SAN BASILIO EL GRANDE



San Basilio nació en el seno de una familia profundamente cristiana. Su abuelo materno había sufrido el martirio. Su padre, junto a una verdadera piedad, transmitió a los diez hijos una sólida formación doctrinal, y de aquel hogar salieron cuatro santos: el propio Basilio y sus hermanos Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste, obispos como él, y su hermana Macrina.

Basilio dedicó varios años al estudio de la Retórica y la Filosofía en Constantinopla y Atenas. Más tarde, cuando contaba unos veinticinco años, regresó a su ciudad natal, Cesarea de Capadocia, donde emprendió la profesión docente. Al poco tiempo, dejó la enseñanza y se retiró al desierto para dedicarse a la contemplación; así se convirtió en uno de los pioneros de la vida monástica. En el 364 fue ordenado sacerdote, y seis años más tarde sucedió a Eusebio como Obispo de Cesarea, metropolitano de Capadocia, y exarca de la diócesis del Ponto. Falleció en el año 379.

Dedicó sus mayores energías a defender la doctrina católica sobre la consustancialidad del Verbo, definida solemnemente en el Concilio de Nicea (año 325). Por esta razón sufrió muchas contradicciones por parte de los herejes arrianos, y tuvo que hacer frente a los abusos de la autoridad imperial, que pretendía imponer con violencia la doctrina de Arrio. Con San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa contribuyó de manera decisiva a precisar el significado de los términos con que la Iglesia expone el dogma trinitario, preparando de esta manera el Concilio I de Constantinopla (año 381), que enunció de forma definitiva la doctrina de fe sobre la Santísima Trinidad. Basilio no pudo asistir a este Concilio pues falleció en el año 379.

Por sus servicios a la fe, San Basilio es llamado el Grande, y es contado entre los ocho mayores Padres y Doctores de la Iglesia universal. Su producción literaria comprende trabajos dogmáticos, ascéticos, pedagógicos y litúrgicos. A él se debe la fijación definitiva de una de las más conocidas liturgias orientales, que lleva su nombre. Y, junto con San Gregorio Nacianceno, escribió dos Reglas que tuvieron un influjo decisivo en la vida monástica del Oriente cristiano. Muy extenso es también su epistolario.




ESCRITOS


La acción del Espíritu Santo

(El Espíritu Santo, IX, 22-23)



Quien haya escuchado los nombres que se dan al Espíritu Santo, ¿no elevará en su interior el pensamiento a la suprema naturaleza? Pues al Espíritu de Dios se le llama también Espíritu de verdad, que procede del Padre; Espíritu recto, Espíritu principal. Pero Espíritu Santo es su nombre propio y peculiar, porque ciertamente es el nombre que expresa, mejor que ningún otro, lo incorpóreo, lo limpio de toda materia e indiviso. Por eso el Señor, enseñando que lo incorpóreo no puede comprehenderse, dijo a aquella mujer que pensaba que Dios es adorado en un lugar: Dios es Espíritu (Jn 4, 24).

Por tanto, al oír Espíritu, no es lícito moldear en el entendimiento la idea de una naturaleza circunscrita a un lugar, sujeta a cambios y alteraciones, en todo semejante a una criatura; sino que escudriñando con el pensamiento hacia lo más elevado que hay dentro de nosotros, se debe pensar forzosamente en una sustancia inteligente, infinita en cuanto a su poder, no situada en un lugar por su magnitud, no sujeta a la medida de los tiempos ni de los siglos, que da generosamente las cosas buenas que posee.

Hacia el Espíritu Santo converge todo lo que necesita de santificación. Es apetecido por todo lo que tiene vida, ya que con su soplo refresca y socorre a todos los seres para que alcancen su fin propio y natural. Es el que perfecciona todas las cosas, pero sin faltarle nada; no vive por renovación, sino que mantiene la vida; no aumenta con añadidos, sino que constantemente está lleno, firme en sí mismo, se encuentra en todas partes.

El Espíritu Santo es origen de la santificación, luz inteligible que a toda potencia racional confiere cierta iluminación para buscar la verdad. Inaccesible por naturaleza, pero alcanzable por benignidad. Todo lo llena con su poder, pero sólo es participable por los que son dignos. No todos participan de Él en la misma medida, sino que reparte su fuerza en proporción a la fe. Simple en esencia, múltiple en potencia. Está presente por entero en cada cosa, y todo en todas partes. Se divide sin sufrir daño, y de Él participan todos permaneciendo íntegro. Así como el rayo de sol alumbra la tierra y el mar y se mezcla con el aire, pero se entrega al que lo disfruta como si fuera para él solo; así también el Espíritu Santo infunde la gracia suficiente e íntegra en todos los que son aptos para recibirle, ya sean muchos o uno solo; y los que de Él participan, le gozan en la medida que les es permitido por su naturaleza, no en cuanto a Él le es posible.

La unión del Espíritu Santo con el alma no se realiza por cercanía de lugar (¿cómo podrías acceder corporalmente a lo incorpóreo?), sino por el apartarse de las pasiones, que, añadidas más tarde al alma por su amistad con la carne, se hicieron extrañas a la intimidad con Dios.

Solamente si el hombre se purifica de la maldad que había contraído con el pecado, si retorna a la natural belleza y, como imagen de un rey, vuelve por la pureza a la primitiva forma, sólo entonces podrá acercarse al Paráclito. Y El, como el sol, alcanzando al ojo que está limpio, te mostrará en sí mismo la imagen del que no se puede ver. En la bienaventurada contemplación de su imagen verás la inefable hermosura del arquetipo.

Por El los corazones se levantan hacia lo alto, los enfermos son llevados de la mano y se perfeccionan los que están progresando. Dando su luz a los que están limpios de toda mancha, les vuelve espirituales gracias a la comunión que con El tienen. Y del mismo modo que los cuerpos nítidos y brillantes, cuando les toca un rayo de sol, se tornan ellos mismos brillantes y desprenden de sí otro fulgor, así las almas que llevan el Espíritu son iluminadas por el Espíritu Santo y se hacen también ellas espirituales y envían la gracia a otras. De ahí viene entonces la presciencia de las cosas futuras, la comprensión de las secretas, la percepción de las ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía del cielo, las danzas con los ángeles; de ahí surge la alegría sin fin, la perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y lo más sublime que se puede pedir: el endiosamiento.



Configurarse con Cristo

(El Espíritu Santo, XV; 35-36)


La economía de nuestro Dios y Salvador acerca de los hombres consiste en volver a llamarnos después de la caída y en reconducirnos a su amistad después de la separación producida por la desobediencia. Por esto, la venida de Cristo en la carne, su predicación evangélica, sus sufrimientos, la cruz, la sepultura, la resurrección, ha hecho posible que el hombre, salvado por la imitación de Cristo, recupere su primitiva filiación adoptiva.

Para el perfeccionamiento de tal vida es, pues, necesario imitar a Cristo no sólo en los ejemplos de benignidad, humildad y paciencia que nos mostró con su vida; sino también en el de su propia muerte, como dijo Pablo, el imitador de Cristo: asemejándome a su muerte, de modo que al cabo pueda arribar a la resurrección de los muertos (Flp/03/10-11).

¿Cómo nos haremos imitadores de su muerte? Sepultándonos con El en el Bautismo (cfr. Rm 6, 4-5). ¿De qué modo es la sepultura y qué fruto se deriva de tal imitación? Primero es necesario cortar radicalmente con la vida pasada. Y esto sólo es posible mediante una nueva generación, según las palabras del Señor (cfr. Jn 3, 3): la misma palabra regeneración significa el principio de una segunda vida, de modo que, antes de alcanzarla, es necesario dar fin a la anterior. Pues así como los que han llegado al final del estadio, antes de dar la vuelta, se paran y descansan un momento, así también parecía necesario que mediara la muerte en el cambio de las vidas, de manera que acabe primero una y comience después la siguiente.

¿Cómo realizamos el descenso a los infiernos? Imitando por el Bautismo la sepultura de Cristo, pues los cuerpos de los que se bautizan son sepultados en el agua. Y es que el Bautismo manifiesta simbólicamente la deposición de las obras de la carne, según dice el Apóstol: vosotros también habéis sido circuncidados con circuncisión no hecha por mano que cercena la carne, sino con la circuncisión de Cristo, al ser sepultados con Él por el Bautismo (Col 2, 11-12). En cierto modo sucede que, por el Bautismo, el alma se limpia de la suciedad procedente de los sentidos carnales, según lo que está escrito (Sal 50, 9): me lavarás y quedaré más blanco que la nieve.

De ahí que somos limpiados de todas y cada una de las manchas, no según la costumbre judía sino por el único Bautismo salvador que conocemos, puesto que una sola es la muerte en beneficio del mundo y una sola la resurrección de entre los muertos, y el Bautismo es figura de las dos. Para este fin, el Señor, que se preocupa de nuestra vida, estableció para nosotros la alianza del Bautismo, figura de la muerte y tipo de la vida: imagen de la muerte porque el agua cubre completamente, y prenda de la vida porque está contenido el Espíritu Santo.

Y así se nos hace evidente lo que nos preguntábamos: por qué el agua fue unida al Espíritu Santo. Porque, encontrándose dos fines en el Bautismo —que el cuerpo quede libre del pecado para que no produzca más frutos de muerte, y que viva por el Espíritu Santo y dé fruto de santificación—, el agua manifiesta la imagen de la muerte, acogiendo al cuerpo como en un sepulcro, y el Espíritu Santo envía la fuerza vivificadora, devolviendo nuestras almas de la muerte a la primitiva vida.

Esto es nacer de nuevo del agua y del Espíritu (cfr. Jn 3, 5), porque la muerte se completa en el agua y nuestra vida se fortalece por el Espíritu. Por ello, el gran misterio del Bautismo se realiza con tres inmersiones y otras tantas invocaciones, para dar a entender la figura de la muerte y para que las almas de los bautizados sean iluminadas mediante la entrega de la ciencia divina. Por tanto, si hay gracia en el agua, no procede de su naturaleza, sino de la presencia del Espíritu Santo, pues el Bautismo no es la eliminación de la suciedad corporal, sino la promesa de la buena conciencia para con Dios (cfr. 1 Pe 3, 21).

El Señor, para prepararnos a esta vida que surge de la resurrección propone toda la predicación evangélica y prescribe la serenidad, la resignación, el amor puro libre de los deleites de la carne, el desapego del dinero, a fin de que todo cuanto el mundo posee según la naturaleza, nosotros, al recibirlo, lo pongamos en su sitio con nuestra elección. Por esto, si alguno dice que el Evangelio es figura de la vida que surge de la resurrección, a mi parecer, no se equivocaría.

Por el Espíritu Santo se nos da la recuperación del paraíso, el ascenso al Reino de los Cielos, la vuelta a la adopción de hijos, la confianza de llamar Padre al mismo Dios, el hacernos consortes de la gracia de Cristo, el ser llamado hijo de la luz, el participar de la gloria del Cielo; en un palabra, el encontrarnos en la total plenitud de bendición tanto en este mundo como en el venidero, pues al contemplar como en un espejo la gracia de las cosas buenas que se nos han asegurado en las promesas, las disfrutamos por la fe como si ya estuvieran presentes. Si la prenda es así, ¿de qué modo será el estado final? Y si tan grande es el inicio, ¿cómo será la consumación de todo?



Recogimiento-interior

(Epístola 11, 2-4)


Si alguien quiere venir en pos de mí, dice el Señor, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24). Para eso hay que procurar que el pensamiento se aquiete. No es posible que los ojos, si se mueven continuamente de un lado para otro, arriba y abajo, vean con claridad los objetos. Sólo cuando se fija la mirada la visión es clara. Del mismo modo, es imposible que la mente de un hombre que se deje llevar por las infinitas preocupaciones de este mundo, contemple clara y establemente la verdad. Quien no está sujeto por los lazos del matrimonio se ve turbado por ambiciones, impulsos desenfrenados y amores locos; a quien ya tiene sobre sí el vínculo conyugal, no le faltan un tumulto de inquietudes: si no tiene hijos, el anhelo de tenerlos; si los tiene, la preocupación de educarlos, el cuidado de su mujer y de la casa, el gobierno de sus criados, la tensión que los negocios traen consigo, las riñas con los vecinos, los pleitos en los tribunales, los riesgos del comercio, las fatigas de la agricultura. Cada día que alborea trae consigo particulares cuidados para el alma; y cada noche, heredera de las preocupaciones del día, inquieta el ánimo con los mismos pensamientos.

Hay un solo camino para liberarse de estos afanes: aislarse. Pero esta separación no consiste en estar físicamente fuera del mundo, sino en aliviar el ánimo de sus lazos con las cosas corporales, estando desprendido de la patria, de la casa, de las propiedades, de los amigos, de las posesiones, de la vida, de los negocios, de las relaciones sociales, del conocimiento de las ciencias humanas; y preparándose para recibir en el corazón las huellas de la enseñanza divina. Esta preparación se alcanza despojando el corazón de lo que, a causa de un hábito malo y muy enraizado, lo monopoliza. No es posible escribir sobre la cera si no se borran los caracteres precedentes; tampoco se pueden imprimir en el alma las enseñanzas divinas, si antes no desaparecen las costumbres que estaban.

El recogimiento procura grandes ventajas. Adormece nuestras pasiones, y otorga a la razón la posibilidad de desarraigarlas completamente. ¿Cómo se puede vencer a las fieras, sino con la doma? Así la ambición, la ira, el miedo y la ansiedad, pasiones nocivas del alma, cuando se aplacan con la paz privándolas de continuos estímulos, pueden ser derrotadas más fácilmente.

(...) El ejercicio de la piedad nutre el alma con pensamientos divinos. ¿Qué cosa más estupenda que imitar en la tierra al coro de los ángeles? Disponerse para la oración con las primeras luces del día, y glorificar al Creador con himnos y alabanzas. Más tarde, cuando el sol luce en lo alto, lleno de esplendor y de luz, acudir al trabajo, mientras la oración nos acompaña a todas partes, condimentando las obras—por decirlo de algún modo—con la sal de las jaculatorias. Así tenemos el ánimo dispuesto para la alegría y la serenidad. La paz es el principio de la purificación del alma, porque ni la lengua parlotea palabras humanas, ni los ojos se detienen morosamente a contemplar los bellos colores y la armonía de los cuerpos, ni el oído distrae la atención del alma en escuchar los cantos compuestos para el placer o palabras de hombres, que es lo que más suele disipar al alma. La mente no se dispersa hacia el mundo exterior. Si no es llevada por los sentidos a derramarse sobre el mundo, se retira dentro de sí misma, y de allí asciende hasta poner el pensamiento en Dios (...). Entonces, libre de preocupaciones terrenas, pone toda su energía en la adquisición de los bienes eternos. ¿Cómo podrían alcanzarse la sabiduría y la fortaleza, la justicia, la prudencia y todas las demás virtudes que señalan al hombre de buena voluntad el modo más conveniente de cumplir cada acto de la vida?

