos y su intento de construir una sociedad sin Dios. Hoy día tales
regímenes han caído en Europa, pero el modelo antropológico subyacente
no ha desaparecido. Más bien observamos que se ha fortalecido con la
filosofía heredada de la Ilustración. Observando cuanto acontece en
Europa, —que puede perfectamente extenderse a todo el mundo occidental—
el Papa constata «... el intento de hacer prevalecer una antropología
sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar
al hombre como el centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así
falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace
a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo
al abandono del hombre, por lo que, no es extraño que en este contexto
se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del
nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la
moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la
configuración de la existencia diaria» (Ecclesia in Europa, n. 9).
El elemento más característico de la cultura
dominante del Occidente secularizado, es, sin duda, la difusión del
subjetivismo, una especie de «profesión de fe» en la subjetividad
absoluta del individuo que, presentándose como un humanismo, hace del
«yo» la única referencia, egoísta y narcisista, y hace del individuo
único centro de todo.
Esta exaltación del individuo tomado como única
referencia, y la crisis concomitante de autoridad, hacen que la Iglesia
no sea aceptada como autoridad doctrinal y moral. En especial, se
rechaza su pretensión de orientar la vida de las personas en función de
una doctrina moral, pues se la percibe como negación de la libertad
personal. Se trata, por lo demás, de un debilitamiento general que no
afecta sólo a la Iglesia, sino también a la Magistratura, el Gobierno,
el Legislativo, el Ejército y, en general, las organizaciones
jerárquicamente estructuradas.
La exaltación del «yo» conduce a un relativismo que
se extiende por doquier: la praxis política del voto en las democracias,
por ejemplo, conlleva a menudo la concepción según la cual una opinión
individual vale lo mismo que otra, de modo que ya no habría una verdad
objetiva, ni valores mejores o peores que otros, ni, mucho menos,
valores y verdades universalmente válidos para todo hombre, en razón de
su naturaleza, sea cual fuere su cultura.
2.3. El escándalo del mal
El escándalo del mal y el sufrimiento de los
inocentes ha sido siempre una de las justificaciones de la increencia y
del rechazo de un Dios personal y bueno. Este rechazo procede del no
aceptar el sentido de la libertad del hombre, que implica su capacidad
para hacer el mal tanto como el bien. El misterio del mal es un
escándalo para la inteligencia y sólo la luz de Cristo, crucificado y
glorificado puede esclarecer su significado: «En realidad, el misterio
del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium
et spes, n. 22).
Pero si el escándalo del mal no ha dejado de
motivar el ateísmo y la increencia personal, éstos se presentan hoy bajo
un aspecto nuevo. En efecto, los medios de comunicación social se hacen
continuamente eco de esta realidad omnipresente de múltiples formas:
guerras, accidentes, catástrofes naturales, conflictos entre personas y
Estados, injusticias económicas y sociales. La increencia está más o
menos ligada a esta realidad omnipresente y arrolladora del mal. El
rechazo o la negación de Dios se alimentan de la continua difusión de
este espectáculo inhumano, cotidianamente difundido a escala universal
en los medios de comunicación.
2.4. Los límites históricos de la presencia de los cristianos en el mundo
La mayoría de los no creyentes y de los
indiferentes no lo son por motivos ideológicos o políticos. Son con
frecuencia ex-cristianos que se sienten decepcionados e insatisfechos y
que manifiestan una «des-creencia», una «desafección» respecto a la
creencia y sus prácticas, que consideran carentes de significado,
inútiles y poco incisivas para la vida. El motivo puede estar a veces
vinculado a una experiencia negativa o dolorosa, vivida en ambientes
eclesiales, a menudo durante la adolescencia, lo cual condiciona el
resto de la vida, transformándose después, con el tiempo, en un rechazo
general, que acaba al fin en simple indiferencia. Esta actitud no
implica por ello mismo una negativa generalizada, pues puede haber
quedado un cierto deseo de volver a la Iglesia y restaurar una relación
con Dios. En este sentido, el fenómeno de los «recommençants», (los que
comienzan de nuevo), es muy significativo: son cristianos que tras un
tiempo de alejamiento de la práctica religiosa, regresan a la Iglesia.
Entre las causas internas a la Iglesia que pueden empujar a algunas personas a
alejarse de ella, no se puede ignorar la ausencia aparente de vida espiritual
entre sacerdotes y religiosos. Cuando, en ocasiones, alguno de ellos conduce una
vida inmoral, muchos se sienten íntimamente turbados. Entre las causas de
escándalo hay que enumerar en primer lugar, en razón de su importancia objetiva,
los abusos sexuales contra menores, pero también la superficialidad de la vida
espiritual y la búsqueda exagerada de bienes materiales, especialmente en
regiones donde la mayoría de la población se enfrenta a condiciones de extrema
pobreza. Para muchos cristianos, la vivencia de la fe está estrechamente
vinculada a los principios morales subyacentes; de ahí que ciertos
comportamientos escandalosos por parte de los sacerdotes tengan efectos
devastadores y provoquen una profunda crisis en su vida de fe
Hechos de este tipo, orquestados y amplificados, son luego instrumentalizados por
los medios de comunicación para atacar la reputación de todo el clero de un país
y confirmar las sospechas exasperadas de la mentalidad dominante.
2.5. Nuevos factores
La ruptura en la
transmisión de la fe
Una de las consecuencias de la secularización es la
dificultad creciente de la transmisión de la fe a través de la
catequesis, la escuela, la familia y la predicación
[6].
Estos canales tradicionales de la transmisión de la fe a duras penas
logran desempeñar su papel fundamental.
La familia Hay
un verdadero déficit de transmisión de la fe en el interior de las
familias tradicionalmente cristianas, sobre todo en las grandes
aglomeraciones urbanas. Las razones son múltiples: los ritmos de
trabajo, el hecho de que los dos cónyuges, incluida la madre de familia,
tengan a menudo cada uno una actividad profesional que les aleja del
hogar, la secularización del tejido social, la influencia de la
televisión. La transformación de las condiciones de vida, en
apartamentos de pequeñas dimensiones, ha reducido el núcleo familiar, y
los abuelos, cuyo papel ha sido siempre fundamental en la transmisión de
la cultura y de la fe, se ven alejados. A ello se añade el hecho de que
en muchos países, los niños pasan poco tiempo en familia, a causa de las
obligaciones escolares y de las múltiples actividades extra-escolares,
como el deporte, la música y otras asociaciones. Cuando están en casa,
el tiempo exagerado transcurrido ante el computador, los videojuegos o
la televisión, dejan poco espacio para la comunicación con los padres.
En los países de tradición católica, la inestabilidad creciente de la
vida familiar, el aumento de las uniones civiles y las parejas de hecho,
contribuyen a ampliar este proceso. Los padres, sin embargo, no por ello
se convierten en no creyentes. A menudo piden el bautismo para sus hijos
y quieren que éstos hagan la primera comunión, pero fuera de estos
momentos de «paso religioso», la fe no parece ejercitar influencia
alguna en la vida familiar. De ahí la pregunta apremiante: si los padres
dejan de tener una fe viva, ¿qué transmitirán a sus hijos en un ambiente
indiferente a los valores del Evangelio y casi sordo al anuncio de su
mensaje de salvación?
En otras culturas, como en la sociedades africanas
y, en parte, latinoamericanas, a través de la influencia del grupo
social, junto con el sentimiento religioso se transmiten algunos
contenidos de fe, pero a menudo falta la experiencia de la fe vivida,
que exige una relación personal y viva con Jesucristo. Los ritos
cristianos se realizan, pero con frecuencia se perciben únicamente en su
dimensión cultural.
La escuela católica. En diversos países,
numerosas escuelas católicas se ven obligadas a cerrar por falta de
medios y personal, mientras que la presencia creciente de profesores sin
una auténtica formación y motivación cristiana, repercute en un
debilitamiento, incluso una desaparición de la transmisión de la fe. Con
frecuencia, la enseñanza en estas escuelas no tiene nada de específico
en relación con la fe y la moral cristiana. Por otra parte, los
fenómenos de inmigración desestabilizan a veces las escuelas católicas,
que toman la presencia masiva de no cristianos como pretexto para una
enseñanza laica, en lugar de aprovechar esta oportunidad para proponer
la fe, como ha sido práctica habitual en la pastoral misionera de la
Iglesia.
La globalización de los comportamientos
«La misma civilización moderna, no en sí misma,
sino porque está demasiado enredada en las realidades humanas, puede
dificultar a veces el acceso a Dios» (Gaudium et spes, n.19). El
materialismo occidental orienta los comportamientos hacia la búsqueda
del éxito a toda costa, la máxima ganancia, la competencia despiadada y
el placer individual. A cambio, deja poco tiempo y energías para la
búsqueda de algo más profundo que la satisfacción inmediata de todos los
deseos y favorece así el ateísmo práctico. De este modo, en numerosos
países, no son ya los prejuicios teóricos los que llevan a la
increencia, sino los comportamientos concretos marcados, en la cultura
dominante, por un tipo de relaciones sociales donde el interés por la
búsqueda del sentido de la existencia y la experiencia de lo
trascendente están como enterrados en una sociedad satisfecha de sí
misma. Esta situación de atonía religiosa se revela más peligrosa para
la fe que el materialismo ideológico de los países marxistas-leninistas
ateos. Provoca una profunda transformación cultural que conduce a menudo
a la pérdida de la fe, si no va acompañada de una pastoral adecuada.
La indiferencia, el materialismo práctico, el
relativismo religioso y moral se ven favorecidos por la globalización de
la llamada sociedad opulenta. Los ideales y los modelos de vida
propuestos por los medios de comunicación social, la publicidad, los
protagonistas de la vida pública, social, política y cultural, son a
menudo vectores de un consumismo radicalmente antievangélico. La cultura
de la globalización considera al hombre y a la mujer como objetos que se
miden únicamente a partir de criterios exclusivamente materiales,
económicos y hedonistas.
Este dominio provoca en muchos, como reacción, una
fascinación por lo irracional. La necesidad de espiritualidad y de una
experiencia espiritual más auténtica, añadida a las dificultades de
carácter relacional y psicológico causadas, en la mayoría de los casos,
por el ritmo de vida frenético y obsesivo de nuestras sociedades,
empujan a muchos que se dicen creyentes a buscar otras experiencias y a
orientarse hacia las «religiones alternativas» que proponen una fuerte
dosis «afectiva» y «emotiva», y que no implican un compromiso moral y
social. De ahí el éxito de las propuestas de religión «a la carta»,
supermercado de espiritualidades, donde cada uno, de día en día, toma lo
que le place.
