PSEUDO DIONISIO AREOPAGITA
LOS NOMBRES DE DIOS
CAPÍTULO I:
CAPÍTULO II: Unificación y diferenciación en Dios. Qué significa en Dios unidad y diferencia
CAPÍTULO III: El poder de la oración. San Hieroteo. La piedad y los escritos teológicos
CAPÍTULO IV: El Bien. La Luz. La Hermosura. El Amor. El Extasis. El Celo. El Mal: no es ser, ni procede del ser, ni está en los seres
CAPÍTULO V: Del ser y de los arquetipos
CAPÍTULO VI: De la Vida. De la Sabiduría, Inteligencia, Razón, Verdad y Fe
CAPÍTULO VIII: Del Poder, Justicia, Salvación, Redención. Y también de la Desigualdad
CAPÍTULO IX: De lo grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, estado, movimiento, igualdad
CAPÍTULO X: Del Omnipotente y Anciano de días. También sobre la eternidad y el tiempo
CAPÍTULO XI: De la Paz. Del "Ser por Sí': De la "Vida por Sí". Del "Poder por Sí". Y de otras expresiones semejantes
CAPÍTULO XII: Del Santo de los santos, Rey de reyes, Señor de señores, Dio: de dioses
CAPÍTULO XIII: Del Perfecto y del Uno
CAPÍTULO I: El presbítero Dionisio al copresbítero Timoteo.
Propósito de este tratado y cuál sea la tradición de los nombres de Dios
1. Ahora, dichoso amigo, después de las
Representaciones teológicas, voy a ocuparme, en la medida de mis fuerzas, de
explicar los nombres divinos. Atengámonos aquí también a la norma observada en
los textos sagrados: que cuando presentemos la verdad de la palabra de Dios "no
sea con persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación y
poder del Espíritu" dado a los escritores sagrados. Poder con que de manera
inefable y desconocida lograremos alcanzar unción tan alta que exceda cuanto
pudiéramos conseguir con raciocinio e inteligencia propios. Por eso, como norma
general, nadie se atreverá a hablar de la Deidad supraesencial y secreta en
términos o ideas que no hayan sido divinamente revelados en las Sagradas
Escrituras. Efectivamente, cualquier palabra o concepto resultan inadecuados
para expresar lo desconocido de la supraesencia, que está muy por encima de
todo ser. Necesitamos, para esto, un conocimiento supraesencial. Elevemos,
pues, nuestra mirada hasta donde alcancemos con ayuda del Rayo luminoso de las
palabras de Dios. Así dispuestos, acerquémonos con humilde adoración a los más
altos resplandores de lo divino.
Porque si damos crédito a la teología sapientísima
y veracísima, cada cual según su disposición llegará a conocer los secretos de
Dios en el alma. Dios es tan bueno que por salvarnos encierra de modo admirable
dentro de nuestras limitaciones su infinita e inmensa bondad.
Los sentidos no pueden percibir ni intuir lo que
es propio del entendimiento. Signos y figuras no son lo mismo que las realidades
inmateriales a que se refieren; lo corpóreo no aprisiona lo intangible e
incorpóreo. Del mismo modo, y con toda verdad, aquella infinita supra-esencia
trasciende toda esencia; aquella Unidad está más allá de toda inteligencia.
Ningún razonamiento puede alcanzar aquel Uno inescrutable. No hay palabras con
que poder expresar aquel Bien inefable, el Uno, fuente de toda unidad, ser
supraesencial, mente sobre toda mente, palabra sobre toda palabra. Trasciende
toda razón, toda intuición, todo nombre. El es el Ser y ningún ser es como El.
Causa de todo cuanto existe. El mismo está fuera de las categorías del ser. Sólo
El, con su sabiduría y señorío, puede dar a conocer de sí mismo lo que es.
2. Como ya queda dicho, nadie se atreva a definir
con palabras o conceptos la noción secreta y supraesencial de Dios. Atengámonos
sólo a lo que misericordiosamente se nos ha manifestado en las Santas
Escrituras. En ellas, Dios mismo se ha dignado enseñarnos que ninguna criatura
puede llegar a conocerle y contemplarle tal como es, ya que El lo trasciende
todo supraesencialmente.
Hallarás, sin embargo, que muchos teólogos hablan
de la Deidad como "invisible e incomprensible". No existe vestigio alguno por
donde penetrar en su infinitud secretísima. Sin embargo, este bien no se
mantiene totalmente incomunicado con las criaturas. Por sí mismo hace
generosamente extensivo a todos aquel firme Rayo supraesencial que le es propio
y constante. Cada uno lo recibe según su capacidad. De esta manera atrae hacia
sí las almas santas para contemplarle, dentro de lo posible, para entrar en
comunión con El y procurar imitarle.
Así sucede a cuantos se esfuerzan con la debida
rectitud y modestia. Tales almas de nada presumen insolentemente ni pretenden
sobrepasar los planes ,de Dios. No se dejan llevar de sus propias inclinaciones
al mal. Son almas que con firmeza y perseverancia se elevan en pos del Rayo que
las ilumina. En respuesta de amor a la luz recibida, levantan humildemente su
vuelo en santidad.
3. Pongámonos en camino hacia donde nos invitan
aquellas divinas ordenanzas que regulan todas las jerarquías en los cielos.
Con moderación y santificadas nuestras mentes, rendimos homenaje al misterio de
la Deidad, que trasciende todo nuestro pensamiento y todo ser. En humilde
silencio adoramos lo inefable. Nos elevamos atraídos por los rayos luminosos de
las Santas Escrituras; su esplendor nos impulsa a entonar himnos de alabanza.
Contemplamos la luz divina que nos dispone para alabar la Fuente donde mana
abundante toda iluminación santa. La Fuente que nos habla de sí misma con
palabras de las Santas Escrituras.
Es en verdad causa, origen, esencia y vida de
todas las cosas. Voz que llama a los alejados para que vuelvan a la vida:
renovación de la divina imagen perdida. Apoyo para los zarandeados por la
impureza. Seguridad de cuantos permanecen firmes. Guía de quienes le siguen.
Fundamento de perfección para los perfectos. Plenitud de la Divinidad para los
que se divinizan. Simplicidad de los que se simplifican. Unidad de quienes
logran la unión. Principio supraesencial de todo principio, prodiga en lo
posible bondadosamente sus secretos.
En resumen, es Vida de los vivientes, esencia de
los seres. Principio y Causa, por su bondad, de toda vida y esencia. Por su
misma bondad produce y mantiene en su ser todas las cosas.
4. Conocemos todo esto por las Santas Escrituras.
Y podría decirse que en casi todas ellas verás cómo los autores sagrados forman
los nombres divinos según las bondadosas manifestaciones de la Deidad.
Por eso, en casi toda explanación teológica
observamos que se alaba santamente a la Deidad, Mónada o Unidad por la sublime
simplicidad e indivisible unidad. Su poder unificante atrae sobrenaturalmente
nuestra múltiple diversidad a su Unidad. Nos hace unidad semejante a Dios Uno.
Celebrada también como Trinidad que manifiesta su
fecundidad supraesencial en tres Personas. De aquí procede toda paternidad en
los cielos y en la tierra. Se la llama Causa de todos los seres porque por su
bondad emplea su poder creante llamando todas las cosas de la nada al ser.
Sabia y Hermosa, porque todo ser conserva inalteradas las cualidades propias de
su naturaleza, gracias a la presencia esencial de la armonía divina y sagrada
belleza. Amor de predilección hacia todo ser humano, porque con plena verdad
Dios ha compartido su naturaleza con la nuestra es una sola Persona, llamando a
sí y uniendo a ella la pequeñez humana.
Admirablemente Jesús asumió naturaleza humana sin
dejar de ser Dios; el que es eterno se enmarcó en el tiempo; Aquel que es
esencialmente trascendente a todo el orden natural, sin perder nada de lo que es
como Dios, se encerró dentro de la naturaleza humana.
También nosotros estamos sumergidos en estos y
otros semejantes resplandores deíficos, que en armonía con las Escrituras nos
transmitieron con maravillosa interpretación nuestros preceptores.
Pero como nosotros entendemos a través de los
sentidos, según nuestra capacidad, el amor que Dios nos tiene envuelve lo
inteligible en lo sensible. Reviste con velos sagrados la divina palabra y las
tradiciones jerárquicas. Asimismo está lo supraesencial ceñido a la sustancia
de las cosas. Las formas y figuras rodean lo invisible; multiplican y
materializan variedades de signos divididos lo que es sobrenatural simplicidad.
Pero cuando nos transformemos en incorruptibles e
inmortales, después de alcanzar el estado de perfecta bienaventuranza con los
que ya están configurados con Cristo, entonces, como está escrito, "estaremos
siempre con el Señor". Nos saciaremos con la pura contemplación visible del
mismo Dios, envueltos en su glorioso resplandor, como se manifestó a los
discípulos en la sacratísima transfiguración. Libre ya la mente de pasiones y
de materialidad, nos hará Dios partícipes de sus fulgurantes rayos de luz
intelectual, sin que podamos comprender cómo. Luz que nos une con El y nos hace
felices. De modo maravilloso, nuestras mentes estarán como aquellas
inteligencias celestes según dice la Escritura: "Son semejantes a los ángeles e
hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección".
Mas al presente nos valemos de símbolos para entender, en cuanto nos es dado,
las realidades divinas. Mediante ellos, según nuestra capacidad, nos elevamos
a la verdad una y desnuda. Entonces abandonaremos las imágenes que teníamos de
lo divino.
Despojados del entender que nos es propio,
avanzamos en cuanto podemos hacia aquel Rayo supra-esencial. Nadie lo puede
imaginar ni hay palabras con que dar a entender lo que ello es, pues nada de
cuanto existe se le puede comparar. Sin embargo, aquel Rayo contiene en sí, de
modo global y en supraesencia, todas las cosas aun antes de que existan y todo
natural conocimiento y energía. Su poder inaccesible a cualquier otra criatura
le hace superior a toda inteligencia celestial. Todo conocimiento, en realidad,
tiene un ser como objeto. Aquello que es superior a todo objeto trasciende
también todo conocimiento.
5. ¿Cómo, pues, podemos hablar de los nombres de
Dios? ¿Cómo puede ser esto si el Trascendente sobrepasa todo discurso y todo
conocimiento, si su morada no está al alcance de ningún ser ni entendimiento, si
El comprende, encierra, es antes y después que todas las cosas, mientras que
escapa a toda percepción, imaginación, opinión, nombre, discurso, aprehensión o
entender? ¿Cómo nos atreveremos a intentarlo si la Deidad está más allá de todo
ser, es inefable, ningún nombre la puede definir?
Queda dicho en mis Representaciones teológicas que
no podemos alcanzar con el pensamiento ni con palabras al Uno, Incognoscible,
Supraesencial, la misma Bondad, la trina Unidad, tres Personas igualmente
divinas y buenas. Ni tampoco podemos conocer ni explicar (llámense inmisiones o
suscepciones) de qué manera los santos ángeles se comuniquen con aquella Bondad supraesencial. Tales cosas no están al alcance de ningún entendimiento ni aun
siquiera de los mismos ángeles, excepto algunos de entre ellos que de modo
misterioso lo han merecido.
Cuando algunas inteligencias, a imitación de los
ángeles, en cuanto es posible, han llegado a deificarse de ese modo, alaban a
Dios de la manera más perfecta, prescindiendo de todo discurso y olvidándose de
las cosas. Real y sobrenaturalmente iluminadas por tan santa unión con la Luz,
estas almas descubren que, siendo Dios causa de todo ser, El no es nada de esto,
pues de todo ser está supraesencialmente separado.
Por consiguiente, teniendo en cuenta que Dios es
supraesencial a todo ser y bondad, nadie que ame la Verdad que está por encima
de toda verdad le tributará homenaje como palabra, o inteligencia, o vida o ser.
No. Está muy lejos de cualquier manera de ser, de todo movimiento, vida,
imaginación, opinión, nombre, palabra, pensamiento, inteligencia, sustancia,
estado, principio, unión, fin, inmensidad. De todo cuanto existe.
Sin embargo, el hecho de ser la misma Bondad
universal es causa de todo ser, y para alabar a esta bondadosa Providencia
necesitamos verla en todos sus efectos. Es el centro de toda la creación y
dirige a su fin todas las cosas. "El es antes que todo y todo subsiste en El".
Su presencia en el mundo es causa de que todo exista. Todas las cosas la desean:
las espirituales y racionales, por vía de entendimiento; las inferiores a
éstas, por la sensación; todo lo demás, o bien por vía de movimiento vital,
sustancial, o según convenga a su propio ser.
6. Conscientes de esto, los teólogos alaban al Sin
Nombre o le invocan con todo nombre. El Sin Nombre, porque el mismo Dios en una
de sus místicas visiones donde se apareció simbólicamente reprendió a aquel que
le había preguntado "¿Cuál es tu nombre?" Y para impedirle limitar su
conocimiento a un mero nombre le respondió: "¿Por qué me preguntas el nombre
viendo que es admirable?"
¿No es realmente admirable este "nombre que está
sobre todo nombre"? Por eso es el Sin Nombre. Está ciertamente constituido "por
encima de todo cuanto tiene nombre, en este siglo y en el venidero".
Por otra parte, se emplean muchos nombres refiriéndose a Dios, diciendo: "Yo soy el
que soy", "vida" "luz", "Dios", "Verdad".
Asimismo los escritores sagrados cuando alaban la Causa de todas las cosas invocan a Dios
en relación con sus efectos como Bondad" Hermosura, Sabio", Amado, Dios de dioses,
Señor de los señores", Santo de los santos'', Eterno", el que Es" Autor de
los siglos, Dispensador de la vida", Sabiduría Inteligencia", Verbo",
Conocedor", Poseedor en grado supremo de todos los tesoros de la ciencia", Poder,
Rey de reyes, Anciano de los días", Juventud eterna e inmutable", Salvación",
Justicia", Santificación, Redención", el Superior a todo y manifiesto como suave
brisa".
Dicen también que El está en nuestras mentes,
almas, cuerpos, en el Cielo y en la tierra". Permanece siempre idéntico a sí
mismo", a la vez que está dentro, sobre y alrededor del universo", por encima
de los cielos", Sobresencia, Sol, Estrella", Fuego", Agua, Viento, Nube, Piedra
angular, Roca", El es todo y no es ninguna cosa.
7. Así, pues, a aquel que es causa de todas las
cosas y o trasciende todo le cuadra a la vez el Sin Nombre y los nombres de
todas las cosas. Es verdaderamente Rey del universo: todas las cosas dependen de
El, que es su causa, principio y fin. El es, como dice la Escritura, "todo en
todas as cosas", y ciertamente merece alabanza como creador y Fundamento de
todas las cosas, su perfeccionador, conservador, guardián y morada. Encamina
todo hacia sí mismo con un solo acto, irreprensible, excelente. Esta Bondad Sin
Nombre es no sólo causa que todo lo coordina, vitaliza y perfecciona, de manera
que por esto nuestras medidas prudenciales merece llamarse así. Hay más, esta
Bondad Sin Nombre contiene en sí de manera simple indefinida todas las cosas
antes de que existan. Así es por infinita bondad de su Providencia, perfecta y
única causa universal. Por lo cual, merece alabanza y los nombres de toda la
creación.
8. Por lo demás, los teólogos no se limitan a los
nombres de Dios, derivados de actos generales o particulares de la Providencia.
Algunos, además, provienen de las visiones sobrenaturales que iluminan a los
iniciados y a los profetas en los templos y en otras partes.
Por eso dan nombres a la Bondad divina según su
múltiple fuerza y causalidad, pues sobrepasa todo nombre y esplendor. Le
atribuyen formas y figuras de toda clase: humanas", ígneas y de zafiro". Alaban
también sus ojos, oídos", cabellos'', rostro, manos", espaldas", alas", brazos,
dorso", pies". Le han atribuido también coronas", tronos", cálices, copas de
libación" y cosas semejantes que describiré lo mejor que pueda en la Teología
simbólica".
De momento, pasemos a explicar el significado de
los nombres de Dios, valiéndonos para ello de cuanto nos dicen las Sagradas
Escrituras y guiándonos por lo que ya queda dicho. Como está dispuesto por ley
jerárquica para el estudio de toda teología, fijémonos con mirada mística en
estas contemplaciones deiformes, hablando con propiedad, y santifiquemos
nuestros oídos para escuchar las explicaciones de los santos nombres de Dios.
Conforme a la sagrada tradición, dejemos las cosas santas sólo para los santos"
y evitemos que sean objeto de irrisión y burla para los profanos. Antes bien,
ahorremos a estos hombres, si los hay, cualquier hostilidad sacrílega.
Ten bien en cuenta esto, excelente Timoteo, y
procede conforme a la enseñanza sagrada. Ni de palabra ni de modo alguno des las
cosas santas a los profanos. Por cuanto a mí toca, concédame Dios celebrar
dignamente los muchos y diferentes nombres por los que se manifiesta su divina
Bondad, aunque ningún nombre sea digno de la Deidad. "No aparte El de mis labios
la palabra verdadera".
CAPÍTULO II: Unificación y diferenciación en Dios. Qué significa en Dios unidad y diferencia
1. Las Sagradas Escrituras celebran la plena
esencia de la Deidad, sea cual sea lo que se define y manifiesta por la bondad
infinita. ¿De qué otro modo podemos interpretar la Sagrada Escritura cuando nos
dice que la Divinidad, hablando de sí misma, se manifestó en estos términos?:
"¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios".
Ya he tratado sobre esto en otro lugar, y demostré
que en las Sagradas Escrituras se emplean siempre los nombres dignos de Dios
para referirse a la Deidad, no en parte, sino plena y enteramente, total e
indivisa. Todos la significan imparticipada y absolutamente, sin observación de
diferencia alguna, universalmente, plenitud de la Divinidad, perfecta en todo.
Efectivamente, como ya indiqué en Representaciones teológicas, seria una
blasfemia negar que cualquiera de estos nombres no se refiere a la Deidad en
todo su ser. Seria una profanación atreverse a dividir la Unidad, una y simple,
que todo lo trasciende.
Por tanto, hay que decir que estos nombres deben
entenderse con relación a toda la Deidad. De hecho, el Verbo, que es
absolutamente bueno, dice: "Yo soy bueno''. Un profeta, divinamente inspirado,
alaba también la "bondad" del Espíritu. Lo mismo ha de entenderse de "Yo soy
el que soy". Si dijeren que esto se refiere a una parte de la Deidad y no a toda
ella, ¿cómo podría entenderse lo siguiente: "Dice el Señor Dios, el que es, el
que era, el que viene Todopoderoso"? y "Tú siempre eres el mismo". Y además: "El
Espíritu de verdad, que procede del Padre'''. Y si no se admite que toda la
Deidad es vida, ¿qué podrá haber de verdad en estas sagradas palabras: "Como el
Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo, a los que
quiere, les da la vida"? O esto: "El Espíritu es el que da vida''.
Eso mismo ocurre con el señorío universal que se
atribuye a la Deidad. No se podría decir "Señor" ni a Dios Padre ni a Dios Hijo,
como se afirma en las Sagradas Escrituras. El Espíritu Santo es igualmente
"Señor".
"Hermosura", "Sabiduría", se predican de la Deidad en cuanto tal.
Igualmente, las Escrituras Sagradas alaban a Dios con los términos "luz",
"poder deificante", "causa" y otros, propios de la divina alabanza.
Globalmente dicen: "Todo viene de Dios". Más concretamente: "Porque en
El fueron hechas todas las cosas y todo subsiste en El. También: "Si mandas tu
Espíritu, se recrían". El mismo Verbo divino lo resume en estos términos: "Yo y
el Padre somos una misma cosa" y "Todo cuanto tiene el Padre es mío"; además,
"Todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío". Digamos una vez más que cuanto tienen en
común con el Padre, el mismo Hijo lo atribuye igualmente al Espíritu Santo, como realidad
común y única. Tales son las operaciones divinas: santo respeto, principio creador inextinguible,
distribución de dones propios de la Bondad infinita.
Cualquier persona rectamente instruida en las Santas Escrituras no podrá menos de reconocer,
pienso yo, que cuanto se atribuye a Dios conviene igualmente a toda la Deidad en cuanto tal.
En otro lugar he demostrado y analizado ampliamente, con referencias escriturísticas,
esta cuestión. Por tanto, hecha esta breve y fragmentaria explicación, quede claro que los
nombres divinos de que tratamos se refieren a la Deidad en su plenitud.
2. Si alguien objetare que por este procedimiento
se crea cierta confusión en las distinciones correspondientes a la Deidad, me
parece que le sería imposible probar su razonamiento. Porque, si tal persona
rechazare absolutamente la doctrina de la Sagrada Escritura, estaría muy lejos
de nuestra manera de pensar. Y si no le importare nada la sabiduría divina de
las Santas Escrituras, ¿por qué nos vamos a preocupar de instruirle en la
ciencia teológica?
