DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO
ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE
CON MOTIVO DE LAS FELICITACIONES DE AÑO NUEVO
Sala Regia
Lunes 7 de enero de 2008
Excelencias.
Señoras y Señores.
1. Saludo cordialmente a vuestro decano, el Embajador
Giovanni Galassi, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido
en nombre del Cuerpo diplomático acreditado. Un saludo deferente va a
cada uno de vosotros, y en particular a los que participan por primera
vez en este encuentro. A través de vosotros, elevo mis fervientes votos
a los pueblos y gobiernos que digna y competentemente representáis. Hace
algunas semanas, vuestra comunidad se ha vestido de luto: el embajador
de Francia, señor Bernard Kessedjian, culminó su peregrinación terrena;
¡que el Señor le conceda su paz! Al mismo tiempo, dirijo un pensamiento
especial a las naciones que no tienen todavía relaciones diplomáticas
con la Santa Sede: también ellas tienen un lugar en el corazón del Papa.
Como he querido señalar en el Mensaje para la celebración de la Jornada
Mundial de la Paz de este año, la Iglesia está profundamente convencida
de que la humanidad constituye una familia.
2. Las relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes
Unidos se han establecido inspiradas en un espíritu de familia, así como
la visita a unos países muy queridos. La calurosa acogida de los
Brasileños permanece todavía vibrante en mi corazón. En este país, tuve
la alegría de encontrar a los representantes de la gran familia de la
Iglesia en América Latina y en el Caribe, reunidos en Aparecida para la
Quinta Conferencia General del CELAM. En el ámbito económico y social,
pude apreciar tanto signos elocuentes de esperanza para este continente
como motivos de preocupación. ¿Cómo no desear una cooperación creciente
entre los pueblos de América Latina, así como el cese de tensiones
internas en cada uno de los países que la componen, para que puedan
converger en los grandes valores inspirados por el Evangelio? Deseo
mencionar a Cuba, que se apresta a celebrar el décimo aniversario de la
visita de mi venerado Predecesor. El Papa Juan Pablo II fue recibido con
afecto por las Autoridades y por la población, animando a todos los
cubanos a colaborar para conseguir un futuro mejor. Permítaseme retomar
este mensaje de esperanza que no ha perdido nada de su actualidad.
3. Mi pensamiento y mi oración se dirigen sobre todo
hacia las poblaciones golpeadas por espantosas catástrofes naturales. Me
refiero a los huracanes e inundaciones que han devastado ciertas
regiones de México y de América Central, así como algunos países de
África y de Asia, en particular Bangladesh, y una parte de Oceanía;
también habría que mencionar los grandes incendios. El Cardenal
Secretario de Estado, que, a finales de agosto se acercó hasta el Perú,
me ofreció un testimonio directo de la destrucción y la desolación
provocada por el terrible terremoto, pero también del ánimo y de la fe
de las poblaciones afectadas. Frente a los trágicos acontecimientos de
este tipo, es necesario un compromiso común y decidido. Como he escrito
en la Encíclica sobre la Esperanza «la grandeza de la humanidad está
determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el
que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad»
(Carta Enc.
Spe salvi, n. 38).
4. La comunidad internacional mantiene viva su
preocupación por el Medio Oriente. Me alegra que la Conferencia de
Annapolis haya dado signos en la dirección de un abandono del recurso a
soluciones parciales o unilaterales, en beneficio de una visión global,
respetuosa de los derechos e intereses de los pueblos de la región. Una
vez más, hago un llamamiento a los Israelíes y a los Palestinos, para
que concentren sus esfuerzos en poner en práctica los compromisos
asumidos en esta ocasión y no frenen el proceso felizmente iniciado.
Invito además a la comunidad internacional a sostener a estos dos
pueblos con convicción y comprensión hacia los sufrimientos y los miedos
de cada uno de ellos. ¿Cómo no estar cerca del Líbano, en las pruebas y
las violencias que siguen afligiendo este querido país?. Deseo que los
libaneses puedan decidir libremente acerca de su futuro y pido al Señor
que les ilumine, empezando por los responsables de la vida pública, para
que, dejando de lado los intereses particulares, estén dispuestos a
comprometerse por el camino del diálogo y de la reconciliación.
