Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz
Combatir la pobreza en clave global, indispensable para la paz
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto íntegro del mensaje del Papa Benedicto XVI para la próxima Jornada Mundial de la Paz,
el 1 de enero de 2009, y que ha sido hecho público hoy por la Santa Sede en rueda de prensa.
Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI
Para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz
1 enero 2009
"Combatir la pobreza, construir la paz"
1. También en este año nuevo que comienza, deseo hacer llegar a todos mis
mejores deseos de paz, e
invitar con este Mensaje a
reflexionar sobre el tema:
Combatir la pobreza,
construir la paz. Mi
venerado predecesor Juan
Pablo II, en el Mensaje para
la Jornada Mundial de la Paz
de 1993, subrayó ya las
repercusiones negativas que
la situación de pobreza de
poblaciones enteras acaba
teniendo sobre la paz. En
efecto, la pobreza se
encuentra frecuentemente
entre los factores que
favorecen o agravan los
conflictos, incluidas la
contiendas armadas. Estas
últimas alimentan a su vez
trágicas situaciones de
penuria. "Se constata y se
hace cada vez más grave en
el mundo –escribió Juan
Pablo II– otra seria amenaza
para la paz: muchas
personas, es más,
poblaciones enteras viven
hoy en condiciones de
extrema pobreza. La
desigualdad entre ricos y
pobres se ha hecho más
evidente, incluso en las
naciones más desarrolladas
económicamente. Se trata de
un problema que se plantea a
la conciencia de la
humanidad, puesto que las
condiciones en que se
encuentra un gran número de
personas son tales que
ofenden su dignidad innata y
comprometen, por
consiguiente, el auténtico y
armónico progreso de la
comunidad mundial"[1].
2. En este cuadro,
combatir la pobreza implica
considerar atentamente el
fenómeno complejo de la
globalización. Esta
consideración es importante
ya desde el punto de vista
metodológico, pues invita a
tener en cuenta el fruto de
las investigaciones
realizadas por los
economistas y sociólogos
sobre tantos aspectos de la
pobreza. Pero la referencia
a la globalización debería
abarcar también la dimensión
espiritual y moral, instando
a mirar a los pobres desde
la perspectiva de que todos
comparten un único proyecto
divino, el de la vocación de
construir una sola familia
en la que todos –personas,
pueblos y naciones– se
comporten siguiendo los
principios de fraternidad y
responsabilidad.
En dicha perspectiva se
ha de tener una visión
amplia y articulada de la
pobreza. Si ésta fuese
únicamente material, las
ciencias sociales, que nos
ayudan a medir los fenómenos
basándose sobre todo en
datos de tipo cuantitativo,
serían suficientes para
iluminar sus principales
características. Sin
embargo, sabemos que hay
pobrezas inmateriales, que
no son consecuencia directa
y automática de carencias
materiales. Por ejemplo, en
las sociedades ricas y
desarrolladas existen
fenómenos de marginación,
pobreza relacional, moral y
espiritual: se trata de
personas desorientadas
interiormente, aquejadas por
formas diversas de malestar
a pesar de su bienestar
económico. Pienso, por una
parte, en el llamado
"subdesarrollo moral"[2] y,
por otra, en las
consecuencias negativas del
"superdesarrollo"[3].
Tampoco olvido que, en las
sociedades definidas como
"pobres", el crecimiento
económico se ve
frecuentemente entorpecido
por impedimentos
culturales, que no
permiten utilizar
adecuadamente los recursos.
De todos modos, es verdad
que cualquier forma de
pobreza no asumida
libremente tiene su raíz en
la falta de respeto por la
dignidad trascendente de la
persona humana. Cuando no se
considera al hombre en su
vocación integral, y no se
respetan las exigencias de
una verdadera "ecología
humana"[4], se desencadenan
también dinámicas perversas
de pobreza, como se pone
claramente de manifiesto en
algunos aspectos en los
cuales me detendré
brevemente.
