SAN BUENAVENTURA
CUESTIONES DISPUTADAS ACERCA DE LA CIENCIA DE CRISTO
CUESTIÓN I.
Si la ciencia de Cristo en cuanto es el Verbo, se extiende en acto a infinitas cosas
Se pregunta si la ciencia de Cristo, en cuanto es el Verbo, se extiende en acto a infinitas cosas.
Argumentos a favor
1. La autoridad de Agustín, La Ciudad de Dios, XII, 18: "La infinitud del número,
aunque no hay ningún número que exprese el número infinito, no es incomprensible para aquel
cuya inteligencia no tiene número".
2. El mismo, La Ciudad de Dios, XI, 10, hablando de la sabiduría de Dios, dice
así: "No hay muchas, sino una sola Sabiduría, y en ella hay infinitas cosas y
tesoros infinitos de cosas inteligibles, que para ella son finitos" , etc.
3. La razón. Cuanto más simple es una sustancia tanto más capaz es de conocer
más cosas; luego la sustancia que es infinitamente más simple que cualquier
sustancia creada, conoce infinitamente más cosas que cualquier criatura; luego,
etc.
4. Dios comprende en acto no sólo su propia esencia, sino también su propio
poder; pero Dios puede infinitas cosas; por consiguiente, si conoce en acto todo
su poder, comprende en acto infinitas cosas; en consecuencia, etc.
5. Es señal de nobleza en la criatura conocer muchas cosas, y de mayor nobleza
saber todavía más cosas; luego la ciencia que es de infinita nobleza se extiende
a infinitas cosas; luego, etc.
6. Dios conoce más cosas que puede, pues conoce los males de la culpa, que no
puede hacer; mas puede infinitas cosas; por tanto conoce infinitas cosas y más.
El que conoce el punto según su sustancia y virtualidad, lo conoce no sólo en
sí, sino también lo que puede salir de él. Ahora bien, de un punto pueden salir
infinitas líneas; luego, si en cada línea hay infinitos puntos, y de cada punto
pueden salir infinitas líneas, de la misma forma Dios comprende el poder de toda
criatura; luego, no sólo sabe infinitas cosas, sino también infinitas cosas
multiplicadas por infinitas.
7. Todo lo que el entendimiento humano entiende en potencia o tiene en potencia,
el entendimiento divino lo tiene en acto y más, porque el ser creado no se puede
igualar al ser increado ni en acto ni en potencia.
8. Es así que el entendimiento posible humano está abierto a infinitas cosas,
porque nunca sabe tantas cosas que no pueda saber más; luego, si el
entendimiento divino está abierto en acto a más cosas que el entendimiento
humano, se extiende en acto a más que infinitas cosas.
9. Por reducción a lo imposible, porque, si Dios sólo conociera cosas finitas,
se podría pensar algo mayor que la ciencia divina, puesto que se puede pensar
algo mayor que todo ser finito. Pero esto no puede ser; por consiguiente, etc.
10. Si Dios supiera cosas finitas, podría saber más cosas o no. Si no, su
ciencia sería limitada; si sí, el que puede saber algo que no sabe, puede
aprender; y eso es impío decirlo de Dios; luego, etc.
11. Si supiera solamente las cosas que existen, y no las cosas que pueden
hacerse, como el artífice creado conoce muchas cosas que puede hacer y no hará
nunca, el hombre sabía algo que se ocultaría a Dios. Mas esto es falso e
imposible; por tanto, etc.
Argumentos en contra
1. Todo lo que se conoce es verdadero, todo lo verdadero es un ente; luego, si
las cosas que se conocen son infinitas, los entes son infinitos. Pero la
consecuencia es imposible; por consiguiente, también lo es el antecedente.
2. Dios juzga todas las cosas que conoce. Pero todas las cosas que juzga son
tales y tantas como Él juzga; y todas las cosas que juzga las toma como finitas;
por consiguiente, todas las cosas que conoce son finitas. Si tú dices que no es
consecuente [afirmar]: porque es finito para Dios, es finito, contesto: cada
cosa es en sí tal cual es en el juicio de la verdad; luego, si algo es finito
para Dios, es necesario que sea finito absolutamente
3. Todo ser infinito es irrebasable tanto por el ser infinito como por el ser
finito, porque cualquiera que lo rebasara le pondría límite, y entonces sería
finito. Mas el entendimiento divino comprende y rebasa todo lo que conoce; por
tanto, si el ser infinito es irrebasable, el ser infinito no puede ser conocido.
4. Todas las cosas que Dios conoce, las conoce distintamente. Ahora bien, todo
lo que conoce distintamente lo cuenta; y todo lo que es contado, es medido, y
todo lo que es así es finito; luego todo lo que conoce Dios es finito.
5. Todo número es par o es impar; luego todo lo que es contado por Dios es
contado con número par o con número impar. Pero, todo número par es divisible en
dos iguales, y de la misma manera es divisible todo número impar si le restamos
uno; y todo número así es finito; por consiguiente, si Dios cuenta todo lo que
sabe, es necesario que lo cuente con número finito; en consecuencia, las cosas
[que Dios sabe] son finitas; luego, etc.
6. Todas las cosas que conoce Dios, las conoce ordenadamente. Ahora bien,
dondequiera que hay orden, hay razón de un primero y de un último, que es razón
de finito; luego, si dondequiera que hay razón de orden hay razón de finitud y
Dios no conoce nada sin orden, porque no conoce nada desordenadamente, es
imposible que Dios conozca infinitas cosas .
7. Si Dios sabe infinitas cosas, éstas son infinitas para Él o para nosotros o
en sí mismas. Si son infinitas para nosotros, no es decir ninguna gran cosa,
porque son finitas en sentido absoluto. ¿Y si son infinitas para Él? Todas las
cosas que son infinitas para alguien no son conocibles por él ni él las
comprende; luego, si Dios sabe infinitas cosas, no las comprende. ¿Y si son
infinitas en sí mismas? Una cosa distinta de Dios, por el mismo hecho de ser
distinta, es criatura, y por el mismo hecho de ser criatura, es limitada; luego
saber cosas infinitas distintas de Dios, es lo mismo que saber cosas infinitas
finitas, lo cual es falso e ininteligible, porque implica contradicción.
8. Si Dios sabe infinitas cosas, o son infinitas en su causa o en su género
propio. Si son infinitas en su causa, todo lo que es en su causa, es uno; luego
todas las cosas que conoce como en su causa las conoce como una sola; no como
infinitas. Si son infinitas en acto y en su género propio, ser infinitas en acto
y en su género propio es falso e imposible; por tanto, es falso e imposible que
Dios conozca infinitas cosas.
9. Llamemos A a todo lo que puede ser conocido por Dios. Entonces pregunto: A o
es Dios o algo distinto de Dios. Si es Dios, lo sabido por Dios es Dios; luego
un asno es Dios. Si es algo distinto de Dios, todo lo que es así es finito en
acto; luego A es finito en acto, y A nombra todas las cosas que se pueden
conocer; por consiguiente, todas las cosas que se pueden saber son finitas;
luego, etc.
10. A o es igual que Dios o es menor o es mayor. Si es menor que Dios, es
finita. Si es igual o mayor, es Dios. Mas, si Dios sabe infinitas cosas, Dios no
conoce sino a Dios, y si no conoce sino a Dios, no sabe infinitas cosas; por
tanto, si conoce infinitas cosas, no conoce infinitas cosas.
11. Como en Dios hay poder de hacer y poder de conocer, y ambos son infinitos, y
el poder de hacer siempre hace cosas finitas, parece que el poder de conocer
siempre conoce cosas finitas en acto; y si no ¿por qué no? Esto es preguntar: Si
hay en Dios querer, saber y hacer, y el querer y el hacer no se extienden a
infinitas cosas, ¿cómo el saber se podrá extender a infinitas cosas, siendo así
que el medio no sobrepasa los extremos? .
Conclusión
Dios con la ciencia de simple inteligencia sabe y comprende infinitas cosas
Respondo:
Para entender lo dicho anteriormente hay que notar que, según los doctores
antiguos, nos vemos forzados a admitir que Dios conoce infinitas cosas, puesto
que el profeta David dice en el Salmo [146,5]: “Grande es nuestro Señor y grande
su poder y su sabiduría no tiene número”. Y Agustín no sólo afirma esto, sino
que también lo prueba en La Ciudad de Dios, XII 18, donde dice: "Por tanto en lo
que dicen algunos, a saber los filósofos, que ni la ciencia de Dios puede
comprender infinitas cosas, les falta atreverse a decir y hundirse en este
remolino de impiedad, que Dios no conoce todos los números. Pues es certísimo
que son infinitos, ya que en cualquier número que pienses poner fin, éste mismo
no digo que puede ser aumentado añadiéndole una unidad, sino también que, por
grande que sea y por enorme cantidad que contenga, por la misma razón y ciencia
de los números puede no sólo duplicarse, sino también multiplicarse. Y de tal
manera está cada número determinado por sus propiedades que ninguno puede ser
igual a ningún otro. En consecuencia son desiguales y diversos entre sí, y cada
uno en particular es finito y todos juntos son infinitos. De esta manera ¿acaso
no conoce Dios todos los números a causa de su infinitud y la ciencia de Dios
llega hasta cierta suma de números e ignora los demás? ¿Quién diría esto por
loco que estuviera?"
Y poco más abajo: "Así, pues, aunque no hay ningún número que exprese infinitos
números, sin embargo la infinitud del número no es incomprensible para aquel
cuya «inteligencia no tiene número” [Sal 146,5]. Por lo cual, si todo lo que es
comprendido por la ciencia es delimitado por la comprensión del que lo conoce,
ciertamente también toda infinitud es de un modo inefable finita para Dios, ya
que no es incomprensible para su ciencia. Por lo cual si la infinitud de los
números no puede ser infinita para la ciencia de Dios, la cual la abarca,
¿quiénes en fin somos nosotros, hombrecillos, para que presumamos fijar límite a
su ciencia?"
En consecuencia éstos [los números], como testigos segurísimos, nos fuerzan a
decir o admitir que Dios conoce infinitas cosas.
Y el sentido de esta tesis es señalado por los doctores más recientes, que han
afirmado que hay tres clases de conocimiento divino, no por la diversidad de la
ciencia divina en sí, sino en la connotación. En efecto, hay en Dios
conocimiento de aprobación, de visión y de inteligencia.
El conocimiento de aprobación es sólo de las cosas buenas y finitas. El
conocimiento de visión es de las cosas malas y buenas, pero finitas, porque
concierne al tiempo, pues se refiere solamente a las cosas que han sido, son o
van a ser. Y el conocimiento de inteligencia es de las cosas infinitas, porque
Dios entiende no sólo las cosas que van a ser, sino también las posibles, y las
posibles para Dios no son finitas, sino infinitas.
Y la razón de esta tesis, es decir, de que admitamos que Dios conoce infinitas
cosas y o quiere o dispone no hacerlas, es que el saber de Dios en su tercera
acepción es un acto intrínseco de Dios. Y lo llamo intrínseco no sólo porque es
intrínseco en su origen, sino también porque es intrínseco en su finalidad e
intrínseco en su medio e intrínseco en su modo.
Digo que es intrínseco en su finalidad, porque la mirada de Dios al conocer no
salta fuera de sí, sino que conoce toda verdad mirándose a sí mismo como verdad.
Intrínseco en su medio, porque Dios conoce todo lo que conoce por las razones
eternas que son idénticas a Él. Intrínseco en su modo, porque el saber de Dios
prescinde no sólo de la razón de causa actual, sino también de la razón de causa
en absoluto, Pues conoce las cosas malas, de las cuales no es causa; conoce
también las cosas futuras, que no está haciendo todavía; conoce también las
cosas posibles, que no hará nunca.
Y por eso, porque el mismo saber de Dios no mezcla ni connota algo actual
externo, por eso significa un acto a manera de hábito, un acto, digo, igualado a
la potencia misma—pues Dios sabe todo que puede saber—; significa también un
acto no limitado en nada ni en cuanto a sí ni en cuanto a lo que connota, y, por
I o mismo, universal en cuanto a los lugares, en cuanto a los tiempos y en
cuanto a los objetos. Pues lo que supo en un sitio, lo conoce en todas partes; y
lo que sabe una vez, lo sabe siempre; y lo mismo que conoce una cosa, conoce
también todas las cosas que se pueden saber. De ahí que, puesto que las cosas
que se pueden conocer no son tan sólo los seres en acto, sino también los seres
en potencia, no siendo inconveniente admitir infinitas cosas en potencia,
tampoco es inconveniente admitir infinitas cosas que Dios conoce en acto.- Y por
esto está clara la respuesta a la cuestión y a las objeciones.
Solución de las objeciones
1. A la objeción: Todo lo que se conoce es verdadero, etc., hay que decir que
hay dos clases de ciencia, la que causa las cosas y la que es causada por las
cosas. Lo sabido por la ciencia causada por las cosas es verdadero en sí y en su
efecto; en cambio, lo sabido por la ciencia que causa las cosas es verdadero en
causa y en potencia, y esta verdad no lleva consigo un ente en acto, sino un
ente en la potencia de la causa; y por eso de esto no se sigue que, si Dios sabe
infinitas cosas, los entes son infinitos, sino que para Dios son posibles
infinitas cosas.
2. A la objeción: Dios juzga todas las cosas que conoce, etc., hay que decir que
Dios, al conocer infinitas cosas, juzga que estas cosas son infinitas
absolutamente, pero finitas para Él, y esto no es ilógico. Pues de la misma
manera que no se sigue que, si algo es infinito para un ser finito, es infinito
absolutamente, así tampoco se sigue que, si algo es finito para el ser infinito,
es finito absolutamente; y esto es lo que dice Agustín en el texto citado.
3. A la objeción: Todo ser infinito es irrebasable, etc., hay que decir que
rebasable se puede decir en dos sentidos: primero, de un modo discursivo que va
de un extremo al otro, y en este sentido la objeción es verdadera, y así la
entiende el Filósofo en el libro VI de la Física; segundo, por una mirada de
conjunto universal y plena de lo que es conocido por la inteligencia; y de esta
manera el ser infinito, al no ser incomprensible para el ser infinito, no es
irrebasable para él, sino sólo para un ser finito.
4. A la objeción: Todas las cosas que sabe y conoce Dios las conoce
distintamente, etc., hay que decir que esa consecuencia falla en: todas las
cosas que distingue las cuenta, porque distinguir es más que contar.- O di que
todas las cosas que distingue las cuenta con número finito o infinito; pero
entonces no se sigue que las mide, porque la medida se refiere sólo al número
finito.
5. A la objeción: Si Dios cuenta, cuenta con número par o con número impar,
etc., hay que decir que esa consecuencia es falsa, porque el número infinito
abarca el número par y el impar. De ahí que, lo mismo que es falsa la siguiente
consecuencia: El hombre y el asno son animales, luego los dos son racionales o
irracionales, así también es falsa la consecuencia anterior.
A la objeción: Todas las cosas que conoce Dios, las conoce ordenadamente, etc.,
hay que decir que el conocimiento de Dios dice relación al sujeto que conoce y
al objeto conocido. En relación con el sujeto que conoce, todo lo que conoce lo
conoce simultáneamente, lo mismo que dice simultáneamente y una sola vez todo lo
que dice; en cambio, en relación con el objeto conocido digo que conoce
ordenadamente; pero lo mismo que el objeto conocido por Dios no es sólo
presente, sino también futuro y posible, así también aquel orden no es sólo
orden actual, sino también potencial, porque no conoce las cosas ordenadamente
sólo en el orden que Él ha hecho, sino también en el orden que Él puede hacer.-
Por consiguiente lo que dice [la objeción] que todo orden tiene primero y
último, es verdad del orden actual, no del orden potencial, como se ve claro en
los números, que son infinitos, y sin embargo son ordenados; pues tienen el
orden posible y también infinitud.
7. A la objeción: O sabe infinitas cosas para nosotros, etc., hay que decir que
sabe infinitas cosas en sí, no ciertamente infinitas en acto, pero sí en
potencia; mas las cosas que existen en potencia son conocidas por Dios en acto.
De aquí que la infinitud potencial en las cosas conocidas es suficiente para la
infinitud actual de la comprensión divina; por tanto, lo mismo que la infinitud
en potencia no repugna a la finitud en acto de la criatura, así tampoco la
infinitud en acto del conocimiento divino repugna a la finitud de la criatura.
8. A la objeción: O sabe infinitas cosas en su causa, etc., hay que decir que
[lo son] de las dos maneras.- Y si objetas que en causa son una sola cosa, no
vale, porque, aunque el arte y la potencia sean una sola, sin embargo son muchas
las razones de las cosas que se deben conocer. Si objetas que las cosas son
finitas en su género propio, eso es verdad con relación al ser que tienen; pero
sin embargo, con relación al ser que pueden tener son infinitas al menos en
potencia y, de esa manera, son conocidas por Dios como infinitas, porque, como
hemos dicho muchas veces, las cosas que existen en potencia son conocidas por
Dios en acto.
9. A la objeción: A o es Dios o algo distinto de Dios, hay que decir que lo
conocido por Dios unas veces significa la misma razón de conocer, otras el
objeto externo conocido. En el primer sentido es Dios, porque, como dice Anselmo
en el Monologio, "la criatura en el Creador es la esencia creadora". En el
segundo sentido es algo distinto de Dios, pero entonces no se sigue que sea
infinito en acto, porque, para que las cosas conocidas por Dios en acto sean
infinitas, no es necesario que sean infinitas en acto, sino que basta que sean
infinitas en potencia en su género propio.
10. A la objeción: O A es igual a Dios, etc., hay que decir según la distinción
antes dicha que en el primer sentido es lo mismo que Dios; en el segundo sentido
es algo distinto de Dios, porque, aunque tiene la infinitud en potencia, sin
embargo no la tiene en acto, y Dios la tiene en acto.
11. A la última objeción, sobre el poder de hacer y de saber, y sobre el querer
y el hacer, queda clara la respuesta a partir de la solución principal.
CUESTIÓN II.
Si Dios conoce las cosas por sus semejanzas o por sus esencias
Una vez admitido que Dios conoce infinitas cosas, pregunto si conoce las cosas
que conoce por sus semejanzas o por su esencia. Parece que las conoce por sus
semejanzas:
Argumentos a favor
1. En primer lugar por la autoridad de la Escritura. Juan 1, [3-4]: Lo que fue
hecho en Él era vida; luego todas las cosas que fueron hechas, antes existían en
el conocimiento de Dios; luego existían en Él o por semejanza 'o por verdad .
Mas no existían por verdad, puesto que todavía no existía nada; por tanto
existían por semejanza .
2. Agustín, en el libro VI de La Trinidad, dice que "el Hijo es el arte plena de
todas las razones vivas inmutables". Es así que las razones en el arte no son
otra cosa que las semejanzas de las cosas llevadas a cabo y conocidas por el
artífice; luego se sigue la misma conclusión que en el número anterior.
3. Agustín en el libro IX de La Trinidad, capítulo 11, dice: "Todo conocimiento
a través de una imagen es semejante a la cosa que él conoce". Pero el
conocimiento divino, al no ser por privación, es a través de una imagen; por
consiguiente, es necesario que sea semejante a la cosa que él conoce. Mas no
sería semejante si no tuviera la semejanza de la cosa x; por tanto, etc.
4. El Filósofo dice "que el entendimiento en cierto modo es todas las cosas" Es
así que esto no es sino porque el que entiende, por lo mismo que entiende se
asemeja a la cosa entendida; luego, si esto se puede decir del entender e
general, si Dios entiende y conoce algo, es necesario que tenga las semejanza de
las cosas que conoce; luego, etc.
5. Para conocer una cosa perfectamente es necesario que haya adecuación del
entendimiento con lo inteligible. Pero la cosa creada no puede adecuarse al
entendimiento creador por su propia naturaleza, porque éste es simple y ella es
compuesta; por consiguiente es necesario que se le adecue por alguna semejanza
simple y separada de toda materia; en consecuencia, etc.
6. Dios conoce las cosas después que han sido hechas de la misma manera que las
conocía antes de que fueran hechas, porque el conocimiento divino no cambia. Mas
antes de que fueran hechas no podía conocerlas por sus propia esencias; y las
conocía o por sus semejanzas o por sus esencias. Pero si no la conocía por sus
esencias, por tanto las conocía por sus semejanzas , y ahora las conoce de la
misma manera que entonces; en consecuencia, etc.
7. Dios actúa según un plano. Ahora bien, todo el que actúa según un plan se
hace primero una idea de lo que va a hacer; y todo el que se hace una idea de
algo, lo posee de alguna manera o en su verdad o en su semejanza; luego, antes
de que fueran hechas las cosas no las poseía Dios en cuanto a sus esencia es que
las poseía en cuanto a sus semejanzas.
8. Dios es la causa ejemplar verdadera y propiamente, lo mismo que es verdadera
y propiamente causa eficiente y final . Es así que no es causa ejemplar
verdadera y propiamente sino el que tiene las semejanzas de las cosas ejempladas,
y por medio de dichas semejanzas las conoce y las hace; luego lo mismo que
pertenece a Dios la razón de ejemplaridad, así también le pertenece la razón de
semejanza .
Dios es verdaderamente el espejo eterno que conduce al conocimiento de toda otra
cosa conocible. Mas el espejo no lleva al conocimiento de otra cosa si no tiene
su semejanza; por tanto se sigue lo mismo que en el número anterior
10. Dios es verdadera y propiamente verbo. Pero el verbo es semejanza de lo que
se dice; por consiguiente, si el Hijo de Dios es el Verbo con el cual se dicen
todas las cosas , es necesario que en él estén las semejanzas de todas las cosas
que se han dicho.
11. A la perfección del conocimiento concurren dos cosas, la luz y la semejanza.
Ahora bien, la razón de la luz perfectísima se da enteramente en el conocimiento
divino ; luego también se da la razón de la semejanza expresiva.
Argumentos en contra
1. Anselmo en el Monologio, capítulo 31, dice: "Es evidente que en el Verbo, por
medio del cual fueron hechas todas las cosas, no está la semejanza de ellas,
sino la verdadera y simple esencia" ; luego, si Dios no conoce por medio de algo
que esté fuera de Él, no conoce por la semejanza, sino más bien por la esencia.
2. Dondequiera que hay semejanza, allí hay concordancia; y dondequiera que hay
concordancia, hay participación de una cosa por parte de varios. Es así que Dios
y la criatura no participan de nada en común, porque entonces ese algo sería más
simple que el Creador; luego es imposible que haya alguna semejanza en el
Creador respecto a la criatura, o viceversa.
3. La semejanza es relación de equivalencia. Pero entre el Creador y la criatura
no puede haber ninguna relación de equivalencia; por consiguiente tampoco puede
haber semejanza.
4. Lo mismo que la igualdad se produce por la unidad en la cantidad, así la
semejanza se produce por la unidad en la cualidad. Mas entre el Creador y la
criatura de ninguna manera se encuentra igualdad ni en sentido propio ni en
sentido figurado; por tanto tampoco se encuentra semejanza por la misma razón; o
si se encuentra en ellos semejanza y no igualdad, hay que preguntar por qué es
así.
5. Si hay alguna semejanza entre el Creador y la criatura, ésta es mínima; luego
si la semejanza es la razón de conocer, hablando con propiedad, donde haya mayor
semejanza, allí habrá mayor razón de conocer, y donde mínima, mínima; luego, si
Dios conoce las cosas por las semejanzas, se sigue de aquí que tendrá un
conocimiento mínimo de las cosas. Y decir esto es decir blasfemias.
6. Una criatura se asemeja a Dios más que otra; p.e., la que existe, vive y
siente, se asemeja más que la que solamente existe; luego, si la mayor semejanza
es mayor razón de conocer, Dios conoce a una criatura más que a otra.
7. Si nuestro entendimiento estuviera totalmente en acto, no necesitaría la
semejanza; luego, como el entendimiento divino está totalmente en acto, y es luz
respecto a todo lo conocible , parece que para que Dios conozca no se requiere
ninguna razón de semejanza.
8. La semejanza es la razón que conduce a otra cosa, a saber, a la cosa de la
cual es semejanza. Ahora bien, donde hay tal conducción allí hay deducción y
comparación de la razón, y esto no va de ninguna manera con el conocimiento
divino; luego tampoco la razón de semejanza.
9. La verdad es la razón de conocer; consecuentemente, en el mejor conocimiento
se da de la mejor manera la búsqueda de la verdad. Pero la verdad se da mejor en
la misma cosa que en su semejanza; por consiguiente, si el conocimiento divino
es el más noble, no conoce las cosas por sus semejanzas, sino por sus esencias.
10. Dice el Filósofo en el libro III Sobre el alma: "En los seres inmateriales
es la misma cosa lo que se entiende y el medio con el que se entiende". Ahora
bien, Dios es totalmente inmaterial; luego lo que Dios conoce y el medio con que
conoce es lo mismo. Mas Dios conoce cosas exteriores a Él; por tanto las conoce
por sus esencias, no por algunas semejanzas.
11. Dondequiera que hay unión inmediata e indivisa entre el que conoce y lo
conocible, no hay necesidad de semejanza. Es así que Dios está en lo más íntimo
de cualquier criatura; luego para conocerla no necesita ninguna semejanza
12. El conocimiento por esencia es más noble que el conocimiento por semejanza,
y esto es evidente, porque este modo de conocer pertenece al tercer cielo, como
dice Agustín en el Comentario literal al Génesis, XII; luego, si hay que
atribuir a Dios las cosas más nobles, parece que es más conveniente admitir que
Dios conozca por las esencias que no por las semejanzas.
13. Cuanto más noble es el conocimiento tanto más inmediata es la conjunción y
la unión del que conoce con lo conocible. Es así que el conocimiento divino
tiene la nobleza absoluta ; luego tiene también la unión más perfecta. Pero la
conjunción y la unión es más inmediata cuando el que conoce se une al conocible
en cuanto a su esencia que cuando se une en cuanto a su semejanza; por
consiguiente, etc.
Conclusión
Dios conoce las cosas por medio de las razones eternas, que son las semejanzas
ejemplares de las cosas, y las representan y expresan de la manera más perfecta,
y son esencialmente lo mismo que es el mismo Dios
Respondo:
Hay que decir que, según dicen Dionisio y Agustín en muchos lugares, Dios conoce
las cosas por medio de las razones eternas. En efecto, dice Dionisio, Los
nombres de Dios, V: "Decimos que las ideas ejemplares son las razones que dan el
ser a la realidad existente en Dios, razones que preexisten singularmente en Él
y que la teología llama predefiniciones y voluntades divinas y buenas que
determinan y hacen las cosas que existen, según las cuales la existencia
sobresustancial ha predeterminado y producido todas las cosas" .
Asimismo Agustín, cerca del principio de las Confesiones, I, hablando a Dios,
dice así: "Eres Dios y Señor de todo lo que has creado, y en ti están estables
las causas de todas las cosas inestables, y permanecen inmutables los orígenes
de todas las cosas mudables, y viven sempiternas las razones de todos los seres
irracionales y temporales".- Y en La Ciudad de Dios, XI, 10, dice lo mismo: "No
hay muchas sino una sola Sabiduría, y en ella hay infinitas cosas y tesoros
finitos para ella de las cosas inteligibles, en los cuales están todas las
razones invisibles e inmutables de las cosas, incluso de las cosas visibles y
mudables, que han sido hechas por ella, porque Dios no ha hecho nada sin
saberlo...
