RITUAL DE LAS EXEQUIAS


PRESENTACIÓN


La vida de los hombres está medida por el tiempo, en cuyo transcurso cambiamos, envejecemos y finalmente morimos. Este ciclo es interrumpido, a veces, por la muerte precoz de los niños, enfermedades terminales que se desarrollan en cualquier etapa de la vida,y también por la ocurrencia de accidentes, desastres naturales o acciones criminales. La presencia de la muerte en el horizonte de la existencia terrena otorga seriedad a la vida y al mismo tiempo le genera una tensión que siempre provoca un dramático interrogante. Porque frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre. En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que la muerte es el ”salario del pecado" (Rm 6, 23). Y a la vez, para los que mueren en gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor a fin de poder participar también de su Resurrección.(1)

El sumo pontífice, Benedicto XVI, en una catequesis general pronunciada en la conmemoración de todos los fieles difuntos, expresaba que «Dios, realmente se ha mostrado, se ha hecho asequible, de tal manera ha amado al mundo "que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga Vida eterna”, y en el supremo acto de amor de la Cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la ha vencido, ha resucitado, y nos ha abierto también las puertas de la eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que El mismo ha atravesado; es el Buen Pastor, bajo cuya guía podemos confiar sin temor, porque El conoce el camino, incluso a través de la oscuridad. Todos los domingos, recitando el Credo, reafirmamos esta verdad. Y acercándonos a los cementerios para rezar con amor y afecto por nuestros familiares difuntos, se nos invita, una vez más, a renovar con valentía y con fuerza nuestra fe en la vida eterna; es más, a vivir con esta gran esperanza y dar testimonio de ella en el mundo».(2)

Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. Así lo expresa San Pablo: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp ], 21) y «Esta doctrina es digna de fe: si hemos muerto con él, viviremos con él» (2 Tim 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está justamente allí: por el Bautismo, el cristiano ya está sacramentalmente ”muerto con Cristo”, para vivir una vida nueva; y si muere en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este ”morir con Cristo” y perfecciona asi para el cristiano su incorporación a El y a su acto redentor.

En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: «Deseo irme para estar con Cristo» (Cf. Flp 1, 23) y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo del Señor. Una síntesis de la visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia, en uno de los prefacios de difuntos del Misal Romano: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, sino que se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».(3)


Desarrollo histórico de las exequias

La manera de celebrar el Misterio Pascual en la liturgia de las exequias ha variado con el tiempo. En la Iglesia antigua las honras fúnebres eran diversas según los lugares y en general provenían de los usos del mundo grecorromano y judío. San Agustin y san Juan Crisóstomo, entre otros grandes padres, atestiguan que la clave de celebración cristiana de las exequias pasa por la fe en la resurrección, y esto suministra una tonalidad de fiesta y esperanza a los ritos fúnebres.(4)

Los cristianos conservaron la costumbre romana del banquete fúnebre o refrigerium, para el cual se reunían en días determinados (tercero, séptimo y trigésimo después de la muerte y en el aniversario) junto a la tumba o en la cámara sepulcral para hacer memoria del difunto. La presencia, facultativa, del obispo o del presbítero es atestiguada a comienzos del siglo III. Cuando en el siglo IV, o quizá incluso antes, se empieza, en algunos casos, a celebrar la Eucaristía, después de la inhumación, el refrigerium tiene lugar después de dicha celebración. Pero poco a poco la Eucaristía celebrada en la iglesia irá sustituyendo el refrigerium. La Eucaristía, el refrigerium y las demás oraciones que constituían las exequias antiguas, estaban orientadas a confortar al difunto en su existencia precaria y provisional en el más allá y a procurarle un lugar de descanso en espera del juicio al final de los tiempos.

El ritual romano más antiguo de las exequias es el Ordo Romanas XLIX, que se remonta a fines del siglo VII, pero cuyos textos probablemente son anteriores a esta fecha.(5) En él puede advertirse el rito del viático y el de la recomendación del alma que termina con el salmo 113a (114), que es un himno histórico sobre el éxodo de Israel. Las exequias se desarrollaban del modo siguiente: después de la muerte se cantaba el salmo 96 (97) que es un himno de alabanza al Altísimo; luego el cuerpo era llevado en procesión a la iglesia, donde se celebraba un oficio formado por salmos sucesivos con fragmentos tomados del libro de Job. En particular, se cantaba el salmo 41 (42) que expresa la nostalgia de Dios y su templo, y el salmo 4, que es una plegaria de confianza. Una segunda procesión llevaba al difunto al cementerio en cuyo trayecto se cantaban los salmos 14 (15), 50 (51), 24 (25) y finalmente el 117 (118) con la antífona: «Ábranme las puertas de la justicia, y una vez entrado, alabaré al Señor». Es evidente el carácter pascual de toda aquella celebración, flanqueada por los mismos salmos que los hebreos recitaban al comienzo y final del banquete pascual. Puede decirse que las exequias se celebraban como el cumplimiento de un ”éxodo” pascual.