La vía maestra para descubrir nuestro camino es la lectura frecuente de las Escrituras inspiradas por Dios. Allí, en efecto, se hallan todas las normas de conducta. Además, la narración de la vida de los hombres justos, transmitida como imagen viva del modo de cumplir la voluntad de Dios, se nos pone ante los ojos para que imitemos sus buenas acciones. Y así cada uno, considerando aquel aspecto de su carácter que más necesita de mejora, encuentra la medicina capaz de sanar su enfermedad, como en un hospital abierto a todos.

El que desea la continencia, medita largamente la historia de José y aprende de él a vivir la templanza, pues se da cuenta de que José no sólo fue continente, sino que estuvo dispuesto a ejercitar la virtud en todo, gracias a un hábito bien radicado. Se aprende la valentía de Job, cuando las circunstancias de su vida cambiaron radicalmente, y de un solo golpe dejó de ser rico para convertirse en pobre, y siendo padre de una familia feliz, se encontró de repente sin hijos. Entonces, no sólo permaneció constante manteniendo siempre el sentido sobrenatural, sino que ni siquiera se enfadó contra los amigos que, pretendiendo consolarle, le insultaban, haciendo más intenso su dolor.

Cuando alguien desea ser manso y magnánimo al mismo tiempo, y así manifestar intransigencia contra los errores y comprensión con los hombres, encontrará que David era valeroso en las nobles empresas de la guerra, pero dulce y manso en el trato con los enemigos. Así era también Moisés, cuando se encolerizaba grandemente con las ofensas de los que pecaban contra Dios, y soportaba serenamente las calumnias dirigidas a él mismo.

(...) Las oraciones, en fin, además de la lectura, hacen el ánimo más joven y más maduro, ya que le mueven al deseo de poseer a Dios. Es bonita la oración que hace más presente a Dios en el alma. Precisamente en esto consiste la presencia de Dios: en tener a Dios dentro de sí mismo, reforzado por la memoria. De este modo nos convertimos en templo de Dios: cuando la continuidad del recuerdo no se ve interrumpida por preocupaciones terrenas, cuando la mente no es turbada por sentimientos fugaces, cuando el que ama al Señor está desprendido de todo y se refugia sólo en Dios, cuando rechaza todo lo que incita al mal y gasta su vida en el cumplimiento de obras virtuosas.



El deber de trabajar

(Reglas más amplias, 37, 1-2)


Dice Nuestro Señor Jesucristo que quien trabaja merece su sustento (Mt 10, 10); [el alimento], por tanto, no es simplemente un derecho debido a todos sin distinción, sino de justicia para quien trabaja. El Apóstol también nos manda trabajar con nuestras propias manos para tener con qué ayudar a los necesitados (cfr. Ef 4, 28). Es claro, por tanto, que hay que trabajar, y hacerlo con diligencia. No podemos convertir nuestra vida de piedad en un pretexto para la pereza o para huir de la obligación. Todo lo contrario. Es un motivo de mayor empeño en la actividad y de mayor paciencia ante las tribulaciones, para que podamos repetir: con trabajos y fatigas, en frecuentes vigilias, con hambre y sed (2 Cor 11, 27). Este tenor de vida no sólo nos sirve para mortificar el cuerpo, sino también para demostrar nuestro amor al prójimo, y que, mediante nuestras manos, Dios conceda lo necesario a los hermanos más débiles según el ejemplo del Apóstol, que dice en los Hechos: os he enseñado en todo que trabajando así es como debemos socorrer a los necesitados (Hech 20, 35); y también: para que tengáis con qué ayudar al necesitado (Ef 4, 28). De esta manera, un día seremos dignos de escuchar estas palabras: venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber (Mt 25, 34-35).

¿Hace falta insistir en que el ocio es malo, si el mismo Apóstol dice abiertamente que el que no trabaja no ha de comer? Igual que el alimento diario es necesario, también lo es el trabajo cotidiano. No en vano, Salomón ha escrito esta alabanza [de la mujer laboriosa]: el pan que come no es fruto de pereza (Prv 31, 27). El Apóstol dice de sí mismo: ni comimos gratis el pan de nadie, sino trabajando día y noche con cansancio y fatiga (2 Tes 3, 8) a pesar de que, como predicador del Evangelio, tenía derecho a vivir de su predicación. El Señor unió la malicia a la pereza cuando dijo: siervo malo y perezoso (Mt 25, 26). Y también el sabio Salomón, no sólo alaba a quien trabaja, sino que condena al vago enviándolo junto al animal más pequeño: ¡vete donde la hormiga, perezoso!, le dice (Prv 6, 6). Por tanto, hemos de temer que estas palabras nos sean dirigidas en el día del juicio, porque quien nos ha dado energías para trabajar exigirá que nuestras obras sean proporcionales a esas fuerzas. A quien mucho se le ha dado, mucho le será exigido (Lc 12, 48) (...).

Mientras movemos nuestras manos en el trabajo, debemos dirigirnos a Dios con la lengua—si es posible o útil para edificar nuestra fe—, o al menos con el corazón, mediante salmos, himnos y cantos espirituales, y así rezar también durante nuestra ocupación, dando gracias a quien pone en nuestras manos la fuerza para trabajar, da a nuestra mente la capacidad de conocer y nos proporciona la materia, tanto de los instrumentos como de los objetos que fabricamos. Y todo esto, suplicando que nuestras obras sean del agrado de Dios.



Sobre el ayuno y la tentación


A) El AYUNO

Escogemos los pensamientos fundamentales de dos homilías del santo Doctor (cf. Ad Populum variis argumentis homiliae XIX. Homiliae I et II de ieiunio Divi Basilii Magni... omnia quae in hunc diem latino sermone donata sunt opera. Apud Philippum Nuntium Antuerpiae, MDLXVIII, p. 128).


a) EXHORTACIÓN

Entonad un canto, tocad los címbalos, la dulce citara y el arpa; haced resonar en este mes las trompetas, en el plenilunio, en nuestra fiesta (Ps. 80,3-4). Nuestra pascua se acerca también y hemos de resonar las trompetas de la Escritura, que nos invitan al ayuno (uf. Hom. 1 initio). Sube a un alto monte y anuncia a Sión la buena nueva (Is. 40,9). El militar arenga a sus soldados y los inflama, de tal modo que desafían a la muerte; el entrenador pone delante de sus atletas la corona del premio, y al oírle no se arredran ya por ningún esfuerzo. Dejadme a mí que os dirija la palabra para alentaros a esta batalla del ayuno, preparatorio de la gran fiesta. ¡Animo, soldados de Cristo, vamos a luchar contra las potestades invisibles! Los soldados y atletas robustecen su cuerpo para pelear. Nosotros, por el contrario, lo enflaquecemos para vencer. Lo que los masajes de aceite son para los músculos es la mortificación para el alma. El ayuno es útil en todo tiempo e impide siempre los ataques del demonio. Pero, sobre todo, se promulga por él en el orbe entero el edicto penitente. Soldados y caminantes, maridos y mercaderes, lo reciben con gozo. Nadie, pues, se excluya del censo que los ángeles van formando por las cíudades, viendo quién ayuna. ¿Eres rico? No creas al ayuno indigno de tu mesa. ¿Pobre? No digas que es el campanero eterno de la tuya. ¿Niño? ¿Qué mejor escuela? (Hom. 2). Alegrad, pues, vuestros rostros. Los histriones representan el papel de los hipócritas asumiendo el tipo de personajes que no son. No lo hagas tú; ayuna, y ayuna con alegría (Hom. 1).


b) EJEMPLOS DE AYUNO

"Todo lo que se distingue por su antigüedad es venerable". Nada más antiguo que el ayuno. En el paraíso, el pequeño precepto impuesto por Dios no consistió sino en una muestra de abstinencia (Gen. 3,3). "Por no ayunar fuimos expulsados del edén; ayunemos, pues, para que se vuelvan a abrir sus puertas". Elegid entre Eva y Lázaro (Lc. 16,21); la una se perdió por gula y el otro se salvó por sus privaciones. Moisés, antes de subir al monte, se preparó con un largo ayuno (Ex. 24,18), y allí, mientras continuaba privado de todo alimento, Dios le fue escribiendo con su dedo los mandamientos en dos tablas. ¿Qué ocurrió entre tanto al pie del monte? Que el pueblo se sentó para comer y se levantó para jugar, y de la comida y el juego vino a caer en la idolatría. Esaú perdió la primogenitura por su ansiedad de comida (Gen. 25,29-34). Samuel nació en premio de la oración y del ayuno de su madre (1 Reg. 1,10). El ayuno convirtió en inexpugnable a Sansón (Jc 13,24-25). Los profetas eran grandes ayunadores, como Eliseo, cuyo escaso y sencillo alimento en casa de la Sunamítide nos describe la Escritura (4 Reg. 4,8-10). Los jóvenes del horno y Daniel, vencedores del fuego y de los leones, dieron asimismo ejemplo de la abstinencia. El ayuno apagó las llamas y cerró las fauces del león Dn. 3,19 ss; 6,16-23). San Juan, el mayor entre todos los nacidos; San Pablo, que enumera el ayuno entre todos las demás sufrimientos de que se gloría... Pero ¿a qué seguir, si tenemos ahí a nuestra cabeza y Señor, que, para darnos ejemplo, ayunó cuarenta días? (Serm 1 y 2).


C) EL AYUNO, UTIL PARA EL CUERPO Y PARA EL AMA

No busques pretextos para excusarte, porque estás hablando con Dios, que lo sabe todo. ¿Que no puedes ayunar y, en cambio, te regalas con grandes comilonas? Más perjudican éstas a la salud que el ayuno. El cuerpo que se embota a diario con demasiada comida, es como un buque cargado en exceso, y en peligro de hundirse al menor soplo de las olas. A juzgar por la vida de muchos, no parece sino que es más cómodo correr que descansar, luchar que vivir tranquilo, pues prefieren las enfermedades a una parquedad saludable Y si venimos al orden espiritual, "el ayuno es quien da alas a la oración para que pueda subir al cielo; es la firmeza de la familia, la salud de la madre y el maestro de los hijos". Después de ponderar la sana alegría de una comida decerosa, tras la práctica del ayuno, porque el sol brilla más claro al cesar la tormenta, y las continuas delicias vuelven insípido al mismo placer, continua San Basilio: "Añade a todo esto que el ayuno no sólo te libra de la condenación futura; sino que te preserva de muchos males y sujeta tu carne, de otro modo indómita... Ten cuidado, no sea que, por despreciar ahora el agua, tengas después que mendigar una gota desde el infierno". Vivís en la crápula y os olvidáis de alimentar el alma con los dogmas y la doctrina, "como si no supierais que vivimos en batalla perpetua y que quien abastece a una de las partes influye en la derrota de su contraria, y, por lo tanto, el que sirve a la carne aniquila al espíritu, mientras que quien le ayuda reduce a servidumbre al cuerpo... Si quieres robustecer al alma, habrás de domar la carne con el ayuno, conforme a la sentencia del Apóstol, el cual nos enseñaba que cuanto más se corrompe el hombre exterior, más se renueva el interior... (Ef 4,22-24). ¿Quién es el que ha conseguido participar de la mesa eterna, repleta de dones espirituales, viviendo aquí en espléndida abundancia? Moisés para recibir la ley necesitó del ayuno, y ni no hubieran recurrido a él los ninivitas (Jn. 3,10), habrían perecido,. ¿Quiénes dejaron sus huesos en el desierto, sino los que recordaban ansiosos las carnes de Egipto?" El ayuno es el pan de los ángeles y nuestra armadura contra los espíritus inmundos, que no son arrojados sino por él (Mt. 17,20) y por la oración (Hom. 1). ¿Cuándo habéis visto que el ayuno engendre la lujuria? ¿No veis cómo en nuestra ciudad cesan las canciones meretricias y los bailes impúdicos en cuanto nos dedicamos a ayunar?. El ayuno nos asemeja a los ángeles (Hom. 2). Pero tened cuidado de no mezclar otros vicios con vuestra abstinencia. Extiéndese aquí largamente San Basilio sobre los que ayunan, pero beben inmoderadamente, y añade: Perdonad al prójimo y componed los pleitos, no sea que ayunéis de carne y devoréis a vuestros hermanos.


B) La tentación

a) INTERROGATORIO 75

"¿Podemos atribuir al demonio todos los pecados, tanto de pensamiento como de palabra y de obra?"

b) RESPUESTA

"En general opino que Satanás no puede obligar a nadie a pecar, sino que, utilizando las inclinaciones de cada uno y los deseos prohibidos, consigue arrastrar a los que viven descuidados hacia los vicios que les son propios. Sírvese como de ayuda de las tendencias naturales, tal y como ocurrió con Cristo, cuando, al verlo hambriento, se le acercó para decirle: Si eres Hijo de Dios... En el caso de Judas se sirvió de los deseos perniciosos, pues al percibir su inclinación a la avaricia, le empujó a vender al Señor por treinta dineros"... "Pero es evidente también que el mal nace muchas veces de nosotros mismos, y lo atestigua Cristo cuando dijo que los pensamientos malos salen del corazón" (Mt. 15,19). "El alma es como una viña, la cual, descuidada por la pereza, no produce sino abrojos" (cf. Regulae breviores, o.c., p.442).


C) La ambición y la humildad

Entre las obras de San Basilio figuran veintitrés discursos «a Simone magistro ac sacri palatii quaestore, ex eius scriptis olim in unum congestae". En realidad, son una selección de pensamientos, copiados literalmente y unidos por materias que forman distintos sermones. Usamos los discursos 17 y 20 e indicamos los lugares de las obras del santo Doctor de donde han sido elegidos los párrafos correspondientes. Los textos seleccionados se relacionan con las tentaciones de soberbia y ambición.

"Es muy difícil que quien no se resigna nunca a ocupar el último puesto ni a ser el menor de todos, pueda resistir los ataques de la ira o sufrir con paciencia los contratiempos. En cambio, el humilde, que, cuando se ve menospreciado, confiesa ser todavía inferior, difícilmente se turbará, y si un día le llaman pobre, sabe muy bien que lo es, porque lo necesita todo, y porque no puede vivir sin la ayuda diaria de Dios". Si le echan en cara su humilde origen, se acuerda del barro. "Lo mismo de difícil es no aplanarse en la desgracia como no ensoberbecerse en la prosperidad, porque los hombres fatuos, si se ven honrados y observados, se engríen más todavía" (cf. Hom. 7, ex comm. in Ps. 61). "Dícese ambicioso aquel que habla u obra movido por ese miserable y vacío honor de este mundo, dando, por ejemplo, limosnas para ser alabado. Como quiera que este tal busca su propia utilidad, no podemos decir de él ni que es misericordioso ni que hace el bien a sus semejantes". Tal fue el delito de Ananías, al que no se le dió tiempo siquiera para arrepentirse (Act. 5,1-10). "El Señor, que resiste a los soberbios y exalta a los humildes, ha dado su palabra de que derribará por tierra la virtud de los fatuamente hinchados. Por lo tanto, todo el que se dedica a confundir la soberbia de estos tales, en realidad los libra y borra la semejanza que tenían con el demonio, padre de todo fasto y soberbia, persuadiéndoles a que sean verdaderos discípulos del que se nos propuso como modelo de mansedumbre y humildad" (ibid., Ex comm. in Eph.). "Y si alguna vez observas que tu hermano ha incurrido en algún delito, no detengas en eso tu pensamiento; examina despacio todo lo bueno que ha hecho y hace, y a buen seguro comprobarás que es mejor que tú. Las personas deben juzgarse no por un detalle, sino por el conjunto, como hace el mismo Dios". Así juzgó al rey Josafat, a quien perdonó un grave delito por otras buenas obras (2 Par. 17,1-6). No te juzgues nunca superior a nadie, no sea que, absuelto por tu propia sentencia, vengas a ser castigado por otra muy justa del cielo. Si crees haber hecho algo bueno, da gracias a Dios, pero no te creas superior a nadie..., no te ocurra lo que al demonio, que quiso subir por encima del hombre, y Dios lo derribó de tal forma que ahora lo podemos pisotear' (cf. Hom. 17, Ex cont. de humilitate).


