TEXTOS PATRÍSTICOS SOBRE LA EUCARISTÍA (1)
LA DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES (o DIDAJÉ) (2)
[La eucaristía]
IX. 1. En cuanto a la eucaristía, den gracias así.
2. En primer lugar, sobre el cáliz:
Te damos gracias, Padre nuestro,
por la santa vid de David, tu siervo,
que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo.
A ti la gloria por los siglos.
3. Luego, sobre el pedazo (de pan):
Te damos gracias, Padre nuestro,
por la vida y el conocimiento
que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo.
A ti la gloria por los siglos.
4. Así como este trozo estaba disperso por los montes
y reunido se ha hecho uno,
así también reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra
en tu reino.
Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos
por medio de Jesucristo.
5. Nadie coma ni beba de esta eucaristía a no ser los
bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de esto
también dijo el Señor: “No den lo santo a los perros”.
X.1. Después de haberse saciado, den gracias de esta manera:
2. Te damos gracias, Padre Santo,
por tu nombre santo,
que has hecho habitar en nuestros corazones
así como por el conocimiento, la fe y la inmortalidad
que nos has dado A conocer por Jesús tu siervo.
A ti la gloria por los siglos.
3. Tú, Señor omnipotente
has creado el universo a causa de tu Nombre,
has dado a los hombres alimentos y bebida para su disfrute,
a fin de que te den gracias
y, además, a nosotros nos has concedido la gracia
de un alimento y bebida espirituales y de vida eterna por medio de tu siervo.
4. Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso.
A ti la gloria por los siglos.
5. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal y perfeccionarla en
tu amor
y a ella, santificada, reúnela de los cuatro vientos en el reino tuyo, que le
has preparado.
Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
6. ¡Venga la gracia y pase este mundo!
Hosanna al Dios de David Si alguno es santo, venga!
¡El que no lo sea, que se convierta !
Maranatha.
Amén.
A los profetas permítanle dar gracias cuanto deseen».
SAN JUSTINO MÁRTIR
«Después del baño (del bautismo), llevamos al que ha venido a creer y adherirse
a nosotros a los que se llaman hermanos, en el lugar donde se tiene la reunión,
con el fin de hacer preces en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser
iluminado y por todos los demás esparcidos por todo el mundo, con todo fervor,
suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, mostrarnos hombres
de recta conducta en nuestras obras y guardadores de lo que tenemos mandado,
para conseguir así la salvación eterna. Al fin de las oraciones nos damos el
beso de paz. Luego se presenta pan y un vaso de agua y vino al que preside de
los hermanos y él, tomándolos, tributa alabanzas y gloria al Padre de todas las
cosas por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, haciendo una larga acción de
gracias por habernos concedido estos dones que de él nos vienen. Cuando el
presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo
presente asiente diciendo Amén, que en hebreo significa “Así sea”. Y cuando el
presidente ha dado gracias y todo el pueblo ha hecho la aclamación, los que
llamamos ministros o diáconos dan a cada uno de los asistentes algo del pan y
del vino y agua sobre el que se ha dicho la acción de gracias, y lo llevan
asimismo a los ausentes.
Esta comida se llama entre nosotros eucaristía, y a nadie le es lícito
participar de ella si no cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado
en el baño del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo
con lo que Cristo nos enseñó. Porque esto no lo tomamos como pan común ni como
bebida ordinaria, sino que así como nuestro salvador Jesucristo, encarnado por
virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación, así se nos
ha enseñado que en virtud de la oración del Verbo que de Dios procede, el
alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias -del que se nutren nuestra
sangre y nuestra carne al asimilarlo- es el cuerpo y la sangre de aquel Jesús
encarnado. Y en efecto, los apóstoles en los Recuerdos que escribieron, que se
llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue mandado, cuando Jesús tomó
el pan, dio gracias y dijo: “Hagan esto en memoria mía”...
Y nosotros, después, hacemos memoria de esto constantemente entre nosotros, y
los que tenemos algo socorremos a los que tienen más necesidad, y nos ayudamos
unos a otros en todo momento. En todo lo que ofrecemos bendecimos siempre al
Creador de todas las cosas por medio de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu
Santo. El día llamado del sol (el domingo) se tiene una reunión de todos los que
viven en las ciudades o en los campos, y en ella se leen, según el tiempo lo
permite, los Recuerdos de los apóstoles o las Escrituras de los profetas. Luego,
cuando el lector ha terminado, el presidente toma la palabra para exhortar e
invitar a que imitemos aquellos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos
todos a la vez, y elevamos nuestras preces; y terminadas éstas, como ya dije, se
ofrece pan y vino y agua, y el presidente dirige a Dios sus oraciones y su
acción de gracias de la mejor manera que puede, haciendo todo el pueblo la
aclamación del Amén. Luego se hace la distribución y participación de los dones
consagrados a cada uno, y se envían asimismo por medio de los diáconos a los
ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan
lo que les parece, y lo que así se recoge se entrega al presidente, el cual
socorre con ello a huérfanos y viudas, a los que padecen necesidad por
enfermedad o por otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros y
transeúntes, siendo así él simplemente provisor de todos los necesitados. Y
celebramos esta reunión común de todos en el día del sol, por ser el día primero
en el que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y
también el día en que nuestro salvador Jesucristo resucitó de entre los
muertos...»3.
LA TRADICIÓN APOSTÓLICA DEL SEUDO HIPÓLITO4
“Una vez hecho obispo, que todos le ofrezcan el bezo de paz, saludándolo porque
él se dignificó.
Que los diáconos le presenten la oblación y que él, imponiendo las manos sobre
ella con todo el presbiterio, diga, dando gracias: el Señor sea con ustedes. Y
que todos digan: Y con tu espíritu.
-Levanten sus corazones.
Ya los tenemos levantados hacia el Señor.
-Demos gracias al Señor
Esto es digno y justo.
Y que continúe entonces así:
Nosotros te damos gracias, oh Dios, por tu Hijo bienamado, Jesucristo, que nos
enviaste en estos últimos tiempos como salvador, redentor y mensajero de tu
designio. Él es tu Verbo inseparable, por quien creaste todo, el cual, en tu
beneplácito, enviaste desde el cielo al seno de una virgen y, habiendo sido
concebido, se encarnó y se manifestó como tu Hijo, nacido del Espíritu Santo y
de la Virgen.
Él fue quien, cumpliendo tu voluntad y adquiriendo un pueblo santo, extendió las
manos para liberar del sufrimiento a quienes tienen confianza en ti.
Mientras él se ofrendaba al sufrimiento voluntario a fin de destruir la muerte y
romper las cadenas del diablo, para descender al infierno y conducir a los
justos a la luz, para fijar las reglas de la fe y manifestar la resurrección,
tomando el pan te agradecía diciendo: Tomen, coman, este es mi cuerpo que partí
para ustedes, y del mismo modo el cáliz, diciendo: Esta es mi sangre que derramé
por ustedes. Cuando hagan esto, háganlo en mi memoria.
Recordando, entonces, su muerte y su resurrección, nosotros te ofrecemos este
pan y este cáliz, dándote las gracias por habernos juzgado dignos de estar ante
Ti y servirte como sacerdotes.
Y te pedimos que envíes tu Espíritu Santo sobre la oblación de la Santa Iglesia.
Reuniéndolos, da a todos el derecho de participar en tus santos misterios para
estar llenos del Espíritu Santo, para la afirmación de su fe en la verdad, a fin
de que te alabemos y glorifiquemos por tu Hijo Jesucristo, que tiene tu gloria y
tu honor con el Espíritu Santo en la santa Iglesia, ahora y por los siglos de
los siglos. Amén”5.
La comunión en la Vigilia Pascual
Entonces será presentada la oblación al obispo y él dará gracias, sobre el pan
porque es el símbolo del cuerpo de Cristo; sobre el cáliz de vino mezclado,
porque es la imagen de la sangre que se derramó por todos los que creen en él;
sobre la leche y la miel mezclados, indicando la promesa hecha a nuestros padres
al hablarles de la tierra donde abundan la leche y la miel, por cuyo
cumplimiento Cristo dio su carne, de la cual, como niños pequeños, se alimentan
los creyentes; sobre el agua presentada en ofrenda para significar el baño, a
fin de que el alma del hombre obtenga los mismos efectos que el cuerpo.
Todas estas cosas el obispo las explicará a los que reciben la comunión. Cuando
parte el pan, al presentar cada trozo, dirá: “El pan del cielo en Cristo Jesús”
y el que recibe responderá: “Amén”.
Si los sacerdotes no son suficientes, los diáconos ayudarán sosteniendo los
cálices y manteniéndose en perfecto orden: en primer lugar el que tiene el agua,
luego el que tiene la leche. Y después, el que tiene el vino.
Los que reciban la comunión gustarán de cada uno de los cálices. Con el primer
cáliz, el que lo ofrece dirá: “En Dios todopoderoso”, y el que lo recibe
responderá: “Amén”. Con el segundo cáliz el que lo ofrece dirá: “Y en el Señor
Jesucristo”, el que lo recibe responderá: “Amén”. Con el tercer cáliz, el que lo
ofrece dirá: “Y en el Espíritu Santo y la Santa Iglesia” y el que lo recibe:
“Amén”. Todo esto se repetirá con cada uno de los comulgantes y, al terminar
este Oficio, cada uno se aplicará a realizar buenas obras, a agradar a Dios, a
conducirse bien, a ser celoso custodio de la Iglesia, practicando lo que
aprendió y progresando en la piedad.
Nosotros les hemos transmitido estas breves nociones sobre el Santo Bautismo y
la Santa Oblación, y ya han sido instruidos en temas relativos a la resurrección
de la carne y otras enseñanzas según lo que está escrito. Pero si es necesario
recordar alguna otra cosa, el obispo lo dirá bajo el (sello del) secreto a los
que recibieron la eucaristía. Los infieles no deben tener conocimiento de todo
esto. Sólo podrán tenerlo después de recibir la Eucaristía. Esta es la piedra
blanca de la que Juan dijo: Un nombre nuevo está escrito allí, que nadie lo
conozca a excepción de aquél que recibirá la piedra (Ap 2,7)6».