Mas estas razones eternas no son las verdaderas esencias y las naturalezas
esenciales de las cosas, ya que no son algo distinto del Creador, y la criatura
y el Creador tienen necesariamente esencias diferentes. Por tanto es necesario
que sean las formas ejemplares y, consiguientemente, las semejanzas
representativas de las propias cosas; y por eso son las razones del conocer,
porque el conocimiento, por el mismo hecho de ser conocimiento, dice asimilación
y expresión entre el que conoce y el conocible. Y por tanto hay que admitir,
según lo que dicen los Santos y demuestran los argumentos de razón, que Dios
conoce las cosas por medio de las semejanzas de ellas.
Para entender esta cuestión y sus objeciones hay que tener en cuenta que
semejanza se dice en dos sentidos: primero, por la concordancia de dos cosas con
una tercera, y en este sentido se dice que "semejanza es la misma cualidad de
cosas diferentes". Segundo, se dice semejanza porque una cosa es semejanza de
otra, y esto es de dos maneras: una es la semejanza por imitación, y así la
criatura es semejanza del Creador; y otra es la semejanza ejemplar, y así en el
Creador la idea ejemplar es semejanza de la criatura. Mas de las dos maneras
dicha semejanza, la imitativa y la ejemplar, es exprimente y expresiva, y esta
es la semejanza que se requiere para tener un conocimiento de las cosas
Pero hay un conocimiento que causa las cosas, y otro que es causado por las
cosas. Para el conocimiento causado por las cosas se requiere la semejanza
imitativa, y esta semejanza viene del exterior, y por eso supone en el
entendimiento que conoce alguna composición y adición, y de ahí es que sea señal
de imperfección.
Mas para el conocimiento que causa las cosas se requiere semejanza ejemplar, y
ésta no viene del exterior ni implica alguna composición ni atestigua alguna
imperfección, sino absoluta perfección. En efecto, como el propio entendimiento
divino es la luz suma y la verdad plena y el acto puro ; lo mismo que el poder
divino al causar las cosas es suficiente por sí mismo para producirlas todas,
así la luz y la verdad divina lo son para expresarlas todas; y porque el
expresar es un acto intrínseco, por eso es eterno; y porque la expresión es una
especie de asimilación, por eso el entendimiento divino, al expresar
eternalmente todas las cosas con su suma verdad, tiene eternalmente las
semejanzas ejemplares de todas las cosas, que no son algo distinto de él, sino
lo que él es esencialmente.
Además, porque el entendimiento divino expresa en cuanto es la luz suma y el
acto puro, por eso expresa de la forma más clara, precisa y perfecta, y por ello
de forma adecuada y conforme a la intencionalidad propia de una plena semejanza.
De ahí es que conoce todas las cosas con la máxima perfección, distinción e
integridad.
Visto esto, es fácil responder a las objeciones.
Solución de las objeciones
1. A la objeción basada en Anselmo hay que decir que él habla allí de la
semejanza que es causada por la verdad de la cosa. Por tanto toma allí semejanza
con el significado de imitación, más bien que de ejemplaridad. Y en este sentido
la semejanza se pone en la cosa producida respecto al que la produce y no al
revés, como dice después. En el otro sentido nada impide que se ponga en el que
la produce respecto de la cosa producida.
2. A la objeción: Dondequiera que hay semejanza, allí hay concordancia..., hay
que decir que la semejanza que es concordancia de dos en un tercero, no se
admite en Dios respecto de la criatura. Pero la semejanza por la cual se dice
que una cosa es imitación de otra sí está bien ponerla en la criatura respecto
del Creador, y la semejanza por la cual se dice que una cosa es causa ejemplar
de otra, también está bien ponerla en el Creador respecto a la criatura. Pues
para esta semejanza no se requiere concordancia por la participación de algo
común, sino que basta la concordancia de orden según la razón de causante y
causado, del que expresa y lo expresado.
A la objeción: La semejanza es relación de equivalencia, etc., hay que decir que
es verdad si se habla de la semejanza que es causada por la concordancia de un
tercer elemento participado. Y aquí no la empleamos en este sentido. Y por esto
está clara la respuesta a la objeción acerca de la igualdad.
Sin embargo a la pregunta por qué la igualdad no es en alguna manera como la
semejanza, hay que decir que la igualdad implica conmensuración, que no puede
existir de ninguna manera entre el ser finito y el infinito; la semejanza, en
cambio, dice expresión, y ésta sí puede existir entre el Creador y la criatura.
De ahí que como no hay consecuencia al decir: Esto no es igual que aquello,
luego no lo imita o no lo tiene por modelo; así tampoco hay consecuencia en la
objeción.
A la objeción: Si hay alguna semejanza entre el Creador y la criatura, ésta es
mínima, etc., está clara la respuesta: La semejanza por participación no sólo es
mínima, sino que no existe. Mas la semejanza por imitación es mayor o menor en
la criatura según que ella se acerque más o menos a la bondad de Dios. Y la
semejanza ejemplar y expresiva es suma en el Creador respecto a toda criatura,
porque la misma verdad, por ser la luz suma, expresa en grado sumo todas las
cosas. Y por eso no se sigue que Dios conozca a una criatura más que a otra.
A la objeción: Una criatura se asemeja a Dios más que otra, está igualmente
clara la respuesta. En efecto, esto es verdad si hablamos de la semejanza
imitativa por parte de la criatura; pero ésta no es la razón del conocimiento de
Dios, sino la semejanza ejemplar, la cual expresa en grado sumo e igualmente
todas las cosas.
A la objeción: Si nuestro entendimiento estuviera totalmente en acto, no
necesitaría la semejanza, etc., hay que decir que es verdad que no necesitaría
semejanza tomada o recibida del exterior, pero sin embargo él se emplearía a sí
mismo como semejanza para conocer las otras cosas. Y de esta manera y no de otra
decimos que hay semejanza en el conocimiento divino.
8. A la objeción: La semejanza es la razón que conduce a otra cosa, hay que
decir que es verdad acerca de la semejanza que depende de la realidad exterior;
acerca de [loa] la otra semejanza no es verdad que obre a manera de deducción y
camino, sino sólo a manera de luz que expresa perfectamente y aquieta al mismo
que conoce.
9. A la objeción: La verdad es la razón de conocer, etc., hay que decir que
verdad se dice en dos sentidos. Primero, la verdad es lo mismo que la entidad de
la cosa, según lo que dice Agustín en los Soliloquios, que "lo que es la verdad"
. Segundo, la verdad es la luz expresiva en el conocimiento intelectual, según
lo que dice Anselmo en el libro De la verdad, que "la verdad es una rectitud que
se puede percibir sólo con la mente". En el primer sentido la verdad es la razón
del conocer, pero remota; en el segundo es la razón próxima e inmediata del
conocer. Por consiguiente, cuando se dice que la verdad se da mejor en la misma
entidad de la cosa que en su semejanza, es verdad si se trata de la verdad en el
primer sentido, pero no en el segundo. Pero la verdad que es razón próxima e
inmediata del conocer, ésa se da mejor en la semejanza que hay en el
entendimiento, sobre todo y principalmente en aquella semejanza que es ejemplar
de las cosas; pues la semejanza ejemplar expresa la cosa más perfectamente que
la propia cosa causada se expresa a sí misma y por eso Dios conoce las cosas por
aquellas semejanzas más perfectamente que las conocería por sus propias
esencias. Y los ángeles conocen las cosas en el Verbo más perfectamente que en
su género propio. Por lo cual también Agustín dice frecuentemente que el
conocimiento en el Verbo se asemeja a la luz del día. en cambio el conocimiento
en el género propio se asemeja al oscurecer, porque toda criatura es tiniebla
respecto de la luz divina.
10. A la objeción: En los seres inmateriales no se diferencia..., hay que decir
que esta afirmación no se refiere sólo a los seres inmateriales inteligentes,
sino también a los inteligibles, puesto que cuando un ser inmaterial conoce a
otro ser inmaterial, entonces será el mismo el que conoce y el medio con el que
se conoce; y esto no siempre, sino cuando el entendimiento reflexiona sobre sí
mismo. Y esto tiene lugar cuando Dios se conoce a sí mismo ; mas no cuando
conoce a la criatura, porque, aunque Dios es inmaterial, no son inmateriales las
cosas conocidas.
11. A la objeción: Donde existe unión inmediata entre el que conoce y el
conocible..., hay que decir que la unión entre el que conoce y el conocible
puede ser de dos maneras: o por razón del ser y del conservar y del causar, o
por razón del conocer y la unión por razón del causar es inmediata cuando la
causa produce y causa y obtiene el efecto inmediatamente; en cambio, la unión
por razón del conocer es inmediata cuando el que conoce al ser conocible o por
la esencia del mismo que conoce o por la esencia del ser conocido; y entonces no
hay necesidad de semejanza intermedia, diferente de los dos extremos. No
obstante, la misma esencia, en cuanto es razón del conocer, tiene razón de
semejanza, y en este sentido admitimos la semejanza en el conocimiento divino,
el cual no es otra cosa que la misma esencia del que conoce .
12. A la objeción: El conocimiento por esencia es más noble que el conocimiento
por semejanza, hay que decir que es verdad si se trata de la semejanza abstracta
y causada por la misma esencia de la cosa, y una tal semejanza se requiere para
el conocimiento causado. Pero no es verdad si se trata de la semejanza que es lo
mismo que la esencia del que conoce. Pues el conocimiento en el cual el que
conoce hace uso de sí mismo como semejanza para conocer alguna cosa es más
perfecto que el conocimiento en el cual el que conoce recibe algo de parte de la
cosa conocida.
13. A la objeción: Cuanto más noble es el conocimiento tanto más inmediata es la
conjunción y la unión entre el que conoce y lo conocible, ya está clara la
respuesta: porque la semejanza, que no es otra cosa que el mismo sujeto que
conoce, no establece distancia alguna irreal ni tampoco de razón, porque el
sujeto que conoce en cuanto conoce dice razón de semejanza; y por eso la
semejanza que es la razón del conocer, no sale en absoluto fuera de la razón del
sujeto que conoce y del objeto conocible.
CUESTIÓN III.
Si Dios conoce las cosas por semejanzas realmente diferentes
Admitido que Dios conoce las cosas por semejanzas ejemplares, se plantea la
cuestión si las conoce por semejanzas realmente diferentes. Y parece que sí:
Argumentos a favor
1. Por la autoridad. Agustín, ochenta y tres cuestiones diversas, en la cuestión
sobre las ideas: "Si no puede decirse o creerse rectamente que Dios ha creado
todas las cosas irracionalmente, hay que decir que todas las cosas han sido
creadas con una razón, y el hombre no con la misma razón que el caballo, pues es
absurdo pensar esto; por consiguiente, cada cosa ha sido creada con su propia
razón".
2. En el mismo pasaje: "Las ideas son formas inmutables, que están contenidas en
la inteligencia divina". Es así que toda forma es una realidad; luego, si hay
muchas formas, hay muchas realidades; por tanto, si hay muchas ideas, es
necesario que sean realmente diferentes.
3. Dionisio en Los nombres de Dios, V: "Decimos que las ideas ejemplares son en
Dios las razones que dan el ser a las cosas que existen, y que tales razones
preexisten singularmente, y la Teología las llama predeterminaciones". Mas las
razones que dan el ser a las diversas cosas son también diversas; por tanto, al
ser diversas realmente las cosas creadas, es necesario que las razones que les
dan el ser sean realmente distintas.
4. El Filósofo en el libro VII de la Metafísica: "Todo el que obra por medio de
un modelo, al final de la operación es forma de la cosa hecha". Pero Dios obra
según un modelo; por consiguiente, si las formas que llevan a efecto las cosas
creadas tienen diferencia real, es necesario que las razones ejemplares tengan
diversidad real.
5. Esto mismo parece por la razón. Dios obra según un plan. Ahora bien, el que
obra según un plan no produce las cosas si no las tiene en sí; luego, si produce
diversidad de cosas, es necesario que las tenga en sí bajo razón de diversidad.
Es así que no las tiene sino por medio de las razones de ellas; luego es
necesario que las razones de las cosas sean realmente diversas.
6. Todo lo que tienen las cosas lo reciben de Dios; luego, como tienen
diversidad entre sí, la reciben de aquel nobilísimo arte; por tanto, si la
reciben de Él, es necesario que se encuentre en Él. Pero no está en Él si no es
en las razones ejemplares; por consiguiente es necesario que éstas se distingan
realmente.
7. Los efectos opuestos tienen causas próximas opuestas y que los producen
inmediata y uniformemente. Mas las razones ejemplares de las cosas son sus
causas próximas y que las producen inmediata y uniformemente; por tanto, como
son causas de cosas no sólo diversas, sino también opuestas, es necesario que no
sólo se distingan realmente, sino también que se opongan entre sí.
8. Como dice Boecio: "El número fue el principal modelo en la mente del
Creador"; y Agustín dice en el libro II de El libre albedrío que número y
sabiduría son la misma cosa; y es opinión común que no se encuentra en Dios el
número ejemplar sino en relación a las razones ejemplares. Luego, si el número
establece verdadera pluralidad y en esas razones ejemplares hay verdadera y
propiamente razón de número, se sigue que en ellas hay verdadera y propiamente
diversidad real.
9. A la perfección del conocimiento pertenece conocer distintamente; luego el
conocimiento más perfecto conoce con la máxima distinción. Ahora bien, Dios no
conoce las cosas sino del modo como las tiene en sí; por consiguiente, es
necesario que las tenga en sí con la máxima distinción. Mas no las tiene sino
por medio de sus razones; por tanto es necesario que esas razones sean
distintísimas; en consecuencia, tienen en Él no sólo distinción de razón, sino
también distinción real.
10. Dios no conoce de distinta manera las cosas que hay dentro Él y las que hay
fuera de Él; al contrario, las conoce uniformemente. Pero las cosas exteriores
las conoce con distinción real; por consiguiente también las que hay dentro de
Él. Es así que conoce estas cosas de la misma manera que las tiene; luego las
tiene en su mente como realmente distintas.
11. Lo semejante se conoce por medio de su semejante. Esto es verdad por sí
mismo, pues dice Agustín, La Trinidad, IX "Todo conocimiento por medio de una
imagen es semejante a la cosa que se conoce". Luego, argumentando a la inversa,
lo desemejante se conoce por medio de su desemejante. Mas las cosas desemejantes
son conocidas realmente; por tanto las razones de conocerlas son también
realmente desemejantes; en consecuencia también realmente diferentes.
12. Lo que es semejante a uno de los opuestos en cuanto tal es desemejante a su
opuesto; luego, si la idea de blanco es semejante a una cosa blanca, es
desemejante a una cosa negra, y por la misma razón la idea de negro es
desemejante a una cosa blanca; en consecuencia, es necesario que las ideas de
blanco y de negro sean desemejantes entre si; por tanto también realmente
diferentes.
13. La idea es semejanza; por tanto o es semejanza total o es semejanza parcial.
Si es semejanza parcial, se sigue que por medio de ella la cosa no es nunca
conocida totalmente. Si es semejanza total, las cosas que son totalmente
semejantes a otra, no son desemejantes en nada; luego, si en la realidad fuera
una la semejanza de las criaturas, sería imposible que fueran realmente
diferentes. Pero consta que son realmente diferentes; por consiguiente, es
necesario que les corresponda diferencia real de las semejanzas ejemplares.
14. La razón ejemplar es semejanza de la cosa conocida; por tanto es semejanza
común o propia. Si es común, se sigue que por medio de ella no se conocen las
propiedades de las cosas. Si es propia, las semejanzas propias se multiplican
según la pluralidad de las cosas; por consiguiente, si las cosas creadas son
realmente diversas, es necesario que sus semejanzas sean también realmente
diferentes entre sí.
15. Llámese A la razón con fue hecho el hombre; B la razón con que fue hecho el
asno. Es evidente que A no es B. Luego, si en Dios aquellas cosas, de las cuales
la una no se predica de la otra, se distinguen con distinción real y no sólo con
distinción de razón, parece que son realmente diversas. La menor es evidente,
porque aunque la bondad, la sabiduría y el poder sean diferentes con distinción
de razón, sin embargo se predican mutuamente la una de la otra.
16. A no es la semejanza del asno, ni B la semejanza del hombre; luego A en
alguna manera se acerca más al hombre que al asno. Pero esto no sena así si no
estuviera en cierto modo más acorde con el hombre que B, y esto no sería
posible, si de alguna forma A no tuviera diferencia real con B; por
consiguiente, etc.
17. Si estas razones ideales son múltiples con distinción de razón, o responde
algo a esa razón o no responde nada. Si no responde nada, es que es vana. Si
responde algo, entonces es necesario en alguna manera que en estas razones haya
diferencia real.
18. Estas razones o se diferencian por razón de lo que connotan o por razón de
sí mismas. Si se diferencian por razón de lo que connotan, se sigue que, siendo
esto temporal, lo temporal será causa de lo eterno. Si se diferencian por razón
de sí mismas, las cosas que se distinguen por sí mismas, son realmente
diferentes; luego estas razones son realmente diferentes.
19. Si estas razones se diferencian por razón de la cosa que connotan, luego,
como el Verbo connota el efecto más que lo connota la razón o la idea, porque,
como se dice en las ochenta y tres cuestiones diversas, "el Verbo dice potencia
operativa", parece que, si éste fuera la causa, se diría que en Dios hay muchos
Verbos. Ahora bien, consta que esto es falso; por tanto, para que se diga que
hay muchas razones no es suficiente la diferencia de las cosas connotadas.
20. Las cosas han sido causadas por las razones ejemplares y no a la inversa;
luego la pluralidad de las razones es anterior a la pluralidad de las cosas
connotadas; por consiguiente, si se multiplican las razones, esto no lo hace la
diferencia de las cosas connotadas; por lo tanto, es necesario que se distingan
realmente por sí mismas.
21. La pluralidad de Personas en Dios es más importante que la pluralidad de las
ideas o razones. Mas la diferencia real de las Personas no repugna a la
simplicidad de Dios; por tanto, tampoco la pluralidad real de las razones
ideales; en consecuencia, si los Santos dicen que éstas son muchas, parece que
hay que confesar que éstas son realmente diferentes.
Argumentos en contra
1. Dionisio en el capítulo V de Los nombres de Dios, hablando de Dios dice así:
"[Dios] tiene en sí previamente todas las cosas según la excelencia única de su
simplicidad, rechazando toda duplicidad". Ahora bien, si Dios tiene en sí
previamente las cosas por las razones de las cosas, también ellas rehúyen toda
duplicidad; luego no tienen diversidad real.
2. Y en el mismo pasaje: "Un solo sol contiene previamente en sí mismo
uniformemente las causas de las muchas cosas que participan de él; con mucha
mayor razón hay que conceder que en la causa del sol y de todas las cosas
preexisten las ideas ejemplares de todo lo que existe a manera de una unión
supersustancial". Pero esto no sería así si esas razones fueran realmente
distintas; por consiguiente, no tienen diversidad real.
3. Agustín en el libro VI de La Trinidad, capítulo 10: "El Hijo es el arte del
omnipotente que contiene todas las razones de los seres vivos, y todas las cosas
son en él una sola cosa". Mas esto no sería así, si esas razones fueran
realmente diversas; por tanto necesariamente son realmente indistintas.
4. Esto mismo demuestra Dionisio en el capítulo V de Los nombres de Dios, con el
siguiente razonamiento: Todas las líneas están originalmente en el punto y todos
los números en la unidad. Y sin embargo por esto no se pone en el punto y en la
unidad la diversidad real de las criaturas; luego tampoco en la causa suprema.
5. No hay estabilidad sino en la unidad. Pero en cualquier género de causa es
necesario tener estabilidad; por consiguiente, Si Dios es la causa ejemplar en
la cual está la estabilidad de todas las causas formales, es necesario que [la
causa ejemplar] tenga una absoluta unidad real.
6. Hay que atribuir a Dios lo que es más perfecto. Es así que es más perfecto
conocer muchas cosas con un solo medio que conocer muchas con muchos medios;
luego...
7. El conocimiento divino es infinito; por tanto no está restringido ni limitado
en modo alguno; por consiguiente tampoco la razón del conocer está en Dios
limitada de ningún modo. Es así que, si para conocer muchas cosas se necesitaran
muchas razones realmente diferentes, entonces el conocimiento de Dios estaría de
algún modo limitado y restringido; luego, si es imposible admitir esto, es
imposible que esas razones sean realmente diversas.
8. La razón de conocer en Dios indica algo esencial, porque es común a las tres
Personas. Mas las cosas esenciales en Dios no son en modo alguno múltiples
realmente, porque, si fueran realmente múltiples, habría en Dios muchas
esencias, y esto es imposible; por tanto es imposible que las razones ejemplares
sean realmente diferentes.
9. Todas las cosas que se distinguen realmente se distinguen o por su origen o
por su cualidad, como dice Ricardo. Pero las razones ejemplares no pueden
distinguirse por su cualidad, porque tal distinción no cabe en Dios; ni por su
origen, porque no procede una de otra; por consiguiente es imposible que sean
realmente distintas.
10. Las razones eternas producen las cosas; ahora bien, o son solamente
productoras o productoras y producidas. Si son productoras y producidas, como el
que produce y lo producido se distinguen realmente, esas razones se
distinguirían realmente de Dios, porque es imposible admitir otro que las
produzca; luego no serían el mismo Dios, ni Dios conocerla las cosas por sí
mismo; lo cual es imposible. Si son solamente productoras, entonces tienen razón
de único principio. Mas tal principio es el primer principio, y el primer
principio no es sino únicamente uno, por tanto es imposible que las razones
eternas se distingan realmente.
11. La razón ejemplar designa aquello por lo cual una cosa es conocida. Es así
que aquello por lo cual una cosa es conocida no es sino la forma; luego, si Dios
conociera las cosas por razones ejemplares realmente diferentes, sería necesario
que el mismo ser divino fuera multiforme. Pero esto es totalmente imposible; por
consiguiente, lo primero también.
12. Supongamos que [las razones ejemplares] se distinguen realmente. Como hay
cosas que tenemos que disfrutar, y las cosas que tenemos que disfrutar nos hacen
bienaventurados, nadie sería bienaventurado si no conociera todas las razones
ejemplares, de la misma manera que no es bienaventurado nadie que no tenga
conocimiento de alguna de las tres Personas. Mas esto es falso y absurdo; por
tanto, también lo primero.
13. La razón ideal en Dios no designa algo inherente, sino más bien alguna
sustancia estable por si misma, como es el Verbo; luego, si hubiera en Dios
muchas razones realmente diferentes, habría en Él tantas sustancias estables por
sí mismas como razones; por consiguiente, habría tantas personas divinas o
esencias como ideas. Mas esto es falso y contrario a la fe; por tanto, es
erróneo decir que las razones ideales son realmente diferentes.
14. Si [las razones ejemplares] son realmente diferentes, o lo son como cosas
absolutas o como relaciones. Pero no lo son como relaciones, porque ninguna
relación recibe el nombre de aquello a lo que se refiere, sobre todo en la
relación que implica superioridad, sino que la razón ejemplar del hombre es el
propio hombre; por consiguiente la razón ideal en Dios no está impuesta por una
relación real. Por tanto, si son muchas realmente, lo son como formas absolutas;
en consecuencia, si esto es imposible, es imposible que esas razones sean
realmente diferentes.
15. Si [las razones ejemplares] se distinguen realmente como relaciones reales
diversas, puesto que en una relación real los términos relativos son simultáneos
por naturaleza, serían simultáneos por naturaleza la idea y lo ideado; luego
también el Creador y la criatura. Es así que esto es totalmente absurdo; luego
es imposible que las razones ejemplares sean diversas como relaciones reales
diversas; ni tampoco como cosas absolutas diversas, como es evidente; por
consiguiente, no tienen ninguna diversidad real.
16. Toda diversidad real hace que haya dos esencias distintas o dos personas
distintas o dos cualidades distintas. Mas ninguna de estas tres cosas se puede
decir de las razones eternas, porque no hay no hay en ellas diversidad esencial
ni personal ni accidental; por tanto no hay en modo alguno distinción o
diferencia real.
Conclusión
Dios conoce las cosas en sí mismo por medio de una semejanza que expresa todas
las cosas, de manera que las razones ideales no se multiplican en Dios
realmente, sino sólo como entes de razón
Respondo:
Para entender lo anterior hay que tener en cuenta que Dios conoce sin duda
alguna las cosas, y que las conoce en sí mismo, y que las conoce en sí mismo
como por medio de una semejanza, y que esa semejanza en que las conoce no es una
semejanza recibida del exterior ni una semejanza por concordancia con alguna
tercera naturaleza, sino que esa semejanza no es otra cosa que la misma verdad
expresiva, como quedó demostrado en la cuestión anterior. Por tanto, decir que
Dios conoce las cosas por sí mismo como por medio de una semejanza es lo mismo
que decir que Dios conoce las cosas por sí mismo como verdad o como luz suprema
que expresa las demás cosas. Y como la verdad divina es poderosísima para
expresar todas las cosas totalmente, de la misma manera que el poder divino [es
poderosísimo] para crear todas las cosas totalmente, por eso Dios conoce por sf
mismo como verdad que expresa totalmente toda la variedad de las cosas. y la
verdad divina tiene poder, aunque sea una sola, para expresar todas las cosas a
manera de semejanza ejemplar, porque ella está absolutamente fuera del género y
no está limitada en nada; ella es también acto puro, en cambio las demás cosas
con relación a ella son materiales y posibles. Por tanto, como lo que es uno en
cuanto a la forma puede asemejarse a muchas cosas en cuanto a la materia, como
queda patente en la blancura en el hombre y en la piedra; como la misma Verdad
se relaciona sin diferencia con todas las cosas, y las demás cosas son para ella
materiales, ella como acto puro puede ser semejanza que expresa todas las cosas.
Mas en esta expresión se deben entender tres cosas: la misma verdad, la misma
expresión y la misma cosa expresada. La verdad que expresa [las cosas] es una
sola real y conceptualmente; las cosas que son expresadas son multiformes actual
o posiblemente, y la expresión considerada en sí misma no es sino la misma
verdad; mas considerada en relación a su finalidad, está relacionada con las
cosas que son expresadas. De aquí que la expresión de varias cosas en la verdad
divina o por la verdad divina, si la consideramos en sí misma, no son varias
cosas; pero, si la consideramos en relación a su finalidad, decimos que es
múltiple, porque expresar a un hombre no es expresar a un asno, como predestinar
a Pedro no es predestinar a Pablo, ni crear a un hombre es crear a un ángel,
aunque el acto divino sea uno solo. Por tanto, como las razones ideales designan
las mismas expresiones de la verdad divina con relación a las cosas, por eso se
dice que son múltiples no según lo que significan, sino según lo que connotan;
no según lo que son, sino según aquello para lo que son o con lo que se
comparan. y como [dichas razones] no se relacionan con las cosas según una
relación real que hay en Dios, porque Dios no se relaciona realmente con nada
exterior, sino sólo según nuestra manera de entender, a la cual corresponde una
relación real en acto o en potencia de parte de las cosas, por eso hay que decir
que las razones ideales se multiplican en Dios no realmente, sino según razón, y
esta razón no es sólo de parte del que entiende, sino también de parte de la
cosa entendida.