Si, al contrario, tal persona presta atención a la
verdad de las Escrituras, apoyándonos en esta misma norma y luz, con toda
diligencia le explicaré, en cuanto me sea posible, que la teología ciertamente
presenta algunas verdades que convienen a las Personas divinas en común y otras
a alguna Persona en particular. No es lícito separar lo unido ni confundir lo
distinto, sino que, guiados por la enseñanza recibida, debemos elevar nuestra
mirada a los divinos resplandores. Así recibiremos las divinas ilustraciones
como la más preciosa norma de verdad, guardando en nosotros mismos su contenido,
sin añadir ni quitar ni cambiar nada. Respetando las Santas Escrituras, nos
protegemos a nosotros mismos, y de allí sacaremos fuerzas para defender a
quienes las observen.
3. Algunos nombres son comunes a toda la Deidad,
como he demostrado copiosamente en Representaciones teológicas a la luz de las
Santas Escrituras. Por lo cual, decimos que la Deidad es más que buena, más que
Dios, supraesencial, más que viviente, más que sabia. Y le atribuimos
generalmente nombres que indican eminencia por vía de negación. También nombres
que significan causalidad, como Bien, Hermosura, Ser, Fuente de vida, Sabiduría
y cuantos corresponden a los dones propios de la Bondad de Dios, mediante los
cuales se hace referencia a la Causa de todo bien.
Hay también nombres que significan realidades
distintas y supraesenciales: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Términos que no
pueden intercambiarse ni tienen nada en común. Es asimismo distinto e íntegro y
perfecto el ser de Jesús hecho hombre y todos los misterios sustanciales de su
humanidad.
4. Creo que debemos ahondar más en la explicación del modo perfectísimo de la
unidad y distinción en la Deidad. Preciso es dejar esto claro para que, removida
la oscuridad y confusión en cuanto sea posible, podamos hablar en adelante con
distinción, propiedad y orden.
Como he dicho en otro lugar, quienes conocen a
fondo nuestras tradiciones teológicas llaman unidades divinas a las realidades
secretas e incomunicables, profundas más que un abismo. Estas constituyen la
Unidad suprainefable y supracognoscible. Afirman que las procesiones y
manifestaciones dentro de la Deidad, propias de su bondad, constituyen las
diferencias. Aún más: en conformidad con la Sagrada Escritura, hay atributos
propios de la Unicidad, mientras que hay diferencias consiguientes a la
distinción propia de Dios. Por ejemplo: en vista de la unidad divina supraesencial, hacen propios de la indivisible Trinidad los siguientes atributos
unitarios y comunes: Subsistencia supraesencial, Deidad supradivina, Bondad que
trasciende todo bien, Supraidentidad por encima de toda propiedad individual,
Unidad superior a cualquier principio de unidad, Infalibilidad, Inteligibilidad
de todo cuanto se pueda conocer.
Afirmación total, negación total. Más allá de toda
afirmación o negación. Morada y Fundamento, si se puede decir esto, de las
Personas divinas, que son fuente de unicidad por cuanto están, sin que se
confundan las propias diferencias, supraesencialmente unidas en un todo.
Un ejemplo familiar que entre por los ojos: la luz
de varias lámparas en una casa se compenetra a la vez que cada una permanece
distinta. Hay distinción en la unidad y unidad en la distinción. Aunque haya
muchas lámparas en la casa, una sola es la luz, sin diferencia; todas ellas
producen un solo resplandor. Nadie, creo yo, puede separar una de otra la luz de
aquellas lámparas extrayéndola del aire que contiene la de todas. Ni puede ver
la luz de una sin ver la de las otras, pues todas están igualmente mezcladas a
la vez que cada una conserva su plena distinción.
Si alguien saca una lámpara de la casa, juntamente
saldrá toda su propia luz, sin llevarse nada de las otras lámparas ni dejarles
nada de la luz propia. Como queda dicho, la fusión de aquellas luces era total y
perfecta, sin que por ello hubiese desaparecido la propia individualidad ni se
diera la menor confusión. Se trata aquí de un aire corporal y una luz producida
por un fuego material.
¿Qué decir de la unión supraesencial? Esta sobrepasa la unión de objetos corporales
y también la de las almas e incluso la del espíritu. Cierto que ya son translúcidos
sobrenaturalmente. Luces del Cielo, los hace ser transparentes de modo sobrenatural,
a semejanza de Dios, pero no se trata más que de participar en proporción a la
intimidad que haya con la Unidad trascendente.
5. En la teología de la supraesencia, la
distinción, como he dicho, no consiste solamente en que cada una de las
Personas, principio de unidad, subsiste en la misma Unidad, sin mezcla ni
confusión entre sí. Más aún: los atributos correspondientes a la generación supraesencial en el seno de la Deidad son totalmente incomunicables. En Deidad
supraesencial, el Padre es la única fuente; el Hijo no es el Padre ni el Padre
el Hijo. A cada una de las Personas divinas le corresponden sus inalienables
alabanzas. Así son estas uniones y distinciones en aquella inefable unidad y
esencia.
Por otra parte, el dinamismo de la Bondad divina
produce la distinción en Dios, de manera que la única Deidad, a la vez que es
eminentemente una, se prodiga en multiplicidad. Tal distinción en Dios concentra
igualmente en la Unidad los dones intercomunicables, ser, vida, sabiduría, y
larguezas semejantes que prodiga la Bondad creadora de todo. Los participantes
alaban los dones que son participados sin ser aminorados.
Participan en la Deidad en su plenitud: común,
unificada y única para cada uno de los participantes; no parcialmente. Como
los rayos de una circunferencia: participan del punto central, en plenitud,
todos y cada uno. Como la marca de un sello: todas y cada una de las figuras
marcadas son idénticas totalmente, no en parte, al sello original o arquetipo.
Pero la Deidad, Causa de todo ser, supera
infinitamente estos ejemplos. Es imparticipable. Sus participantes no tienen
punto de contacto ni mezcla alguna con la Deidad, que todo lo trasciende.
6. Podría alguno decir que el sello no está todo y
el mismo en cada figura. Respondo: no es falta del sello, el cual se transmite
con toda integridad en cada figura; la desigualdad de las reproducciones depende
de la diversidad del material en que se imprime el sello. Por ejemplo, si son
materias blandas, fáciles de impresionar, lisas y limpias, no refractarias ni
duras, no fluidas ni inconsistentes, entonces la impresión resultará pura, clara
y durable. Pero si fuere deficiente el material receptor, ésta sería la causa
de que la figura resultase menos marcada y clara y de que sobreviniesen todos
aquellos defectos que suelen ocurrir por ineptitud de los participantes.
El caso de nuestra redención es diferente: no la
Deidad en cuanto tal; fue sólo el Verbo, que está por encima de toda sustancia,
quien asumió verdadera e íntegramente nuestra condición humana, actuó y sufrió
todo lo común y propio de la naturaleza humana. Esta realización no pertenece al
Padre ni al Espíritu Santo, si exceptuamos el plan común de amor para salvar a
todos los hombres. También es común a la Deidad la operación total, trascendente
e inefable que llevó a cabo el Verbo, Dios inmutable.
Así queda claro que en nuestro estudio procedemos uniendo y distinguiendo las propiedades divinas, según que estos atributos estén identificados o diferenciados.
En mis Representaciones teológicas a la luz de las
Santas Escrituras, he tratado sistemáticamente, lo mejor que pude, las causas de
unidad y diferencias conforme a las propiedades de la naturaleza divina.
Expliqué algunas de esas causas con sólidas razones, sereno ánimo y mente
esclarecida por la luz de las Santas Escrituras. Para otras he seguido la
tradición divina, elevándome en estos misterios sobre toda operación del
entendimiento.
La verdad es que las realidades divinas nos llegan
por conocimiento indirecto, por vía de participación. Lo que son en sí, en su
fuente y fundamento, escapa al alcance del entendimiento, de todo ser y conocer.
Por ejemplo, cuando al Arcano supraesencial lo llamamos Dios, Vida, Ser, Luz,
Verbo, nuestro entendimiento no capta más que ciertas propiedades deíficas,
vivificantes, causas de ser y saber, que dimanan del origen hasta nosotros.
A Dios no llegamos más que por el abandono de toda
operación intelectual. Cuando nos esforzamos por penetrar en el Arcano, nos
encontramos sin divinización, sin vida, sin nada que nos haga semejantes a la
Causa que trasciende absolutamente todo ser. Sabemos además, por las Sagradas
Escrituras, que en la Deidad el Padre es manantial; el Hijo y el Espíritu son,
valga la expresión, brotes de la Deidad generante, su florecimiento y luces
trascendentes. Nosotros, por nuestra parte, no podemos ni decir ni entender
cómo pueda ser eso.
Lo más que podemos conseguir con nuestra actitud intelectual es comprender que
nos ha sido concedido tanto a nosotros como a los poderes supracelestes participar
de la paternidad y filiación divinas. Así nos lo otorga el supraeminente origen de
toda paternidad y filiación. Por eso, todas las almas semejantes a Dios son y se
llaman "dioses", "hijos de Dios", "padres de dioses".
Se trata de paternidad y filiación puramente
espirituales, no corpóreas y materiales, sino del alma. Es obra del Espíritu
Santo, que trasciende toda inmaterialidad y divinización. Obra también del
Padre y del Hijo, que por su trascendencia están asimismo más allá de cualquier
otra paternidad y filiación divinas. En realidad, no hay perfecta y absoluta
semejanza entre causa y efectos. Estos llevan consigo la impronta de sus
orígenes solamente en cuanto pueden, mientras que las causas, independientes de
los efectos, los trascienden por su propia naturaleza de principio.
Algunos ejemplos familiares. Decimos que los
placeres son causa de nuestros sufrimientos, pero en realidad los placeres y
penas ni gozan ni sufren. Asimismo el fuego: calienta y quema, pero no decimos
que el fuego recibe calor ni fuego. Y si alguno dijere que la misma vida vivía o
que la luz era iluminada, no hablaría con propiedad, a mi juicio. A no ser que
tales expresiones tengan sentido diferente, queriendo decir que en realidad los
efectos están contenidos en las causas en grado eminente.
9. La verdad más clara de teología es que Jesús se
encarnó por nuestra salvación. Ninguna inteligencia, sin embargo, lo puede
explicar ni comprender. Ni siquiera los ángeles de mayor rango. Es un verdadero
misterio para nosotros el que Jesús decidiera hacerse hombre. No hay manera de
que entendamos cómo haya podido hacerse hombre de sangre virginal por otra ley
diferente de la natural. No comprendemos cómo pudo andar sobre las aguas,
materia líquida, fluida, sin mojarse los pies ni hundirse por el peso del
cuerpo. En general, no comprendemos cuanto se refiere a la naturaleza
sobrenatural de Jesús.
He dicho ya bastante sobre esto en otro lugar, y
mi famoso maestro lo ha celebrado maravillosamente en sus Elementos de teología.
Doctrina que, en parte, tomó de la sagrada tradición y en parte por largo y
concienzudo estudio de las Sagradas Escrituras, o conociéndolo, más que por
ciencia teórica, por experiencia personal de lo divino, pues disfrutaba de
cierta connaturalidad con estos temas, si me es lícito hablar así,
identificándose interiormente con ellos. Así pudo conocer aquella Unidad
mística y la fe, que no se alcanza por el estudio.
Para presentar en pocas palabras numerosos y preciosísimos datos de su preclara
inteligencia, véase lo que dice de Jesús en los Elementos de teología.
10. Tomado de los "Elementos de teología" del muy
santo Hieroteo: "La divinidad de Jesús es causa que todo lo perfecciona, y
conserva las partes en tal armonía con el todo que ni es parte ni es todo,
siendo al mismo tiempo las dos cosas: todo y parte. Dentro de su total unidad
contiene de modo eminente y por anticipación el todo y las partes. Tal
perfección está en los imperfectos como fuente de perfección. Está también en
los perfectos, pero como trascendente y anterior a su perfección de ellos. Es
forma informante de cuanto carece de forma, pues es su principio formal. Es
también la forma trascendente en lo que ya está formado. Es ser que está sobre
todo ser sin que nada lo alcance. Supraesencia de toda esencia. Es límite de
todo, principio y cauce, pero está por encima de todo principio y orden. Es la
medida de todas las cosas. Es eternidad que trasciende y es anterior a la
eternidad. Es abundancia donde hay escasez, y sobreabundancia donde no falta
nada. Indescriptible, inefable; trasciende toda inteligencia, toda vida, todo
ser. Maravillosamente posee toda maravilla y trasciende todo lo trascendente".
"Por amor ha descendido a nuestro nivel y se ha
hecho una criatura. Aquel que es supraesencial a la idea de Dios se ha hecho
hombre (alabemos con plena reverencia esta verdad, que no alcanzamos ni a
expresar ni pensar). En esta condición humana permanece siendo lo que es:
admirable y supraesencial. Se hizo igual a nosotros sin dejar de ser nada de lo
que era. Nada disminuye su plena grandeza por la inefable humillación de sí
mismo. Y esto es lo más admirable: siendo hombre come nosotros, fue siempre
maravilloso y supraesencia de nuestra esencia. Todo lo nuestro estaba en El de
modo eminente, y en El nos sobrepasamos a nosotros mismos.
11. De esto ya basta. Continuemos ahora explicando
en cuanto nos sea posible, los nombres comunes y propios de la divina
distinción. Comencemos definiendo claramente las "distinciones divinas," que,
como ya hemos indicado, son irradiaciones misericordiosas de la Deidad Esta se
entrega como don, desbordándose, de modo que todas las cosas participen de su
bondad. Se prodiga a todos sin dejar de ser unidad. Por cuanto Dios es
supraesencial causa de todas las esencias, decimos que el Ser único se
multiplica por la creación de nuevos seres. Permanece, no obstante, como Ser
único, uno en la multiplicación, unido en las emanaciones y perfecto en la
distinción, por ser la supraesencia de todas las esencias. Uno mientras se
multiplican las participaciones de sí mismo.
Todavía más. El es uno solo, concede participar
de su propia unidad a cada parte y al todo, a uno y a la multitud. Por ser
supraesencial, es uno solo; no es parte de una multitud ni conjunto de partes.
En tal sentido no se dice uno ni parte de la unidad, es uno de manera
completamente distinta de los demás seres. Trasciende. Es multiplicidad
indivisible, plenitud donde no cabe nada más, que produce, perfecciona y
preserva toda unidad y multiplicidad.
Parecería, además, haber una multiplicación de
dioses por la divinización de almas, cuya participación de Dios las hace
semejantes a El. Pero, en realidad, Dios es el Arquetipo, el Único que vive
supraesencialmente, sin dividirse en cada uno ni confundirse con el conjunto
mientras que se da a todos y mora en cada uno según cada cual puede recibirle.
En esta realidad maravillosa pensaba aquel gran maestro, luz del mundo, el que
introdujo a mi maestro y a mí en esta Luz divina. Inspirado por Dios, dice en
sus sagrados escritos: "Porque, aunque algunos sean llamados dioses ya en
el Cielo, ya en la tierra, como si hubiera muchos dioses y muchos señores, para
nosotros no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede y de quien somos
nosotros, y un solo Señor Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros
también".
Por tanto, en lo divino, la unión prevalece sobre
la distinción. Precede la unión a las diferencias y éstas permanecen unidas
incluso después que el Uno, a la vez que se mantiene en unidad, se expande en
diferencias. Procuremos ahora alabar, en cuanto nos sea posible, las
distinciones comunes y unificadas, que son procesiones a impulsos del amor de
toda la Deidad. Para ello me valdré de los nombres dados en la Sagrada
Escritura. Pero, como ya he dicho, quede claro: cualquier nombre correspondiente
a la Bondad de Dios, aun cuando se atribuya a una sola de las Personas divinas,
deberá entenderse sin distinción de toda la Deidad.
CAPÍTULO III: El poder de la oración. San Hieroteo. La piedad y los escritos teológicos
1. Ante todo, si te parece bien, examinaremos el
nombre perfecto "Bondad", por el que se manifiestan las procesiones divinas.
Primeramente invoquemos la Trinidad, fuente del bien y muy superior a todo lo
bueno. Por la Trinidad se manifiestan las procesiones de la Deidad. Ante todo,
oremos para acercarnos a Ella, principio de todo bien. Luego, aproximándonos,
nos configuremos con los más preciosos dones que contiene. La Trinidad está
presente en todo ser, mas no todo ser está con Ella. Pero cuando la invocamos
con santas oraciones, con mente serena, dispuestos para la unión con Dios,
entonces también nosotros estamos en Ella. Porque la Trinidad no está en un
sitio de manera que pueda cambiar de lugar yéndose de una parte a otra. Es
impropio decir que está presente en todas las cosas, pues limitamos su
infinitud, que excede y contiene todo.
Elevémonos en oración hasta los más sublimes y
misericordiosos rayos de la Divinidad. Como si nos agarrásemos de una
brillantísima cadena colgante desde lo más alto del Cielo hasta la tierra. Al
cogerla con una y otra mano, tendríamos la impresión de traerla hacia nosotros.
En realidad, no nos la acercaríamos, pues está ya arriba y abajo, sino que
subiríamos nosotros hasta los más altos resplandores de los rayos encendidos.
Imaginémonos en un barco agarrándonos a las
maromas que alguien nos arroja desde alguna roca para auxiliarnos. La roca no
vendría a nosotros; nos acercaríamos con la embarcación hasta la roca. Otro
ejemplo: uno que está en un barco choca contra la roca en el mar: el pedregal
queda fijo e inmóvil mientras que el barco se aleja, tanto más alejado cuanto
más fuerte sea el choque.
Debemos, pues, ante todo, comenzar orando,
especialmente en teología. No para atraernos el poder de Dios, que está
presente en todas partes, sin limitarse a ninguna. Lo hacemos porque mediante la
reflexión e invocaciones divinas nos entregamos y unimos con El.
2. Tal vez no esté fuera de lugar dar aquí una
explicación sobre el hecho de que yo haya escrito este tratado teológico a
pesar de que Hieroteo, nuestro insigne maestro, haya ofrecido la espléndida
colección de Elementos de teología. Además he escrito otros, como si no fuera
suficiente lo que él escribió. Indudablemente, si él hubiese abordado y
presentado ordenadamente temas de teología, yo no hubiera tenido la insensata
osadía de creerme capaz de comprender mejor que él estos temas teológicos.
Ciertamente no hubiera yo perdido el tiempo en repetir las mismas cosas.
Habría hecho una grave injuria a mi maestro y amigo apropiándome de su
elevadísima ciencia y exposición. Fue él mi principal maestro después de San
Pablo.
En realidad, él, como buen guía, nos ha legado una
gran obra teológica, útil también para otros menos expertos directores de almas.
Esto me anima a presentar y explicar en términos más asequibles las exposiciones
y sutilezas de aquel hombre de tan poderoso entendimiento. Tú mismo me has
exhortado frecuentemente a que lo haga remitiéndome el libro de Hieroteo, por
juzgarlo muy difícil de entender.
Así, pues, a la vez que reconozco su valor
destacado como maestro de entendimientos más aventajados, y apreciando sus
escritos como los más importantes después de las Sagradas Escrituras, me
propongo explicar lo mejor que pueda las realidades divinas a nivel de nuestros
semejantes. Porque, si el alimento sólido es propio de los perfectos, ¿cuánta
no será la perfección que se requiere para alimentar a otros?
Con razón decimos que para ahondar en el sentido
de las Sagradas Escrituras es necesaria madura inteligencia, y lo mismo para
enseñar a otros sus conclusiones. Pero entender y enseñar los conocimientos
preliminares va bien para grados inferiores, sean ya iniciados o todavía
principiantes.
Conforme a esto, me he propuesto seriamente no
tocar nada en manera alguna de lo que aquel santo maestro nos enseñó claramente,
evitando repetir lo que nos explicó al tratar algún punto de las Escrituras.
Como tú sabes, nosotros, él y muchos de nuestros
santos hermanos acudimos a ver el cuerpo que dio principio a la vida y había
gestado a Dios. Allí estaba Santiago, pariente del Señor, y Pedro, el jefe
supremo de los teólogos. Después de verlo, todos estos jerarcas quisieron, cada
uno como mejor pudiera, ensalzar la Bondad de esta divina fragilidad. Mi
maestro, como sabéis, era el primero después de los autores sagrados y
aventajaba a todos los que alababan a Dios. En efecto, estaba tan arrobado, tan
fuera de sí, vivía del tal manera lo que decía, que cuantos le oían y veían,
cuantos le conocían (o mejor, le desconocían) le consideraban inspirado por el
Espíritu para cantar las alabanzas divinas.
Mas ¿para qué contarte todas las maravillas que
allí dijeron de Dios? Porque, si mal no recuerdo, creo haberte oído a ti mismo
parte de las magníficas alabanzas que entonces proclamaron, pues siempre has
mostrado especial solicitud por las cosas divinas como para no considerarlas
jamás con frivolidad.
3. Pero dejemos de lado estas santas realidades,
que tú bien conoces y no hay por qué contar a la gente. Cuando era necesario
propagar nuestra fe a muchos, a fin de convencerlos y atraerlos a nuestra
sagrada enseñanza, él dedicó a esta tarea más tiempo que muchos santos
doctores. Mostró tal pureza de ingenio, tal agudeza en sus razonamientos y
tanta diligencia en sus organizaciones, que no osaríamos mirar de frente sol tan
esplendoroso.
