Diez reflexiones sobre la laicidad
Por el Observatorio Internacional cardenal
Van Thuân
VERONA, jueves, 19 julio 2007
El «Observatorio Internacional cardenal
Van Thuân sobre Doctrina Social de la
Iglesia» está promoviendo una reflexión
orgánica sobre la laicidad, que
«actualmente --advierte-- es la
encrucijada de muchísimas problemáticas
éticas, sociales y políticas».
En su web www.vanthuanobservatory.org
ofrece diversas reflexiones que ha
producido sobre este actualísimo tema.
Un primer fruto es el estudio de
monseñor Giampaolo Crepaldi, secretario
del Pontificio Consejo Justicia y Paz,
aparecido en el «Boletín de Doctrina
Social de la Iglesia» 1 (2006) con el
título «Breves notas sobre la laicidad
en J. Ratzinger – Benedicto XVI».
A éste le seguirán otras
profundizaciones, anuncia el
Observatorio en su Boletín de Noticias
n. 94 del pasado 16 de julio. De hecho,
uno de los próximos fascículos del
«Boletín de Doctrina Social de la
Iglesia» se dedicará por entero a esta
cuestión, con aportaciones de diversos
países del mundo en los que la laicidad
y el laicismo asumen formas diversas.
Mientras tanto, el Observatorio ha
querido sintetizar en diez puntos sus
reflexiones sobre la laicidad, que
publicamos a continuación.
10 PUNTOS SOBRE LA LAICIDAD
1. La laicidad se entiende
hoy como ámbito público de la razón
neutra de absolutos
Hoy se tiende a concebir la laicidad
como el ámbito de la sola razón,
o sea, de la razón que considera la fe
religiosa como irracional y por
lo tanto no digna de entrar en el debate
público. La consecuencia es la reducción
de la religión a secta y una tolerancia
que equipara entre sí a todos los
dioses. La laicidad como neutralidad de
los absolutos acepta la religión sólo
según tres modalidades: como hecho
privado, como secta en el mercado
de los sentimientos religiosos, como
vaga y genérica mística. Las tres
modalidades niegan a la religión una
dimensión pública.
2. Esta laicidad neutra de los absolutos
es a su vez un absoluto
Esta concepción de la realidad
rigurosamente racional tiene su propia
absolutidad, la absolutidad del
conocimiento racional, la tesis de la
exclusiva validez del conocimiento
científico y, como consecuencia, se
convierte en contestación de la
absolutidad religiosa. La laicidad que
pretende ser neutra de los absolutos es
a su vez una opción absoluta, un dogma.
3. Pero una razón absoluta es imposible
La razón que quiera permanecer fiel a sí
misma, o sea, auténtica razón, no puede
renunciar a la propia relación con la
fe. Si la razón no se abre a la fe,
absolutizándose así ella misma, no es
por motivos racionales, sino o por una
forma de fideísmo de la razón o por una
forma de racionalismo de la fe, esto es,
una razón que se convierte en
religión laica y una religión que
se convierte únicamente en gris ética
social.
4. El rechazo político del cristianismo
es también rechazo de la razón
Rechazando el cristianismo, el Estado
occidental rechaza también la razón
que el cristianismo llevaba consigo y se
entrega así a los dioses.
El cristianismo no se remite a las
divinidades del mito, sino al Dios como
único ser y verdad del Logos griego. El
Dios cristiano no es, sin embargo, sólo
verdad; es también amor. Pero el hecho
de que sea amor no suprime su ser
verdad. «Subsiste una primordial
identidad entre verdad y amor». De este
modo el cristianismo unifica la verdad y
la vida. No puede prescindir de la
verdad, y en esto asume las exigencias
racionales, pero no acepta la separación
entre verdad y vida que la razón, sola,
querría proponer.
5. La «autolimitación» de la razón
absoluta
La laicidad como razón pública que
quiere eliminar la propia relación con
la fe se somete a un inevitable proceso.