Totalmente semejante a esto no se encuentra nada en la creación; pero, si se
pensara por un imposible que la luz es idéntica a su iluminación e irradiación,
podríamos decir que una misma luz y antorcha tendría muchas irradiaciones,
porque irradiación quiere decir dirección diametral u ortogonal de la misma
antorcha; por lo cual se diría que diversos cuerpos iluminados reciben muchos
rayos luminosos, pero en una sola luz y en una sola antorcha.
Así también en el tema propuesto hay que entender que la misma verdad divina es
la luz, y sus expresiones son respecto a las criaturas como rayos luminosos,
aunque intrínsecos, que llevan y dirigen de manera determinada a aquello que
expresan.
Y esto es lo que dice Dionisio en el capítulo VII de Los nombres de Dios: "El
entendimiento divino no conoce las cosas expresándolas a partir de las cosas,
sino que a partir de sí mismo y en sí mismo, en cuanto es causa de todas las
cosas, tiene previamente y concibe previamente la noticia y la ciencia y la
sustancia de las mismas, no porque se meta en cada cosa por medio de la idea, es
decir, no por medio de ideas realmente diferentes, sino porque conoce y contiene
todas las cosas como su única excelencia causal; de la misma manera que la luz
en cuanto causa ha recibido de antemano en sí misma conocimiento. Las tinieblas,
no conociendo las tinieblas por otro hecho que por la falta de luz. Por
consiguiente, la divina sabiduría, al conocerse a sí misma, conoce todas las
cosas materiales de manera inmaterial, y las divisibles de manera indivisible, y
las múltiples de manera singular, conociendo y produciendo todas las cosas en su
misma unidad".
En esto muestra claramente Dionisio que en la razón del conocimiento divino no
es posible la pluralidad real, porque esto disminuiría la perfección del
conocimiento divino. Y esto mismo lo demuestra más perfectamente en el capítulo
5, como he citado más arriba, y por eso se deben admitir los argumentos que se
han expuesto a favor de esta solución.
Solución de las objeciones
1. Por tanto, a la primera objeción tomada de Agustín: El hombre ha sido creado
con una razón y el caballo con otra, etc., hay que decir que la otreidad aquí no
significa diferencia real, sino solamente diferencia de razón.
2. A la objeción: La idea es forma y realidad, etc., hay que decir que la idea
significa realidad y significa modo de la realidad, pues significa forma
comparada a lo que ella expresa, y que no se multiplica en cuanto significa
realidad, sino en cuanto significa modo de la realidad; y por eso cuando la
objeción pasa de la pluralidad de las ideas a la pluralidad de las cosas en
Dios, pasa de la pluralidad del modo a la pluralidad de la realidad; y por eso
yerra en cuanto a un elemento accidental o en cuanto al modo de expresarse.
A la objeción: Según Dionisio las ideas ejemplares son principios que dan el
ser, hay que decir que se dice que dan el ser o porque subsisten en sí mismas o
porque producen las sustancias de las cosas o porque expresan las sustancias de
las cosas, no porque sean las sustancias o esencias de las mismas cosas. Y
aunque las esencias de las mismas cosas se multipliquen en las cosas porque son
intrínsecas a las mismas cosas, sin embargo no se sigue que sean múltiples sus
razones ejemplares, porque no entran en la constitución de las cosas.
4. A la objeción: El que obra según un modelo es forma de la cosa hecha, hay que
decir que eso se entiende del que obra según un modelo y que es dirigido y
regulado por el mismo modelo, como es el agente creado; y ni siquiera se
entiende propiamente que él sea en verdad forma de la cosa producida, sino que
él tiene en si algo que tiene la semejanza de la cosa que ha de producir, como
el médico que cuando cura tiene antes en su mente y en su arte la curación que
después realiza. Así la argumentación falla por dos lados.
5. A la objeción: El que obra según un plan no produce las cosas, si no las
tiene en sí, hay que decir que no es necesario que las tenga realmente, sino en
semejanza, y esta semejanza no es necesario que sea en todo conforme a las cosas
de las que es semejanza. Así es evidente que la razón o idea de las cosas
materiales es inmaterial, la de las cosas corruptibles es incorruptible, y por
eso la idea de muchas cosas puede ser uniforme y la de las cosas diferentes ser
única. Por eso no se sigue que, si la pluralidad es representada por las mismas
ideas ejemplares, ellas tengan que ser muchas en realidad, como no se sigue que
las ideas ejemplares de los seres materiales sean materiales.
6. A la objeción: Todo lo que tienen las cosas lo reciben de Dios, hay que decir
que lo reciben de Él como del que puede hacer algo de la nada, no en el sentido
de que reciban algo de su sustancia. Por eso, si la criatura tiene algo en su
género propio, no se sigue que sea necesario que ello se encuentre en acto en el
que se lo da; sino que basta que se encuentre solamente según el poder eficiente
o la ejemplaridad representativa.
7. A la objeción: Los efectos opuestos tienen causas próximas opuestas, etc.,
hay que decir que es verdad en las causas limitadas que no producen efectos
múltiples sino por principios múltiples; y por lo mismo no producen efectos
opuestos sino por principios opuestos. Pero no es verdad en la causa de las
causas, la cual no tiene ninguna restricción o limitación, sino libertad
absoluta respecto a los efectos que ha de producir, por diferentes que sean.
8. A la objeción: El número fue el principal modelo en la mente del Creador, hay
que decir que esto se dice no porque en Dios haya propiamente número, ya que el
número resulta de la suma de las diversas unidades, sino porque el propio Dios
conoce el número, según el cual son reguladas todas las proporciones de las
cosas que ha de crear.
O si se dice en alguna parte que en Dios hay un número de ideas, este número se
aparta del concepto de número propiamente dicho, como el número de las tres
Personas, que no resulta de la pluralidad de unidades, sino del desdoblamiento
de la misma unidad en las diversas hipóstasis. De la misma manera el número de
ideas o razones no significa pluralidad de unidades eternas, ya que la unidad
eterna es una solamente, sino comparación de ella con las múltiples cosas que ha
de expresar.
9. A la objeción: A la perfección del conocimiento pertenece conocer
distintamente, etc., hay que decir que el acto de conocer mira al mismo sujeto
que conoce y al mismo objeto conocido. De ahí que conocer distintamente puede
tomarse en dos sentidos: ya por parte del sujeto que conoce ya por parte del
objeto conocido. Y aunque el conocer distintamente por parte de la cosa conocida
pertenezca a la perfección del conocimiento, no es así por parte del sujeto que
conoce, porque es más perfecto conocer muchas cosas por medio de un solo
principio que por medio de muchos.
También se puede decir que conocer distintamente puede entenderse de dos
maneras: o de manera que quiera decir distinción en cuanto a la diversidad
esencial, o de manera que quiera decir expresión ejemplar o cognoscitiva. En el
primer sentido contribuye a la perfección del conocimiento por parte del objeto
conocido. En el segundo, por parte del sujeto que conoce. Y en este sentido Dios
conoce con suma distinción, porque la verdad eterna, aunque es una, expresa con
la máxima distinción las diversas cosas, sin que se encuentre en ella por eso
ninguna distinción.
10. A la objeción: Dios conoce de la misma forma las cosas que hay en El y las
que están fuera de Él, etc., hay que decir que, si se entiende en el sentido de
que Dios no tiene conocimiento de las cosas desde fuera de Él, sino sólo desde
dentro, el discurso es verdadero. Pero si se entiende que Dios conoce que las
cosas existen de la misma manera dentro y fuera de Él, es falso; porque dentro
de Él las tiene bajo una absoluta indistinción real, y sabe que ellas existen
así; fuera de Él, en cambio, sabe que existen bajo múltiples formas.
11. A la objeción: Lo semejante se conoce por medio de su semejante, hay que
decir que esa ilación es lógica en la semejanza restringida que hay dentro de un
género; y por ello no tiene lugar aquí. o también, que esta no es una semejanza
de concordancia, sino sólo de expresión ejemplar, y esta semejanza o desemejanza
no establece diferencia de razón a razón o de semejanza a semejanza, sino
diferencia entre lo que connota y expresa fuera de sí misma.
12. A la objeción: Lo semejante a un opuesto es desemejante a su opuesto, hay
que decir que eso tiene lugar en la semejanza que nace de la participación de
una naturaleza común o de una expresión limitada, como la que ha sido recibida
de un objeto exterior.
13. A la objeción: Esa semejanza o es total o es parcial, hay que decir que es
total, porque se dice semejanza en cuanto es expresiva y expresa totalidad.- Y
si se objeta que las cosas diversas no pueden asemejarse a una tercera en su
totalidad, hay que decir que eso es verdad de la semejanza que nace de la
comunicación, no de la que nace de la expresión.-Y si pregunta cómo puede
entenderse eso, hay que decir, como se ha dicho arriba, que esto es así porque
esa semejanza está fuera del género y es un acto puro, y las demás cosas son
materiales respecto a ella.
14. A la objeción: [La razón ejemplar] o es semejanza común o es propia, hay que
decir que a Dios hay que atribuirle toda la perfección que hay en la criatura; y
por lo tanto en cierto modo es semejanza común, porque expresa todas las cosas
en común, y en cierto modo propia, porque expresa cada cosa perfecta e
íntegramente.
15. A la objeción: A no es B, hay que decir que en Dios, para que una cosa
niegue de otra con verdad, no es necesario que haya distinción real de lo que
son las dos cosas, sino de lo que las dos connotan. Por ejemplo, está claro que
la predestinación no es la reprobación, y esto porque, aunque el significa de
las dos sea el mismo, es decir, la esencia o la voluntad divina, sin embargo lo
connotado es distinto, es decir, la gloria y la pena.
16. A la objeción: La semejanza del hombre no es la semejanza del asno, etc., es
clara la respuesta: pues esto no es por razón de la verdad divina, que expresa
igual al hombre que al asno, sino por razón de lo connotado, así como decimos
que crear al hombre no es crear al ángel.
17. A la objeción: Si allí [en las razones ideales] hay pluralidad de razón, a
ella responde algo en la realidad o no, hay que decir que responde algo. Y si se
pregunta qué es lo que responde, digo que del lado de la verdad divina no
responde sino la unidad, la cual, sin embargo, es más poderosa al representar
muchas cosas que ninguna multiformidad creada, porque, aunque la verdad divina
sea simple, a pesar de ello es infinita. En cambio, del lado de las cosas
significadas por connotación responde la pluralidad, sea actual sea potencial.
En efecto, muchas cosas posibles son muchas cosas conocidas en acto, aunque no
estén en acto en su naturaleza propia.
A la objeción: Si las razones eternas son diferentes por razón de lo connotado
entonces lo temporal es causa de lo eterno, hay que decir que de lo connotado se
puede hablar en dos sentidos: en cuanto a su ser propio o en cuanto connotado.
En cuanto a su ser propio es verdad que es temporal, pero si embargo es
connotado desde toda la eternidad, porque lo que es temporal su ser propio es
conocido por Dios desde toda la eternidad.
19. A la objeción: Si las razones son múltiples por razón de la cosa que connota
entonces también debe ser múltiple el Verbo, hay que decir que no hay paridad,
porque el Verbo significa el mismo poder operativo o expresivo de Dios, cual en
la realidad y según nuestro modo de entender se refiere sobre todo a Dios. En
cambio, la idea o razón significa la expresión o semejanza, la cual, aunque en
la realidad se refiere sobre todo a Dios que conoce, sin embargo, según nuestro
modo de entender se refiere más bien a la cosa conocida. Y p eso, aunque las
razones [ejemplares] tengan unidad real, de manera que muchas ideas pueden
llamarse una sola Verdad y un solo Verbo, sin embargo no parece tener unidad de
razón, de manera que muchas ideas o razones puedan llamarse una sola idea o una
sola razón ejemplar.
20. A la objeción: Las cosas han sido causadas por las razones ejemplares, luego
también la pluralidad, etc., hay que decir que la pluralidad de las cosas en su
género propio procede de la pluralidad de las razones ejemplares, pero la
pluralidad de las razones [ejemplares] no es otra cosa que las mismas cosas en
cuanto existen en su causa. De aquí que, aunque la pluralidad de las ideas o
razones de alguna manera tenga su correspondiente pluralidad de las cosas, sin
embargo no es causada por ella, porque Dios no sabe más cosas o la verdad divina
expresa más cosas por el hecho de que van a existir más cosas, sino al
contrario: porque Dios sabe más cosas, por eso se hacen más cosas, como dice
Agustín en el capítulo XI de La ciudad de Dios: "Este mundo no podría sernos
conocido si no existiera; mas no podría existir si no fuera conocido por Dios".
21. A la objeción: La pluralidad de Personas en Dios es más importante que la
pluralidad de las ideas, hay que decir que no hay paridad de lo uno a lo otro;
porque la pluralidad de las Personas es por su origen y por la relación mutua e
intrínseca de Persona a Persona; mas las ideas o razones ejemplares no nacen una
de la otra, ni tienen relación mutua e intrínseca, ni pueden tener relación real
con algo exterior, porque tener relación con algo exterior lleva consigo de
alguna manera dependencia y no permite que el ser del que se afirma esa relación
sea sumamente simple y absoluto. Por eso la pluralidad real de las ideas no
conviene en modo alguno al ser de Dios, que es el más simple y absoluto. Por
tanto, si se pone en El la pluralidad, hay que ponerla según nuestra manera de
entender, como se ha dicho antes y lo creyeron comúnmente los doctores antiguos.
Y con esto queda clara la solución de las objeciones.
CUESTIÓN IV.
Si todo lo que conocemos con certeza, lo conocemos en las mismas razones eternas
Admitido que las razones eternas son realmente indistintas en el arte o
conocimiento divino, pregunto si son ellas las razones del conocer en todo
conocimiento cierto; esto es, si todo lo que conocemos con certeza, lo conocemos
en las mismas razones eternas.
Y parece que sí por numerosas autoridades.
Argumentos a favor
1. Agustín en El Maestro: «Acerca de todas las cosas que entendemos no
consultamos al que habla fuera, sino a la verdad que gobierna interiormente la
misma mente. Y el que consultamos nos enseña, el que hemos dicho que habita en
el interior del hombre, Cristo, poder inmutable de Dios y Sabiduría eterna, a
quien consulta toda alma racional».
2. El mismo en La verdadera religión: «Está claro que por encima de nuestra
mente hay una ley que se llama verdad; y no se puede ya dudar que esa naturaleza
inmutable, que está por encima de la mente humana, es Dios. Pues ésta es aquella
verdad inmutable que es llamada con acierto ley de todas las artes y arte del
artífice omnipotente».
3. Agustín en el libro II Del libre albedrío: «Aquella hermosura de la sabiduría
y de la verdad ni se acaba con el tiempo, ni emigra de un lugar a otro, ni la
interrumpe la noche, ni la intercepta la sombra, ni está bajo los sentidos
corporales. A los que del mundo entero están vueltos a ella, los cuales la aman,
a todos está próxima, para todos es eterna, no está en ningún lugar, no falta en
ninguna parte, amonesta desde fuera, enseña interiormente. Nadie la juzga, nadie
juzga bien sin ella; y por esto queda claro que ella es sin duda mejor que
nuestras mentes, las cuales todas y cada una son hechas sabias por ella sola y
no juzgan de ella, sino de las demás cosas por ella”.
Si tú dices que de esto no se sigue que veamos en la verdad o en las razones
[eternas], sino a través de dichas razones, Agustín dice en contra en el libro
XII de las Confesiones: “Si los dos vemos que es verdad lo que tú dices, y los
dos vemos que es verdad lo que yo digo, ¿dónde lo vemos, por favor? Ni yo en ti,
ni tú en mí, sino los dos en la misma inmutable verdad, que está por encima de
nuestras mentes” 4.
4. En La ciudad de Dios, libro VIII, hablando de los filósofos dice: «Éstos, que
con razón anteponemos a todos, dijeron que la luz de las mentes para que lo
aprendamos todo es el mismo Dios, que lo hizo todo».
5. En La Trinidad, libro VIII, capítulo 3: «Cuando nuestro espíritu nos agrada
de manera que lo prefiramos a toda luz corporal, no nos agrada en sí mismo, sino
en aquel arte por el que ha sido creado. Pues la razón de que aprobemos su
creación es que vemos que debió ser creado. Esta es la verdad y el bien puro».
6. En La Trinidad, libro IX, capítulo 6: «Reglas completamente distintas, que
permanecen inmutablemente por encima de nuestra mente, nos convencen a que
aprobemos o desaprobemos cuando aprobamos o desaprobamos algo con razón»
8. Si dices que Agustín se retractó, mira lo que dice en el libro I de Las
Retractaciones: «Es de creer que de algunas disciplinas contestan bien incluso
los que las desconocen, cuando pueden captar la luz eterna de la razón, en la
cual luz ven estas verdades inmutables, no porque primero las supieron y después
las olvidaron, como creyó Platón». Asimismo: «La naturaleza intelectual no
conecta sólo con las cosas inteligibles, sino también con las inmutables, pues
ha sido hecha de manera que, cuando se mueve hacia las cosas con las que está
conectada o hacia sí misma, puede contestar la verdad sobre ellas en tanto en
cuanto las ve».
De estos textos de Agustín queda manifiestamente patente que sabemos todas las
cosas en las razones eternas.
9. Y Ambrosio: «Por mí mismo no veo sino cosas vacías, escurridizas y caducas»;
luego, si veo algo con certeza, lo veo por medio de algo que está por encima de
mí.
10. Y Gregorio, comentando el texto del capítulo 14 de Juan: Él os lo enseñará
todo, dice: «Si el mismo Espíritu no está en el corazón del oyente, ociosa es la
palabra del doctor; nadie, pues, atribuya al hombre que enseña lo que entiende
de la boca del que enseña, porque, si no está en su interior el que enseña, la
lengua del doctor trabaja en vano en el exterior».
11. Y el mismo en el mismo pasaje: «Fijaos que todos oís igualmente la misma
palabra del que habla; sin embargo todos no sopesáis igualmente el sentido de la
palabra oída. Entonces, si la palabra no es distinta, ¿por qué es distinta la
comprensión de la palabra en vuestros corazones, sino porque, a través de lo que
avisa la palabra del que habla en común, es el maestro interior quien enseña
especialmente a algunos sobre la comprensión de la palabra?». Es así que, si
nuestro entendimiento se bastara para entender por medio de la luz de la verdad
creada, no necesitaría del maestro celestial; luego, como lo necesita, queda
patente, etc.
Y Anselmo en el Prosiogio, capítulo 14: «¡Cuán grande es la luz de la cual
resplandece toda verdad que brilla para el alma racional! ¡Qué grande es esta
verdad, en la cual está todo lo que es verdad, y fuera de la cual no hay sino
nada y falsedad!»; luego, si la verdad no se ve sino donde está, no se ve
ninguna verdad sino en la verdad eterna.
13. Y orígenes: «La naturaleza humana, aunque no hubiera pecado, no podría
brillar por sus propias fuerzas». Mas entender es una especie de brillar; por
tanto, aunque no hubiera pecado, no podría entender por sus propias fuerzas; en
consecuencia, necesita un agente superior.
14. Y sobre aquello del Salmo: Tus manos me hicieron y me formaron, dame
inteligencia, dice la Glosa: «Dios solo da la inteligencia; en efecto, Dios, que
es la luz, alumbra por sí mismo las almas piadosas».
15. E Isaac, comentando aquello del Salmo: En tu luz veremos la luz, dice: «Lo
mismo que del sol sale la luz con la cual puede verse el sol, y sin embargo esa
luz, que nos muestra al sol, no abandona al sol, de la misma manera en Dios la
luz que sale de Dios ilumina la mente para que primero vea el propio resplandor,
sin el cual no vena, y en él vea las demás cosas»; luego, según esto, todas las
cosas las vemos en la luz divina.
10. Y el Filósofo, en el libro VI, capítulo 3 de la Ética, según la nueva
versión: "Todos conjeturamos que lo que por ciencia sabemos no puede ser de
distinta manera [de la que es]. En cambio las cosas contingentes, cuando se
producen fuera de nuestra observación, se nos oculta si son o no son de distinta
manera. Luego lo que se puede saber es necesariamente eterno; pues los seres que
son absolutamente son todos eternos; y los seres atennos son increados e
incorruptibles". En consecuencia, no puede haber de ningún modo conocimiento
cierto sin que intervenga la razón de la verdad eterna. Y esto no sucede sino en
las razones eternas; por tanto, etc.
Esto se demuestra también con argumentos de razón, y en primer lugar con
argumentos tomados de las palabras de Agustín, y en segundo lugar con otros
argumentos. En efecto, Agustín en el libro II Del libre albedrío y en el De la
verdadera religión y en el de El Maestro, y en el VI sobre La música y en el
VIII de La Trinidad sugiere argumentos de esta índole.
17. Toda realidad inmutable es superior a la realidad mutable; mas aquello
mediante lo cual conocemos con certeza es inmutable, porque es una verdad
necesaria. Pero nuestra mente es mutable; por consiguiente, aquello mediante lo
cual conocemos está por encima de nuestras mentes. Ahora bien, lo que está por
encima de nuestras mentes no es sino Dios y la verdad eterna; luego, aquello por
lo que tenemos conocimiento es la verdad divina y la razón eterna.
18. Todo lo que no se puede juzgar es superior a lo que se puede juzgar. Es así
que la ley con la que juzgamos no se puede juzgar, y nuestra mente sí se puede
juzgar; luego aquello por lo que conocemos y juzgamos es superior a nuestras
mentes. Mas esto no es sino la verdad y la razón eterna; por tanto, etc.
19. Todo lo infalible es superior a lo falible. Pero la luz y la verdad mediante
la cual conocemos con certeza es infalible; nuestra mente, en cambio, puede
engañarse; por consiguiente, aquella luz y verdad es superior a nuestra mente.
Ahora bien, ésta es la luz y la verdad eterna; luego, etc.
20. Toda luz de certeza es ilimitable, porque se revela a todos y les muestra el
objeto del conocimiento con la misma certeza. Es así que la luz ilimitable
necesariamente no es una luz creada, sino increada, porque todo ser creado es
limitado y finito y se multiplica en objetos diversos; luego es necesario que
esta luz sea increada. Mas conocemos con certeza mediante esta luz; por tanto,
etc.
21. Todo lo necesario es interminable, porque no puede ni podrá de ningún modo
ser de otra manera. Ahora bien, aquello por lo que sabemos con certeza es verdad
necesaria; en consecuencia es interminable. Pero todo lo que así está por encima
de todo ser creado, ya que toda criatura empieza en la nada, y en cuanto depende
de ella puede terminar en la nada; por consiguiente, aquello por lo que
conocemos transciende toda verdad creada; luego es la verdad increada.
22. Todo ser creado, en cuanto depende de sí mismo, es comprensible. Es así que
las leyes de los números, de las figuras y de las demostraciones, creciendo
hasta el infinito, según el Filósofo son incomprensibles para el entendimiento
humano; luego estas leyes, cuando son vistas por el entendimiento humano, es
necesario que sean vistas en algo que trasciende toda realidad creada. Y esto
que trasciende el ser creado no es sino Dios y la razón eterna; luego, etc.
23. Cuando un impío conoce la justicia, o la conoce porque ella está presente en
él, o por medio de una semejanza recibida del exterior, o por medio de algo
superior a él. Mas no la conoce por presencia, ya que ella no está en él; ni por
una imagen recibida del exterior, porque la justicia no tiene una imagen que
pueda ser abstraída por los sentidos; por tanto es necesario que la conozca por
medio de alguna otra cosa que esté por encima de su entendimiento. Y de la misma
manera todas las demás cosas espirituales que se pueden conocer y él conoce;
luego, si el impío conoce en las razones eternas, mucho más los otros. - Si
dices que la conoce por sus efectos, contra esto respondo: No se pueden saber
los efectos de algo que no se conoce en absoluto. Pues, si no sé qué es el
hombre, nunca sabré qué hace el hombre. Pero, si no se tiene primero
conocimiento de la justicia, nunca se sabrá que la justicia produzca este o
aquel efecto; por consiguiente, sólo queda que sea conocida en la razón eterna.
De la misma manera puede argumentarse acerca de cualquier forma sustancial
inteligible, y, por tanto, acerca de todo conocimiento cierto.
24. Lo mismo que Dios es la causa de la existencia, así también es la razón del
entender y la norma del vivir 33. Ahora bien, Dios es la causa del existir, de
manera que nada puede ser hecho por ninguna causa sin que Él mueva por sí mismo
y con su poder eterno al que obra 34; por tanto, nada puede ser entendido sin
que Él ilumine inmediatamente 35 con su verdad eterna al que entiende.
25. Ningún ser imperfecto, en cuanto depende de él, es conocido sino por el ser
perfecto, Es así que toda verdad creada, en cuanto depende de ella, es tiniebla
e imperfección; luego, en nuestro entendimiento no entra nada sino a través de
aquella suma verdad.
26. Ninguna cosa es conocida bien y con certeza sino aplicándole una regla que
no puede torcerse en modo alguno. Mas esta regla no es otra que la que es por
esencia la misma rectitud, y ésta no es otra que la verdad y la razón eterna;
por tanto, no se conoce nada con certeza si no se le aplica la regla eterna.
27. Siendo dos las partes del alma, la superior y la inferior, la razón inferior
procede de la superior, y no a la inversa. Pero se llama razón superior en
cuanto se vuelve a las leyes eternas, e inferior en cuanto se ocupa de las cosas
temporales; por consiguiente, el alma tiene por naturaleza el conocimiento de
las cosas eternas antes que de las temporales; en consecuencia, es imposible que
el alma conozca algo con certeza si no es ayudada por esas razones eternas.
Todos estos argumentos de razón están sacados de las palabras de Agustín en
diversas obras suyas.
Esto mismo parece también por otros argumentos de razón.
28. Diversas personas no pueden tener simultánea y conjuntamente conocimiento
del mismo objeto sensible si no es por medio de algo común, y lo mismo sucede
con el conocimiento de una realidad inteligible. Pero una sola verdad puede ser
entendida por diversas personas y también enunciada sin ser multiplicada de
ninguna manera; por consiguiente es necesario que sea entendida por medio de
alguna realidad única no multiplicada de ninguna manera. Ahora bien, la realidad
única no multiplicada de ninguna manera en las diversas personas no puede ser
sino Dios; en consecuencia, la razón de entender cada cosa es la misma verdad,
que es Dios.
29. Lo mismo que el amor dice relación al bien, así el entendimiento dice
relación a la verdad. Y lo mismo que todo bien viene de la suma bondad, así toda
verdad viene de la suma verdad. Mas si es imposible que nuestro amor se dirija
directamente al bien sin que alcance de alguna manera la suma bondad; por lo
mismo es imposible que nuestro entendimiento conozca con certeza alguna verdad
sin que alcance de alguna manera la suma verdad.
Lo verdadero no se conoce sino por medio de la verdad, y no por medio de
cualquier verdad, sino por medio de la verdad conocida, y sobre todo por medio
de la verdad que es perfectamente conocida. Es así que esta verdad es la que no
se puede pensar que no exista, y ésta no es la verdad creada, sino la increada;
luego, todo lo que se conoce con certeza se sabe en la verdad y razón eterna.