Consciente de mis limitaciones, sé muy bien que no
tengo capacidad para entender las verdades divinas. Reconozco que me faltan
palabras para enseñarlas, pues son inefables. Estoy tan lejos de poseer el buen
entendimiento de aquellos santos varones para ahondar en las verdades
teológicas, que llevado de gran reverencia no me atrevería ni siquiera a
escucharlos. Lo hago por estar convencido de que no debo menospreciar la
ciencia de las cosas divinas en la medida que se puedan alcanzar.
Mi convicción no obedece únicamente a la natural
inclinación del espíritu por la contemplación que podamos alcanzar de Dios; lo
aconseja también la excelente institución de las leyes divinas. No debemos
ocuparnos de las cosas que están más allá de nuestro alcance, pues no las
merecemos o es imposible conseguirlas. Pero de igual manera manda aprender
asiduamente lo que nos es dado y compartirlo con los demás. Guiados, pues, por
estas razones, ni el trabajo ni la pereza me han impedido buscar las verdades
divinas; consciente de que no debo negar mi ayuda a quienes no tienen mayor
capacidad contemplativa que yo, me he decidido a escribir. No pretendo decir
nada nuevo. Quiero tan sólo analizar y exponer ordenadamente con más detalle
algunas verdades que Hieroteo enseñó brevemente.
CAPÍTULO IV: El Bien. La Luz. La Hermosura. El Amor. El Extasis. El Celo.
El Mal: no es ser, ni procede del ser, ni está en los seres
1. Pasemos ya al nombre de "Bien". Es el nombre
que prefieren los teólogos para designar la Deidad supradivina. Llaman Bondad a
la misma subsistencia divina, que por el mero hecho de ser todas las cosas la
contienen.
Sucede lo que en el Sol. Sin pensarlo, sin
quererlo, por el mero hecho de ser lo que es, ilumina todo lo que de alguna
manera puede recibir su luz. Así ocurre con el Bien. Muy superior al Sol, como
el arquetipo es superior a la imagen borrosa, extiende los rayos de su plena
Bondad a todos los seres que, según su capacidad, la reciben. Gracias a estos
rayos de Bondad subsisten todos los seres inteligibles e inteligentes, todo ser,
toda potencia y operación. Por ellos existen y poseen vida inalterable e
indestructible, libres de corrupción y muerte, de la materia y de la generación
o mutaciones. Por ellos se consideran sustancias incorpóreas e inmateriales;
como inteligencias, conocen de modo superior al de este mundo: por iluminación
ven las razones propias de todos los seres y transmiten sus conocimientos a los
compañeros.
La Bondad de Dios en que moran es el fundamento
de su permanencia, estabilidad, conservación, vigilancia, alimento. Sus deseos
del Bien les hacen ser lo que son y les proporcionan bienestar. Configurándose
con el Bien, en lo posible, se hacen mejores, y como es Ley de Dios, comparten
con sus inferiores los dones que reciben del Bien supremo.
2. Por todo esto, se ordenan jerárquicamente en
forma supramundana, en unidades propias, y se relacionan entre sí sin la menor
confusión. El Bien da poder a los inferiores para elevarse hasta los superiores,
y asimismo los superiores descienden al nivel de sus inferiores. Diligentemente
cuidan de quienes les están confiados, de sus poderes y de sus resoluciones
inmutables. Permanecen firmísimos sus deseos del Sumo Bien. Conservan entre
ellos las demás prerrogativas que he descrito en el tratado De las propiedades y
de los órdenes de los ángeles. Cuanto se refiere a la jerarquía celeste, como
son las purificaciones angélicas, iluminaciones supramundanas y la consumación
de toda perfección entre los ángeles, todo esto viene de la Causa universal y
Fuente de bien. De allí les llega asimismo su configuración con el Bien, el
revelar la secreta bondad que poseen los seres, por decirlo así, intérpretes del
silencio de Dios, que reflejan la luz resplandeciente en el interior del
santuario.
En grado inferior a estas santas y venerables inteligencias están las almas con
todos los bienes que les son propios. Dependen asimismo del Bien que está sobre
todo bien y gracias a El tienen inteligencia, vida sustancial, inmortalidad. Por
tener vida espiritual, como los ángeles, pueden esforzarse en imitarlos. Siguiendo
a tan excelentes guías se elevan hasta el Bien, fuente de todo bien, haciéndose
partícipes, según su capacidad, de las iluminaciones que El irradia. En la medida
de sus fuerzas reciben el don de identificarse con el Bien y las demás cualidades
descritas en mi libro Del Alma.
Si lo aplicamos a cuantos carecen de razón y a los
irracionales, los que cruzan los aires, los que andan o se arrastran por la
tierra, los que viven en el agua, los anfibios y los que se esconden
bajo tierra o en cavernas. En fin, los seres de vida sensitiva. Todos son y
viven gracias a la misma Bondad.
De modo semejante, las plantas sacan del mismo
Bien la vida nutritiva y de crecimiento. Incluso las cosas inanimadas, sin vida
ni alma, deben su existencia al mismo Bien.
3. Puesto que en realidad el Bien trasciende todo
ser natural, sin estar limitado a forma alguna, es el creador de toda forma. Por
no ser nada de cuanto es, El es el Supraser. Por no ser una vida, es la Vida.
Sin ser una inteligencia, es la Sabiduría misma. Todo cuanto participa del
Bien, participa de lo que, por estar en cierto modo limitado, da forma a lo
informe. Y si es lícito hablar así, lo que no es anhela aquel Bien que
trasciende todo ser. Más aún: se niega a todo ser y puja por descansar en el
Bien supra-esencial.
4. Al ocuparme de otros temas me olvidé de decir
que el Bien es Causa de las fuentes y fronteras de los cielos, de eso que ni
mengua ni se expande, inmutable. Causa también de los movimientos circulares y
silenciosos, por decirlo así, de los cielos inmensos. Asimismo del orden lijo
con que las luces estrelladas decoran los cielos. Y de los astros errantes, en
particular los dos de trayectoria circular, fuente de luz, que las Escrituras
llaman "grandes". Son éstos los que nos dan a conocer los días y las
noches, los meses y los años. Constituyen el marco para nombrar, medir y
conservar los acontecimientos.
¿Y qué decir de los rayos del sol? La luz procede
del Bien y es su imagen. Se alaba al Bien llamándole "Luz", como se honra al
Arquetipo en su imagen. La Bondad propia de Dios, plenamente trascendente, lo
invade todo, desde los seres más altos y perfectos hasta los más bajos. Está
sobre todo: los más altos no llegan a la divina Bondad ni los más bajos escapan
a su dominio. Ilumina todas las cosas que pueden recibir su luz, las crea, da
vida, mantiene en su ser y perfecciona. De ella todas reciben medida, tiempo,
número y orden. Su poder abraza el universo, es causa y fin de todo.
El gran Sol, siempre luciente y espléndido, es
imagen donde se manifiesta la Bondad divina, eco distante del Bien. Ilumina todo
lo que puede recibir su luz sin perder nada de su plenitud. Difunde sus rayos
fulgurantes a lo alto y a lo bajo de todo el mundo visible. Si algo no participa
de su luz, no es porque ésta sea deficiente en modo alguno; sería debido a la
incapacidad o impedimento proveniente del objeto.
Ciertamente. Hay muchas cosas que la luz no
ilumina mientras que brillan otras más lejanas. Nada hay en este mundo visible
adonde llegue el sol con la portentosa fuerza de su resplandor. Es más, está en
los orígenes de los cuerpos visibles, favorece la vida, los alimenta y hace
crecer, los perfecciona, los purifica y renueva. Es medida y número de las
estaciones y de los días y de todo nuestro tiempo. Era esta luz informe la que,
según el santo Moisés, distinguió los tres primeros días en el principio.
La Bondad atrae hacia sí todas las cosas, por
dispersas que estén, pues es Fuente divina y principio de unidad. Todo tiende
hacia ella como a su fuente, su objetivo y centro de unidad. El Bien, como dice
la Escritura, creó todas las cosas y es en definitiva la Causa perfecta. "En
ella todas subsisten", se fundan y perseveran como en un poder receptáculo. Todo
retorna al Bien como a su fin. Todas las cosas lo desean: por el conocimiento,
las espirituales y dotadas de razón; por la sensación, las dotadas de
sensibilidad; por el movimiento innato del apetito vital, las que no sienten.
Las que carecen de vida y solamente existen propenden a cierta participación de
la esencia del Uno.
Así ocurre con la luz, visible imagen de Dios.
Atrae y vuelve hacia sí todas las cosas: las que se ven, las que se mueven, las
que se iluminan, las que se calientan y, en general, todo aquello que alcanzan
los rayos luminosos. De ahí le viene el nombre de sol, Odos, porque todo lo
reúne, esto es, lo conserva y lo concentra.
Por eso, los seres que sienten buscan la luz para
ver, para moverse, para ser iluminados, para calentarse y, en general, para que
la luz los conserve en su ser. No digo esto como creía la Antigüedad, que
consideraba al Sol como Dios, el autor del universo, que gobierna con rectitud
el mundo que vemos. Pero sí afirmo que "desde la creación del mundo, lo
invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las
obras".
De todo esto se trata en la Teología simbólica.
Aquí me limito a celebrar el término "luz" inteligible aplicada al Bien.
Se llama luz intelectual al Bien porque ilumina toda inteligencia supraceleste y
porque con su luz arroja toda ignorancia y error que haya en el alma. Purifica
los ojos de la inteligencia ahuyentando la bruma de ignorancia que los envuelve;
despierta, abre los párpados cerrados bajo el peso de las tinieblas.
Les concede primero un mediano resplandor; luego,
cuando los ojos se han acomodado a la luz y la apetecen más, les va dando con
mayor intensidad, "porque amaron mucho". Después no cesa de estimularlos a
avanzar a medida que ellos se esfuerzan por elevar su mirada a las alturas.
Se llama "luz de la mente" aquel Bien que está
sobre toda luz, como manantial de luz y foco desbordante. Con su plenitud inunda
de luz toda inteligencia, sea en este mundo, en el universo o en los cielos.
Todas las cosas se renuevan con tal luz. En su inmensidad las contiene todas; a
todas precede y supera por su trascendencia. En El todas se agrupan, y contiene
en su simplicidad todo principio de iluminación, pues es fuente de luz y la
trasciende. Es más que luz, y en este bien se concentra toda razón e
inteligencia. Como la ignorancia dispersa a los que yerran así, la presencia de
luz en la inteligencia reúne a cuantos la reciben. Los perfecciona, los dirige
al Ser que es de verdad. Los aparta de muchos errores, los llena de luz
unificadora. Concentra su variedad de opiniones en un verdadero, puro y simple
saber. Lo llena todo de luz unificadora.
7. Los teólogos alaban y ensalzan este Bien. Lo
llaman Hermoso, Hermosura, Amor, Amado. Le dan cualquier otro nombre divino que
convenga a esta fuente de amor y plenitud de gracia.
Hermoso y Hermosura se distinguen y unifican en la
Causa que todo lo unifica. En todo ser distingamos la cualidad, que es
participada, y el objeto, que la participa. Llamamos hermoso a aquello que
participa de la hermosura y llamamos hermosura a la participación de la causa
que la produce en las cosas.
Pero llamamos Hermosura a aquel que trasciende la
hermosura de todas las criaturas, porque éstas la poseen como regalo de El, cada
una según su capacidad. Como la luz irradia sobre todas las cosas, así esta
Hermosura todo lo reviste irradiándose desde el propio manantial. Hermosura que
llama todas las cosas a sí misma. De ahí su nombre Kalos, es decir, hermoso, que
contiene en sí toda hermosura.
Se le llama Hermoso, pues lo es bajo todos los aspectos: contiene y excede toda hermosura. Hermoso eternamente, invariable. No nace ni perece, no aumenta ni disminuye.
No es amable en un sentido y desagradable en otro, a veces hermoso y otras no; para
unos hermoso y para otros feo, ni distinto en uno u otro lugar. No. Es constantemente
idéntico a sí mismo, siempre hermoso. En El estaba en grado eminente toda hermosura
antes de que ésta existiese. El es su fuente.
Nada hay hermoso que no haya brotado de aquella
simplicísima Hermosura, su fuente. De esta Hermosura proceden todas las cosas,
bellas cada cual a su manera. La Hermosura es causa de armonía, de amistad, de
comunión; todo lo une y es fuente de todo. Es principio, Causa eficiente que
mueve el universo y lo sostiene. Todas las cosas llevan dentro el deseo de
hermosura. Va delante de todas como Meta y Amor a que aspiran, Causa final que
todo lo orienta, pues es modelo al que nos configuramos y conforme al cual
actuamos por deseo del Bien.
La Hermosura se identifica con el Bien. Todos los
seres, sea cual fuere lo que los induce a obrar, buscan la Hermosura y el Bien.
No hay nada en la naturaleza que no participe del Bien y de la Hermosura. Me
atrevería a decir que aquello que no es participa también de la Hermosura y del
Bien, porque es bueno y hermoso dirigirse al Bien supraesencial por vía de
negación.
Esto -el Uno, el Bien y la Hermosura- es causa
singular de multitud de bienes y hermosuras. Gracias a esto, todas las cosas
subsisten en su esencia, se igualan y diferencian, son idénticas y opuestas,
semejantes y diversas; los contrarios se entrelazan y los unidos no se
confunden. Gracia a éstos, los seres superiores cuidan de los otros, los iguales
se compenetran y los inferiores tienden a superarse conservando el equilibrio de
su estabilidad en la unidad. Por esto, todos los seres, cada cual a su manera,
están abiertos unos a otros, se comunican entre sí, se compenetran sin perder
su identidad. De ahí la cohesión interna e indisoluble de las partes, la
perseverancia en su ser y las renovaciones incesantes.
Las inteligencias, las almas y los cuerpos permanecen a la vez estables y en movimiento.
El Bien-Hermosura, siendo trascendente, por encima de todo reposo y movimiento, fija a
cada ser su propia naturaleza y le da el movimiento conveniente.
8. Dicen que las inteligencias celestes se mueven en sentido circular. Mientras
están unidas a los resplandores, no tienen principio ni fin, pues proceden del
Bien-Hermosura. Se mueven en línea recta cuando proceden como guía providente de
sus inferiores, dirigiéndolo todo rectamente. Se mueven en espiral cuando, a la
vez que cuidan de los inferiores, permanecen idénticas girando siempre alrededor
del Bien-Hermosura, causa de su identidad.
El alma también está en movimiento. Movimiento
circular cuando entra dentro de sí, se olvida de lo exterior y recoge sus
potencias espirituales para que nada la distraiga. Es una especie de movimiento
giratorio fijo que la hace tornar de la multiplicidad de las cosas externas y
concentrarse en sí misma. íntimamente unidas ya el alma y sus potencias, el
movimiento giratorio la levanta hasta el Bien-Hermosura, que trasciende todas
las cosas, es uno y el mismo, sin principio ni fin.
Se mueve el alma en espiral cuando, según su
capacidad, es iluminada con las noticias divinas, pero no por vía de intuición
intelectual en plena concentración del alma, sino más bien por razonamiento
discursivo, pasando de una a otra idea.
El movimiento es rectilíneo cuando el alma, en vez
de entrar dentro de sí misma (lo cual es el movimiento circular, como he
dicho), procede por las cosas que la rodean y se levanta de lo externo, como de
símbolos varios y múltiples, a la contemplación de simplicidad y unión.
El Bien-Hermosura es la causa de estos
movimientos, de lo sensible, de lo que permanece conservando su reposo y
situación y del alma, fundamento de uno y otro. Bien-Hermosura los conserva y
dirige por encima 'de todo reposo y movimiento. Es la fuente, el origen, el
conservador, la meta y el objetivo del reposo y el movimiento. El ser y la vida
del alma vienen de El, del mismo Bien-Hermosura de donde proceden lo pequeño y
lo grande y lo mediano de la naturaleza, la medida y proporción de todas las
cosas, armonías, conjuntos, las partes y el todo, lo universal y lo múltiple, el
entrelazamiento de las partes, la síntesis de la multiplicidad, la perfección de
conjuntos. Bien-Hermosura de que proceden la cualidad y cantidad, grandeza,
infinitud, conglomeración y distinción, lo limitado y las limitaciones, los
órdenes, las excelencias, elementos y formas, todo ser, poder, actividad,
hábitos, sentido, razón, inteligencia, tacto, ciencia y unión.
En breve. Todo cuanto existe procede del
Bien-Hermosura, en él está y se dirige a él. Es el motor de todo y todo lo
conserva. Por gracia de El, por El y en El está todo principio ejemplar, final,
eficiente, formal, material. En una palabra: todo principio, toda conservación,
todo fin, todo cuanto existe procede del Bien-Hermosura. Y aun lo que no existe
está supraesencialmente en el Bien-Hermosura, que es el principio más que
principal de todas las cosas y fin más que perfecto, "porque de El, y por El, y
para El son todas las cosas", como dicen las Escrituras.
Por eso, todas las cosas deben desear, anhelar y
amar al Bien-Hermosura. Por El y para El los inferiores aman a los superiores,
los iguales aman y se comunican con sus semejantes, los superiores se ocupan de
los inferiores. Todos y cada uno miran por sí mismos y se estimulan en hacer con
perfección lo que hacen con los ojos puestos en el Bien-Hermosura.
Más aún. Nos atrevemos a decir realmente que la
Causa de todas las cosas, por la sobreabundancia de bondad, todo lo ama,
perfecciona, conserva y torna hacia sí. El deseo amoroso de Dios es Bondad que
busca hacer el Bien para la misma Bondad. Deseo creador de la bondad del
universo, preexistía sobreabundante en el Bien y no quedó en El encerrada. Le
indujo a usar de la abundancia de su poder para crear el mundo.
11. No piense nadie que al ensalzar el término
"deseo amoroso" vamos contra las Escrituras. Creo que seria insensatez absurda
fijarse en la formalidad de las palabras más que en la fuerza de su significado.
Nunca debe obrar así la persona que busque entender las realidades divinas. Así
proceden quienes se interesan únicamente por oír superficialmente sonidos y no
quieren entender el sentido de las palabras o cómo se pueda valorar el
significado con expresiones similares. Son gentes que se contentan con líneas
y letras sin sentido, sílabas y frases incomprensibles, que en manera alguna
llegan al alma. No son más que sonidos en sus labios y oídos.
Como si fuera un error decir que dos y dos son
cuatro, que línea recta es lo mismo que derecha, patria es lugar del nacimiento.
Como si estuviera mal cambiar unas palabras por otras que significan lo mismo
exactamente. Lo que debemos entender es que empleamos letras, sílabas, escritos
y frases en razón de su significado. Por eso, cuando el alma, guiada por las
potencias intelectivas, está centrada en el objeto del conocimiento, resulta
inútil la operación de los sentidos. Lo mismo sucede al entendimiento cuando el
alma, hecha ya deiforme por unión desconocida, con los ojos cerrados se adhiere
a los rayos desprendidos de aquella "luz inaccesible".
En cambio, cuando el entendimiento, centrándose
en la perfección de los sentidos, se levanta a la contemplación de lo
inteligible, da especial importancia a las sensaciones más precisas, a las
palabras más claras, a la mayor distinción con que ve las cosas. Porque no están
claras las cosas que caen bajo los sentidos, no podrán éstos transmitirlas
debidamente al entendimiento.
Si por hablar así pareciere que tergiversamos el
sentido de las Santas Escrituras, quienes no están de acuerdo con la expresión
"enamorarse" escuchen lo que sigue: "Ámala y ella te custodiará. Tenla en gran
estima y ella te ensalzará". Tengan en cuenta, además, otros muchos pasajes que
alaban la expresión "enamorarse" de Dios.
12. A algunos de los nuestros que tratan de las
Sagradas Escrituras les ha parecido que "enamorarse de Dios" es más divino que
simplemente "amar a Dios". San Ignacio escribe: "Han crucificado a aquel de
quien yo estoy enamorado". Y en los libros que introducen a la Sagrada Escritura
hay uno que dice de la Sabiduría: "Procuré desposarme con ella, enamorado de su
hermosura".
Por tanto, no temamos emplear la expresión
"enamorarse de Dios" y no nos alteremos por lo que alguien pueda decir de ambos
nombres. Creo que "enamorarse de Dios" y "amor de dilección" lo usan los
teólogos en el mismo sentido. Añadieron que, al hablar de Dios, se trata del
verdadero amor. Porque la gente usa la palabra "amor" en sentido peyorativo. Nosotros, en conformidad con las Santas Escrituras, alabamos la expresión "amor
verdadero" y la consideramos apta en relación con Dios. Otros, en cambio,
llevados de su natural inclinación, tendieron a pensar en el amor apasionado,
corporalmente compartido. Eso no es verdadero amor; es una sombra, una
caricatura del amor auténtico. El hecho es que la gente no comprende la
espiritualidad del amor divino, y por eso la expresión "enamorarse de Dios" les
parece ofensiva. Por lo cual, se atribuye a la Sabiduría, a fin de que el vulgo llegue a entender el verdadero amor y deje de interpretarlo en el peor de los
sentidos.