Solamente así el país podrá progresar en la estabilidad y ser de nuevo
un ejemplo de convivencia entre las comunidades. También en Irak, la
reconciliación es una urgencia. Actualmente, los atentados terroristas,
las amenazas y la violencia continúan, en particular contra la comunidad
cristiana, y las noticias que nos llegan de ayer confirman nuestra
preocupación; es evidente que todavía quedan por resolver aspectos
esenciales de ciertas cuestiones políticas. En este marco, una reforma
constitucional apropiada deberá salvaguardar los derechos de las
minorías. Se necesitan importantes ayudas humanitarias para las
poblaciones afectadas por la guerra, y pienso en particular en los
desplazados dentro del país y en los refugiados en el extranjero, entre
los cuales se encuentran numerosos cristianos. Invito a la comunidad
internacional a mostrarse generosa con ellos y con los países donde
ellos encuentran refugio, cuya capacidad de acogida se ve sometida a
dura prueba. Deseo también alentar a que se continúe sin descanso por la
vía de la diplomacia para resolver la cuestión del programa nuclear
iraniano, negociando con buena fe, adoptando medidas destinadas a
aumentar la transparencia y la confianza recíprocas, y teniendo siempre
en cuenta las auténticas necesidades de los pueblos y del bien común de
la familia humana.
5. Ampliando nuestra mirada al continente asiático,
quisiera llamar vuestra atención sobre otras situaciones críticas. En
primer lugar, Pakistán, que en los últimos meses ha sido duramente
golpeado por la violencia. Deseo que todas las fuerzas políticas y
sociales se comprometan en la construcción de una sociedad pacífica que
respete los derechos de todos. En Afganistán, junto a la violencia se
añaden otros graves problemas sociales, como la producción de drogas; es
necesario ofrecer más apoyo a los esfuerzos de desarrollo y trabajar con
más intensidad todavía en la construcción de un futuro sereno. En Sri
Lanka, no es posible aplazar para más tarde los esfuerzos decisivos para
remediar los inmensos sufrimientos causados por los conflictos vigentes.
Pido al Señor que en Myanmar, con el apoyo de la comunidad
internacional, se abra una época de diálogo entre el gobierno y la
oposición, asegurando el verdadero respeto de todos los derechos del
hombre y de las libertades fundamentales.
6. Volviendo ahora a África, quisiera en primer lugar
volver a expresar mi profundo pesar al comprobar cómo la esperanza
parece casi derrotada por el siniestro cortejo de hambre y de muerte que
perdura en el Darfour. Deseo de todo corazón que la operación conjunta
de las Naciones Unidas y de la Unión Africana, cuya misión acaba de
comenzar, lleve ayuda y consuelo a las poblaciones que sufren. El
proceso de paz en la República Democrática del Congo tropieza con
fuertes resistencias en la zona de los grandes lagos, sobre todo en las
regiones orientales, y Somalia, en particular Mogadiscio, sigue estando
afligida por la violencia y la pobreza. Hago un llamamiento a las partes
en conflicto para que cesen las operaciones militares, se facilite el
paso de la ayuda humanitaria y los civiles sean respetados. Kenia ha
experimentado estos días una brusca erupción de violencia. Uniéndome a
la exhortación de los Obispos del 2 de enero, invito a todos los
habitantes, y en particular a los responsables políticos, a buscar a
través del diálogo una solución pacífica, fundada sobre la justicia y la
fraternidad. La Iglesia Católica no es indiferente a los gemidos de
dolor que se elevan en esta región. Ella hace suyas las peticiones de
ayuda de los refugiados y de los desplazados y se compromete para
favorecer la reconciliación, la justicia y la paz. Este año, Etiopía
inicia el tercer milenio cristiano, y estoy seguro de que las
celebraciones organizadas con este motivo contribuirán también a
recordar la inmensa obra, social y apostólica, realizada por los
Cristianos en África.