Acerca de la comunión
“Los domingos, si es posible el obispo distribuirá la comunión a todo el pueblo
con sus propias manos, en tanto los diáconos y los sacerdotes partirán el pan.
Luego el diácono ofrecerá la eucaristía y la patena al sacerdote; éste las
recibirá, las tomará en sus manos para luego distribuirlas a todo el pueblo. Los
demás días se comulgará siguiendo las instrucciones del obispo”7.
EUSEBIO DE CESAREA
«Los seguidores de Moisés inmolaban el cordero pascual una vez al año, el día
catorce del primer mes, al atardecer. En cambio, nosotros, los hombres de la
nueva Alianza, que todos los domingos celebramos nuestra Pascua, constantemente
somos saciados con el cuerpo del Salvador, constantemente participamos de la
sangre del Cordero; constantemente llevamos ceñida la cintura de nuestra alma
con la castidad y la modestia, constantemente están nuestros pies dispuestos a
caminar según el evangelio, constantemente tenemos el bastón en la mano y
descansamos apoyados en la vara que brota de la raíz de Jesé, constantemente nos
vamos alejando de Egipto, constantemente vamos en busca de la soledad de la vida
humana, constantemente caminamos al encuentro con Dios, constantemente
celebramos la fiesta del “paso” (Pascua).
Y la palabra evangélica quiere que hagamos todo esto una sola una vez al año,
sino siempre, todos los días. Por eso, todas las semanas, el domingo, que es el
día del Salvador, festejamos nuestra Pascua, celebramos los misterios del
verdadero Cordero, por el cual fuimos liberados. No circuncidamos con cuchillo
nuestro cuerpo, pero amputamos la malicia del alma con el agudo filo de la
palabra evangélica. No tomamos ázimos materiales, sino únicamente los ázimos de
la sinceridad y de la verdad. Pues la gracia que nos ha exonerado de los viejos
usos, nos ha hecho entrega del hombre nuevo creado según Dios, de una ley nueva,
de una nueva circuncisión, de una nueva Pascua, y de aquel judío que se es por
dentro. De esta manera nos liberó del yugo de los tiempos antiguos.
Cristo, exactamente el quinto día de la semana, se sentó a la mesa con sus
discípulos, y mientras cenaba, dijo: He deseado enormemente comer esta comida
pascual con ustedes antes de padecer. En realidad, aquellas Pascuas antiguas o,
mejor, anticuadas, que había comido con los judíos, no eran deseables; en
cambio, el nuevo misterio de la nueva Alianza, del que hacía entrega a sus
propios discípulos, con razón era deseable para él, ya que muchos antiguos
profetas y justos anhelaron ver los misterios de la nueva Alianza. Más aún el
mismo Verbo, ansiando ardientemente la salvación universal, les entregaba el
misterio que todos los hombres iban a celebrar en lo sucesivo, y declaraba
haberlo él mismo deseado.
La pascua mosaica no era realmente apta para todos los pueblos, desde el momento
en que estaba mandado celebrarla en lugar único, es decir, en Jerusalén, razón
por la cual no era deseable. Por el contrario, el misterio del Salvador, que en
la nueva Alianza era apto para todos los hombres, con toda razón era deseable.
En consecuencia, también nosotros debemos comer con Cristo la Pascua,
purificando nuestras mentes de todo fermento de malicia, saciándonos con los
panes ázimos de la verdad y la simplicidad, incubando en el alma aquel judío que
se es por dentro, y la verdadera circuncisión, rociando las jambas de nuestra
alma con la sangre del Cordero inmolado por nosotros, con miras a ahuyentar a
nuestro exterminador. Y esto no una sola vez al año, sino todas las semanas.
Nosotros celebramos a lo largo del año unos mismos misterios, conmemorando con
el ayuno la pasión del Salvador el Sábado precedente, como primero lo hicieron
los apóstoles cuando se les llevaron el Esposo. Cada domingo somos vivificados
con el santo Cuerpo de su Pascua de salvación, y recibimos en el alma el sello
de su preciosa sangre»8.
SAN CIRILO DE JERUSALÉN
1. «Por el amor que Dios tiene a los hombres, en las reuniones precedentes
ustedes ya han oído hablar abundantemente acerca del bautismo, del crisma y de
la participación del cuerpo y de la sangre de Cristo. Ahora es necesario que
pasemos a lo que sigue, para que hoy coloquemos una corona al edificio del
provecho espiritual de ustedes.
2. Han visto al diácono que le daba agua para lavarse al sacerdote y a los
presbíteros que rodeaban el altar de Dios. No les daba agua para lavar una
mancha corporal. No se trataba de eso, porque cuando al comienzo entramos a la
iglesia, no llevábamos ninguna mancha corporal, sino que es un signo de que es
necesario que nos lavemos de todos los pecados e iniquidades. Como las manos son
símbolo de las obras, al lavarlas significamos manifiestamente la limpieza y la
pureza de las acciones.
¿No has oído al santo David cuando nos descubre este misterio al decirnos:
Lavaré mis manos entre los inocentes y rodearé tu altar, Señor (Sal 26,6)?
Entonces lavarse las manos es símbolo de que se está inmune de pecados.
3. Después el diácono exclamó: “Recíbanse mutuamente y salúdense unos a otros
con un beso”. No pienses que este beso es el saludo corriente que se da entre
amigos comunes en los lugares públicos. Este no es así, sino que este beso
concilia unas almas con otras y le hace olvidar todo recuerdo rencoroso. El beso
es signo de que las almas se unen fuertemente y destierra todo rencor.
Por eso dice Cristo: Si llevas tu ofrenda al altar, y -allí te acuerdas de que
tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a
reconciliarte con tu hermano, y después presenta tu ofrenda (Mt 5,23-24). El
beso es entonces reconciliación, y por eso es santo, como cierta vez exclamó san
Pablo diciendo: Salúdense unos a otros con el beso santo (1 Ts 5,26) y también
san Pedro: Con el beso del amor (1 P 5,14).
4. Después de esto, el sacerdote exclama: “Levantemos los corazones”. Es verdad
que en esta hora tan escalofriante debemos tener los corazones elevados junto a
Dios, y no abajo, sobre la tierra y las cosas terrenales. Quiere decir que el
sacerdote debe ordenar que en esa hora todos dejen las preocupaciones de la vida
y las ocupaciones domésticas para tener el corazón en el cielo junto a Dios que
ama a los hombres.
Después ustedes responden: “Ya los tenemos junto al Señor” consintiendo a lo que
se ha mandado por medio de lo que confiesan. Que nadie asista a estos actos como
diciendo con la boca: “Los tenemos junto al Señor”, mientras que con la
intención tenga su espíritu en las preocupaciones de la vida. Siempre debemos
acordarnos de Dios, pero si esto nos resulta imposible por causa de la debilidad
humana, por lo menos procurémoslo en esa hora.
5. Después el sacerdote dice: “Demos gracias al Señor”. Ciertamente debemos dar
gracias, porque siendo nosotros indignos nos ha llamado a esta gracia tan
grande, porque siendo enemigos nos ha reconciliado, porque nos ha hecho dignos
del Espíritu de hijos adoptivos.
Después ustedes dicen: “Es digno y justo”. Cuando nosotros damos gracias hacemos
algo “digno y justo”, y él, obrando no con justicia, sino por encima de lo que
es justo, nos ha beneficiado y nos ha hecho dignos de estos bienes tan grandes.
6. Después de todo esto hacemos memoria del cielo, la tierra y el mar, del sol y
la luna, de los astros y de todas las criaturas racionales e irracionales, de
las visibles y de las invisibles, de los ángeles, de los arcángeles, las
virtudes, las dominaciones, los principados, las potestades, los tronos, los
querubines de muchos rostros, como diciendo aquello de David: Engrandezcan
conmigo al Señor (Sal 34,4).
También hacemos memoria de los serafines que el santo Isaías, en el Espíritu
Santo, vio que estaban de pie en torno al trono de Dios, que con dos de sus alas
se cubrían el rostro, con otras dos los pies y con las otras dos volaban
mientras decían: Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos (Is 6,1-3).
Por eso recitamos esta doxología recibida de los serafines, para que lleguemos a
ser participantes de los cantos de alabanza de los ejércitos celestiales.
7. Después que nos hemos santificado a nosotros mismos por medio de estos himnos
espirituales, invocamos al Dios que ama a los hombres para que envíe el Espíritu
Santo sobre las ofrendas a fin de que haga al pan cuerpo de Cristo y al vino
sangre de Cristo. Todo lo que toque el Espíritu Santo será santificado y
cambiado.
8. Después que se ha concluido el sacrificio espiritual, el culto incruento,
sobre aquel sacrificio de propiciación, invocamos a Dios por la paz de todas las
Iglesias, por el recto orden del mundo, por los reyes, por los soldados y los
compañeros de armas, por los enfermos, por los afligidos; en una palabra, todos
nosotros rogamos y ofrecemos este sacrificio por todos los que necesitan su
auxilio.
9. Después recordamos también a los que ya durmieron. En primer lugar a los
patriarcas, a los profetas, a los apóstoles, a los mártires, para que por las
súplicas y la intercesión de ellos, Dios reciba nuestra oración.
Después a todos los santos padres y obispos que ya durmieron, y en general a
todos los que han muerto entre nosotros, creyendo que esto será de gran utilidad
para las almas por las cuales se eleva esta oración mientras está presente este
sacrificio santo y que nos hace estremecer.
10. Quiero convencerlos a ustedes por medio de una comparación. Sé que hay
muchos que dicen: “¿Qué beneficio hay para un alma que ya ha salido de este
mundo con pecados o sin ellos, si se la recuerda cuando se hace la ofrenda?”.
Si un rey enviara al destierro a sus ofensores, y después algunos distintos de
éstos tejieran una corona y se la ofrecieran por los que han sido castigados por
él, ¿acaso no les daría la remisión de los castigos?
De la misma manera también nosotros, ofreciéndole oraciones por los que ya
murieron, aunque hayan sido pecadores, no tejemos una corona sino que le
ofrecemos a Cristo santificado por nuestros pecados, haciendo propicio por ellos
y por nosotros al Dios que ama a los hombres.