Sabemos bien que mucha gente de baja estofa piensa
que hay algo absurdo en este versículo encantador: "Tu amor era para mí
dulcísimo, más que el amor de las mujeres". Para quienes escuchan con
entendimiento la palabra de Dios, el simple término "amor", tal como lo emplean
los autores sagrados para manifestar los misterios divinos, tiene el mismo
sentido que "enamoramiento". Ambos quieren decir lo mismo: unión, alianza, con
especial referencia al Bien y Hermosura eternos. Procede del Bien-Hermosura,
gracias al mismo Bien-Hermosura. Entrelaza las cosas iguales, inclina las
superiores a cuidar de las inferiores y hace que éstas tiendan a las más altas.
13. Enamorarse de Dios lleva al éxtasis, pues
quienes así aman están en el amado más que en sí mismos. Así se manifiesta en el
amor que prodigan los de clase más alta a los más bajos. Asimismo lo demuestran
los iguales por la unión que reina entre ellos. Lo que está más bajo se torna
hacia lo más alto. Por eso el gran Pablo, arrebatado por su encendido amor a
Dios y preso de poder extático, dijo estas palabras inspiradas: "Ya no vivo yo,
es Cristo quien vive en mí". Pablo estaba realmente enamorado, pues, como él
dice, salía de sí mismo por estar con Dios. No contaba más con su propia vida,
sino con la de aquel de quien él estaba enamorado.
Y hay que atreverse también a decir en honor a la
verdad que el mismo Autor de todas las cosas vive fuera de sí por su
providencia universal, por puro enamoramiento de las cosas. La bondad, amor y
enamoramiento le seducen hasta hacerle salir de su morada trascendente y
descender a vivir dentro de todo ser. Procede así en virtud de su infinito y
extático poder de permanecer al mismo tiempo dentro de sí. Por lo cual, los que
entienden de lo divino, llaman a Dios celoso, pues está poseído de un grande y
misericordioso amor hacia todos los seres, y suscita en ellos el mismo celo.
Así se muestra Dios celoso, pues siempre se siente celo por lo deseado. Al
proveer en bien de todas las criaturas está probando su celo.
En conclusión. Podemos decir que el Bien-Hermosura
es a la vez el amado y el amante. Tales propiedades existen en el Bien-Hermosura
y por eso todo bien procede de El y se hace para el Bien-Hermosura.
14. Sin embargo, ¿por qué los teólogos hablan de
Dios unas veces como enamorado y amante, y otras como el deseado y amado? Por un
lado, El causa, produce y origina el amor. Bajo otro aspecto, El se muestra a la
vez activo y pasivo, origen y término del movimiento. Por eso le llaman Amado y
Deseado, por cuanto es Bien-Hermosura, y luego el Enamorado y Amante porque con
su poder mueve y levanta todo hacia sí. En fin de cuentas, El es el
Bien-Hermosura, el Uno que hace revelación de sí mismo, benéfica procesión de su
unidad trascendente. Es Deseoso cuando simplemente se mueve a sí mismo, actúa
por sí mismo, preexiste en el Bien hacia todo ser y luego regresa hasta el Bien.
En este sentido se manifiesta excelentemente que el amor divino no tiene
principio ni fin. Como un círculo eterno moviéndose desde el Bien, por el Bien,
en el Bien y hacia el Bien. Círculo perfecto, siempre en el mismo centro, la
misma dirección, el mismo caminar, el mismo retorno hasta su origen.
Todo esto lo ha explicado también divinamente
aquel mi ínclito maestro en sus Himnos amatorios. Merece la pena que los
recordemos aquí añadiéndolos a este nuestro discurso sobre el amor, como un
capítulo sagrado al final de cuanto vengo diciendo sobre el Deseoso.
Palabras de Hieroteo, varón santísimo, en los
Himnos amatorios. "Cuando nos referimos al deseo amoroso, bien se trate del
divino, del angélico, del espiritual, del animal, del natural, debemos entender
que es una fuerza o facultad unificante y entrelazadora que, sin duda, mueve a
los seres superiores a cuidarse de los inferiores y a mantenerse en comunión los
que son iguales y a que los inferiores tiendan hacia los más altos y
relevantes".
Del mismo autor y de la misma obra: "He tratado
ordenadamente de los varios deseos amorosos que se derivan del Uno. He descrito
la naturaleza, conocimiento y poder propios de los deseos amorosos, correspondan
o no a este mundo. Según el criterio que llevamos, se destacan los deseos
amorosos de los órdenes y distinciones que forman los seres racionales y
espirituales. Sobresalen los deseos amorosos más bellos, realmente divinos, que
brotan espontáneamente. Los hemos alabado como es debido. Pero ahora voy a
tratar de nuevo sobre los mismos deseos amorosos concentrándome en el único Amor
deseoso, que contiene todos en sí mismo. Ante todo, reduzcamos a dos las
potencias de los deseos amorosos. Sobre todas tiene primacía y manda la Causa
irreprochable de todo deseo amoroso. Es en verdad el fin último que se afanan
por alcanzar lo mejor que pueden todas las cosas en todo lugar".
17. Del mismo autor y de la misma obra: "Reunamos
de nuevo todos éstos en uno solo y digamos que no hay más que un poder simple, a
impulsos de sí mismo, que todo lo dirige a la unidad. Procede del Bien y llega
hasta las criaturas inferiores. Luego retorna por la misma escala hasta el Bien.
Y así sucesivamente en eterno círculo desde sí mismo, por sí, sobre sí y hacia
sí mismo".
18. Objetará alguno: "Si el Bien-Hermosura es algo
que todos desean, gustan y aman, pues, como he dicho, incluso lo que no existe
en cierto modo pugna por concentrarse en El, forma de las cosas que carecen de
ella y ser supraesencial que contiene incluso lo que no existe todavía. Si en el
Bien-Hermosura están todas las cosas, ¿cómo es posible que la caterva de
demonios no lo apetezcan? Y lo que es peor, ¿cómo en realidad prefieren lo
material, y, perdida la condición angélica de tender siempre hacia el bien, son
causa de todo mal para sí mismos y para los demás que ellos seducen? ¿Cómo es
posible que los demonios, que tienen pleno origen en el Bien, carezcan de todo
bien? ¿Qué es lo que los ha depravado? ¿Qué es realmente el mal? ¿De dónde
proviene? ¿Dónde está? ¿Por qué el Bien decidió que exista el mal? ¿Y cómo pudo
realizar su decisión? Más aún: si el mal tiene otro origen, ¿qué otra causa de
las cosas existe, además del Bien? Y pues existe la Providencia, ¿cómo es
posible el mal, cómo nace, por qué no lo acaba? ¿Cómo es posible que algunas
cosas prefieran el mal al bien?
19. Quizá ante las dificultades haya alguien que hable así. Pero ahora le ruego
considere la verdad de las cosas y de antemano le aseguro: el mal no procede del
Bien, porque si de El procediera no sería mal. El fuego no nos enfría. De igual
modo el Bien no produce el mal.
Si todo cuanto existe procede del Bien, y el Bien
naturalmente produce y conserva mientras que el mal destruye y corrompe, nada de
cuanto existe procede del mal. No existe el mal absoluto, porque se destruiría a
sí mismo. Y si el mal no es del todo mal, tiene algo de Bien en sí, lo cual es
causa de todo cuanto hay de ser en el mal. Si los seres todos tienden al
Bien-Hermosura, si actúan buscando lo bueno, si todas sus intenciones se
centran en el Bien como principio y como fin (pues nadie hace el mal por el mal,
sino buscando algún bien), ¿qué sitio le queda al mal entre las cosas que
existen, y cómo es posible que exista si carece totalmente de orientación hacia
el Bien? Porque realmente si todas las cosas proceden del Bien, el Bien es supraesencial a todas las cosas, las cosas mismas que no tienen existencia
existen ya en el Bien que supra-esencia.
El mal no existe. Si existiese no sería
totalmente mal. Ni es tampoco un no-ser, pues nada hay que sea completamente
no-ser, excepto cuando se dice que está sobresencialmente en el Bien. Porque el
Bien se sitúa mucho más allá y es anterior al simple ser no-ser. El mal, en
cambio, no existe ni en las cosas que son ni en las que no son, por lo mismo que
carece de esencia. El mal dista del Bien más que el no-ser.
¿De dónde, pues, procede el mal?, dirá alguno. Si
el mal no existe, la virtud y el vicio serán exactamente iguales, considerados
en su totalidad o en sus partes. Cuanto se oponga a la virtud no será malo. Pero
vemos que a la moderación se opone el exceso y a la justicia la injusticia. Y no
quiero decir que estas contrariedades sean debidas a la persona de donde
proceden, justa o injusta, moderada o intemperante. No. Mucho antes de que se
puedan ver en el hombre lo bueno o lo malo existe ya en el alma la distinción
entre virtud y vicio y el conflicto entre pasión y razón. Admitamos, pues, que
hay algo contrario al Bien, y esto es el mal. El Bien no se opone a sí mismo.
Procede de una sola fuente, único principio, y por eso goza de la comunión,
unidad y concordia. Un bien menor no es enemigo del mayor, como lo que tiene
menos calor no se opone a lo más caliente. Por tanto, el mal existe. Está en las
cosas que tienen ser. Es opuesto y contrario al Bien. Si destruye cosas que han
sido, no por eso deja de ser lo que es. Retiene el ser y lo transmite a cuanto
de él nace. Pues ¿no sucede frecuentemente que la corrupción de una cosa es
generación de otra? Por tanto, el mal así considerado contribuye a la
perfección del universo y por su verdadera existencia lo libra de imperfección.
20. A todo esto contesta la recta razón diciendo
que el mal, en cuanto es mal, en nada contribuye a la esencia o generación de
las cosas, y que en cuanto está a su alcance, no hace más que dañar y destruir
la sustancia de los seres. Y si alguien dijere que de esta manera el mal
contribuye a la generación de las cosas, puesto que la corrupción de una sirve
para la generación de otra, habría que responder: no contribuye a la generación
en cuanto es corrupción. El mal en cuanto tal no hace más que corromper y
pervertir. Del Bien proceden el ser y el devenir. Es decir, el mal por sí mismo
no es más que fuerza destructora, pero es fuerza productora mediante la
actividad del Bien. Por tanto, el mal en cuanto tal no es ser ni produce ser.
Mediante la actuación del Bien, el mal es un ser, un buen ser, y produce cosas
buenas.
Por supuesto, no podemos decir que una misma cosa
es buena o mala bajo el mismo aspecto. Ni podemos decir que una sea la misma
potencia destructora y constructiva del mismo ser bajo el mismo aspecto. Nada
puede ser al mismo tiempo corrupción y destrucción. Por tanto, el mal por sí
mismo no es el ser, ni bien. No tiene capacidad de producir ser alguno, ni bueno
ni malo. Mientras que el Bien, dondequiera esté en plenitud, hace las cosas
perfectas, sin mancha, íntegras. Las que participan menos del Bien son cosas
buenas, pero imperfectas y mezcladas, según sea la providencia del Bien. El mal,
pues, no es ni hace ningún bien.
Una cosa es más o menos buena según que se acerque
más o menos a Dios. La Bondad perfecta se extiende por todas las cosas; no sólo
se difunde por las óptimas esencias que le son cercanas. Llega hasta lo más bajo
y remoto. Totalmente presente en algunos seres, en otros menos y mínima en
otros, según la capacidad que cada cual tiene para recibirla.
Las hay que participan plenamente del Bien, otras
más o menos privadas de El, algunas participan débilmente y, por último, están
las que reciben apenas un vestigio del bien. Porque si el Bien no llegase a cada
una de ellas, en la medida de su capacidad, las más antiguas y sagradas
quedarían en último lugar. Y ¿cómo podría suceder que todas participasen
uniformemente del Bien, cuando algunas de ellas no están bien dispuestas para la
plena participación del mismo? Mas ahora, "la excelsa grandeza de su poder" se
pone de manifiesto en el hecho de que corrobora de vigor a lo más débil, en
cuanto participa de tal poder. Y me permito decir con toda verdad que los mismos
seres que la rechazan reciben de El su poder de rebelión.
En resumen. Todas las cosas, por el mero hecho de
ser, son buenas y proceden del Bien. Son deficientes en ser y bondad, según que
estén más o menos alejadas del Bien. Cuando se trata de otras propiedades, como
el frío y el calor, las cosas que estaban calientes pueden quedar frías. En
realidad, hay seres que no dejan de ser lo que son aunque no tengan vida ni
inteligencia.
Cierto. Dios mismo no está sujeto a ser. Está por
encima de todo ser, porque es supraesencial. Todo ser, aunque pierda sus
propiedades o nunca las haya tenido, no por eso pierde su razón de ser. Pero lo
que esté absolutamente privado del Bien, jamás tuvo, ni tiene ni tendrá, ni
puede tener, cualquier grado de ser. Por ejemplo, un hombre intemperante. Se
priva del Bien en la medida que sus instintos esclavicen la razón. En tal
sentido, su ser es deficiente y su deseo le lleva a lo que realmente no existe.
Sin embargo, tiene cierta participación en el Bien, desde el momento que hay en
él un eco del amor y de la unidad auténticos. La ira también participa del Bien
por lo mismo que se mueve y desea corregir aquellas cosas que parecen malas
respecto a lo que lleva en sí la apariencia de ser mejor. Incluso la persona que
desea vida perversísima busca algo que le parece bueno. Así participa del Bien
deseando una vida que -a mi juicio- parece digna. Si se prescinde absolutamente
del Bien no habrá esencia ni vida, ni apetito ni movimiento, ni otra cosa
alguna.
No es el poder del mal lo que hace renacer después
de la destrucción. El Bien, aunque sea pequeño, es el principio de renacimiento.
La enfermedad es un defecto del organismo, pero no de todo él, porque si el
organismo desapareciere del todo, tampoco sería posible la enfermedad. La
enfermedad existe, permanece. Su existencia, sin embargo, es de ínfimo grado,
mínima presencia del ser. Lo que carece, pues, de bien no es nada ni existe en
las cosas que son; lo que está mezclado con otros seres, en ellos existe gracias
al Bien, y en tanto existe en ellos en cuanto participa del Bien. Más claro:
todo cuanto existe es más o menos ser, en la medida que participe del Bien,
porque, en relación al ser, lo que carece completamente de ser es pura nada.
Pero aquello que en parte es y en parte no es no existe en cuanto se apartó del
Ser que es siempre. Pero en la medida que participa de aquel Ser, realmente
existe, y gracias a esta participación se conservan y mantienen juntamente lo
que hay de ser y no ser.
Lo mismo ocurre con el mal. Lo que se apartó
totalmente del Bien no tiene existencia ni entre las cosas más o menos buenas.
Aquello, en cambio, que en parte es bueno y en parte menos bueno, se opone en
parte al Bien, pero no a todo el Bien y, por tanto, permanecerá en el ser por su
participación parcial del Bien. De ese modo, el Bien pone subsistencia donde
hace falta, al ofrecer plena participación de sí mismo. Si desapareciera por
completo el Bien, no quedaría nada enteramente bueno o bueno a medias. Ni
siquiera el mismo mal. Porque si el mal es un bien imperfecto, desaparecería
todo bien, perfecto o imperfecto. Habrá mal y será visible por contraste con
aquello a que mezclado se opone. Donde todo es íntegramente bueno, el mal no
existe. Es totalmente imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo bajo
el mismo aspecto. Por consiguiente, el mal no es ser.
21. El mal tampoco está en las cosas, porque si
todas proceden del Bien y en todas está el Bien y ellas en él, no hay lugar para
el mal en las cosas que son, pues si lo hubiera, el mal estaría en el Bien. Pero
el mal no puede estar en el Bien como no puede el frío estar en el fuego. Ni el
mal es compatible con la fuerza, que tiene poder para cambiar el mal en bien.
Supongamos que el mal está en el Bien, ¿cómo puede estar en él? ¿Porque procede
del Bien? Eso es absurdo, imposible, pues, como dice la Escritura: "No puede
el árbol bueno dar malos frutos", ni al contrario. Y si no procede del Bien,
es claro que se origina de otro principio o causa. O sea, que el mal procede del
Bien o el Bien procede del mal. Y si esto fuere imposible, tanto el Bien como el
mal procederían de otro principio o causa. Es imposible que dos cosas sean único
principio. La unidad es principio de toda dualidad. Es asimismo absurdo que de
una sola y misma cosa procedan y existan dos enteramente contrarias y que el mismo
principio no sea ni simple ni único, sino dividido y doble en contradicción consigo
mismo.
Más aún. Es imposible que los seres tengan dos principios, opuesto el uno al otro
y siempre en conflicto. Si esto fuera así, Dios mismo no estaría tranquilo ni libre
de molestias, pues habría algo que le perturbaría. Además, todas las cosas estarían
desordenadas y en continua lucha.
El hecho es que los santos teólogos cantan himnos
de alabanza al Bien porque da amistad y paz a todos los seres. Por eso todos los
bienes se muestran amables y están en armonía, pues proceden de la misma Vida.
Se orientan hacia el único Bien, semejantes, plácidos y amables entre sí. Por
tanto, el mal no está en Dios, ni es divino, ni viene de Dios. Si Dios fuera
autor del mal habría que decir que Dios no es bueno, que El no es quien crea lo
bueno. Si El es quien hace todo, hará unas veces lo malo y otras lo bueno. Si
ésta es su manera de obrar, habría en El cambio sustancial y aun respecto a lo
que es en El más divino: el ser Causa universal. Si el Bien fuese en Dios
solamente una parte de su sustancia, Dios sería al mismo tiempo ser y no ser.
No ser siempre que se aparte del Bien. Evidentemente, si el Bien que hay en Dios
no es más que una simple participación del Bien, el Bien de Dios le vendría de
otra parte, no de sí mismo. Dios lo tendría unas veces y otras no.
22. En conclusión. El mal ni procede de Dios, ni
está en Dios de manera absoluta ni por algún tiempo. Tampoco en los ángeles hay
mal. Porque si el ángel bueno anuncia la bondad divina, él mismo participa de su
misma bondad en segundo rango, pues su mensaje es anterior y causa del mismo
ángel. El ángel es imagen de Dios. Es una manifestación de la luz oculta. Es un
espejo puro, brillante, limpio, inmaculado, que recibe, si es lícito hablar
así, toda la hermosura de la bondad deiforme y haciendo fulgurar en sí mismo, en
cuanto es posible, la bondad del Silencio inaccesible. Por eso, en los ángeles
no hay mal. Son "malos" porque castigan a los pecadores, dirá alguno.
Naturalmente, en este sentido serían malos quienes corrigen a los delincuentes.
Serían malos los sacerdotes que prohíben a los profanos participar en los
misterios sagrados. No está, pues, el mal en castigar, sino en hacerse
merecedor del castigo. No está el mal en apartar a los profanos de los
misterios sagrados, sino en estar manchados con delitos y hacerse indignos de
lo sagrado.
23. Ni aun los demonios son malos por naturaleza;
porque si lo fueran no procederían del Bien ni existirían en el universo. No
habrían podido apartarse del Bien si hubiesen sido siempre esencialmente malos.
Por lo demás, ¿son totalmente malos consigo mismos o lo son para otros? En el
primer caso, se perjudican a sí mismos. Si lo son para otros, ¿cómo dañan y qué
destruyen? ¿La esencia, el hábito, el acto? Si destruyen la esencia, quede claro
ante todo que no pueden ser destruidas sino aquellas que están sometidas a
descomposición. En segundo lugar, el hecho de destruir no es un mal en sí mismo
en todos los casos y circunstancias. Además, ningún ser puede ser destruido en
cuanto a su esencia y naturaleza. La destrucción es, en efecto, una deficiencia
en la constitución natural del ser. Falta de equilibrio en la expresión
armoniosa y simétrica del conjunto hasta el punto de no poder seguir siendo lo
que es. Pero no es una descomposición total. Si lo fuese habría acabado por
completo con el proceso de descomposición y con el ser que la padecía. Eso
equivaldría a la propia muerte. Se trata, pues, no del mal, sino de la falta de
bien. Lo que está absolutamente privado de bien ni siquiera es ser. La misma
razón puede darse respecto a la destrucción del hábito y el acto.
Los demonios no pueden ser malos, puesto que deben
a Dios su existencia. El Bien crea y conserva los seres buenos. Si se dicen
malos, no es por razón de su ser en cuanto tal, pues tienen su origen en el Bien
y recibieron una esencia buena. Su mal está en la falta de ser, como dice la
Escritura: "No guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio".
Pregunto: ¿En qué fueron depravados los demonios excepto en el hecho de haberse
negado a amar y cumplir bienes divinos? De otro modo, los demonios hubieran
sido malos por naturaleza, lo habrían sido eternamente. Pero el mal es variable.
Si el mal no es permanente y los demonios permanecen siempre en el mismo ser,
no son esencialmente malos. La permanencia es una propiedad del Bien, y si los
demonios no han sido siempre malos, no lo son por naturaleza. Su malicia
consiste en la falta de cualidades angélicas.
Ni tampoco están absolutamente privados de bien en
cuanto son, viven, entienden, y queda aún en ellos cierto movimiento de deseo.
Se dice que son malos por razón de su flaqueza en actividad natural, no en su
ser. La depravación, pues, es el mal para ellos; la ausencia y abandono de
aquellas cosas que les son connaturales. Es privación, imperfección, impotencia.
Es debilitamiento, caída, ausencia de la facultad que los conservaría perfectos.