31. El alma está formada por naturaleza para entregarse a las cosas inteligibles
que hay fuera de ella, a las cosas inteligibles que hay dentro de ella y a las
cosas inteligibles que hay por encima de ella. Su entrega a las cosas
inteligibles que hay fuera de ella es la menos simple; su entrega a las cosas
inteligibles que hay dentro de ella es más simple; su entrega a las cosas
inteligibles que hay por encima de ella es la más simple, porque son para ella
más íntimas que ella misma. Ahora bien, cuanto más simple es una cosa tanto más
antigua es en el tiempo; luego, la entrega del alma a la misma verdad que está
en lo más profundo de ella es por naturaleza anterior a su entrega a las
verdades que están por encima de ella o a las verdades exteriores a ella; por
tanto es imposible que conozca algo sin haber conocido antes aquella suma
verdad.
32. Todo ser en potencia es puesto en acto por algo que existe en acto y
pertenece a su mismo género. Mas nuestro entendimiento está en potencia, como el
entendimiento del niño; por tanto, para que se haga inteligente en acto, es
necesario que lo haga el que sabe en acto todas las cosas. Y éste es sólo la
sabiduría eterna; luego, etc.
Si tú dices que éste es el entendimiento agente del hombre, entonces pregunto:
El entendimiento agente ¿entendía ya en acto lo que ese hombre aprende, o no? Si
no lo entendía, entonces el hombre no podía hacerse inteligente en acto por
medio de él. Si lo entendía, o ese hombre que aprende entiende e ignora al mismo
tiempo entiende e ignora al mismo tiempo la misma cosa, o el entendimiento
agente no es algo del alma, sino algo superior a ella. Queda, por consiguiente,
sólo la posibilidad de que, todo lo que capta el alma inteligente, lo capte por
medio de algo que es superior a ella. Pero superior al alma sólo es Dios; por
consiguiente, etc.
Si dices que el entendimiento agente no se llama agente porque entiende en acto,
sino porque hace entender 52, te contesto: Todo ser inteligente es superior y
mejor que el ser no inteligente. Es así que, si el entendimiento agente no es
inteligente, nunca hará inteligente en acto a sí mismo o a otro, ya que no puede
hacer cosa alguna mejor que él o superior a él; luego, si se hace inteligente en
acto, es necesario que sea hecho por alguien superior a él. Y admitir esto no es
otra cosa que admitir la razón y la verdad eterna; en consecuencia, etc.
33. Si se destruyen todas las criaturas y queda sola el alma racional, queda en
ella el conocimiento de las disciplinas, por ejemplo, el de los números y
figuras geométricas. Mas esto no es porque existan verdaderamente en ella misma
ni en el universo; por tanto, es necesario que sea porque existen en el supremo
artífice.
34. Según todos los Santos, Dios se dice que es el Maestro de toda ciencia, ya
porque coopera en general con todo entendimiento, como con todas las criaturas,
ya porque infunde el don de la gracia, ya porque el entendimiento lo alcanza en
el acto de conocer. Si es porque coopera en general: entonces se diría que Dios
enseña a los sentidos de la misma manera que al entendimiento, lo cual es
absurdo. Si es porque infunde el don de la gracia, entonces todo conocimiento
será gratuito e infuso, y por tanto ninguno será adquirido o innato, lo cual es
sumamente absurdo. Queda, pues, que esto se dice porque nuestro entendimiento
alcanza a Dios como luz de las almas y razón de conocer toda verdad.
Argumentos en contra
Contra esto se argumenta primero con argumentos de autoridad, después con
argumentos de razón.
Argumentos de autoridad.
1. En la primera Carta a Timoteo, capítulo último, se dice de Dios: "Él solo
tiene la inmortalidad y habita en una luz inaccesible; a Él ningún hambre lo ha
visto ni o puede ver”. Ahora bien, todo aquello por medio de lo cual o en lo
cual conocemos es accesible al que lo conoce; luego aquello por medio de lo cual
o en lo cual conocemos no puede ser la luz de la razón o de la verdad eterna.
2. Agustín en el libro I de La Trinidad: "La débil agudeza de la mente humana no
se fija en luz tan excelente si no es purificada por medio de la justicia de la
fe". Pero, si la luz de la verdad eterna fuera la razón de conocer todas las
verdades, sólo las almas purificadas y santas conocerían la verdad. Mas esto es
falso; por tanto, también aquello de lo cual se deduce.
3. Y en el libro IX: "Por tanto la misma mente, igual que adquiere el
conocimiento de las cosas corpóreas por medio de los sentidos corporales, así
también adquiere el de las cosas incorpóreas por sí misma"; luego parece que en
el acto de conocer no es necesario que el entendimiento conozca todo lo que
conoce por medio de las razones eternas.
4. Y en el libro XII: "Hay que admitir que la naturaleza del alma racional ha
sido creada de tal manera que, orientada a las cosas inteligibles según el orden
natural por disposición del Creador, las ve en una especie de luz incorpórea de
su propio género, de la misma manera que el ojo de la carne ve las cosas que
están a su alrededor en esta luz corporal"; luego parece que, lo mismo que para
conocer las cosas sensibles basta la luz creada de naturaleza corpórea, de
manera semejante para conocer las cosas inteligibles debe bastar la luz
espiritual creada del mismo género de la potencia cognoscitiva.
5. Gregorio en sus Morales: "Cuando la mente queda suspensa en la contemplación,
todo lo que ve perfectamente no es Dios". Ahora bien, la razón del conocer se ve
perfectamente en el conocimiento cierto; por tanto esta razón no es Dios ni algo
que esté en Dios, en consecuencia., etc.
6. Ahora bien, la razón del conocer se ve perfectamente en el conocimiento
cierto; por tanto esta razón no es Dios ni algo que esté en Dios; en
consecuencia, etc.
7. El Filósofo en el libro III sobre El alma dice que "nuestro entender está
unido con el espacio y el tiempo". Es así que las razones eternas están
totalmente por encima del tiempo; luego nuestro entendimiento en el acto de
entender no alcanza en absoluto aquellas razones.
8. Y en el mismo libro dice: "Lo mismo que en toda naturaleza hay algo con lo
cual es posible hacerlo todo y algo con lo cual es posible que todo sea hecho,
así también al tratarse del entendimiento es necesario entender que hay un
entendimiento agente y un entendimiento posible". Mas esto basta para el
conocimiento perfecto; por tanto, no es necesaria la ayuda de la razón eterna.
9. La experiencia enseña que "de muchas sensaciones se forma un recuerdo; de
muchos recuerdos, una experiencia; de muchas experiencias, un universal, el cual
es principio del arte y del saber", porque, si perdemos un sentido, perdemos el
saber de aquellas cosas que se relacionan con ese sentido. Pero el conocimiento
cierto en el estado de viador viene de abajo; en cambio el conocimiento en las
razones eternas viene de arriba; por consiguiente, mientras estamos en estado de
viadores no nos pertenece el conocimiento por medio de la luz de las razones
eternas.
10. El conocimiento imaginativo no necesita una luz superior; al contrario, la
sola fuerza de la imaginación basta para imaginarnos cualquier cosa. Luego, si
el entendimiento es más poderoso que la imaginación, bastará por sí mismo con
mucha más razón para conocer algo con certeza sin una luz superior.
11. Puede haber conocimiento cierto en la sensación sin la certeza de la razón
eterna. Luego, si el entendimiento es más poderoso que la sensación, podrá con
mucha más razón conocer y entender con certeza sin aquella luz.
12. Para el conocimiento completo no se requiere más que un sujeto que conoce,
un objeto abstracto conocible y la conversión de aquél hacia éste. Es así que
todo esto puede darse por la fuerza de nuestro entendimiento sin necesidad de la
razón eterna; luego, etc.
13. Para todo lo que puede libremente una facultad, no necesita ayuda ajena.
Pero “entendemos cuando queremos”; por consiguiente para conocer algo con
certeza no necesitamos la luz de la razones eternas.
14. Los principios del ser y del conocer son idénticos Ahora bien, si los
principios del ser propios e intrínsecos de las mismas criaturas no son sino
creados, todo lo que conocemos, lo sabemos por razones creadas. en consecuencia,
no lo conocemos por medio de razones y luces eternas
15. A cada objeto conocible corresponde su propia razón de conocerlo para poder
tener de el un conocimiento cierto. Mas las razones [eternas] del conocer no las
percibe distintamente ningún entendimiento viador; por tanto, por medio de ellas
no es posible conocer nada de un modo propio y determinado
16. Supongamos que todo lo que se conoce con certeza, se conoce en la razón
eterna. Es así que «el que hace que una cosa exista, él existe con más razón».
Luego también las razones eternas nos son conocidas con más razón; lo cual es
manifiestamente falso, ya que nos son desconocidísimas
17. Es imposible ver algo en un espejo sin ver el propio espejo. Luego, si todo
lo que se conoce con certeza, lo vemos en esas razones eternas, es necesario que
primero veamos la luz y la razón eterna. Mas esto es falso y absurdo. por tanto
también lo primero.
18. Supongamos que se conoce en aquellas razones eternas todo lo que se conoce
con certeza. Entonces aquellas razones son tan ciertas respecto a las cosas
contingentes como respecto a las necesarias, y respecto a las futuras como
respecto a las presentes. Luego tendríamos conocimiento cierto de las cosas
contingentes como lo tenemos de las necesarias, de las futuras como lo tenemos
de las presentes. Lo cual es falso; luego también lo primero
19. Supongamos que conocemos en las razones eternas. Pero las razones eternas
son las causas supremas, y la sabiduría es el conocimiento de las causas
supremas; por consiguiente, cualquiera que conoce algo con certeza es sabio.
Pero esto es falso; en consecuencia, etc.
20. El conocimiento en la patria celestial es conocimiento por medio de las
razones eternas, en las cuales los bienaventurados ven todo lo que ven. Entonces
si todo conocimiento cierto fuera por medio de esas razones eternas, todos los
que conocen con certeza serían bienaventurados, y sólo los bienaventurados
conocerían con certeza; pero esto es falso.
21. Si todo lo que se conoce, se ve en las razones eternas, como el espejo de
las razones eternas es voluntario, y lo que se conoce en un espejo voluntario se
conoce por revelación, se sigue que todo lo que se conoce con certeza se conoce
a manera de profecía o por revelación.
22. Si todo lo que se conoce, se conoce en las razones eternas, se conocerá
veladamente o sin velo. Si se conoce veladamente, entonces no se conoce nada
claramente. Si se conoce sin velo, entonces todos ven a Dios y al ejemplar
eterno sin ninguna oscuridad. Mas eso es falso en el estado de viador; por
tanto, etc.
Contra los argumentos de razón tomados de Agustín pongo las siguientes
objeciones:
23. Si toda verdad inmutable está por encima de nuestra alma y por ello es
eterna y es Dios, siendo así que toda verdad de un principio demostrativo es
inmutable 8O, toda verdad de esta índole sena Dios; luego no se sabría nada,
sino Dios.
24. Si toda verdad inmutable es verdad del arte eterna, y ésta es una sola, toda
verdad inmutable no sena más que una. Es así que sobre cualquier ente es posible
encontrar alguna verdad inmutable (como está a la vista; en efecto esta es una
verdad inmutable: Si Sócrates corre, Sócrates se mueve); luego según esto todos
los entes serían uno.
25. Si todo lo que es Dios debe ser adorado con culto de latría, y toda verdad
de un principio inmutable es Dios, entonces toda verdad de esa índole debe ser
adorada; en consecuencia la verdad de esta proposición: Dos y tres son cinco,
debe ser adorada.
26. Si toda verdad inmutable es Dios, entonces cualquiera que ve claramente
alguna verdad inmutable, ve claramente a Dios. Mas los demonios y los condenados
ven claramente algunas verdades inmutables; por tanto, ven claramente a Dios.
Pero esto es ser bienaventurados; en consecuencia los condenados son
bienaventurados. Es así que no hay nada más absurdo que esto; luego no hay nada
más absurdo que sostener que todo lo que conocemos, lo conocemos en las razones
eternas, si lo conocemos con certeza.
Conclusión
Para que el entendimiento tenga conocimiento cierto se requiere, hasta en el
viador, que de alguna manera se alcance la razón eterna como razón reguladora y
motiva, pero no sola y en su claridad, sino juntamente con la propia razón
creada y conocida como en un espejo y enigma
Respondo:
Para comprender lo dicho hasta aquí hay que tener en cuenta que, cuando se dice
que todo lo que se conoce con certeza se conoce a la luz de las razones eternas,
esto se puede entender de tres maneras.
Primera: Que la evidencia de la luz eterna concurre a la certeza del
conocimiento como razón total y única del conocer.
Y esta manera de entenderlo no es recta, porque según esto no se daría ningún
conocimiento de las cosas sino en el Verbo; y entonces no se diferenciaría el
conocimiento de los viadores del conocimiento de los bienaventurados, ni el
conocimiento en el Verbo del conocimiento en el género propio, ni el
conocimiento de la ciencia del conocimiento de la sabiduría, ni el conocimiento
de la naturaleza del conocimiento de la gracia, ni el conocimiento de la razón
del conocimiento de la revelación y como todo esto es falso, no se debe en modo
alguno seguir este camino.
Pues de esta tesis, que sostuvieron algunos, como los primeros Académicos, que
no se puede conocer nada sino en el mundo arquetípico e inteligible, nació el
error, como dice Agustín en el libro II Contra los Académicos, de que no es
posible saber nada en absoluto, como sostuvieron los nuevos Académicos, porque
ese mundo inteligible está oculto a las mentes humanas. Y por eso, queriendo
mantener la primera opinión y su propia tesis, cayeron en error manifiesto,
porque "un pequeño error en el principio se hace grande al final".
Segunda: Que la razón eterna concurre necesariamente al conocimiento cierto
influyendo en él, de manera que el que conoce, en el acto de conocer no alcanza
la misma razón eterna, sino sólo su influencia.
Y esta manera de expresarse es insuficiente según palabras de san Agustín, que
demuestra con palabras expresas y con argumentos que la mente en el conocimiento
cierto se debe regir por reglas inmutables y eternas, no como por un hábito de
la propia mente, sino como por reglas que están por encima de ella en la verdad
eterna. Y por eso, decir que nuestra mente al conocer no se extiende más allá de
la influencia de la luz increada es decir que Agustín se equivocó, ya que al
exponer sus textos no es fácil traerlos a este sentido. Y es enteramente absurdo
decir esto de un Padre y Doctor tan grande, el más auténtico entre todos los
comentaristas de la Sagrada Escritura.
Además, esa influencia de la luz eterna o es general, en cuanto que Dios influye
en todas las criaturas, o es especial, como Dios influye por la gracia. Si es
general, entonces no se debe decir que Dios es más dador de la sabiduría que
fecundador de la tierra, ni se podría decir que la ciencia viene de Él más que
el dinero. Si es especial, cual lo es en la gracia, entonces, según esto, todo
conocimiento es infuso, y ninguno es adquirido o innato. Todo lo cual es
absurdo.
Y por esto hay una tercera manera de entenderlo, como siguiendo un camino entre
los dos anteriores, a saber, que para el conocimiento cierto se requiere
necesariamente la razón eterna como reguladora y razón motriz, no ciertamente
como sola y en su absoluta claridad, sino junto con la razón creada y como
contuida en parte por nosotros según nuestro estado de viadores.
Y esto nos lo insinúa Agustín en el libro XIV, capítulo 15 de La Trinidad: "Se
acuerda el impío de volverse al Señor como a aquella luz por la cual era tocado
en cierto modo cuando se alejaba de él. Pues de aquí viene que hasta los impíos
piensan en la eternidad, - y reprenden muchas cosas acertadamente, y
acertadamente las alaban en la presente, y acertadamente las alaban en la
conducta humana". Donde añade también que esto lo hacen por las reglas que
"están escritas en el libro de aquella luz que se llama verdad".
Y que nuestra mente en el conocimiento cierto alcance en alguna manera aquellas
reglas y razones inmutables, lo requiere necesariamente la nobleza del
conocimiento y la dignidad del que conoce.
La nobleza del conocimiento, digo, porque no puede haber conocimiento cierto si
no hay por parte del objeto conocible inmutabilidad, e infalibilidad por parte
del sujeto que conoce. Mas la verdad creada no es inmutable de manera absoluta
sino de manera condicional. De igual manera la luz de la criatura no es
totalmente infalible por su propia fuerza, ya que la una y la otra son creadas y
han pasado no ser al ser. Por tanto, si para el conocimiento pleno se recurre a
la verdad totalmente inmutable y estable y a la luz totalmente infalible, es
necesario que este conocimiento se recurra al arte de Dios como a luz y verdad;
luz, digo, que da infalibilidad al sujeto que conoce, y verdad que da
inmutabilidad al objeto conocible.
De aquí que, existiendo las cosas en la mente humana y en su género propio en el
arte eterna, no basta a la misma alma para el conocimiento cierto la verdad de
las cosas según existen en ella misma o según existen en su género propio,
porque en ambos casos son mudables, si no las alcanza de alguna manera según
existen en el arte eterna.
Esto mismo lo requiere también la dignidad del que sabe. Pues, teniendo el alma
racional una porción superior y otra inferior, lo mismo que para que haya pleno
juicio deliberativo de razón en el orden práctico no basta la porción inferior
sin la superior, así tampoco basta para que haya pleno juicio de razón en orden
especulativo. Y esta porción superior es en donde está la imagen de Dios, y no
sólo se adhiere a las reglas eternas, sino también por medio de ellas juzga y
define con certeza todo lo que define, y esto es competencia suya en cuanto
imagen de Dios.
Pues la criatura se refiere a Dios como vestigio, imagen y semejanza. En cuanto
vestigio se refiere a Dios como a su principio; en cuanto imagen se refiere a
Dios como a su objeto; pero en cuanto semejanza se refiere a Dios como a un don
infuso. Y por eso toda criatura en la que procede de Dios es su vestigio; toda
criatura que conoce a Dios es su imagen; es su semejanza toda y sola la criatura
en la que habita Dios. Y según estos tres grados de referencia a Dios son los
tres grados de cooperación divina "'.
En la obra que procede de la criatura como vestigio, coopera Dios como principio
creador; en la obra que procede de la criatura como semejanza, por ejemplo en la
obra meritoria y agradable a Dios, coopera Dios como don infuso; y en la obra
que procede de la criatura como imagen, coopera Dios como razón que mueve y tal
es la obra del conocimiento cierto, que ciertamente no procede de la razón
inferior sin la ayuda de la superior.
Por consiguiente, como el conocimiento cierto es propio del espíritu racional en
cuanto es imagen de Dios, por eso en este conocimiento alcanza las razones
eternas. Pero como en el estado de viador no es todavía plenamente deiforme por
eso no las alcanza clara y plena y distintamente, sino que, según se acerca más
o menos a la deiformidad, así las alcanza más o menos, pero siempre las alcanza
de alguna manera, porque no puede nunca separarse de él el carácter de imagen.
De aquí que, como en el estado de inocencia era imagen de Dios sin la deformidad
de la culpa, pero no tenía todavía la deiformidad plena de la gloria, por eso
las alcanzaba en parte, pero no en enigma. En el estado de naturaleza caída
carece de deiformidad y tiene la deformidad, por eso las alcanza en parte y en
enigma. Y en el estado de gloria carece de toda deformidad y tiene la
deiformidad plena; por eso las alcanza plena y claramente.
Por otro lado, como el alma no es de por sí imagen entera de Dios, por eso
alcanza, junto con las razones eternas, las semejanzas abstraídas de la imagen
sensible como razones propias y distintas del conocer lió, sin las cuales la luz
de la razón eterna no le basta para conocer mientras está en estado de viador, a
no ser que casualmente transcienda este estado por revelación especial, como
sucede en los que son arrebatados y en las revelaciones de los que son
arrebatados y en las revelaciones de algunos profetas.
Por consiguiente hay que admitir, como demuestran los argumentos de razón y
afirman expresamente los textos de Agustín, que en todo conocimiento cierto son
alcanzadas por el que conoce aquellas razones de conocer, aunque de una manera
por el viador y de otra por el bienaventurado, de una manera por el científico
otra por el sabio, de una manera por el profeta y de otra por el que entiende de
una manera corriente, como ya quedó claro y quedará en las soluciones de las
objecio
Solución de las objeciones
1. Por tanto, a la objeción: Dios habita en una luz inaccesible [1Tim 6,16] hay
que decir que [san Pablo] habla del acceso a aquella luz en la plenitud y fulgor
de su claridad, pues en ese caso no se accede a ella por el poder de la criatura
sino por la deiformidad de la gloria.
2. A la objeción: "La débil agudeza de la mente humana no se fija en luz tan
excelente...", hay que decir que para que conozca por medio de las razones
eternas no es necesario que se fije en ellas, a no ser en el conocimiento
sapiencial. Pues de una manera alcanza aquellas razones el sabio y de otra el
científico: el científico las alcanza como razones que mueven, el sabio como
razones que aquietan; y a esta sabiduría no llega nadie "si antes no queda
limpio por la justicia de la fe" ".
A la objeción: La mente tiene conocimiento de las cosas incorpóreas por sí
misma, hay que decir que lo mismo que en las obras de la criatura no se excluye
la cooperación del Creador. Así en la razón creada del conocer no se excluye la
razón increada del conocer, sino más bien se incluye en la misma.
4. A la objeción: La mente ve las cosas en una luz de su propio género, se puede
decir que en sentido lato se dice luz de su propio género toda luz incorpórea
sea creada o sea increada; o que si se entiende de la luz creada, por ello se
excluye la luz increada; ni se sigue que no conozcamos en la verdad eterna sino
que no conocemos en ella sola, sino también en la luz de la verdad creada y esto
es verdad y no se opone a la tesis que hemos dicho.
5. A las objeciones tomadas de Gregorio y Dionisio hay que decir que ninguno de
los dos dice que no sea alcanzada por nuestras mentes aquella luz de la verdad
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, sino que en esta vida no es
vista todavía plenamente.
7.8.9. A las objeciones tomadas del Filósofo, de que conocemos condicionados al
espacio y al tiempo, y que tenemos entendimiento posible y entendimiento agente,
y que el conocimiento humano supone la experiencia, hay que decir que afirma que
en nuestro conocimiento intelectivo concurren la luz y la razón de la verdad
creada. Pero, sin embargo, como ya se ha dicho, no se excluye la luz y la razón
de la verdad eterna, ya que es posible que el alma con su porción inferior
alcance las cosas de abajo, mientras que su porción superior alcanza las cosas
de arriba.
10. A la objeción acerca del conocimiento imaginativo hay que decir que no hay
paridad, porque ese conocimiento no da certeza, y por eso no recurre a lo
inmutable.
11. A la objeción acerca del conocimiento sensible hay que decir que no hay
paridad entre la certeza de la sensación y la del entendimiento. Pues la certeza
de la sensación viene de la dependencia de la potencia que actúa en virtud de
una determinación natural hacia su objeto. En cambio la certeza del
entendimiento no puede venir de esta determinación, ya que es una potencia libre
para entender todas las cosas, y por eso es necesario que venga por medio de
algo que no implique dependencia, sino libertad, sin los defectos de la
mutabilidad y la falibilidad. Y tal es la luz y la razón de la verdad eterna, y
por eso se recurre a ella como a fuente de toda certeza.
12. A la objeción: Para conocer no se requiere nada más que un sujeto que
conoce, un objeto conocible y la conversión de aquél hacia éste, hay que decir
que esta conversión incluye un juicio, y que un juicio no llega a ser cierto
sino en virtud de una ley cierta e injuzgable, según dice Agustín en sus libros
de La verdadera religión y El libre albedrío: "Nadie juzga de la verdad, y sin
la verdad nadie juzga bien", Por eso se incluye aquí la razón y la verdad
eterna.
13. A la objeción: Entendemos cuando queremos, luego no necesitamos ayuda
exterior, hay que decir que la ayuda exterior puede ser de dos clases: una que
siempre está presente, otra que está ausente y distante. La objeción no es
concluyente respecto a la primera, sino respecto a la segunda, como es evidente.
Porque, si la luz corporal estuviera siempre presente en el ojo como la luz
espiritual está siempre presente en la mente, veríamos cuando quisiéramos, como
entendemos cuando queremos.
14. A la objeción: Los principios del ser y del conocer son idénticos, hay que
decir que lo mismo que los principios idénticos, hay que decir que lo mismo que
los principios intrínsecos del ser no bastan para dar el ser sin la ayuda del
primer principio extrínseco, es decir, Dios, así tampoco bastan para el
conocimiento pleno. De aquí que, aunque aquellos principios sean de alguna
manera razón de conocer, no por ello excluyen de nuestro conocimiento aquella
razón primera del conocimiento, lo mismo que no la excluyen de la creación en el
acto del ser
A la objeción: A cada objeto conocible corresponde su propia razón de conocerlo,
hay que decir que, como no vemos con total distinción las razones eternas en sí
mismas, por eso no son la razón total de conocer, sino que se requiere junto con
ellas la luz creada de los principios y las semejanzas de las cosas conocidas,
de las cuales se obtiene la razón propia del conocer con relación a cualquier
objeto conocido.
A la objeción: "El que hace que una cosa exista, él existe con más razón", hay
que decir que, como ya queda patente, la razón eterna no mueve a conocer sola,
sino junto con la verdad de los principios, no de la manera especial que le es
propia, sino de una manera general mientras el hombre está en estado de viador.
Y por eso no se sigue que ella nos sea conocida en sí misma, sino como
resplandece en sus principios y en su generalidad, y de esta manera es en cierto
modo la cosa más cierta para nosotros, porque nuestro entendimiento no puede
pensar en modo alguno que ella no exista; lo cual no puede decirse de ninguna
verdad creada.
17. A la objeción del espejo hay que decir que es verdad si hablamos del espejo
que tiene capacidad de representación propia y distintamente, y que con la
capacidad de representar tiene capacidad de objeto último, como está claro en el
espejo material, que representa distinta y propiamente la imagen visible y es
objeto último del acto de ver. Mas estas condiciones se cumplen en el espejo
eterno con relación a los bienaventurados, como queda claro de lo dicho
anteriormente.
18. A la objeción: Las razones eternas son tan ciertas con relación a las cosas
contingentes como con relación a las necesarias, hay que decir que esta objeción
sería concluyente si las razones eternas fueran la razón total del conocer, y si
en ellas conociéramos plenamente. Pero ahora no es así en el estado de la vida
presente, ya que junto con las razones eternas necesitamos de las
representaciones propias y de los principios de las cosas, recibidos de forma
determinada; y esto no se encuentra en los seres contingentes, sino sólo en los
necesarios.
A la objeción: Si conocemos en las razones eternas, todo el que conoce es sabio,
hay que decir que no es lógica esa conclusión, ya que alcanzar esas razones no
hace al sabio, a no ser que uno descanse en ellas y sepa que las alcanza, lo
cual sí es propio del sabio. Pues tales razones son alcanzadas por los
entendimientos de los científicos como conductoras; mas por los entendimientos
de los sabios como reductoras al primer principio y aquietadoras. Y porque son
pocos los que las alcanzan de esta manera, por eso son pocos los sabios, aunque
muchos los científicos. Son ciertamente pocos los que saben que alcanzan esas
razones; y lo que es más, son pocos los que quieren creer esto, porque parece
difícil al entendimiento no elevado todavía a la contemplación de las cosas
eternas el hecho de tener a Dios tan presente y cercano, a pesar de decir Pablo
en Hechos 17 [27]: a que no está lejos de cada uno de nosotros».