11. Después de todas estas cosas recitamos aquella oración que el Salvador
entregó a sus propios discípulos, invocando con conciencia pura a Dios, lo
llamamos “Padre”, y le decimos: Padre nuestro que estás en los cielos (Mt 6,9).
¡Qué amor de Dios por los hombres! A los que lo han abandonado y han caído en
los males más grandes les ha dado este perdón de sus males y esta participación
en su gracia que quiere ser llamado “Padre”.
Padre nuestro que estás en los cielos. Los “cielos” serían también aquellos que
tienen la imagen celestial, en los cuales Dios habita y se pasea.
12. Santificado sea tu nombre. Tanto si lo decimos como sino lo decimos, el
nombre de Dios es santo por naturaleza. Pero ya que es profanado en los que
pecan, según aquello de: Por causa de ustedes mi nombre es profanado por todas
partes entre las naciones (Is 52,5), suplicamos que el nombre de Dios sea
santificado en nosotros. No porque de no ser santo pase a ser santo, sino porque
en nosotros se hace santo cuando somos santificados y hacemos obras dignas de
santificación.
13. Que venga tu Reino. Es propio de un alma pura decir confiadamente: Que venga
tu Reino. El que ha oído decir a san Pablo: Que no reine el pecado en el cuerpo
mortal de ustedes (Rm 6,12) y se ha purificado a sí mismo de obra, pensamiento y
palabra, dirá a Dios: Que venga tu Reino.
14. Que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Los divinos y
santos ángeles de Dios hacen la voluntad de Dios, como dijo David cantando los
salmos: Que bendigan a Dios todos sus ángeles, poderosos y fuertes, que hacen su
voluntad (Sal 103,20).
Cuando rezas pidiendo lo que acabo de decir, es como si dijeras: “Así como se
cumple tu voluntad entre los ángeles, así también se haga en mí sobre la tierra,
Señor”.
15 Danos hoy nuestro pan supersustancial. Este pan ordinario no es
supersustancial. El pan santo es supersustancial, preparado para sustancia del
alma. Este pan no va al vientre ni es arrojado a la cloaca, sino que es
distribuido en todo el organismo para utilidad del cuerpo y del alma. Dice:
“Hoy” en lugar de “cada día”, como también decía san Pablo: Mientras hay un día
que se llame hoy (Hb 3,13).
16. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros, perdonamos a nuestros
deudores. Tenemos muchos pecados: hemos pecado con la palabra y con el
pensamiento, y hacemos muchas cosas dignas de condenación. Y si decimos que no
tenemos pecado, mentimos como dice san Juan (1 Jn 1,8).
Entonces hacemos un pacto con Dios, rogándole que nos perdone los pecados, así
como nosotros perdonamos las deudas a nuestros prójimos. Considerando qué cosas
recibimos a cambio de estas obras, no nos detengamos ni posterguemos el perdón
de unos a otros.
Las ofensas hechas a nosotros son pequeñas, insignificantes, fáciles de borrar,
mientras que las que hacemos nosotros a Dios son grandes, y necesariamente
tenemos que recurrir a su amor a los hombres.
Ten cuidado, no sea que por las pequeñas e insignificantes ofensas hechas a ti
te cierres el perdón de Dios para tus gravísimos pecados.
17. Y no nos pongas en tentación, Señor. ¿El Señor nos enseña a rogar por esto,
que no seamos tentados de ninguna manera? ¿Y entonces cómo dirá en otra parte:
El hombre que no es tentado no ha sido probado (Si 34,9-10) y también:
Consideren que es una gran alegría, hermanos, cuando son sometidos a diversas
tentaciones (St 1,2)?
Pero algunas veces “entrar en tentación” significa “ser sumergido por la
tentación”, porque efectivamente la tentación es como un torrente que
difícilmente se puede atravesar. Mientras hay algunos que pueden pasar a través
de las tentaciones sin ser sumergidos, ya que son mejores nadadores y no son
arrastrados de ninguna manera por el torrente, hay otros que no son como éstos y
en cuanto entran son sumergidos.
Por ejemplo Judas, que cuando entró en la tentación de la avaricia no nadó, sino
que quedó sumergido y se ahogó corporal y espiritualmente.
Pedro entró en la tentación de la negación, pero no se sumergió al entrar, sino
que nadó valerosamente y fue salvado de la tentación.
Escucha nuevamente el coro de los santos perfectos que en otra parte dan gracias
por haber sido sacados de la tentación: Nos has probado, Dios, nos has hecho
pasar por el fuego como se pasa el hierro por el fuego. Nos has llevado a una
red, has puesto tribulación sobre nuestros hombros, has hecho montar a los
hombres sobre nuestras cabezas. Hemos atravesado el fuego y el agua, y ahora nos
has sacado a un lugar de descanso (Sal 66,10-12). Ves que ellos están seguros
porque cruzan sin ahogarse.
Nos has sacado a un lugar de descanso (Sal 66,12). Entrar en un lugar de
descanso es lo mismo que ser sacado de la tentación.
18. Pero líbranos del malvado. Si “no nos pongas en tentación” significaba no
ser tentado de ninguna manera, no diría ahora: Pero líbranos del malvado. El
malvado es el demonio adversario, y rogamos ser librados de él.
Después que has terminado la oración dices “Amén”, rubricando con este “Amén”,
que significa: “Así sea”, todo lo que hay en la oración que Dios ha enseñado.
19. Después de todo esto el sacerdote dice: “Las cosas santas son para los
santos”. Las ofrendas son santas porque han recibido la venida del Espíritu
Santo, y también ustedes son santos porque han sido declarados dignos del
Espíritu Santo.
Es congruente entonces que las cosas santas sean para los santos.
Después ustedes dicen: “Hay un solo Santo, un solo Señor, que es Jesucristo”.
Ciertamente hay un solo Santo, santo por naturaleza. Pero nosotros, si somos
santos, no lo somos por naturaleza sino por participación, por ejercicio y
porque lo pedimos en la oración.
20. Después de esto escuchan al cantor que con una divina melodía los invita a
ustedes a participar de los santos misterios, diciendo: Gusten y vean qué bueno
es el Señor (Sal 34,9).
No dejes que decida tu paladar corporal sino tu fe sin dudas, al gustar no
gustas pan y vino sino el cuerpo y la sangre de Cristo que aquellos significan.
21. Cuando te aproximes, no lleves extendidas las palmas de las .manos ni los
dedos separados, sino haciendo con la mano izquierda un trono para la derecha,
que es la que recibirá al Rey, y en la concavidad de la palma recibe el Cuerpo
de Cristo diciendo “Amén”.
Recíbelo con decisión santificando tus ojos con el contacto del Cuerpo Santo.
Ten cuidado de no perder nada, porque lo que tú pierdas es como si perdieras
algo de tus propios miembros.
Dime, si alguien te hubiera dado pepitas de oro, ¿no las llevarías firmemente
agarradas, cuidando de que nada se pierda ni sufra daño? ¿Y tú no vigilarás
mucho más que no se pierda una miga de esto que es más precioso que el oro y más
valioso que las piedras preciosas?
22. Después de haber comulgado con el cuerpo de Cristo acércate a la copa de la
sangre. No extendiendo las manos sino inclinado y con gesto de adoración y
respeto, diciendo: “Amén”, santifícate recibiendo la sangre de Cristo.
Cuando todavía tus labios estén húmedos, tócalos con las manos y santifica tus
ojos, la frente y los demás sentidos.
Después, escuchando la oración, da gracias a Dios que te ha hecho digno de tan
grandes misterios.
23. Conserva incontaminadas estas tradiciones, y manténganse ustedes mismos sin
tropiezos. No se separen de la comunión, y no se priven de estos misterios
sagrados y espirituales por causa de la mancha del pecado.
Que el Dios de la paz los santifique totalmente, y que el cuerpo, el alma y el
espíritu de ustedes sean conservados perfectos para la venida de nuestro Señor
Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén 9».
SAN JUAN CRISÓSTOMO
«... Tenemos un excelente cáliz que embriaga, un cáliz que embriaga y causa la
castidad, no la relajación. Y ¿cuál es éste? El cáliz espiritual, el cáliz
incontaminado de la sangre, del Señor. Este no causa embriaguez, no causa
relajación; porque no debilita las fuerzas, antes las despierta; no relaja los
nervios, antes los vigoriza; este cáliz causa la vigilancia del espíritu, este
cáliz es adorable para los ángeles, terrible para los demonios, precioso para
los hombres, amable para el Señor. ¿Ves lo que dice David sobre este cáliz
espiritual que está colocado en este altar? Preparaste ante mí una mesa en
frente de los que me atribulan; ungiste con aceite mi cabeza y tu cáliz que
embriaga, ¡cuán confortador es! [Sal 22,5]. y para que no temieras apenas oyeses
el nombre de embriaguez creyendo que había de causar debilidad, añadió que es
muy confortador y robustecedor. Nueva manera de embriaguez, que añade fuerza,
que hace poderoso y robusto, porque manó de la piedra espiritual [cf. 1 Co
10,4]; no hay aquí perturbación de pensamientos, sino aumento de pensamientos
espirituales.
Embriaguémonos con esta embriaguez; abstengámonos de la otra para no afrentar la
presente festividad; porque la fiesta de hoy no es tan sólo de la tierra, sino
también del cielo. Hoy hay regocijo en la tierra, hoy hay regocijo en el cielo;
porque si por la conversión de un pecador hay regocijo en la tierra y en el
cielo [cf. Lc 15,10], ¿cuánto mayor regocijo habrá en el cielo por haber sido
toda la tierra arrancada de las garras del demonio? Ahora saltan de placer los
ángeles, ahora se regocijan los arcángeles, ahora los querubines y serafines
festejan con nosotros la presente festividad; no se desdeñan de sus consiervos,
sino que se complacen en nuestros bienes. Porque aunque es nuestro este don del
Señor, también a ellos pertenece la alegría. Y ¿qué digo los consiervos? El
mismo Señor de ellos y nuestro no tiene a menos celebrar la fiesta con nosotros.
Y ¿qué digo “no tiene a menos”? Con deseo, dice, he deseado comer esta pascua
con ustedes [Lc 22,15]; y si la pascua deseó celebrarla con nosotros, claro está
que también la resurrección.