Los medios de comunicación social
[7]
Los mass media, ambivalentes por naturaleza,
pueden servir tanto al bien como al mal. Desafortunadamente, con
frecuencia amplifican la increencia y favorecen la indiferencia,
relativizando el hecho religioso, al presentarlo con comentarios que
ignoran o deforman su verdadera naturaleza. Incluso donde los cristianos
constituyen la mayoría de la población, numerosos medios de comunicación
—periódicos, revistas, televisión, documentales y películas— difunden
visiones erróneas, parciales o deformadas de la Iglesia. Los cristianos
raramente oponen respuestas oportunas y convincentes. Deriva de ahí una
percepción negativa de la Iglesia que le quita la credibilidad necesaria
para transmitir su mensaje de fe. Añádase a ello el desarrollo, a escala
planetaria, de Internet, donde circulan falsas informaciones y
contenidos pretendidamente religiosos. Por otra parte, se señala también
la actividad, en Internet, de grupos del tipo «Internet infidels», o de
sectas satánicas, específicamente anticristianas, que llevan a cabo
violentas campañas contra la religión. No se puede silenciar el daño que
provoca la abundancia de la oferta pornográfica en la Red: la dignidad
del hombre y de la mujer se ven con ello degradadas, lo cual no deja de
influir en un alejamiento de la fe vivida. De ahí toda la importancia de
una pastoral de los medios de comunicación.
La Nueva Era, los nuevos movimientos religiosos y las elites
[8]
«La proliferación de las sectas es también una
reacción al secularismo y una consecuencia de los trastornos sociales y
culturales que han hecho perder las raíces religiosas tradicionales»
[9].
Aun cuando el movimiento «Nueva Era» no constituye en sí mismo una causa
de increencia, sin embargo, no es menos cierto que esta nueva forma de
religiosidad contribuye a aumentar la confusión religiosa.
Por otra parte, la oposición y la crítica tenaz a
la Iglesia Católica, por parte de ciertas elites, sectas y nuevos
movimientos religiosos, especialmente de tipo pentecostal, contribuyen a
debilitar la vida de fe. Este es uno de los desafíos más importantes
para la Iglesia católica, especialmente en América Latina. Las críticas
y las objeciones más graves de estos grupos contra la Iglesia son: su
incapacidad para mirar la realidad, la incoherencia entre lo que la
Iglesia pretende ser y lo que realmente es, la escasa incidencia de su
propuesta de fe en la vida real, incapaz de transformar la vida
cotidiana. Estas comunidades sectarias, que se desarrollan en América y
África, ejercen una fascinación considerable sobre los jóvenes,
arrancándolos de las Iglesias tradicionales, sin lograr satisfacer sus
necesidades religiosas de forma estable. Para muchos, estos grupos
constituyen de hecho una puerta de salida de la religión tradicional, a
la que ya no regresan, salvo en casos excepcionales.
3. La secularización de los creyentes
Si la secularización es el legítimo proceso de
autonomía de las realidades terrestres, el secularismo es una «una
concepción del mundo según la cual este último se explica por sí mismo
sin que sea necesario recurrir a Dios; Dios resultaría pues superfluo y
hasta un obstáculo» (Evangelii Nuntiandi, n.55). Muchos de los
que se dicen católicos o miembros de otra religión, se abandonan a una
forma de vida donde Dios y la religión no parecen ejercer influencia
alguna. La fe se vacía de su sustancia y ya no se expresa a través de un
compromiso personal, mientras se abre paso una incoherencia entre la fe
profesada y el testimonio de vida. Las personas no se atreven a afirmar
claramente su pertenencia religiosa y la jerarquía es objeto de crítica
sistemática. Sin testimonio de vida cristiana, la práctica religiosa se
va abandonando lentamente. Ya no se trata, como en otros tiempos, de un
simple abandono de la práctica sacramental o de la falta de vitalidad de
la fe, sino de algo que toca profundamente las raíces de la fe.
Los discípulos de Cristo viven en el mundo y están
marcados — a menudo sin ser conscientes de ello— por la cultura
mediática que se desarrolla fuera de toda referencia a Dios. En este
contexto, tan refractario a la idea misma de Dios, muchos creyentes,
sobre todo en los países más secularizados, se dejan dominar por la
mentalidad hedonista, consumista y relativista.
Un observador atento se sorprende de la ausencia de
referentes claros y seguros en los discursos de los creadores de opinión
pública, que rechazan pronunciar cualquier juicio moral cuando se trata
de analizar un acontecimiento social, dado en pasto a los medios de
comunicación, abandonado a la apreciación de cada uno y envuelto en un
discurso de tolerancia, que corroe las convicciones y adormece las
conciencias.
Por lo demás, el laxismo en las costumbres y la
ostentación del pansexualismo producen un efecto adormecedor sobre la
vida de fe. El fenómeno de la cohabitación y de la convivencia de las
parejas antes del matrimonio se ha convertido casi en la norma en no
pocos países tradicionalmente católicos, especialmente en Europa,
incluso entre aquellos que, a continuación, se casan por la Iglesia. La
manera de vivir la sexualidad se torna una cuestión puramente personal y
el divorcio, para muchos creyentes, no plantea algún problema de
conciencia. El aborto y la eutanasia, estigmatizados por el Concilio
como «crímenes abominables» (Gaudium et spes, n. 27), son
aceptados por la mentalidad mundana. La debilitación de la creencia
llega a los dogmas fundamentales de la fe cristiana: la encarnación de
Cristo, su unicidad como Salvador, la subsistencia del alma tras la
muerte, la resurrección de los cuerpos y la vida eterna. La doctrina de
la reencarnación está bastante difundida entre muchos que se dicen
cristianos y frecuentan la Iglesia. La reencarnación se acepta más
fácilmente que la inmortalidad del alma tras la muerte o que la
resurrección de la carne, pues en el fondo propone una nueva vida en el
mismo mundo material.
La vida cristiana parece alcanzar así, en algunos
países, niveles mediocres, con evidente dificultad para dar razón de la
fe. Esta dificultad no viene sólo de la influencia de la cultura
secularizada, sino también de un cierto temor a comportarse según la fe,
consecuencia de una carencia en la formación cristiana que no ha
preparado a los cristianos para actuar confiados en la fuerza del
Evangelio y no ha sabido valorar adecuadamente el encuentro personal con
Cristo a través de la oración y los sacramentos.
Así, se extiende un cierto ateísmo práctico,
incluso entre aquellos que siguen llamándose cristianos.
4. Nueva religiosidad[10]
Junto con la difusión de la indiferencia religiosa
en los países más secularizados, la encuesta sobre la increencia ha
revelado un aspecto nuevo entre personas que experimentan una dificultad
real para abrirse a lo infinito, ir más allá de lo inmediato y emprender
un itinerario de fe, un fenómeno a menudo calificado como el regreso de
lo sagrado.
En realidad, se trata más bien de una forma
romántica de religión, una especie de religión del espíritu y del «yo»,
que hunde sus raíces en la crisis del sujeto, se encierra
progresivamente en el narcisismo y rechaza todo elemento
histórico-objetivo. Se convierte así en una religión fuertemente
subjetiva, donde el espíritu puede refugiarse y contemplarse en una
búsqueda estética, donde no hay que rendir cuentas a nadie acerca del
propio comportamiento.
4.1. Un dios sin rostro
Esta nueva religiosidad se caracteriza por la
adhesión a un dios que, a menudo, carece de rostro o de características
personales. A la pregunta por Dios, muchos, se llamen creyentes o no,
responden que creen en la existencia de una fuerza o de un ser superior,
trascendente, pero sin las características de una persona, mucho menos
de un padre. La fascinación por las religiones orientales, trasplantadas
a Occidente, va acompañada de esta despersonalización de Dios. En los
ambientes científicos, el materialismo ateo del pasado deja lugar a una
nueva forma de panteísmo, donde el universo es concebido como algo
divino: Deus, sive natura, sive res.
El desafío es grande para la fe cristiana, que se
funda sobre la revelación del Dios tripersonal, a cuya imagen, cada
hombre está llamado a vivir en comunión. La fe en un Dios en tres
personas es el fundamento de toda la fe cristiana, así como la
constitución de una sociedad auténticamente humana. De ahí la necesidad
de profundizar en el concepto de persona en todos los campos para llegar
a comprender la oración como diálogo entre personas, las relaciones
interpersonales en la vida cotidiana y la vida eterna del hombre tras la
muerte temporal.
4.2. La religión del «yo»
La nueva religiosidad se caracteriza porque coloca
el «yo» en el centro. Si los humanismos ateos de otrora eran la religión
de la «humanidad», la religiosidad post-moderna es la religión del «yo»,
que se funda en el éxito personal y en el logro de las propias
iniciativas. Los sociólogos hablan de una «biografía del
hágalo-usted-mismo», en la que el yo y sus necesidades constituyen la
medida sobre la que se construye una nueva imagen de Dios en las
distintas fases de la vida, a partir de diferentes materiales de
naturaleza religiosa, utilizados en una especie de «bricolaje de lo
sagrado».
Es aquí propiamente donde se halla el abismo que
separa esta religión del yo de la fe cristiana, que es la religión del
«tú» y del «nosotros», de la relación, que tiene su hontanar en la
Trinidad, donde las Personas divinas son relaciones subsistentes. La
historia de la salvación es un diálogo de amor de Dios con los hombres,
jalonado por las sucesivas alianzas establecidas entre Dios y el hombre,
que caracterizan esta experiencia de relación, a la vez personal y
personalizadora. La llamada a la interioridad y a colocar en el corazón
de la vida los misterios de la cruz y la resurrección de Cristo, signo
supremo de una relación que va hasta el extremo don de sí al otro, es
una constante de la espiritualidad cristiana.
4.3. Quid est veritas?
Otro rasgo característico de esta nueva
religiosidad es la falta de interés por la verdad. La enseñanza de Juan
Pablo II en sus encíclicas Veritatis splendor y Fides et ratio,
acogidas con favor incluso por intelectuales no creyentes, no parece
haber tenido, aparte alguna honrosa excepción, gran eco en el interior
de la Iglesia, comenzando por las universidades católicas. En una
cultura marcada por el «pensamiento débil», las convicciones fuertes
provocan rechazo: más que creer con el absoluto de la fe, se trataría de
creer dejando siempre una zona de incertidumbre, una especie de «salida
de emergencia». Sucede así que la pregunta acerca de la verdad del
cristianismo o sobre la existencia de Dios es ignorada, considerada
irrelevante o sin sentido. La pregunta de Pilatos, respondiendo a la
declaración de Cristo, es siempre actual: «¿Qué es la verdad?». Para
muchos, la verdad tiene una connotación negativa, asociada a conceptos
como «dogmatismo», «intolerancia», «imposición», «inquisición», «poder»,
a causa, principalmente, de algunos acontecimientos donde la verdad ha
sido manipulada para imponer por la fuerza decisiones de conciencia que
no tenían que ver con el respeto de la persona y la búsqueda de la
verdad.