7. Terminando por Europa, me alegro de los progresos
alcanzados en los diferentes países de la región de los Balcanes y
expreso una vez más el deseo que el estatuto definitivo de Kosovo tenga
en cuenta las legítimas reivindicaciones de las partes implicadas y
garantice, a todos los que habitan en esta tierra, seguridad y respeto a
sus derechos para que definitivamente se aleje el fantasma de los
enfrentamientos violentos y se refuerce la estabilidad europea. Quisiera
citar igualmente a Chipre recordando con alegría la visita, el mes de
junio pasado, de Su Beatitud el Arzobispo Chrysostomos II. Deseo que, en
el contexto de la Unión Europea, no se escatime ningún esfuerzo para
encontrar solución a una crisis que dura demasiado tiempo. En el mes de
septiembre pasado, realicé una visita a Austria, que quiso también
subrayar la contribución esencial que la Iglesia católica puede y quiere
dar a la unificación de Europa. A propósito de Europa, quisiera
aseguraros que sigo con atención el período que se ha abierto con la
firma del «Tratado de Lisboa». Esta etapa impulsa el proceso de
construcción de la «casa Europea», que «será para todos un buen lugar
para vivir si se construye sobre un sólido fundamento cultural y moral
de valores comunes tomados de nuestra historia y de nuestras
tradiciones» (Encuentro
con las Autoridades y el Cuerpo diplomático, Viena, 7
septiembre 2007) y si ella no reniega de sus raíces cristianas.
8. De este rápido repaso general, aparece con claridad
la fragilidad de la seguridad y la estabilidad en el mundo. Los factores
de preocupación son diferentes; sin embargo, todos testimonian que la
libertad humana no es absoluta, sino que se trata de un bien compartido,
cuya responsabilidad incumbe a todos. En consecuencia, el orden y el
derecho son elementos que la garantizan. El derecho sólo podrá ser una
fuerza eficaz de paz si sus fundamentos permanecen sólidamente anclados
en el derecho natural, dado por el Creador. Es por eso también que no se
puede nunca excluir a Dios del horizonte del hombre y de la historia. El
nombre de Dios es un nombre de justicia, representa una llamada urgente
a la paz.
9. Esta toma de conciencia podría ayudar, entre otras
cosas, a orientar las iniciativas de diálogo intercultural e
interreligioso. Estas iniciativas son cada vez más numerosas y pueden
estimular la colaboración en temas de interés mutuo, como la dignidad de
la persona humana, la búsqueda del bien común, la construcción de la paz
y el desarrollo. A este respecto, la Santa Sede ha querido dar un
relieve particular a su participación en el diálogo de alto nivel sobre
el entendimiento entre las religiones y las culturas y la cooperación
para la paz, en el marco de la 62ª Asamblea General de las Naciones
Unidas (4-5 octubre 2007). Este diálogo, para ser auténtico, debe ser
claro, evitando relativismos y sincretismos, pero animado de un respeto
sincero por los otros y de un espíritu de reconciliación y de
fraternidad. La Iglesia Católica está profundamente comprometida en ello
y me es grato recordar de nuevo la carta que, el 13 de octubre pasado,
me dirigieron ciento treinta y ocho personalidades musulmanas, renovando
mi gratitud por los nobles sentimientos que allí se expresan.
10. Nuestra sociedad ha incluido justamente la grandeza
y la dignidad de la persona humana en las diversas declaraciones de
derechos, que han sido formuladas a partir de la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre, adoptada hace sesenta años. Este acto
solemne fue, según la expresión del Papa Pablo VI, uno de los más
grandes títulos de gloria de las Naciones Unidas. En todos los
continentes, la Iglesia Católica, se compromete para que los derechos
del hombre sean no solamente proclamados, sino aplicados. Es de desear
que los organismos creados para la defensa y promoción de los derechos
del hombre consagren todas sus energías a este cometido, y en
particular, que el Consejo de los Derechos del Hombre sepa responder a
las expectativas suscitadas tras su creación.