Pobreza e implicaciones morales
3. La pobreza se pone a menudo en relación con el crecimiento demográfico.
Consiguientemente, se están
llevando a cabo campañas
para reducir la natalidad en
el ámbito internacional,
incluso con métodos que no
respetan la dignidad de la
mujer ni el derecho de los
cónyuges a elegir
responsablemente el número
de hijos [5] y, lo que es
más grave aún,
frecuentemente ni siquiera
respetan el derecho a la
vida. El exterminio de
millones de niños no nacidos
en nombre de la lucha contra
la pobreza es, en realidad,
la eliminación de los seres
humanos más pobres. A esto
se opone el hecho de que, en
1981, aproximadamente el 40%
de la población mundial
estaba por debajo del umbral
de la pobreza absoluta,
mientras que hoy este
porcentaje se ha reducido
sustancialmente a la mitad y
numerosas poblaciones,
caracterizadas, por lo
demás, por un notable
incremento demográfico, han
salido de la pobreza. El
dato apenas mencionado
muestra claramente que
habría recursos para
resolver el problema de la
indigencia, incluso con un
crecimiento de la población.
Tampoco hay que olvidar que,
desde el final de la Segunda
Guerra Mundial hasta hoy, la
población de la tierra ha
crecido en cuatro mil
millones y, en buena parte,
este fenómeno se produce en
países que han aparecido
recientemente en el
escenario internacional como
nuevas potencias económicas,
y han obtenido un rápido
desarrollo precisamente
gracias al elevado número de
sus habitantes. Además,
entre las naciones más
avanzadas, las que tienen un
mayor índice de natalidad
disfrutan de mejor potencial
para el desarrollo. En otros
términos, la población se
está confirmando como una
riqueza y no como un factor
de pobreza.
4. Otro
aspecto que preocupa son las
enfermedades pandémicas,
como por ejemplo, la
malaria, la tuberculosis y
el sida que, en la medida en
que afectan a los sectores
productivos de la población,
tienen una gran influencia
en el deterioro de las
condiciones generales del
país. Los intentos de frenar
las consecuencias de estas
enfermedades en la población
no siempre logran resultados
significativos. Además, los
países aquejados de dichas
pandemias, a la hora de
contrarrestarlas, sufren los
chantajes de quienes
condicionan las ayudas
económicas a la puesta en
práctica de políticas
contrarias a la vida. Es
difícil combatir sobre todo
el sida, causa dramática de
pobreza, si no se afrontan
los problemas morales con
los que está relacionada la
difusión del virus. Es
preciso, ante todo,
emprender campañas que
eduquen especialmente a los
jóvenes a una sexualidad
plenamente concorde con la
dignidad de la persona; hay
iniciativas en este sentido
que ya han dado resultados
significativos, haciendo
disminuir la propagación del
virus. Además, se requiere
también que se pongan a
disposición de las naciones
pobres las medicinas y
tratamientos necesarios;
esto exige fomentar
decididamente la
investigación médica y las
innovaciones terapéuticas, y
aplicar con flexibilidad,
cuando sea necesario, las
reglas internacionales sobre
la propiedad intelectual,
con el fin de garantizar a
todos la necesaria atención
sanitaria de base.
5. Un tercer
aspecto en que se ha de
poner atención en los
programas de lucha contra la
pobreza, y que muestra su
intrínseca dimensión moral,
es la pobreza de los
niños. Cuando la pobreza
afecta a una familia, los
niños son las víctimas más
vulnerables: casi la mitad
de quienes viven en la
pobreza absoluta son niños.
Considerar la pobreza
poniéndose de parte de los
niños impulsa a estimar como
prioritarios los objetivos
que los conciernen más
directamente como, por
ejemplo, el cuidado de las
madres, la tarea educativa,
el acceso a las vacunas, a
las curas médicas y al agua
potable, la salvaguardia del
medio ambiente y, sobre
todo, el compromiso en la
defensa de la familia y de
la estabilidad de las
relaciones en su interior.
Cuando la familia se
debilita, los daños recaen
inevitablemente sobre los
niños. Donde no se tutela la
dignidad de la mujer y de la
madre, los más afectados son
principalmente los hijos.
6. Un cuarto aspecto que
merece particular atención
desde el punto de vista
moral es la relación
entre el desarme y el
desarrollo. Es
preocupante la magnitud
global del gasto militar en
la actualidad. Como ya he
tenido ocasión de subrayar,
"los ingentes recursos
materiales y humanos
empleados en gastos
militares y en armamentos se
sustraen a los proyectos de
desarrollo de los pueblos,
especialmente de los más
pobres y necesitados de
ayuda. Y esto va contra lo
que afirma la misma Carta
de las Naciones Unidas,
que compromete a la
comunidad internacional, y a
los Estados en particular, a
“promover el establecimiento
y el mantenimiento de la paz
y de la seguridad
internacional con el mínimo
dispendio de los recursos
humanos y económicos
mundiales en armamentos”
(art. 26)"[6].