En realidad, la Verdad en el Cristianismo no es una
simple idea abstracta o un juicio éticamente válido, o una demostración
científica. Es una persona, cuyo nombre es Jesucristo, Hijo de Dios y de
María. Cristo se presentó como la Verdad (Jn 14,6), y ya
Tertuliano observa al respecto que Cristo dijo «Yo soy la verdad» y no
«Yo soy la tradición». Hablar hoy del Evangelio requiere afrontar el
hecho de que la Verdad se manifiesta en la pobreza de la impotencia, de
Aquel que por amor, ha aceptado de morir en la cruz. En este sentido,
verdad y amor son inseparables: «En nuestro tiempo, la verdad es
confundida a menudo con la opinión de la mayoría. Además, muchos están
convencidos de que el amor y la verdad son antagonistas. Pero la verdad
y el amor necesitan el uno del otro. Sor Teresa Benedicta es testigo de
ello. La “mártir por amor”, que dio su vida por los amigos, no se dejó
superar en el amor. Al mismo tiempo, buscó la verdad con toda su alma...
Sor Teresa Benedicta nos dice a todos: ¡No aceptéis nada como verdad que
esté privo de amor. Y no aceptéis como amor nada que esté privo de
verdad! El uno sin el otro se convierten en una mentira destructora»
[11].
Así, «sólo el amor es digno de fe», el amor se vuelve el gran signo de
credibilidad del Cristianismo, porque no está separado de la verdad.
4.4. Fuera de la Historia
La nueva religiosidad está íntimamente ligada a la
cultura contemporánea secularizada, antropocéntrica, y propone una
espiritualidad subjetiva que no se funda sobre una revelación ligada a
la historia. Lo que importa es hallar el modo y las vías para «sentirse
bien». La crítica de la religión, que antaño se dirigía contra las
instituciones que la representaban, se basaba sobre todo en la falta de
coherencia y de testimonio de algunos de sus miembros. Hoy, es la
existencia misma de una mediación objetiva entre la divinidad y
el sujeto la que se niega. El regreso de la espiritualidad parece
orientarse entonces hacia la negación de lo trascendente, con el
consiguiente rechazo de un institución religiosa, y hacia el rechazo de
la dimensión histórica de la revelación y del carácter personal de la
divinidad. Y al mismo tiempo, este rechazo va acompañado por
publicaciones de gran difusión y emisiones para el gran público, en un
intento de destrucción de la objetividad histórica de la revelación
bíblica, de sus personajes y los acontecimientos que en ella se narran.
La Iglesia está arraigada en la historia. El
Símbolo de la fe menciona a Poncio Pilatos para señalar el anclaje de la
profesión de fe en un momento particular de la historia. Así, la
adhesión a la dimensión histórica concreta es fundamental para la fe y
su necesidad se siente entre muchos cristianos que desean ver la
concordancia entre la verdad del cristianismo y de la revelación
bíblica, por una parte, y los datos de la historia, por otra. La Iglesia
es sacramento de Cristo, prolongación en la historia de los hombres del
misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, acontecida hace dos mil
años. Bossuet, el «águila de Meaux», lo expresaba así: «La
Iglesia es Jesucristo, pero Jesucristo difundido y comunicado».
4.5. Nuevas formas discutidas
Para completar esta rápida descripción, aparecen,
como respuesta a la aparición de esta religiosidad multiforme, sin
nombre ni rostro, nuevas formas destacadas del panorama religioso en la
cultura contemporánea.
– Nacen en la Iglesia nuevos movimientos religiosos con una estructura bien
determinada y un sentimiento fuerte de pertenencia y solidaridad. La
existencia y la vitalidad de estos movimientos, que corresponden a la
nueva búsqueda espiritual, dan testimonio de una religiosidad fuerte, no
narcisística y, sobre todo, arraigada en el encuentro personal y
eclesial con Cristo, en los sacramentos de la fe, en la oración, la
liturgia celebrada y vivida como Mistagogía, en la participación del
misterio del Dios vivo, fuente de vida para el hombre.
– Los fundamentalismos, tanto cristianos como islámicos o hindúes, acaparan
hoy la actualidad: en una época de incertidumbre, estos movimientos
actúan como catalizadores de la necesidad de seguridad, fosilizando la
religiosidad en el pasado. La fascinación indiscutible que ejercen en un
mundo sometido a constantes mutaciones, responde a necesidades de
espiritualidad e identificación cultural. Es justo decir que el
fundamentalismo se presenta como el reverso de la nueva religiosidad.
– El intento de elaborar una nueva religión civil, que se manifiesta
progresivamente en diferentes países de Europa y en América del Norte,
nace de la necesidad de hallar símbolos comunes y una ética fundada
sobre el consenso democrático. El despertar de los valores vinculados a
la Patria, la búsqueda del consenso ético a través de la creación de
Comités ad hoc, la simbología de los grandes acontecimientos
deportivos en los estadios, con ocasión de los Juegos Olímpicos o los
Mundiales de Fútbol, dejan traslucir la necesidad de recuperar los
valores trascendentales y de fundar la vida de los hombres a partir de
signos visibles compartidos, aceptados en una cultura pluralista.
Integrando estos fenómenos en sus aspectos
positivos y negativos, la pastoral de la Iglesia trata de responder a
los desafíos que la nueva religiosidad presenta al anuncio de la Buena
Nueva de Cristo.
II.
PROPOSICIONES CONCRETAS
Un desafío no es un obstáculo. Los desafíos que
presentan las culturas de nuestro tiempo y la nueva religiosidad
estimulan a los cristianos a profundizar en su fe y a buscar cómo
anunciar hoy la Buena noticia del amor de Jesucristo, para llegar a los
que viven en la increencia y la indiferencia. La misión de la Iglesia no
consiste en impedir la transformación de la cultura, sino más bien
asegurar la transmisión de la fe en Cristo, en el corazón mismo de unas
culturas en pleno proceso de cambio.
El diálogo con los no creyentes y la pastoral de la
increencia tratan de responder al doble mandato de Cristo a la Iglesia:
«Id a todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc
16,15), «Amaestrad a todas las naciones» (Mt 28,19). Este
mandamiento misionero concierne a todos los miembros de la Iglesia, sin
excepción. No se puede separar de la vida misma de la Iglesia ni quedar
reservado para algunos expertos. Es una misión transversal, que afecta
conjuntamente a la catequesis y la enseñanza, la liturgia y la actividad
pastoral ordinaria, las familias y las parroquias, los seminarios y las
universidades.
Toda iniciativa pastoral acerca de la increencia y
la indiferencia religiosa nace de la vida misma de la Iglesia, vida
comunitaria impregnada del Evangelio. Sin el impulso de una fe vivida en
plenitud, las iniciativas pastorales carecen de valor apostólico.
Invitando a colocar la santidad en el primer punto de toda programación
pastoral, el Santo Padre recuerda la importancia de la oración, la
eucaristía dominical, el sacramento de la reconciliación, en definitiva,
el primado de la gracia y la escucha y el anuncio de la Palabra
[12].
En esta presentación sucinta de algunas propuestas
pastorales concretas, el diálogo con los que se declaran explícitamente
no creyentes va acompañado del anuncio del Evangelio dirigido a todos:
bautizados, no creyentes, mal creyentes, indiferentes, etc., es decir,
la evangelización de la cultura de la increencia y de la indiferencia
religiosa.
1. El diálogo con los no creyentes
En realidad, más que de increencia habría que
hablar de no creyentes, agnósticos o ateos, cada uno con su propia
historia. De ahí que el modo más adecuado de tratar la cuestión sea el
diálogo personal, paciente, respetuoso, amistoso, sostenido y animado
por la oración, que trata de proponer la verdad de modo equilibrado y en
el momento oportuno, sabiendo que la verdad no se impone sino en virtud
de su propia fuerza[13],
y que eso exige saber esperar el momento favorable, con el deseo de que
«Te conozcan a Ti, Padre, y al que Tú has enviado, Jesucristo» (Jn
17,3).
1.1. La oración por los no creyentes
Este diálogo amoroso ha de ir acompañado por la
oración de intercesión. En este campo, han ido surgiendo algunas
iniciativas importantes en grupos, como el llamado «Incroyance-prière»
(increencia y oración). Esta asociación, fundada por el Padre
Jean-Baptiste Rinaudo en la diócesis de Montpellier con el apoyo del
Consejo Pontificio de la Cultura, cuenta ya más de 3000 miembros en unos
cincuenta países del mundo. Sus miembros, convencidos de la potencia de
la oración de intercesión, se comprometen, como buenos samaritanos, a
rezar todos los días por un no creyente. La fórmula de compromiso para
rezar por esta intención, puede servir de modelo a iniciativas
semejantes:
Yo... me comprometo a rezar cada día, con toda
humildad, para que Dios ilumine mediante su Espíritu a un no creyente, y
a mí mismo también, para que pueda descubrir su inmenso amor y amarlo
como padre. En... a..... Firmado[14].
Los monasterios, lugares de peregrinación,
santuarios y centros de espiritualidad, desempeñan un papel crucial,
tanto por la oración como por la ayuda espiritual a través de la escucha
y la atención dada a las personas que van en busca de orientación. En
algunos monasterios, las «jornadas de puertas abiertas» ha contribuido a
acercar a la Iglesia a quienes viven lejos de ella.
1.2. La centralidad de la persona humana
Un acercamiento antropológico, centrado en el
hombre en su totalidad y sin fragmentaciones instrumentales, ofrece un
terreno de diálogo fecundo con los no creyentes. En lugar de resignarse
a asistir impotentes a la «apostasía tranquila» de multitudes de
nuestros contemporáneos, hay que retomar la iniciativa apostólica,
fieles al mandato de Cristo (cfr. Mt 28,19-20), teniendo en
cuenta la sed inextinguible, aun cuando a veces inconsciente, de paz, de
reconciliación y de perdón, que existe en todo hombre. Nuestra misión es
salir al encuentro del hombre, tomarlo de la mano si es necesario, pero
sin pretender crear un ideal para nuestro uso y disfrute, para, a
continuación, jactarnos de ser los guías de humanidad perfecta que se
ajusta a todos los esquemas. Ofreciendo respuestas a preguntas que en
realidad nadie ha planteado, nos veríamos como un caudillo sin nadie a
quien guiar.