Si se regocijan, pues, los ángeles y los arcángeles, y celebra fiesta con
nosotros el Señor de todas las celestes potestades, ¿qué razón queda ya para
desconfiar? ¡Ningún pobre esté triste por su pobreza, porque esta fiesta es
espiritual; ningún rico se engría por su riqueza, pues nada puede contribuir con
su dinero para la alegría de esta solemnidad. En las fiestas profanas, donde
todo es abundancia de vino, mesas opíparas, glotonería, risa descompasada, toda
clase de lujo satánico, con razón se ve el pobre cabizbajo y el rico engreído.
¿Cómo así? Porque el rico se prepara una mesa espléndida y goza más de los
deleites, y el pobre se ve por la pobreza impedido de ostentar semejante
munificencia. Mas aquí nada de esto sucede; una misma es la mesa del rico y la
del pobre; aunque sea uno rico, nada puede añadir a esta mesa; aunque sea pobre,
no por serlo participará menos que los demás, porque éste es un don divino. Y
¿de qué te admiras si digo que serán lo mismo el rico y el pobre? Aun el mismo
emperador, ceñido de diadema, vestido de púrpura, que tiene en sus manos el
poder sobre toda la tierra, aun el mismo emperador y un mendigo que esté sentado
para pedir limosna, tienen puesta una misma mesa.
Tales son los dones del Señor; no se reparten y comunican según las dignidades y
honores, sino según el fervor del espíritu. Y así, cuando vieres en la iglesia
al pobre con el rico, al particular con el magistrado, al plebeyo con el
magnate, al que fuera temblaba del príncipe, unido con él aquí dentro sin temor
alguno, piensa lo que quiere decir aquella sentencia: Entonces se apacentarán
juntos el lobo y los corderos [Is 11,6]. Lobo llama la Escritura al rico, y
cordero al pobre. Pero ¿cómo la sentencia Estarán juntos el lobo y el cordero se
puede entender del rico y del pobre? Atiéndeme bien. Hállanse muchas veces en la
iglesia el pobre y el rico; llega la hora de los divinos misterios; es arrojado
fuera el rico por no estar iniciado, y, en cambio, el pobre es admitido en los
tabernáculos celestiales; y no se indigna el rico, pues se reconoce por extraño
a los divinos misterios.
Pero ¡oh maravillas de la gracia!; no solamente por beneficio divino se concede
a entrambos el mismo honor, sino que es antepuesto el pobre al rico por su
piedad, y nada aprovechan a éste sin piedad las riquezas, ni daña al primero la
pobreza, cuando confiado se presenta en el sagrado altar. Esto lo digo, amados
hijos, refiriéndome a los catecúmenos, no simplemente a los ricos. ¡Fíjate,
amado (hijo), cómo se retira de la iglesia el señor, y se acerca a los sagrados
misterios el esclavo fiel! Se aparta la señora y permanece la sierva; porque no
es Dios aceptador de personas [Ga 2,6]. Así es que en la iglesia no hay
diferencia de siervo ni libre, sino que sólo es siervo, según la Escritura,
quien está sujeto al pecado: Quien comete un pecado, siervo es del pecado [Jn
8,34]; y aquel es libre que fue libertado por la gracia divina.
Con la misma confianza llegan a esta mesa el emperador y el mendigo, con el
mismo honor, y muchas veces con más honor el mendigo. ¿Por qué así? Porque el
emperador, implicado en mil negocios, se ve como una nave que recibe por todas
partes las rociadas de las olas, y se quiebra con el choque de muchos pecados;
pero el pobre, sin más solicitud que la del sustento necesario y pasando una
vida descansada y libre de negocios, tranquilo como quien se ve dentro del
puerto, se acerca a la sagrada mesa con toda confianza. Más aún: en las fiestas
mundanas, el pobre se ve humillado y el rico lleno de júbilo, no sólo por la
mesa, sino también por los vestidos; pues la diferencia que los separa en el
comer la tienen también en el vestir. Así es que cuando el pobre ve al rico con
las galas de elegante y magnífica vestidura, recibe un terrible golpe en su alma
y se considera a sus propios ojos el más infeliz del mundo. Mas aquí aun esta
pobreza desaparece, porque todos tenemos la misma vestidura, la vestidura que
nos salva, el bautismo. Porque cuantos se bautizaron en Cristo, dice, de Cristo
se revistieron [Ga 3,27].
No afrenten, pues, la presente fiesta con la embriaguez; porque Nuestro Señor lo
mismo ha honrado a los ricos y a los pobres, a los siervos y a los señores;
antes correspondámosle por su benignidad para con nosotros; y la mejor
correspondencia es una vida pura y un corazón vigilante. Esta fiesta y
solemnidad no necesita de dinero ni de gastos, sólo sí de voluntad fervorosa y
alma muy limpia; éstas son las cosas que aquí se venden. Ninguna cosa terrena se
vende aquí, sino la atención a la divina palabra, las oraciones de los padres,
las bendiciones de los sacerdotes, la unión de los entendimientos, la paz y la
concordia: espirituales son estos dones, espiritual es el precio...»10.
Mis palabras son espíritu y vida (Jn 6,63)
«Mientras comían, Jesús tomó pan y lo partió (Mt 26,26). ¿Por qué celebró el
misterio de la Eucaristía en el mismo momento de la Pascua? Fue para que
aprendieras de todas las formas que él es el autor de la Ley antigua y que ésta
contenía la figura de lo que se relacionaba con él. A esta figura él sustituye
la realidad. La circunstancia de que fuese la tarde también tenía una
significación: representaba la plenitud de los tiempos y el remate final de las
cosas... Si la pascua, que era una simple figura, pudo librar a los Hebreos de
la esclavitud, ¿cuánto más librará la realidad al universo?...
Tomen y coman, dice Jesús, este es mi cuerpo que se da por ustedes (1 Co 11,24).
¿Cómo no se turbaron los discípulos al escuchar estas palabras? Porque Cristo
les había hablado ya mucho sobre esta materia (cf. Jn 6). No insiste sobre ello,
pues estima que les había hablado lo suficiente...
Confiemos también nosotros plenamente en Dios. No le pongamos dificultades,
aunque lo que diga parezca ser contrario a nuestros razonamientos y a lo que
vemos. Que más bien su palabra sea maestra de nuestra razón y de nuestra misma
visión. Tengamos esta actitud frente a los misterios sagrados: no veamos en
ellos solamente lo que se ofrece a nuestros sentidos, sino que tengamos sobre
todo en cuenta las palabras del Señor. Su palabra no puede engañarnos, mientras
que nuestros sentidos fácilmente nos equivocan; ella jamás comete un fallo, pero
nuestros sentidos fallan a menudo. Cuando el Verbo dice: Esto es mi cuerpo,
fiémonos de él, creamos y contemplémosle con los ojos del espíritu. Porque
Cristo no nos ha dado nada puramente sensible: aun en las mismas realidades
sensibles, todo es espiritual.
Así, el bautismo es una realidad sensible que se nos administra por el don del
agua, pero su eficacia es de orden espiritual, el de renacer y renovarse. Si
fueses un ser incorporal, estos dones incorporales se te concederían sin
intermediario; pero como el alma está unida al cuerpo, los dones espirituales se
te comunican por medio de realidades sensibles.
¡Cuántas personas dicen hoy: “Quisiera ver el rostro de Cristo, sus rasgos, sus
vestidos, sus calzados!”. Pues bien, precisamente lo estás viendo a él, lo
tocas, lo comes. Deseabas ver sus vestidos; y él mismo se te entrega no
solamente para que lo veas, sino también para que lo toques, lo comas, lo
recibas en tu corazón. Que nadie se acerque con indiferencia o con apatía; sino
que todos vengan a él animados de un ardiente amor»11.
SAN AMBROSIO DE MILÁN
II.- (5). «Después tuvieron que venir al altar. Comenzaron a venir; los ángeles
contemplaban; les vieron venir a ustedes, y aquella condición humana, que yacía
envilecida bajo el tenebroso yugo del pecado, de súbito la vieron refulgir. Y
entonces dijeron: ¿Quién es esta que sube desde el desierto con vestiduras
blancas? (Ct 8, 5). Se admiran, pues, también los ángeles. ¿Quieres saber de
qué? Escucha: el apóstol Pedro dice que nos han sido concedidas aquellas cosas
que también los ángeles desean ver (1 P 1, 12). Y por otra parte sabes que: Ni
ojo vio, ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman (1 Co 2,
9).
(6). Entiende, pues, lo que has recibido. El santo profeta David vio
simbólicamente esta gracia y la deseó. ¿Quieres saber cuánto la deseó? Oye sus
palabras: Rocíame con el hisopo y quedaré limpio; tú me lavarás y quedaré más
blanco que la nieve (Sal 50, 9). ¿Por qué? Porque la nieve, aunque sea blanca,
puede que alguna vez se ensucie y corrompa; mientras que, por el contrario, esta
gracia que has recibido, si conservas lo que se te ha dado, será duradera y
perpetua.
(7). Venías, pues, deseoso a recibir esta gracia tan grande que habías visto;
venías deseoso al altar del que recibirías el sacramento. Dice tu alma: Me
acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud (Sal 42, 4). Depusiste
la vejez de los pecados; asumiste la juventud de la gracia. Esto te otorgaron
los sacramentos celestiales. Oye, pues, de nuevo a David, que dice: Se renovará
como el águila tu Juventud (Sal 102, 5). Empezaste a ser como una buena águila,
que tiende al cielo y desprecia las cosas terrenas. Las buenas águilas están
junto al altar, porque: donde está el cuerpo, allí las águilas. El altar
representa el cuerpo, y en él está el Cuerpo de Cristo. Ustedes son las águilas,
renovadas por la ablución del pecado.
III.- (8). Te acercaste al altar; contemplaste los sacramentos puestos sobre el
altar, y te admiraste de ver aquella creatura; aunque es una creatura conocida y
habitual.
(9). Alguien podría decir: Dios dio a los judíos tanta gracia, y para ellos
derramó maná del cielo (Ex 16, 13-15). ¿Qué más dio a sus fieles? ¿Qué más dio a
aquellos a los que prometió más?