Este estado de cosas, en
vez de facilitar, entorpece
seriamente la consecución de
los grandes objetivos de
desarrollo de la comunidad
internacional. Además, un
incremento excesivo del
gasto militar corre el
riesgo de acelerar la
carrera de armamentos, que
provoca bolsas de
subdesarrollo y de
desesperación,
transformándose así,
paradójicamente, en factor
de inestabilidad, tensión y
conflictos. Como afirmó
sabiamente mi venerado
Predecesor Pablo VI, "el
desarrollo es el nuevo
nombre de la paz"[7]. Por
tanto, los Estados están
llamados a una seria
reflexión sobre los motivos
más profundos de los
conflictos, a menudo
avivados por la injusticia,
y a afrontarlos con una
valiente autocrítica. Si se
alcanzara una mejora de las
relaciones, sería posible
reducir los gastos en
armamentos. Los recursos
ahorrados se podrían
destinar a proyectos de
desarrollo de las personas y
de los pueblos más pobres y
necesitados: los esfuerzos
prodigados en este sentido
son un compromiso por la paz
dentro de la familia humana.
7. Un quinto
aspecto de la lucha contra
la pobreza material se
refiere a la actual
crisis alimentaria, que
pone en peligro la
satisfacción de las
necesidades básicas. Esta
crisis se caracteriza no
tanto por la insuficiencia
de alimentos, sino por las
dificultades para obtenerlos
y por fenómenos
especulativos y, por tanto,
por la falta de un entramado
de instituciones políticas y
económicas capaces de
afrontar las necesidades y
emergencias. La malnutrición
puede provocar también
graves daños psicofísicos a
la población, privando a las
personas de la energía
necesaria para salir, sin
una ayuda especial, de su
estado de pobreza. Esto
contribuye a ampliar la
magnitud de las
desigualdades, provocando
reacciones que pueden llegar
a ser violentas. Todos los
datos sobre el crecimiento
de la pobreza relativa en
los últimos decenios indican
un aumento de la diferencia
entre ricos y pobres. Sin
duda, las causas principales
de este fenómeno son, por
una parte, el cambio
tecnológico, cuyos
beneficios se concentran en
el nivel más alto de la
distribución de la renta y,
por otra, la evolución de
los precios de los productos
industriales, que aumentan
mucho más rápidamente que
los precios de los productos
agrícolas y de las materias
primas que poseen los países
más pobres. Resulta así que
la mayor parte de la
población de los países más
pobres sufre una doble
marginación, beneficios más
bajos y precios más altos.
Lucha
contra la pobreza y
solidaridad global
8. Una de las vías
maestras para construir la
paz es una globalización que
tienda a los intereses de la
gran familia humana[8]. Sin
embargo, para guiar la
globalización se necesita
una fuerte solidaridad
global[9], tanto entre
países ricos y países
pobres, como dentro de cada
país, aunque sea rico. Es
preciso un "código ético
común"[10], cuyas normas no
sean sólo fruto de acuerdos,
sino que estén arraigadas en
la ley natural inscrita por
el Creador en la conciencia
de todo ser humano (cf.
Rm 2,14-15). Cada uno de
nosotros ¿no siente acaso en
lo recóndito de su
conciencia la llamada a dar
su propia contribución al
bien común y a la paz
social? La globalización
abate ciertas barreras, pero
esto no significa que no se
puedan construir otras
nuevas; acerca los pueblos,
pero la proximidad en el
espacio y en el tiempo no
crea de suyo las condiciones
para una comunión verdadera
y una auténtica paz. La
marginación de los pobres
del planeta sólo puede
encontrar instrumentos
válidos de emancipación en
la globalización si todo
hombre se siente
personalmente herido por las
injusticias que hay en el
mundo y por las violaciones
de los derechos humanos
vinculadas a ellas. La
Iglesia, que es "signo e
instrumento de la íntima
unión con Dios y de la
unidad de todo el género
humano"[11], continuará
ofreciendo su aportación
para que se superen las
injusticias e
incomprensiones, y se llegue
a construir un mundo más
pacífico y solidario.
9. En el
campo del comercio
internacional y de las
transacciones financieras,
se están produciendo
procesos que permiten
integrar positivamente las
economías, contribuyendo a
la mejora de las condiciones
generales; pero existen
también procesos en sentido
opuesto, que dividen y
marginan a los pueblos,
creando peligrosas premisas
para conflictos y guerras.