La experiencia del sufrimiento, compañero de viaje
ineludible de todo hombre, compartida hasta el extremo por el varón
de dolores, constituye como un «lugar antropológico» de encuentro.
Ante la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, el dolor provoca la
pérdida del sentido, la kénosis, o vaciamiento, y abre un espacio
para la búsqueda de una palabra, de un rostro, de un «alguien» que sepa
abrir un intersticio de luz en la oscuridad más total. La misión
evangélica, exige que crezcamos en la fe a través de experiencias
espirituales fuertes y nos empuja a convertirnos, no en cruzados
intransigentes, sino en testigos humildes, verdaderos signos de
contradicción en el corazón de las culturas en toda la tierra, para
llegar a nuestros hermanos, sin forzarlos ni apabullarlos, sino
aceptando abajarnos por ellos. La categoría antropológica de la
inter-humanidad tiene un significado particular para la misión. Evoca el
mundo globalizado donde la persona corre el riesgo de reducirse al
«hombre de la cumbre antropológica». Y es sin embargo, con este hombre
con quienes estamos llamados a entrar en diálogo, porque es este hombre
en todas las culturas, el camino de la Iglesia (cfr. Redemptor
hominis, 14).
Este desafío se plantea sin cesar, en especial
cuando se piden los sacramentos de la iniciación cristiana en familias
no creyentes o indiferentes a la religión. En efecto, a través del
encuentro de preparación a los sacramentos con padres que no creen o
indiferentes, a veces es posible discernir recursos humanos y
religiosos, siempre presentes, pero que se hallan como aprisionados.
Como creyentes, no podemos ignorar esta dimensión antropológica: el
bautismo que se solicita porque siempre se ha hecho así en la familia
—la fe de los padres— y que permite inscribir al niño en la genealogía
familiar. El encuentro con estas personas nos permite experimentar que
el bautismo representa algo más profundo, incluso respecto a lo que los
padres conscientemente piden. Estos, sin duda, sentirían un sentimiento
de vacio en la historia de su familia, si su hijo no estuviera
bautizado. Nos hallamos aquí ante una situación pastoral aparentemente
paradójica, que nos pone delante personas no creyentes o indiferentes,
pero siempre impregnadas de fuertes raíces religiosas ancestrales: es
una situación típica de la cultura de la post-modernidad. Por ello, el
contacto humano, amable y sincero, la oración, la actitud de acogida, de
escucha, de apertura y respeto, la relación confiada, la amistad, la
estima y otras virtudes, son la base sobre la que es posible construir
en una relación humana, una pastoral en la que cada uno se siente
respetado y acogido porque es, aunque no lo sepa, una criatura amada
personalmente por Dios.
1.3. Modalidades y
contenidos del diálogo con los no creyentes
Un diálogo constructivo con los no creyentes,
basado en estudios y observaciones pertinentes, puede desarrollarse en
torno a algunos temas privilegiados:
– Las
grandes cuestiones existenciales: el porqué y el sentido de la vida y de
la responsabilidad, la dimensión ética de la vida humana, el porqué y el
sentido de la muerte en la cultura y en la sociedad, la experiencia
religiosa en sus diferentes expresiones, la libertad interior de la
persona humana, la fe.
– Los
grandes temas de la vida social: la educación de los jóvenes, la pobreza
y la solidaridad, los fundamentos de la convivencia en la sociedades
multiculturales, los valores y derechos del hombre, el pluralismo
cultural y religioso, la libertad religiosa, el trabajo, el bien común,
la belleza, la estética, la ecología, la paz, las nuevas biotecnologías
y la bioética.
En algunos casos, el diálogo con los no creyentes
se hace más formal, con una dimensión pública, cuando se trata de
discusiones y debates con organizaciones explícitamente ateas. Mientras
que el diálogo de persona a persona es responsabilidad de todos los
bautizados, el diálogo público con los no creyentes exige personas bien
preparadas. Con tal fin, el Secretariado para los no creyentes,
publicó en 1968 un documento titulado El diálogo con los no creyentes
[15],
con indicaciones que todavía siguen siendo útiles. En Francia, los
miembros del servicio «Incroyance et foi» (Increencia y fe), de la
Conferencia Episcopal, participan en debates, coloquios y mesas redondas
organizados por Centros Culturales e instituciones educativas, católicas
o laicas. En Italia, la «Cátedra de los no creyentes» de la Diócesis de
Milán, instituida para el diálogo entre creyentes y no creyentes,
permite un debate sincero entre laicos y católicos, bajo la guía de su
pastor[16].
En Lisboa, el Patriarca ha mantenido un diálogo público con
intelectuales en forma de intercambio epistolar, usando como tribuna las
páginas de un importante diario nacional[17].
En el marco del diálogo con los no creyentes, la
teología fundamental, concebida como una apologética renovada, tiene
como misión dar razón de la fe (1Pe 3,15), justificar y
explicitar la relación entre la fe y la reflexión filosófica, a través
del estudio de la revelación en relación con los interrogantes de la
cultura actual. La Teología Fundamental tiene su lugar propio en la
Ratio Studiorum de los seminarios, facultades de teología y centros
de formación de laicos, ya que muestra cómo «a la luz del conocimiento
de la fe, aparecen algunas verdades que la razón ya capta en su
itinerario autónomo de búsqueda» (Fides et ratio, n. 67).
2. Evangelizar la cultura
de la increencia y de la indiferencia
El mandato de Cristo a la Iglesia no se agota en la
evangelización de las personas. En efecto, es necesario también
evangelizar la conciencia de un pueblo, su ethos, su cultura (Evangelii
Nuntiandi, n. 18). Si la cultura es aquello por lo que el hombre se
hace más hombre, o sea, el clima espiritual en el que vive y actúa, es
evidente que su salud espiritual dependerá en gran medida de la calidad
del aire cultural que respire. Si la increencia es un fenómeno cultural,
la respuesta de la Iglesia ha de tomar en consideración también las
diversas problemáticas de la cultura a través del mundo.
Evangelizar la cultura es dejar que el Evangelio
impregne la vida concreta de los hombres y mujeres de una sociedad dada.
«Para ello, la pastoral ha de asumir la tarea de imprimir una mentalidad
cristiana a la vida ordinaria» (Ecclesia in Europa, n. 58). Más
que de convencer, la evangelización de la cultura trata de preparar un
terreno favorable a la escucha, es una especie de pre-evangelización. Si
el problema fundamental es la indiferencia, el primer deber al que la
Iglesia no puede renunciar es el de despertar la atención y suscitar el
interés de las personas. Al identificar algunos puntos de anclaje para
el anuncio del Evangelio, las proposiciones aquí presentadas ofrecen
diferentes orientaciones —nova et vetera— para una pastoral de la
cultura, con el fin de ayudar a la Iglesia a proponer la fe cristiana
respondiendo al desafío de la increencia y la indiferencia religiosa al
alba del nuevo milenio.
2.1. Presencia de la Iglesia en la vida pública
«Hasta el fin de los tiempos, entre las
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, la Iglesia continúa su
peregrinación»[18],
con la confianza y la certeza de saberse sostenida e iluminada por el
Señor. Su presencia visible y su acción tangible como sacramento
universal de salvación en el seno de la sociedad pluralista, son hoy más
necesarios que nunca para permitir a todos los pueblos del mundo entrar
en contacto con el mensaje de la Verdad revelada en Jesucristo. La
Iglesia lo hace a través de una presencia diversificada en los lugares
de encuentro, en los grandes debates de la sociedad, para suscitar la
curiosidad de un mundo a menudo indiferente y presentar la persona de
Cristo y su mensaje de modo que atraiga la atención y suscite la acogida
por parte de la cultura dominante.
El testimonio público ofrecido por los jóvenes
que participan en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) es un
acontecimiento sorprendente, y atrae la atención hasta el punto de
interpelar a jóvenes carentes de referencias o motivaciones religiosas.
El compromiso de los diversos movimientos eclesiales que implican a los
jóvenes es fundamental. Las JMJ ayudan a cambiar una falsa imagen de
Iglesia considerada como institución opresora, vieja y decadente.
Las nuevas misiones ciudadanas,
llevan de nuevo a la Iglesia en la plaza pública. Así se ha llevado a
cabo en Europa, sucesivamente en cuatro ciudades: Viena, París, Lisboa y
Bruselas. Las maravillas apostólicas suscitadas desde hace diez años por
la peregrinación de las reliquias de santa Teresa del Niño Jesús en todo
el mundo, son verdaderamente sorprendentes[19].
Ante la mirada sorprendida de pastores desazonados, esta peregrinación
atrae multitudes que se cuentan por decenas de millones, muchos de los
cuales viven habitualmente lejos de la Iglesia e incluso la ignoran.
Los movimientos y asociaciones cristianos
activos en la vida pública, en los
medios de comunicación social y ante los gobiernos, contribuyen a crear
un cultura diferente de la cultura dominante, no sólo en el nivel
intelectual, sino sobre todo en la vida práctica. Vivir en plenitud el
misterio de Cristo y proponer maneras de vivir inspiradas en el
Evangelio, según el espíritu de la Carta a Diogneto[20],
constituye la forma de testimonio propia del cristiano en medio del
mundo.
La colaboración de los cristianos con
organizaciones de no creyentes con
vistas a realizar acciones que en sí mismas son buenas o al menos
indiferentes, permite compartir momentos de diálogo. Según las
directivas pastorales de Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris,
«si los católicos, por motivos puramente externos, establecen relaciones
con quienes o no creen en Cristo o creen en Él de forma equivocada,
porque viven en el error, pueden ofrecerles una ocasión o un estímulo
para alcanzar la verdad» (n. 158). Es así como algunos cristianos
colaboran con la «Liga agnóstica a favor de la vida», en defensa de la
vida.
La promoción de manifestaciones públicas sobre
los grandes temas de la cultura. Estos
encuentros favorecen los contactos y el diálogo personal con los que
trabajan en los grandes campos de la cultura y constituyen un modo
significativo de presencia pública de la Iglesia.