(10). Escucha lo que digo. Los misterios cristianos son anteriores a los
misterios judíos, y los sacramentos cristianos son más divinos que los
sacramentos judíos. ¿Cómo? Ahora verás. ¿Cuándo comenzaron a existir los judíos?
A partir de Judá, bisnieto de Abraham; o, si prefieres, a partir de la
promulgación de la Ley, o lo que es lo mismo, cuando los israelitas recibieron
el derecho divino. Luego los de Abraham, en tiempos de Moisés el santo. Fue
entonces cuando Dios hizo llover maná del cielo sobre los judíos que murmuraban.
Sin embargo, la figura de estos sacramentos te fue manifestada ya antes, en
tiempos de Abraham, cuando este recogió sus trescientos dieciocho esclavos y se
puso en marcha, persiguió a sus adversarios y salvó a su descendencia de la
cautividad. Cuando volvía victorioso, le salió al encuentro el sacerdote
Melquisedec y ofreció pan y vino (cfr. Gn 14, 14 15). ¿Quién tenía pan y vino?
Abraham no los tenía. ¿Quién los tenía, pues? Melquisedec. Luego era él el autor
de los sacramentos. ¿Quién es Melquisedec, que significa rey de la justicia, rey
de la paz? (Hb 7, 2). ¿Quién es este rey de la justicia? ¿Acaso cualquier hombre
puede ser rey de la justicia? Luego, ¿quién puede ser rey de justicia sino la
Justicia de Dios? ¿Quién es la paz de Dios, la sabiduría de Dios? (cfr. 1 Co 1
30). Aquel que pudo decir: Mi paz les dejo, mi paz les doy (Jn 14, 27).
(11). Así pues, date cuenta, en primer lugar, que estos sacramentos que recibes
son anteriores a todos los sacramentos que los judíos dicen tener, pues el
pueblo cristiano empezó antes que el judío, si bien nosotros en la
predestinación, ellos en el nombre.
(12). Ofreció, pues, Melquisedec pan y vino. ¿Quién es Melquisedec? Dice el
apóstol en la Epístola a los Hebreos: Sin padre, sin madre, sin genealogía, ni
tienen principio sus días ni fin su vida, semejante al Hijo de Dios (Hb 7, 3).
Sin padre, afirma, y sin madre. El Hijo de Dios nació por la generación
celestial sin intervención de madre, porque nació solo de Dios Padre. E
igualmente nació sin intervención de padre cuando nació de la Virgen, pues no
fue engendrado por obra de varón, sino que nació del Espíritu Santo y de la
Virgen María y salió de un seno virginal. Semejante en todo al Hijo de Dios,
Melquisedec era también sacerdote, porque a Cristo sacerdote se le dice: Tú eres
sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (Sal 109, 4; Hb 7, 17).
IV.- (13). Luego, ¿quién es el autor de los sacramentos, sino el Señor Jesús?
Estos sacramentos vinieron del cielo, pues toda deliberación del cielo proviene.
Verdaderamente, grande y divino milagro es que Dios haga llover maná del cielo
sobre el pueblo; y el pueblo no trabajaba y comía.
(14). Tú dices empero: “es mi pan corriente”. Pero este pan es pan antes de las
palabras sacramentales; y cuando se consagra, del pan se hace la carne de
Cristo. Veamos, pues, esto. ¿Cómo puede lo que es pan ser el Cuerpo de Cristo?
¿Por qué palabras se hace la consagración y quién las dijo? El Señor Jesús. En
efecto, todo lo que se dice antes, lo dice el sacerdote: se alaba a Dios; se le
dirige la oración; se le pide por el pueblo, por los reyes, por todos los demás;
mas cuando llega el momento del sacramento venerable, el sacerdote ya no utiliza
sus palabras, sino las palabras de Cristo. Son por tanto, las palabras de Cristo
las que confeccionan el sacramento.
(15). ¿Qué es la palabra de Cristo? Ciertamente aquello por lo que todo fue
hecho. Mandó el Señor y se hizo el cielo; mandó el Señor y se hizo la tierra;
mandó el Señor y se hicieron los mares; mandó el Señor y se hicieron todas las
criaturas. Ves, pues, qué eficaz es la palabra de Cristo. Si pues en la palabra
del Señor Jesús hay tanta virtud que lo que no era empezó a ser, ¡cuánto más
eficaz será para que las cosas sigan siendo lo que ya eran y se conmuten en otra
cosa! El cielo no existía, no existía el mar no existía la tierra; pero oye a
David que dice: Él mismo lo dijo y fueron hechas; Él mismo lo mandó y fueron
creadas (Sal 32, 9; 148, 5).
(16). Por tanto -he aquí mi respuesta- antes de la consagración no estaba el
Cuerpo de Cristo, pero después de la consagración sí que está, repito, el Cuerpo
de Cristo. Él mismo lo mandó y fue creado. Tú mismo antes existías, pero eras la
vieja criatura; después de que fuiste consagrado, empezaste a ser una nueva
criatura. Pues como dice el apóstol: Todo es en Cristo una nueva criatura (2 Co
5, 15).
(17). Observa, pues, cómo la palabra de Cristo suele cambiar todas las cosas, y
cómo puede trastocar cuando quiere las leyes de la naturaleza. ¿De qué modo?, me
preguntas. Escucha, y primero de todo tomaremos ejemplo de su generación. Está
dispuesto normalmente que no se engendre el hombre sino de varón y de mujer y
por el acto conyugal. Pero, porque el Señor lo quiso, porque eligió este
misterio, del Espíritu Santo y de una virgen nació Cristo, es decir, el mediador
entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús (1 Tm 2, 5). Ves. pues, que
contra la ley y el orden natural un hombre nació de una virgen.
(18). Veamos ahora otro ejemplo. El pueblo judío era acosado por los egipcios y
el mar les cortaba el paso. Por divino imperio, la vara de Moisés tocó las aguas
y las aguas se dividieron, no ciertamente según la costumbre de su naturaleza,
sino según la gracia del mandato celestial (cfr. Ex 14, 21). Aún otro ejemplo
más. El pueblo estaba sediento, y vino a la fuente. La fuente era amarga. Echó
el santo Moisés el leño en el agua de la fuente, y se volvió dulce la fuente que
era amarga (cfr. Ex 15, 23 25); esto es, cambió su naturaleza y tomó la dulzura
de la gracia. Todavía un cuarto ejemplo: Se cayó al agua el hierro del hacha, y
como tal hierro se hundió. Echó Eliseo el leño, y al punto el hierro salió a la
superficie y flotó sobre el agua (cfr. 2 R 6, 5 6), ciertamente contra su
costumbre natural, pues es materia más pesada que el agua.
(19). ¿No deduces, pues, de esto qué eficaz es la palabra del cielo? Si obró en
la fuente terrena, si la palabra del cielo actuó en las otras cosas, ¿no lo hará
en los sacramentos celestiales? Luego has aprendido que el pan se convierte en
el Cuerpo de Cristo y que el vino y el agua que están en el cáliz se convierten
en su Sangre por la consagración celestial.
(20). Pero dirás: “No veo las apariencias de la sangre.” Pero hay una semejanza.
Así como recibiste la semejanza de la muerte, así y disfrutar, sin embargo, del
precio pagado por la redención. Has aprendido, pues, que lo que tomas es el
Cuerpo de Cristo.
(21). ¿Quieres saber cuáles son las palabras celestiales con las que se
consagra? Helas aquí. Dice el sacerdote: CONCÉDENOS, SEÑOR, QUE ESTA OFRENDA,
QUE ES FIGURA DEL CUERPO Y SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, SEA RATIFICADA,
ESPIRITUAL Y AGRADABLE. ÉL MISMO, EL DÍA ANTES DE SU PASIÓN, TOMÓ EL PAN EN SUS
SANTAS MANOS, MIRÓ AL CIELO, A TI, PADRE SANTO, DIOS TODOPODEROSO Y ETERNO,
DANDO GRACIAS LO BENDIJO, LO PARTIÓ Y LO DIO PARTIDO A SUS APÓSTOLES Y
DISCÍPULOS DICIENDO: TOMAN Y COMAN TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO QUE
SERÁ PARTIDO POR MUCHOS.
(22) Presta atención, DEL MISMO MODO, ACABADA LA CENA, TOMÓ TAMBIÉN EL CÁLIZ, EL
DÍA ANTES DE SU PASIÓN, MIRÓ AL CIELO, A TI PADRE SANTO, DIOS TODOPODEROSO Y
ETERNO, DANDO GRACIAS LO BENDIJO, Y LO DIO A SUS APÓSTOLES Y DISCÍPULOS
DICIENDO: TOMEN Y BEBAN TODOS DE ÉL; PORQUE ESTA ES MI SANGRE. Observa cómo
todas las palabras son del evangelista hasta el TOMEN, ya sea el cuerpo, ya sea
la sangre; después vienen las palabras de Cristo: TOMEN Y BEBAN TODOS DE ÉL,
PORQUE ESTA ES MI SANGRE.
(23). Observa más detenidamente. EL DÍA ANTES DE SU PASIÓN, dice, TOMÓ EL PAN EN
SUS SANTAS MANOS. Antes de consagrar es pan; por el contrario, cuando
sobrevienen las palabras de Cristo, es el Cuerpo de Cristo. Oye de nuevo que
dice: TOMEN Y COMAN TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO.
Y antes de las palabras de Cristo, el cáliz está lleno de vino y agua; cuando
las palabras de Cristo han actuado, se convierte en la Sangre que redimió al
pueblo. Ves, por tanto, de cuántos modos es poderosa la palabra de Cristo que
convierte todas las cosas. Por consiguiente, el mismo Señor Jesús nos da
testimonio de que recibimos su Cuerpo y Sangre. ¿Acaso podemos dudar de su
afirmación y de su testimonio?
(24). Volvamos ahora a lo que había dicho antes. Ciertamente es grandioso y
venerable que llueva sobre los judíos maná del cielo. Pero mira. ¿Qué es más: el
maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? El Cuerpo de Cristo, por supuesto, que es
Creador del cielo. Luego el que comió maná murió; pero al que come este Cuerpo
le serán perdonados sus pecados y no morir jamás (Jn 6, 49.59).