11. La Santa Sede, por su parte, no dejará de reafirmar
estos principios y estos derechos fundados sobre lo que es esencial y
permanente en la persona humana. Es un servicio que la Iglesia desea
ofrecer a la verdadera dignidad del hombre, creado a imagen de Dios.
Partiendo precisamente de estas consideraciones, no puedo dejar de
deplorar, una vez más, los continuos ataques perpetrados, en todos los
continentes, contra la vida humana. Quisiera recordar, junto a tantos
investigadores y científicos, que las nuevas fronteras de la bioética no
imponen una elección entre la ciencia y la moral, sino que más bien
exigen un uso moral de la ciencia. Por otra parte, recordando el
llamamiento hecho por el Papa Juan Pablo II con ocasión del gran Jubileo
del Año 2000, me alegra que, el 18 de diciembre pasado, la Asamblea
General de las Naciones Unidas adoptara una resolución por la que se
llama a los Estados a instituir una moratoria en la aplicación de la
pena de muerte, y deseo que esta iniciativa estimule el debate público
sobre el carácter sagrado de la vida humana. Deploro, una vez más, los
ataques preocupantes contra la integridad de la familia, fundada sobre
el matrimonio entre un hombre y una mujer. Los responsables de la
política, de la orientación que sean, deben defender esta institución
fundamental, célula básica de la sociedad. ¡Qué más se puede decir!
Hasta la libertad religiosa, «exigencia ineludible de la dignidad de
cada hombre y piedra angular del edificio de los derechos humanos» (Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz 1988, preámbulo), está
frecuentemente amenazada. Existen, en efecto, lugares donde no se puede
ejercer plenamente. La Santa Sede, la defiende y pide su respeto para
todos. Ella está preocupada por las discriminaciones contra los
cristianos y contra los fieles de otras religiones.
12. La paz no puede ser sólo una simple palabra o una
aspiración ilusoria. La paz es un compromiso y un modo de vida que exige
que se satisfagan las expectativas legítimas de todos como el acceso a
la alimentación, al agua y a la energía, a la medicina y a la
tecnología, o bien el control de los cambios climáticos. Solamente así
se puede construir el futuro de la humanidad; solamente así se favorece
el desarrollo integral para hoy y para mañana. Hace cuarenta años, el
Papa Pablo VI, acuñando una expresión particularmente feliz, señaló en
la Encíclica
Populorum progressio que «el desarrollo es el nuevo nombre de la
paz». Por eso, para consolidar la paz, es necesario que los positivos
resultados macroeconómicos, obtenidos en 2007 por numerosos países en
vías de desarrollo, sean sostenidos por políticas sociales eficaces y
por la puesta en práctica de compromisos de asistencia por parte de los
países ricos.
13. Por último, quisiera exhortar a la comunidad
internacional a un compromiso global por la seguridad. Un esfuerzo
conjunto por parte de los Estados para aplicar todas las obligaciones
contraídas, y para impedir el acceso de los terroristas a las armas de
destrucción masiva, reforzaría, sin ninguna duda, el régimen de no
proliferación nuclear y lo haría más eficaz. Celebro el acuerdo
alcanzado para el desmantelamiento del programa de armamento nuclear en
Corea del Norte y animo a la adopción de medidas apropiadas para la
reducción de armas de tipo convencional y para afrontar el problema
humanitario planteado por las bombas de racimo.
Señoras y señores Embajadores.
14. La diplomacia es, en cierta manera, el arte de la
esperanza. Ella vive de la esperanza e intenta discernir incluso sus
signos más tenues. La diplomacia debe dar esperanza. Cada año, la
celebración de la Navidad nos recuerda que, cuando Dios se hizo niño
pequeño, la Esperanza vino a habitar en el mundo, en el corazón de la
familia humana. Esta certeza se hace hoy oración: que Dios abra a la
Esperanza, que no defrauda nunca, el corazón de aquellos que gobiernan
la familia de los pueblos. Movido por estos sentimientos, dirijo a cada
uno de vosotros mis mejores votos, para que vosotros, vuestros
colaboradores y los pueblos que representáis seáis iluminados por la
Gracia y la Paz que nos llegan del Niño de Belén.