Los coloquios
organizados por el Consejo Pontificio de la Cultura con el Ente dello
Spettacolo, en Roma, sobre el cine espiritual, y el congreso
celebrado en colaboración con la Iglesia Luterana Noruega en Oslo, sobre
La Iglesia y el cine, son ejemplos de encuentros donde se pone en
evidencia la capacidad del lenguaje cinematográfico para transmitir,
gracias a la fuerza de las imágenes, valores espirituales que pueden
fecundar las culturas. Una iniciativa parecida del Consejo Pontificio de
la Cultura sobre el teatro religioso, se revela prometedora. Tales
acontecimientos permiten asegurar una presencia cristiana en el mundo de
la cultura, valoran las potencialidades del arte y crean espacios de
diálogo y reflexión.
Cada año, el Santo Padre concede el Premio de
las Academias Pontificias, como conclusión de un concurso preparado
por el Consejo Pontificio de la Cultura, con el fin de animar a jóvenes
estudiosos o artistas cuyas investigaciones y trabajos contribuyen
notablemente a promover el humanismo cristiano y sus expresiones
artísticas. Las Semanas de los intelectuales católicos y las
Semanas Sociales, ofrecen una dimensión pública al encuentro entre
la fe y la cultura y manifiestan el compromiso de los católicos en los
grandes problemas de la sociedad.
Los medios de comunicación social
desempeñan en la cultura actual un papel fundamental. La imagen, la
palabra, los gestos, la presencia son elementos que no se pueden
descuidar en un proceso de evangelización que se inserta en la cultura
de las comunidades y de los pueblos, aun cuando se haya de estar atento
a no privilegiar la imagen en detrimento de la realidad y del contenido
objetivo de la fe. Los enormes cambios que los medios de comunicación
social operan en la vida de las personas, reclaman un compromiso
pastoral adaptado: «Muchos laicos jóvenes se orientan hacia los medios.
Corresponde a la pastoral de la cultura prepararlos para estar
activamente presentes en el mundo de la radio, la televisión, del libro
y de las revistas, ya que estos vectores de información constituyen la
referencia diaria de la mayoría de nuestros contemporáneos. A través de
medios abiertos y moralmente convenientes, cristianos bien preparados
pueden jugar un papel misionero de primer plano. Es importante que sean
formados y apoyados» (Para una pastoral de la cultura, 34). La
presencia profesional de católicos calificados que se identifican
claramente como tales en los medios de comunicación social, las agencias
de prensa, los periódicos, revistas, sitios Internet, agencias de radio
y televisión, es esencial para difundir noticias e informaciones veraces
sobre la Iglesia, y ayuda a comprender la particularidad del misterio de
la Iglesia, evitando centrarse sobre los aspectos marginales o
insólitos, o los prejuicios ideológicos. Premios como el Premio
católico del cine, o el Premio Robert Bresson del Festival de
Venecia; bolsas de estudio, las Semanas Cristianas del Cine y la
creación de redes y asociaciones profesionales católicas, animan y
manifiestan a la vez el necesario compromiso en este campo tan
importante, sin caer en el peligro de crear un ghetto católico.
No basta hablar para ser comprendido. Se nos
exige un gran esfuerzo para utilizar el lenguaje de los hombres de hoy,
compartir sus esperanzas y responder sinceramente, con un estilo
accesible. Así, por ejemplo, el Arzobispado de Danzig, en Polonia, ha
presentado una Carta de los Derechos del Hombre que ha tenido un
gran impacto sobre el público, siguiendo el espíritu del Concilio en su
Constitución pastoral Gaudium et spes: «El gozo y la esperanza,
la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo
de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza,
tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada
verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón. Pues la
comunidad que ellos forman está compuesta por hombres que, reunidos en
Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el
Reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para
proponérselo a todos. Por ello, se siente verdadera e íntimamente
solidaria del género humano y de su historia» (Gaudium et spes,
n. 1).
En definitiva, asegurar la presencia de la
Iglesia en la vida pública, en diálogo con los no creyentes, permite
crear un puente entre su mensaje evangélico y la vida cotidiana, lo que
no deja de plantear interrogantes y, a menudo, de revelar al Invisible
en medio de lo visible. Se trata de suscitar verdaderas preguntas antes
de proponer respuestas convincentes. En efecto, si estas no responden a
verdaderas preguntas y, por tanto, a una búsqueda personal, no
despiertan la atención y no se acogen como pertinentes. Saliendo del
templo para ir a la plaza, los cristianos dan testimonio público, sin
publicidad, del gozo de creer y de la importancia de la fe para la vida.
El diálogo y el testimonio pueden suscitar el deseo de entrar en el
misterio de la fe. Es el itinerario de Jesús en el Evangelio: «Venid y
veréis» (Jn 1,36).
2.2. La familia
Si para algunos la increencia es un dato teórico,
en realidad, para muchos padres se convierte en algo concreto cuando
constatan con dolor que sus hijos abandonan la fe o viven como si no
creyeran. Por ello, es importantísimo ayudar a los padres a transmitir a
los hijos, junto con el patrimonio cultural, la herencia de la fe y la
experiencia de Dios que son fuentes de libertad y de gozo. La ayuda
ofrecida a la pareja durante el noviazgo y después del matrimonio es más
necesaria que nunca para afrontar estas situaciones. La experiencia de
los Equipes de Notre Dame es significativa: hogares cristianos
que se ayudan mutuamente a crecer en su vida de fe compartiendo los
gozos y las alegrías cotidianas, profundizando en la fe. Allí donde el
Evangelio ha quedado inscrito en los corazones de los hijos gracias a
los maestros y a la familia, es más fácil superar las crisis de la
adolescencia. La familia, primera escuela de evangelización, es el lugar
de la transmisión de una fe viva, encarnada en la vida cotidiana a
través de diversos gestos: la celebración de las fiestas religiosas, la
oración en familia por la noche, la bendición de la mesa, el rezo del
rosario, las visitas al Santísimo y a las iglesias, el tiempo para la
lectio divina o la liturgia de las horas. Los padres son los
primeros evangelizadores de sus hijos en la familia, donde los gozos y
los sufrimientos son ocasiones para hacer crecer las virtudes
cristianas. Acompañándolos a las actividades de los movimientos
eclesiales, les ayudan a arraigarse en la fe para prepararlos a recibir
los sacramentos y a formarse una conciencia cristiana. Viven así de modo
más pleno la vida familiar y eclesial. Las «catequesis familiares»
constituyen un ejemplo de ello: a los padres, especialmente a los papás,
se les pide que ejerzan su responsabilidad en el anuncio del Evangelio.
La familia aparece así como un lugar de cultura de
la vida y para la vida, donde unos aprenden de otros los valores
fundamentales de la convivencia, apreciando la diversidad y la riqueza
de cada uno. Para introducir en las familias cristianas «los criterios
de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas
de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la
humanidad» (Evangelii nuntiandi, n. 19), es decir, una cultura
inspirada por la fe, es importante consagrar más tiempo a la vida de
familia. Así puede nacer una nueva manera de ver y de vivir, de
comprender de actuar y preparar el futuro y ser, allí donde sea
necesario, promotores de una nueva cultura. Además, en una cultura de la
imagen, es importante que los padres eduquen a los hijos a ver la
televisión, discutiendo juntos sobre los programas, viéndolos con ellos
y mostrándose disponibles a contestar a sus preguntas. Si no, se corre
el riesgo de que la televisión ocupe el tiempo necesario para las
relaciones interpersonales, tan importantes para la transmisión de la
fe.
2.3. La instrucción
religiosa y la iniciación cristiana
La ignorancia, ya sea religiosa o cultural, es una
de las causas principales de la increencia, de la mal-creencia y de la
indiferencia religiosa. Para hacer frente a la ignorancia, es necesario
replantearse las diferentes formas de educación y de formación actuales,
especialmente en el nivel elemental. El papel de los profesores y los
maestros, que tienen que ser además testigos, es esencial. Siempre es
buen momento para enseñar, como lo muestran los Evangelios, que
presentan a Jesús dedicado a hacerlo durante la mayor parte de su vida
pública.
En este campo, es importante definir mejor la
especificidad cristiana frente a la Nueva Era[21],
a las sectas y a los nuevos movimientos religiosos[22],
tanto en el nivel de la investigación teológica como en el de la
formación de los catequistas. La superstición y la fascinación por la
magia son a menudo resultado de una formación insuficiente. La
ignorancia de los contenidos esenciales de la fe favorece el crecimiento
de las sectas y la multiplicación de los falsos profetas. Es importante
hacer percibir la diferencia entre vida eterna y mundo de los espíritus;
entre contemplación cristiana y meditación trascendental; entre milagro
y sanación; entre ciclo litúrgico y relación con la naturaleza.
Iniciación cristiana, catequesis y catecumenado.
En todas partes se aprecia la necesidad de dar
mayor importancia a la iniciación cristiana, junto con la preocupación
por una catequesis sacramental intensa y prolongada, condición sine
qua non del crecimiento en el hombre de la vida divina y de su amor
hacia la Iglesia. Muchos subrayan la necesidad de introducir o de
reintroducir la catequesis para adultos, no sólo para colmar las lagunas
de conocimientos, sino sobre todo para favorecer la experiencia personal
y eclesial de la fe. El catecumenado se propone bajo diversas formas,
entre las cuales, los nuevos movimientos eclesiales se revelan un apoyo
a la formación y al crecimiento de la fe, de modo que en diversos
países, el número de catecúmenos no deja de aumentar y prepara una nueva
generación de creyentes que redescubren juntos el gozo de creer en
Cristo compartiendo la fe de la Iglesia, un fervor y un entusiasmo
contagiosos y una esperanza viva.
La lectura y el estudio de la Biblia en las
parroquias se ve facilitada por programas adecuados. Al mismo tiempo,
hay que ofrecer diversas posibilidades para responder al derecho de cada
bautizado de recibir una verdadera formación doctrinal, derecho que va
unido al deber de seguir profundizando los contenidos de la fe y de
transmitirlos a las generaciones futuras[23].
En este campo, es útil orientar tales actividades hacia grupos
específicos: niños, universitarios, graduados, adultos y ancianos,
personas comprometidas con responsabilidades en la comunidad. Las
iniciativas emprendidas en los distintos niveles de formación, —bíblica,
moral, doctrina social de la Iglesia—, permiten a los participantes
discernir, a la luz del Evangelio, los acontecimientos de los ambientes
donde viven.
Instituciones de educación.
La Iglesia dispone de una imponente red de centros
de enseñanza, desde la escuela elemental a la Universidad. A diario, las
escuelas y centros de enseñanza católicos congregan a millones de
jóvenes. Este hecho constituye una excelente oportunidad, a condición de
que se la aproveche para proponer una formación auténticamente
cristiana, donde la fe se convierte en el elemento unificador de todas
las actividades del Instituto. En numerosos países, la enseñanza de la
religión católica en las escuelas públicas está garantizada, con cotas
que alcanzan a veces hasta el 90% del total de alumnos, como es el caso
de Italia. El contacto con los jóvenes en las escuelas desempeña un
papel fundamental en la pastoral de la cultura.