(25). Luego no en vano dices: AMÉN, cuando confiesas que recibes el Cuerpo de
Cristo. Pues cuando tú te acercas a la comunión, te dice el sacerdote: EL CUERPO
DE CRISTO y tú respondes: AMÉN, como diciendo “así es en verdad”. Lo que
confiesas con la lengua manténlo con el afecto. Para que sepas: este es el
sacramento, cuya figura ya vino antes.
VI.- (26). Ahora aprende cuán grandioso es el sacramento. Mira que dice: CADA
VEZ QUE HAGAN ESTO, HÁGANLO EN CONMEMORACIÓN MÍA HASTA QUE VUELVA DE NUEVO (cfr.
1 Co 11, 26).
(27). Sigue diciendo el sacerdote: RECORDANDO, PUES, SU PASIÓN GLORIOSÍSIMA, SU
RESURRECCIÓN DE LOS INFIERNOS Y SU ASCENSIÓN A LOS CIELOS, TE OFRECEMOS ESTA
HOSTIA INMACULADA, ESTA HOSTIA ESPIRITUAL, ESTA HOSTIA INCRUENTA, ESTA PAN SANTO
Y CÁLIZ DE VIDA ETERNA, Y TE PEDIMOS Y ROGAMOS QUE RECIBAS ESTA OFRENDA EN TU
SANTO ALTAR POR MANOS DE TUS ÁNGELES, COMO TE DIGNASTE ACEPTAR LA OFRENDA DEL
JUSTO ABEL Y EL SACRIFICIO DE NUESTRO PADRE ABRAHAM Y LA OBLACIÓN DEL SUMO
SACERDOTE MELQUISEDEC.
(28). ¿Qué dice, por tanto, el Apóstol, cada vez que comulgamos? Cada vez que
recibimos el Cuerpo de Cristo anunciamos la muerte del Señor (cfr. 1 Co 11, 26).
Y si anunciamos la muerte, anunciamos también la remisión de los pecados. Si
cada vez que se derrama la sangre es para la remisión de los pecados, debo
entonces recibirla siempre, para que siempre me sean perdonados mis pecados.
Porque soy siempre pecador y necesito siempre de la medicina.
(29). Durante este tiempo y hasta hoy hemos explicado cuanto hemos podido, pero
mañana y el sábado hablaremos lo que podamos acerca de la oración del Señor y de
la manera de orar. Que el Señor Nuestro Dios os conserve la gracia que os dio y
se digne iluminar con más luz los ojos que os abrió por mediación de su Hijo
Unigénito, Rey y Salvador, Señor Dios Nuestro, por quien y con quien recibe la
alabanza, el honor, la gloria, la magnificencia y el poder, juntamente con el
Espíritu Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén12».
SAN GAUDENCIO DE BRESCIA
“Jesús al dar el pan y el vino a sus discípulos dijo: Esto es mi cuerpo... esto
es mi sangre (Mt 26, 26-28). Fiémonos de aquel en quien hemos creído. La Verdad
desconoce el engaño...
La noche en que fue entregado para ser crucificado, Jesús nos dejó como herencia
de la nueva Alianza la prenda de su presencia. Es el viático de nuestra
peregrinación. Y será para nosotros alimento y fortaleza hasta el día en que
vayamos a él, al abandonar este mundo. Por eso decía el Señor: Si no comen mi
carne y beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes (Jn 6, 53). Él quiso dejar
entre nosotros el sacramento de su pasión. Y para ello mandó a sus fieles
discípulos, los primeros sacerdotes que instituyó en su Iglesia, celebrar
continuamente estos misterios de vida eterna; orden que deben cumplir los
sacerdotes de todas las iglesias hasta el día en que venga de nuevo el Señor. De
este modo, todos nosotros, sacerdotes y pueblo fiel, tenemos cada día ante
nuestros ojos el ejemplo de la pasión de Cristo, lo tomamos en la mano y lo
llevamos a la boca y a nuestro pecho. No permitamos que se borre nunca el
recuerdo de nuestra redención y tomemos el dulce antídoto que nos protegerá
perpetuamente de la ponzoña del demonio, según la invitación del Espíritu Santo:
Gusten y ved qué bueno es el Señor.
El pan está hecho de muchos granos de trigo, transformados en harina amasada con
agua y cocida en el horno. Así se ve en él con razón la figura del cuerpo de
Cristo. Pues sabemos que este cuerpo único está constituido por toda la
muchedumbre del género humano, soldado al fuego del Espíritu Santo. En efecto,
Jesús nació del Espíritu Santo; y, pues, debía realizar toda justicia, entró en
el agua del bautismo para consagrarla, y salió del Jordán lleno del Espíritu
Santo que había descendido sobre él en forma de paloma, según el testimonio del
Evangelio: Jesús lleno del Espíritu Santo se volvió del Jordán (Lc 4, 1). La
sangre de Cristo es un vino prensado en la prensa de la cruz, sacado de muchas
uvas de la viña plantada por el Señor, y fermentado en las ánforas que son los
corazones de los fieles que lo beben.
Recibamos con avidez religiosa este sacrificio pascual del Señor para que nos
libre del dominio del Faraón de Egipto, el demonio. Así, por nuestra fe en su
presencia será santificado lo más íntimo de nuestro ser. Y su inestimable
fortaleza habitará en nosotros por toda la eternidad”13.
SAN FULGENCIO DE RUSPE
“Si sabes en qué consiste la ofrenda del sacrificio, comprenderás por qué se
implora en él la venida del Espíritu Santo... Según el testimonio del apóstol
Pablo, el sacrificio se ofrece para anunciar la muerte del Señor y hacer revivir
el recuerdo del que dio su vida por nosotros. El mismo Señor había dicho: Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13). Y puesto que
Jesucristo murió por nosotros por amor, cuando hacemos memoria de su muerte en
el momento del sacrificio pedimos que se nos conceda el amor por la venida del
Espíritu Santo. Pedimos suplicantes que por el mismo amor que impulsó a Cristo a
dejarse crucificar por nosotros, también nosotros, habiendo recibido la gracia
del Espíritu Santo, podamos ser crucificados para el mundo e imitar la muerte de
nuestro Señor para caminar hacia una vida nueva...
Así todos los fieles que aman a Dios y al prójimo, aunque no beban el cáliz de
una pasión corporal, beben sin embargo el cáliz de la caridad del Señor...
Porque este cáliz del Señor se bebe cuando se conserva su santa caridad sin la
cual no vale para nada entregar los propios cuerpos al fuego. El don de la
caridad nos confiere ser en verdad lo que místicamente celebramos en el
sacrificio. Es lo que pretende decir el Apóstol cuando después de estas
palabras: Somos un solo pan y un solo cuerpo, añade: Todos los que participamos
de un mismo pan (1 Co 10, 17).
Para pedir esto en el momento del sacrificio, tenemos el ejemplo de nuestro
Salvador que quiso que nosotros pidiéramos, al conmemorar su muerte, lo que él
mismo, el verdadero Sacerdote, pidió por nosotros diciendo en la oración de su
última Cena: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que
sean uno como nosotros. Y poco después añade: No ruego solamente por éstos, sino
también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí. Que todos sean
uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17, 11. 20-21). Así, cuando
ofrecemos el cuerpo y la sangre de Cristo, pedimos lo que él pidió por nosotros
cuando se ofreció por nosotros.
Vuelve a leer el Evangelio, y hallarás que nuestro Redentor, al terminar esta
oración, entró en el jardín donde lo apresaron los judíos. Y precisamente
después de la Cena, durante la cual dio a sus discípulos el sacramento de su
cuerpo y de su sangre, el Salvador hizo esta oración por los que creían en él.
Así nos enseñó lo que teníamos que pedir antes que nada en el momento del
sacrificio, precisamente lo que él, Pontífice supremo, se dignó pedir en el
momento de instituir este sacrificio. En efecto, lo que nosotros pedimos, es
decir nuestra unidad en el Padre y el Hijo, lo recibimos por la unidad de la
gracia espiritual que el Santo Apóstol nos manda guardar consigo diciendo:
Sopórtense unos a otros por amor, pongan empeño en conservar la unidad del
Espíritu con el vínculo de la paz (Ef 4, 2-3). Por eso pedimos que el Espíritu
Santo venga a concedernos la caridad”14.
SAN COLUMBANO
«Queridos hermanos, si vuestra alma tiene sed de la fuente divina de que os voy
a hablar, atizad esta sed y no la apaguéis. Bebed pero sin hartaros. Porque la
fuente viva nos llama, la fuente de vida nos dice: El que tenga sed que venga a
mí y beba. ¿Beber qué? Escuchadle. El profeta os lo dice, la misma fuente lo
declara: Me han abandonado a mí, que soy la fuente de vida, dice el Señor (Jr 2,
13). El mismo Señor, Jesucristo nuestro Señor, es la fuente de vida, y por eso
nos invita para que lo bebamos. Lo bebe el que lo ama; lo bebe el que se sacia
con la Palabra de Dios, la ama y la desea; lo bebe el que arde de amor por la
sabiduría...
Ved de dónde brota esta fuente: viene del lugar de donde descendió el Pan;
porque el Pan y la fuente son uno: el Hijo único, nuestro Dios, Jesucristo el
Señor, del que siempre hemos de tener sed. Aunque lo comemos y lo devoramos con
nuestro amor, nuestro deseo nos produce todavía más sed de él. Como el agua de
una fuente, bebámoslo sin cesar con un inmenso amor, bebámoslo con toda nuestra
avidez, y deleitémonos con su dulzura. Porque el Señor es dulce y es bueno. Que
lo comamos o lo bebamos, siempre tendremos hambre y sed de él, porque él es un
alimento y una bebida absolutamente inagotables. Cuando se lo come, no se
consume; cuando se lo bebe, no desaparece; porque nuestro Pan es eterno y
perpetúa nuestra fuente, nuestra dulce fuente. De ahí lo que dice el profeta:
Los que tienen sed acudan a la fuente (Is 55, 1). En efecto, es la fuente de los
sedientos, no la de los satisfechos. A los sedientos, que en otra parte los
declara bienaventurados (Mt 5, 6), los invita: los que no tienen bastante para
beber, pero que cuanto más beben más sed tienen.