D) El gobierno y el poder

Es necesario que gobiernen los más dignos, aunque muchas veces la necedad de los hombres procure lo contrario. Deben los jefes sobresalir en toda clase de virtudes, pues como sean ellos, así, por lo general, serán los ciudadanos. Si muchos pintores copian el mismo rostro, todos reproducirán idénticos rasgos. "La verdadera y perfecta obediencia de los súbditos a sus superiores consiste no sólo en evitar el mal que se prohibe, sino en no llevar a cabo ni aun lo que es laudable, fuera de su dirección..." "El príncipe y todo el que gobierna ha de procurar no dejarse ensoberbecer por su cargo, para no perder el premio que merece la humildad. Y el que sirva al rey, tampoco se engría pensando si ocupa tales o cuales puestos... Bástenos la gran dignidad de podernos llamar siervos de tan gran Señor. Del mismo modo que no hemos de tributar culto más que a Dios, tampoco debemos colocar nuestra esperanza sino en el Señor de todas las cosas. El que espera de los hombres o se ufana de cualquier negocio temporal, como el poder, la riqueza o alguna nadería de las que tanto estima el vulgo, ya no puede decir: Yavé, mi Dios, a ti me acojo (Ps. 7,2), pues se nos ha avisado que no coloquemos nuestra esperanza en los príncipes (Ps. 145,3)..." (cf. Hom. 20, Ex ascetico).



EN HONOR DE

SAN BARLAAM, MÁRTIR

Advertencia preliminar

El día, 19 de noviembre, anuncia el martirologio la fiesta de este santo, de la siguiente manera: "Cesarea de Capadocia, San Barlaam, mártir, que, aunque rústico, y sin letras, fortalecido por la sabiduría de Cristo, venció con su constancia en la fe al tirano y al mismo fuego: en su fiesta predicó San Basilio un elocuente panegírico".


PANEGÍRICO

La muerte de los santos se festeja con júbilo

Antes se celebraba la fiesta de los santos con lágrimas y gemidos. José lloró amargamente la muerte de Jacob 1. Los judíos lloraron mucho la muerte de Moisés 2. Lloraron también con abundantes lágrimas a Samuel 3.

Pero ahora nos alegramos con la muerte de los justos. Porque la naturaleza del dolor ha cambiado después de la Cruz.

Ya no acompañamos con lágrimas la muerte de los santos. Danzamos, por el contrario, con coros divinos alrededor de sus sepulcros. Porque para los justos la muerte es sueño, o mejor dicho, es un viaje a mejor vida. He aquí porqué se alegran los mártires al ser degollados. El deseo de una vida más dichosa, amortece el dolor de las heridas. El mártir no mira los peligros, sino las coronas. No le horrorizan las heridas, sino que cuenta los premios. No se fija acá abajo en los verdugos que le golpean. Contempla con los ojos del alma a los ángeles que se congratulan desde el cielo. El mártir no considera lo momentáneo de los sufrimientos, sino lo eterno de los premios. También entre nosotros recogen el fruto magnífico de los honores. Son aclamados por todos con divinas alabanzas; arrastrando a miles de pueblos alrededor de sus sepulcros.

San Barlaam: insuperable maestro de piedad

Esto ha sucedido hoy al valiente Barlaam. Sonó la trompeta guerrera del mártir, y convocó como veis, a los soldados de la piedad. El constituido atleta de Cristo, fue anunciado con pregón. Y a toda esta asamblea de la Iglesia, dio alas para volar.

Dijo el señor de los fieles:

- El que cree en mí, vivirá aunque haya muerto 4.

Pues bien; murió el esforzado Barlaam y convoca públicas asambleas. Está consumido en el sepulcro, e invita a un banquete.

Ahora sí que podemos exclamar:

- ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el escudriñador de este siglo? 5.

Hoy, un hombre de campo es para nosotros insuperable maestro de piedad.

El tirano creía que se trataba de una presa que fácilmente se dejaría atrapar. Pero se dio cuenta, por experiencia, que se trataba de un guerrero invencible. Se reía de él, porque hablaba rústicamente, pero le aterró su angelical y juvenil vigor. Pues su ánimo no era bárbaro como lo era el órgano de la lengua. Su inteligencia no claudicaba a una con las sílabas. Era un segundo Pablo que con Pablo decía:

-Dado que yo sea tosco en hablar; no lo soy sin embargo en la ciencia

Alegría y valor de San Barlaam en los tormentos

Los verdugos, atormentándole, quedaron sin fuerzas. Mientras tanto, el mártir, encontrábase más vigorizado. Las manos de los. que le maltrataban, se enervaban. Pero el ánimo del maltratado no se doblegaba. Los látigos separaban las junturas de los nervios, pero el vigor de la fe se robustecía con más tenacidad. Mientras los costados machucados se consumían, florecía la santidad del corazón.

Habían acabado con la mayor parte de su carne. No obstante, se encontraba vigoroso, cual si aún no hubiese comenzado el combate. Porque cuando la piedad se apodera del alma es entonces despreciable todo género de luchas. Debido al bien que el alma ama, los que la atormentan, más la deleitan antes bien y no la disgustan.. De ello da testimonio aquel amor de los apóstoles que, en otro tiempo, les hacía agradables los azotes que recibían de los judíos. Porque se retiraban del consejo, gozosos de haber sido estimados dignos de ser atormentados por el nombre de Jesús 7.

Tal es también el guerrero a quien hoy honramos. Llevaba con alegría los tormentos, pensando que con los azotes le rodeaban de rosas. Mientras tanto, huía de los males de la impiedad, como de dardos. Consideraba la ira del juez cual sombra de humo. Reíase de los fieros escuadrones de satélites. Como si fuesen coronas, regocijábase de los peligros. Gozábase en las heridas como en los honores. Como si fuesen los más brillantes trofeos, saltaba de placer con los más agudos tormentos. Despreciaba las espadas desenvainadas. Sufría las manos de los verdugos, cual si fuesen más blandas que la cera. Besaba el leño del suplicio, como si fuese su salvación. Cual si estuviese en prados, se regocijaba. en los calabozos de la cárcel. Como con variedad de flores, se deleitaba en las invenciones de tormentos.

La mano de San Barlaam y su victoria sobre el fuego

Tuvo la mano derecha más firme que el fuego, último tormento que tuvo que soportar de parte de sus enemigos.

En efecto. Sus enemigos habían puesto fuego sobre el ara para ofrecer un sacrificio a los demonios. Ante ella llevan al mártir. Colócanse todos a su alrededor y le ordenan que ponga la diestra, extendida sobre el altar. Quieren que sirva como ara de bronce. Al encender el incienso colocado maliciosamente sobre la mano, esperaban que vencida por la fuerza del fuego, dejaría necesariamente caer en seguida el incienso sobre el ara.

¡Oh falaces astucias de los impíos!

- "Ya que no hemos doblegado -dicen- su ánimo con miles de heridas, doblemos al menos en la llama la mano del importuno luchador. Ya que con diversas máquinas no hemos abierto brecha en su ánimo, abrámosla al menos en su derecha introduciéndola en el fuego".

Pero los infelices ni siquiera de esta esperanza sacaron algo de provecho. Pues el fuego perforaba la mano, pero la mano estaba quieta, tolerando el fuego como si fuese ceniza. Nuestro héroe no dio la espada al enemigo fuego como los fugitivos. Su mano permaneció quieta, mostrándose valiente contra la llama. El fuego dio ocasión al mártir de exclamar con el profeta:

-Bendito sea el Señor Dios mío, que adiestra mis manos para la pelea y mis dedos para manejar las armas 8.

El fuego peleaba contra la mano, pero fue derrotado. Tratábase la lucha entre la llama y la derecha del mártir. Y he aquí que la derecha del mártir obtuvo una victoria nueva en los combates. Porque al pasar la llama por medio de la mano, esta aún estaba extendida, preparada para el combate.


Alabanzas a la gloriosa mano del Santo

¡Oh mano más pertinaz que el fuego! ¡Oh mano que no has aprendido a doblegare al fuego! ¡Oh fuego que has aprendido a dejarte vencer por la mano!

El hierro, reblandecido por la tiranía del fuego, cede. El bronce, obedece asimismo a su poder. Hasta la dureza de las piedras suele dejarse vencer por el fuego. Pero su violencia que todo lo doma, al quemar la mano extendida del mártir, no pudo doblegarla.

Con cuánta razón podía decir el santo, al Señor:

- Tú me asiste de la mano derecha, y guiásteme según tu voluntad, y me acogiste con gloria 9.

¡Gloria y honor, al invicto campeón de Cristo!

¿Cómo te llamaré, oh esforzado campeón de Cristo? ¿Te llamaré estatua? Disminuirá grandemente tu constancia. Porque el fuego deshace una estatua si la arrojan, mas a tu diestra ni siquiera la pudo obligar a que pareciese que se movía.

¿Te llamaré hierro? También esta semejanza es inferior a tu valentía. Porque tú eres el único que persuadiste al fuego de que no doblegaba tu mano. Tú, el único que tuviste tu diestra en lugar de ara. Tú, el único que al arder tu mano abofeteaste en el rostro a los demonios. Tú, el único que al hacerse carbón tu mano, deshiciste en aquel momento las cabezas de los demonios. Y después, convertida tu mano en cenizas, encegueces sus ejércitos y les pisoteas.

Mas, a qué empequeñecer al vencedor con pueriles y balbuceantes palabras? Cedamos las alabanzas del mártir a lenguas más espléndidas y magníficas. Invitemos a tomar parte en estas alabanzas a las trompetas más sonoras de los maestros.

Levantaos, brillantes pintores de hazañas atléticas. Engrandeced con vuestras artes la mutilada imagen de este General. Con los colores de vuestro arte, rodead de fulgores al coronado atleta que yo he pintado con tanta obscuridad. Deseo que me venzáis haciendo vosotros una hermosa pintura del mártir. Que yo me goce hoy de vuestra victoria, al ser vencido por vuestra habilidad. Vea yo mejor expresada por vosotros, la lucha entre la mano y el fuego. Que en vuestros cuadros, pueda ver yo, pintado con mayor esplendidez, al invicto luchador. Lloren los demonios, derrotados también ahora por las victorias del mártir renovadas por vosotros. Mostradles de nuevo, la mano ardiendo y victoriosa. Píntese asimismo en el cuadro, al árbitro del combate, Cristo, a Quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



1. Gén., L, 1.
2. Deut., XXXIV, 8.
3. 1 Reyes, XV, 1.
4. Jn. XI, 25.
5. 1 Cor., I, 20.
6. 11 Cor., XI, 6.
7. Hech., V, 41.
8. Salmo CXLIII, 1.
9. Salmo LXXH, 24.

 

ATIENDE A TI MISMO


"Atiende a ti mismo, no sea que
alguna vez una palabra oculta, se
haga iniquidad en tu corazón"
(Dt. XV, 9)2.


Introducción

Dios Nuestro Creador, nos ha dado el uso de la palabra para que descubramos a los demás los designios del corazón; ya que somos de una misma naturaleza, quiere Dios que, comunique cada uno con su prójimo, sacando como de unas alacenas, las intenciones de los escondrijos del corazón. Si contásemos únicamente de alma, pronto nos entenderíamos con los demás por medio de lo que pensamos. Pero como nuestra alma elabora los pensamientos revestida con el traje de la carne, tiene necesidad de palabras y nombres para publicar lo que dentro tiene. Y así, luego que nuestro pensamiento toma una voz significativa llevado por la palabra como en una barca, cruzando el espacio, pasa del que habla al que oye. Si encuentra profunda calina y silencio, entra como en puertos tranquilos e imperturbados en los oídos de los que escuchan. Pero si como enfurecida tempestad, sopla contra el alboroto de los oyentes, naufragará disolviéndose en medio del espacio. Haced, pues calina a la palabra con el silencio. Porque tal vez aparezca conteniendo algo útil que podáis llevar con vosotros.

La palabra de la verdad es difícil de comprender; puede fácilmente escapárseles a los que no estén con atención. Por eso, dispuso el Espíritu Santo que fuese concisa y breve, para que significase con pocas palabras muchas cosas, y pudiese por la brevedad retenerse fácilmente en la memoria. Porque virtud natural de la palabra es el no ocultar con oscuridad las cosas que significan, no estar ociosa y vacía andando ligeramente alrededor de las cosas.


El porqué de la sentencia

Tal es la sentencia que poco ha nos leyeron de los libros de Moisés, de la cual os acordaréis muy bien los diligentes; a no ser que por su brevedad haya pasado ligeramente por vuestros oídos. Dice, pues, así: Atiende a ti mismo, no sea que alguna vez una palabra oculta se haga iniquidad en tu corazón 3.

Somos los hombres inclinados a los pecados del pensamiento. Por eso el que formó uno por uno nuestros corazones, sabiendo que la principal parte del pecado se comete con el apetito de la voluntad, ordenó en nosotros la pureza como la primera en la parte más noble. El sitio donde más fácilmente resbalamos al pecado lo ha favorecido con mayor esmero y vigilancia.

Y así como los médicos más previsores, defienden muy de antemano con medicinas preservativas las partes más débiles de los cuerpos; de la misma manera, el común curandero y verdadero médico de las almas, previno con más poderosos auxilios lo que conoció estar en nosotros más inclinado al pecado. Las acciones del cuerpo necesitan tiempo, oportunidad, trabajos, ayudantes, y los demás gastos. No así los movimientos de la mente, pues se ejecutan instantáneamente, se acaban sin cansancio, se detienen sin hacer nada; todo tiempo es apto para ellos.

Suele ocurrir que algún arrogante y vanaglorioso de su castidad, revestido por afuera con máscaras de pudor, sentándose muchas veces en medio de los que le llaman dichoso por su virtud, acude con su mente, por el oculto movimiento del corazón, al lugar del pecado. Ve con la imaginación lo que desea. Finge compañías indecorosas. Píntase claramente el placer en la escondida oficina de su corazón. Comete el pecado allá dentro sin testigos; desconocido por todos hasta que venga el que ha de descubrir los escondrijos de las tinieblas, y manifestar los deseos de los corazones 4.