Pero ¿qué hay de malo, además, en los demonios? El
furor irracional, concupiscencia loca, imaginación perturbadora. Pero esto,
aunque se encuentre en los demonios, no lo hay en todos. No todo esto es malo en
sí absolutamente. Porque en otros seres animados no es la posesión de estas
cualidades lo que los lleva a la muerte y, por consiguiente, al mal, sino la
falta de ella. El poseerlas contribuye irrealmente a asegurarles la vida y
vigoriza la naturaleza de los seres vivientes que las tienen.
Por tanto, los demonios no son malos por cuanto
hay en ellos conforme a la naturaleza, sino por lo que de ella les falta. Ni
todo el bien que les fue concedido ha desaparecido absolutamente. No. Ellos
mismos se apartaron del bien que se les había concedido. Ni tampoco han sido
completamente cambiadas las dotes angélicas que recibieron. Se encuentran
íntegras y claramente visibles, por más que ellos, en manera alguna, las
reconozcan, por cuanto han embotado su poder de ver el bien, ni siquiera en sí
mismos.
Todo ser procede del Bien, es bueno y desea lo
hermoso y el Bien por el hecho de desear ser, vivir y pensar. Son malos en la
medida que están privados de ser, y por desear lo que no es, apetecen el mal.
24. Quizá alguien diga que las almas son malas. Se
podrían fundar en que las acosa el mal mientras ellas se esfuerzan por evitarlo.
Eso no es malo. Es bueno, procede del Bien, que saca bien del mal.
Pero si decimos que las almas pueden pervertirse,
¿qué otra cosa es esto sino falta en los buenos hábitos y actos, apartarse de
ellos por innata fragilidad que desvía del fin? Decimos que el aire que nos
rodea se oscurece por deficiencia en la luz y por su ausencia. Pero la luz es
siempre luz e ilumina las tinieblas. Así ocurre con el mal.
El mal, en cuanto tal, no está ni en los demonios
ni en nosotros. En realidad es defecto y carencia de perfección en los bienes
que nos son propios.
25. Ni hay que buscar el mal en los brutos
animales. Suprime el furor, la concupiscencia y demás cosas que llaman
naturalmente malas, pero en realidad no lo son. El león, por ejemplo,
desprovisto de su fiereza y soberbia, deja de ser león. El perro, si es manso
para todos, deja de ser perro, pues lo propio de él es vigilar, dejar que el
dueño se acerque y ahuyentar a los extraños. Así es que la incorrupción de la
naturaleza en modo alguno es mala; al contrario, el mal está en la corrupción,
debilidad, falta de cualidades naturales, como es la actividad y facultades. Y
si todo cuanto nace adquiere su perfección con el tiempo, entonces la
imperfección no es totalmente contra naturaleza.
26. El mal no está formando parte de la
naturaleza en cuanto tal. Porque si todas las leyes naturales proceden del
sistema universal de la naturaleza, no hallamos nada que las contraríe. Tan
sólo en el dominio de lo particular se puede hablar de ir contra naturaleza o
conforme a ella. Con relación a lo que es contra naturaleza, en unos lo es bajo
un aspecto y en otros no es así. Es mal en la naturaleza lo que es contrario a
ella y la priva de lo que es natural.
Por tanto, la naturaleza no es mala. El mal consiste en la incapacidad que tienen
las cosas para alcanzar el más alto grado de perfección a que están llamadas.
27. No está el mal en los cuerpos, porque la
fealdad y la enfermedad son un defecto de forma y carencia del orden debido.
Esto no es absolutamente malo, sino menos hermoso. Desaparecería por completo
el cuerpo si hermosura, forma y orden se destruyesen por completo.
También es obvio que el cuerpo no es causa del mal
en el alma. El mal, para actuar, no necesita estar pegado a un cuerpo, como está
claro en el caso de los demonios. El mal, sea en la mente, en las almas o en los
cuerpos, es siempre una debilidad y defecto de las propias fuerzas.
28. Ni siquiera puede admitirse aquella sentencia
común: "En la materia está el mal, en cuanto es mal", porque la materia
participa del cosmos, hermosura y forma. Si la materia, privada de esto, por su
propia naturaleza no posee cualidad ni belleza alguna, ¿cómo podrá producir
algo si ni siquiera tiene capacidad receptiva? Ciertamente. La materia no puede
ser un mal. Si nunca ha existido en modo alguno, entonces no es mala ni buena.
Si de alguna manera es, tiene que proceder del Bien, porque todo bien procede
del Bien. De este modo, o el Bien produce el mal, y entonces el mal es un bien
porque procede del Bien, o el mal produce el Bien, y entonces el Bien es mal
porque procede del mal.
Concluimos diciendo que hay dos principios. Pero
si hubiera dos, dependerían de algún otro principio único. Y si se dice que la
materia fue necesaria para la formación del universo, ¿cómo puede ser mala la
materia? Ser malo y ser necesario son dos cosas diferentes. ¿Cómo puede el Bien
producir algo bueno de lo malo? ¿Y cómo puede ser malo aquello de lo que
necesita el Bien? Porque el mal huye de la naturaleza del Bien. Pero ¿cómo la
materia, si es mala, engendra y nutre la naturaleza? Porque el mal en cuanto mal
nada engendra, nada nutre, nada hace, nada salva. Y si dicen que la materia no
causa el mal en las almas, pues sólo las instiga al mal, ¿cómo puede ser eso
verdad, puesto que muchas almas tienen la mirada puesta derechamente en el
Bien? ¿Cómo sería esto posible si la materia inclinase las almas
irresistiblemente al mal?
Por consiguiente, la materia no es causa del mal
en las almas. El mal le viene de cierto movimiento desordenado y pecaminoso. Si
dicen que las almas dependen de la materia, pues todo ser que no subsiste por
sí mismo necesita de materia inestable, ¿hasta qué punto es necesario el mal? O
¿cómo puede ser malo aquello que es necesario?
29. No decimos que la privación, por su propia
fuerza, esté en contradicción con el Bien. Privación total es igual a falta
absoluta de poder. La privación parcial tiene su fuerza no en cuanto privación,
sino por cuanto no es privación total. La privación parcial de bien todavía no
es un mal, y si la privación es total, desaparece la misma naturaleza del mal.
30. En resumen. El Bien procede de una sola e íntegra causa y el mal se origina de
muchos y parciales defectos. Dios conoce el mal en lo que tiene de bien. En el bien,
las causas del mal son fuerzas para el bien. Si el mal es eterno, creador, poderoso
ser y obrar, ¿de dónde le viene todo eso? ¿Del Bien? ¿Del mal producido por el Bien?
¿Proceden ambos de una tercera causa?
En la naturaleza todo efecto se origina de una
causa determinada. Entonces el mal, que no tiene causa determinada, será
contrario a la naturaleza. Y lo que es contra naturaleza no existe en la
naturaleza, como en el arte no hay lugar para lo que no es artístico. ¿Será
entonces el alma la causa del mal como el fuego es causa del calor? ¿Llena el
alma de malicia a todo lo que se le acerca? O ¿será que el alma, buena por
naturaleza, procede a veces de una manera y a veces de otra? Si es mala por
naturaleza, ¿de dónde le viene su ser? ¿De la Causa buena, creadora de todas las
cosas? Si tal es su origen, ¿cómo puede ser esencialmente mala, ya que todos los
efectos de esta Causa son buenos? Si, al contrario, el mal radica en las
operaciones del alma, ¿de dónde procederían las virtudes? ¿No proceden éstas de
un principio inclinado al Bien? Resulta, pues, que el mal es una debilidad y
falta de Bien.
La causa de todos los bienes es una sola. Si el
mal es contrario al Bien, muchas deben ser las causas del mal. No son ni la
razón ni la fuerza las causas del mal, sino la impotencia, la debilidad y cierta
mezcla desarmoniosa y discordante. Los males no son inmóviles ni siempre se
encuentran de igual manera. Son múltiples y con infinidad de variaciones.
Además, el Bien debe ser el principio y finalidad del mal y de todos los
bienes. Las cosas, buenas y malas, se hacen buscando el Bien. Incluso cuando
practicamos el mal pretendemos el bien, pues nadie actúa proponiéndose el mal.
Por tanto, el mal no se basa en la sustancia, sino en el simulacro de sustancia,
pues al ponerlo por obra se busca el Bien.
Nos vemos obligados a admitir que el mal existe
per accidens. Como excrecencia de otro ser, no por propio principio. Su
presencia parece justificada porque se hace en función del Bien, aunque en
realidad no lo sea, ya que tomamos como bueno algo que no lo es. Claro está que
desear es diferente de realizar.
El mal, pues, se aparta del camino, está fuera del
plan, fuera de la naturaleza, de causa, de principio, de finalidad, de término,
de voluntad y de sustancia. El mal, por tanto, es privación, deficiencia,
debilidad, desorden, error, irreflexión, ausencia de hermosura, de vida, de
inteligencia, de razón, de finalidad, de estabilidad, de perfección, de
fundamento, de causa. Es indefinido, estéril, inerte, débil, confuso,
desemejante, no limitado, tenebroso, insustancial. Por sí mismo no existe ni en
modo ni en parte alguna.
Entonces, ¿cómo podrá el mal, estando mezclado
con el Bien, hacer algo con perfección? Lo que es totalmente nada en su mezcla
con el Bien carece de ser y de poder, y si el Bien tiene ser, querer, poder y
acción, ¿cómo aquello que es su opuesto -falta de ser, de querer, de poder y
acción- tiene poder alguno contra el Bien? La razón es porque las cosas malas no
son totalmente malas bajo todos los aspectos. Para el demonio, el mal consiste
en haberse apartado de la buena inteligencia; para el alma, en actuar contra
conciencia; para el cuerpo, en ir contra naturaleza.
33. Dado que hay Providencia, ¿cómo puede existir
el mal? El mal en cuanto tal no es ser ni está en las cosas. Además, nada escapa
a la Providencia ni hay mal que no esté mezclado con algún bien. Y si no existe
ser alguno que no tenga algo de bien, y el mal es la carencia de Bien, y si
ningún ser está completamente desprovisto de Bien, la Providencia de Dios debe
estar en todas las cosas sin poder faltar en nada. Y hasta de aquellos que se
hicieron malos usa misericordiosamente la Providencia para utilidad colectiva o
particular.
Por lo cual, no estamos en modo alguno conformes
con la infundada idea que tiene mucha gente cuando dice que la divina
Providencia debería llevarnos a la virtud, aunque no quisiéramos. La Providencia
no va contra naturaleza. Por lo cual, conservando la naturaleza de cada cual,
mira por quienes disfrutan de libre albedrío para que actúen por determinación e
iniciativa propias, como individuos o como grupos. De manera general y propia
de cada uno en cuanto la naturaleza de aquellos a quienes se provee es capaz de
los beneficios de la universal y fecunda Providencia. Beneficios que son dados a
cada uno según su capacidad.
34. Por consiguiente, el mal no es nada ni existe
en las cosas. El mal en cuanto tal no se encuentra en ninguna parte, y su
origen se debe a la debilidad, no a un poder. El ser de los demonios es en sí
mismo bueno y procede del Bien. Los demonios son malos por la fragilidad de
haberse apartado de aquel estado permanente de perfección y virtudes propias
de los ángeles. Ellos también desean el Bien, en cuanto apetecen ser, vivir y
entender. Buscan lo que no es en la medida que no tienden al Bien. Esto no
significa falta de deseo, sino más bien falta de orientación al Bien.
35. La Escritura habla de quienes pecan
conscientemente. Se refiere a quienes son deficientes en el conocimiento y
práctica del Bien. También se refiere la Escritura a "quien, conociendo la
voluntad de Dios, no se preparó ni hizo conforme a ella". Es decir, aquellos
que, habiendo oído, son muy débiles en la fe, sea para confiar en el Bien o para
practicarlo. Hay algunos de tan mala voluntad que no quieren conocer cómo obrar
el Bien. En suma, mal, como he dicho muchas veces, es debilidad, impotencia,
falta de conocimiento, ignorancia de lo que no se puede menos de saber,
deficiencia de fe, de deseo y de práctica del Bien.
Pero podrá decir alguno que la debilidad no merece
castigo, antes bien, es digna de perdón. Esto sería justo si el hombre careciese
de fuerza para superar su fragilidad. Pero el Bien, como dice la Escritura, da
generalmente a cada uno las fuerzas necesarias y, por tanto, no puede excusarse
aquel que se aparta del buen hábito de los propios principios, por perversión,
abandono o negligencia.
Todo esto ya lo expuse con detenimiento, según mis
fuerzas, en el tratado Del justo y del Juicio de Dios. En aquel piadoso tratado,
la verdad de las Escrituras rechaza como impías y necias las razones sofísticas
que acusan a Dios de injusticia y de mentira.
Por ahora, según mis posibilidades, he tributado
suficientes alabanzas al Bien, en cuanto es digno de alabanza por ser realmente
maravilloso, principio y fin de todas las cosas, Fuerza que todo lo abraza y da
forma a la nada. El es a Causa de todos los bienes, sin serlo del mal. Es
Providencia y bondad absoluta, que supera todas las cosas, las que son tanto
como las que no existen. Capaz de transformar en bien los males y lo que está
privado de bien. Alabanzas a quien todas las cosas desean, anhelan y aman. A El
convienen todas las otras cualidades que, a mi juicio, he presentado con
rectitud en lo que precede.
CAPÍTULO V: Del ser y de los arquetipos
1. Pasemos ahora al nombre divino del "Ser", que
los teólogos dan a aquel que realmente existe. Pero he de advertir de antemano
que no es mi propósito tratar del ser en cuanto es Supraesencia, el cual es
inefable, desconocido y por encima de toda unidad. Mi intento es celebrar el
proceso por el cual la absoluta Fuente de toda esencia da ser a todo ser.
El nombre divino "Bien" revela efectivamente todo
el proceso de la Causa universal, que se extiende al ser y al no ser al mismo
tiempo que los trasciende. El nombre de "Ser" se dice de todos los seres que son
y a todos los trasciende. El nombre "Vida" se extiende a los seres vivientes y a
todos trasciende. El nombre "Sabiduría" alcanza a los seres inteligentes, que
raciocinan, sienten y a todos los trasciende.
2. Me propongo ahora hablar de las denominaciones
de Dios que manifiestan su divina Providencia. No prometo aquí explicar y
aclarar la bondad supraesencial ni la esencia, vida y sabiduría de la Deidad
que todo lo trasciende, como nos dicen las Sagradas Escrituras. Puso su asiento
en lo escondido, sobre toda bondad, divinidad, ser, sabiduría y vida. Lo que
voy a decir se refiere a la misericordiosa Providencia, manifiesta sobre
nosotros, Causa de bienes, bondad eminente. La celebro como ser, vida, sabiduría
creadora, causa de la sustancia y de la vida. Ella dispensa la sabiduría a los
seres que participan de su sustancia, vida, inteligencia, razón y sentido. No
pienso que el Bien sea una cosa y el Ser otra, ni que sean distintas Vida y
Sabiduría. No digo que haya muchas causas y diferentes divinidades, de rango
variado, inferior y superior, todas ellas productoras de diferentes efectos.
No; mantengo que hay un solo Dios, único Principio de los diferentes atributos.
A El convienen los nombres divinos a que me refiero. El primer nombre nos habla
de la Providencia universal del único Dios; los otros manifiestan los distintos
modos en que de forma general o concreta actúa providencialmente.
3. Dirá alguno: "Dado que hay más seres que
vivientes, y que son más numerosos los seres vivientes que los seres
inteligentes, ¿por qué los vivientes se anteponen a los que son meramente seres,
los sensitivos a los meramente vivos, a éstos los racionales, a los racionales
los espirituales, que están más cerca de Dios y en más íntima relación con El?
Podría pensarse que cuanto más parte tengan en los dones de Dios, más aventajan
a los otros y los sobrepujan".
Esto sería correcto suponiendo que los seres
inteligentes ni tienen ser ni vida. La realidad es que las inteligencias
divinas aventajan a los demás seres y viven de manera superior a los vivientes.
Su entender y conocer es superior al sentido y a la razón. Desean y apetecen el
Bien-Hermosura más que los otros seres. Más próximos al Bien, participan y
reciben de El mayores dones. De modo semejante, los seres racionales aventajan a
los sensitivos simplemente porque gozan de razón. A su vez, éstos aventajan a
los meros vivientes por el hecho de ser sensibles. Y los vivientes, por su
vida, a los demás que no la tienen. Pues, a mi parecer, ésta es la verdad. Las
cosas, cuanto más participen de la infinita generosidad de Dios, más cerca están
de El y más excelentes son con respecto a los demás seres.
4. Puesto que ya hemos hablado bastante de
todo esto, hablemos ahora del Bien, como puro ser y causa de todos los seres.
Aquel que es y todo lo trasciende en virtud de su poder. Es Causa sustancial y
autor de todo ser, persona, existencia, sustancia y naturaleza. Es principio y
medida de los siglos. El Ser en que se apoya el tiempo y eternidad que abraza
los seres. El Ser de todo lo que de algún modo es. Devenir de cuanto se sucede.
De aquel que es vienen la eternidad, esencia, ser, tiempo, devenir y efectos del
devenir. Es aquello que es y cuanto lo sustenta, lo que de algún modo existe y
lo que por sí existe. Dios no es cualquiera de los seres. No. Pero de forma
simple e indefinible abarca y contiene de antemano en sí todo el ser. Por eso,
se llama "Rey de los siglos", pues en El, con El y por su poder todo ser es y
subsiste. No fue antes ni será después, ni es un devenir, ni llegará a ser
nada. No. El no es un ser. El es el Ser de los seres. No sólo las cosas que son,
sino el mismo ser de las cosas, del ser siempre, eterno. Porque El es eternidad
de eternidades, que "existió antes de todos los siglos".
5. Repetimos. Todo ser y todas las edades derivan
su existencia de aquel Ser que fue anterior a todos. De El proceden toda
eternidad y tiempo. El es anterior al principio y causa de toda la eternidad,
del tiempo y de todas las cosas. Todas participan de El y El nada abandona. "El
es antes que todo y todo subsiste en Él". En breve, anterior a todo cuanto
existe, en El todo tiene su fundamento y se conserva.
Antes de todas las participaciones de El, se
presupone el mismo ser y es el Ser por sí. Es anterior al ser Vida y al ser
Inteligencia y al ser Semejante a la misma Divinidad. Todo ser que participe en
estas cosas debe antes que nada participar en el Ser. Con mayor precisión: todas
aquellas cualidades de que otras cosas participan previamente suponen el ser.
Considera todo cuanto existe. Nada hay que no sea esencia y tiempo, envoltura
con que los cobija el que es por sí. Por eso, Dios, como autor de todas las
cosas, es celebrado ante todo como "el que es". En grado eminente existió antes
que nada y es fuente de todo ser, pues contiene en sí todo ser. Por lo cual
existen los principios de todos los seres y ejercen su función de principios.
Primero son. Luego sirven de fundamento.
Se puede expresar así. La vida en cuanto tal es el
principio de todo ser viviente. La Semejanza de cuanto es semejante, la Unidad
de lo unido, el Orden de lo ordenado. Y así todo lo demás. Te encontrarás con
que todas las demás cosas participan de una u otra cualidad o de muchas. Lo que
ellos tienen primariamente es la existencia, la cual los asegura de su
permanencia y de que son fundamento de tal o cual cosa. Existen sólo por
participación en el Ser. Con mucha más razón, pues, participan del Ser las cosas
que existen gracias a estas participaciones.
Así, pues, el primer atributo de la Bondad supraesencial es el don de ser, y con
razón así se reconoce. En ella y de ella misma es el Ser por sí y los principios
de las cosas y todas las cosas que son o hayan de ser, de cualquier modo que sean.
Esto sin limitación, comprehensiva y singularmente.
La Unidad contiene uniformemente en sí misma todo número. Todo número se halla unido
en la Unidad, y cuanto más de ella se aleja, tanto más se multiplica y divide.
Todas las líneas del círculo existen juntamente
con el centro por una sola unión y el punto tiene todas las líneas rectas
uniformemente unidas entre sí y con el único principio por el cual existen. En
el mismo centro se hallan absolutamente unidas, de modo que cuando se separan
poco de éste, también distan más entre sí. Y por decirlo de una vez: cuanto más
cercanas estén del centro, tanto más unidas estarán entre sí; y cuanto más
disten del centro, tanto más distarán entre sí.
En toda la disposición del universo, las maneras
de ser de toda la naturaleza están ordenadas con una sola misión inconfusa. En
el alma están íntimamente unidas las facultades que proveen a todas las partes
del cuerpo. Por eso no tiene nada de absurdo que desde las pequeñas e
insignificantes imágenes y ejemplos nos elevemos a la única Causa de todas las
cosas y con ojos que ven más allá del universo contemplemos todo unido y
uniforme, aun las cosas contrarias entre sí. Porque aquella Causa es el
principio de las cosas. De ella provienen el ser mismo y toda clase de seres,
todo principio, todo fin, toda vida, toda inmortalidad, toda sabiduría, todo
orden, toda congruencia, toda potencia, toda conservación, toda fuerza, toda
permanencia, toda inteligencia, toda razón, todo sentido, todo hábito, todo
estado, todo movimiento, toda unión, todo conjunto, toda amistad, toda
diferencia, toda distinción, toda definición. Todo atributo, que, por el mero
hecho de ser, imprime su sello en todos los demás seres.