Hermanos, la fuente es la sabiduría, la Palabra de Dios en las alturas (Si 1,
5), deseémosla, busquémosla: en ella están ocultos, como dice el Apóstol, todos
los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3); ella invita a los que
tienen sed a que se lleguen a beber. Si tú tienes sed bebe en la fuente de vida;
si tienes hambre, come el Pan de vida. Dichosos los que tienen hambre de este
Pan y sed de esta fuente. Comen y beben sin cesar y desean seguir bebiendo y
comiendo. Qué bueno es poder comer y beber siempre, sin perder la sed ni el
apetito, aquello que continuamente se puede gustar sin dejar de desearlo. El rey
profeta lo dice: Gusten y vean qué bueno es el Señor (Sal 33, 9)»15.
NARSAI
«Al dar su cuerpo y su sangre, el Hijo del Altísimo pronunció estas palabras:
“Este es mi cuerpo que he entregado por los pecados del mundo, y esta es mi
sangre, que he deseado verter por las ofensas. Cualquiera que coma mi carne con
amor, y beba mi sangre, vivirá para siempre; y él permanece en mí y yo
permanezco en él. Hagan esto en memoria mía, dentro de sus asambleas, y reciban
con fe mi cuerpo y mi sangre. Ofrezcan el pan y el vino como yo les he enseñado,
y yo seré quien actúe convirtiéndolos en el cuerpo y la sangre. Yo haré del pan
el cuerpo y del vino la sangre mediante la venida y la operación del Espíritu
Santo”. Así habló a sus discípulos aquel que dio la vida al mundo, llamando pan
a su cuerpo y vino a su sangre. No les llamó figura ni semejanza, sino cuerpo
real y sangre verdadera. Y aunque la naturaleza del pan y del vino es
inconmensurablemente distinta de él, no obstante por el poder y por la unión, el
cuerpo es uno.
¡Que los ángeles y los hombres te den sin cesar gracias, Señor, Cristo esperanza
nuestra, que te entregaste por nosotros! Por la fuerza de su poder, el cuerpo
que los sacerdotes parten en la iglesia es uno mismo con el cuerpo que está
sentado con gloria a la derecha del Padre. Y de la misma manera que el Dios de
todas las cosas está unido a las “primicias” de nuestra especie (que es Cristo),
lo mismo Cristo está unido al pan y al vino que están sobre el altar. Por eso el
pan es realmente el cuerpo de nuestro Señor, y el vino, propia y verdaderamente
es su sangre. Así es como él ha mandado a los que están admitidos a hacerlo, que
coman su cuerpo, y aconseja a sus fieles que beban su sangre. ¡Dichoso quien
cree en él y se fía de su palabra, porque si está muerto resucitará, y si está
vivo no morirá por el pecado!
Los apóstoles cumplieron con diligencia el mandamiento de su Señor y lo
transmitieron cuidadosamente a sus sucesores. Así se ha conservado hasta el
presente en la Iglesia, y se conservará hasta que Cristo cancele su sacramento
mediante su aparición y manifestación.
Por eso, el sacerdote da gracias ante Dios, y levanta la voz al final de su
plegaria, para que el pueblo la oiga. Hace oír su voz y con su mano hace la
señal de la cruz sobre los dones ofrecidos sobre el altar; y el pueblo asiente
diciendo: Amén, aprobando así la oración del sacerdote»16.
JUAN MANDAKUNI 17
Cómo acercarse al Santísimo Sacramento
“Mis huesos se estremecen de temor, mi alma tiembla y queda atónita cuando me
acuerdo que voy a acercarme al venerado y gran Sacramento. Mi espíritu oscila
sin cesar entre dos sentimientos: muy a gusto quisiera yo acercarme al
Sacramento anhelado, pero mi indignidad me mantiene alejado. Mas el separarse y
vivir alejado de él es la muerte del alma. Pues hay en verdad muchos que o bien
se acercan en pecado o bien se mantienen alejados de una manera no recta: ambos
son hijos de Satanás. Los unos no conocen la fuerza del tremendo Sacramento,
sino que se acercan a él por costumbre rutinaria con la conciencia intranquila,
no para salud, sino para juicio (cfr. 1 Co 12, 29); no para perdón de los
pecados, sino para aumento de los mismos. Los otros lo aprecian en poco, como
algo que no tiene valor, y permanecen alejados, ya que no lo tienen por
necesario, pues desconocen totalmente su fuerza y su gracia, o creen que es
señal de estima al Sacramento el no acercarse a él con frecuencia. Pero esto no
es alta estima, sino que manifiesta más bien insensatez y tibieza en permanecer
lejos de la vida y desear las tinieblas y la muerte. Esto dice el Señor mismo:
Yo soy el pan de vida; quien come de este pan vivirá eternamente; y el pan que
Yo daré es mi carne, para la vida del mundo (Jn 6, 48.51) (...).
¿No sabes que en el momento en que el Santo Sacramento viene al altar se abren
arriba los cielos y Cristo desciende y llega, que los coros angélicos vuelan del
cielo a la tierra y rodean el altar donde está el Santo Sacramento del Señor, y
todos son llenos del Espíritu Santo? Por tanto, aquéllos a quienes les
atormentan los remordimientos de conciencia, son indignos de tomar parte en este
Sacramento hasta que no se hayan purificado por la penitencia (...). Examínense,
prueben sus corazones, a fin de que nadie se acerque con remordimientos de
conciencia, nadie con hipocresía, con fingimiento o falsía, nadie con dudas o
incredulidad (...).
Y no lo contemples como sencillo pan, ni lo tengas ni lo estimes por vino, pues
el tremendo santo misterio no es visible; su poder es más bien espiritual, ya
que Cristo nada visible nos ha dado en la Eucaristía y en el Bautismo, sino algo
espiritual. Vemos el cáliz, pero creemos al Verbo divino, que dice: esto es mi
cuerpo y mi sangre. Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive en mí y Yo en
él, y Yo le resucitaré en el último día (cfr. Mt 26, 26-28; Jn 6, 55). Sabemos
con verdadera fe que Cristo mora en los altares, que nosotros nos acercamos a
Él, que le contemplamos, que le tocamos, le besamos, que le tomamos y recibimos
en nuestro interior, que nos hacemos con Él un solo cuerpo (cfr. 1 Co 10, 17),
miembros e hijos de Dios (...).
Hijo de hombre, echa una mirada a tu habitación y contempla dónde estás, a quién
contemplas, a quién besas y a quién introduces en tu corazón. Te encuentras
entre potestades celestiales, alabas con los ángeles, bendices con los
serafines, contemplas a Cristo, besas a Cristo, recibes y gustas a Cristo, te
llenas del Espíritu Santo y eres iluminado y continuamente fortalecido por la
gracia divina. Por eso vosotros, sacerdotes, vosotros los ministros y
dispensadores del Santo Sacramento, acercaos con temor, custodiadlo con ansia,
administradlo santamente y servidle con esmero; tenéis un tesoro real; cuidadlo,
por tanto, y custodiadlo con gran temor (...).
Guarda pura tu alma para el momento de la comunión y no la dejes de un día para
otro. No es ningún atrevimiento comulgar muchas veces con corazón puro, pues con
ello vivificas y limpias tu alma más y más. Pero si fueras indigno y tuvieras
algo de que te reprochase la conciencia y comulgases una sola vez en toda tu
vida, eso sería muerte del alma (...).
Pero tal vez digas: en Cuaresma me santificaré y comulgaré. ¿Qué utilidad te
reportará el que te purifiques una vez si de nuevo te profanas? ¿Qué utilidad
tendría el que te lavaras y de nuevo te ensuciaras? ¿Qué utilidad trae el
edificar si vuelves a derribar lo construido? Quieres estar sin sufrimiento sólo
en los días de fiesta y después quieres de nuevo consumirte en sufrimientos;
quieres curarte de las heridas de tus pecados en un día y después quieres volver
a recibir las mismas heridas; por un día te apartas del demonio y después
quieres volver a ser atormentado por él siempre.
Así les sucede a quienes reciben una vez el Santo Sacramento y después se
consumen sin cesar en pecados (...). ¿De qué ha de servir encontrar piedras
preciosas un día de fiesta y perderlas al día siguiente? Por eso, es inútil
comulgar un día de fiesta, si pereces de nuevo por la indignidad de una mala
vida (...).
Con todo, dirás tal vez: con los ayunos de Cuaresma me he santificado; quiero,
pues, recibir el Santo Sacramento. Me parece enteramente razonable y lo alabo.
Pero ¿por qué no lo recibes siempre? Respondes: es que no puedo permanecer
siempre sin pecado. Si lo que quieres decir es: voy a comulgar el día de fiesta,
pero después me voy a mantener alejado de la Comunión, entonces incluso el día
de fiesta eres indigno, pues tu modo de pensar es del enemigo. Pues, ¿qué
aprovecha acercarse a Cristo, si no te alejas al mismo tiempo de Satanás? ¿Qué
utilidad tiene el tomar costosas medicinas, si el dolor perdura en tu interior?
¿Qué te aprovecha correr al médico, si no le enseñas tus heridas? Del mismo modo
no ganas bien alguno por ir a comulgar si no quieres apartarte de tus pecados
(...).
Por lo tanto, atendamos a nosotros con esmero (...). Santifiquemos nuestro
corazón, hagamos modestos nuestro ojos, guardemos la lengua de las
murmuraciones, hagamos penitencia por nuestros pecados, disipemos las dudas,
depongamos la insensatez, troquemos nuestra pereza en celo. Ayunemos,
perseveremos en la oración. Estemos prontos para la beneficencia, ejercitemos
virtudes con las obras. Hagámonos niños en lo malo, y en la fe, por el
contrario, perfectos. Así nos haremos en todas las virtudes dignos del augusto y
gran misterio. Con gran deseo y pureza consumada gustaremos entonces el
santísimo y vivificador Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; a Él sea
dada la gloria y el poder por toda la eternidad. Amén»18.
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1) La más amplia recopilación de textos sobre el tema sigue siendo la de J.
SOLANO: Textos eucarísticos primitivos, 2 vols., Madrid, Ed. Biblioteca de
Autores Cristianos, 1952-1954 (BAC 88 y 118).