Atiende, pues, no sea que alguna vez algún pensamiento oculto se haga iniquidad en tu corazón. Porque el que mire a una mujer para codiciarla, ya ha cometido adulterio en su corazón 5. Las acciones corporales las interrumpen muchos, mas el que peca con el deseo, ha cometido él pecado con la velocidad de los pensamientos. Por lo cual, contra esto tan resbaladizo, se nos dio pronto precaución. Así lo atestiguan las palabras: No sea que alguna vez una palabra oculta se haga delito en tu corazón.


Atiende a ti mismo para que puedas discernir lo dañoso de lo saludable

Pero volvamos al comienzo de la sentencia. Atiende a ti mismo. Todos los animales tienen por concesión de Dios, quien todo lo creó, movimientos para mirar por su propia naturaleza. Y encontrarás, si observas diligentemente, que la mayor parte de los brutos, sin que nadie les enseñe tienen odio a los que les dañan. Son atraídos por el contrario, por cierta inclinación natural, a gozar de lo que les es útil. Por eso mismo Dios, nuestro maestro, nos dio este gran precepto para que lo que ellos hacen por naturaleza, eso lo hagamos nosotros con el auxilio de la razón. Lo que ellos hacen inconsiderablemente, quiere Dios que lo hagamos nosotros con atención y con la continua dirección de los pensamientos. Quiere que seamos guardas diligentes de los movimientos que El nos da, huyendo del pecado como huyen los brutos de las comidas venenosas y siguiendo la justicia como siguen ellos las nutritivas hierbas.

Atiende por lo tanto a ti mismo, para que puedas discernir lo dañoso de lo saludable.


Dos maneras de atender a sí mismo

Dos maneras hay de atender: una, contemplando con los ojos corporales las cosas visibles; otra, elevando la facultad espiritual del alma a la contemplación de las cosas incorpóreas. Si dijésemos que este precepto sólo se refiere a la acción de los ojos, mostraremos de inmediato la imposibilidad de esto. Porque ¿cómo uno se abarcaría a sí todo con el ojo? Pues, ni el ojo usa de su mirada para verse a sí mismo, ni puede ver la parte superior de la cabeza, ni las espaldas, ni el rostro, ni la interior disposición de las entrañas. Por otra parte, sería una impiedad decir que no pueden guardarse los mandamientos del Espíritu Santo.

Resta, pues, que entendamos el precepto en cuanto se refiere a la acción del entendimiento.

Atiende a ti mismo, es decir: examínate a ti mismo por todas partes. Ten despiertos los ojos del alma para vigilarte a ti mismo.

Atraviesas por medio de lazos 6. Yacen ocultas por todas partes, trampas puestas por el enemigo. Examina, pues, todo lo que está a tu alrededor, para que te libres como el gamo de los lazos, y como el ave de la trampa 7. Porque al gamo no se le puede agarrar con lazos por la agudeza de su vista, por donde se lo llama así por la perspicacia de sus ojos. Y el pájaro, cuando está atento, con sus ligeras alas se remonta sobre las celadas de los cazadores.

Pues mira. No te muestres más perezoso que los irracionales en vigilarte a ti mismo. Está, atento, no sea que alguna vez, enredado en los lazos, seas presa del diablo, cazado por él en vida para ser su juguete.


Atiende únicamente a ti mismo, a tu alma

Atiende, pues, a ti mismo; a saber, no a tus cosas, ni a lo que te rodea, sino atiende únicamente a ti mismo. Porque una cosa somos nosotros mismos, y otra nuestras cosas; y otra, todo lo que nos rodea. Nosotros somos el alma y la mente en cuanto que hemos sido hechos a imagen del Creador. Cosa nuestra es el cuerpo y sus sentidos. Lo que nos rodea son las riquezas, artes y lo demás concerniente a la vida.

¿Qué dice, pues, la sentencia? No atiendas a la carne ni busques en manera alguna su bien; la salud, la hermosura, el goce de los placeres, la larga vida. No admires las riquezas, la honra y el poder. No tengas por cosa grande cuanto satisface las necesidades de la vida temporal, no sea que desprecies, por la afición a estas cosas, la vida más excelente que tienes. Atiende a ti mismo; es decir a tu alma. Adórnala, cuídala, hasta que desaparezca, por tu diligencia, toda suciedad que se la haya pegado del mal. Procura borrar toda la deshonra que le haya venido del pecado. Adórnala y embellécela con galas de virtud.

Examínate a ti mismo quien eres. Conoce tu naturaleza: que es mortal tu cuerpo, e inmortal el alma. Conoce que tenemos una vida doble: una, perteneciente a la carne, que pasa velozmente; otra, perteneciente al alma, que no tiene límite.


Reflexiona diligentemente sobre ti mismo para dar a cada uno lo conveniente

Atiende, pues, a ti mismo. No te pegues a las cosas perecederas como si fueran eternas. No desprecies las eternas como si fueran pasajeras. Desprecia la carne, porque pasa; cuida del alma, que es inmortal. Reflexiona con toda diligencia sobre ti mismo, para que aprendas a dar a cada uno lo conveniente: a la carne los alimentos y los vestidos, y al alma las enseñanzas de la piedad, el comportamiento honesto, el ejercicio de la virtud, el dominio de las pasiones. Atiende a ti mismo para que no engordes excesivamente al cuerpo, ni andes solícito por la abundancia de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne y mutuamente se contrarían ambos 8. Atiende a ti mismo, no sea que, condescendiendo con la carne, des mayor poder al que menos vale. Porque así como en los fieles de las balanzas, si cargas mucho un platillo haces necesariamente al que está enfrente, en el lado contrario, más ligero, así también en el cuerpo y en el alma la superioridad del uno comporta necesariamente la debilidad del otro. Y es así, que gozando de bienestar el cuerpo, y pesado por su obesidad, necesariamente el entendimiento está débil y flojo para sus operaciones propias, mientras que, por el contrario, estando bien el alma y levantada a su propia grandeza, por medio de ejercicio del bien, síguese el que la debilite esta complexión del cuerpo.


Precepto útil para todos

Y este mismo precepto es útil para los débiles, y en sumo grado consciente para los fuertes. También los médicos de las enfermedades aconsejan a los pacientes a que atiendan a sí mismos, y nada descuiden de lo perteneciente a su salud. Pues de una manera semejante, la sentencia, el médico de nuestras almas, sana con este pequeño remedio al alma enferma por el pecado. Atiende por lo tanto a ti mismo, para que conforme lo exige tu delito, recibas el remedio de la salud.

¿Es grande y horrible tu pecado? Pues necesitas mucho la confesión, lágrimas amargas, continuadas vigilias, ayunos no interrumpidos.

¿Es ligera y tolerable tu falta? Sea igual también la penitencia. Únicamente atiende a ti mismo, para que conozcas la salud y la enfermedad del alma. Porque muchos teniendo grandes e incurables enfermedades, ni se dan cuenta siquiera, por su excesiva inconsideración, que están enfermos.

Grande es también la utilidad que se sigue de esta sentencia para los robustos en sus obras. Una misma sentencia, sana a los enfermos y perfecciona a los sanos. Cada uno de nosotros, que somos discípulos de esta sentencia, es administrador de algún oficio de los que prescribe el Evangelio 9. Porque en esta gran casa de la Iglesia, no sólo hay ajuares de todas clases, de oro y de plata, de madera y de barro, sino que hay también toda clase de artes. Tiene la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios Vivo lo, cazadores, atletas, soldados. A todos éstos se adapta esta breve sentencia. Comunica a cada uno diligencia en el trabajo, y entusiasmo en la voluntad. Eres cazador enviado por el Señor, que dijo:

He aquí que yo envío muchos cazadores y los cazarán por todos los bosques 11.

Atiende, pues, con diligencia, no se te escape la presa, para que cazando con la palabra de la verdad a los que se han convertido en fieras, por sus servicios, los traigas al Salvador. Eres caminante como lo era aquel que oraba así: Dirige mis pasos 12.

Atiende a ti mismo. No tuerzas el camino, no te separes a la derecha o a la izquierda 13. Vete por el camino real. El arquitecto eche sobre la mente el cimiento de la fe, que es Cristo Jesús 14. El albañil mire como edifica, no con madera, ni heno, ni paja, sino con oro, plata y piedras preciosas. Tú, pastor, atiende, no te pase por alto alguna de las cosas que requiere el oficio pastoril. Y ¿qué cosas son éstas? Encamina al perdido, venda al golpeado, cura al enfermo.

Tú labrador, cava alrededor de la higuera infructuosa y arroja allí lo que ayude para la fecundidad.

Tú que eres soldado, colabora al Evangelio pelea valiente, combate 15 contra todos los espíritus del mal, contra las pasiones de la carne; toma toda la armadura de Dios: no te compliques en los negocios de la vida para que agrades al que te eligió para su milicia.

Tú atleta, atiende a ti mismo. No faltes a las leyes atléticas; porque ninguno es coronado si no luchó legalmente 16. Imita a San Pedro que corría y peleaba y era luchador; y así tú, como un buen combatiente, ten firme la mirada de tu alma. Cubre las partes más peligrosas con el impedimento de tus manos; ten fijos los ojos en el adversario. En tus carreras tiende tu vista a lo que te queda por delante 17. Corre de suerte que ganes el premio 18. Oponte en la lucha a los enemigos invisibles.

Tal quiere la sentencia que seas durante la vida; no cobarde ni perezoso, sino cauto y vigilante gobernador de ti mismo.

No me bastaría el día entero si hubiera de continuar exponiendo, sea las obligaciones de los que coadyuvaban al Evangelio de Cristo, sea la eficacia del precepto y cuán bien se acomoda a todos.


Atiende a ti mismo, previniéndote contra las vanas ilusiones

Atiende a ti mismo. Se sobrio, aconsejado, observador de las cosas presentes, previsor de lo futuro. No pierdas lo ya presente, por tu pereza, ni te prometas el goce de lo que ni es, ni tal vez será, como si estuviese ya en tus manos.

Y ¿no está por naturaleza esta enfermedad en los jóvenes que por la ligereza de su entendimiento creen poseer ya lo que esperan? Porque cuando alguna vez están en reposo, o en el descanso de la noche, se fraguan ellos mismos imágenes que no existen, son arrastrados por la insensibilidad de su mente a todas las cosas. Prométense el esplendor de la vida, brillante boda, feliz descendencia, larga vejez y honores de parte de todos. Después, no pudiendo detener sus esperanzas en ninguna cosa, son arrebatados a las mayores cosas humanas. Poseen casas hermosas y grandes. Las llenan de toda clase de cosas preciosas. Ponen a su alrededor cuanto la vanidad de sus pensamientos les señala de terreno en el mundo. Las riquezas que de allí resultan, las encierran en los cofres de la vanidad.

A todo esto, añaden rebaños, innumerables multitud de domésticos, puestos políticos, dignidades militares, guerras, trofeos, el mismo reino.

Todas estas cosas consideradas en las ficciones vacías de su mente, debido a su excesiva locura, les parece como que ya las gozaran de presente. Parece como que tuvieron ante sus pies lo que tan solo esperan. Tener sueños estando despierto, es una enfermedad propia de un alma débil y perezosa.

Pues bien, la Escritura, para estrujar esta vana soberbia de la inteligencia, y esta vanagloria de nuestros pensamientos, y para reprimir como con un freno de inconstancia de la mente, nos anuncia este grande y sabio precepto: "Atiende a ti mismo, sin prometerte lo que no existe, y dirige las cosas presentes a tu utilidad".


Atiende a ti mismo y no quieras averiguar los males de otros

Creo que el legislador usó también esta amonestación para hacer desaparecer asimismo este vicio de la sociedad. El indagar curiosamente los males ajenos, nos es más fácil a todos, que el indagar diligentemente lo propio. A fin de que esto no suceda, (el legislador nos) dice: "Cesa de averiguar los males ajenos. No entregues a la ociosidad tus pensamientos para que se ocupen de la vida de los demás. Atiende a ti mismo, a saber, vuelve los ojos de tu alma para averiguar tus propias cosas". Pues muchos, como dice el Señor, ven una pajuela en el ojo de su hermano, y no ven la viga que llevan en el suyo 18.

Por lo tanto, no ceses de examinarte a ti mismo. Examina tu vida, si marcha conforme al precepto. No te preocupes de lo que hay por defuera a tu alrededor. No te ocupes de observar y ver si acaso puedes encontrar en alguna parte ocasión de reprender a alguno. No seas como aquel soberbio y arrogante fariseo que estaba de pie llamándose a sí mismo justo, y despreciando al mismo tiempo al publicano. Tú, por el contrario, no ceses de pedirte cuenta a ti mismo. Examínate si has pecado con tu pensamiento, si tu lengua se ha deslizado en algo, adelantándote a la razón, si en las obras de tus ruanos has hecho algo temerario. Y si en tu vida encontrares muchos pecados (y seguramente que siendo hombre los encontrarás), di con él publicano: Oh Dios mío, compadeceos de mí, que soy un pecador 20.


Sentencia útil para todas las circunstancias de la vida

Atiende, pues, a ti mismo. Esta sentencia aun cuando tu vida se deslice prósperamente y goces de espléndida felicidad, será útil como un buen consejero que trae a la memoria las cosas humanas. Y si eres atribulado por las adversidades, irá también a su tiempo junto a tu corazón; de modo que ni la soberbia te levantará a jactancia, ni tampoco caerás por la desesperación en una deshonrosa tristeza.

¿Estás orgulloso por tus riquezas y te jactas de la gloria de tus antepasados? ¿Te engríes de la patria y de la belleza del cuerpo y de los honores que de todos recibes? Atiende a ti mismo que eres mortal, que eres tierra y en tierra te has de convertir 21. Vuelve la vista hacia los que antes de ti estuvieron en semejantes honras. ¿Dónde están los que fueron admirados por su poder político? ¿Dónde los oradores invencibles? ¿Dónde los que reunían públicas, asambleas; los que alimentaban briosos corceles, los generales, los sátrapas, los tiranos? ¿No es todo polvo? ¿No fue todo fábula? ¿No se conserva en unos pocos huesos la memoria de su vida? Revuelve las sepulturas, a ver si puedes distinguir cuál fue el siervo y cuál el señor, quién el pobre y quién el rico. Separa, si puedes, al vasallo del rey, al valiente del cobarde, al hermoso del feo.

Por consiguiente, si te acuerdas de tu naturaleza, jamás te ensoberbecerás. Y te acordarás de ti, si atiendes a ti mismo.

¿Eres de nacimiento humilde y desconocido, pobre nacido de pobres, sin casa, sin ciudad, débil, necesitado del alimento de cada día? ¿Temes a los poderosos y te abajas por lo humilde de tu vida? El pobre, dicen los Proverbios, no sufre la amenaza 22. Pero no te desalientes. Si en la actualidad no tienes nada digno de ser emulado, no depongas por eso tu esperanza. Levanta tu ánimo a los bienes que ya te ha comunicado Dios, y a los que te esperan después por su promesa.