8. Además, de esta misma Causa universal provienen
todos aquellos seres inteligentes e inteligibles: los ángeles deiformes. De ella
proviene también la naturaleza de las almas y la naturaleza del universo, con
todas las cosas y cualidades que subsisten en otros objetos o en el proceso de
nuestros pensamientos. De allí proceden también aquellos santísimos y muy
venerables poderes que tienen la más real existencia, la que constituye, por
decirlo así, el vestíbulo de la Trinidad supraesencial. De ella proceden, en
ella existen y de ella derivan su semejanza divina. Siguen luego los seres en
grado inferior y potencias del último rango, las que están en el ínfimo lugar
con relación a su naturaleza angélica, pues en relación a la humanidad se trata
de una forma de existencia aun superior.
Luego están las almas, con todas las demás
criaturas. De la misma Causa reciben el ser y el estar bien en que son y están
bien. Allí tienen su principio, conservación y finalidad. Aquel que es ante todo
da la más alta medida de existencia a los seres más elevados: existencias
eternas las llama la Escritura. Pero el Ser en sí nunca está ausente de estos
seres, y tal Ser procede de Aquel que es anterior a todo. No es un aspecto del
ser; el ser una faceta de El. No está contenido en el ser, sino que El contiene
al ser. El es la eternidad del ser, origen y medida del ser. El es anterior a la
esencia, a la existencia y a la eternidad. El es la fuente creadora, el medio y
fin de todas las cosas. Por eso, la Sagrada Escritura llama de muchas maneras a
Aquel que es verdaderamente anterior a todo ser. A El propiamente se le atribuye
el pasado, el presente y el futuro. También lo hecho, lo que se hace y lo que se hará.
Todas estas características, cuando se entienden
como conviene a Dios, significan que El está sobre todo conocimiento, que es suprasustancial y Causa de todo aquello que de algún modo es. No tiene una clase
de existencia y carece de otra. No. El es todas las cosas por ser la Causa de
todo. Es anterior a todo principio y fin de las cosas. Superior a todo porque
todo lo trasciende.
Por lo cual, de El se puede predicar cualquier
atributo y en realidad no se identifica con ninguno. Es de toda figura y de toda
forma, pero sin forma ni hermosura alguna, porque en su incomprensible
prioridad y trascendencia contiene anticipadamente los mismos principios,
medios y fines de las cosas. El les comunica su pura iluminación, de suerte que
todas existen en virtud de esta Causa única e indiferenciada.
El sol que conocemos es uno. Única luz que actúa
sobre las esencias y cualidades de las muchas y variadas cosas que vemos. Las
renueva, alimenta, protege y perfecciona. Establece las diferencias entre ellas
y las unifica. Les da calor y las hace fructificar. Las renueva, fecunda, da
crecimiento, cambia, enraíza y hace florecer. Las aviva y desarrolla. Cada cosa
a su manera participa del mismo y único sol, el cual, siendo uno solo, anticipó
uniformemente en sí mismo las causas de los muchos que participan de él.
Con mayor razón se ha de conceder ciertamente que
todo esto ocurre en la causa del mismo sol y de todas las cosas. Los arquetipos
existen previamente en Dios como supraunidad. El es autor de todas las esencias.
Lo que llamamos "arquetipos o ejemplares" son en Dios las razones esenciales de
las cosas, que preexisten en Dios simple mente. La teología las llama
"predefiniciones", voluntades divinas y buenas, definidoras y creadoras de las
cosas, según las cuales aquel que es Supraesencia predefinió y produjo todas las
cosas que son.
9. Puede suceder que Clemente, el filósofo, use el término "ejemplar"
con relación a las cosas principales, pero su discurso no procede conforme al propio,
perfecto y simple nombre. Aun concediendo que habló rectamente, estaríamos obligados
a recordar la frase de la Sagrada Escritura: "No te he mostrado estas cosas para
que te apegues a ellas". Es decir, que mediante el conocimiento que tenemos de
las cosas somos llevados, en cuanto es posible, al conocimiento de la Causa de todas
en particular.
Por lo cual, debemos atribuir todos los seres a esta Causa y considerarlos unidos en unidad
trascendente. Es a partir del Ser, por movimiento procesivo y productor de esencias, como la
Causa alcanza a todas las cosas dándoles plenitud de ser. Se deleita en todos los seres,
puesto que todo lo tiene previamente en sí por la excelencia de su simplicidad, y rechaza
toda duplicidad. Contiene todas las cosas en su simplicísima infinidad y todos los seres
participan asimismo de la Causa. A semejanza de un sonido, que, siendo muchos los oídos,
todos lo perciben como uno y el mismo.
10. Aquel que preexiste, pues es el Principio y Finalidad de todas las cosas, es la Fuente
por ser Causa; es el Fin, pues El es "para quien todo se hace". El es el límite y
la Infinidad de todas las cosas en forma tal que trasciende la contradicción proveniente de
esos términos. Como muchas veces he dicho, contiene previamente en un solo principio todas
las cosas que son, y las hace existir. Está presente en todos los seres, en todas las partes,
según su unidad e identidad. Pasa a través de todo y permanece en sí mismo. Es quietud y
movimiento sin ser quietud ni movimiento. No tiene origen ni medio ni término. No está en nada.
No es nada de cuanto existe. El no está comprendido en las categorías de eternidad ni de tiempo,
pues trasciende los dos y cuanto éstos contienen. Por El y en El son las cosas que son, la medida
de las cosas y del universo.
Pero hablaremos más oportunamente de todo esto en otro lugar. Baste por ahora lo dicho.
CAPÍTULO VI: De la Vida
1. Celebremos ahora la vida eterna, Fuente de la Vida que es por sí y de toda vida.
Desde ella y por ella se extiende a todos los seres que de algún modo participan de la vida,
y de modo conveniente a cada uno de ellos.
La vida y la inmortalidad de los ángeles. Aquella
perpetuidad de la vida angélica, que excluye toda muerte, procede de la Vida
eterna y por ella subsiste. Por lo cual se llaman siempre vivientes e
inmortales. No son inmortales, sin embargo, porque no tienen por sí ser
inmortales ni la vida eterna. Es algo que tiene de la Causa creativa, que
produce y conserva toda vida. Así como dije, hablando del Ser de los seres, que
su tiempo era ser por sí, digo que la Vida divina es por sí vivificadora y
creadora de la vida. Toda vida y toda moción vital proceden de la Vida, que está
sobre toda vida y sobre el principio de ella. De esta Vida les viene a las almas
el ser inmortales, y todo ser viviente, plantas y animales hasta el
grado ínfimo de vida. Como dice la Escritura, suprimida aquélla, desaparece
toda vida, y volviendo aquélla, de nuevo se vivifica cuanto había languidecido
por separarse de ella.
2. El Ser que es Vida por sí concede primariamente
la vida a toda vida y a cada uno el ser vida conveniente a la naturaleza de cada
cual. Concede también a las vidas celestiales la inmortalidad inmaterial,
deiforme e inmutable, y el movimiento sempiterno, libre de todo error y
desviación. Tan sobreabundante es esta bondad. que se extiende hasta la misma
vida de los demonios, pues ésta no procede de ninguna otra causa.
Además, da a los hombres, a pesar de ser
compuestos. una vida similar, en lo posible, a la de los ángeles. Por la
abundancia de su bondad, a nosotros, que estamos separados, nos atrae y dirige.
Y lo que es todavía más maravilloso: promete que nos trasladará íntegramente, es
decir, en alma y cuerpo, a la vida perfecta e inmortal. Esto parecía a los
antiguos cosa contraria a la naturaleza, pero a mí, a ti y a la verdad nos
parece cosa divina y sobrenatural. Este es superior a la naturaleza visible,
pero no sobre la omnipotencia de la Vida divina. Porque para ésta, cuanto es
vida de todas las vidas, y sobre todo para aquellas que son más elevadas por su
naturaleza, no hay vida alguna que sea contraria a la naturaleza o sobrenaturaleza.
Por tanto, las locuras y discursos contradictorios
de Simón no han de tener parte con Dios ni tampoco con e] alma espiritual.
Porque aquél, aun cuando se creía muy sabio, ignoraba, según creo, que quien
posee muy recto juicio no conviene que emplee la razón, evidente auxiliar de
los sentidos, contra la escondida causa de todas las cosas Lo que él estaba
diciendo iba contra naturaleza. Debemos decirle, por eso, que nada hay contrario
a la Cause universal.
3. Esta Causa da vida y calor a todas las plantas.
Vive y se sostiene sobre toda vida y preexiste come única Causa de vida, llámese
espiritual, racional o intuitiva, de crecimiento o cualquiera que finalmente sea
la vide o la conciencia de la vida. No basta decir que esta Vida este viviente,
que es Principio de vida, Causa y Fundamente único de vida. Ella es la que lleva
a cumplimiento y diferencia toda vida. A partir de esta vida conviene celebrar
sus alabanzas, porque ella es la que en su multiplicidad engendra toda vida
gracias a la multiplicidad de sus propios dones. Conviene, pues, a toda vida el
contemplarla y alabarla, porque no le falta nada. Al contrario, está sobre toda
vida, vive en sí misma y vivifica toda vida. Todos los nombres que podamos
tributarle no bastan para alabar esta vida inefable.
De la Sabiduría, Inteligencia, Razón, Verdad y Fe
1. Si te parece, vamos a celebrar la verdadera y
eterna Vida, como sabia y como la misma sabiduría, pues trasciende toda
sabiduría e inteligencia. No se trata solamente de decir que la sabiduría de
Dios desborda de manera que "su inteligencia es inenarrable". Existe sobre toda
razón y número y está colocada sobre toda inteligencia y sabiduría. Esto lo
comprendió maravillosamente aquel verdadero hombre de Dios, mi maestro y vuestro
que dijo: "La locura de Dios es más sabia que los hombres". Palabras verdaderas,
no sólo porque todo humane pensamiento sea una especie de error, comparado con
la sólida estabilidad de las inteligencias divinas, sino también porque es cosa
sabida que los teólogos acostumbrar referirse a Dios con términos negativos para
evitar darle sentido limitado del lenguaje ordinario. Por ejemplo, la Escritura
llama "invisible" al que es Luz brillantísima. A que tiene muchos motivos y
nombres de alabanza le llama Inefable y Sin Nombre. Al que está presente a
todas las cosas y en todas ellas se encuentra, de modo que pueda ser conocido a
través de ellas, le llama el Inaccesible e "Insondable". De este modo se dice
también que el santo Apóstol alaba a Dios por su "Locura''. Parece absurdo y
extraño, pero nos enseña con eso la verdad inefable, superior a toda razón.
Pero, como he dicho en otro lugar, si entendemos al modo humano aquello que está
sobre nosotros y nos adherimos a los sentidos, con los cuales estamos
familiarizados, comparando las cosas divinas con las nuestras, evidentemente nos
engañamos. Medimos al Ser divino y la inteligencia inefable por las cosas que
exteriormente aparecen. El hombre tiene capacidad de pensar y penetra lo
inteligible y se une a las cosas que son superiores a la misma naturaleza de la
inteligencia. Esta característica trascendental corresponde a las
palabras que usamos para con Dios. No hay que entenderlas en sentido humano.
Tenemos que salir completamente de nosotros mismos y ser del todo para Dios,
pues mucho mejor es ser de El que de nosotros. Sólo en cuanto estamos unidos a
El nos vendrán en abundancia los dones divinos.
Alabemos, pues, esta suprema "sabiduría", que no
tiene razón ni inteligencia, y digamos que es causa de toda inteligencia y
razón de toda justicia y conocimiento. De ella es todo consejo, de ella parte
toda ciencia e inteligencia y en ella "están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia''.
Por cuanto queda dicho, está claro que es Causa
supremamente sabia, Sabiduría sustancial por sí misma y creadora de la
sabiduría universal y particular.
2. Los inteligentes e inteligibles poderes de las
mentes angélicas reciben de la Sabiduría sus simples y santas ideas. No obtienen
todos los conocimientos divinos fragmentariamente por sensaciones o
raciocinando. Ni están sujetas a percepciones o razonamientos. Libres del peso
de la materia y multiplicidad, piensan pensamientos de señorío. Purificadas de
toda materia y pluralidad, captan por intuición en un solo acto los inteligibles
divinos. Tienen inteligente potencia y energía que resplandece con inmaculada
pureza. Por la carencia de división y de materia, además de la unidad deiforme,
se asemejan en cuanto es posible a la divina y más que sabia inteligencia y
razón. La cual sucede gracias a la actuación de la Sabiduría divina. De ella
también reciben las almas la facultad de razonar y por eso buscan la verdad de
las cosas por medio de ciertos giros y rodeos.
Por la fragmentaria y variada naturaleza de sus
múltiples operaciones se hallan en nivel inferior a las inteligencias unidas.
Pero cuando desde la variedad se concentran en un solo objeto, entonces se
acercan a las inteligencias angélicas, en cuanto esto es posible para las almas.
Las mismas percepciones sensibles pueden también describirse con propiedad como
eco de la sabiduría y pueden alcanzar la verdad. También la inteligencia de los
demonios, en cuanto inteligencia, procede de la sabiduría Si bien que podemos
decir mejor apartarse de la Sabiduría Desde el momento que la inteligencia
diabólica se torne empecinada, no sabe cómo alcanzar lo que quiere realmente
ni lo consigue.
He dicho que la divina Sabiduría es la fuente,
principio sustancia, perfección, guarda y terminación de la misma Sabiduría, de
toda inteligencia, razón y sentidos. ¿Cómo pues, Dios, superior a la Sabiduría
misma, es alabado como sabiduría, inteligencia, verbo y conocimiento? ¿Cómo va a
comprender los inteligibles El, si no tiene actividad intelectual? ¿Cómo va a
percibir lo sensible El, si está colocado sobre todo sentido? Por otra parte,
las Escrituras enseñan que Dios todo lo sabe, sin que nada escape a su
conocimiento. Pero como muchas veces hemos dicho, las cosas divinas han de
entenderse de modo conveniente a Dios. Cuando decimos que Dios no tiene
inteligencia y que no siente, queremos decir que Dios trasciende inteligencias y
sentidos. No carece de ellos, sino que los posee con sobreabundancia. Por eso
atribuimos la carencia de razón a aquel que está sobre la razón y la imperfección; a aquel que está por encima de toda perfección y es anterior a ella. Como
atribuimos la oscuridad, que escapa al tacto y a la vista, al que es luz
inaccesible, en cuanto excede inmensamente la luz accesible.
Por consiguiente, la inteligencia divina lo
comprende todo por medio de cierto conocimiento eminente. Por ser la Causa de
todas las cosas, conoce previamente todas las cosas. Conoció los ángeles antes
de que fuesen creados. Conoce todas las cosas internamente desde su mismo
principio; por decirlo así, antes de que comenzasen a existir. Creo que es esto
lo que significa la Escritura cuando dice: "Dios eterno... ves las cosas todas
antes que sucedan". La Mente divina no conoce las cosas a partir de las cosas
mismas. Las conoce a partir de ella misma y en ella misma, por ser causa de
todo. Posee de antemano noción y ciencia de todas las cosas; no es un
conocimiento específico de cada cual. Se trata de un golpe de vista que conoce
y contiene todas las cosas en síntesis de causa. Así como la luz, según causa,
anticipa la noción de las tinieblas. No conoce las tinieblas a partir de otras
cosas, sino en referencia a la misma luz.
Así también la Sabiduría divina conoce todas las
cosas conociéndose a sí misma. Conoce inmaterialmente las cosas materiales,
indivisiblemente las cosas divisibles, unitariamente las múltiples. Porque todo
lo conoce y lo produce con un solo acto. Porque es cierto que Dios, como Causa
única y universal, confiere la existencia a todos los seres, por la misma razón
conocerá todo ser, pues procede de El y preexiste en El. No tendrá, por tanto,
que partir de los seres para llegar a conocerlos, pues es El precisamente quien
da a cada uno de ellos el poder de conocerse a sí mismo y de conocer a los
demás.
Por consiguiente, Dios no tiene un conocimiento
propio para sí y otro común para conocer todas las cosas. La Causa universal,
conociéndose a sí misma, no podrá menos de conocer las cosas que de ella
proceden, de las cuales es su principio. Así es como Dios conoce todas las
cosas, no porque le venga el conocimiento a partir de ellas, sino conociéndolas
en sí mismo.
La Escritura dice también que los ángeles conocen las cosas terrenas,
no por noticia que les llegue mediante los sentidos a partir de las cosas,
sino por la propia capacidad y naturaleza interna a semejanza del conocer de Dios.
3. Nos preguntamos ahora cómo nosotros podemos
conocer a Dios, ya que El no es percibido por los sentidos ni por la
inteligencia ni es nada de las cosas que son. Con más propiedad diríamos que no
conocemos a Dios por su naturaleza, puesto que ésta es cognoscible y supera toda
razón e inteligencia. Pero le conocemos por el orden de todas las cosas, en
cuanto está dispuesto por El mismo, y que contiene en sí ciertas imágenes y
semejanzas de sus ejemplares divinos, por el cual ascendemos al conocimiento de
aquel Sumo Bien y fin de todos los bienes por camino acomodado a nuestras
fuerzas. Pasamos por vía de negación y de trascendencia y por vía de la Causa de
todas las cosas.
Así, pues, Dios es conocido en todas las cosas, y
como distinto de todas ellas. Es conocido por el conocimiento y la ignorancia.
Conocimiento de El es la razón, la ciencia, el tacto, el sentido, la. opinión,
el pensamiento, el nombre y todas las demás cosas. Por otra parte, no puede ser
entendido ni encerrado en palabras, ni cabe en la definición de un nombre. No
es ninguna de las cosas que existen ni puede ser conocido en ninguna de ellas.
El es todo en todas las cosas y nada entre las cosas. A todos es manifiesto en
todas las cosas y no hay quien le conozca en cosa alguna.
Ciertamente. Es correcto usar este lenguaje para
hablar de Dios, pues todas las cosas le alaban en su relación de efectos que son
de El, causa de ellas. Pero la manera más digna de conocer a Dios se alcanza no
sabiendo, por la unión que sobrepasa todo entender. Cuando la inteligencia,
apartándose de todas las cosas y olvidándose incluso de sí misma, se une a los
rayos que brillan de lo alto, quedando iluminada en aquel imperceptible abismo
de la Sabiduría.
No obstante, como ya he dicho, esta Sabiduría es
cognoscible a partir de las cosas. Dice la Escritura que la Sabiduría ha hecho
todas las cosas y las está siempre disponiendo. Es la causa indisoluble de
todas las cosas, de su armonía y orden. Enlaza siempre el término de cuanto
precede con los principios de cuanto sigue. Armoniza la única concordia y
consonancia de todo el universo.
4. Las Santas Escrituras alaban a Dios como "Logos" (el Verbo) no sólo
porque es dispensador de la razón, de la inteligencia y de la sabiduría, sino
porque existen en El previamente las causas de todas las cosas, y El las trasciende
por todas partes, penetrando, como dice la Escritura, hasta el fin de todas las cosas.
Se emplea este nombre principalmente porque la razón de Dios es simple sobre toda
simplicidad y está libre de todo por su plena trascendencia.
El Verbo es la verdad simple y realmente esencial.
La fe divina se aplica a El en cuanto es conocimiento puro e infalible de todas
las cosas. Fe divina que es fundamento sólido para los creyentes, que los
confirma en la verdad y ahonda la verdad en ellos, puesto que poseen el
conocimiento simple de las cosas que han de ser creídas, con indisoluble
identidad.
El conocimiento une las cosas conocidas con el
sujeto que las conoce, mientras que la ignorancia es causa para que el ignorante
cambie siempre y se contradiga a sí mismo. Aquel que cree en la verdad, según
la Escritura, en nada le apartará del verdadero fundamento de la fe". Allí
tendrá la constancia de la identidad incambiable e inmutable.
Efectivamente, el que está unido a la Verdad sabe
bien que va por buen camino, aun cuando muchos le tilden de loco, pues ignoran,
como es natural, que aquél, gracias a la verdad de la verdadera fe, está fuera
de error. El conoce perfectamente que no está loco, como otros imaginan; sabe
que la posesión de la verdad simple, perpetua, inmutable, le ha librado de la
fluctuación inestable del error.
Por eso, aquellos nuestros primeros maestros de la
Sabiduría divina mueren todos los días en defensa de la verdad. Dan justo
testimonio con sus palabras y ejemplos de que aquel conocimiento singular de la
verdad cristiana es para todos tan sencillo como divino. O mejor dicho: lo que
ellos prueban es que éste solamente es verdadero, único y simple conocimiento de
Dios.
CAPÍTULO VIII: Del Poder, Justicia, Salvación, Redención. Y también de la Desigualdad
1. Los teólogos alaban la Verdad divina, la
Sabiduría trascendente, como Poder y Justicia que llaman asimismo Salvación y
Redención', nombres que ahora me propongo explicar, en la medida de mis fuerzas.