2) La Didachè (leer: Didajé, o Doctrina XII apostolorum [= “Doctrina de los doce
apóstoles”]) no es obra de un solo autor, sino una compilación anónima de
fuentes diversas derivadas de las tradiciones de comunidades eclesiales bien
definidas. Un autor anónimo, judeo-cristiano (?), ha reunido en una suerte de
manual textos provenientes de tradiciones distintas, y que él consideró útiles
para la edificación de los convertidos:
- enseñanza de los dos caminos (el de la vida y el de la muerte) (caps.
1,1-6,1);
- tradiciones litúrgicas sobre el bautismo, el ayuno, la oración y la cena
eucarística (caps. 7-10);
- sección disciplinar (caps. 11-13);
- la última parte de la obra que trata sobre diversos temas comunitarios y la
parusía del Señor, pareciera ser de otro autor y se diferencia del resto por
razones de estilo y de fondo (caps. 14-16).
Su lugar de composición puede ubicarse en Siria, y la fecha sigue siendo objeto
de discusión: entre los siglos I y II. Traducción castellana en Padres
Apostólicos, Madrid, 1950 (BAC 65), pp. 77-94.
3) Justino mártir (+163/67), Primera Apología, ns. 65-67. Justino nació en Flavia
Neápolis (antigua Siquem, hoy Nablus). Se convirtió al cristianismo hacia el año
133, después de haber pasado por varias escuelas filosóficas. Luego de su paso
al cristianismo siguió siendo filósofo de profesión, pero su vida había cambiado
profundamente. Hacia el año 143 hallamos a Justino en Roma, en donde sigue
trabajando como filósofo de profesión. Publicó su primera Apología poco después
del 150; y el Diálogo con Trifón hacia el 155/60. Murió mártir con seis
compañeros durante el prefectorado de Junio Rústico (163-167), casi con
seguridad el año 165.
4) Este escrito es de muy dudosa atribución a Hipólito. En su estado actual es
posible distinguir tres partes: descripción del ritual de ordenación y de la
eucaristía; el bautismo; y prescripciones varias. El texto griego se ha perdido.
Subsiste, sin embargo, en las colecciones canónicas latinas, coptas, árabes y
etíopes. Con ayuda de estas versiones, más el auxilio del Testamentum Domini y
del libro VIII de las Constitutiones apostolorum, se lo ha podido reconstruir.
Edición de B. Botte, La tradition apostolique de saint Hyppolite. Essai de
reconstitution, Münster in W., 1963 (Liturgiegeschichtliche Quellen und
Forschungen 39). Hay traducción castellana por Editorial Lumen, Buenos Aires,
1981. Se lo puede datar en el siglo III.
5) Cap. 4.
6) Cap. 21.
7) Cap. 22.
8) Tratado sobre la solemnidad de Pascua, 7.9.10-12; PG 24,702-706; trad. en
Leccionario bienal bíblico-patrístico e la Liturgia de las Horas. III. Adviento
- Pentecostés, Zamora, Eds. Monte Casino, 1984, pp. 509-511. Eusebio nació en
Palestina, quizás en Cesárea, por el 265; se formó culturalmente en esta ciudad,
sede de la escuela y de la célebre biblioteca fundadas por Orígenes. Su maestro
fue Panfilo, el más docto de los discípulos de Orígenes. A él le debe Eusebio no
sólo su formación científica, sino su admiración por Orígenes. Durante la
persecución de Diocleciano, de la que fue víctima Panfilo (6 febrero 310), huyó
a Tiro y desde allí al desierto egipcio de la Tebaida; arrestado y encarcelado,
pudo volver poco después a Palestina gracias al edicto de tolerancia del 313.
Nombrado por el 313 obispo de Cesárea, se vio envuelto desde el principio en la
controversia arriana. Mantuvo una amistad y una devoción sincera sin límites con
Constantino, artífice de la paz entre la Iglesia y el estado, y celebró en
discursos oficiales los veinte años y más tarde los treinta de su subida al
poder. Murió poco después del emperador, por el 339/340. Su producción literaria
es muy notable y se desarrolla en diversos campos, desde la historia hasta la
exégesis, la filología, la teología, la apologética, etc.; su doctrina es tan
profunda que puede compararse con la de Orígenes. Sin embargo, Eusebio queda por
debajo del gran alejandrino como pensador y escritor.
9) Catequesis 23 (Mistagógica V); trad. de L. H. Rivas en: San Cirilo de
Jerusalén. Catequesis, Buenos Aires, Eds. Paulinas, 1985, pp. 305-312 (Col.
Orígenes cristianos, 2). Se ignora la fecha de nacimiento de Cirilo,
probablemente en los años 314 ó 315. Debe haber nacido en la misma ciudad de
Jerusalén o en sus alrededores. Pertenecía al clero de la diócesis de Jerusalén.
En el año 343 fue ordenado presbítero por Máximo, el obispo de Jerusalén que lo
hizo su colaborador. Desempeñaba su ministerio sacerdotal en la Iglesia de
Jerusalén cuando en el año 348 fue elegido obispo de esa misma Iglesia. Tres
veces debió abandonar su sede episcopal para marchar al destierro. La primera
vez fue en el año 357, cuando un concilio reunido en Jerusalén por el obispo
Acacio y compuesto por arrianos lo privó de su sede y lo envió al destierro.
Nuevamente fue desterrado en el año 360, pero también por poco tiempo. En el año
367 lo desterró el emperador Valente, y esta vez su alejamiento se prolongó por
unos once años, regresando a Jerusalén recién en el año 378. Después del retorno
de su último destierro participó en el Segundo Concilio Ecuménico, el II de
Constantinopla. Murió en su sede en el año 386. Tanto la Iglesia de Oriente como
la de Occidente celebran su fiesta el 18 de marzo, que es el día de su
fallecimiento. Además de las Catequesis, su obra principal, se conservan una
carta al emperador Constancio y una homilía sobre el paralítico de Juan 5.
10) Homilía contra los que se embriagan y sobre la resurrección (de Cristo), 2-3;
trad. en: J. SOLANO, Textos eucarísticos primitivos, vol. I, Madrid, Ed.
Biblioteca de Autores Cristianos, 1952, pp. 495-499 (BAC 88). San Juan
Crisóstomo (nació hacia 344-354), afamado rétor y fino exegeta, primero asceta y
monje; luego, diácono y presbítero en Antioquía; después obispo de
Constantinopla (año 398). Aquí su seriedad de reformador y también su falta de
tacto le llevaron a serios conflictos con obispos y con la corte imperial.
Depuesto y desterrado, sus tribulaciones y muerte (14.09.407) en el exilio
fueron una dolorosa prueba martirial para él y para el sector de la comunidad
eclesial que se le mantuvo fiel. Su afamada elocuencia le valió el título de
“Crisóstomo”, es decir: “Boca de Oro”, que le fue dado en el siglo VI.
11) Homilía 82 sobre San Mateo, 4-5; PG 58, 738. 743. Trad. en: Lecturas
cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1974,
E 15.
12) Los sacramentos, libro IV. Trad. en: San Ambrosio. La iniciación cristiana,
Madrid, Eds. Rialp, 1977, pp. 91 ss. (Col. Neblí, Clásicos de espiritualidad,
45). San Ambrosio nació hacia 339. Fue miembro de una familia noble. Siguió la
carrera política, ocupando cargos importantes, hasta que en torno al año 370 fue
elegido intempestivamente para ocupar la sede episcopal de Milán. Recibió la
ordenación el 7 de diciembre de 374, ocho días después de haber sido bautizado.
Murió el año 397. Es un modelo de pastor solícito totalmente dedicado a atender
la grey a él encomendada y a defender la fe de la Iglesia.
13) Sermón II; PL 20, 859 A, 859B-860 A, 860B-861 A (Trad. en: Lecturas
cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1974,
E 3). San Gaudencio (+ después del 406), fue obispo de Brescia. De los 21
sermones que nos ha dejado, diez fueron pronunciados en la semana de Pascua.
14) Contra Fabiano, 28, 16-21; CCL 91 A, 813-815 (Trad. en: Lecturas cristianas
para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1973, L 44). San
Fulgencio nació en 467 y murió en 532. Fue obispo de Ruspe (África del Norte).
Se inspira continuamente en el pensamiento agustiniano.
15) Instrucción 13, 1-2; PL 80, 254-255 (Trad. en: Lecturas cristianas para
nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1974, K 4).
Columbano, monje irlandés del siglo VI, nació en la provincia de Leinstar en
563, y se hizo célebre por los numerosos monasterios que fundó en la Galia, en
Suiza y en Italia. Murió en Bobbio en 655, en la abadía que había fundado un año
antes, y que luego fue uno de los centros del monacato occidental.
16) Homilía 17. (Trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid,
Editorial Apostolado de la Prensa, 1972, E 2). Antiguo alumno de la escuela de
Edessa, Narsai (muerto hacia el año 502) fue director de la misma durante veinte
años. En la doctrina fue discípulo de Teodoro de Mopsuestia. Su temperamento
poético le valió el sobrenombre de «cítara del Espíritu Santo».
17) Entre la abundante literatura cristiana antigua, la que floreció en Armenia
en los siglos IV y V es de las menos conocidas y, sin embargo, de riquísimo
contenido espiritual. La figura central de la literatura armena es San Mesrop, a
quien se atribuye la invención del alfabeto armeno. Murió hacia el año 440. Uno
de sus sucesores en la sede patriarcal fue Juan Mandakuni, nacido alrededor del
415, que fue catholikós de Armenia desde el año 478 hasta el 490, fecha de su
fallecimiento. Modelo de pastor de almas, Juan Mandakuni es autor de homilías,
cartas y oraciones, traducidas en gran parte al alemán durante el siglo pasado.
El fragmento que se recoge en las siguientes páginas forma parte de su discurso
Sobre la devoción y respeto al recibir el Santísimo Sacramento, en el que pone
de relieve la presencia real de Cristo en la Eucaristía y las disposiciones
interiores con que los fieles han de recibirle.
18) Traducción en: J. A. Loarte, El tesoro de los Padres. Selección de textos de
los Santos Padres para el cristiano del tercer milenio, Madrid, Eds. Rialp,
1998, pp. 324-327.