Porque, mira, en primer lugar, eres hombre. Eres el único entre los animales formado por Dios 23,. ¿Por ventura al que bien lo piensa no basta esto para consuelo grande? ¿No le basta para su consuelo el haber sido formado por las mismas críanos de Dios que todo lo creó? Por otra parte; ¿no te basta que hecho e imagen de tu Creador, puedas subir, por la práctica de la virtud, a una honra semejante a la de los ángeles? Tienes un alma dotada de inteligencia con la que puedes conocer a Dios. Al averiguar, por medio de la razón, la naturaleza de las cosas, adquieres el sabrosísimo fruto de la sabiduría. Además, todos los animales de la tierra, tanto los domésticos como los de los bosques, los que se crían en las aguas como los volátiles, te sirven a ti y están bajo tu dominio.

¿No fue el hombre quien inventó las artes y edificó las ciudades? ¿No fue él, quien descubrió las cosas necesarias y las placenteras? ¿Los mares, no le han abierto el camino, gracias a su entendimiento? Y el aire y el cielo y los coros de las estrellas, ¿no le muestran su orden? ¿Por qué entonces te desanimas por no tener un caballo de plateadas bridas? En cambio, tienes al Sol que con más contante curso, durante todo el día, está sirviéndote de antorcha.

No tienes el resplandor del oro y de la plata. Pero tienes a la luna que te alumbra con su resplandor.

No te paseas en carrozas recamadas de oro. Pero tienes pies, vehículo propio y hecho para ti. ¿Por qué entonces considerar dichosos a los que tienen los bolsillos llenos mientras necesitan de pies ajenos para andar?

No duermes en cama de marfil. Pero tienes la tierra, que vale mucho más que todos los marfiles. Sobre ella es dulce el descanso, y veloz el sueño, libre de cuidados.

No habitas bajo techo dorado. Pero tienes el cielo radiante, con la majestuosa belleza de los astros.

Pero eso es humano. Tienes cosas mejores aún. Dios mismo habitó por ti en medio de los hombres. Tienes la comunicación del Espíritu Santo. Tienes la destrucción de la muerte y la esperanza de la resurrección. En tu poder están los preceptos divinos que perfeccionan tu vida. En tu poder está el acercarte a Dios por medio de los mandamientos. El reino de los cielos está dispuesto para ti. Coronas de justicias, están preparadas para quien no huye de los trabajos de la virtud.

En todas las ocasiones ten presente este precepto: "Atiende a ti mismo"

Si atiendes a ti mismo, esto y mucho más, encontrarás a tu alrededor. Gozarás de los bienes presentes y no te desanimarás por los que te faltan.

Si en todas las ocasiones tienes presente este precepto, te prestará siempre un auxilio muy grande.

Por ejemplo: ¿Acaso tu ira predomina a la razón y te impulsa a proferir palabras poco decorosas, y a poner por obra acciones crueles y fieras? Pues si atiendes a ti mismo refrenarás la ira como a un potro indómito y brioso, maltratándola, con los golpes de la razón, como con un látigo. Además reprimirás tu lengua y no levantarás tu mano contra quien te irrita.

¿Acaso malos deseos aguijonean tu alma y la arrastran a movimientos lascivos y voluptuosos? Pues si atiendes a ti mismo y recuerdas que ese placer presente te conducirá a un amargo fin, y que ese mismo goce que ahora resulta en nuestro cuerpo por el placer, engendrará el venenoso gusano que para siempre nos atormentará en el infierno, y que el ardor de la carne ha de ser la causa del fuego eterno: entonces, seguramente que pronto se alejarán ahuyentados los placeres y surgirá dentro de tu alma una admirable tranquilidad y paz. Ocurrirá como en el alboroto de las criadas disolutas, que cesa de inmediato con la presencia de la prudente ama de casa.

Atiende, pues, a ti mismo. Y conoce que tu alma, por una parte es racional y capaz de discurrir, y por otra, está inclinada a las pasiones y a la irracionalidad. En cuanto a lo primero, en cuanto racional, le toca, por naturaleza, mandar. A las pasiones corresponde, sujetarse y obedecer a la razón.

No permitas, pues, que la razón se rinda a las pasiones y se haga esclava de ellas. No permitas que éstas se levanten contra la razón y se adueñen del imperio del alma.


El diligente examen de sí mismo conduce al conocimiento de Dios

Por último, el diligente examen de ti mismo, te conducirá, como por la mano, al conocimiento de Dios. Pues, si atiendes a ti mismo, nada te costará investigar mediante la disposición de las cosas creadas, al Hacedor. En ti mismo, como en un "microkosmos" advertirás la gran sabiduría del Criador. Por el alma inmortal que en ti habita, entenderás que Dios es incorpóreo. Entenderás que no está limitado a ningún lugar alguno, sino que ocupa lugar por la unión que tiene con el cuerpo. Creerás que Dios es invisible, al reflexionar sobre tu alma, porque tampoco a ésta se le puede ver con los ojos del cuerpo. Pues ni tiene color, ni figura, ni le conviene ninguna cualidad del cuerpo, sino que tan sólo por sus operaciones se la conoce. Por lo tanto, no pretendas conocer a Dios por tus ojos, sino que trayendo la fe a tu mente, has de tener de El un conocimiento espiritual.

Admira cómo el artífice ha unido la energía de tu alma con el cuerpo; de manera que extendiéndose hasta sus extremidades, hace conspirar hacia un mismo fin a miembros tan distantes entre sí.

Admira la fuerza que el alma comunica al cuerpo. Admira cómo la carne obedece al alma. Admira cómo el cuerpo recibe la vida del alma y ésta recibe en cambio sinsabores del cuerpo. Admira el bagaje de enseñanzas que tiene el alma; cómo al conocimiento de las cosas aprendidas anteriormente no estorban los nuevos conocimientos que adquieres, sino que los recuerdos se conservan distintamente y sin confusión, esculpidos, como en una lámina de bronce, en la parte más noble del alma. Admira finalmente, como, purificada de la torpeza del vicio, se hace, por la virtud, semejante al Criador.


Atiende a ti mismo para que atiendas a Dios

Después de contemplar al alma, observa también, si te parece, la estructura del cuerpo. Admira cómo el mejor artífice le ha fabricado para que sea idónea morada del alma racional.

Además, observa cómo Dios únicamente al hombre, entre todos los animales, le formó derecho, a fin de que sepas, por tu misma postura, que tienes origen divino. Pues todos los cuadrúpedos miran a la tierra y se inclinan hacia su vientre. Pero en el hombre, la mirada está dispuesta de tal manera que vea el cielo, a fin de que no complazca a su vientre ni a los bajos apetitos; sino para que tenga puesta toda su intención en el camino hacia el cielo. Además, colocada, la cabeza en la parte superior, puso en ellas los sentidos. Allí está la vista, el oído, el gusto, el olfato, colocados todos, unos cerca de otros. Y sin embargo sujetos como están a un lugar tan pequeño, cada uno no estorba en nada, la acción del otro. Los ojos ocupan la más alta atalaya, a fin de que ninguna parte del cuerpo les haga sombra, sino que, colocados bajo la defensa de las cejas, extiendan su mirada, derechamente, desde lo más alto y levantado. El oído no está abierto en línea recta, sino que los sonidos que se producen en la atmósfera, los percibe por una tortuosa abertura. Esto está hecho con gran sabiduría. Porque de esta manera se da libre paso a la voz, y cuando entra por las concavidades resuenan sin que dañe al sentido lo que se desliza por defuera.

Observa la naturaleza de la lengua. Mira cuán delicada y flexible es, y sin embargo, suficiente para usar toda clase de palabras, gracias a la variedad de sus movimientos. Los dientes, son medios para la voz, prestando grande ayuda a la lengua; son a la vez los que coadyuvan de las funciones digestivas.

Y de esta manera podrás recorrer y raciocinar convenientemente acerca de todas las cosas. Podrás admirar la respiración del aire por el pulmón, la respiración del calor en el corazón, los órganos de la digestión, los canales de la sangre. Y por medio de todas estas cosas, podrás conocer la investigable sabiduría del Criador. El mismo te lo dice por el profeta: -Admirable se ha hecho tu sabiduría en mi 24.

Atiende, pues, a ti mismo, para que atiendas a Dios, a Quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.



2. Este es el texto tal como lo tradujeron los Setenta. La Vulgata traduce: "Cave ne forte subrepar tibi impia cogitatio et dicas in corde tuo...".
3. Dt., XV, 9.
4. 1 Cor., IV, 5.
5. Mt, V, 28.
6. Eclesiástico, IX, 20.
7. Prov., VI, 5.
8. Galat., V, 17.
9. II Tim., III, 20.
10. I Tim., III, 15.
11. Jer., XVI, 16.
12. Salmo CXVIII, 133.
13. Deut., V, 32.
14. 1 Cor.,111, 2.
15.1 Tim., IRr 15.
16. II Tim., II, 5.
17. Hip.,111, 13.
18.1 Cor., IX, 24:
19. Mt., VII, 3
20. Lc., XVIR,13.
21. Gén., III, 10.
22: Pro,, XIII, 8>
23. Gén., II, 7.
24. Salmo CXXXVIII, 6.

 

LA EMBRIAGUEZ


Disgusto y desaliento del santo por los excesos cometidos

Los espectáculos que ayer por la tarde tuvieron lugar1 me inducen por una parte a dirigiros la palabra. Pero por otra, reprime mi deseo y apaga todo mi entusiasmo la inutilidad de mis exhortaciones anteriores 2. Desmaya el labrador si no crece la primera semilla que siembra, mostrándose tardo y desalentado para sembrar de nuevo sobre la misma tierra. Ahora bien, ¿con qué esperanza voy a hablaros hoy, si después de tantas exhortaciones, como las que días pasados os hicimos incesantemente, y después de haber estado día y noche, durante estas siete semanas de los ayunos, anunciandoos sin parar la buena nueva de la gracia del Señor, ningún fruto, ninguna utilidad se ha conseguido? ¡Oh!, ¡cuántas noches habéis velado en vano! ¡Cuántos días os habéis congregado en vano! ¡Si es que es vano! Porque quien comienza una vez el camino de las buenas obras y vuelve después a sus antiguas costumbres, no sólo pierde el fruto de sus desvelos, sino que se hace digno de un mayor castigo. Habiendo gustado la suavidad de la palabra de Dios, habiendo sido digno de conocer los misterios de nuestra fe, todo lo perdió, seducido por un pasajero deleite.

"El humilde, dice el sabio, es digno de perdón y de misericordia, pero el poderosa, poderosamente será atormentado" 3. Con una sola tarde, con un solo ataque del enemigo se arruina y se destruye todo aquel trabajo. ¿Qué ánimo puedo tener yo para volver a hablaros? Hubiera callado, creedme, si no me hiciese temblar el ejemplo de Jeremías a quien por no querer hablar a un pueblo perverso, le sobrevino el castigo que él mismo nos cuenta: un fuego devorador se apoderó de sus entrañas y le consumía por todas partes, y no podía soportarlo 4.


Descripción de los excesos cometidos

Unas mujeres lascivas, olvidadas del temor de Dios, despreciando el fuego eterno del infierno, en aquel mismo día en que debían haber estado quietas en sus casas en memoria de la resurrección, recordando el día en que se abran los cielos y aparezca el Juez de los hombres, día en el que, al sonido de la trompeta divina, resucitarán los muertos, compareciendo el justo Juez que juzgará a cada uno según sus obras: estas mujeres, digo, en lugar de estar pensando en estas cosas y de purgar sus almas de los malos pensamientos, borrando con lágrimas sus pecados anteriores y preparándose para recibir a Cristo en el día grande de su aparición, sacudieron el yugo de su divino servicio 5. Arrojaron de sus sienes el velo de la honestidad, despreciaron a Dios y a sus ángeles. Se portaron indecorosamente ante toda mirada de los hombres, agitando sus cabellos, y sus túnicas. Durante el baile, con sus ojos lascivos, con risas desenfrenadas, impulsadas como por la locura, provocaban en sí mismas toda la liviandad de los jóvenes. E hicieron el baile nada menos que en la basílica de los mártires, fuera de los muros de la ciudad, convirtiendo los lugares sagrados en lugares de corrupción. Corrompieron la atmósfera con sus cantares livianos. Mancharon la tierra, al bailar sobre ella con sus inmundos pies. Desvergonzadas, locas, no omitieron ningún género de manía. Hiciéronse a sí mismas, espectáculo, delante de una turba de jóvenes.

¿Cómo callar esto? ¿Cómo lo lamentaré como merece?

El vino es el que ha causado tantos estragos en estas almas. El vino, don de Dios, dado para alivio de la debilidad del cuerpo, y para usarlo con sobriedad, se ha convertido en aliciente para lascivia, por usarlo sin templanza.


Efectos de la embriaguez.

El santo no tiene confianza de ser escuchado

La embriaguez, ese demonio voluntario 6 que penetra en el alma por medio del placer; la embriaguez madre de la maldad, enemiga de la virtud, al hombre fuerte le hace débil, al casto lascivo; no conoce la justicia y, rebasa los límites de la prudencia. De la misma manera que el agua es contraria al fuego, así el vino, usado en demasía, extingue la razón. Por eso me resistía yo a hablar contra la embriaguez: no porque se tratase de un mal poco considerable, sino porque nada habían de aprovechar mis palabras.

Porque si el ebrio ha perdido el juicio, y no sabe donde está, en vano habla quien le reprocha, pues él no le escucha. ¿A quién pues hablaré? Ciertamente que los que tienen necesidad de amonestaciones no oyen lo que se les dice. Los prudentes y los sobrios no tienen necesidad de mis palabras, pues están libres de este vicio. ¿Qué partido he de tomar en la presente condición de cosas si ni mis palabras han de ser útiles, ni mi silencio seguro? ¿Abandonaremos la cura? Pero es peligrosa la negligencia.

¿Hablaré contra los ebrios? Pero es tronar en oídos sordos. Pero quizás, así como cuando aparece una peste, los médicos aplican remedios aptos para prevenir el mal en los sanos, mas no osan tocar a los que ya están infestados, así también en nuestro caso, la palabra tiene una mediana utilidad; la de tutelar y precaver a los fieles todavía sanos, pero no servirá para curar a los que están ya atacados por la enfermedad.


La embriaguez, fuente de daños físicos

¿En qué te diferencias, oh hombre, de los animales irracionales? ¿No es en el don de la razón, don que recibiste del Creador, don por el cual eres constituido príncipe y señor de todas las criaturas? Pues quien se priva a sí mismo de la razón y del juicio por la embriaguez, "se hace semejante a las bestias irracionales y pónese a la par de ellas" 7. Más aún: yo diría que los que están embriagados son más irracionales que los mismos brutos, puesto que todos los cuadrúpedos, todas las bestias tienen en cierta manera ordenada su concupiscencia; pero los entregados al vino, tienen sus cuerpos animados por un ardor que supera al querido por la naturaleza. A todas horas y constantemente son impelidos a los deleites impuros y torpes. Y esto no sólo los embrutece y los atonta, sino que la privación de sus sentidos hace al embriagado el más abominable de todos. Porque ¿qué animal pierde el sentido de la vista y del oído, como lo pierde el que se embriaga? Pero los ebrios lo pierden, porque no conocen a sus parientes, y tratan muchas veces con desconocidos creyendo que son sus amigos, allegados. ¿No pasan muchas veces saltando por las sombras, creyendo que atraviesan arroyos y valles? Sus oídos están continuamente percibiendo ruidos y estrépitos, como furor de mar tempestuoso. Les parece que la tierra se levanta hacia arriba, y que los montes giran a su alrededor. Unas veces ríen sin cesar. Otras, se lamentan y lloran sin consuelo. Ora se muestran intrépidos y audaces, ora tímidos y temblorosos. El sueño les es pesado, difícil de sacudir, sofocante y parecido a la muerte. En las vigilias permanecen más estúpidos que en los mismos sueños. Su vida es una especie de sueño continuado. No teniendo quizás ni con qué vestirse, ni qué comer para mañana, se imaginan ser reyes, capitanean ejércitos, edifican ciudades, y reparten dinero. Es el vino el que llena sus cabezas de semejantes locuras y visiones.