A la objeción que hace referencia al conocimiento en la patria celestial ya
queda clara la respuesta, puesto que es grande la diferencia entre el
conocimiento parcial y en enigma y el conocimiento perfecto y distinto, como
arriba queda dicho.
21. A la objeción: El espejo de las razones eternas es voluntario, etc., hay que
decir que, como dice el Apóstol, Rom 1 [19]: «lo que de Dios es conocido es
manifiesto entre ellos»: aunque Dios es simple y uniforme, sin embargo aquella
luz eterna y aquel ejemplar reproducen algunas cosas exterior y abiertamente, y
otras más profunda y ocultamente. Las primeras son las que se hacen según la
ordenación necesaria del arte divino; las segundas son las que se hacen según la
disposición de su voluntad oculta. Y el hecho de llamarse espejo voluntario no
hace relación a las cosas creadas de la primera manera, sino de la segunda. Y
por eso en las razones eternas las cosas naturales son conocidas por la facultad
natural de juzgar de la razón; en cambio, las sobrenaturales y futuras, sólo
[son conocidas] con el don de la revelación de lo alto. Por eso esta objeción no
prueba nada contra la tesis propuesta.
22. A la objeción: Todo lo que se conoce en las razones eternas, se conoce
veladamente o sin velo..., hay que decir que en el estado de viador no se conoce
en las razones eternas sin velo y sin enigma a causa del oscurecimiento de la
imagen de Dios. De esto no se sigue, sin embargo, que no conozcamos nada con
certeza y claridad, puesto que los principios creados, que de algún modo son
medios de conocer, pueden ser vistos por nuestra mente claramente y sin velo,
aunque no sin la ayuda de aquellas razones.
Sin embargo, si se dijera que en esta vida no conocemos nada plenamente, no
seria un gran inconveniente.
23. 24. 25. 26. A las objeciones contra los argumentos de razón tomados de
Agustín, o sea, que si la verdad inmutable es Dios, entonces la verdad del
principio demostrativo sería Dios, y que todas las verdades serian una sola, y
que deberían ser adoradas, y que los demonios verían a Dios, hay que decir que
verdad inmutable tiene dos sentidos, absoluto y relativo. Cuando se dice que la
verdad inmutable es superior a nuestra alma y es Dios, se entiende de la verdad
inmutable en sentido absoluto. Pero cuando se dice que la verdad del principio
demostrativo es inmutable, si esta verdad nombra algo creado, está claro que no
es inmutable en sentido absoluto, sino en sentido relativo, ya que toda criatura
empieza en la nada y puede terminar en la nada.
Y si se objeta que esta verdad es «per se» cierta en sentido absoluto para
nuestra alma, hay que decir que, aunque el principio demostrativo, en cuanto
dice algo complejo, sea creado, no obstante la verdad expresada por él puede ser
significada de las siguientes maneras: según está en la materia, o según está en
el alma, o según está en el arte divino, o ciertamente de todas estas maneras a
la vez. Pues la verdad en una señal externa es señal de la verdad que está en el
alma, ya que "las palabras son señales de los afectos que hay en el alma". Mas
el alma en su porción superior mira a las cosas de arriba, de igual manera que
en su porción inferior mira a estas cosas de abajo, pues está entre las cosas
creadas y Dios; y por eso la verdad que hay en el alma mira a aquellas dos
verdades como medio entre dos extremos, de manera que de la verdad de aquí abajo
recibe certeza relativa, y de la verdad de arriba recibe certeza absoluta. Y por
eso este género de 127a] verdad como inmutable en sentido absoluto es superior
al alma, como demuestran los argumentos de razón tomados de Agustín. Las
objeciones, por el contrario, parten del concepto de verdad inmutable en sentido
relativo, que es la que tiene en cuenta propiamente el arguyente, y que se
multiplica en las diversas cosas, y no es adorable, y puede ser vista por los
demonios las diversas cosas, y no es adorable, y puede ser vista por los
demonios y los condenados. Pues aquella verdad inmutable en sentido absoluto no
pueden verla sino los que pueden entrar en el silencio intimo del alma, al cual
no llega ningún pecador, sino aquel solo que está completamente enamorado de la
eternidad.
CUESTIÓN V.
Si tuvo el alma de Cristo sólo la sabiduría increada,
o tuvo también la sabiduría creada junto con la increada
Después de haber tratado de la sabiduría de Cristo en cuanto Verbo de Dios, se
plantea la cuestión sobre la sabiduría del alma de Cristo. Y en primer lugar se
inquiere si tuvo sólo la sabiduría increada, o tuvo también la sabiduría creada
junto con la increada.
Y parece que tuvo solamente la sabiduría increada.
Argumentos a favor
1. Eclesiástico, 1 [1]: Toda sabiduría viene del Señor Dios y con Él estuvo
siempre y existe antes del tiempo. Mas todo lo que existe antes del tiempo es
eterno; por tanto toda sabiduría es eterna; en consecuencia, si el alma de
Cristo fue sabia con una sola sabiduría, fue sabia con sola la sabiduría eterna.
Si dices que la sabiduría se dice que estuvo con Dios como en su causa, con la
misma razón se puede decir de cualquier criatura, y esto no hace a la misma
sabiduría especialmente digna de alabanza.
Si dices que toda sabiduría quiere decir la sabiduría perfecta, con esto no está
de acuerdo lo que sigue en el texto, ya que habla de aquella sabiduría a cuya
adquisición invita, como se colige claramente de lo que sigue.
2. Agustín, El libre albedrío, 11: "Con la verdad y la sabiduría que es común a
todos, todos se hacen sabios adhiriéndose a ella; en cambio, con la
bienaventuranza de uno no se hace bienaventurado otro, ni con la justicia de uno
se hace justo el otro, sino ajustando el alma a aquellas reglas inmutables y
luces de virtudes, que viven inmutablemente en la misma verdad y sabiduría
común". Por consiguiente, si la sabiduría de todos los sabios es una sola y no
es una sola la bienaventuranza de todos los bienaventurados, como, hablando
causalmente, en ambos casos se trata de buscar la unidad, es necesario admitir
que formal y propiamente la sabiduría es una y con ella todos son sabios. Y ésta
no puede ser la sabiduría creada, luego, si el alma de Cristo es sabia, es sabia
con la sabiduría increada.
3. Agustín en su libro ochenta y tres cuestiones, en la cuestión acerca de las
maneras de tener: "La sabiduría, cuando se acerca al hombre, no cambia ella,
sino que cambia al hombre, y lo hace de necio sabio". Es así que, si la
sabiduría significara un hábito creado, entonces ciertamente cambiaría, porque
pasaría [en el hombre] del no ser al ser; luego significa sólo algo increado; en
consecuencia se sigue lo mismo que en el número anterior.
4. Hugo en su tratado Sobre la sabiduría del alma de Cristo: "Una sola es la
sabiduría con que todos son sabios, y sin embargo no son todos sabios de la
misma manera; mucho más sabia fue con esta sabiduría aquella alma que estuvo
unida a la Sabiduría misma, la cual no floreció por participar en ella, sino que
tuvo la plenitud por el privilegio de la unidad". Luego, si la plenitud de la
sabiduría no es sino la sabiduría increada, parece, etc.
5. Hugo argumenta de esta manera: Si la sabiduría es un accidente, como la
sabiduría es lo que hace bienaventurados a los sabios, nuestra bienaventuranza
consistirá en un accidente. Mas los accidentes son mudables; por tanto nuestra
bienaventuranza será mudable en sumo grado.
6. El que da algo a alguien, lo tiene él de alguna manera. Es así que la
sabiduría da el saber al sabio; luego la sabiduría es sabia Pero si es sabia no
es por otro sino por sí misma; por consiguiente toda sabiduría con laque el
sabia es sabio, es sabiduría que es sabia por sí misma. Mas una tal sabiduría no
es sino la sabiduría increada; por tanto, si el alma de Cristo es sabia con tal
sabiduría, es evidente que, etc.
7. La perfección es más noble que lo que se puede perfeccionar, y el sabio más
noble que el no sabio, y el inteligente más noble que el no inteligente. Luego,
como la sabiduría es la perfección del sabio, y el sabio es sabio e inteligente
con la sabiduría, es necesario que la sabiduría sea sabia e inteligente. Pero no
puede ser sabia sino por sí misma y tal sabiduría es la sabiduría increada; por
consiguiente, etc.
Con estos argumentos de razón y de autoridad se demuestra que el alma de Cristo
es sabia sólo con la sabiduría increada, y no sólo ella, sino también cualquier
otra alma que tenga sabiduría.
Pero se demuestra más especialmente acerca del alma de Cristo de la siguiente
manera.
8. La sabiduría hace sabio a aquel a quien se une. Es así que la sabiduría
increada se une al alma de Cristo; luego el alma de Cristo se hace sabia con la
sabiduría increada.
Si dices que se une mediante la sabiduría creada que dispone a la misma alma
para la unión, te contesto: La disposición intermedia es anterior y más
inmediata y más esencial que aquello para lo que es dispuesta, porque tiene la
función de medio que introduce. Mas el alma de Cristo está ordenada a la unión
hipostática antes y más inmediata y esencialmente que a algún accidente que hay
en ella; por tanto, si el Verbo eterno y la Sabiduría de Dios es hipóstasis y
persona con relación a la naturaleza divina y humana, el alma de Cristo tiene
una relación anterior y más inmediata y más esencial con la sabiduría increada
que con la sabiduría creada; en consecuencia, etc.
9. Cuanto mayor es la sabiduría, tanto más conocible es y tanto más capaz de
hacer conocer. Pero la sabiduría creada es menor que la sabiduría increada y
tiene capacidad de hacer que conozca el alma en la que está presente; por
consiguiente con mucha más razón la sabiduría increada. Es así que esta
sabiduría estaba muy presente en el alma de Cristo; luego, etc.
10. Para que haya conocimiento no se requiere nada más que el sujeto que conoce
y el objeto conocible y la razón de conocer. Mas todo esto se daba en aquella
alma en cuanto estaba unida al Verbo eterno; por tanto era sabia con la
sabiduría increada, excluida toda sabiduría creada.
11. "Lo mismo que el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida del alma" y
de manera mucho más excelente. Pero el alma puede dar vida al cuerpo por sí
misma; por consiguiente, con mucha más razón el mismo Dios dará vida por sí
mismo al alma, y sobre todo a aquella a la que está unida en el más alto grado.
Mas así estaba el alma de Cristo; por tanto, etc.
12. Si Dios conociera por medio de alguna cosa distinta de Él, se rebajaría su
conocimiento, porque la razón de su conocimiento serla o más noble o menos
noble, y de cualquiera de estas dos maneras quedaría rebajado el conocimiento
divino. Luego, si el alma de Cristo conoce por medio de alguna cosa creada
distinta de ella, se rebaja su conocimiento, porque o esa cosa es menos noble y
así es perfeccionada por una cosa menos noble, o es más noble, y entonces el
alma de Cristo no es la más noble de todas las criaturas. Por tanto, si es la
más noble dentro de los límites de toda la nobleza creada, es imposible que
conozca algo si no es por sí misma o por medio de la sabiduría increada.
13. Cuanto más inmediatamente se acerca un entendimiento a la fuente de la
sabiduría, tanto más sabio es '9. Es así que el alma de Cristo es la más sabia;
luego se acerca a la sabiduría increada de la manera más inmediata; en
consecuencia, excluida toda otra sabiduría, es sabia con aquella sabiduría
eterna.
14. El alma de Cristo está unida a la divina majestad de tal manera que debe ser
honrada con el mismo honor con que es honrada la divina majestad, Luego por la
misma razón está tan unida a la luz eterna que es sabia con la misma sabiduría
que la luz eterna. Mas ésta es únicamente la sabiduría increada; por tanto el
alma de Cristo es sabia únicamente con la sabiduría increada.
15. Donde está la plenitud de la sabiduría está de más poner la sabiduría
parcial. Pero en Cristo está la plenitud de la sabiduría, porque plago al Padre
que habitara en él toda plenitud, Col 1 [19]; por consiguiente, si toda
sabiduría creada es parcial, está de más poner en Cristo o en su alma la
sabiduría creada.
16. La naturaleza no emplea muchos medios para hacer una cosa que puede hacer
con pocos, y esto redunda en alabanza de la naturaleza creada; luego, si la
alabanza que se atribuye a la naturaleza creada puede atribuirse a la naturaleza
increada, ya que la sabiduría increada es por sí misma suficientísima, porque es
del todo completa y plena; luego parece que la sabiduría creada está de más en
Cristo. Mas en Cristo no hay que poner nada superfluo; por tanto, etc.
17. Siempre que varias luces materiales convergen en el mismo medio, de manera
que una sea mayor que la otra, una oscurece la otra, no porque sea contraria,
sino porque es más intensa. Ahora bien, si la sabiduría increada aventaja a la
creada mucho más que alguna luz material supera a otra por pequeña que sea, la
sabiduría increada oscurecerá a la otra. Pero no hay que poner en Cristo ninguna
sabiduría oscurecida; por consiguiente, etc.
18. Más dista el conocimiento creado del increado que la opinión de la ciencia,
o la fe de la visión clara y descubierta. Es así que en el mismo sujeto no puede
haber a la vez opinión y ciencia, ni fe y visión clara y descubierta; luego
tampoco sabiduría creada con sabiduría increada.
Argumentos en contra
1. Jesús crecía en sabiduría y en edad y en gracia delante de Dios y de los
hombres [Lc 2,52]. Mas esto no podía ser por la sabiduría increada; por tanto,
además de esa tema la sabiduría creada.
2. Dice el Damasceno que en Cristo a causa de sus dos naturalezas es necesario
admitir que hubo dos voluntades. Luego por igual razón dos conocimientos, por
tanto dos ciencias, y por tanto dos sabidurías.
3. Nadie es bueno si no lo informa la bondad; por tanto nadie es sabio si no lo
informa la sabiduría. Pero la sabiduría increada no puede ser forma de ninguna
criatura, sino sólo ejemplar; por consiguiente, si el alma de Cristo es sabia
con alguna sabiduría que la informe, es necesario que, además de la sabiduría
increada, tenga también la sabiduría creada que la informe.
4. La sabiduría es accidental al sabio creado, el cual no es sabio por sí mismo.
Es así que la sabiduría increada, como es Dios, no puede ser accidental para
nadie; luego es necesario que, además de la sabiduría increada, admitamos en el
alma de Cristo alguna sabiduría creada, ya que la sabiduría no es para ella
esencial, sino accidental.
5. La perfección consiste en ser y ser bien. Mas Dios no es forma perfectiva de
ninguna criatura en cuanto al ser; por tanto tampoco en cuanto al ser bien.
Pero la sabiduría es forma perfectiva de la misma alma de Cristo sabio en cuanto
al ser bien; por consiguiente esta sabiduría no puede ser la sabiduría increada;
luego, etc.
6. El alma de Cristo no es sabia por esencia, ya que es sabia por algo distinto
de ella. Luego, si es sabia, es sabia por participación. Es así que no participa
de la sabiduría eterna según su esencia, ya que ésta es simple; luego es
necesario que participe de ella según su influencia. Mas tal influencia es
creada; por tanto es necesario que el alma de Cristo sea sabia por la sabiduría
creada.
7. El alma de Cristo es de la misma naturaleza que las otras almas. Pero ninguna
alma alcanza plenamente la fuente de la sabiduría eterna si no es deiforme; y
deiforme no puede ser sino por algún don dado a ella que le dé forma y la haga
conforme a Dios; y tal don es la gracia y la sabiduría creada; por consiguiente
es necesario que el alma de Cristo sea sabia por la sabiduría creada.
8. Dios, siendo luz y sabiduría, es conocido de diversas maneras por diversas
almas, y por el alma de Cristo es conocido de manera más excelente que por
otras. Por tanto, esto es o por razón del mismo Dios conocido, o por razón de la
capacidad cognoscitiva, o por razón de algo que la dispone a conocer. No es por
razón del mismo Dios, ya que Él no tiene en sí ninguna variación; ni sólo por
razón de la potencia cognoscitiva, porque entonces, los que tuvieran mejores
dotes naturales, serien más sabios y mejores, lo cual es falso 38; luego será
por razón de algún hábito intermedio que la dispone. Pero este hábito no es sino
la sabiduría creada; por consiguiente, etc.
9. La sabiduría increada de Dios por su esencia está presente en el mayor grado
posible en todos los entendimientos. Luego, si hiciera sabios con sola su
presencia, cualquier entendimiento seria sabio. Y como esto es manifiestamente
falso, se sigue que además de su presencia se requiere su influencia. Luego, si
el alma de Cristo es sabia, es evidente, etc.
10. El Verbo de Dios, que es la Sabiduría, está unido a los oíos de Cristo, y
sin embargo los ojos no son sabios. Luego para que el alma de Cristo sea sabia
no le basta la unión hipostática. En consecuencia es necesario que se una como
el sujeto que conoce se une al objeto conocible. Y toda unión de esta índole se
hace por asimilación. Es así que toda asimilación se hace según alguna cualidad;
luego es necesario que al alma de Cristo se le conceda una cualidad espiritual
creada, por medio de la cual sea idónea para conocer. Mas a ésta la llamamos
sabiduría creada; por tanto, etc.
Conclusión
El alma de Cristo, por ser criatura, estuvo dotada de la sabiduría creada y la
sabiduría increada
Respondo:
Para entender lo dicho hasta aquí hay que tener en cuenta que, como queda claro
en la cuestión anterior, para el conocimiento cierto no basta la influencia de
la luz eterna sin su presencia, ya que ninguna cosa creada puede dar estabilidad
al alma con la certeza perfecta hasta el extremo de que llegue a la verdad
inmutable y a la luz infalible. De la misma manera hay que entender que para el
conocimiento sapiencial no basta la presencia de esa luz eterna sin su
influencia, no por defecto suyo, sino por defecto nuestro, ya que la
inteligencia creada no llega a aquella sabiduría fontal. Si no ha sido hecha
deiforme, y por ello elevada y habilitada: elevada sobre sí misma y habilitada
en sí misma. Por eso es necesario que se le dé algún don de arriba, el cual, sin
embargo, le sea proporcional y se le adhiera. Y esto es lo que llamamos
influencia de la luz eterna, y porque habilita al alma para la sabiduría, la
llamamos sabiduría creada. Sin embargo, porque esta misma influencia no habilita
ni eleva si no está unida a la luz eterna como a principio que mueve y razón que
dirige y fin que aquieta, por eso no obtiene la razón de sabiduría por sí misma,
sino por razón de aquella de quien mana, según la cual dirige y a quien conduce,
y esta es la sabiduría increada.
Y por eso según aquellos sabios a quienes fue dado ascender sobre si mismos, el
nombre de sabiduría se da principal y propiamente sólo a la sabiduría fontal e
increada. Pero según los que hablan y entienden comúnmente se da ese nombre no
sólo a ésta, sino también a su influencia, que habilita al alma humana para el
conocimiento perfecto. Y según esto hay que conceder que el alma de Cristo, por
ser criatura, tuvo la sabiduría creada y la sabiduría increada: la increada como
principio que mueve principalmente el alma y la dispone y aquieta; la creada
como principio que informa, habilita y eleva el alma para que pueda llegar
plenamente a la increada.
Y está claro que concurren las dos a la vez por aquello que dice Agustín, La
Trinidad, IX, 7: "En aquella eterna Verdad, por la cual han sido hechas todas
las cosas temporales, vemos con la vista del alma el modelo según el cual somos
y según el cual hacemos algo con razón verdadera y recta, sea en nuestro
interior sea en los objetos materiales, y el verdadero conocimiento de las
cosas, que hemos concebido gracias a ella, lo tenemos en nosotros como palabra,
y diciéndola la engendramos en nuestro interior, y no se separa de nosotros al
nacer".
De lo cual queda claro que en la sabiduría concurren la Verdad eterna y el
conocimiento de la verdad concebido en nosotros, el cual informa a nuestra
propia alma.
Solución de las objeciones
1. A la primera objeción: Toda sabiduría viene del Señor Dios, hay que decir que
sabiduría aquí no se toma en el sentido de hábito que informa al alma del sabio
y la habilita para conocer, sino en el sentido de razón inmutable del conocer. Y
toda razón de esta índole está en el arte de Dios, porque es eterna, y sin ella
no puede existir la sabiduría creada, como queda demostrado arriba. De aquí que
de ese texto no se puede concluir que no debe admitirse [en Cristo] la sabiduría
creada.
2.3. A las objeciones tomadas de los dos textos de Agustín hay que decir que los
dos hay que entenderlos de la sabiduría increada, la cual sin embargo no excluye
la sabiduría creada, como resulta claro de lo dicho anteriormente. Pero sin
embargo, Agustín, hablando de la sabiduría, siempre o la mayoría de las veces
piensa en la sabiduría increada, porque en comparación de ella no considera la
sabiduría creada digna del nombre de sabiduría; o porque [la sabiduría creada]
depende totalmente de ella a modo de influencia, por lo cual más que un ente es
una propiedad de un ente, y, más que sabiduría debe ser llamada efecto e
irradiación de la sabiduría.
Y si tú preguntas por qué no se puede decir lo mismo de la bienaventuranza,
siendo así que ella dimana totalmente de la bienaventuranza eterna, hay que
decir que la bienaventuranza eterna significa afecto que se mantiene unido al
sumo Bien; la sabiduría, en cambio, significa conocimiento que contempla el sumo
Bien. Y el afecto significa algo que sale del alma; en cambio, el conocimiento
significa algo que entra en el alma s, Y porque los diversos afectos tienen
diversos orígenes, por eso se admiten formal y originalmente diversas
bienaventuranzas. Pero en la sabiduría no es así, la cual, por sí misma, mira a
un solo origen, es decir, a la luz eterna, de la cual y conforme a la cual viene
todo conocimiento cierto.
4.5. A la objeción tomada de Hugo hay que decir que las palabras de Hugo
concuerdan con las palabras de Agustín, porque él, como hombre extático y sabio,
pone su pensamiento sobre todo en la misma fuente de la sabiduría.
De ahí que la objeción de que nuestra bienaventuranza no puede estar en cosas
accidentales, no quiere decir que no seamos dispuestos a la bienaventuranza por
alguna cosa accidental, sino que todo lo que es accidente tiene más bien razón
de camino que conduce a otro que de algo que aquieta y consuma y de esta manera
ponemos la sabiduría creada en el alma de Cristo y en cualquier otra alma no
como el elemento en que descansa aquella bienaventurada alma, sino como el
elemento que la reconduce y la dispone a la sabiduría increada, la cual la hace
bienaventurada principal y esencialmente.
6.7. A las objeciones de que la sabiduría da el saber y que la sabiduría es más
noble que el sabio, hay que decir que no se dice propiamente que la sabiduría
creada nos dé el saber, sino más bien que la sabiduría increada nos da el saber
en ella misma, disponiéndonos por medio de la sabiduría creada. Y por eso no se
sigue que la sabiduría creada sea sabia o tenga el saber en acto, puesto que no
tiene razón de ente completo, sino más bien razón de camino y de medio que
dispone, como se ve claro de lo dicho anteriormente.
8. A la objeción: La sabiduría hace sabio a aquel a quien se une, hay que decir
que la sabiduría puede unirse a alguien de muchas maneras, ya como la hipóstasis
se une a la naturaleza sustantificada en ella, ya como la razón y la luz de
conocer se une al que conoce iluminado por ella. De la primera manera no hace
sabio, ya que en ese caso el cuerpo de Cristo, por estar unido a la sabiduría,
sería sabio; sino de la segunda manera. Y de esta forma no se une al alma de
Cristo sino mediante el don de la sabiduría creada, que es como la luz
informativa de la misma alma, que la hace deiforme y hábil para contemplar la
luz de la sabiduría increada.
9. A la objeción: Cuanto mayor es la sabiduría, tanto más conocible es y tanto
más capaz de hacer conocer, hay que decir que esto es verdad de la sabiduría
como principio influyente, pero no es verdad de la sabiduría como principio
informante a no ser que la sabiduría sea tal que sea capaz por naturaleza de
informar y de perfeccionar y de unirse a otro como forma. Pero la sabiduría
increada no es así, sino la creada, y por eso no es concluyente aquella
objeción.
10. A la objeción: Para que haya conocimiento no se requiere nada más que el
sujeto que conoce y el objeto conocible y la razón de conocer, hay que decir que
el sujeto que conoce puede entenderse como la facultad de conocer sola o la
facultad de conocer junto con su hábito. Si se trata de la facultad con su
hábito la objeción es verdadera, y entonces se incluye en ella la ciencia
creada, la cual habilita al alma [para conocer la sabiduría increada]. Si se
trata de la facultad sola, entonces la objeción es falsa, y hay que responder
por eliminación.
11. A la objeción: Dios es la vida del alma, como el alma es la vida del cuerpo,
hay que decir que el alma se dice vida del cuerpo en dos sentidos, a saber, a
modo de principio que da forma, o a modo de principio que influye, porque el
alma se relaciona con el cuerpo de dos maneras, a saber, como principio que lo
perfecciona o como principio que lo mueve 66. Por tanto cuando la objeción
demuestra que el alma al dar la vida al cuerpo se asemeja a Dios, hay que decir
que se entiende del alma en cuanto mueve el cuerpo, no en cuanto lo perfecciona.
Mas el alma mueve el cuerpo mediante su poder y mediante su disposición que hace
al cuerpo idóneo para recibir la influencia del alma, y de esta manera la luz y
el amor divinos mueven al alma y le dan vida mediante la gracia y la sabiduría
que le infunden.
12. A la objeción: Si Dios conoce por medio de alguna cosa distinta de Él, se
rebajará su conocimiento, hay que decir que no hay paridad. Porque siendo Dios
el ser más noble, no puede tener nada más noble que Él, ni absoluta ni
relativamente, ni en cuanto al ser ni en cuanto al ser bien, porque el mismo ser
es para Él el ser bien. En cambio el alma de Cristo, aunque es más noble que las
demás criaturas por razón de la gracia de unión, a pesar de ello, difieren en
ella el ser y el ser bien, la sustancia y la disposición accidental. Y como por
medio de esa disposición recibe alguna plenitud, por eso no es contrario a su
nobleza como criatura que tenga algo más noble que ella al menos en sentido
relativo: pues la plenitud y perfección última, en la cual se encierra el
apetito de esta alma, es la sabiduría increada, y a ella se dispone por medio de
la influencia creada, como queda claro de lo que se ha dicho.
13. A la objeción sobre el entendimiento que se acerca a la fuente de la
sabiduría de forma inmediata, hay que decir que hay un medio que dispone y un
medio que acompaña. El primero es intrínseco; el segundo, extrínseco; el primero
hace acercarse más; el segundo, hace quedarse a distancia. Y la objeción es
verdadera en cuanto al medio que conduce. Mas la sabiduría creada, que se admite
en Cristo, tiene razón de medio que lo dispone a que saque perfecta e
inmediatamente de la fuente de la sabiduría eterna. Y como es evidente, el
razonamiento no procede.