Allí donde no es posible ofrecer la enseñanza de la
religión, es importante mantener una dimensión religiosa en la escuela.
En algunos estados de los Estados Unidos, los padres y los profesores
cristianos, católicos y evangélicos, se han movilizado activamente para
introducir la oración en las escuelas públicas, no desde arriba, con una
decisión del Gobierno, sino a partir de iniciativas de base, con
campañas de recogida de firmas u otras similares. Del mismo modo, han
obtenido que se incluya en los programas de historia la importancia y el
papel fundamental de la religión en la cultura.
La presencia de la Iglesia en las Universidades[24],
tanto en el campo de la enseñanza como en el de la pastoral, es vital.
Aun cuando no esté presente a través de una Facultad de Teología, la
Iglesia asegura su presencia a través de una pastoral universitaria, que
se distingue de la simple pastoral juvenil. La pastoral universitaria
apunta principalmente a la evangelización de la inteligencia, la
creación de nuevas síntesis entre la fe y la cultura y se dirige
prioritariamente a los profesores y docentes, para disponer de católicos
bien formados.
En los seminarios y facultades de teología, la
filosofía y la teología fundamental tienen una importancia particular
como disciplinas de diálogo con la cultura moderna. Crece la necesidad
de diseñar nuevos cursos y programas en el diálogo entre la ciencia y la
fe. Así, por ejemplo, el Proyecto STOQ[25]
–—Ciencia, Teología y búsqueda Ontológica—, nacido en Roma, agrupa
diversas universidades pontificias bajo el patronato del Consejo
Pontificio de la Cultura, con el fin de formar personas competentes en
el campo de la ciencia y en el de la teología. Este proyecto
interdisciplinar está ya sirviendo de modelo a otros centros
universitarios en todo el mundo.
Otras iniciativas concretas merecen todo el apoyo:
la creación de una Academia para la Vida, centros como bibliotecas,
videotecas, librerías, el fomento de la prensa y las publicaciones
cristianas de amplia difusión.
Los servicios especializados en el diálogo con los
no creyentes y con la cultura de la increencia tienen también gran
importancia, en unión con las Comisiones para la cultura y para la
increencia de las Conferencias Episcopales. En las Facultades de
teología se pueden crear departamentos u observatorios sobre la
increencia, como los que ya existen en Zagreb, Split y en la Pontificia
Universidad Urbaniana de Roma. También la constitución de grupos
reducidos de estudio, que se reúnen informalmente, permite continuar
esta reflexión. Allí donde no exista una cátedra para el estudio del
ateísmo, la reflexión sobre las nuevas formas de increencia puede ser de
gran ayuda para la misión de la Iglesia.
2.4. La vía de la belleza y el patrimonio cultural
La belleza es una vía privilegiada para
acercar a los hombres a Dios y saciar su sed espiritual. La belleza
«como la verdad, es quien pone la alegría en el corazón de los hombres,
es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une las
generaciones y las hace comulgar en la admiración»[26].
La belleza, con su lenguaje simbólico, es capaz de hacer que hombres y
mujeres de culturas diferentes se encuentren en valores comunes, que,
radicándolos en su propia identidad antropológica y en la experiencia
original de su humanidad, permiten al hombre mantener el corazón abierto
a la fascinación del misterio y el absoluto[27].
En este contexto, la Iglesia se abre a una nueva epifanía de la belleza,
es decir, introduce en una nueva via pulchritudinis que amplía el
concepto de belleza de la filosofía griega. Las Escrituras revelan al
Mesías, «el más bello de los hijos de los hombres», que se ha abajado
por nosotros y se presenta como el «varón de dolores» (cfr. Is
53,3). En una cultura de la globalización, donde el hacer, el
obrar y el trabajar ocupan un lugar fundamental, la Iglesia
es llamada a fomentar el ser, el alabar y el contemplar
para desvelar la dimensión de lo bello. Un itinerario semejante requiere
una pastoral específica para los artistas y sus ambientes, lo mismo que
una adecuada valoración del patrimonio cultural.
Ya el Concilio Vaticano II reconoció la importancia
del diálogo con los artistas y el valor de la presencia constante y
benéfica de sus obras en la Iglesia, como camino que permite al hombre
elevarse hacia Dios. Es oportuno abrir o continuar el diálogo con las
instituciones y con las sociedades artísticas para crear relaciones
recíprocas que permitan enriquecer tanto a la Iglesia como a los mismos
artistas. En efecto, numerosos artistas han hallado en la Iglesia un
lugar de creatividad personal, donde la acogida se acompaña con
propuestas, confrontación y discernimiento. Esta pastoral requiere
laicos y clérigos que hayan recibido una buena formación cultural y
artística, para entablar un diálogo con «todos aquellos que, con amor
apasionado buscan nuevas “epifanías” de la belleza para donarla al mundo
en la creación artística»[28].
Las Semanas culturales, Festivales de
arte, Exposiciones de arte, Premios de arte sacro,
Bienales artísticas, organizados también en colaboración con las
autoridades civiles, en diferentes regiones del mundo, ayudan a un
acercamiento pastoral a la vía de la belleza como camino privilegiado de
inculturación de la fe. Estas actividades, junto con otras iniciativas,
que favorezcan las experiencia artística, donde la persona de Cristo y
los misterios de la fe, siguen siendo una fuente privilegiada de
inspiración para los artistas.
En el campo de la literatura, encuentros como los
organizados por el Consejo Pontificio de la Cultura con poetas,
escritores y críticos, tanto católicos como laicos, así como la creación
de círculos literarios, permiten intercambios muy prometedores.
Por otra parte, el patrimonio cultural de la
Iglesia sigue siendo un medio de evangelización. Los monumentos de
inspiración cristiana edificados a lo largo de siglos de fe son
auténticos testigos de una cultura modelada por el Evangelio de Cristo y
guías siempre actuales para una buena formación cristiana. En numerosos
lugares, la restauración de templos y, especialmente, de las fachadas, a
veces por iniciativa de la administración pública, se convierten en una
invitación a responder a la invitación de Jesús: «Brille, pues, vuestra
luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras» (Mt
5,6).
La organización y la promoción de conciertos de
música sacra, de coreografías de inspiración religiosa o de exposiciones
de arte sacro, ayudan a personas que hacen así de la experiencia de la
belleza un elemento de crecimiento de su fe en el encuentro personal con
el Salvador, contemplado a través de una obra de arte. Grandes
exposiciones, como en Londres, Behold the Saviour. Discovery of the
Transcendent through the Face of Christ; en diferentes ciudades de
España, Las Edades del Hombre, y en Roma, El Dios Escondido,
han atraído grandes cantidades de público, y constituyen un ejemplo de
la capacidad que tiene el arte de llegar al corazón insatisfecho del
hombre moderno. En efecto, son muchos los que se dan cuenta de la
incapacidad de la cultura racional y técnica para responder a la
necesidad profunda de sentido que reside en todo hombre y experimentan
una impotencia real para captar la realidad compleja y misteriosa del
mundo y la persona humana, mientras afirman su libertad y se afanan en
una búsqueda de felicidad a menudo ficticia.
En algunos países aparece la necesidad creciente de
una enseñanza religiosa en la Universidad para los estudiantes de
disciplinas artísticas y ciencias humanas. Estos, en efecto, con
frecuencia carecen de conocimientos elementales sobre el cristianismo y
son incapaces de comprender su propio patrimonio histórico y artístico.
Estos cursos sobre el cristianismo destinados a estudiantes de arte e
historia ofrecen la oportunidad de ponerles en contacto con la Buena
noticia de Cristo a través del patrimonio cultural.
La vía de la belleza aparece especialmente
importante en la liturgia. Cuando la dimensión de lo sagrado, según las
normas litúrgicas, se manifiesta a través de las representaciones
artísticas, el misterio celebrado logra despertar a los indiferentes e
interpelar los no creyentes. La via pulchritudinis se convierte
así en el camino del gozo que se manifiesta en las fiestas religiosas
celebradas como encuentros de fe.
2.5. Un nuevo lenguaje
para comunicar el Evangelio: razón y sentimiento
El Cardinal Newman, en su Gramática del
asentimiento[29]
subraya la importancia del doble canal de la evangelización, el corazón
y la cabeza, es decir, el sentimiento y la razón. Hoy día, la dimensión
emocional de la persona adquiere importancia creciente y numerosos
cristianos llegan por este medio al gozo de la fe. En un cultura de
irracionalismo dominante, experimentan la necesidad de profundizar sus
razones para creer mediante una formación apropiada, donde la Iglesia se
hace «samaritana» de la razón herida.
El primer problema es el del lenguaje. ¿Cómo
comunicar la Buena noticia de Cristo, único Salvador del mundo? La
cultura de la indiferencia y del relativismo, nacida en un Occidente
secularizado no facilita una comunicación fundada sobre un discurso
objetivo. En este caso, el diálogo, lo mismo que la comunicación, se ve
seriamente comprometido. Si las personas que viven en este cultura
tienen dificultades para descubrir la res significata, es decir,
Cristo mismo, es necesario repensar la res significans, es decir,
todo aquello que conduce a El y a los misterios de la fe, en función de
su cultura, para una evangelización renovada.
Estar junto a los jóvenes, tratar de comprender sus
maneras de vivir y su cultura, es el primer acercamiento para ayudar a
encontrar un lenguaje capaz de transmitirles la experiencia de Dios.
Algunas cadenas de televisión, como MTV[30],
basan su éxito entre los jóvenes en una mezcla de simpatía y rabia,
sarcasmo y tolerancia, sentido de responsabilidad y egoísmo. Adoptando
en alguna medida este lenguaje y, por supuesto, purificándolo, el
diálogo de la Iglesia con los jóvenes se vería facilitado y la relación
directa establecida con las personas permitiría transformar desde el
interior los aspectos negativos de su cultura y reforzar lo que tiene de
positivo. Los medios de comunicación social son aptos para comunicar una
experiencia positiva de conversión y de fe, vividas por personas reales
con las que es posible identificarse.
Por lo demás, la Iglesia puede explotar su tradición multisecular para llegar a las personas mediante el
atractivo de la música, ya sea litúrgica o popular. En efecto, la música tiene una gran capacidad de
apertura a la dimensión religiosa y en algunos casos, como el canto gregoriano, ejerce una fascinación
incluso en Occidente secularizado ambientes no eclesiales.