A partir del siglo VIII, el ritual romano de las exequias cambia de tonalidad: predomina la visión dramática del juicio y la conciencia del riesgo que el difunto corre de precipitarse en el fuego eterno; el miedo y el pavor caracterizan la actitud de los fieles y esto provocado por algunos textos litúrgicos compuestos en ese momento. La celebración de la Eucaristía constituía entonces la parte central de los funerales cristianos; pero esa Misa se la consideraba casi exclusivamente bajo el aspecto de un sacrificio de expiación y de sufragio. Esta tonalidad acentuaba el papel propiciatorio de la oración eclesial por los muertos: la conciencia de que el juicio de Dios seguiría a la muerte, llevó a conceder un gran espacio a la oración de intercesión. Por su parte, la tradición funeraria de los ambientes monásticos de este tiempo sigue dando testimonio de una clara visión pascual y de la muerte como connatural al hombre.

El ritual postridentino de 1614 combina algunos elementos antiguos en los que se expresa la confianza en la resurrección con textos que expresan una teología más negativa.


Después del Concilio Vaticano II

En los nn. 81—82 de la Constitución Sacrosanctum Concilium se establece un doble criterio para la reforma del rito de las exequias: que el rito “exprese más claramente el carácter pascual de la muerte cristiana” y “responda mejor a las circunstancias y tradiciones de cada región". El nuevo Ordo Exsequiarum fue promulgado el 15 de agosto de 1969 y constituyó el ritual de referencia de la etapa posconciliar; estaba destinado a ser traducido, trasladado y adaptado a las diversas lenguas y a las costumbres locales.

El Ordo Exsequiarum ofrece en el capítulo primero indicaciones para el velatorio que tradicionalmente tiene lugar en la casa del difunto. Se encuentran lecturas bíblicas, salmos y oraciones para configurar una liturgia de la Palabra, que puede celebrarse incluso bajo la guía de un laico. En los capítulos segundo, tercero y cuarto se proponen tres posibles esquemas celebrativos, que deben tener presentes las situaciones reales en que tiene lugar la celebración fúnebre: la celebración tradicional, que prevé tres ”estaciones” o pasos: en la casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio; las exequias en la capilla del cementerio, con un rito en la capilla y otro junto a la tumba; las exequias con un solo paso en casa del difunto. El capítulo quinto da algunas normas para la celebración de las exequias de niños. Los tres últimos capítulos ofrecen una vasta selección de textos para usar en circunstancias diversas.

Puesto que las exequias cristianas son una celebración del misterio pascual del Señor, el Ordo considera muy oportuno que se celebre la Eucaristía: la Iglesia espera y pide insistentemente que también el difunto cuyas exequias se celebran sea asociado al paso que Cristo hizo de esta vida al Padre. La comunión eucarística de la asamblea es el modo más significativo para expresar la comunión espiritual en la que los supervivientes viven su relación con la persona desaparecida.(6)

El clima general del nuevo Ritual de las Exequias es más luminoso que el precedente. Tal como pidió el Concilio, los textos sitúan casi siempre a la muerte del cristiano como paso al Padre realizado en seguimiento de la muerte y resurrección de Cristo: «Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él» (Rm 6,8—9). En la última recomendación y despedida, se repiten las palabras de Jesús en la cruz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46a), con la certeza de que quien muere en Cristo resucita con él. En otras numerosas oraciones se repite el principio de que la muerte pascual de Cristo es la causa y la razón de la muerte del cristiano.

La muerte del cristiano implica a toda la Iglesia. La comunidad cristiana ante la muerte es llamada a celebrar su propia fe pascual. La muerte cristiana es cumplimiento del bautismo y tiene en la Eucaristía la garantía de la resurrección.(7)

Varios textos del Ordo, sobre todo los de reciente composición, expresan el esfuerzo por superar tradicionales imágenes de lugares y tiempos referidos a los grandes acontecimientos después de la muerte, que es una resultante ya común en la actual teología escatológica. Por otro lado, el ”más allá" se expresa con un lenguaje rigurosamente bíblico: vida con Cristo, Vida eterna, cielo, gloria, felicidad eterna, lugar de la paz y de la luz, luz perpetua, descanso eterno, gozo perenne, seno de Abraham, Jerusalén celestial, etc. Son las imágenes tradicionales que expresan confianza y esperanza en el futuro del hombre. Esta segunda edición del Ritual de las Exequias para Argentina de acuerdo con las adaptaciones posibles previstas en las notas preliminares (nn. 9 y 22) intenta responder a las exigencias pastorales de anunciar el Evangelio de la resurrección de Cristo en un contexto cultural y eclesial que ha sufrido mutaciones en los últimos tiempos. Por lo tanto, es conveniente que los pastores y las comunidades penetren en el auténtico sentido de los ritos y plegarias que la Iglesia tiene previstos con ocasión de la muerte de un cristiano. No son únicamente ritos de purificación de un difunto, ni sólo oraciones de intercesión, ni mera expresión de condolencia y consuelo.