En otros, en cambio, produce efectos contrarios. Pierden el coraje, están tristes, doloridos, llorosos, tímidos y consternados. Un mismo vino, según la distinta constitución produce distintos y diferentes efectos en los ánimos. A los ardorosos y llenos de sangre, les pone alegres y gozosos. A los que ya han gastado las fuerzas con su peso, y les ha corrompido la sangre, les excita a los efectos contrarios 8. ¿Qué necesidad hay de enumerar la turba de los demás trastornos? La pesadez de su carácter, el irritarse con facilidad, el ser quejumbrosos, el ser de ánimo mudable, los gritos, los tumultos, el ser inclinados a las acciones criminales, el ser incapaces de refrenar y disimular la ira.


La embriaguez, fuente de impureza

Además, la incontinencia en los goces y placeres, tiene su origen en el vino como en su fuente. A una con el vino, brota la enfermedad de la impureza, que es menor en los brutos que en los embriagados. Las bestias conocen los términos de la naturaleza. Pero los ebrios pierden todo el control de su persona. Van hasta contra la naturaleza. Mas no es fácil decir y ponderar con palabras todos los males que se encierran en la embriaguez. Los daños que trae la peste, afligen de tiempo en tiempo a los hombres. El aire inyecta poco a poco su misma corrupción en los cuerpos. Pero los daños que trae el vino lo invaden todo a un mismo tiempo. Porque pierden el alma con todo género de vicios. Corrompen al propio cuerpo con los inmoderados placeres, a que son arrastrados por una especie de furor. Más aún; los mismos vapores del vino hinchan de tal manera el cuerpo qué le hace perder su vigor vital con tales excesos. Tienen los ojos, lívidos, pálido el semblante, embotado el espíritu, atada la lengua. Sus gritos son confusos, sus pies titubeantes como los del niño, espontáneos sus vómitos de lo superfluo que allá tienen, como si saliesen de las bocas de unas bestias.

Son desgraciados por sus lascivias, más desgraciados aún que los que en el mar son agitados por una tempestad. A éstos las olas, sucediéndose unas a otras, no les permiten salir a flote. De modo semejante, las almas de aquéllos quedan ahogadas y sumergidas en el vino. Por eso, así como a la nave muy llena de mercancías, cuando es agitada por la tempestad, es necesario que le alivien el peso, arrojando parte de su carga al mar, así a éstos es necesario aliviarles de lo que les hacen tan pesados. Y aún apenas con el vómito quedan libres de sus cargas.

Son tanto más desgraciados que los navegantes; cuanto que aquéllos son acometidos por los vientos, por el mar, y por fuerzas exteriores que no pueden impedir. Pero éstos levantan voluntariamente en sí mismos la tempestad de la embriaguez.

El que es atacado por el demonio es digno de lástima. Pero el ebrio ni siquiera es digno de compasión, pues lucha con un enemigo voluntario. Llegan al colmo de componer ciertas medicinas, cuyo efecto no es atajar el mal que produce el vino, sino hacer que la embriaguez, sea constante y continua.

Y por lo que hace al tiempo de la bebida, les parece pequeño el día; breve la noche, y corto el invierno.


El ansia de beber

No tiene fin este mal. Porque el mismo vino les abre el deseo de beber más. No alivia la necesidad, sino que una bebida induce a la necesidad de otra bebida, abrasando a los embriagados, y despertando siempre el deseo de beber más. Cuando piensan que van a saciar su sed insaciable, les sucede lo contrario. Porque con el continuo uso de este placer, se embotan y languidecen sus sentidos. Y así como la excesiva luz daña a la vista, y así como pierden sus sentidos los oídos que son heridos con golpes y estrépitos muy grandes de manera que después ya no oyen nada; así éstos, dejándose arrastrar imprudente e incautamente por la afición de este placer, llegan a perderle completamente. El vino más puro dicen que es insípido, y parece agua. El frío les parece caliente, y aunque esté helado, aunque esté como la nieve, no pueden apagar la hoguera que en sti pecho ha encendido el inmoderado uso del vino.


¡Ay de los ebrios!

"¿Para qué son los ayes? ¿Para quién los alborotos? ¿Para quién los tribunales? ¿Para quién los disgustos y las riñas? ¿Para quién las heridas inútiles? ¿Quién trae los ojos encendidos? ¿No son éstos los dados al vino, y los que andan explorando dónde hay bebidas?" 9.

¡Ay! es palabra de lamentación, y de lamentación son dignos los que se embriagan, porque no han de alcanzar el reino de Dios 10.

Vienen después los alborotos, porque el vino turba sus mentes. Los disgustos y las riñas se deben al amargo placer que el beber les ha acarreado.

Quedan atados sus pies, atadas sus manos, por los vapores del vino, que se extienden por todo su cuerpo. Y aún antes de todos estos padecimientos, en el mismo tiempo en que están bebiendo, se apodera de ellos el furor de los frenéticos. Porque después que el vino se les sube a la cabeza, sienten en ella dolores insufribles. No pudiendo mantenerla recta sobre sus hombros, la dejan caer a un lado y otro balanceándola sobre las vértebras. Llaman entretenimiento al inmoderado y disputador hablar en los convites. Finalmente, los ebrios reciben heridas sin causa alguna. Por la embriaguez no pueden tenerse en pie. Caen hacia diversos lados. Necesariamente y sin causa se han de llenar de heridas sus cuerpos.

Es inútil amonestar a los ebrios acerca de los daños de la embriaguez.

Tendrán la maldición de Caín

Pero ¿quién va a decir esto a los que están llenos de vino? Pesada como tienen la cabeza por los vapores, dormitan, bostezan, ven nieblas delante de sus ojos, sienten náuseas. No oyen a sus maestros que les están clamando por todas partes: "No os llenéis de vino, porque en él está la lujuria" 11. Y en otra parte: "El vino es lujurioso y contumeliosa la embriaguez" 12.

Y al mismo tiempo que hacen oídos sordos, están mostrando el fruto de su embriaguez. Su cuerpo está pesado por la hinchazón, sus ojos humedecidos, su boca seca y hecha una llama. Y así como las concavidades, donde desembocan los torrentes, mientras éstos se despeñan en ellas, parecen estar llenas de agua, pero tan pronto como la corriente cesa, quedan secas y áridas; así, mientras en la boca del ebrio, está cayendo el vino, parece estar húmeda y llena; pero apenas cesa, queda seca y árida. Y viciado como está, por el uso inmoderado del vino, aún la fuerza vital llega a perder. Porque, ¿quién habrá tan fuerte que pueda resistir a los males de la embriaguez? ¿Qué arte podrá evitar el que un cuerpo que siempre se abrasa, que está siempre anegado en vino, no se haga enfermizo, desgastado y flojo?

De aquí los temblores y las debilidades. Por el inmoderado vino se les corta la respiración, pierden los nervios su fortaleza, y todo el cuerpo, queda tembloroso por la falta de fuerza.

¿Por qué atraes sobre ti la maldición de Caín, que toda su vida anduvo tembloroso y vagabundo?

El cuerpo que pierde su natural base es inevitable que vacile y tiemble.

El exceso en el beber hace olvidar las grandezas del Creador.

Todo es discordia y vanidad

¿Hasta dónde arrastra el vino? ¿hasta dónde la embriaguez? El peligro está en que te conviertas en cieno y lodo en lugar de hombre. Por las embriagueces cotidianas tan mezclado estás con el vino, tan acabado estás por él, que sólo hueles a vino. Como vaso corrompido no sirves para nada. A éstos llora Isaías: "¡Ay de aquellos que se levantan por la mañana, y se lanzan a la sidra, y esperan la tarde porque el vino les abrasa. Beben vino al son de la cítara y del pandero 13 y no miran las obras del Señor, ni consideran las obras del Señor!" 14.

Tienen los ebrios costumbre de llamar sidra a toda bebida que pueda embriagar. Pues a los que, apenas comienza el día, andan en busca de los sitios donde se dan bebidas; a los que frecuentan las bodegas y las tabernas, a los que reúnen para beber, a los que agotan todos los cuidados de su alma en tales ocupaciones, a esos llora el profeta. Porque ningún tiempo les queda para considerar las maravillas de Dios. No tienen tiempo para levantar los ojos al cielo, y embelesarse con su hermosura y ponderar el orden de todo lo creado, para conocer por este orden al Creador. Apenas comienza el día, adornan con variados tapices y con floridas alfombras el lugar del convite. Todo su empeño y cuidado está en preparar las copas y los vasos para refrescar el vino. Sacan las copas adornadas con piedras preciosas y las de oro, como para un público y pomposo banquete, a fin de que su variedad les entretenga el fastidio, y para que mientras alternan unas y otras puedan beber durante más largo tiempo.


Discordia y vanidad

Y aún están presentes maestros para el convite, y otros que sirven la copa, y architriclinos. Se simula orden en medio de la confusión, y armonía en medio del alboroto. Así como a los magistrados seculares les dan autoridad sus satélites, así también haciéndose acompañar de sirvientes, la embriaguez, cual una reina, pretende ocultar lo mejor que puede, su deshonra.

Además, las coronas, las flores, embotan más y más a los dados a la perdición.

En el transcurso del convite nacen por el vino las disputas, los encuentros, los litigios, mientras que luchan por aventajarse mutuamente en la embriaguez. El que preside estas luchas es el diablo, y como premio de la victoria el pecado. Quien se echa más vino, ese obtiene la victoria: "Su gloria consiste en su propia deshonra" 15. Luchan entre sí, dañándose a sí mismos.

¿Qué palabras podrán declarar las torpezas de las cosas que allí se hacen? Todas están llenas de necedad, todas de confusión. Los vencidos están ebrios, ebrios los vencedores. Los sirvientes se mofan de ellos. Vacila la mano, la boca no recibe más alimento. El vientre se agita y el mal no se amansa. El miserable cuerpo, despojado de natural vigor, se inclina a una y otra parte, sin poder dominar la violencia que ejerce el excesivo vino.


Espectáculo lamentable

¡Oh espectáculo lamentable para los ojos de un cristiano! Un hombre que está en la flor de la edad, de complexión robusta, que sobresale entre los guerreros, tiene que ser llevado a su casa, porque no puede levantarse ni andar con sus propios pies. Un hombre que debía ser el terror de los enemigos, es en la plaza objeto de diversión para cualquier muchacho. Es derribado sin armas, y matado sin enemigos. Hábil en las armas; cuando está en la flor de su edad es consumido por el vino; dispuesto a que los enemigos hagan de él lo que quieran.

La embriaguez embota el entendimiento, destruye el vigor, trae una vejez prematura y prepara para la muerte en poco tiempo.

¿Qué son los ebrios sino los ídolos de los gentiles? Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen 16. Sus manos están desmadejadas, sus pies muertos. ¿Quién ha puesto tales acechanzas? ¿Quién ha causado este mal? ¿Quién nos mezcló este veneno de la locura?

Mirad, oh hombre, hiciste del convite un campo de batalla. De él salen los jóvenes conducidos por manos ajenas, como heridos en el combate. Mataste con el vino a la flor de la juventud. Le invitas a un convite como a amigo, y le despides muerto, apagada su vida con el vino.

Cuando creían que estaban ya hastiados de vino, comienzan a beber, y beben a la manera de los animales, como de una fuente que mana, ofreciendo a los convidados sendas corrientes. Porque cuando están a la mitad del banquete entra un joven de lucidos hombros que aún no está ebrio. Presenta en medio una gran vasija de vino fresco. Despide al copero, y de pie va repartiendo a los convidados unos tubos oblicuos, por los que se comunica la embriaguez a todos. Peregrina invención en tal desorden, para que recibiendo todos en igual proporción aquel deleite, ninguno pueda vencer al otro en la bebida. Distribuidos los tubos, y tomando cada uno el suyo, beben todos a la vez como los bueyes en los lagos, apresurándose por traer a sus gargantas cuanto les viene de la vasija refrigerante, por los plateados caños.

Mira tu miserable vientre. Fíjate en la grandeza del vaso que llenas, que apenas cabe en él una cótila. No mires a la vasija para agotarla, sino a tu vientre que ya está lleno. Por eso, ¡ay de los que se levantan por la mañana y se arrojan a la sidra! ¡ay de los que esperan la tarde 17, y pasan todo el día en la embriaguez. ¡Ningún tiempo les queda para mirar las obras del Señor y considerar sus maravillas!

El vino les abrasa 18, porque el calor del vino, comunicándose a las carnes, se convierte en ascua para las encendidas saetas del enemigo.

El vino sumerge en tinieblas a la razón y al entendimiento. Excita las pasiones y las lascivia como a un enjambre de abejas.

¿Qué carroza es arrastrada por un tronco sin auriga tan temerariamente? ¿Qué nave sin piloto no es agitada por las olas con más seguridad que el embriagado?

Contraste entre la embriaguez y la severidad cristiana.


El juicio de Dios

Por estos males, hombres mezclados con mujeres, entregando sus almas al espíritu de la embriaguez, formando todos juntos una danza, se hirieron mutuamente con el aguijón de las pasiones. Las risas de una y otra parte, los cantares livianos, los gestos lascivos, todo era un llamado a la impureza.

¿Te ríes? Dime, ¿y te gozas, con gozo impuro, cuando te era mejor estar llorando y gimiendo los pecados pasados?

¿Entonas cantos de meretriz, olvidándote de los himnos y salmos que aprendiste?

¿Mueves los pies y saltas como los locos y bailas, cuando debieras hincar tus rodillas para adorar? ¿A quién lloraré? ¿A las doncellas aún no casadas o a las que están ya sujetas al yugo del matrimonio? Aquéllas volvieron sin la virginidad, éstas sin la fidelidad a sus maridos. Qué si algunas evitaron por ventura el pecado en sus cuerpos, recibieron por completo el mal en sus almas.

Lo mismo digo de los hombres. Si miró con malicia, malicia tiene. El que mira a una mujer para desearla, ha fornicado 19. Si tienen tanto peligro los que de paso e inadvertidamente miran a una mujer, ¿qué peligros no han de tener los que de propósito asisten a tales espectáculos para ver a unas mujeres que por la embriaguez se portan indecorosamente; que componen sus gestos para provocar la lascivia; que canten canciones muelles, que sólo con ser oídas pueden excitar la pasión de la carne en los lascivos? ¿Qué van a decir, qué excusa van a presentar quienes de tales espectáculos volvieron cargados de un enjambre de tantos males? ¿No se ven obligados a confesar que miraron para excitar su concupiscencia? Por lo tanto, son reos de adulterio, según el inevitable juicio de Dios.