La cultura de la relación significativa
es indispensable para que el testimonio cristiano pueda implicar al otro
en un itinerario de fe. El primado de la persona y de las relaciones
personales es esencial en la obra de evangelización. El contacto
misionero auténtico se opera a través del diálogo y tejiendo relaciones
entre personas. Esta apertura no puede hacerse si no es permaneciendo
junto a las personas que tienen dificultades para establecer relaciones
positivas en la pareja, la familia o en la comunidad cristiana misma,
procurando que haya un acompañamiento a los niños, en los centros
parroquiales, adolescentes, novios, con educadores buenos y competentes.
Las personas ancianas tienen también necesidad de una pastoral que
responda a sus necesidades, lo que requiere de la comunidad cristiana un
esfuerzo para que las personas se sientan escuchadas, comprendidas
amadas y no consideradas como un simple miembro de una institución. Aun
en el «supermercado» de la religión y de la cultura, donde predominan el
sentimiento, la estética y la emoción, es posible ofrecer a quienes van
en busca una respuesta segura y exhaustiva, fundada sobre la verdad, la
belleza y la bondad de la fe en Jesucristo, que con su vida, su muerte y
resurrección da respuesta a todos los interrogantes fundamentales del
hombre sobre el gran misterio de su vida.
La Nueva Era y las sectas atraen a muchos
actuando precisamente sobre la emotividad. Para responder a este
desafío, y siguiendo la invitación del beato Juan XXIII de «emplear la
medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad»
[31],
se trata de salir al encuentro de todas las personas que buscan la
Verdad con sinceridad y de cuidar de quienes atraviesan momentos de
fragilidad e inquietud, que son presas fáciles para las sectas. A estas
personas en dificultad estamos llamados a presentar el misterio de la
Cruz: en ella, sin caer en la trampa del absurdo o del sentimentalismo,
podemos compartir los sufrimientos de las personas heridas y ayudarlas a
encontrar allí la posibilidad de dar un sentido a su vida de
sufrimiento.
Las relaciones
personales dentro de la Iglesia, sobre todo en las parroquias más
extensas, son de gran importancia. Las pequeñas comunidades, vinculadas
a movimientos eclesiales, que tienen en cuenta las particularidades
antropológicas, culturales y sociales de las personas, permiten renovar
y profundizar la vida de comunión. El gozo de pertenecer a la familia de
Dios es el signo visible del mensaje de la salvación y la Iglesia,
familia de familias, aparece entonces como el verdadero «lugar» del
encuentro entre Dios y los hombres.
La actitud misionera hacia los que están lejos de
la Iglesia y que consideramos como no creyentes o indiferentes es
siempre la del Buen pastor que va a buscar la oveja perdida para
reconducirla al redil. Es también fundamental acoger con cuidado a
aquellos, cada vez más numerosos, que sólo acuden a la iglesia
ocasionalmente[32].
Entrar en diálogo con estas personas es muchas veces más fácil de lo que
se piensa. A veces, basta un poco de iniciativa para dirigirles una
invitación calurosa y personalizada, o para entablar relaciones humanas
de amistad profunda, para suscitar la confianza y una mejor comprensión
de la Iglesia[33].
Inculturar la fe y evangelizar las culturas a
través de las relaciones interpersonales permite a todos y cada uno
percibir la Iglesia como su propia casa y sentirse en ella a gusto. El
anuncio del Evangelio que llevaron a Asia misioneros venidos de
Occidente, como Matteo Ricci o De Nobili, fue fecundo en la medida en
que los pueblos asiáticos percibieron su inserción en las culturas
locales, cuyas lenguas y costumbres aprendieron, respetándolas y
tratando de enriquecerse en un intercambio recíproco. Evangelizar las
culturas exige entrar en ellas con amor e inteligencia para
comprenderlas en profundidad y hacerse allí presente con verdadera
caridad.
2.6. Los Centros Culturales Católicos
[34]
«Los centros culturales católicos ofrecen a
la Iglesia singulares posibilidades de presencia y acción en el campo de
los cambios culturales. En efecto, éstos son unos foros públicos
que permiten la amplia difusión, mediante el diálogo creativo, de
convicciones cristianas sobre el hombre, la mujer, la familia, el
trabajo, la economía, la sociedad, la política, la vida internacional y
el ambiente » (Ecclesia in Africa, n. 103).
Los Centros Culturales Católicos, que se conciben
como una especie de laboratorio cultural, «presentan una rica
diversidad, tanto por su denominación (Centros o Círculos Culturales,
Academias, Centros Universitarios, Casas de Formación), como por las
orientaciones (teológica, ecuménica, científica, educativa, artística,
etc...), o por los temas tratados (corrientes culturales, valores,
dialogo intercultural e interreligioso, ciencia, artes etc...), o por
las actividades desarrolladas (conferencias, debates, cursos,
seminarios, publicaciones, bibliotecas, manifestaciones artísticas o
culturales, exposiciones, etc.). El concepto mismo de “Centro
Cultural Católico” reúne la pluralidad y la riqueza de las
diversas situaciones de un país: se trata, bien de instituciones
vinculadas a una estructura de la Iglesia... bien de iniciativas
privadas de católicos, pero siempre en comunión con la Iglesia» (Para
una pastoral de la cultura, n. 32).
Los Centros culturales católicos son lugares
privilegiados para una pastoral de la cultura y ofrecen la posibilidad
de debates, con la ayuda de películas o conferencias, sobre problemas
culturales de actualidad. La respuesta a estos interrogantes de la
cultura, permite superar numerosos obstáculos a la fe, un don de Dios
que se recibe a través de la escucha (cfr. Rm 10,17).
2.7. Turismo religioso
Mientras en ciertas partes del mundo siguen
dominando condiciones inhumanas de trabajo, en otras no deja de aumentar
el tiempo dedicado al ocio. Siguiendo el surco de la tradición de la
peregrinación, la promoción del turismo religioso adquiere toda
su importancia. Entre las diferentes iniciativas que tratan de responder
a las legítimas expectativas culturales de los indiferentes y de los que
no frecuentan la Iglesia, algunas buscan unir la presentación del
patrimonio religioso con el deber cristiano de la acogida, de la
propuesta de la fe y de la caridad. Las condiciones para ello son las
siguientes:
– Abrir
una oficina para coordinar las actividades eclesiales locales con las
peticiones de los turistas, ayudándoles a comprender lo específico del
patrimonio de la Iglesia, que es ante todo cultual;
– Poner
en marcha actividades, acontecimientos, museos diocesanos, itinerarios
culturales, donde el arte local conservado para las generaciones futuras
puede servir de instrumento para la catequesis y la educación;
– Dar
a conocer la piedad popular a través de itinerarios devocionales y
permitir así experimentar la riqueza, la diversidad y la universalidad
de la vida de fe en los diversos pueblos;
– Crear
organizaciones de guías católicos para los monumentos, que puedan
ofrecer a la vez indicaciones culturales de calidad y un testimonio de
fe, gracias a una formación cristiana y artística seria.
– Utilizar
el sitio Internet de las diócesis para dar a conocer estas actividades.
3. La vía del amor
«Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de
la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu
unánime colaboran en la fe del Evangelio y se alzan como signo de
unidad» (Gaudium et spes, n. 21). El testimonio de la caridad es
el argumento más convincente que los cristianos presentan como prueba de
la existencia del Dios del amor; es el «camino mejor», del que habla san
Pablo (cfr. 1Cor 13). En el arte cristiano y en la vida de los
santos, resplandece una chispa de la belleza y del amor de Dios que se
encarna de manera siempre nueva en la vida de los hombres. Al final, la
belleza salvará al mundo[35]:
la belleza comprendida como una vida moral lograda que, a imitación de
Cristo, atrae a los hombres hacia el bien. No deja de ser significativo
que los griegos consideraran como ideal de la vida del hombre la
kalokagathía, la posesión de todas las cualidades físicas y morales,
lo bello y lo bueno. El filósofo Jacques Maritain ha convertido lo bello
en un trascendental, a la par de lo bueno y lo verdadero: ens et unum
et bonum et verum et pulchrum convertuntur. Esta síntesis se
manifiesta en la vida del cristiano y, sobre todo, en la comunidad
cristiana. No se trata de «demostrar» a toda costa, sino de compartir el
gozo de la experiencia de la fe en Cristo, Buena Noticia para todos los
hombres y sus culturas. Así, nuestros contemporáneos pueden sentirse
interpelados en el corazón de su increencia o de su indiferencia. Los
grandes santos de nuestro tiempo, especialmente aquellos que han
ofrecido su vida por los más pobres, unidos a la multitud de todos los
santos de la Iglesia, constituyen el argumento más elocuente para
suscitar en el corazón de los hombres y mujeres la búsqueda de Dios y su
respuesta. Cristo es la Belleza, «egw eimi o poimhn o kaloV
» (Jn 10, 11), que atrae los corazones hacia el Padre con la
gracia del Espíritu Santo.
El testimonio del perdón y del amor fraterno entre
los cristianos se extiende a todos los hombres como una oración
suplicante. Es una llamada dirigida a todos los cristianos, según la
recomendación de san Agustín: «Hermanos, os exhortamos vivamente a que
tengáis caridad, no sólo para con vosotros mismos, sino también para con
los de fuera, ya se trate de los paganos, que todavía no creen en
Cristo, ya de los que están separados de nosotros... Deploremos su
suerte, sabiendo que se trata de hermanos nuestros...Os conjuramos,
pues, hermanos, por Cristo nuestro Señor, ... a que usemos con ellos de
una gran caridad, de una abundante misericordia, rogando a Dios por
ellos, para que les dé finalmente un recto sentir, para que reflexionen
y se den cuenta que non tienen en absoluto nada que decir contra la
verdad»[36]
4. En resumen
Una visión sintética de las indicaciones, sugerencias y propuestas de personas procedentes de diferentes
culturas en los cinco continentes y de experiencias pastorales muy diferentes, permite destacar los puntos
siguientes que merecen una atención particular:
– Importancia de dar testimonio de la belleza de ser amados por Dios
– Necesidad de renovar la apologética cristiana para dar razón, con
dulzura y respeto, de la esperanza que hay en nosotros (1Pe 3,15)
– Acercarse al homo urbanus mediante una presencia pública en los debates de
sociedad y poner el Evangelio en contacto con las fuerzas que modelan la
cultura.
– Urgencia de
enseñar a pensar, en la escuela y la universidad y tener el valor de
reaccionar, frente a la aceptación tácita de una cultura dominante, a
menudo impregnada de increencia e indiferencia religiosa, mediante una
nueva y gozosa propuesta de cultura cristiana.