El espíritu que anima al ritual se concentra en sostener el sentido pascual de la celebración cristiana de la muerte, para que —a través de las exequias— las distintas comunidades de nuestro país, afirmen la fe y la esperanza en la vida eterna, y en la resurrección. Los ritos funerarios expresan también los vínculos existentes entre todos los miembros de la Iglesia. Por eso, la Iglesia peregrina, que desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de la comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, ha guardado con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofrecido también sufragios por ellos.(8) Asimismo, el cristiano no muere solo, sino que lo hace rodeado de la comunidad de los creyentes, la cual, a su vez, se encarga de encomendarlo a la comunidad celestial.

La celebración de las exequias no es un asunto sólo de los allegados del difunto, sino de toda la comunidad cristiana, la cual, de diversos modos, debe hacerse presente en las exequias de todos y de cada uno de sus miembros. Todos los que asisten a las celebraciones exequiales deberían tomar parte activa en los cantos y oraciones, de modo que aparezca claramente la realidad de la comunidad eclesial que celebra el Misterio Pascual, expresa su fe y ora por el difunto.

El presente ritual tiene sus elementos distribuidos de la siguiente manera:

1. Un primer capítulo para la vigilia de oración en la casa del difunto o en la sala velatoria antes de colocar el cuerpo en el féretro. Recoge los elementos del ritual anterior y prevé la conducción de la oración comunitaria por un laico u otra persona designada.

2. El capítulo segundo presenta la celebración de las exequias en la casa del difunto o en la sala velatoria; el esquema celebrativo es similar al del anterior capítulo y se ofrecen variantes según las circunstancias del difunto y de su muerte.

3. El capítulo tercero presenta los elementos necesarios para la celebración de las exequias en la iglesia, por medio de la Misa exequial o de una celebración de la Palabra de Dios.

4. El capítulo cuarto ofrece un esquema para el momento de la sepultura. En este capítulo se presentan variantes que asumen la tendencia creciente de hoy en día en la cual se opta por la cremación del cadáver.

5. El capítulo quinto ofrece los elementos. a utilizarse en las exequias para niños. Se reúnen en este capítulo las dos situaciones posibles de los niños fallecidos (bautizados y no bautizados). Por ser una circunstancia especialmente difícil en la que todos los elementos deben adaptarse convenientemente, se reúnen en este capitulo todos los pasos (casa o sala velatoria, iglesia, sepultura o cremación).

6. El capitulo sexto presenta un rito funerario frente a las cenizas del difunto recientemente cremado, ya sea cercana la fecha de su muerte, ya sea remota, como es el caso en que los restos previamente exhumados han debido reducirse al. cabo del tiempo.

7. El capítulo séptimo es el leccionario que completa las posibilidades ofrecidas a lo largo de los capítulos anteriores.

8. Los apéndices contienen elementos que pueden integrarse en los esquemas de celebración expuestos en los capitulos precedentes o ser utilizados en otros momentos en torno al difunto. El primer apéndice tiene una serie de oraciones y textos que responden a las diversas alternativas respecto de la condición del difunto como de las circunstancias de su muerte. El segundo presenta esquemas de lecturas para circunstancias particulares. Luego, en el tercero, se ofrece una serie de formularios alternativos para la Oración de los fieles. En el cuarto se incluyen palabras introductorias y de despedida para casos especiales. El quinto presenta los elementos a utilizar cuando se traslada el féretro de la casa a la iglesia o al cementerio, o de la iglesia a la sepultura.

9. Por último, en el sexto se brinda una selección de salmos y cánticos, para los diversos momentos y ritos exequiales.



(1) Cf. Catecismo de la lglesia Católica, nn. 1006-1007.

(2) SS. Benedicto XVI, Catequesis en la audiencia general del 02 de noviembre de 2011.

(3) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1012.

(4) Cf. San Agustín, ln ]ohannis Evangelium Tractatus, 120, 4; Confessiones, IX, 12, 32; Cf. San Juan Crisóstomo, Sermo de Sanctis Bernice et Prosdoce, 3.

(5) Cf. OR XLIX, vol. 4, 529—530.

(6) Cf. Ritual, nota preliminar n. 1.

(7) Cf. Ritual, nn. 56, 138, 200, 225, 227, etc.

(8) Cf. Constitución Lumen Gentum, n. 50.