Tiende a ser absoluta, pero para ser
absoluta debe limitar el sentido y el
ámbito de la propia verdad. Si se
mantuviera abierta a lo trascendente, no
podría decirse absoluta. Para hacerlo
debe reducir su propia pretensión de
verdad, a fin de poderse jactar en
sí misma de un saber absoluto. La
conclusión es la reducción de la verdad
a los mínimos términos de cuanto se
puede probar con los experimentos.
6. De la razón absoluta a la
«dictadura del relativismo»
He aquí la transición de una razón
absoluta, así entendida, a la «dictadura
del relativismo». De cualquier verdad
que no sea fruto de cálculo o
experimento, la laicidad positivista
asume una actitud de duda dogmática.
Su única certeza es la duda; duda de
todo, excepto de la propia dubitación.
De este modo proclama el relativismo,
pero lo proclama dogmáticamente,
como el último dogma que queda tras la
desconstrucción de la verdad, por lo
tanto como última y definitiva verdad.
El hombre ya no admite instancia moral
alguna fuera de sus cálculos y así los
deseos se transforman en derechos.
7. La «auto-autorización» del actuar humano,
o sea, el nihilismo de la técnica
Si la medida del hombre es su capacidad
estamos en el nihilismo de la técnica y
el hombre puede «auto-autorizarse» a
hacer todo lo que sea capaz de hacer. La
constatación de que la dictadura del
relativismo lleva al nihilismo de la
técnica decreta la insostenibilidad
de una laicidad desgajada de la
trascendencia. Se dice que la verdadera
laicidad es la que no sólo admite o
tolera la trascendencia, sino que
también siente su necesidad y
la promueve. En el plano de la
praxis política concreta, la verdadera
laicidad asume dos actitudes
fundamentales: a) no pide a los
creyentes que se despojen de su fe
cuando participan en el debate público
para asumir las únicas vestiduras de la
razón; b) no concede liberad de palabra
sólo a los individuos creyentes, sino
también a las comunidades religiosas
como tales. Esto, desde el punto de
vista de la política, significa
reconocer a la comunidad religiosa el
derecho de ser sujeto de cultura
social y política.
8. La laicidad tiene necesidad de
trascendencia
Si sólo una laicidad que no excluya la
trascendencia puede ser verdaderamente
laica, entonces, al menos, la laicidad
debe razonar «como si Dios existiera».
9. No todas las religiones garantizan por
igual la apertura a la trascendencia
No todas las religiones
son adecuadas por igual para garantizar a la
política la necesaria trascendencia. Una
religión como el budismo, por ejemplo, que
propone la disolución de la persona en el
uno-todo, es menos capaz de garantizar en
sentido trascendente los derechos de la
persona que una religión como la cristiana,
para la cual el encuentro con Dios será un
encuentro personal. Es interés de la laicidad
no caer en el «lo mismo da» [en el ámbito
religioso].
10. La laicidad, el cristianismo y Occidente
El concepto de laicidad existe sólo en
Occidente. Pero precisamente aquí, en
Occidente, la laicidad ha asumido los
caracteres de la dictadura del
relativismo. Sólo aquí en Occidente, por
lo tanto, puede ocurrir que la laicidad
supere los rasgos de la dictadura del
relativismo y se reabra a la
trascendencia. Dado que, sin embargo, no
todas las religiones son capaces de
permitir a Occidente realizar esto en
armonía con sus mejores conquistas, sino
sólo el cristianismo, es evidente que
Occidente no puede permitirse cortar los
puentes con el cristianismo. La laicidad
no es posible sin el cristianismo.
Ciertamente el cristianismo no coincide
con Occidente, pero si Occidente corta
sus vínculos con el cristianismo, se
pierde también de vista a sí mismo.
Abriéndose indiscriminadamente a todo
cuanto es externo, ya sin confianza en
sí mismo y sin contar con el vínculo con
el cristianismo, Occidente ya no logra
integrar nada, tampoco en sí mismo.