14. A la objeción de que el alma de Cristo es adorada con culto de latría por
causa de la unión con la divina majestad..., hay que decir que no se trata de lo
mismo, porque la adoración es un acto que se debe a la misma naturaleza por
razón de la persona. Pues el honor que se da a Cristo, no se le da ni a su alma
por sí misma ni a su cuerpo, sino a su persona, en la cual subsisten ambos. En
cambio el conocimiento es un acto que sale de la facultad de la misma alma. Y lo
mismo que la naturaleza divina y la humana en Cristo son distintas, así también
tienen diversas potencias y operaciones, y por ello, diversas sabidurías y
conocimientos, no así diversos honores. Por eso no hay paridad.
15. A la objeción: Donde se debe poner la plenitud de la sabiduría, está de más
poner la sabiduría parcial, hay que decir que es verdad cuando se trata del
mismo objeto y desde el mismo punto de vista. Cuando se dice que Cristo tuvo la
plenitud de la sabiduría, si se entiende de la plenitud absoluta y fuera de todo
género, se refiere a la naturaleza increada; mas si se entiende de la plenitud
en general, ésta se puede aplicar a su naturaleza creada, y esta plenitud es en
cierto modo parcial con respecto a la plenitud absoluta; y no está de más,
porque es más proporcionada al alma de Cristo, pues por sí sola no tenía cabida
para contener aquella inmensidad de la sabiduría increada.
16. A la objeción: La naturaleza no emplea muchos medios..., hay que decir que
es verdad si con un medio se hace una cosa tan bien y tan ordenadamente como con
muchos. Pero aquí no es así, y no es por defecto de la misma sabiduría que
ilumina, sino por la naturaleza de la misma alma que la recibe, como queda claro
de lo que se ha dicho arriba.
17. A la objeción que se hace con el símil de las luces materiales, hay que
decir que no hay parecido, porque una de aquellas luces no dispone para la otra;
es más, cada una de por sí tiene su ser propio y distinto, y por eso la
actividad de una se ve menos que la actividad de la otra, la cual por sobresalir
más reclama la superioridad. Pero en el caso presente no es así, porque la
sabiduría creada prepara para la sabiduría increada, y la creada no alumbra si
no es por la increada, y no se llega a la increada si no prepara la creada.
18. A la objeción sobre la distancia entre la ciencia creada y la increada, y
entre la opinión y la ciencia, hay que decir que no hay parecido: porque la
opinión y la ciencia están en el mismo sujeto y según un mismo punto de vista y
respecto al mismo objeto, aunque tienen condiciones diversas y opuestas. En
cambio, la sabiduría creada y la increada, aunque son de distinta naturaleza,
sin embargo no están en el sujeto según un mismo punto de vista, ni tienen
condiciones tan diversas y opuestas; es más, tienen condiciones concomitantes'
parque ninguna cosa creada subsiste sino por el ser increado, Y así queda clara
la respuesta a todas las objeciones.
CUESTIÓN VI.
Si comprende el alma de Cristo la misma sabiduría increada
Admitido que el alma de Cristo es sabia con la sabiduría increada y con la
sabiduría creada a la vez, se plantea en consecuencia la cuestión de si
comprende la misma sabiduría increada.
Parece que sí:
Argumentos a favor
1. Juan 3 14: Dios da su Espíritu sin medida,. Dice la Glosa: "A los hombres [lo
da] con medida, mas al Hijo sin medida. Pero, lo mismo que lo engendró todo
entero de su totalidad entera, así también dio su Espíritu entero al Hijo
encarnado, no parcialmente y por partes, sino de una manera general y
universal". Mas la medida del conocimiento de la verdad se corresponde a la
medida del Espíritu concedido; por tanto, si el alma de Cristo recibió el
Espíritu Santo sin medida, conoce a Dios sin medida. Y esto no es otra cosa que
comprender la sabiduría divina; luego, etc.
2. Agustín, La Trinidad, XIII, 19: "En el Verbo reconozco al verdadero Hijo de
Dios, en la carne al verdadero hijo del hombre, unidos ambos en una sola persona
de Dios y del hombre por la largueza de una gracia inefable". En consecuencia,
la gracia de la unión es inefable, luego sin medida e incomprensible. Pero según
la cantidad de la gracia es la cantidad del conocimiento; por consiguiente, si
el ser infinito es comprensible por el conocimiento incomprensible, por grande
que sea su inmensidad será comprendido por el alma unida a él.
3. Dice Hugo en su obra La sabiduría [del alma] de Cristo: "El alma de Cristo
tiene por gracia todo lo que Dios tiene por naturaleza". Es así que Dios tiene
por naturaleza la comprensión de su propia sabiduría; luego el alma de Cristo la
tiene por gracia.
4. Tanto o más es ser Dios que comprender a Dios 4. Ahora bien, la gracia de la
unión hipostática puede hacer que una criatura sea Dios; luego con mucha más
razón hará que la criatura comprenda a Dios. Mas no hizo esto sino con el alma
de Cristo; por tanto, etc.
5. Bernardo en Al papa Eugenio sobre la consideración' dice que hay unidad por
naturaleza, por dignación y por superdignación. La unidad por dignación no es
tan grande como la unidad de la Trinidad, que es por superdignación, y es mayor
que la unidad por naturaleza 6. Pero tanto en la unidad por naturaleza como en
la unidad por superdignación uno de los extremos es comprendido por el otro, y
viceversa; por consiguiente, con la misma y con mucha mayor razón parece que se
da esto en la unidad por dignación. Es así que el alma de Cristo está unida a la
sabiduría increada con la unidad de dignación; luego
6. E Isidoro: "La Trinidad es conocida sólo por ella sola y por el hombre
asumido [por el Verbo]", y consta que esto no se entiende de cualquier
conocimiento, sino solamente de aquel que la Trinidad no tiene en común con la
pura criatura. Mas éste no es otro que el conocimiento comprensivo; por tanto,
éste lo tiene la criatura unida [al Verbo].
7. Y Casiodoro: "Aquella luz inaccesible la entiende el alma sana por encima de
todas las claridades". Ahora bien, el alma unida al Verbo fue la más sana; por
consiguiente, la entendía por encima de toda otra claridad; por tanto o no
comprendía ninguna otra claridad, o si comprendía alguna, comprendía también
aquella.
8. La gracia de unión supera absolutamente a la gracia de comprensión por grande
que ésta sea; en consecuencia hace que Dios sea conocido con absoluta mayor
claridad. Es así que esto no es otra cosa que comprender la divina sabiduría;
luego, etc. Pues nada supera absolutamente todo ser finito sino el ser infinito.
Agustín, La Trinidad IX, dice que el alma es simple. Por eso, cuando se conoce a
sí misma, se conoce totalmente, no parcialmente. Luego, como la sabiduría eterna
es simple, si es conocida por el alma de Cristo, es conocida totalmente. Mas
conocer una cosa totalmente no es otra cosa que comprenderla; por tanto, etc.
Esta proposición es de por sí verdadera: El ser simple, cuando es conocido, es
conocido todo entero; luego el ser más simple es conocido más plenamente; y el
ser simplicísimo es conocido plenísimamente. Pero el Verbo increado tiene la
suma simplicidad; por consiguiente es conocido plenísimamente. Mas esto es
comprenderlo de la manera más perfecta; por tanto es comprendido de la manera
más perfecta por el alma de Cristo.
El alma de Cristo en su conocimiento del Verbo o lo conoce todo entero con
claridad o hay parte del Verbo que desconoce y parte que conoce con claridad. Si
lo conoce con total claridad, entonces es que lo comprende totalmente. Si hay
parte que desconoce y parte que conoce con claridad, entonces es que en el Verbo
hay partes. Es así que esto es absurdo, porque el Verbo no sería la suma
simplicidad; luego, etc.
Si hay parte que desconoce, o esa parte es Dios o no. Si no es Dios, entonces a
la vez que la desconoce, no obstante comprende a Dios. Si es Dios, luego el alma
de Cristo desconoce a Dios. Mas ninguna alma que desconoce a Dios es
bienaventurada; por tanto según esto el alma de Cristo no es bienaventurada.
Pero esto es absurdo; por consiguiente, también la premisa de la que se deduce.
Lo mismo que se da en Dios verdaderamente la inmensidad, así también se da en
Dios verdaderamente la simplicidad. Ahora bien, lo mismo que es propio de la
inmensidad no ser nunca comprendida totalmente, es también propio de la
simplicidad ser totalmente comprendida por cualquiera que la comprenda; por
tanto, por la misma razón que se dice incomprensible por razón de la inmensidad,
se dirá comprensible por razón de la simplicidad.
Si en el punto la esencia y el poder fueran lo mismo, el que lo conociera
totalmente en cuanto a su esencia, lo conocería totalmente en cuanto a su poder.
Es así que en Dios es lo mismo su esencia y su poder, y todo lo que es esencial
en Él es totalmente idéntico y sumamente simple; luego, o no se conoce nada de
Dios, o si se conoce algo, se conoce todo y totalmente; por tanto se comprende
todo y totalmente; luego no sólo el alma de Cristo comprende al Verbo, sino
también toda alma que conoce a Dios de cualquier manera.
15. Dice Beda que "al alma no la puede llenar nada menor que Dios", Pero si la
capacidad del alma pudiera llenarse con alguna cosa limitada, la llenaría algo
menor que Dios; por consiguiente, la capacidad del alma se extiende al ser
infinito como infinito. Mas el alma de Cristo comprende todo aquello a lo que se
extiende su capacidad, ya que es plenamente perfecta; por tanto, comprende al
ser infinito.
16. El alma de Cristo ama a Dios cuanto debe ser amado. Pero Dios debe ser amado
sin modo ni medida; por consiguiente, como lo ama tanto como lo conoce, se sigue
que lo conoce sin medida; en consecuencia, etc.
17. El entendimiento es por naturaleza tal que se fortalece entendiendo la suma
realidad inteligible Luego, cuanto más claramente entiende el alma de Cristo,
tanto más capaz se hace de entender más claramente. Luego, o no tendrá nunca
reposo, o comprenderá totalmente al Verbo unido a ella.
18. Si existiera algo cuya capacidad se aumentara cogiendo nuevas cosas, o no se
llenaría nunca con ellas o se le pondría a su alcance el ser infinito. Pero la
capacidad del alma de Cristo es así; por consiguiente, o queda en parte vacía o
comprende la sabiduría infinita.
19. El ser finito dista del ser infinito tanto como el ser creado del ser
increado. Mas lo que dista el ser creado del ser increado no impide que el
entendimiento se eleve a conocer el ser increado como increado; por tanto, por
la misma razón el ser finito podrá elevarse a conocer el ser infinito como
infinito. Pero esto no se puede dar más que en el alma de Cristo; por
consiguiente, etc.
20. Cuanto dista la finitud de la infinitud tanto dista la simplicidad de la
composición. Es así que el entendimiento del alma de Cristo, aunque tenga alguna
composición, sin embargo entiende y conoce al mismo Verbo en cuanto simplicidad
suma; luego igualmente en cuanto suma infinitud. Mas esto es comprender toda la
sabiduría del Verbo; por tanto, el alma de Cristo comprende la sabiduría
increada.
Argumentos en contra
1. El Damasceno, I, 4: "Infinito es Dios e incomprensible, y de su sustancia
sólo es comprensible su infinitud y su incomprensibilidad". Luego el llamarse
incomprensible no es por razón de Él mismo, sino por referencia a la naturaleza
creada. Por tanto, si el alma de Cristo es una criatura, la sabiduría increada
es incomprensible para ella.
2. Agustín, La ciudad de Dios, XII: "Todo lo que se sabe queda limitado por la
capacidad de comprender del que lo sabe". Pero el ser infinito no puede en modo
alguno quedar limitado por el ser finito; por consiguiente en modo alguno es
comprendido por el ser finito. Mas el alma de Cristo es finita, ya que es
criatura; por tanto, etc.
3. Todo el que conoce conoce según su capacidad de conocer 22. Pero la capacidad
de conocer del alma de Cristo es limitada; por consiguiente todo lo que conoce
lo conoce como limitado y de un modo limitado; en consecuencia, no comprende el
ser infinito en modo alguno.
4. Todo el que comprende una cosa la contiene totalmente dentro de él; luego es
mayor o igual que esa cosa. Mas el alma de Cristo no es mayor ni igual que el
Verbo eterno; por tanto no lo comprende en modo alguno 23.
[Siempre] es posible pensar alguna cosa más grande que todo lo que comprenda el
alma, porque, una vez que ésta haya alcanzado los límites de esa cosa, su
pensamiento puede extenderse todavía más allá. Es así que no es posible pensar
nada más grande que la sabiduría de Dios; luego es necesario que la sabiduría de
Dios sea aprehendida por el alma de Cristo de un modo no [totalmente]
comprensivo.
6. El alma de Cristo, aunque está unida al Verbo de la manera más perfecta, a
pesar de ello no encierra en sí al Verbo en cuanto a la existencia, ya que el
Verbo existe fuera de ella y está en alguna parte en que no está el alma de
Cristo unida a él. Luego por igual razón tampoco cabrá la sabiduría divina
dentro del entendimiento del alma de Cristo; luego no la comprende.
7. Comprender una cosa es abarcarla plenamente. Mas abarcar plenamente el ser
infinito no es posible si no es por medio de un acto infinito. Y un acto
infinito no es posible si no hay poder infinito, y no puede haber poder infinito
si no hay igualmente también sustancia infinita; por tanto, si el alma de Cristo
comprendiera la sabiduría divina, como ésta es infinita, el alma sena infinita
en cuanto a la sustancia, el poder y el obrar. Pero esto es falso e imposible;
por consiguiente, etc.
8. Lo que comprende una cosa según la cantidad de su volumen se extiende con
ella igualando su extensión. Luego el que comprende una cosa según la excelencia
de su claridad, se iguala a ella en claridad. Es así que es imposible que el
alma de Cristo se iguale a la sabiduría divina en claridad, ya que ésta es pura
luz y el alma de Cristo es tiniebla en cuanto criatura; luego es imposible que
la sabiduría eterna de Dios sea comprendida por el alma de Cristo.
9. La eternidad es a la eviternidad como el círculo mayor al círculo menor.
Ahora bien es imposible que el círculo mayor sea comprendido por el círculo
menor; luego es imposible que la sustancia eterna sea comprendida por la
sustancia eviterna. Mas la sabiduría de Dios es eterna, y el alma de Cristo no
es eterna, sino eviterna; por tanto, etc.
10. El que comprende una cosa la conoce perfectísimamente. Luego, si el alma de
Cristo comprende la sabiduría eterna, es necesario que sea sabia en sumo grado,
y, consiguientemente, bienaventurada en sumo grado; luego sena igual a Dios en
bienaventuranza y en bondad; luego no tendría principio ni fin; luego no sería
criatura ni alma; luego, si estas cosas y otras muchas que se podrían deducir
son absurdas, es imposible que la divina sabiduría sea comprendida por el alma
de Cristo.
Conclusión
El alma de Cristo no puede propiamente comprender la sabiduría increada
Respondo:
Para entender lo precedente hay que tener en cuenta que, como se ha demostrado
en la cuestión anterior, para que una criatura tenga conocimiento perfecto y
cierto concurre no sólo la presencia de la luz eterna, sino también la
influencia de la luz eterna; no sólo el Verbo increado, sino también el verbo
concebido interiormente; no sólo la sabiduría eterna, sino también la noticia
impresa en el alma; no sólo la verdad que causa, sino también la verdad que
informa.
Por consiguiente, como el alma de Cristo y cualquier alma que conoce a Dios, lo
conoce según la medida de la influencia del Verbo y de la noticia que informa la
mente interiormente; y como este verbo y noticia, por tener una esencia creada,
y por ello limitada, no puede igualarse a la sabiduría divina, ya que ella es
infinita en todo: hay que confesar que la sabiduría increada no puede ser
comprendida por el alma de Cristo unida a ella ni por cualquier otra criatura,
en el sentido en que s dice que es comprendida una cosa cuando el que la
comprende la abarca dentro d sí mismo toda y totalmente según todas las maneras,
conforme a lo que dic Agustín en su Carta a Paulina sobre la visión de Dios: "La
plenitud de Dios ninguno la comprende jamás no sólo con los ojos del cuerpo,
sino ni siquiera con la misma mente, pues una cosa es ver y otra, viendo,
comprender totalmente, puesto que s ve lo que se siente presente de alguna
manera; mas se comprende totalmente lo que se ve de tal manera que nada del
objeto visto queda oculto al que lo ve, aquello cuyos límites pueden ser vistos
por todo alrededor".
Para una visión así se requiere necesariamente que el que comprende iguale
supere al propio comprendido en acto, en hábito y en potencia. Y esto no parece
darse de ninguna manera en el alma de Cristo o en alguna criatura en comparación
con la sabiduría eterna; como ésta es infinita y aquélla finita, ésta supera a
aquélla absolutamente.
Y esto es lo que dice Agustín, La Trinidad, IX, 11: "En la medida en que
conocemos a Dios, somos semejantes a Él, pero no semejantes hasta la igualdad
porque no lo conocemos tanto como Él se conoce a sí mismo". Y después: "Cuando
conocemos a Dios, aunque nos hagamos mejores que éramos antes de conocerlo,
sobre todo cuando es verbo ese conocimiento deleitable y amado como se merece,
ese conocimiento se convierte en alguna semejanza de Dios; sin embargo es
inferior, porque está en una naturaleza inferior, pues el alma es una criatura
Dios es el Creador".
Por consiguiente, no pudiendo el alma de Cristo al conocer al Verbo eterno
engendrar un verbo igual a él, queda manifiesto que no puede comprenderlo en e
sentido propio de la palabra.
Por lo cual se deben admitir como válidos los argumentos que favorecen esta
tesis.
Mas para entender las objeciones, puesto que proceden de tres caminos, a sabe de
la inmensidad de la gracia de la unión hipostática, de la simplicidad del Verbo
de la sabiduría de Dios, de la capacidad y aquietamiento del deseo de la misma
alma que conoce, hay que entender que, aunque la naturaleza divina y la humana
disten como el ser finito del ser infinito, a pesar de ello pueden unirse en la
unión hipostática, quedando a salvo la propiedad de una y otra naturaleza. Sin
embargo la misma naturaleza divina nunca se hace finita, ni la humana se hace
infinita. De aquí que, aunque Dios es hombre y el hombre es Dios a causa de la
unidad de la persona y la hipóstasis, a pesar de ello quedan a salvo e
inconfusas las operaciones de ambas naturalezas, aunque se prediquen
recíprocamente por causa de la comunicación de idiomas.
Por otro lado, aunque el Verbo divino es simple, es sin embargo infinito, no por
la cantidad de su masa, sino por la cantidad de su poder; porque cuanto más
simple es una cosa, tanto más unido está su poder, y "el poder más unido es más
infinito que el poder multiplicado". Y por eso el Verbo divino, por lo mismo que
es simplicísimo, es también infinitísimo. Y por eso, aunque está todo entero en
dondequiera que está, a pesar de ello nunca es limitado ni comprendido por
ninguna criatura.
Por último, aunque el entendimiento y el afecto del alma racional no descansan
nunca sino en Dios y en el Bien infinito, esto no es porque lo comprendan, sino
porque nada sacia al alma si no sobrepasa su capacidad. De aquí que es verdad
que tanto el amor como el entendimiento de la propia alma racional son
conducidos al Bien y a la Verdad infinita y en cuanto son infinitos. Pero este
ser conducidos puede ser de seis maneras: creyendo, razonando, admirando,
contuyendo, excediéndose y comprendiendo. La primera manera es propia de los
imperfectos y viadores; la última manera es propia de la perfección suma y de la
Trinidad eterna e infinita; la segunda y tercera manera pertenecen a los
viadores; la cuarta y quinta a la consumación de la patria celestial.
Pues en el estado de viador podemos contemplar la inmensidad divina razonando y
admirándola; en la patria, contuyéndola cuando seamos hechos deiformes, y
«excediéndonos» cuando estemos totalmente embriagados. Por causa de esta
embriaguez, dice Anselmo al final del Proslogio que más bien entraremos nosotros
en el gozo de Dios que no el gozo de Dios en nuestro corazón.
Y porque aquella alma unida al Verbo ha quedado no sólo más deiforme, sino
también más embriagada por la gracia no sólo suficiente, sino también
sobreexcelente, por eso contempla la divina sabiduría, y contemplándola se
extasía en ella, aunque no la comprenda. Y por esta causa la admiración no tiene
lugar solamente en el estado de viador, sino también en la patria; no sólo en
los ángeles, sino también en el alma asumida por Dios, de manera que puede
decir: Admirable se ha hecho tu ciencia para mí, se ha remontado poderosa y no
podré alcanzarla [Sal 138,6], como explica la Glosa refiriéndolo a la humanidad
asumida por el Verbo, que "no puede igualársele ni en la sabiduría ni en ninguna
otra cosa".
Visto esto, se contesta fácilmente a las objeciones.
Solución de las objeciones
1.2.3.4. A la primera objeción basada en la Glosa, de que la gracia se dio a
Cristo sin medida; y a la basada en el texto de Agustín, de que aquella gracia
es inefable; y a la basada en el texto de Hugo y a la basada en la razón que
aduce de que aquella gracia hace que el hombre sea Dios: a todas estas
objeciones hay que responder que todas ellas son verdaderas y hay que
entenderlas según el concurso de las dos naturalezas en una sola persona. De lo
cual resulta que por la inmensidad de aquella persona no sólo la gracia de unión
se dice inmensa e inefable, sino también que por la unidad de persona Dios y las
cosas de Dios pueden predicarse del hombre. Sin embargo, de esto no resulta que
la propia alma ni su poder ni su hábito ni su acto pierda su condición de
criatura, y por ello finita y limitada 48, y por eso no se sigue que sea propio
de ella el acto comprensivo de la sabiduría eterna, ya que este acto es infinito
y de poder infinito.
5. A la objeción basada en Bernardo acerca de la triple unión o unidad, hay que
decir que no hay paridad, porque en la unidad de naturaleza y en la de
superdignación los extremos son proporcionales, pues la una y la otra son una
unidad connatural. Pero en la unidad de dignación es al contrario, porque esa
unidad es sola de condescendencia y gracia, y por ello no es necesario que en
ella haya mutua comprensión.
6. A la objeción basada en el texto de Isidoro, de que la Trinidad es conocida
por ella sola, etc., hay que decir que dice esto sólo por la comunicación de
idiomas o por el modo familiarísimo de la revelación de los arcanos divinos
comunicados a aquella alma unida al Verbo, como quedará más patente en la
siguiente cuestión.
Sal 7. A la objeción basada en el texto de Casiodoro, acerca de la luz
inaccesible, a saber, que [esa luz] es entendida por el alma sana por encima de
cualquier claridad, hay que decir que es verdad, entendiendo la salud como
deiformidad perfecta. Pero no se sigue que sea comprendida porque las otras
claridades sean menores y comprensibles, y ella sea mayor; por consiguiente,
aunque sea conocida por el alma más límpidamente que las otras claridades, sin
embargo no se sigue que sea comprendida.
8. A la objeción: La gracia de unión es superior a toda gracia de comprensión,
hay que decir que es verdad; pero no es porque la gracia de unión dé a la propia
alma de Cristo poder infinito, ya que no le quita el ser de criatura, sino
porque la coloca en la hipóstasis infinita. Mas el obrar que sale de un poder se
considera según la virtud mayor o menor del propio poder; por eso la gracia de
unión y la de comprensión no son del mismo género; por tanto, aunque no guarden
proporción, no se sigue por ello que la gracia de unión suscite en el alma un
acto infinito; de la misma manera que no se sigue que la línea sea infinita en
acto, aunque sea superior al punto sin proporción.
A la objeción tomada de Agustín: El alma es simple; por eso, cuando se conoce a
sí misma, se conoce totalmente..., hay que decir que esto es porque el alma
tiene una simplicidad limitada, a la cual acompaña el ser finita e indivisible.
Por eso, cuando se conoce, se conoce toda y totalmente. Es así que la
simplicidad de la sabiduría divina, como se ha demostrado antes, está unida a la
infinitud; luego, aunque pueda ser conocida y aprehendida por la criatura, sin
embargo no puede jamás ser comprendida o limitada por la criatura.
A la objeción: Esta proposición es de por sí verdadera: El ser simple cuando es
conocido, es conocido todo entero, hay que decir que es verdadera si se refiere
al ser simple finito; pero si se refiere al ser simple infinito, en alguna
manera es verdadera, en alguna manera no. Si se entiende que se conoce todo
entero, es decir, no por partes, es verdadera. Pero si se entiende que es
conocido todo entero, es decir, en su absoluta plenitud y perfección de manera
que no sea superior al que lo comprende, es falsa. Por eso se ha dicho
comúnmente y desde antiguo que, aunque el ser simple infinito sea conocido todo
entero, no es conocido totalmente. Porque todo entero, por ser nombre, significa
disposición de parte del sujeto o del objeto en sí; en cambio, totalmente, por
ser adverbio, significa disposición del verbo, y por esto supone omnímoda
perfección e igualdad en el acto del que comprende con relación a la cosa
comprendida, lo cual no puede darse en el ser finito con relación al ser
infinito.
11.12. A la objeción: o desconoce [al Verbo] todo entero o lo conoce todo
entero, etc., la respuesta es obvia, porque lo desconoce todo entero y lo conoce
todo entero. En efecto, lo conoce todo entero el que lo aprehende, ya que no lo
aprehende por partes; pero también lo desconoce todo entero en cuanto a la
comprensión, porque nada del Verbo puede ser comprendido por el entendimiento
creado, pues es todo entero infinito y a la vez simple. Por eso lo mismo que se
aprehende no se comprende. Lo mismo que el Verbo eterno el mismo y todo entero y
según el mismo punto de vista está dentro de alguna criatura y está fuera de
ella, así también es conocido por alguna inteligencia, y sin embargo no es
comprendido por ella, porque la excede.
Por esto está clara la respuesta a la siguiente objeción: Si lo desconociera en
parte, el entendimiento no seria bienaventurado. Pues, como ya se ha dicho, no
se dice incomprensible porque se desconozca alguna parte, sino por la inmensidad
de su simplicidad.
13. A la objeción: Lo mismo que [Dios] es verdaderamente infinito, es también
verdaderamente simple, hay que decir que es verdadera.
A lo que sigue: Lo mismo que la incomprensibilidad dice relación al ser
infinito, así la comprensibilidad dice relación al ser simple, hay que decir que
es falso, porque el ser infinito, por el mismo hecho de ser infinito, sobrepasa
de manera absoluta a cualquier ser finito; pero el ser simple, por el mismo
hecho de ser simple, no significa adecuación o limitación ni absolutamente en sí
ni en comparación con otro; porque, como se ha demostrado antes, el ser más
simple, por ser el más simple, es necesario que sea infinito. En efecto, al
haber dos clases de cantidad, cantidad de materia y cantidad de poder, en la
cantidad de materia el ser simple y el ser infinito tienen diversos fundamentos;
en cambio, en la cantidad de poder tienen el mismo fundamento, porque la
magnitud de la simplicidad contribuye a la unión y al engrandecimiento del
poder. Por eso, a causa de la suma simplicidad, no se comunica la
comprensibilidad, sino más bien la incomprensibilidad y el poder inmenso.
14. A la objeción: Si en el punto la esencia y el poder fueran lo mismo, etc.,
hay que decir que el Verbo eterno no es comprendido ni según su esencia ni según
su poder por ninguna criatura, porque tanto su poder como su esencia tienen una
inmensidad que sobrepasa infinitamente todo poder creado. Por eso no hay
similitud con el punto, cuya esencia es limitada.