A mi parecer, cualquier persona instruida y
familiarizada con las Sagradas Escrituras sabe que la Deidad trasciende y
sobrepasa todo poder real o imaginable. Las Sagradas Escrituras hablan con
frecuencia del Señorío de la Divinidad y hacen distinción entre éste y los
poderes del Cielo. Entonces, ¿por qué los teólogos alaban como Poder a aquel que
está por encima de todo poder? ¿En qué sentido aplicamos a Dios el nombre de
Poder?
2. Contestamos así. Dios es Poder porque de
antemano contiene en sí todo poder en grado eminente. El es la Causa de todo
poder. Da ser a todos los seres con su poder inflexible e ilimitado. El es Autor
del mismo ser del Poder tanto universal como particular. Su poder es infinito,
porque de El viene todo poder, trasciende todo poder, incluso el poder absoluto.
Posee poder sobreabundante, que puede producir innumerablemente otros
infinitos poderes. Los ya producidos no disminuyen la eficacia de su poder de
producir poderes. Su poder trascendente es inefable, incognoscible,
inimaginablemente grande. Todo lo llena con su poder, hace poderosa la
debilidad, transformándola plenamente. Como ocurre con las cosas que hieren los
sentidos: las luces brillantes impresionan los ojos, aun los más débiles; los
sonidos más fuertes penetran los oídos ensordecidos. Naturalmente, lo que no oye
en absoluto no es oído, ni es vista lo que no ve nada.
3. El infinito poder de Dios penetra y se extiende
por todas las cosas. Nada hay en el mundo que esté absolutamente desprovisto de
poder. Tiene que haber alguna manifestación de poder, sea de intuición, razón,
percepción, vida, ser. El mismo poder llegar a ser, si es lícito hablar así,
recibe su poder ser del Poder sobresencial.
De aquel poder proceden las potencias a semejanza
de Dios en los órdenes angélicos. Por él también su estado inmutable y asimismo
todas sus espirituales mociones inmortales y perpetuas. Su constancia e
indefectible tendencia al Bien viene del Poder infinitamente bueno. Por
concesión de éste, poseen la facultad de poder y de ser lo que son, de desear
existir siempre y de anhelar el eterno poder.
Los beneficios de este poder inagotable se
extienden también hasta los hombres, hasta los animales y plantas y a todo el
universo. Este poder corrobora las cosas que están unidas en mutuo concierto y
armonía. Para las que están separadas es poder que ayuda a mantener la
distinción conforme a las leyes naturales y propiedades de cada una sin
confusión ni mezcla. Este poder conserva en el bien que le es propio a todos los
órdenes y direcciones del universo. Conserva inmortales las vidas inviolables de
las unidades angélicas. Conserva inmutables las sustancias y órdenes de las
luminarias del Cielo y de los astros. Les da ser para siempre. Distingue en su
marcha la circunvolución de los tiempos y los determina con su retorno
periódico.
El hace inextinguibles las energías del fuego y
perenne la fluidez de las aguas. Limita la expansión del aire, hace que la
tierra descanse sobre la nada y produzca sin término. Conserva inconfusa
e indivisible la congruencia y armonía de los elementos entre sí. Refuerza los
lazos entre el alma y el cuerpo. Hace despertar en las raíces las fuerzas para
alimentar y crecer las plantas. Dirige los poderes que mantienen las cosas en su
ser, y garantiza asimismo la continuidad del mundo. Concede la deificación y
para ello dispensa, las virtudes necesarias a quienes se hacen semejantes a
Dios.
En breve. Nada hay en el universo que esté privado de la tutela e influencia del
omnipotente poder divino. Porque lo que en general no posee poder alguno ni existe
ni es algo ni está en parte alguna.
6. El mago Elimas arguye: "Si Dios es omnipotente, ¿cómo dice tu teólogo que
algo es imposible para Dios? Está criticando aquí a San Pablo por afirmar éste que
Dios no puede negarse a sí mismo.
Al presentar yo esta dificultad temo mucho que alguien me tenga por tonto, pues voy
a echar por tierra esos castillos de arena, propios de juegos infantiles. Haría yo
el ridículo por intentar un objetivo inasequible si me propongo explicar este pasaje.
Como si se tratase de algo difícil de comprender. Negarse a sí mismo es apartarse de
la verdad. La verdad es lo que es. La verdad es ser, y apartarse de la verdad es
alejarse del ser.
Si verdad es aquello que es, y si negar la verdad es alejarse del estado de ser,
seguramente que Dios no puede dejar de ser, no puede menos de ser, que equivale a decir:
no puede no ser. La sola ciencia que le falta es la de poder ignorar.
Aquel mago parece no haber entendido esto. Es como
los atletas incompetentes, que con frecuencia se proponen adversarios débiles.
Se figuran pelear valientemente con la sombra de aquellos seres imaginarios,
golpean el airea al azar constantemente, se hacen la ilusión de que vencen a
sus adversarios y se proclaman campeones cuando en realidad no han conocido el
valor de sus adversarios.
Por otra parte, aproximándonos, en cuanto sea
posible, al teólogo, alabamos a Dios afirmando que es más poderoso que todo
poder, el único poderoso, bienaventurado, del reino mismo de la Eternidad, el
invencible. Más aún: en su poder trascendente El está sobre todas las cosas y en
la supraesencia contiene todas las cosas antes de que existan. El es quien
concede poder a todas las cosas, según la afluencia de su poder superabundante.
En copioso raudal les da el poder ser y el que sean realmente.
Por su justicia también es alabado Dios, porque
concede a todos proporción, hermosura, composición, armonía y orden según
conviene a todos. Reparte y establece de antemano sus órdenes a todos los seres,
según verdadera y justísima determinación. El es principio de actividad en cada
cual.
La justicia divina ordena todas las cosas y las
determina, las conserva libres de mezcla y confusión con las demás, concede a
todas según corresponde a la dignidad de cada una de ellas.
Siendo esto así, aquellos que critican la justicia
de Dios, sin darse cuenta condenan la propia injusticia. Dicen que los mortales
deben poseer la inmortalidad, las cosas imperfectas la perfección, los que se
mueven por sí mismos que sean movidos por otros, inmutabilidad a lo que cambia,
poder de perfeccionarse a lo débil. Dicen, además, que las cosas temporales
deberían ser eternas; las que por naturaleza se mueven deberían ser inmutables;
los placeres momentáneos, eternos. En general, que se inviertan los atributos
de todas las cosas.
Deben saber que la justicia divina es realmente
justicia en cuanto que da a cada uno lo que le corresponde, según sus méritos, y
preserva la naturaleza de cada cosa en su orden y potencia propios.
Alguien podría decir que no es propio de la
justicia dejar a los buenos sin auxilio frente a las vejaciones de los malos. A
esto se ha de responder que si los llamados buenos están apegados a los bienes
terrenos, entonces les falta sincero deseo de lo divino. Tampoco entiendo cómo
pueden realmente llamarse buenos los que vilipendian las cosas verdaderamente
amables y divinas, prefiriendo otras que nunca deberían desear ni amar. Si
amasen lo que realmente vale, se alegrarían seguramente en cuanto pudiesen
conseguirlas. ¿No se acercarían más a las virtudes angélicas por el deseo de las
cosas divinas a medida que se aparten, en lo posible, espiritualmente de los
bienes terrenos y luchen varonilmente con los peligros a que se exponen por
causa del bien?
Con verdad puede decirse que conviene más a la
justicia divina el no permitir jamás que decaiga la energía viril de los
mejores por la concesión de cosas materiales. Antes bien, ayudarles cuando
alguien trate de seducirlos, fortalecerlos en su admirable y firme
perseverancia, darles cuanto convenga a su vocación.
9. También esta divina justicia es celebrada como
"Salvación del mundo" en cuanto conserva y guarda, independientemente de los
demás, el orden y la esencia propia de cada cosa. Se llama así, además, por ser
verdadera causa de que todas las cosas prosigan su actividad en el mundo.
Y si hay alguno que alabe esta salvación, por
cuanto defiende todas las cosas contra la influencia del mal, lo acepto, pues la
salvación reviste muchas formas. sólo pediría yo que establezca a ésta como
primera salvación de todas, pues conserva las cosas inmutables para que no
caigan en el mal. Las guarda a todas en pacífica e inalterable obediencia a las
propias leyes, las aparta de la desigualdad y acción contraria, confirmando de
tal manera las propensiones de cada una de ellas que no puedan ni alterarse ni
pasar a lo contrario. Alguien podría decir -conforme a lo que enseña la
teología- que esta salvación, actuando benévolamente para preservarnos del mal,
redime todas las cosas según la capacidad que éstas tienen de salvación, y actúa
de manera que todas se mantengan en su propio estado. Por eso los teólogos la
llaman también "Redención", porque no permite que lo verdaderamente existente
vuelva a ser nada. Y si en algo se ha faltado o divagado fuera del orden, por
lo cual se hayan perdido las virtudes propias, la perfección repara
inmediatamente aquella caída, aquella debilidad y privación, supliendo lo que
falta. "Redención" es como un padre honrado que perdona, olvida el mal y repara
los daños reponiendo el bien perdido, ordena y adorna lo desordenado y deforme
de modo que reintegre absolutamente y purifique toda marcha.
Todo esto se refiere al terna de la Justicia, que
mide y define la igualdad de todos y destruye toda desigualdad que se toma como
privación de la igualdad de cada uno. La justicia defiende y conserva la
distinción que existe en las cosas frente a quienes interpretan como
desigualdad las diferencias por las cuales se distinguen entre sí. La justicia
no permite que, mezcladas las cosas, se confundan unas con otras, sino que
guarda todas según la especie en que cada cual deba mantenerse.
CAPÍTULO IX: De lo grande, pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, estado, movimiento, igualdad
1. Examinemos ahora, en cuanto nos sea posible, desde fuera los nombres divinos de grande,
pequeño, idéntico, otro, semejante, desemejante, quietud, movimiento. Son propiedades de
la Causa de todas las cosas.
Dios es alabado en las Sagradas Escrituras como
"grande" y "grandeza"'. También como "tenue y pequeña brisa", que indica la
divina pequeñez. Se le alaba asimismo como idéntico, según aquello de las
Escrituras: "Tú eres el mismo''. Otro o diferente cuando es representado como
de muchas formas y figuras. Semejante, como creador de la semejanza y de los
semejantes. Y desemejante a todas las cosas, pues "nada hay semejante a El". En
quietud también, e inmóvil, y "en su trono por siempre". En movimiento y
penetrando en todas las cosas. Con estos y otros nombres parecidos se celebra a
Dios en las Escrituras.
2. Cierto. Llamamos a Dios grande, según la
grandeza propia de El, de la cual participan todas las cosas grandes, y va de
hecho mucho más allá. Ocupa todo espacio, sobrepasa todo número. Más abundante
que lo infinito. Desbordan sus grandes obras y brotan de El como de manantial
sus dones. Todos participan de estos dones con largueza sin que en algo
disminuyan. Siempre rebosan más y más. Infinita es esta grandeza, sin número ni
cantidad. Llega a ser inundación como resultado del trascendente efluvio y
magnitud ilimitada.
Pequeña o sutil dicen de la naturaleza de Dios,
porque no tiene volumen ni distancia; todo lo invade sin la menor resistencia.
Realmente, lo pequeño es causa elemental de todas las cosas, porque jamás se
encontrará algo en el mundo que no participe de lo pequeño. El está presente de
manera inmediata en todas las partes como energía de todo ser "penetrante hasta
la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" y de todas las cosas,
pues "no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia''. Y este
pequeño no tiene ni cantidad ni magnitud. Es invencible, infinito, ilimitado.
El todo lo abarca y a El nada lo envuelve.
Dios es supraesencialmente eterno, inalterable e
invariablemente el mismo. Permanece siempre del mismo modo en sí mismo, presente
igualmente a todas las cosas. Situado por sí mismo firme e inviolablemente
dentro de los hermosísimos confines de su identidad supraesencial. No hay en El
cambio, decadencia, deterioro ni variación. No tiene mezcla, está libre de
materia, es simplicísimo, no carece de nada, ni aumenta ni disminuye. Increado,
que quiere decir que nunca comenzó por nacimiento, ni fue antes imperfecto y se
perfeccionó por procedencia de tal o cual principio. No significa que hubo algún
tiempo en que no existió. Lo que hay que entender es que Dios fue ingénito total
y absolutamente, que existió siempre sin la menor imperfección posible y siempre
el mismo, determinado uniformemente y en la misma especie por sí mismo. El da a
conocer esta identidad a todos aquellos que son capaces de participar en su
misma identidad. Por la sobreabundancia de esta identidad coordina unas cosas
con otras y sobrecontiene idénticamente en sí mismo aquellas cosas que son
contrarias, según una sola y única causa eminente de toda identidad.
5. Otro o diferente, porque Dios está presente a
todos por medio de su providencia y viene a ser "todo en todas las cosas"' para
salvación de todos. Permanece inconmovible en sí mismo y en su propia identidad,
unido consigo mismo según una sola e incesante operación. Con indeficiente poder
se entrega a sí mismo para imprimir la forma divina en los que se dirigen a El.
"Diferente" significa la variedad de figuras de Dios, para indicar que El no es
como lo que exteriormente aparece.
Como si alguien, pensando en el alma, la
representase en figura corporal y concediera partes materiales a una cosa que
carece de ellas. Daríamos a cada una de las partes un significado que conviniese
a una propiedad indivisible del alma. Llamaríamos inteligencia a la cabeza,
opinión a la cerviz por hallarse entre lo racional y lo irracional, ira al
pecho, pasión al vientre y, finalmente, naturaleza a las piernas y a los pies,
usando de los nombres de estas partes como símbolos de las facultades. Así
también, con razón mucho más elevada, en aquel que es superior a todas las
cosas, hay que describir alegóricamente la diversidad de formas y figuras,
mediante explicaciones sagradas y místicas, adaptadas a Dios.
Quisiéramos aplicar a Dios las tres dimensiones de
los cuerpos, por más que no pueda ser tocado ni figurado. En tal caso podría
llamarse latitud divina la amplísima progresión hacia todas las cosas; longitud
a su poder, que se extiende sobre todos los seres; profundidad al arcano
inaccesible a toda criatura, lo que nadie conoce.
Pero no nos engañemos a nosotros mismos, al
insistir en la explicación de estas varias figuras y formas, confundiendo los
nombres incorpóreos de las cosas divinas con los nombres de las cosas sensibles.
De esto se trata en la Teología simbólica. Por ahora baste insistir en que la
diversidad en Dios no se debe imaginar como algo que altere su inmutable
identidad. Imaginemos más bien una multiplicación en la unidad y como una serie
de procesos en que se expresa dentro de su unidad la fecundidad productora de
todas las cosas.
6. Es aceptable llamar a Dios semejante, indicando
que es totalmente único e indivisiblemente idéntico. Los teólogos, sin embargo,
dicen que Dios, superior a todas las cosas, en cuanto El mismo es, no es
semejante a nadie, sino que El da semejanza divina a aquellos que se le acercan,
cuando sobre todo término y razón le imitan según sus fuerzas.
La fuerza de la semejanza divina es tanta, que
atrae todas las cosas creadas hacia su Creador o Causa. Se dice que estas cosas
son semejantes a Dios, pues fueron hechas a su imagen y semejanza. Pero no
podemos decir que Dios es semejante a ellas porque ni siquiera el hombre es
semejante a su imagen.
Si se consideran las cosas que están en un mismo
nivel pueden decirse semejantes unas a otras, de modo que unas y otras sean
recíprocamente semejantes en conformidad con la forma específica principal.
Porque hay igualdad de especies. Pero tal intercambio no se puede admitir entre
Causa y efectos, porque Dios no solamente concede semejanza a unas u otras
cosas, sino que es Causa de que todas las cosas sean semejantes. El es la
subsistente y absoluta semejanza, de manera que toda semejanza en el mundo
existe como cierto vestigio de la divina semejanza. Por esta semejanza se logra
la unidad del universo.
7. Mas ¿para qué entretenerse en esto? La misma Escritura dice que Dios es
desemejante y que a nada se le puede comparar, pues es diferente de todos
los seres y, lo que es más admisible, nada hay semejante a El.
Sin embargo, esto en modo alguno contradice lo
dicho sobre la semejanza, porque para Dios son lo mismo las cosas semejantes que
las desemejantes. Son semejantes a El en el sentido de que participan en cierto
modo de aquel que no puede ser participado. Son desemejantes por cuanto los
efectos distan de la Causa y le están incomparablemente subordinados.
8. ¿Qué diremos de la quietud o estabilidad de
Dios? ¿Qué otra cosa sino que Dios permanece en sí mismo fijo firmemente en el
mismo estado, inmóvil, idéntico a sí mismo? Su actuación es siempre del mismo
modo, con el mismo objetivo, en la propia sustancia. El es absolutamente por sí
mismo inmutable, inmóvil. Todo esto de modo trascendente. El es la Causa de toda
quietud y estabilidad. "En El descansan todas las cosas". Y así se conservan
todas con sus propiedades.
9. ¿Qué diremos cuando los teólogos afirman que
Dios, inmóvil, procede y se mueve hacia todas las cosas? ¿No habrá que entender
todo esto de manera compatible con la naturaleza de Dios? Piadosamente, pues,
se ha de pensar que Dios no se mueve por traslación, cambio, alteración,
conversión, movimiento local, recto, circular o compuesto de uno y otro,
intelectual, animal o natural. Moverse Dios significa que El produce todas las
cosas, las conserva en su ser y provee de cuanto necesitan. Que El está presente
y todo lo abarca en forma que nuestra mente no alcanza a comprender. Y esto por
todos los caminos y operaciones de la Providencia.
Pero podría explicarse razonablemente y conforme a
la naturaleza divina el movimiento de Dios, que es inmutable. Porque el
movimiento rectilíneo puede entenderse como inflexibilidad e indeclinable
progreso de operaciones y por el mismo origen de todas las cosas que parten de
El. El movimiento en espiral puede referirse al progreso móvil de todas las
cosas y a su fecundo estado. Por último, el movimiento circular puede explicarse
por la identidad y enlace de los medios y extremos, que contienen y son
contenidos, y por el retorno a El de aquellos seres que de El procedieron.
10. Alguien puede tomar de las Santas Escrituras
el nombre idéntico, justo e igual aplicados a Dios. Se dice de Dios que es igual
sólo porque está exento de partes y nunca se aparta de lo justo. También porque
penetra todo y por todo igualmente. Es autor subsistente de igualdad por la cual
hace que todas las cosas procedan con cierta intercompenetración. Se da a todos
igualmente en participación, según la capacidad receptiva de cada cual. También
se dice igual por cuanto contenía en sí mismo de antemano toda igualdad:
inteligente e inteligible, racional o sensitiva, esencial, natural o voluntaria.
Y esto unida e independiente, según un poder que a todo excede y que es causa
de toda igualdad.
CAPÍTULO X: Del Omnipotente y Anciano de días. También sobre la eternidad y el tiempo
1. Llega el momento de que con nuestro estudio
alabemos a Dios, a quien, entre otros nombres, le llaman el Omnipotente y el
Anciano de días. Decimos Omnipotente porque El es el fundamento de todo, todo
lo conserva en el ser y abraza todo el mundo. Lo fundamenta. Lo entrelaza, lo
contiene en sí mismo. Brotan de El todas las cosas como de raíz que todo lo
contiene y hace retornar a sí como a su omnipotente principio. Todo lo contiene,
pues todo reside en su omnipotente conexión suprema. No permite que ningún ser
se aparte de El para que no perezcan separados de su perfecta morada.
Llámase a la Deidad Pantocrátor, porque ejerce su
poder sobre todas las cosas con supremo señorío. Omnipotente también, porque
todos le aman y desean e impone a todos un yugo voluntario, las dulces
consecuencias del amor divino y omnipotente, de su inextinguible bondad.
2. Le llaman también el Anciano de días, porque El es tiempo y eternidad para
todos los seres, antes de los días, antes del tiempo, antes de la eternidad.
Y se llama con propiedad tiempo, días, épocas en el sentido que esto conviene
a Dios, autor del tiempo y de la eternidad, como es eterno movimiento y estabilidad.
Por lo cual, también en las manifestaciones que ha hecho de sí mismo durante las
visiones místicas se presenta como antiguo y nuevo. La primera significa al Anciano,
al que es "desde el principio", y la segunda indica que no puede hacerse
viejo. Los dos nombres, "Anciano" y "Nuevo", dan a entender que
El está en todas las cosas desde el principio hasta el fin. Uno y otro nombre, como
dice mi santo maestro, significan la antigüedad divina, de manera que anciano se
refiere a lo que es primero en orden del tiempo, y nuevo o joven, a lo más excelente
en número, puesto que la unicidad y cuanto se aproxime a ella tienen prioridad sobre
los números que avanzan a la multiplicidad.
3. Creo que debe explicarse según las Sagradas
Escrituras la naturaleza del tiempo y de la eternidad. Cuando allí se hace
mención de cosas eternas no siempre la Escritura quiere decir que sean
absolutamente increadas, realmente sin principio ni fin las cosas llamadas
eternas, incorruptas, inmutables, idénticas. Por ejemplo, cuando dice: "Elevaos,
puertas eternales'', y otras semejantes.