En los decenios sucesivos a
la Segunda Guerra Mundial,
el comercio internacional de
bienes y servicios ha
crecido con extraordinaria
rapidez, con un dinamismo
sin precedentes en la
historia. Gran parte del
comercio mundial se ha
centrado en los países de
antigua industrialización, a
los que se han añadido de
modo significativo muchos
países emergentes, que han
adquirido una cierta
relevancia. Sin embargo, hay
otros países de renta baja
que siguen estando
gravemente marginados
respecto a los flujos
comerciales. Su crecimiento
se ha resentido por la
rápida disminución de los
precios de las materias
primas registrada en las
últimas décadas, que
constituyen la casi
totalidad de sus
exportaciones. En estos
países, la mayoría
africanos, la dependencia de
las exportaciones de las
materias primas sigue siendo
un fuerte factor de riesgo.
Quisiera renovar un
llamamiento para que todos
los países tengan las mismas
posibilidades de acceso al
mercado mundial, evitando
exclusiones y marginaciones.
10. Se puede hacer una
reflexión parecida sobre las
finanzas, que atañe a uno de
los aspectos principales del
fenómeno de la
globalización, gracias al
desarrollo de la electrónica
y a las políticas de
liberalización de los flujos
de dinero entre los diversos
países. La función
objetivamente más importante
de las finanzas, el sostener
a largo plazo la posibilidad
de inversiones y, por tanto,
el desarrollo, se manifiesta
hoy muy frágil: se resiente
de los efectos negativos de
un sistema de intercambios
financieros –en el plano
nacional y global– basado en
una lógica a muy corto
plazo, que busca el
incremento del valor de las
actividades financieras y se
concentra en la gestión
técnica de las diversas
formas de riesgo. La
reciente crisis demuestra
también que la actividad
financiera está guiada a
veces por criterios
meramente autorrefenciales,
sin consideración del bien
común a largo plazo. La
reducción de los objetivos
de los operadores
financieros globales a un
brevísimo plazo de tiempo
reduce la capacidad de las
finanzas para desempeñar su
función de puente entre el
presente y el futuro, con
vistas a sostener la
creación de nuevas
oportunidades de producción
y de trabajo a largo plazo.
Una finanza restringida al
corto o cortísimo plazo
llega a ser peligrosa para
todos, también para quien
logra beneficiarse de ella
durante las fases de euforia
financiera[12].
11. De todo
esto se desprende que la
lucha contra la pobreza
requiere una cooperación
tanto en el plano económico
como en el jurídico que
permita a la comunidad
internacional, y en
particular a los países
pobres, descubrir y poner en
práctica soluciones
coordinadas para afrontar
dichos problemas,
estableciendo un marco
jurídico eficaz para la
economía. Exige también
incentivos para crear
instituciones eficientes y
participativas, así como
ayudas para luchar contra la
criminalidad y promover una
cultura de la legalidad. Por
otro lado, es innegable que
las políticas marcadamente
asistencialistas están en el
origen de muchos fracasos en
la ayuda a los países
pobres. Parece que,
actualmente, el verdadero
proyecto a medio y largo
plazo sea el invertir en la
formación de las personas y
en desarrollar de manera
integrada una cultura de la
iniciativa. Si bien las
actividades económicas
necesitan un contexto
favorable para su
desarrollo, esto no
significa que se deba
distraer la atención de los
problemas del beneficio.
Aunque se haya subrayado
oportunamente que el aumento
de la renta per capita
no puede ser el fin absoluto
de la acción
político-económica, no se ha
de olvidar, sin embargo, que
ésta representa un
instrumento importante para
alcanzar el objetivo de la
lucha contra el hambre y la
pobreza absoluta. Desde este
punto de vista, no hay que
hacerse ilusiones pensando
que una política de pura
redistribución de la riqueza
existente resuelva el
problema de manera
definitiva. En efecto, el
valor de la riqueza en una
economía moderna depende de
manera determinante de la
capacidad de crear rédito
presente y futuro. Por eso,
la creación de valor resulta
un vínculo ineludible, que
se debe tener en cuenta si
se quiere luchar de modo
eficaz y duradero contra la
pobreza material.
12. Finalmente, situar a
los pobres en el primer
puesto comporta que se les
dé un espacio adecuado para
una correcta lógica
económica por parte de
los agentes del mercado
internacional, una
correcta lógica política
por parte de los
responsables institucionales
y una correcta lógica
participativa capaz de
valorizar la sociedad civil
local e internacional. Los
organismos internacionales
mismos reconocen hoy la
valía y la ventaja de las
iniciativas económicas de la
sociedad civil o de las
administraciones locales
para promover la
emancipación y la inclusión
en la sociedad de las capas
de población que a menudo se
encuentran por debajo del
umbral de la pobreza extrema
y a las que, al mismo
tiempo, difícilmente pueden
llegar las ayudas oficiales.