¿Cómo os va a recibir el Espíritu Santo el día de Pentecostés, habiéndole tratado con tal desprecio el día de la Pascua?

La venida de este Espíritu fue clara y manifiesta a todos, pero tú has preferido hacerte habitación del espíritu contrario, y te has convertido en templo de ídolos 20, siendo así que deberías ser templo de Dios, donde habitase el Espíritu Santo. Has traído sobre ti la maldición del Profeta, que dice en nombre de Dios: Convertiré sus solemnidades en luto 21.

¿Cómo vais a mandar a vuestros siervos, cuando vosotros sois esclavos de vuestros brutales apetitos y de vuestra liviandad?

¿Cómo vais a aconsejar a vuestros hijos, si vosotros lleváis una vida escandalosa y desarreglada?


Remedios contra el exceso de la bebida.

Exhortaciones

¿Pues qué? ¿Os abandonaré? Temo que el díscolo, tome de aquí ocasión para hacerse más desvergonzado 22; y que el compungido quede anegado en mayor tristeza.

La medicina, dice la Escritura, remediará grandes pecados 23. Cúrese con el ayuno, la embriaguez; con los Salmos, los cantares obscenos. Sean las lágrimas remedio de la risa. En vez de la danza, dóblese la rodilla. Al aplauso de las manos, sucedan los golpes de pecho. En lugar de la elegancia en el vestir, muéstrese la humildad.

Sobre todo, redímate del pecado la limosna 24. Porque el precio de la redención del hombre, son sus riquezas 25. Haz que muchos de los que yacen en la desgracia, sean tus compañeros en la oración, a no ser que todavía estés determinado a darte al mal.

Cuando el pueblo se sentó para comer y beber, y se levantaron para jugar (y su juego era la idolatría 26), los levitas, armados contra sus hermanos, consagraron sus manos al sacerdocio.

Así, que a todos los que teméis al Señor, a todos los que os habéis lamentado de la vileza de estos hechos execrables, os mandamos que os compadezcáis como de vuestros miembros enfermos, de los que se arrepientan de la locura de sus acciones. Pero si algunos se mantienen obstinados, y se burlan de vuestra tristeza por su causa salid de entre ellos y separaos, y no toquéis lo inmundo 27, para que avergonzados conozcan su maldad, y vosotros recibáis el premio del cielo de Finés 28, en el justo juicio de Nuestro Dios y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.



1. El Sábado Santo.
2. Alúdese a las exhortaciones con que el Santo había querido disponer a los fieles a festejar santamente la Pascua.
3. Sab., VI, 7.
4. Jerm., XX, 9.
5. Isaías, III, 16.
6. Demonio voluntario es aquel que el hombre se elige por sí mismo, a quien voluntariamente abre las puertas siendo atormentado por su propio querer.
7. Salmo LXVIIT, 13.
8. El Santo, sigue, en estas explicaciones fisiológicas, el estado de la ciencia de su tiempo.
9. Prov., XXIII, 29.
10. I Cor., VI, 10.
11. Efes., V, 18.
12. Prov., XX, 1.
13. En la actualidad diríamos que beben al son de la guitarra y del acordeón.
14. Isaías, V, 11.
15. Filip., III, 19.
16. Salmo CXIII, 5.
17. Isaías, V, 11.
18. Ibíd.
19. Mt., V, 28.
20. Rom., VIII, 11.
21. Amos, VIII, 10.
22. II Cor., XI, 7.
23. Eccles., X, 4.
24. Dan.m IV, 24.
25. Prov., XIII, 8.
26. Exod., XXXII, 6.
27. Cor., VI, 17.
28. Núm., XXV, 11.

 

LOS IRACUNDOS


Introducción: torpe bestialidad del iracundo

Cuando las prescripciones de los médicos son oportunas y están conformes con lo que aconseja el arte, su utilidad se manifiesta sobre todo después que se experimenta. Así, en las exhortaciones espirituales, cuando los consejos están confirmados por el éxito, es entonces cuando aparece lo sabia y últimamente que fueron dados para la enmienda de la vida y para la perfección de aquellos que los llevan a cabo. Pues cuando oímos las sentencias de los Proverbios que nos enseñan que "la ira pierde aun a los prudentes" 1, cuando oímos la amonestación del Apóstol: "Toda ira, indignación y alboroto con toda maldad, esté lejos de vosotros" 2, y al Señor que dice que quien irrita temerariamente a su hermano es reo de juicio 3; si hemos experimentado esta pasión que no nace en nosotros, sino que se precipita desde fuera sobre nosotros como una inesperada tempestad, entonces, sobre todo, conoceremos bien lo admirable de las divinas amonestaciones. Y si a veces nosotros mismos hemos dado cabida a la ira, como abriendo paso a un río impetuoso, y hemos experimentado la vergonzosa tribulación de los poseídos por esta pasión, habremos llegado a conocer entonces, la verdad de aquella sentencia: "El hombre iracundo no es honesto" 4. Porque una vez que este vicio hace perder la razón usurpa después el dominio del alma. Embrutece por completo al hombre no permitiéndole ser hombre, pues ya no cuenta con el auxilio de la razón.

Lo que el veneno causa a los envenenados, eso mismo hace la ira en los que se exasperan, rabian como perros, atacan como escorpiones, muerden como serpientes. La Sagrada Escritura suele llamar con frecuencia a los dominados por este vicio, fieras, a las que se asemejan en su maldad. Otras veces los llama perros que no ladran 5; otras, serpientes, raza de víboras 6.

Y en efecto, los que están dispuestos a destrozarse mutuamente y a hacer daño a sus semejantes, son con razón, contados entre las fieras y animales venenosos que por naturaleza tienen odio implacable al hombre y le atacan.

La ira desenfrena la lengua y no hay guarda en la boca. Las manos sin sosiego, las afrentas, los insultos, las maldiciones, las heridas y otras cosas que quedan sin enumerar, son vicios engendrados por la ira y el furor.

También la espada, se afila por la ira, y la muerte del hombre se lleva a cabo por manos humanas. Por ella los hermanos llegan a desconocerse entre sí. Los padres y los hijos reniegan de su naturaleza. Pues los iracundos se olvidan en primer lugar de sí mismos; después, de todos sus parientes. Y así como los torrentes que van a morir en alguna concavidad, arrastran consigo cuanto se les presenta delante, del mismo modo, los violentos e irresistibles ímpetus de los iracundos, atropellan a todos por igual. No respetan las canas, ni la santidad de vida, ni el parentesco, ni los beneficios recibidos, ni dignidad alguna. Es la ira una locura pasajera.

En el afán de vengarse, los iracundos aun a sí mismo se precipitan muchas veces en una desgracia evidente, despreciando su propio bienestar. Picados como con un aguijón por el recuerdo de los que le han ofendido, hirviendo y saltando de enojo, no paran hasta que hacen algún daño a quien les ha irritado. Sin embargo, suele acontecer que son ellos los que lo reciben. Muchas veces sucede que las cosas que violentamente se quiebran, padecen más de lo que dañan, por cuanto se estrellan contra otras que las resisten.


Descripción del iracundo

¿Quién podrá explicar este mal? Los inclinados a la ira que se enciende por cualquier cosa, gritan y se enfurecen, acometen más indecorosamente que cualquier animal venenoso. No desisten hasta que en ellos revienta como burbuja la ira, y hasta que se deshace la hinchazón que constituye su grave e incurable mal. Ni el filo de la espada, ni el fuego, ni cualquier otra cosa terrible es capaz de contener a un ánimo encendido en ira. Se parecen a los posesos del demonio, de los cuales nada se diferencian los iracundos ni en su aspecto ni en el estado de su mal. Pues a los que están sedientos de venganza les hierve la sangre alrededor del corazón, como agitada e inflamada por la fuerza del fuego. Saliendo al exterior presenta al airado en otra forma, mudándole la acostumbrada y a todos conocida, como si se pusiese una careta en la escena. Se desconocen en ellos los ojos propios y ordinarios. Su aspecto es fiero y su mirada despide fuego y hasta aguza sus dientes como un jabalí. Su rostro está lívido y enrojecido. La mole de su cuerpo se entumece. Sus venas se hinchan por la tempestad que ruge en su fatigoso alentar. Su voz áspera y muy levantada. Sus inarticuladas palabras se precipitan temerariamente, sin proceder con lentitud, ni con orden, ni con significación. Después que la causa de su exasperación ha llegado al colmo y después que su ira se enciende más y más como la llama con la abundancia de combustible, entonces es, cuando se ven espectáculos que ni la lengua puede decir, ni de hecho se pueden tolerar. Levanta las manos contra el amigo, y descarga con ellas golpes en todas partes de su cuerpo. Más aún; da puntapiés, sin compasión, sobre los más delicados miembros. Todo lo que se le pone delante sirve de arma a la ira. Y si la parte contraria se encuentra con el mismo mal que le resiste, a saber, con otra rabia y locura semejante, entonces cayendo el uno sobre el otro, hacen y sufren mutuamente cuanto es justo que sufran los que luchan bajo semejante espíritu. Las mutilaciones de los miembros, y muchas veces también la muerte, lo cuentan los que luchan como premio de la ira. Comenzó el uno a levantar sus manos sin razón, el otro lo rechaza; repitió el otro el golpe, el segundo no cede. Y el cuerpo queda lastimado por las heridas. Pero la ira hace que no se sienta el dolor. Pues ni tiempo tienen para sentir lo que sufren, mientras tienen ocupada la mente en vengarse del que les hiere.


Es necesario saber vencer con la mansedumbre.

Premio reservado a los mansos

No curéis un mal con otro mal 7, ni porfiéis por vengaros unos a otros en hacer daño. En las luchas malas, es más digno de compasión el que vence, porque se retira con mayor pecado.

No te hagas deudor de un premio malo, ni pagues peor una deuda mala.

¿Te insulta el iracundo? Detén con tu silencio el daño. Recibiendo en tu corazón como a un torrente la ira del otro, imitas a los vientos que rechazan con su soplo lo que se les arroja. No tengas a tu enemigo por maestro. Ni imites lo que odias. No te hagas como un espejo del que se irrita mostrando en ti mismo su figura.

- Pero se enciende el otro . . .

- Y tú, ¿acaso no estás también encendido?

- Sus ojos arrojan sangre ...

- Pero, dime, ¿los tuyos miran con serenidad?

- Su voz es áspera ...

- Pero, ¿la tuya es suave?

En los desiertos, el eco devuelve la voz al que la emitió. Así también los insultos vuelven al que los profirió. Mejor dicho, el eco vuelve el mismo, mas el insulto viene aumentado. Porque, ¿qué es lo que suelen echarse en cara el uno al otro los iracundos? El uno dice al otro: ¡plebeyo, descendiente del linaje oscuro! El otro, en cambio, responde: ¡esclavo, e hijo de esclavos! Este: ¡pobre! Aquél: ¡mendigo! Este: ¡Ignorante! Aquél: ¡mentecato! Y así hasta que se les acaban los insultos como agudas flechas. Después que han arrojado de su boca como de una aljaba toda clase de improperios, pasan a la venganza por medio de los hechos. Porque la ira excita la riña; la riña engendra los insultos; los insultos, los golpes. ¡Y no pocas veces a los golpes siguen las heridas y la muerte!


Consejos para dominar al iracundo

Alejemos el mal en su comienzo, arrojando de nuestras almas con todo empeño, la ira. Porque de esta manera arrancaremos con este vicio, como con raíz y fundamento, muchísimos males.

¿Te ha maldecido tu enemigo? Bendícele tú.

¿Te ha herido? Súfrelo.

¿Te desprecia y te tiene por nada? Piensa que "eres de tierra y en tierra te has de convertir" 8. Quien medita este pensamiento, toda deshonra encuentra menor que la verdad. Si te muestras invulnerable ante las injurias, quitarás al enemigo toda posibilidad de venganza. Además, ganas de esta manera para ti, gran corona de paciencia, sirviéndote de la locura del otro como de ocasión para tu propia virtud. Y si me crees, aún añadirás tú mismo otros oprobios a los que el otro te dice.

¿Te llama plebeyo y hombre sin honor y sin ningún valor? Llámate a ti mismo tierra y polvo: que no eres más noble que nuestro padre Abraham, y eso se llamaba a sí mismo 9.

¿Te llama ignorante, pobre e indigno de todo? Tú, llámate gusano y di que tu origen es el estiércol, usando del lenguaje de David 10. Y a esto añade la hazaña de Moisés: Injuriado por Aarón y María, no pidió a Dios que les castigase, sino que rogó por ellos.

¿De quién quieres ser discípulo? ¿De los hombres amigos de Dios y justos, o de los que están llenos del espíritu de maldad?

Cuando se levante en ti la tentación de injuriar, piensa que estás en esta alternativa: o de acercarte a Dios por la paciencia, o de acogerte por la ira al enemigo. Da tiempo a tus pensamientos para que elijan el partido ventajoso. Porque, o aprovechas algo a tu adversario con el ejemplo de la mansedumbre, o le irritas más ferozmente con tu desprecio. Porque, ¿qué cosa hay más acerba para un enemigo que el ver que su adversario le supera en las injurias?

No rebajes tu ánimo; ni consientas ponerte al alcance de tus injuriadores. Deja que te ladre en vano; que se despedace a sí mismo. Que así como el que azota a uno que no siente, se hace mal a sí mismo (porque ni se venga del enemigo ni apacigua la ira), así el que ultraja a uno a quien no alteran los oprobios, no puede encontrar descanso para su sufrimiento. Por el contrario, se despedaza, como dije. Y ¿qué es lo que cada uno de vosotros gana con los que están presentes? A él le llaman mezquino, a ti magnánimo; a él iracundo y cruel, a ti sufrido y manso. El se arrepentirá de las cosas que dijo: tú nunca te arrepentirás de tu virtud.


Cómo comportarse con los iracundos

¿A qué decir más? A él, su maledicencia le cerrará el reino de los cielos; porque los iracundos no alcanzarán el reino de Dios 11; mientras que a ti te abrirá el reino tu silencio. Porque el que haya sufrido hasta el fin, ese se salvará 12. Pero si te vengas y te levantas igualmente contra el que te injuria, ¿qué excusas vas a tener? ¿Que él te provocó primero? Y, ¿de qué perdón es esto digno?

Tampoco el libertino que imputa el pecado de su cómplice porque le incitó, deja por eso de ser digno de condenación. Ni hay corona sin enemigos, ni caídas sin luchadores. Oye a David que dice: "Mientras el pecador se puso en contra de mí, ni me exasperé, ni me vengué, sino que enmudecí y me humillé y no dije nada de los bienes" 13.

Tú te exacerbas con el ultraje como con un mal, y sin embargo le imitas como si fuera un bien. Porque, mira, haces lo que reprendes.