De hecho, frecuentemente, con el nombre de
eternidad se significan las cosas más antiguas, como cuando llaman eternidad a
la duración total de nuestro tiempo, por ser propio de la eternidad el ser
antigua, inmutable y medida de las cosas. Por otra parte, emplean la palabra
tiempo para indicar el proceso de los cambios manifestados, por ejemplo, en el
nacimiento, alteración y muerte. De modo general en todo cambio. La Escritura,
pues, enseña que nosotros, a quienes define y circunscribe aquí el tiempo,
hemos de participar de la eternidad incorruptible e inmutable cuando por fin
lleguemos a ella.
Hablan también las Escrituras de la eternidad temporal y el tiempo eterno.
Pero bien sabemos que alaban y entienden por eternidad aquellas cosas que se
aproximan más al origen, mientras que el tiempo se refiere a las cosas que
llegan a ser. Por tanto, no imaginemos que las cosas llamadas eternas son
simplemente coeternas con Dios, el cual es anterior a la eternidad. No. Más
bien nos atengamos aquí al sentido preciso que las Escrituras dan a las palabras
"eterno" y "temporal". Pero se cuentan como cosas intermedias
entre las que son y entre las que se hacen aquellas que en un sentido participan
de la eternidad y en otro del tiempo.
Conviene, pues, celebrar a Dios como eternidad y como tiempo, como autor de todo
tiempo y eternidad, pues siendo el Anciano de días, es causa del tiempo y de la
eternidad, superior al tiempo. Antes que las varias épocas. O, dicho de otra manera,
El existe antes de todos los siglos, en cuanto es antes de la eternidad, y sobre la
eternidad, y "su reino es reino de todos los siglos". Amén.
CAPÍTULO XI: De la Paz. Del "Ser por Sí': De la "Vida por Sí".
Del "Poder por Sí". Y de otras expresiones semejantes
1. Pasemos ahora a celebrar con himnos de alabanza
la paz de Dios', principio de conciliación. Ella todo lo une, engendra y realiza
la concordia y unión. Por lo cual todas las cosas la desean, para que, dispersas
en multitud, se integren de nuevo en unidad, se reduzcan a un concorde conjunto
los conflictos internos del universo.
Además, por participación de la paz divina, las
primeras fuerzas conciliadoras se unen ante todo unas con otras y con la Fuente
única de paz universal. Luego, estas fuerzas hacen que las de rango inferior se
unan consigo mismas, entre ellas, y con el único y más perfecto Principio y
Autor de toda paz. Cuando El viene individualmente a cada uno de estos seres
consolida la unión como si pusiera cerraduras y vallados; une lo que está
dividido, todo lo define, determina y robustece; no permite que las cosas
divididas hasta el infinito permanezcan dispersas caóticamente, privadas de la
presencia de Dios, ni que fuera de la unidad confusamente se mezclen entre sí.
El Justo, por semejanza con algunos atributos
conocidos, da el nombre de Silencio e Inmutable a esta cualidad y tranquilidad
de la paz divina. Nombres que indican la quietud y paz en Dios, que conserva en
sí mismo la absoluta y trascendental unidad consigo mismo. El se multiplica y
extiende a todas las cosas permaneciendo totalmente dentro de sí mismo, sin
salir de sí, por excelencia de unión, superior a todas las cosas.
No podemos expresar de otra manera nada de esto ni podemos entenderlo. Por tanto,
cuando tratamos de paz que trasciende todas las cosas admitamos que es inefable e
inconcebible. Pero la estudiemos en cuanto lo permiten las limitaciones de los
hombres y más las mías, que soy inferior a los demás.
2. En primer lugar, diremos que Dios es autor y
creador de la paz en sí, de la paz en general y de la paz en particular. El une
sin confusión todas las cosas entre sí. Con tal unión, las cosas coherentes, sin
división ni distancia, cada una de ellas según su propia especie, persisten
puras, no perturbadas por la concurrencia de contrarios. Nada interrumpe esta
exacta unión y pureza.
Contemplemos, pues, la única y simple naturaleza
de la unión pacífica, que une todas las cosas entre ellas mismas y conserva los
seres, por cierto enlace inconfuso de todos ellos, armonizados juntamente y no
mezclados. Por esta misma unión, las inteligencias divinas se entrelazan con sus
propios actos de entender y sus objetos. Luego se elevan para entrar en
contacto, por modos desconocidos, con las realidades que están sobre toda
intelección.
Por tal unión, las almas, enlazando sus
multiformes razonamientos, proceden por camino y orden propios de ellas, por
una inteligencia inmaterial e indivisa hacia cierta unión superior a la
inteligencia. Por esta unión se logra la única e indivisible unión de todos los
seres, cada cual según su propia naturaleza, y se acomoda con perfecta armonía,
concordia y consonancia, se reúnen todos sin confusión en unión indisoluble.
La paz perfecta difunde su plenitud a través de
todos los seres, gracias a la inmanencia perfectamente simple y sin mezcla de su
poder unificante. Une todas las cosas, enlaza extremos con extremos por virtud
de los medios y a todos armoniza con amistad connatural. Hace que gocen de ella
hasta los términos más lejanos del universo. Consocia todos los seres en
unidades, identidades, uniones, conjuntos, sin que por eso la paz deje de ser
indivisible. Coordina todo en un solo acto, llega a todo, no pierde jamás su
identidad. A todos se extiende y a todos concede participar de sí misma según la
capacidad de cada cual. Hace desbordar fuera de sí la sobreabundancia de su
pacífica fecundidad. Por ser unidad supraesencial permanece en sí misma unida
perfecta y totalmente.
Dirá alguno: "¿Cómo es que todas las cosas apetecen la paz? Hay muchas que
gozan de ser distintas y aun diversas, nunca quieren por sí mismas estar en paz".
Esto es cierto si al hablar así se afirma que la
diversidad y distinción se refieren a la individualidad de cada cosa y del hecho
de que nada quiere perder de la propia individualidad. Pero eso mismo es un
deseo de paz. Porque todos los seres desean tener paz consigo mismos, estar
unidos y permanecer ellos mismos y todas sus cosas inmóviles e ilesos. Y es,
perfecta aquella paz, conservando sin confundir la individualidad de cada cual,
dando providencias que aseguren todas las cosas en paz y exentas de confusión
interna o de fuera. Ella es la que establece todo con poder estable,
indeficiente, para su paz e inmovilidad.
Si todo lo que se mueve, en vez de estar en calma,
se mueve incesantemente en virtud de su propia tendencia, también este apetito
correspondería a aquella paz universal y divina, que conserva todos los seres
en sí mismos para que no se desintegren y guarda la propiedad motriz y la vida
de todos aquellos seres que la mueven para que no se aparte ni decaiga de ella
misma. Esto sucede para que al moverse tengan consigo la paz y siendo de este
modo realicen lo que les corresponde.
Pero si alguno considera la diversidad como un alejamiento de la paz, y concluye
que no todos aman la paz, responderemos que en la naturaleza de las cosas no
existe nada que carezca absolutamente de unión. Aquello que se figura como
grandemente inestable e infinito, indeterminado y no fijo en bale alguna, no
tiene ser ni está en ningún sitio. Si alguno insiste en que son contrarios a la
paz y a los bienes de ésta aquellos que se complacen en lides y contiendas,
mudanzas y cambios, respondemos que también ellos son impulsados por ciertos
deseos, aunque imprecisos, de paz. Desean desmañadamente apaciguar las pasiones
que los agitan. Se imaginan que saciándose con los placeres pasajeros que los
esclavizan obtendrán la paz. Se irritan cuando se les prohíben.
Pero ¿qué decir de la pacífica bondad de Cristo? Nos enseña a no guerrear en
adelante ni con nosotros mismos ni con los prójimos ni con los ángeles. Más bien
debemos cooperar, según nuestras fuerzas, en las cosas que se refieren a Dios
conforme a la providencia del mismo Jesús, quien "obra todas las cosas en
todos" y nos confiere una paz inefable, predeterminada ya desde la eternidad,
y nos reconcilia en espíritu con El mismo, por El y en El con el Padre.
Pero esos dones maravillosos ya quedan explicados suficientemente en las
Representaciones teológicas basándome en el testimonio de la Sagrada Escritura.
5. Una vez por carta me preguntaste qué significa ser por sí, vida por sí,
sabiduría por sí. Dices que no aciertas a entender por qué a veces llamo a Dios
vida por sí y otras veces autor de la vida por sí. Por todo esto he creído necesario,
santo hombre de Dios, resolverte estas dudas en cuanto me sea posible.
Ciertamente, repitiendo ahora lo que he dicho miles de veces, no implica contradicción
alguna el decir que Dios es "poder por sí", "vida por sí". Y lo
mismo decir que Dios es "creador de la vida por sí" y "de la paz por
sí" y "del poder por sí".
En los primeros casos se habla de Dios a partir de los seres, y principalmente de los
seres fundamentales que se aplican a Dios porque es Causa de todos los seres. En el segundo,
se le atribuyen en cuanto que El es supraesencial a todo ser, aun los más fundamentales.
Preguntas: ¿a qué llamamos ser por sí y vida por
sí? ¿Qué cosas son absoluta y primariamente? ¿Cuáles las que suponemos
procedentes de Dios y creadas primariamente? Respondemos. Esto es claro, no
tiene nada de intrincado, pues basta una sencilla explicación. No decimos que
aquel ser por sí sea cierta sustancia divina o angélica, causa de todas las
cosas que son. Eso lo es únicamente aquel que es supraesencial, principio,
esencia y causa de que sean todas las cosas que son, y el mismo ser por sí. Ni
se trata de otra divinidad productora de vida, distinta de la que admitimos como
vida supradivina. Causa de todo viviente y de la misma vida. Por decirlo de una
vez, no admitimos otras causas principales de las cosas, creadoras y existentes,
a las cuales llamaron temerariamente dioses y creadores del mundo. Ni aquéllos
ni sus padres y antepasados supieron llamarse por su propio nombre, pues en
realidad no existían. Más bien decimos que ser por sí, vida por sí, divinidad
por sí son nombres que convienen primaria, divina y eficientemente al único
principio y causa de todo, trascendental.
No participamos directamente de Dios. Lo hacemos
por medio de dones que proceden de El; los llamamos efectos de la sustancia por
sí, vida por sí, deificación por sí. Los seres que participan de estos dones,
según sus posibilidades, son y se llaman "poseedores de sustancia",
"vivientes", "divinos", y de modo semejante.
Por lo cual, el Bien constituye la base y es autor
de los seres fundamentales; después, de aquellos que generalmente y de manera
universal participan de aquello, y finalmente de los que tienen todo eso en
parte.
Pero ¿para qué hablar de esto? Algunos de mis
santos maestros lo han tratado. No necesito decir nada más. Fueron ellos
quienes dijeron del Bien que es la "bondad subsistente en sí" y "divinidad en
sí" a los dones benéficos y divinizantes que proceden de Dios. Llamaron
"Hermosura en sí misma" al desbordamiento de cuanto procede la Hermosura en sí.
Del mismo modo llaman "plena hermosura" y "hermosura parcial", las cosas bellas
en todo o en parte. De manera semejante hablan de otras cualidades que
manifiestan esa providencia y bondad participada por los seres que proceden de
Dios en efluvio desbordante. Aunque Dios no es directamente participado, El
causa todo, absoluta y totalmente trasciende todo, está sobre la esencia y
naturaleza de todas las criaturas.
CAPÍTULO XII: Del Santo de los santos, Rey de reyes, Señor de señores, Dios de dioses
1. Creo que ya estamos acabando lo que me había
propuesto decir sobre todo esto. Alabemos aún a aquel que tiene infinitos
nombres. Reconozcámosle como Santo de los santos, Rey de reyes, que reina
eternamente y más allá, Señor de señores, Dios de dioses.
En primer lugar, diré lo que se entiende por santidad, reinado, señorío, divinidad;
y qué quieren decir las Escrituras con esos nombres por duplicado.
2. En la manera común de hablar, la santidad consiste en estar libre de pecado.
Es pureza plenamente inmaculada. Reinado quiere decir el poder para señalar fronteras,
legislar, ordenar. Dominación es no sólo superioridad con respecto a los inferiores,
sino también posesión completa de todo lo hermoso y bueno con firmeza verdadera,
inquebrantable. Dominación, palabra que en griego viene de iwpos y equivale a firmeza,
firmamento, firme, que afirma y ratifica. Deidad es lo mismo que providencia: lo ve todo,
con perfecta bondad todo lo abraza y contiene. A los que gozan de sus bienes providenciales
los llena de sí misma a la vez que se mantiene trascendente.
3. Se han de emplear todos estos nombres para alabar a la Causa trascendental,
añadiendo que es la eminente santidad y dominación, el supremo reino y divinidad
perfectamente simple. De tal Causa emanó y se difundió singular y copiosamente toda
perfección y pureza sincera. De ella procede toda disposición y rango de las cosas,
que acaba con el desorden, desigualdad, desproporción y conduce a la bien ordenada
identidad y rectitud abrazando cuanto es digno de participación.
Esta Causa es perfecta y en ella están todas las cosas hermosas y toda providencia
con que conserva a quienes dirige. Se ofrece misericordiosamente para divinizar a
cuantos se dirigen a Ella.
4. Por cuanto el Autor de todas las cosas las
contiene en plenitud y todo lo trasciende, le invocamos con el nombre de "Santo
de los santos" y con los demás nombres, porque es causa desbordante y supraeminente. En lo que tienen las cosas de santas, divinas, señoriales o
regias aventajan a las que no tienen atributos. Los atributos son mejores que
los sujetos participantes. Así es superior a toda participación y a todas las
cosas el Autor imparticipable de todos cuantos le participan.
Las Escrituras llaman "santos", "reyes", "señores"
y "dioses" a los órdenes más principales en cada cosa. Por medio de ellos, los
seres inferiores participan de los dones divinos, diversifican y multiplican a
su vez los dones que ellos reciben. Luego, los superiores se encargarán de
reunir y simplificar de manera providencial y divina la variedad en la unidad
que les es debida.
CAPÍTULO XIII: Del Perfecto y del Uno
Baste lo dicho sobre el tema. Ahora, si te parece, procedamos a lo principal.
La teología atribuye todas las cosas, tanto en particular como en conjunto, al
Autor de todas ellas. Le alaba como Perfecto y como Uno. Es Perfecto o absoluta
perfección en la unidad de sí mismo. Pero más porque es supraperfecto, trasciende
toda realidad, en total unidad desborda toda infinidad, nada ni nadie le limita.
Alcanza y sobrepasa todas las cosas con inagotable generosidad y actuación infinita.
Es perfecto, además, porque no puede ni aumentar ni disminuir, pues de antemano
contiene en si todas las cosas perfectas, colmando a cada cual con la perfección que
le es propia.
Uno es su nombre. Esto significa que Dios, por su
unidad supraesencial, es el Único en donde están todas las cosas. Nada hay en
el mundo que no participe de aquel Uno. Como todo número participa de la unidad,
y decimos un par, una mitad, un tercio, un décimo. Así, todas las cosas y
cualquier partícula participan del uno. Y por lo mismo que son una, especie del
uno, todas las cosas son uno al mismo tiempo que muchas. Aquel Uno, que es Causa
de todas las cosas, no es una cualquiera de éstas; en realidad, existe antes y
define toda unidad y multitud.
No puede existir multitud sin participar de la
unidad: son múltiples por sus partes, pero no por el todo. Las que son múltiples
por sus accidentes son uno por el sujeto. Las múltiples por el número y sus
propiedades son uno por su especie. Las múltiples por sus especies son uno por
el género. Las que son múltiples por las procesiones son uno por el principio.
Nada hay en la naturaleza de las cosas que de
alguna manera no participe en la unidad de aquel que contiene de antemano y en
síntesis la totalidad universal, incluidas las cosas opuestas que allí se
reducen a unidad. Sin el uno no habría multitud, pero sin la multitud no habría
uno. La unidad es anterior a la multiplicación. Si alguien imaginase que todas
las cosas se uniesen entre sí, todas formarían un conjunto o algo uno.
3. Hay que tener esto en cuenta: cuando decimos
que las cosas están unidas, lo están conforme a la idea previamente establecida
para cada una de ellas. En este sentido, el Uno es el elemento básico de todas
las cosas. Si se quita la unidad no habrá en las cosas ni totalidad ni parte
alguna, ni ninguna otra cosa, porque es en la misma unidad donde existen de
antemano en síntesis todas las cosas.
Por eso las Escrituras alaban como el Único a la Deidad, Causa de todas las cosas.
De este modo "no hay más que un Dios Padre y un solo Señor Jesucristo",
"único y mismo Espíritu" en virtud de la sobreabundante indivisibilidad
de la divina unidad. Allí todo se contiene en síntesis dentro de la unificación
que existe de antemano suprasustancialmente.
Por lo cual, con razón también se refieren a Dios
todas las cosas, pues gracias a El, por El y en El, todas las cosas existen, se
armonizan, permanecen, se agrupan, se perfeccionan y orientan hacia El. No se
encontrará nada en el mundo que no deba al Uno lo que es, su perfección y
conservación. El Uno es sobresencia de la Deidad.
Debemos, pues, dirigirnos desde lo múltiple a lo
uno. En virtud de la divina unidad alabemos singularmente a la Divinidad plena y
una. Al Uno, que es causa de todo, anterior a toda unidad y pluralidad y
anterior a los opuestos de parte y todo, antes que lo definido e indefinido, lo
limitado y lo ilimitado. Allí está definiendo todas las cosas que tienen ser y
definiendo al mismo ser. Es causa de cada cosa y de la suma total de ellas. Es
anterior a la vez y trascendente a todas las cosas. Es el Uno sobresencial que
define el conjunto del ser y la misma unidad. Como uno que es, se añade a las
cosas que son, pues, el número participa del ser.
La Unidad trascendente define al uno mismo y todo
número. Es principio y causa, número y orden del uno, del número y del ser. El
hecho de que la Deidad trascendente es Dios Uno y Trino no deber ser entendido
conforme a ninguna de nuestras maneras de pensar. No. Es trascendente unidad y
fecundidad de Dios. Y cuando nos disponemos a celebrar esta verdad nos valemos
de los nombres Trinidad y Unidad significando lo que está sobre todo nombre. Lo
llamamos ser trascendente, más allá de todo ser.
Porque ninguna unidad ni trinidad, ningún número,
unidad o fecundidad ni cosa alguna de cuanto existe o que conozcan los
existentes, explica aquel arcano de supradeidad, que es supraesencial a todo
ser y que excede toda razón e inteligencia. No es posible consignar su nombre ni
su modo de ser, pues se eleva por encima de todo conocimiento. Ni tampoco es
adecuado el mismo nombre de bondad que le acomodamos. Le atribuimos en primer
lugar este nombre como el más venerable de todos en el deseo de entender y decir
algo sobre aquella naturaleza arcana e inefable.
En esto convenimos con los teólogos, pero la
verdad es que el Misterio dista en gran manera de la realidad de las cosas. Por
lo cual, los mismos teólogos prefieren el ascenso a la Verdad por vía de
negación. Es la manera de que el alma quede liberada de cuanto le es afín en el
orden natural. El alma está preparada para las divinas inteligencias, por medio
de las cuales conoce aquello que está por encima de todo nombre, de toda razón y
de todo conocimiento. Por fin, trascendiendo las fronteras del mundo, el alma
llega a la unión con Dios en cuanto es posible tanto de parte de El como de
parte del alma.
4. Estos son los nombres de Dios. Nombres en la
medida que la razón alcanza a comprender y que, reunidos aquí, he explicado lo
mejor que pude. Evidentemente, no lo he hecho con la perfección que el tema
requiere. Los mismos ángeles tendrían que declararse incapaces de lograr la
explicación satisfactoria, cuánto más yo, que no puedo proclamar las alabanzas
como ellos. El mejor de nuestros teólogos es inferior al último de los ángeles.
Pero en esta clase de alabanzas no me comparo en modo alguno con los teólogos y
sus discípulos. Ni siquiera con mis iguales.
Por tanto, aunque haya dicho rectamente lo que
procede y de alguna manera haya alcanzado el verdadero sentido, en cuanto he
podido entender, de los nombres de Dios, hay que atribuir el trabajo a la Causa
de todo bien por haberme dado palabras y la habilidad de usarlas debidamente.
Quizá haya omitido algún nombre semejante a los mencionados; se supla en tal
caso valiéndose de métodos parecidos. Tal vez algo quede incorrecto o
imperfecto y me haya desviado de la verdad total o parcialmente. En tal caso
pido a tu bondad corrijas mis involuntarios errores, instruyas al que desea
aprender, ayudes al necesitado y remedies la fragilidad involuntaria. Te pido
me hagas llegar lo que a ti se te haya ocurrido o hayas tomado de otros y cuanto
te llegue del mismo Bien.
No te avergüences de hacer este favor a tu amigo.
No he guardado egoístamente ninguna de las enseñanzas que recibí de la
Jerarquía. Las he transmitido íntegramente a ti y a otros santos varones. Y
continuaré comunicándolas mientras yo pueda hablar y tú escuchar. Así nos
mantenemos fieles en la tradición en tanto nos queden fuerzas para entender y
enseñar estas verdades.
Que mis palabras y acciones agraden al Señor. Así
termino aquí este tratado conceptual sobre los Nombres de Dios. El me ayude
para el otro de la Teología simbólica.