La historia del desarrollo
económico del siglo XX
enseña cómo buenas políticas
de desarrollo se han
confiado a la
responsabilidad de los
hombres y a la creación de
sinergias positivas entre
mercados, sociedad civil y
Estados. En particular, la
sociedad civil asume un
papel crucial en el proceso
de desarrollo, ya que el
desarrollo es esencialmente
un fenómeno cultural y la
cultura nace y se desarrolla
en el ámbito de la sociedad
civil[13].
13. Como ya afirmó mi
venerado Predecesor Juan
Pablo II, la globalización
"se presenta con una marcada
nota de ambivalencia"[14] y,
por tanto, ha de ser regida
con prudente sabiduría. De
esta sabiduría, forma parte
el tener en cuenta en primer
lugar las exigencias de los
pobres de la tierra,
superando el escándalo de la
desproporción existente
entre los problemas de la
pobreza y las medidas que
los hombres adoptan para
afrontarlos. La
desproporción es de orden
cultural y político, así
como espiritual y moral. En
efecto, se limita a menudo a
las causas superficiales e
instrumentales de la
pobreza, sin referirse a las
que están en el corazón
humano, como la avidez y la
estrechez de miras. Los
problemas del desarrollo, de
las ayudas y de la
cooperación internacional se
afrontan a veces como meras
cuestiones técnicas, que se
agotan en establecer
estructuras, poner a punto
acuerdos sobre precios y
cuotas, en asignar
subvenciones anónimas, sin
que las personas se
involucren verdaderamente.
En cambio, la lucha contra
la pobreza necesita hombres
y mujeres que vivan en
profundidad la fraternidad y
sean capaces de acompañar a
las personas, familias y
comunidades en el camino de
un auténtico desarrollo
humano.
Conclusión
14. En la Encíclica
Centesimus annus,
Juan Pablo II advirtió sobre
la necesidad de "abandonar
una mentalidad que considera
a los pobres –personas y
pueblos– como un fardo o
como molestos e importunos,
ávidos de consumir lo que
los otros han producido".
"Los pobres –escribe– exigen
el derecho de participar y
gozar de los bienes
materiales y de hacer
fructificar su capacidad de
trabajo, creando así un
mundo más justo y más
próspero para todos"[15]. En
el mundo global actual,
aparece con mayor claridad
que solamente se construye
la paz si se asegura la
posibilidad de un
crecimiento razonable. En
efecto, las tergiversaciones
de los sistemas injustos
antes o después pasan
factura a todos. Por tanto,
únicamente la necedad puede
inducir a construir una casa
dorada, pero rodeada del
desierto o la degradación.
Por sí sola, la
globalización es incapaz de
construir la paz, más aún,
genera en muchos casos
divisiones y conflictos. La
globalización pone de
manifiesto más bien una
necesidad: la de estar
orientada hacia un objetivo
de profunda solidaridad, que
tienda al bien de todos y
cada uno. En este sentido,
hay que verla como una
ocasión propicia para
realizar algo importante en
la lucha contra la pobreza y
para poner a disposición de
la justicia y la paz
recursos hasta ahora
impensables.
15. La Doctrina Social de
la Iglesia se ha interesado
siempre por los pobres. En
tiempos de la Encíclica
Rerum novarum,
éstos eran sobre todo los
obreros de la nueva sociedad
industrial; en el magisterio
social de Pío XI, Pío XII,
Juan XXIII, Pablo VI y Juan
Pablo II se han detectado
nuevas pobrezas a medida que
el horizonte de la cuestión
social se ampliaba, hasta
adquirir dimensiones
mundiales[16]. Esta
ampliación de la cuestión
social hacia la globalidad
hay que considerarla no sólo
en el sentido de una
extensión cuantitativa, sino
también como una
profundización cualitativa
en el hombre y en las
necesidades de la familia
humana. Por eso la Iglesia,
a la vez que sigue con
atención los actuales
fenómenos de la
globalización y su
incidencia en las pobrezas
humanas, señala nuevos
aspectos de la cuestión
social, no sólo en
extensión, sino también en
profundidad, en cuanto
conciernen a la identidad
del hombre y su relación con
Dios. Son principios de la
doctrina social que tienden
a clarificar las relaciones
entre pobreza y
globalización, y a orientar
la acción hacia la
construcción de la paz.