15. A la objeción: Al alma no la puede llenar nada menor que Dios, hay que decir
que es verdadera, como ya lo hemos tratado, porque el alma no está contenta con
algún bien que ella conquiste y comprenda, porque un bien así no es el sumo
bien. Sino que necesita un bien tal y tan grande que ella lo conquiste y lo
aprehenda por la mirada y el amor, y que él la conquiste a ella por su
supereminente superioridad.
16. A la objeción: El alma de Cristo ama a Dios tanto como debe, hay que decir
que es verdad. Pero sin embargo, de esto no se sigue que ame a Dios tanto como
Dios se ama a sí mismo. Porque el amor con que Dios se ama a sí mismo es eterno
e inmenso e igual al amado, En cambio, el amor del alma de Cristo no puede ser
sino finito, porque nace de su voluntad.
Y lo que se dice que la medida de amar a Dios es amarlo sin medida, esto no es
porque ese amor no tenga límite ni medida, ya que éstos son inherentes a toda
criatura, sino porque el amor al amar no debe fijarse límite y término
restrictivo, sino más bien dejarse llevar de modo excesivo con todo el esfuerzo
del alma a aquella infinitísima bondad.
17.18. A la objeción: El entendimiento se fortalece entendiendo la máxima
realidad inteligible, y su capacidad crece captando cosas mayores, hay que decir
que eso se puede entender de dos maneras: primera, que esa capacidad, por el
hecho de entender la suma realidad inteligible y captarla, es más vigorosa y
poderosa con relación a las cosas que están por debajo de esa realidad, y esto
es verdad; segunda, que el entendimiento es capaz de una luz y verdad aún mayor
que la que ha captado, y esto es falso. Porque la capacidad del alma es igual a
la cantidad de su poder, que se fundamenta en su sustancia finita; y por ello es
finita en acto y puede ser suficientemente colmada por la deiformidad finita, la
cual haciéndola semejante a Dios según su omnímoda posibilidad, la hace salir
fuera de sí hacia el bien infinito, y por medio de ello le da perfección y
reposo.
19.20. A la objeción: El alma de Cristo conoce el ser increado y simplicísimo,
aunque sea creada y compuesta; luego por igual razón conoce el ser infinito en
cuanto infinito, aunque ella sea finita, hay que decir que puede admitirse la
conclusión: que conoce el ser infinito como el ser increado y simplicísimo. Pues
lo mismo que el ser infinito no lo conoce comprendiéndolo, sino aprehendiéndolo
y excediéndolo, igual le pasa con el ser increado y simplicísimo.
Sin embargo podría decirse que no hay paridad en uno y otro caso. Porque conocer
el ser simple como simple y el ser increado como increado no encierra sino que
el sujeto que conoce se asemeja al objeto conocido. En cambio, conocer el ser
infinito como infinito no dice sólo asimilación, sino también una especie de
adecuación, pues el ser infinito como infinito significa tamaño; por eso el
argumento anterior no es consecuente, como no es consecuente afirmar que, si la
criatura puede asemejarse a Dios, por eso puede igualarse a Dios.
Confesamos que el alma de Cristo es deiforme, pero no que es igual a Dios; y por
eso concedemos y sostenemos que, aunque aprehenda clara y distintamente la misma
sabiduría unida a ella, sin embargo no la comprende totalmente.
CUESTIÓN VII.
Si comprende el alma de Cristo todas las cosas que comprende la sabiduría
increada
Se pregunta si el alma de Cristo comprende todas las cosas que comprende la
Sabiduría increada. Y parece que sí.
Argumentos a favor
Rm 11 [33]: ioh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios!
¡Qué incomprensibles son sus juicios e irrastreables sus caminos! De lo cual se
colige que las cosas que atañen a la divina sabiduría son más comprensibles que
los juicios divinos. Pero en Jn 5 [22.27] se dice que el Padre ha dado al Hijo
todo juicio, porque es el Hijo del hombre. De lo cual se colige que el alma de
Cristo comprende los juicios divinos; luego, si éstos son menos comprensibles
que las otras cosas, con mucha más razón comprende todas las otras cosas.
2. Ap 5 [12]: Digno es el Cordero que ha sido inmolado de recibir la sabiduría;
la Glosa: "El conocimiento de todas las cosas, como el Verbo unido a él". Es así
que el Verbo unido comprende todo lo que conoce; luego también el alma de
Cristo.
3. Juan Damasceno, en libro IIl [de la Fe ortodoxa]: "Decimos que Cristo hombre
lo sabe todo; pues en Cristo están todos los tesoros de la sabiduría [Col 2,3]".
Si dices que esto se entiende según la naturaleza divina, respondo: Uno no sabe
nada que no lo sepa su alma; luego, si Cristo lo comprende todo, es necesario
que su alma también lo comprenda.
4. Gregorio, en los Diálogos: "Para el alma que ve al Creador es estrecha toda
criatura". Luego, si el alma de Cristo ve perfectamente al Verbo unido a ella,
consiguientemente es estrecha para ella toda criatura. Pero más allá de toda
criatura no hay otra cosa que la inmensidad de las cosas que son posibles a
Dios; por consiguiente, el alma de Cristo comprende todas las cosas.
5. El alma de Cristo está unida de la manera más perfecta al Verbo tanto en
cuanto es Verbo como en cuanto es ejemplar. Mas si hubiera en el Verbo o en el
ejemplar eterno algo que se ocultara al alma de Cristo, podría pensarse [que el
alma de Cristo podía estar] unida todavía más perfectamente; por tanto, si está
unida con la unión más perfecta, es necesario que lo comprenda todo.
6. El alma de Cristo conoce en el Verbo. Y porque en un solo principio conoce
muchas cosas, por eso conoce muchas cosas a la vez, aunque por su conocimiento
natural no pueda entender más que un solo principio x; luego, como ese solo
principio se extiende no sólo a muchas cosas, sino también a infinitas cosas;
por la misma razón que conoce a la vez muchas cosas, conoce infinitas cosas.
7. El Verbo eterno reproduce eternamente todo lo que reproduce, puesto que es
uno y uniforme; luego no lleva a una cosa de una manera y a las demás cosas de
otra; luego el alma de Cristo o no ve en el Verbo ninguna cosa, o si ve alguna,
ve infinitas.
8. El alma de Cristo es más poderosa para conocer por medio del Verbo unido a
ella que cualquier alma [para conocer] por medio de un hábito dado a ella. Es
así que el alma que tiene el hábito de la sabiduría comprende todas las cosas a
las que se extiende ese hábito; luego por igual razón el alma de Cristo
comprende por medio del Verbo eterno todas las cosas a las que se extiende el
mismo Verbo ".
9. El alma de Cristo conoce al mismo Verbo todo entero, puesto que lo tiene
unido a ella todo entero. Pero en el Verbo la potencia y la esencia son una
misma cosa; por consiguiente comprende la potencia del Verbo toda entera. Mas la
potencia del Verbo se extiende a infinitas cosas; por tanto, el alma de Cristo
comprende infinitas cosas.
10. El alma de Cristo está más cercana a las cosas tal como están en el Verbo
que como están en su género propio. Ahora bien, ninguna cosa tiene el ser en su
género propio sin que sea conocida por el alma de Cristo, pues sabe todas las
cosas que son hechas; en consecuencia, con mucha más razón sabe todo lo que sabe
el Verbo eterno.
11. La misma imposibilidad tiene saber con certeza las cosas contingentes que
comprender infinitas cosas. Pero el alma de Cristo por su unión al Verbo tiene
ciencia cierta de las cosas futuras contingentes; por consiguiente, por la misma
razón la tiene también de infinitas cosas.
12. La misma dificultad tiene conocer las cosas secretas que conocer muchas
cosas. Mas el alma de Cristo por su unión al Verbo sabe las cosas más secretas
de los corazones, por íntimas que sean; por tanto, por igual razón conoce las
cosas por muchas que sean; en consecuencia, conoce infinitas cosas.
13. El alma de Cristo comprende todo lo que es comprensible para una criatura.
Es así que cualquier especie de número es comprensible para una criatura; luego
comprende todas las especies de los números. Pero las especies de los números,
como dice Agustín en La Ciudad de Dios, XII, son infinitas; por consiguiente, el
alma de Cristo comprende infinitas cosas.
14. El alma de Cristo comprende el universo entero; luego comprende el ser y
todas las diferencias del ser; luego conoce no sólo las diferencias generales,
sino también las individuales; no sólo el ser en acto, sino también el ser en
potencia. Mas cualquier especie, en cuanto depende de ella, tiene infinitos
individuos en potencia; por tanto, el alma de Cristo comprende infinitas cosas.
15. El alma de Cristo comprende alguna cosa finita, por ejemplo la línea; luego
conoce el principio de la línea. Pero el principio de la línea es el punto; por
consiguiente comprende el punto. Es así que el que comprende una cosa, la conoce
en toda su potencia; luego, como la potencia del punto se extiende a infinitas
líneas y el alma de Cristo comprende toda la potencia del punto, se sigue
necesariamente que comprenda infinitas cosas.
16. El alma de Cristo ama todo lo que es digno de ser amado; luego por igual
razón sabe todo lo que merece ser conocido. Mas todo lo que es sabido por Dios
es digno de saberse; por tanto, el alma de Cristo sabe todo lo que es sabido por
Dios.
17. El alma de Cristo es absolutamente perfecta t8, Pero en lo que es
absolutamente perfecto todo lo que está en potencia está convertido en acto.
Ahora bien, el entendimiento del alma de Cristo está en potencia para infinitas
cosas, porque nunca entiende tantas que no pueda entender más; por consiguiente,
como los objetos inteligibles no ocupan lugar en el sujeto que los entiende, se
sigue que, si toda su potencia está convertida en acto, es necesario que conozca
infinitas cosas.
18. Si el entendimiento agente estuviera en pleno acto con relación a todas las
cosas para las que tiene capacidad en potencia, cualquiera entendería infinitas
cosas. Mas, como en el alma de Cristo el Verbo unido a ella está en pleno acto
con relación a todas las cosas respecto a las cuales está en potencia el
entendimiento del alma de Cristo; por tanto, el alma de Cristo entiende
infinitas cosas.
19. El alma de Cristo o puede aprender algo o no puede aprender nada. Si puede
aprender algo, no es plenamente perfecta en la ciencia, y por igual razón
tampoco en la gracia. Si no puede aprender nada, es porque sabe tantas cosas que
no puede aprender más; luego necesariamente conoce infinitas cosas. El alma de
Cristo o conoce algunas cosas de las que Dios puede hacer y no las hará, o no
conoce ninguna. Si no conoce ninguna de ellas, pregunto qué es lo que lo impide.
Pues o es porque ella no puede extenderse a esas cosas, y eso es manifiestamente
falso; o porque Dios no quiere revelárselas, y esto es manifiestamente absurdo,
porque quita a esta alma la suma familiaridad con el Verbo unido a ella. Si
conoce algunas cosas de las que Dios puede hacer y no hará, entonces no hay
razón mayor para que conozca esto más que aquello; luego parece que conoce todas
las cosas que son posibles para Dios; luego conoce infinitas cosas.
21. El alma de Cristo o conoce cosas en número limitado o en número infinito. Si
conoce cosas en número limitado, como se pueden pensar más cosas que cualquier
número limitado, se seguiría que alguna alma podría pensar más cosas que conoce
el alma de Cristo. Es así que es absurdo que alguna alma supere al alma de
Cristo en algo luego es necesario admitir que conoce infinitas cosas.
Argumentos en contra
1. El Salmo [138,6]: Admirable se ha mostrado tu ciencia, etc.; Glosa: "La
humanidad asumida [por el Verbo] no puede igualarse a la sustancia divina ni en
sustancia ni en ninguna otra cosa"; luego el alma de Cristo no comprende todas
las cosas que comprende la Sabiduría eterna.
2. Agustín, La ciudad de Dios, XII: "La infinitud de los números no puede ser
infinita para la ciencia divina que la comprende"; luego, si el alma de Cristo
comprende infinitas cosas, esas infinitas cosas son limitadas para ella. Pero,
si las infinitas cosas son limitadas para ella, al ser ella limitada no son
infinitas; por consiguiente, si comprende cosas en número limitado, no comprende
infinitas cosas.
3. Hugo en Sobre la sabiduría del alma de Cristo: "Esto solo afirmo sin género
de duda, que en el alma de Cristo no hubo otra sabiduría que la Sabiduría
divina, o si hubo otra, no fue igual a aquella". Mas es cierto que hubo otra,
como aparece de lo anteriormente expuesto; por tanto, como la sabiduría que
informa y perfecciona el alma y la habilita no puede ser más que creada, esa
sabiduría de Cristo no se extenderá a comprender todas las cosas que comprende
la Sabiduría increada.
4. Todo ser creado está dispuesto en peso, número y medida [Sab 11,21] 27; luego
el alma de Cristo y su sabiduría tiene determinado número y medida; luego no se
extiende a infinitas cosas.
Comprender infinitas cosas es un acto que sobrepasa totalmente la inmensidad de
las cosas conocibles. Pero todo acto así es infinito. Y el acto infinito no
procede sino del poder infinito, y el poder infinito [tiene que descansar] en la
sustancia infinita; por consiguiente, si el alma de Cristo es finita y limitada,
ya que es criatura, es imposible que comprenda infinitas cosas.
Cuanto más simple es una sustancia, tanto mayor es su capacidad de conocer
cosas. Es así que el alma de Cristo ni por naturaleza ni por gracia está elevada
hasta la divina simplicidad; luego no está elevada para conocer tantas cosas
como conoce la Sabiduría divina.
La Sabiduría del Verbo es inmensa en su claridad y en el número de cosas que
conoce. Mas el alma de Cristo nunca llegó a comprender la inmensidad de la luz
eterna con claridad absoluta; por tanto, nunca llegó a conocer totalmente el
número de cosas que aquella conoce.
Aunque el alma de Cristo está unida a la esencia del Verbo, sin embargo no está
nunca en tantas cosas como está el mismo Verbo. Pero la ciencia es a la ciencia
como la esencia a la esencia; por consiguiente, el alma de Cristo nunca conoce
todas las cosas que conoce el mismo Verbo.
La ciencia lleva consigo el poder, ya que poder saber es poder algo. Ahora bien,
el alma de Cristo no puede tener poder infinito, como es el poder de crear; en
consecuencia, por la misma razón tampoco puede tener una ciencia que se extienda
a infinitas cosas.
10. El no tener límites en las criaturas es señal de imperfección; luego, si la
sabiduría del alma de Cristo es perfectísima, no admite no tener límites ni por
parte del sujeto que conoce ni por parte del objeto conocido ni por parte del
modo de conocer.
11. Ninguna criatura supera a otra criatura infinitamente. Mas, si el alma de
Cristo conociera infinitas cosas, superaría infinitamente a las otras almas, ya
que ellas sólo conocen cosas en número finito; y, en consecuencia, se saldría
del género de las criaturas, lo cual es manifiestamente falso; por tanto,
también es falsa la premisa, a saber, que el alma de Cristo comprenda infinitas
cosas.
12. Todo lo conocido está en el que lo conoce; luego, si el alma de Cristo
comprendiera en acto infinitas cosas, habría infinitas cosas en acto en el alma
de Cristo. Pero es imposible poner algo infinito en acto en el ser creado; por
consiguiente, es imposible que el alma de Cristo pueda comprender infinitas
cosas.
Conclusión
El alma de Cristo no comprende en el Verbo propiamente infinitas cosas. Sin
embargo, en cuanto el Verbo es ejemplar que crea, [el alma] es llevada a él con
un conocimiento comprensivo. Pero en cuanto el Verbo es ejemplar que expresa, es
llevada a él no con un conocimiento comprensivo, sino con un conocimiento
excesivo
Respondo:
Para entender lo dicho anteriormente hay que notar que se puede hablar de dos
maneras de la Sabiduría increada: o en cuanto es ejemplar que crea y dispone, o
en cuanto es ejemplar que expresa o representa. De la primera manera brillan en
el arte de la Sabiduría divina las cosas que son, han sido y serán, y estas
cosas son finitas. De la segunda manera brillan todas las cosas que Dios puede
hacer y entender, y éstas ciertamente son infinitas, como se ha demostrado
anteriormente y dice expresamente Agustín en el libro XII de La ciudad de Dios.
Por consiguiente, el alma de Cristo es llevada a la Sabiduría divina por el
conocimiento de las dos maneras, pero de modo diferente. En efecto, a la
Sabiduría divina, en cuanto ésta es ejemplar que crea es llevada con
conocimiento comprensivo, ya que las cosas que son contenidas y representadas en
el ejemplar en cuanto que crea y dispone son finitas, y por esto son también
comprensibles. En cambio, al ejemplar en cuanto manifiesta o representa es
llevada [el alma] no con conocimiento comprensivo, sino con conocimiento
excesivo, ya que, al ser representadas en él infinitas cosas, éstas son
incomprensibles para la sustancia finita.
Por eso el alma de Cristo, al ser criatura y, por lo mismo, finita, por muy
unida que esté al Verbo, no comprende infinitas cosas, ya que ni las iguala a
ellas ni las supera, y por eso no las abarca totalmente, sino más bien es
abarcada, y por lo mismo no es llevada a ellas por vía de conocimiento
comprensivo, sino más bien por vía de conocimiento excesivo. Y llamo
conocimiento excesivo no aquel en que el sujeto que conoce excede el objeto
conocido, sino aquel en que el sujeto es conducido al objeto saliendo de sí de
modo excesivo, elevándose sobre sí mismo.
De este modo de conocer habla Dionisio en el libro de La teología mística, y en
el de Los nombres de Dios, capítulo 7, dice así: "Es necesario reconocer que
nuestro entendimiento tiene una capacidad para entender mediante la cual ve las
cosas inteligibles, pero también una unión que excede la naturaleza del
entendimiento, mediante la cual se une a las cosas que están por encima de él. Y
que, por tanto, entendiendo las cosas de Dios según esta unión, no según
nuestras fuerzas, quedamos todos enteros totalmente fuera de nosotros y
totalmente deificados, pues es mejor ser de Dios y no ser de nosotros; pues así
todas las cosas que son objeto de la fe serán de los que están con Dios".
Y este modo de conocer por exceso se da en el estado de viador y en la patria;
pero en el estado de viador se da parcialmente, en la patria, en cambio, se da
perfectamente en Cristo y en los otros bienaventurados. Pero en los demás se da
restringidamente tanto por parte de la medida de la propia gracia como por parte
de la voluntad divina, que no se ofrece a cualquiera en absoluta familiaridad.
Mas en el alma de Cristo se da liberalísimamente, no sólo porque de parte de la
voluntad divina tiene la gracia que llena totalmente su capacidad, sino también
porque el espejo eterno se le presenta claro según total familiaridad.
Ahora bien, en Cristo difieren de muchas maneras el conocimiento comprensivo y
el conocimiento excesivo.
Primero, porque en el conocimiento comprensivo el sujeto que conoce se apodera
del objeto conocido; en cambio, en el conocimiento excesivo el objeto conocido
se apodera del sujeto.
Segundo, porque en el conocimiento comprensivo llega a su meta la mirada de la
inteligencia; en cambio, en el conocimiento excesivo llega a su meta el deseo de
la inteligencia.
Tercero, porque en el conocimiento comprensivo llega a considerar en acto todas
las cosas pasadas, presentes y futuras; en cambio, en el excesivo considera las
cosas que se le ofrecen.
Cuarto, porque, una vez adquirido el conocimiento comprensivo, ya no aprende
nada nuevo; en cambio, a causa del conocimiento excesivo resulta que no puede
aprender nada. Por eso, aunque el conocimiento del alma de Cristo por vía de
exceso en cierto modo se puede decir que se refiere a infinitas cosas, sin
embargo su conocimiento comprensivo sólo hace relación a cosas limitadas. De
aquí que, si según el conocimiento excesivo se dice que el alma de Cristo conoce
todo lo que conoce el Verbo, esto se entiende de las cosas pasadas, presentes y
futuras, que de algún modo constituyen la integridad del mismo universo, que
estuvo plena y totalmente grabado en el alma de Cristo Jesús desde el instante
de su concepción. Y por lo tanto se dice que aquella alma tuvo toda la ciencia,
no porque comprende todo lo que conoce la Sabiduría divina, ya que ésta es
infinita y no puede ser comprendida por una potencia finita, como queda
demostrado más arriba.
De aquí que los razonamientos que demuestran esto deben ser admitidos, porque
concluyen la verdad irrefragablemente.
Solución de las objeciones
1.2.3. A la primera objeción: El alma de Cristo comprende todos los juicios
divinos y tiene toda la ciencia como la tiene el Verbo unido a ella, se puede
decir que esas cosas se dicen de la humanidad asumida por el Verbo a causa de la
comunicación de idiomas; o se dicen ciertamente acerca de las cosas que son,
fueron y serán, las cuales sí pueden ser comprendidas por el alma de Cristo; en
cambio no es verdad respecto a todas las cosas que entiende la Sabiduría divina,
ya que conoce infinitas cosas, como queda patente de lo que se ha demostrado
anteriormente.
Sin embargo, la objeción: Ninguno puede saber nada que no sepa su alma, es
verdad cuando uno no conoce nada si no es por su alma, como ocurre en un puro
hombre. Mas en Cristo, que no conoce exclusivamente por su alma, sino también
por su naturaleza divina, no tiene lugar esa proposición; y por ello queda clara
la respuesta a las tres primeras objeciones.
A la objeción: Para el alma que ve a Dios es estrecha toda criatura, hay que
decir que es verdad acerca de la criatura considerada según el ser que tiene en
su propio género, pero no si la consideramos según el ser que tiene en el arte
de Dios, porque aquel arte es nobilísimo y perfectísimo, y no tiene estrechura,
sino antes bien la perfección. De aquí que, aunque un alma conociera el universo
entero según el ser que tiene en su propio género, a pesar de ello no estaría
todavía en perfecto conocimiento y comprensión, si no conociera también aquel
arte por el cual son creadas todas las cosas. Y como el alma de Cristo comprende
todas las cosas creadas perfectísimamente en ese arte, por eso se dice que tiene
comprensión perfecta en él y por él.
5. A la objeción: El alma de Cristo está unida al Verbo de la manera más
perfecta, hay que decir que es verdad, pero sin dejar de tener en cuenta la
limitación de la naturaleza creada, que el alma de Cristo no pierde, porque no
deja de ser criatura; y como comprender infinitas cosas repugna a la limitación
de la criatura, de ahí resulta que de esa unión, por perfecta que se la
entienda, no se puede inferir que comprenda infinitas cosas.
6. A la objeción: El alma de Cristo conoce a la vez muchas cosas, porque las
conoce en un solo principio, y por la misma razón debería conocer infinitas
cosas, hay que decir que no hay semejanza, porque la multitud junta con la
simultaneidad no está reñida con la limitación de la criatura. En cambio, la
infinitud junta con la actualidad y simultaneidad está totalmente reñida con
dicha limitación. Por lo cual el argumento no está fundado en la semejanza, sino
en una gran desemejanza.
7. A la objeción: El Verbo eterno lo representa todo de manera igual, se puede
decir que es falsa, porque representar quiere decir un acto con relación a otro
sujeto; mas Dios, aunque en si es uniforme, sin embargo ilumina y manifiesta de
muchas maneras. Y aunque conoce infinitas cosas, de ellas aprueba unas y
reprueba otras, decide crear unas y otras no, unas las revela voluntariamente,
otras ocultamente.
Además, aun concediendo que en lo que está de su parte conozca todas las cosas
uniformemente, todavía el argumento no es concluyente, porque "todo lo que se
recibe está en el recipiente a la manera del recipiente y no a la manera de lo
recibido". Por eso, siendo limitada la potencia receptora [del alma de Cristo],
es imposible que, aunque se le ofrezca espontáneamente todo entero, lo capte y
lo comprenda todo entero, sino según le corresponde, como aparece en este
ejemplo: Aunque el Sena entero se ofrece al que lleva un cántaro, sin embargo no
lo coge todo entero, sino cuanto puede y como puede la capacidad del cántaro.
8. A la objeción: El alma de Cristo es más poderosa para conocer por medio del
Verbo unido a ella que cualquier otra alma [para conocer] por medio de un hábito
dado a ella, hay que decir que es verdad. Pero de esto no se sigue que, si el
alma comprende todas las cosas a las que se extiende su hábito, por eso el alma
de Cristo conozca todas las cosas que conoce por el mismo Verbo. Porque el alma
comprende el mismo hábito como proporcional a ella y que no sobrepasa en nada su
capacidad, pero el alma de Cristo no comprende así al Verbo unido a ella, puesto
que el Verbo sobrepasa infinitamente la capacidad del alma.
A la objeción: El alma de Cristo conoce al Verbo todo entero, luego [comprende]
toda su potencia, hay que decir que ese razonamiento no vale. Porque todo entero
dicho del Verbo significa ausencia de partes, o sea, perfección absoluta; mas
dicho de la potencia significa distribución con relación a todos los posibles,
porque potencia significa referencia a los posibles. Y así su significado es
distinto, y por eso no procede ese razonamiento.
10. A la objeción: El alma de Cristo está más cercana a las cosas como están en
el Verbo que como están en su género propio, hay que decir que, aunque esté más
cercana, sin embargo no está más proporcionada 6O. y la comprensión en alguna
manera lleva consigo razón de proporción, y que el objeto conocido es limitado
para el sujeto que lo conoce. Y porque las cosas en su género propio son
limitadas y proporcionales al alma de Cristo, por eso le son comprensibles, pero
no como están en la inmensidad del arte divino, a no ser que se entienda como
están en él en el sentido de ejemplar creador. Y de esta manera se puede
conceder que las cosas sean comprendidas por el alma de Cristo; de otra manera,
no, por la inmensidad y desproporción.
11. A la objeción: La misma imposibilidad tiene saber con certeza las cosas
contingentes que comprender infinitas cosas, hay que decir que no es verdad.
Porque, aunque es imposible conocer con certeza las cosas contingentes para el
conocimiento natural, sin embargo se hace posible por la iluminación
sobrenatural, que eleva al alma para que conozca las cosas en el arte eterno, en
el cual están inmutablemente tanto las cosas contingentes como las necesarias.
En cambio comprender en acto infinitas cosas no sólo es imposible con el
conocimiento natural, sino también con el conocimiento de la gracia, porque los
dos son creados y limitados, y por eso no se extienden a cosas infinitas en
acto.
12. A la objeción que compara las cosas secretas con las infinitas hay que decir
que no hay paridad, como queda patente de lo dicho; porque percibir un secreto,
por oculto que esté, no dice nada incompatible con la naturaleza del
entendimiento creado. Pero no es lo mismo si se trata de la comprensión del ser
infinito, la cual implica infinitud en acto, y por ello en sustancia y en poder;
lo cual no lo admite de ningún modo criatura alguna, ni por gracia ni por
gloria.
13 A la objeción: Todo lo comprendido es comprensible por una criatura, hay que
decir que, aunque se pueda admitir de cada cosa en particular que es
comprensible por una criatura, ya que cada una es finita, sin embargo todas
juntas son infinitas, y por ello incomprensibles. Y por ello ese razonamiento no
es correcto, ya que procede de partes tomadas por separado a las mismas partes
reunidas en una unidad. De aquí que lo mismo que no vale este argumento: En esta
casa cabe cualquier hombre, luego caben todos los hombres, así tampoco vale
aquel otro.