¿Examinas con cuidado el mal ajeno, y tienes en nada tu propia vergüenza? ¿Es un mal la ira? Guárdate de imitarla. Que no basta para excusarse el que haya comenzado el otro. Más justo es, a mi parecer, volver contra ti la queja. El otro no tuvo ejemplo para su enmienda. Tú, empero, viendo que el iracundo se porta indecorosamente, le imitas y le indignas. Te enfureces y te irritas. Y así tu pasión sirve de excusa al que comenzó. Con las mismas cosas que haces le libras a aquél de culpa y te condenas a ti mismo. Pues si la ira es un mal, ¿por qué no evitaste el daño? Y si merece perdón, ¿por qué te irritas contra el iracundo?

De ahí que aunque fueres el segundo en la ofensa, nada te aprovecha esto. Porque en las luchas por una corona no es coronado el que las comienza, sino el que vence. Pues de igual manera no sólo es condenado el que comenzó el mal, sino también el que le siguió como a capitán hasta el pecado.

Si te llamó pobre, y lo eres, confiesa la verdad. Y si miente, ¿qué te importa a ti de lo que diga?


Benignidad de Jesucristo

Cuando te dicen alabanzas que traspasan la raya de la verdad, no te enfureces. Pues tampoco te exasperes con los ultrajes falsos y mentirosos. ¿No ves cómo las saetas suelen penetrar en lo duro y resistente, y en las cosas blandas que fácilmente ceden se estrella su ímpetu? Pues piensa que algo semejante pasa con las injurias. El que les sale al encuentro, las recibe en sí; pero el que se porta con blandura y cede, con la mansedumbre de su trato vuelve el mal dirigido contra él.

Pero, ¿por qué te turba el nombre de pobre? Acuérdate de tu naturaleza. Entraste desnudo en el mundo, y desnudo saldrás de él 14. Y, ¿qué cosa más pobre que un desnudo? Por lo tanto, nada grave te han dicho; sólo que te has apropiado a ti sólo lo que has oído. Nadie ha sido llevado a la cárcel por ser pobre. No es deshonroso el ser pobre, sino el no sufrir con buen ánimo la pobreza. Acuérdate del Señor que "siendo rico se hizo pobre por nosotros" 15.

Si te llaman necio e ignorante, acuérdate de las injurias con que los judíos ultrajaron a la verdadera sabiduría: "Eres samaritano y tienes en ti al demonio" 16. Y si te enfureces, confirmas los ultrajes. Porque ¿hay cosa más irracional que la ira? Pero si permaneces sin airarte, avergüenzas al que se enfurece mostrando con la obra tu virtud.

¿Has sido abofeteado? También el Señor lo fue 17.

¿Has sido escupido? También Nuestro Señor. Porque "no retiró su rostro de la deshonra de la saliva" 18.

¿Has sido calumniado? También el eterno Juez.

¿Rasgaron tu túnica? A mi Señor se la desnudaron y "repartieron entre sí sus vestidos" 19.

Aún no has sido condenado, aún no has sido sacrificado. Mucho te falta para que llegues a su imitación.

Ejemplos de mansedumbre

Grábese cada una de estas cosas en tu mente y atemperarás la hinchazón. En efecto: estos pensamientos y estos afectos contienen los saltos y trepidaciones de nuestro corazón, y llevan al alma a la fortaleza y tranquilidad; esto era, sin duda, lo que decía David: "Preparado estoy y no estoy turbado" 20.

Conviene, pues, reprimir este necio y vergonzoso movimiento del ánimo con el recuerdo de los ejemplos de los varones justos. El gran David sufrió con mansedumbre la petulancia de Semei. No daba tiempo que la ira le moviese, sino que levantaba su mente a Dios y decía: "El Señor dijo a Semei que maldiga a David" 21. Y oyéndose llamar sanguinario e inicuo, no se encendió de ira sino que se humillaba como si fuese digno de ser insultado de aquella manera.

Aleja de ti estas dos cosas: el tenerte por digno de grandes cosas, y el tener a hombre alguno por muy inferior a ti en dignidad. De esta manera, la ira jamás se levantará contra ti por las injurias que recibas.

Grave sería que uno a quien has colmado de singulares gracias y beneficios, a su ingratitud añadiese el ser el primero en injuriarte y deshonrarte. Grave sería a la verdad. Sin embargo, mayor mal es para el que lo hace que para el que lo sufre. Que injurie él: tú no le injuries. Sus palabras sean para ti ejercicio de virtud. Si no te sientes impresionado, estás sin herida. Si tu ánimo sufre algo, contén el ímpetu en ti mismo. Porque "en mí, dice, ha sido turbado mi corazón" 22. Es decir, no dejó salir afuera la pasión, sino que, como a una ola que se deshace dentro de los litorales, la ahogó. Contén el corazón que ladra y se enfurece. Teman las pasiones la presencia de la razón, de la manera que los niños temen cuando hacen alguna travesura, la presencia de algún varón respetable.


Ventajas de la ira cuando es dócil a la razón

¿Y cómo evitaremos los funestos daños que trae consigo el irritarse?

Procurando persuadir a la ira que no se adelante a la razón. De esta manera, la tendremos sujeta a nosotros como a un caballo. Obedecerá a la razón como a un freno. No saldrá jamás de su propio puesto. Se dejará guiar a donde quiera le conduzca la razón. Porque la irritación de nuestro espíritu es útil para muchas obras de virtud, siempre y cuando sea aliada de la razón contra el pecado. Entonces, viene a ser como el soldado que rindiendo sus armas al general, acude prontamente a prestar auxilio a donde le mandan. De igual manera, la ira cuando está al servicio de la razón.

La ira es el nervio del alma. Le da energías para emprender buenas obras. Si alguna vez la encuentra debilitada por el placer, la fortalece como un baño de hierro. La convierte de blanda y muelle, en austera y varonil.

Ciertamente que si no te irritas contra el diablo, no te será posible odiarle como merece. Así, pues, conviene a mi parecer, amar la virtud con el mismo entusiasmo con que se debe odiar el pecado. Para esto es muy útil la ira, siempre que se mantenga dócil a la razón y la siga, como al pastor el perro. En efecto, muéstrase el perro, apacible y bueno ante el amo que le acaricia y le obedece a la menor indicación. Sin embargo, ladra y se enfurece al llamado de voz extraña, aunque parezca que la voz trae agasajos. Ante el grito del amigo o del amo, por el contrario, se atemoriza y se calla. Este es el mejor y más apto auxilio que a la parte razonable del alma, proporciona la ira. Porque el que así procede, no se aplacará ni hará alianzas con los que ponen asechanzas. Nunca admitirá la amistad con cosa alguna dañosa, sino que siempre ladrará y despedazará como un lobo al placer engañador.

Exhortación para no torcer en daño nuestro lo que Dios nos concedió para nuestro bien

Esta es la utilidad que se obtiene de la ira para los que saben valerse de ella. Según el modo como se use de esta y otras energías, resulta un mal o un bien para el que las tiene.

Por ejemplo; el que abusa de la parte concupiscible del alma para gozar de la carne y de los deleites impuros, es abominable y lascivo; pero el que la vuelve hacia Dios y hacia el deseo de los goces eternos, es digno de imitación, y dichoso.

De igual manera, quien dirige bien la parte racional, es prudente y sabio: pero el que aguza el entendimiento para daño del prójimo, es taimado y malhechor.

No convirtamos, pues, para nosotros, en ocasión de pecado, lo que el Creador nos dio para nuestro bien.

La ira excitada cuando conviene y como conviene, produce la fortaleza, la paciencia y la continencia. Sin embargo, si obra alejada de la recta razón, se convierte en locura. Por eso nos amonesta el Salmo: "Irritaos y no pequéis" 23. Y el Señor amenaza con su juicio al que se enoja sin causa 24; pero no prohíbe que usemos de la ira como una medicina. Porque aquellas palabras: "Pondré enemistad entre ti y la serpiente" 25, son propias de quien enseña que se ha de usar la ira como un arma. Por eso Moisés, el más manso de todos los hombres 26, para castigar la idolatría armó las manos de los levitas con intención de que diesen muerte a sus hermanos: "Ponga, dijo, cada uno la espada a su cintura, y pasad de puerta en puerta y volved por los campamentos, y mate cada uno a su hermano, cada uno a su vecino, cada uno a su allegado" 28. Y poco después, dice: "Y dijo Moisés: Llenasteis hoy vuestras manos para el Señor 29, cada uno en vuestro hijo y en vuestro hermano, para que sobre vosotros venga bendición" 30.

¿Qué fue lo que santificó a Finés? ¿No fue su justa ira contra los lascivos? En efecto, siendo sumamente manso y apacible, después que vio el pecado de Zambro y la Madianita, cometido desvergonzadamente y a la vista de todos sin que ocultasen el infame espectáculo de su torpeza, no pudiéndolo tolerar, usó oportunamente la ira, atravesando a los dos con una lanza 31.

Y Samuel, ¿no mató con justa ira, sacándole del medio, a Agag, rey de Amalec, salvado por Saúl contra el mandato de Dios? 32.

Por lo tanto, la ira es, muchas veces, medio para las buenas obras. El celoso Elías dio muerte, para bien de todo Israel, con ira sabia y prudente, a 450 varones, sacerdotes de la confusión 33 y a 400 sacerdotes de los bosques 34, que comían a la mesa de Jezabel 35.

Tú, empero, te irritas sin razón contra tu hermano. Porque ¿cómo no ha de ser sin razón cuando siendo uno el que provoca, tú te irritas contra otro? Haces como los perros, que muerden las piedras cuando no alcanzan al que las arroja. El que es provocado es digno de compasión; pero el que provoca, de odio.

Desfoga tu ira contra el enemigo de los hombres, contra el padre de la mentira, contra el autor del pecado. Mas compadécete de tu hermano, quien si aún así permaneciere en el pecado, será entregado a fuego eterno con el diablo.

Así como son distintos los nombres de indignación e ira, así también debe distinguirse lo que estos nombres significan. La indignación es como un incendio y repentina inflamación del afecto. La ira es un dolor constante y una continua ansia de pagar con la misma moneda a los que nos injurian, como si el alma tuviera sed de venganza. Es necesario saber, pues, que por ambas partes pecan los hombres: o excitándose furiosa y temerariamente contra los que les irritan, o persiguiendo con engaños y acechanzas a los que les ofenden. Y de ambas cosas debemos guardarnos.


Cómo frenar la ira

Y ¿qué se deberá hacer a fin de que esta pasión no ultrapase los límites?

Para ello aprende primero la humildad, la cual el Señor aconsejó con sus palabras y mostró con sus obras. Porque unas veces dice: "El que quiera ser el primero entre vosotros, sea el último de todos" 36; otras, tolera manso y sin inmutarse al que le hiere 37.

El Hacedor y Señor del cielo y de la tierra, el que es adorado por todas las criaturas tanto racionales como irracionales, "el que todo lo sostiene con la palabra de su poder" 38, no arrojó vivo al infierno al que le hirió, haciendo que abriese la tierra para que tragase al impío; sino que le amonesta y le enseña: "Si he hablado mal, da testimonio de ello; pero si bien, ¿por qué me hieres?" 39.

Si conforme al precepto del Señor, acostumbras a considerarte como el último de todos, ¿cuándo te enfurecerás como si ultrajasen tu dignidad? Cuando te injuria un niño pequeño te causan risa sus ultrajes. Cuando un loco te dice palabras afrentosas, por más digno le tienes de compasión que de odio. No son, pues, las palabras las que suelen excitar los disgustos, sino la soberbia que se levanta contra el que nos injurió, y la estima que cada uno tiene de sí mismo. Por lo tanto, si arrojas estas dos cosas de tu alma, las injurias que vengan serán estrépitos que meten ruido en vano.

"Deja la ira y arroja la indignación" 40, para que así evites el peligro de este vicio, "que se descubre desde los cielos, sobre toda impiedad e injusticia de los hombres" 41.

Si con prudente determinación logras arrancar la amarga raíz de la ira, extirparás con tal comienzo muchos vicios. Porque los engaños, las sospechas, la infidelidad, la malicia, las acechanzas, la audacia, y todo el enjambre de semejantes males, son frutos de este vicio.

Procuremos, pues, no atraernos un mal tan grande: enfermedad del alma, obscuridad de la razón, alejamiento de Dios, ignorancia de la amistad, principio de la guerra, colmo de calamidades, demonio malo que se engendra en vuestras mismas almas, y se apodera como desvergonzado huésped de nuestro interior, y cierra las puertas al Espíritu Santo. Porque donde hay enemistades, litigios, riñas, contiendas, disputas, que producen en el alma horribles desasosiegos, allí no descansa jamás el espíritu de mansedumbre.

Obedeciendo, pues, el consejo del apóstol San Pablo, destiérrese de nosotros toda ira, indignación y gritería con toda maldad 42. Seamos afables y misericordiosos unos con otros, esperando el cumplimiento de la dichosa esperanza prometida a los mansos: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra" 43 en nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por todos los siglos. Amén.



1. Prov., XV, 1.
2. Efes., IV, 51.
3. Mt., V, 23.
4. Prov., XI, 25.
5. Isaías, LVI, 10.
6. Mt., XXIII, 33.
7. Rom., XII, 17.
8. Gén., III, 19.
9. Gén., XXVIII, 27.
10. Salmo XXI, 7.
11. Mt., X, 22.
12. Salmo XXXVIII, 2 y 3.
13. Job, I, 21.
14. Job, I, 21.
15. II Cor., VIII, 9.
16. Jn., VIII.
17. Jn., XVIII.
18. Mc., XV, 19; Is., L, 6.
19. Mt., XI, 7.
20. Salmo CXVIR, 60
21. II Reyes, XVI, 10.
22. Salmo CXLII, 4.
23. Salmo IV, 56.
24. Mt., V, 22.
25. Gén., III, 15.
26. Núm., XXV, 17.
27. Núm., XII, 3.
28. Exod., XXXII, 27.
29 Es decir: "Habéis consagrado hoy vuestras manos al Señor". Porque aunque en hebreo se lea llenar, bien puede traducirse por "iniciar" o "consagrado"; pues como expone Pagnino, a ninguno era lícito ejercer el cargo de sacrificar sin que llenase antes sus manos con partes de los sacrificios.
30. Exod., XXII, 29.
31. Núm., XXV, 2.
32. I Reyes, XV, 33.
33. O "sacerdotes de Baal", como se lee en hebreo y en la Vulgata.
34. "Los sacerdotes de los bosques", o de otros dioses a quienes se ofrecían sacrificios en las selvas y bosques, como comenta el P. Comelio a Lapide. Calmet dice que eran los sacerdotes de la diosa de los bosques, es decir, de Astartés, a los cuales favorecía especialmente Jezabel.
35. III Reyes, XVIII, 22-40.
36. Mc., IX, 34.
37. Jn., XVIII, 22, 24.
38. Hebr., L, 3.
39. Jn., XVIII, 23.
40. Salmo XXXVI, 8.
41. Rom., I, 18.
42. Efes., IV, 31.
43. Mi., V, 4.