Entre estos principios
conviene recordar aquí, de
modo particular, el "amor
preferencial por los
pobres"[17], a la luz del
primado de la caridad,
atestiguado por toda la
tradición cristiana,
comenzando por la de la
Iglesia primitiva (cf.
Hch 4,32-36; 1 Co
16,1; 2 Co 8-9; Ga
2,10).
"Que se ciña cada cual a
la parte que le
corresponde", escribía León
XIII en 1891, añadiendo:
"Por lo que respecta a la
Iglesia, nunca ni bajo
ningún aspecto regateará su
esfuerzo"[18]. Esta
convicción acompaña también
hoy el quehacer de la
Iglesia para con los pobres,
en los cuales contempla a
Cristo[19], sintiendo cómo
resuena en su corazón el
mandato del Príncipe de la
paz a los Apóstoles: "Vos
date illis manducare –
dadles vosotros de comer" (Lc
9,13). Así pues, fiel a esta
exhortación de su Señor, la
comunidad cristiana no
dejará de asegurar a toda la
familia humana su apoyo a
las iniciativas de una
solidaridad creativa, no
sólo para distribuir lo
superfluo, sino cambiando
"sobre todo los estilos de
vida, los modelos de
producción y de consumo, las
estructuras consolidadas de
poder que rigen hoy la
sociedad"[20]. Por
consiguiente, dirijo al
comienzo de un año nuevo una
calurosa invitación a cada
discípulo de Cristo, así
como a toda persona de buena
voluntad, para que ensanche
su corazón hacia las
necesidades de los pobres,
haciendo cuanto le sea
concretamente posible para
salir a su encuentro. En
efecto, sigue siendo
incontestablemente verdadero
el axioma según el cual
"combatir la pobreza es
construir la paz".
Vaticano,
8 de diciembre de 2008
BENEDICTUS PP. XVI
[1]
Mensaje para la
Jornada Mundial de la Paz de
1993, 1.
[2] Pablo VI, Carta enc.
Populorum progressio,
19.
[3] Juan Pablo II, Carta
enc.
Sollicitudo rei
socialis, 28.
[4] Juan Pablo II, Carta
enc.
Centesimus annus,
38.
[5] Cf. Pablo VI, Carta enc.
Populorum progressio,
37; Juan Pablo II, Carta enc.
Sollicitudo rei
socialis, 25.
[6]
Carta al Cardenal Renato Rafael Martino
con ocasión del Seminario
Internacional organizado por
el Consejo Pontificio para
la Justicia y la Paz sobre
el tema "Desarme,
desarrollo y paz.
Perspectivas para un desarme
integral'' (10 abril
2008): L'Osservatore
Romano, ed. en lengua
española (18 abril
2008), p. 3.
[7] Carta enc.
Populorum progressio,
87.
[8] Juan Pablo II, Carta
enc.
Centesimus annus,
58.
[9] Juan Pablo II,
Discurso a las
asociaciones cristianas de
trabajadores italianos
(27 abril 2002), n. 4:
L'Osservatore Romano, ed. en
lengua española (10 mayo
2002), p. 10.
[10] Juan Pablo II,
Discurso a la Asamblea
plenaria de la Academia
Pontificia de Ciencias
sociales
(27 abril 2001), n. 4:
L'Osservatore Romano, ed. en
lengua española (11 mayo
2001), p. 4.
[11] Concilio Vaticano
II, Const. dogm.
Lumen gentium,
1.
[12] Cf. Consejo
Pontificio para la Justicia
y la Paz,
Discurso a empresarios
y sindicatos de trabajadores,
368.
[13] Cf.
ibíd.,
356.
[14]
Discurso a empresarios
y sindicatos de trabajadores
(2 mayo 2000), n. 3:
L'Osservatore Romano, ed. en
lengua española (5 mayo
2000), p. 7.
[15] Juan Pablo II, Carta
enc.
Centesimus annus,
28.
[16] Cf. Pablo VI, Carta
enc.
Populorum progressio,
3.
[17] Juan Pablo II, Carta
enc.
Sollicitudo rei
socialis, 42;
Cf. Id. Carta enc.
Centesimus annus,
57.
[18] León XIII, Carta
enc.
Rerum novarum,
41.
[19] Cf. Juan Pablo II,
Carta enc.
Centesimus annus,
58.
[20] Ibíd.