– A los no
creyentes, indiferentes a la cuestión de Dios, pero creyentes en los
valores humanos, mostrar que ser verdaderamente hombre es ser religioso,
que el hombre halla su plenitud humana en Cristo, verdadero Dios y
verdadero hombre, y que el Cristianismo es una buena noticia para todos
los hombres y culturas.
CONCLUSIÓN: «EN TU NOMBRE, ECHARÉ LAS REDES» (Lc 5,4)
Los Padres del Concilio Vaticano II afirman con
convicción: «Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la
humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones
venideras razones para vivir y razones para esperar» (Gaudium et spes,
n. 31). Para los cristianos, ha llegado la hora de la esperanza. Esta
virtud teologal es el hilo conductor de la exhortación apostólica del
Papa Juan Pablo II Novo Millennio Ineunte, al final del Gran
Jubileo del Año 2000, horizonte de fe de toda la Iglesia en esta época
crucial de la Iglesia. Hoy como ayer, solo Cristo es capaz de ofrecer
razones para vivir y esperar. El enigma de la muerte, el misterio del
sufrimiento, sobre todo el de los inocentes, siguen siendo un escándalo
para muchos, hoy como siempre, en todas las culturas. El deseo de la
vida eterna no se ha apagado en el corazón de los hombres. Sólo
Jesucristo, que ha vencido la muerte y ha devuelto la vida a los
hombres, puede ofrecer una respuesta decisiva al sufrimiento y a la
muerte, sólo Él es el verdadero portador del agua de la vida que apaga
la sed de los hombres. No hay otro camino que contemplar su rostro,
experimentar la comunión de fe, de esperanza y de amor en la Iglesia y
dar al mundo testimonio de la caridad y del primado de la gracia, de la
oración y de la santidad. Frente a los nuevos desafíos de la increencia
y de la indiferencia religiosa, de la secularización de los creyentes y
de la nueva religiosidad del Yo, hay razones para seguir esperando,
fundados en la Palabra de Dios: «Lámpara es tu Palabra para mis pasos,
luz en mi sendero» (Sal 119,105).
Los fenómenos simultáneos de vacío interior y de
vagabundeo espiritual, de desafío institucional y de sensibilidad
emocional de las culturas secularizadas de Occidente, exigen una
renovación del fervor y autenticidad de vida cristiana, valor e
iniciativa apostólica, rectitud de vida y de doctrina, para dar
testimonio, en comunidades creyentes renovadas, de la belleza y la
verdad, la grandeza y la fuerza incomparables del Evangelio de Cristo.
Los gigantescos desafíos de la increencia, de la indiferencia religiosa
y de la nueva religiosidad son otras tantas llamadas a evangelizar las
nuevas culturas y el nuevo deseo religioso que renace en sus formas
paganas y gnósticas al alba del tercer milenio. Es la tarea pastoral más
urgente para toda la Iglesia en nuestro tiempo, en el corazón de todas
las culturas.
Tras una noche de dura fatiga sin ningún resultado,
Jesús invita a Pedro a remar mar adentro y a echar de nuevo la red. Aun
cuando esta nueva fatiga parece inútil, Pedro se fía del Señor y
responde sin dudar: «Señor, en tu palabra, echaré la red» (Lc
5,4). La red se llena de peces, hasta el punto de romperse. Hoy, después
de dos mil años de trabajo en la barca agitada de la Historia, la
Iglesia es invitada por Jesús a «remar mar adentro», lejos de la orilla
y las seguridades humanas, y a tirar de nuevo la red. Es hora de
responder de nuevo con Pedro: «Señor, en tu palabra, echaré la red».
___________________________
[1]
Inde a Pontificatus, 25 de marzo de 1993, AAS 85 (1993) 549-552.
[2]
El documento del Consejo Pontificio de la Cultura,
Para una pastoral de la cultura, ha sido publicado en español por la
Librería Editrice Vaticana. Al igual que los restantes textos del Magisterio aquí citados,
se puede consultar en el sitio Internet del Vaticano:
http://www.vatican.va
[3]
Véanse los estudios del Consejo Pontificio para el Diálogo para los No Creyentes, P. Poupard (Ed.),
Fe y ateísmo en el mundo, BAC, Madrid 1988; Felicidad y fe cristiana, Herder, Barcelona, 1992.
[4]
Es importante distinguir «nuevos movimientos religiosos»,
término técnico para designar a las religiones llamadas
«alternativas» de «nuevos movimientos eclesiales», que designa
las nuevas comunidades surgidas en el seno de la Iglesia
católica. Además es importante la distinción entre «religioso» y
«espiritual»: no todo movimiento «espiritual», es decir,
vinculado a una experiencia del espíritu puede pretender ser
reconocido como una religión.
[5]
Ángelus
del 27 de julio 2003, in L’Osservatore Romano, Ed.Semanal en lengua española, n. 31, 1-VIII-2003.
[6]
La transmisión de la fe en el corazón de las culturas
fue el tema de la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la
Cultura en 2002. Véase el número monográfico de la revista del
Consejo, Culturas y fe, X (2002).
[7]
Cfr.
Para una pastoral de la cultura, n. 9.
[8]
Sobre la «Nueva Era», véase el documento, publicado conjuntamente por el Consejo Pontificio de la Cultura
y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso,
Jesucristo, portador del agua de la vida, Ciudad del Vaticano 2003.
[9]
Para una pastoral de la cultura, n. 24.
[10]
Para este apartado, véase el documento antes citado,
Jesucristo, portador del agua de la vida.
[11]
Juan Pablo II,
Homilía
en la canonización de Edith Stein, 14-X-1998, in L’Osservatore Romano, ed. Sem. en lengua española,
nº 42, 16-X-1998.
[12] Cfr. Juan Pablo II,
Novo Millennio Ineunte, nn. 30-31.
[13]
Cfr. Concilio Vaticano II, Decl.
Dignitatis humanae, n. 3
[14]
Dirección de Incroyance et prière: 11, Impasse Flammarion, F-13 001, Marseille (Francia).
[15]
Secretariado para los No Creyentes, El diálogo con los no creyentes, Roma 1968. Cfr. también del
mismo Secretariado la nota Studium atheismi et institutionem ad dialogum cum non credentibus habendum, Romae 1970.
[16]
La Cátedra está organizada de manera original. Consiste en una serie de encuentros que se celebran en la
Universidad de Milán (Estatal). La sesión se desarrolla en una atmósfera de respeto y de silencio, desde
la presentación misma del tema de la sesión; no se permiten los aplausos, ni se cede la palabra al público
asistente. El Cardenal presenta al primero de los conferenciantes que van a intervenir. Tras él, retoma la
palabra. Tras un tiempo de silencio y un intermedio musical, ofrecido por el Coro de la Universidad Católica,
el Cardenal da la palabra a un segundo conferenciante. Acabada su intervención, el Cardenal invita a los
asistentes a poner por escrito sus preguntas y objeciones. La última sesión está consagrada a la respuesta
a estas preguntas.
[17]
Los diálogos, aparecidos primero en las páginas finales del Diario de Notícias lisboeta, a finales
del 2003, han dado origen a un libro: J. Policarpo-E. Prado Coelho, Diálogos sobre a Fé, Editorial
Notícias, Lisboa 2004.
[18] S. Agustín, La Ciudad de Dios,
XVIII,51,2; in Obras Completas XVI-XVII, Trad. Santamarta y Fuertes, BAC, Madrid 1988.
[19] Mons. Guy Gaucher, obispo auxiliar de
Lisieux, ha narrado esta peregrinación en su libro «Je voudrais parcourir la terre». Thérèse de Lisieux
thaumaturge, docteur et missionaire, Cerf, Paris 2003.
[20]
A Diogneto, en Padres Apostólicos, ed. D. Ruiz Bueno, BAC, Madrid 21967.
[21]
Cfr.
Jesucristo portador del agua de la vida. Cit.
[22]
Cfr. el sitio del Observatorio sobre las sectas: www.cesnur.org
[23]
Código de Derecho Canónico,can. 229,
748
y 226,§ 2.
[24]
Cfr. Congregación para la Educación Católica-Consejo Pontificio para los Laicos- Consejo Pontificio de la
Cultura,
Presencia de la Iglesia en la Universidad y en la Cultura Universitaria, Ciudad del Vaticano 1994.
[25]
Science, Theology and the Ontological Quest La página Internet: www.stoqnet.org. Véase también el
portal www.disf.org
[26] Concilio Vaticano II,
Mensaje a los artistas; Cfr. Juan Pablo II,
Carta a los artistas, n. 3, Ciudad del Vaticano 1999;
Para una pastoral de la cultura, n. 36.
[27] Cfr. Juan Pablo II,
Novo millennio ineunte, nn. 15 y 31.
[28] Dedicatoria de Juan Pablo II en la apertura de su
Carta a los artistas.
[29] J.H. Newman, An Essay in Aid of a Grammar of Assent, I.
Ker (Ed.), Oxford University Press, 1985.
[30] Music TeleVision (MTV) es una cadena de
televisión internacional de música pop, el equivalente, desde el punto de vista de la cultura juvenil, de
la CNN con sus noticieros de actualidad 24 horas al día.
[31]Juan XXIII, Discurso en la apertura del
Concilio, 11 octubre 1962, en Concilio Ecuménico Vaticano II, BAC, Madrid 2000, p. 1095.
[32] A este propósito, en lugar de decir a los
que no vienen más que a la misa de Navidad o de Pascua, «hasta el año que viene», sería mejor que el
sacerdote les invitara: «Los extrañamos. Vengan a vernos más a menudo».
[33] Los redentoristas de Edimburgo han publicado
en la prensa local un aviso ofreciendo gratuitamente un libro Once a catholic? Why not a fresh start?
(¿Dejaste de ser católico? ¿Por qué no comenzar de nuevo?). Recibieron más de dos mil solicitudes.
[34] Véase al respecto el vademécum editado
por el Consejo Pontificio de la Cultura y el Servicio Nacional para el Proyecto Cultural de la Conferencia
Episcopal Italiana, Centri Culturali Cattolici. Perché? Cos’è? Cosa fare? Dover? Ed. San Paolo,
Cinisello Balsamo 2003. El CELAM está preparando una edición en español que aparecerá próximamente.
[35]F. Dostoyevski, El idiota, p. III,
cap. V; citado en Juan Pablo II,
Carta a los artistas, n. 16.
[36] S. Agustín, Comentario al Salmo 32,
29. CCL 38,272-273. II Lectura del martes de la XIV semana del T.O.