14. A la objeción: El alma de Cristo comprende todas las diferencias del ser, y
la potencia de cualquier especie se extiende a infinitos individuos, hay que
decir que la potencia a infinitas cosas se puede entender de dos maneras, a
saber, potencia activa y potencia pasiva. La potencia activa a infinitas cosas
no existe más que en la esencia creadora, que es infinita en acto. Mas si
admitimos en la criatura la potencia a infinitas cosas, es solamente la potencia
pasiva, que tiene sus raíces en una realidad finita, aunque mantiene relación
con el principio infinito activo, como se dice en el Libro de las Causas: "Todas
las potencias infinitas subordinadas existen en un principio infinito único, que
es la potencia de las potencias". Según esto la potencia infinita en la criatura
puede entenderse, conocerse o comprenderse de dos maneras: o con relación a
aquello sobre lo cual tiene sus raíces en la criatura, y como eso es finito en
acto, es comprensible; o con relación al principio activo exterior, que es
infinito en acto.
En el primer sentido el alma de Cristo comprende todas las diferencias del ser,
tanto en los géneros con relación a las especies, como en las especies respecto
a los individuos. En el segundo sentido, el que se refiere a la potencia activa
infinita, conoce ciertamente infinitas cosas, pero no con conocimiento
comprensivo sino con conocimiento excesivo, como se ha demostrado antes. Y por
eso queda clara la respuesta.
15.16. A la objeción basada en el punto y en lo que puede ser amado y conocido,
hay que decir que es verdad que el alma de Cristo comprende todo objeto que debe
ser amado y conocido según el ser que éstos tienen en su propia naturaleza. Pero
según el ser que tales objetos tienen en la causa primera infinita, solamente
pueden ser conocidos y comprendidos por la potencia infinita. Porque, aunque
según el modo parecen designar algo creado, sin embargo en la realidad no
designan sino la potencia de la causa eficiente, que por ser infinita no puede
ser comprendida por ningún ser finito.
17. A la objeción: El alma de Cristo es absolutamente perfecta y en ella nada
hubo en potencia que no fuera convertido en acto, hay que decir que es verdad si
hablamos de la potencia que se puede convertir totalmente en acto. Mas la
potencia a infinitas cosas nunca se puede convertir en acto totalmente, sino
parcialmente. Por lo cual es imposible que Dios haga que lo continuo quede
dividido en todas las partes en que puede ser dividido, pues esto es contrario a
la perfección de la potencia del Creador y a la realización de la criatura, que
por naturaleza está destinada a ser en la finitud y tal es la potencia del
entendimiento posible.
18. A la objeción: Si el entendimiento agente estuviera en acto respecto a todas
las cosas para las que tiene capacidad en potencia, entonces el alma entendería
infinitas cosas, etc., hay que decir que no hay paridad. Porque, si el
entendimiento agente estuviera en acto con relación a infinitas cosas en cuanto
es una potencia del alma, entonces el alma por su propia virtud se extendería a
infinitas cosas. Pero no es así en el alma unida a la Sabiduría eterna; porque
esa Sabiduría, aunque se extiende a infinitas cosas, no es algo de la propia
alma, sino por encima del alma. Y por eso no se sigue necesariamente que sea
propio de la misma alma saber infinitas cosas. Además, el entendimiento posible
es proporcional al agente; en cambio la Sabiduría increada no lo es a la propia
alma inteligente.
19.20.21. A las objeciones de si el alma de Cristo puede aprender algo, y si
conoce alguna de las cosas que Dios no va a hacer y puede hacer, y si conoce
solamente un número limitado de cosas o las conoce en número infinito, queda
patente la respuesta por medio de la distinción que hemos hecho más arriba.
Porque, como el alma de Cristo tiene conocimiento comprensivo de todas las cosas
que suceden en el universo, y conocimiento excesivo de todas las cosas que están
en el arte divino, y ese exceso está en la totalidad de su potencia cognoscitiva
y en la suma familiaridad con el espejo [Verbo] que las representa, es necesario
que el alma de Cristo, aunque no comprenda todas las cosas que comprende la
Sabiduría divina, a pesar de ello su apetito quede enteramente saciado, porque
se eleva en su [conocimiento] excesivo a todas esas cosas; de forma que, lo
mismo que no puede añadirse nada a su gracia, tampoco puede añadirse nada a su
sabiduría, porque se le ha dado todo lo que puede concederse a una criatura.
Epílogo
Consiguientemente, de lo que queda dicho y establecido anteriormente acerca de
la sabiduría de Cristo tanto en lo que se refiere a su naturaleza divina como en
lo que se refiere a su naturaleza humana, puede verse claro el modo de conocer
tanto en el conocimiento del Creador como en el conocimiento de la criatura, no
sólo en el estado de la patria celestial sino también en el estado de viador.
En efecto, para decirlo en una palabra, hay que confesar que Dios sabe infinitas
cosas, que las sabe, digo, por sí mismo, no por semejanza, y no por semejanza
recibida del exterior, sino por la misma verdad que expresa y es ejemplar de
todas las cosas, con relación a las cuales se dicen muchas semejanzas y
expresiones, no por multitud y distinción en sí, sino por nuestra manera de
entender. Mas estas semejanzas o razones son eternas y de ellas mana toda la
certeza del conocimiento creado, tanto en el alma de Cristo como en los otros
espíritus creados. Y no son ellas solas las razones de conocer, sino que con
ellas tenemos también las razones recibidas de fuera. En el estado de viador y
en el estado de la patria celestial se requiere no sólo la presencia de la luz
eterna, sino también la influencia de la luz eterna, no sólo el Verbo increado,
sino también el verbo concebido interiormente. Y como este verbo es finito, ni
el alma de Cristo ni ninguna otra alma puede comprender el Verbo eterno ni las
infinitas cosas conocibles, aunque pueda ser llevada a ellas por medio del
[conocimiento] excesivo; el cual [conocimiento] excesivo es el último modo de
conocer y el más noble, y Dionisio lo alaba en todos sus libros y sobre todo en
el La teología mística. De esto trata también místicamente casi toda la divina
Escritura, y el Apocalipsis 2 [17] dice: Le daré una piedrecita, y en la
piedrecita escrito un nombre nuevo que nadie sabe sino el que lo recibe. Porque
este modo de conocer, con dificultad o nunca lo entiende sino el que lo ha
experimentado, y nadie lo ha experimentado, sino el que está enraizado y
cimentado en la caridad, para que pueda comprender con todos los santos cuál es
la largura y la anchara, etc. [Ef 3,17] 73. En él también consiste la sabiduría
experimental y verdadera, que comienza en esta vida y se consuma en la patria
celestial. Y para darlo a conocer hay que hacerlo por rodeos y son más adecuadas
las negaciones que las afirmaciones, y las expresiones superlativas más que las
positivas. Y para experimentarlo vale más el silencio interior que la palabra
exterior. Por eso debemos poner aquí fin a nuestras palabras y pedir al Señor
que nos conceda experimentar lo que decimos.
LEYENDA MENOR
1. Conversión de francisco
1.1 Ha aparecido la gracia de Dios, Salvador nuestro, en estos últimos tiempos
en su siervo Francisco, a quien el Padre de las misericordias y de las luces
previno con tan copiosas bendiciones de dulzura, que - según se desprende
claramente de todo el decurso de su vida - no sólo le sacó de las tinieblas del
mundo a la luz, sino que lo hizo insigne por la prerrogativa y méritos de sus
excelsas virtudes y lo esclareció de forma extraordinaria mediante los preclaros
misterios de la cruz manifestados en torno a su persona.
1.1 Oriundo de la ciudad de Asís - región del valle de Espoleto - , fue llamado
primeramente Juan por su madre, luego Francisco por su padre; y, aunque conservó
el nombre impuesto por el padre, no abandonó el significado que contenía el
nombre, señalado por su madre. Y si bien en su juventud se crió en un ambiente
de mundanidad entre los vanos hijos de los hombres y se dedicó - después de
adquirir un cierto conocimiento de las letras a los negocios lucrativos del
comercio, con todo, asistido por el auxilio de lo alto, no se dejó arrastrar por
la lujuria de la carne en medio de jóvenes lascivos, ni en el trato con avaros
mercaderes puso su confianza en el dinero y en los tesoros.
1.2 Había Dios infundido en lo íntimo del joven Francisco una cierta generosa
compasión hacia los pobres, unida a una suave mansedumbre, la cual, creciendo
con él desde la infancia, llenó su corazón de tanta benignidad, que - convertido
ya en un oyente no sordo del Evangelio - se propuso dar limosna a todo el que se
la pidiere, máxime si alegaba el motivo del amor de Dios. En la misma flor de su
juventud se obligó con firme promesa ante el Señor a no negar nunca jamás - en
cuanto le fuera posible - la limosna a los que se la pidieran por amor de Dios.
1.2 No dejó de cumplir hasta su muerte tan noble promesa, y con ello llegó a
conseguir un aumento copioso de gracia y amor de Dios. Aunque continuamente
ardía en su corazón la llama del amor divino, con todo, en su adolescencia -
implicado como estaba en las preocupaciones terrenas - ignoraba todavía los
secretos arcanos del lenguaje celestial, hasta que, haciéndose sentir sobre él
la mano del Señor, fue afligido exteriormente con las molestias de una larga
enfermedad, al tiempo que en el interior de su alma fue iluminado con la unción
del Espíritu Santo.
1.3 Después que hubo recuperado un tanto las fuerzas corporales y cambiada a
mejor su disposición interior, inesperadamente le salió al encuentro en su
camino un caballero, noble por su linaje, pero pobre de bienes materiales.
Recordando entonces al Rey generoso y al Cristo pobre, se sintió tan movido a
compasión de aquel hombre, que - despojándose de los vestidos elegantes con que
de nuevo se había engalanado - cubrió al punto con ellos al caballero
necesitado.
1.3 A la noche siguiente, cuando estaba sumido en profundo sueño, Aquel por cuyo
amor había socorrido al pobre caballero se dignó mostrarle en revelación un
precioso y grande palacio lleno de armas militares, marcadas con la enseña de la
cruz. Además se le prometió y se le aseguró con toda certeza que todo cuanto
había contemplado en aquella visión sería suyo y de sus caballeros si es que
enarbolaba con firme decisión el estandarte de la cruz. A partir de este
momento, retrayéndose de la vida agitada del comercio, buscaba la soledad, amiga
de corazones adoloridos. Allí se dedicaba, incesantemente y con gemidos
inefables, a pedir al Señor que le mostrara el camino de la perfección, y, tras
largas y reiteradas plegarias, mereció ser escuchado en sus deseos.
1.4 Un día en que oraba así, retirado en la soledad, se le apareció Cristo Jesús
en la figura de crucificado, penetrándole tan eficazmente aquellas palabras del
Evangelio: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue
con su cruz y me siga, que su alma se sintió abrasada en un incendio de amor, al
mismo tiempo que fue colmada del ajenjo de la compasión. En efecto, ante tal
visión quedó su alma derretida, y tan entrañablemente se le grabó en la médula
de su corazón la memoria de la pasión de Cristo, que casi de continuo veía con
los ojos del alma las llagas del Señor crucificado y apenas podía contener
externamente las lágrimas y los gemidos.
1.4 Una vez que por amor de Cristo Jesús había despreciado la hacienda toda de
su casa, reputándola por nada, creía haber encontrado el tesoro escondido y el
brillo de la perla preciosa; y, atraído por su deseo, se disponía a desprenderse
de todos los bienes y a permutar - al modo divino de comerciar - el negocio
mundano por el evangélico.
1.5 Salió un día al campo a meditar -, y, paseando junto a la iglesia de San
Damián - que por su excesiva antigüedad amenazaba ruina -, movido por el
Espíritu, entró en ella a orar. Postrado ante una imagen del Crucificado, se
sintió inundado durante la oración de una gran dulcedumbre y consolación. Fijó
sus ojos, arrasados de lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus
oídos corporales una voz salida de modo maravilloso desde la misma cruz, que por
tres veces le dijo: "Francisco, vete, repara mi casa, que - como ves - está a
punto de derrumbarse Francisco, vete, repara mi casa, que - como ves - está a
punto de derrumbarse toda ella!"
1.5 Ante la admirable advertencia de voz tan singular, el varón de Dios se
sintió al principio estremecido de terror, luego se llenó de gozo y asombro, y
se levantó en seguida, todo dispuesto a dar cumplimiento al mandato de reparar
la fábrica material de la iglesia, aunque aquellas palabras se referían
principalmente a la Iglesia, que Cristo había adquirido con el precioso
intercambio de su sangre, según el Espíritu Santo se lo dio a entender y él
mismo lo reveló más tarde a sus compañeros más íntimos.
1.6 Poco después, desprendiéndose - como pudo -, por amor a Cristo, de todas las
cosas, ofreció dinero al pobrecillo sacerdote de dicha iglesia, encargándole lo
invirtiera en su reparación y en la ayuda de los pobres. Al mismo tiempo le
pidió humildemente que le permitiera convivir con él durante algún tiempo. El
sacerdote accedió a esto último, pero rehusó el dinero por temor a los padres.
Entonces aquel verdadero despreciador ya de las riquezas arrojó el peso del
metal a una ventana, estimándolo cual si fuera vil lodo.
1.6 Pensando, empero, que con esto se habría granjeado contra sí el furor de su
padre, para dar tiempo a que se calmara su ira, se escondió en lo oculto de una
cueva, entregándose al ayuno, a la oración y a las lágrimas. Por fin, inundado
de una inefable alegría espiritual y revestido de una fuerza de lo alto, salió
confiadamente afuera y entró con decisión en la ciudad. Al verle los jóvenes con
el rostro escuálido y cambiado en sus ideas, pensaban que había perdido el
juicio, y - como a loco - le arrojaban el lodo de las calles y lo insultaban con
voces desaforadas. Mas el siervo de Dios, sin descorazonarse ni inmutarse en
absoluto por ninguna injuria, lo soportaba todo, haciéndose el sordo.
1.7 Pero el más furioso y frenético de todos se mostraba su propio padre, el
cual - como si hubiera olvidado la compasión natural - arrastró a su hijo a casa
y comenzó a atormentarlo con azotes y cadenas, a fin de que, agobiando el cuerpo
con molestias, moviera su ánimo a anhelar las delicias del mundo.
1.7 Pero, convencido del todo por experiencia de que el siervo de Dios estaba
muy dispuesto a sufrir por Cristo cualquier clase de vejaciones, y viendo además
claramente que era imposible apartarlo de su propósito, se puso a insistirle
vivamente a que fuera consigo al obispo de la ciudad para hacer en sus manos
renuncia al derecho de la herencia paterna. El siervo de Dios aceptó sin
resistencia alguna esta propuesta; y tan pronto como llegó ante la presencia del
prelado, sin ninguna tardanza ni vacilación, sin pedir explicaciones ni proferir
palabra alguna, se despojó hasta tal punto de todos sus vestidos, que incluso se
desprendió de los calzones, y - como ebrio de espíritu - no sintió horror a
quedar ante todos completamente desnudo por amor de Aquel que por nosotros colgó
desnudo de la cruz.
1.8 Desembarazado ya el despreciador del mundo de la atracción de los deseos
terrenos, abandona la ciudad, y mientras seguro y libre cantaba en lengua
francesa, a través de los bosques, las alabanzas del Señor, saliéronle al
encuentro unos ladrones; pero el pregonero del gran Rey no se atemorizó ni dejó
de cantar, puesto que era un caminante semidesnudo, desprovisto de todo, y
además porque, a imitación de los apóstoles, se alegraba en la tribulación.
1.8 De allí, el amante de toda humildad se dirigió a prestar Sus servicios a los
leprosos. Pretendía con ello someterse al yugo de la servidumbre en favor de las
personas miserables y despreciadas y aprender el perfecto desprecio de sí mismo
y del mundo antes que enseñarlo. Al principio, los leprosos le producía mucha
repugnancia superior a la que pudiera causarle cualquier otra clase de gente;
pero, infundiéndole el Señor una gracia muy copiosa, se entregó a su servicio
con un corazón tan humilde, que les lavaba los pies, les vendaba las heridas,
les extraía la podre y les limpiaba las llagas purulentas. Embriagado por un
inaudito y extremado fervor, se lanzaba a besar las llagas ulcerosas, poniendo
su boca en el polvo, para que, saturado de oprobios, pudiera someter la
arrogancia de la carne a la ley del espíritu y, abatido el enemigo doméstico,
conseguir pacíficamente el domino de sí mismo.
1.9 Consolidado ya en la humildad de Cristo y hecho rico en la pobreza, aunque
nada tenía en absoluto, comenzó, - siguiendo la orden que se le había dado desde
la cruz - a reparar la Iglesia con tal solicitud, que sometía al peso de las
piedras su cuerpo extenuado por los ayunos y no sentía vergüenza de pedir ayuda
y limosna incluso a aquellos entre quienes había vivido en abundancia. Asistido
por la devoción de los fieles, que ya empezaban a reconocer la singular virtud
del varón de Dios, reparó no sólo la iglesia de San Damián, sino también las
iglesias ruinosas y abandonadas del príncipe de los apóstoles y de la Virgen
gloriosa, quedando así significado misteriosamente, mediante obras materiales y
externas, lo que Dios se disponía a realizar más tarde espiritualmente por medio
de su siervo.
1.9 Pues al modo de las tres iglesias restauradas bajo la guía del santo varón,
así sería renovada de triple manera la Iglesia según la forma, regla y doctrina
de Cristo dada por el mismo Francisco. Del mismo modo, la voz que se le dirigió
desde la cruz instándole por tres veces el mandato de reparar la casa de Dios,
era ya un signo y preludio de lo que hoy vemos realizado en las tres Ordenes por
él fundadas.
2. Fundación de la religión y eficacia de la predicación
2.1 Concluida ya la obra de restauración de las tres iglesias y morando de
continuo en la que estaba dedicada a la Virgen, por los méritos e intercesión de
aquella que nos entregó al que es el precio de nuestra salvación, logró
encontrar el camino de la perfección mediante el espíritu de la verdad
evangélica que le había infundido el mismo Dios.
2.1 En efecto, cuando un día, dentro de la celebración de la misa, se leía aquel
texto del evangelio en que se prescribe a los discípulos enviados a predicar la
forma evangélica de vida, esto es, que no posean oro ni plata, ni tengan dinero
en sus fajas; que no lleven alforja para el camino, ni usen dos túnicas, ni
calzado, ni se provean tampoco de bastón, nada más oír estas palabras, el
Espíritu de Cristo lo ungió y lo revistió de tal fuerza, que lo transformó en
copia viva de la predicha forma de vida, no sólo por el conocimiento y afecto,
sino hasta en su conducta y en el modo de vestir. Pues al momento se quitó el
calzado, arrojó el bastón, abandonó la alforja y el dinero y, contento con una
sola túnica, se despojó de la correa, y en lugar del cinto tomó una cuerda,
poniendo toda su solicitud en llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse
completamente a la forma de vida apostólica.
2.2 Así, pues, todo abrasado por la ardiente fuerza del Espíritu de Cristo,
comenzó, cual otro Elías, a ser celoso pregonero de la verdad, comenzó a animar
a algunos a la práctica de la justicia perfecta y a invitar a todos a la
penitencia. Sus palabras no eran vacías ni objeto de risa, sino llenas de fuerza
del Espíritu Santo, que penetraban hasta la médula del corazón en tal grado, que
los oyentes se sentían altamente impresionados, y con su poderosa eficacia
quedaban ablandadas las mentes obstinadas. Habiendo llegado a conocimiento de
muchos los sublimes y santos ideales de Francisco tanto por la verdad de su
sencilla doctrina como de su vida, a la luz de su ejemplo comenzaron algunos a
animarse a hacer penitencia y a unírsele a él, adoptando su género de vida y su
vestido, habiendo dejado antes todas las cosas.
2.2 El humilde varón decidió dar a éstos el nombre de hermanos menores.
Completado ya el número seis con los hermanos que respondieron a la llamada de
Dios, su piadoso padre y pastor se estableció en un lugar solitario, donde con
gran amargura de corazón deploraba la vida de su adolescencia, transcurrida no
sin culpa, y pedía perdón y gracia para sí y para la prole que había engendrado
en Cristo. De pronto le sobrevino un extraordinario gozo y fue cerciorado de
haber sido perdonados plenamente - hasta el último cuadrante - todos sus
pecados. Arrebatado luego fuera de sí, todo envuelto en una luz vivificante, vio
con claridad lo que había de suceder en el futuro respecto a su persona y a sus
hermanos. El mismo, hablando familiarmente, manifestó dicha visión para
confortar a su pequeña grey, anunciando el desarrollo y la dilatación de la
Orden, que, por la clemencia de Dios, iba a producirse muy próximamente.
2.2 No pasaron muchos días y ya se les agregaron algunos otros hermanos, hasta
completar el número doce. Entonces decidió el siervo del Señor presentarse con
aquel grupo de hombres sencillos ante la Sede Apostólica para pedir humilde e
insistentemente a la misma autoridad de la Santa Sede que otorgara la plena
confirmación de la norma de vida que el Señor le había mostrado y que él mismo
había compuesto en pocas palabras.
2.4 Apresurándose, pues - conforme a la decisión tomada -, a comparecer, junto
con sus compañeros, ante el sumo pontífice el señor Inocencio III, Cristo,
fuerza y sabiduría de Dios, se dignó en su clemencia prevenirle a su vicario,
advirtiéndole mediante una visión que prestase favorable audiencia y benigno
asentimiento a las súplicas del Pobrecillo. En efecto, vio en sueños el romano
pontífice cómo estaba a punto de derrumbarse la basílica lateranense y que un
hombre pobrecito, de pequeña estatura y aspecto despreciable, la sostenía,
arrimando sus hombros a fin de que no viniese a tierra. Al observar el sabio
prelado la pureza y sencillez de alma del siervo de Dios, su desprecio del
mundo, amor a la pobreza, la firmeza en su propósito de perfección, celo por las
almas y el encendido fervor de Su santa voluntad, exclamó:
2.4 Este es, en verdad, el que con sus obras y su doctrina sostendrá la Iglesia
de Cristo! Por eso se sintió desde entonces atraído hacia él por una especial
devoción, y, accediendo en todo a sus peticiones, aprobó la Regla, le dio la
encomienda de predicar la penitencia, le otorgó todo lo que se le había pedido y
le prometió que más tarde le concedería generosamente otros muchos beneficios.
2.5 Apoyado entonces Francisco en la gracia celestial y en la autoridad del sumo
pontífice, emprendió con gran confianza el camino de retorno al valle de
Espoleto, dispuesto ya a poner e práctica y predicar con la palabra la verdad de
la perfección evangélica que había concebido en su mente y prometido en su
profesión .
2.5 Suscitóse entre Francisco y sus compañeros la cuestión de si debían vivir en
medio de la gente o mas bien retirarse a lugares solitarios. Habiendo indagado
con insistentes plegarias el beneplácito del Señor sobre el particular,
iluminado por el oráculo de la divina revelación, llegó a comprender que había
sido enviado por Dios a fin de ganar para Cristo las almas que el demonio
trataba de arrebatarle.
2.5 Discerniendo de allí que debía preferir vivir para bien de los demás antes
que para sí solo, se recogió en un tugurio abandonado, que estaba cerca de Asís,
con objeto de vivir allí con sus hermanos según la forma de la santa pobreza en
el estricto rigor de su Religión y salir a predicar la palabra de Dios a los
pueblos conforme a las exigencias de lugares y tiempos. Convertido, pues, en
pregonero de Cristo, recorría las ciudades y aldeas anunciando el reino de Dios
no con palabras doctas de humana sabiduría, sino con la fuerza del Espíritu. El
Señor con previas revelaciones dirigía a su heraldo y confirmaba la palabra con
las señales que la acompañaban.
2.6 Una vez en que, alejado corporalmente de sus hermanos, vigilaba, como de
costumbre, en oración, a eso de media noche, cuando algunos de los hermanos
estaban entregados al sueño y otros a la oración, penetró por la portezuela de
la habitación de los mismos hermanos un carro de fuego de admirable resplandor,
sobre el que se alzaba un globo luminoso como el sol, el cual dio tres vueltas a
lo largo de la estancia. Ante tal prodigiosa y refulgente visión, quedaron
estupefactos los que estaban en vela, se despertaron llenos de terror los
dormidos, y todos ellos percibieron la claridad que alumbraba no sólo el cuerpo,
sino también el alma, pues a través de aquella luz a cada cual se le hacía
transparente la conciencia de los otros. Coincidieron todos - al leerse
mutuamente los corazones - en que había sido el mismo santo padre Francisco el
que, transfigurado en aquella forma, les había mostrado el Señor, como que,
viniendo en espíritu y poder de Elías y convertido en caudillo de la milicia
espiritual, había sido constituido como carro de Israel y su auriga.
2.6 Vuelto el Santo a los hermanos, comenzó a confortarlos, hablándoles de la
visión celestial que se les había mostrado; comenzó también a escudriñar los
secretos de sus conciencias y a anunciarles cosas futuras; y de tal suerte
comenzó a brillar por los milagros, que se hacía patente comprobar que sobre él
descansaba el doble espíritu de Elías con tanta plenitud, que podían sentirse
muy seguros quienes marchaban tras su doctrina y ejemplos de vida.
2.7 En aquel tiempo yacía enfermo en un hospital próximo a Asís un religioso de
la Orden de los crucíferos llamado Morico, el cual sufría una enfermedad tan
grave y prolongada, que se le creía ya próximo a la muerte. En tal situación
acudió suplicante al Santo por medio de un enviado, rogándole insistentemente se
dignara interceder por él ante el Señor. Accediendo benignamente a sus súplicas
el varón piadoso, después de haberse recogido en oración, tomó unas migas de
pan, las mezcló con aceite recogido de la lámpara que ardía junto al altar de la
Virgen y, haciendo con ello una especie de electuario, lo envió al enfermo por
medio de los hermanos, diciéndoles:
2.7 Llevad a nuestro hermano Morico esta medicina, por cuya fuerza de Cristo no
solo le devolverá por completo la salud, sino, que, convirtiéndolo en robusto
guerrero, le hará incorporarse para siempre en las filas de nuestra milicia. Tan
pronto como gustó el enfermo aquel antídoto confeccionado por inspiración del
Espíritu Santo se levantó del todo sano, y obtuvo tal vigor de alma y cuerpo,
que, ingresando poco después en la Religión del Santo, llevó durante largo
tiempo un cilicio sobre la carne, y, contentándose exclusivamente con viandas
crudas, no tomó vino ni probó nada cocido.
2.8 Por aquel mismo tiempo, un sacerdote de la ciudad de Asís llamado Silvestre,
varón de vida honesta y simplicidad colombina, vio en sueños cómo toda aquella
región estaba cercada por un inmenso dragón, ante cuya espantosa y horrenda
figura se vislumbraba inminente un total exterminio para algunas partes del
mundo. A continuación vio salir de la boca de Francisco Una refulgente cruz de
oro: su extremidad tocaba los cielos, y sus brazos, extendidos a los lados,
parecían llegar hasta los confines del orbe; a la vista de esta cruz luminosa,
se daba totalmente a la fuga aquel horroroso y terrible dragón.
2.8 Al mostrársele por tres veces dicha visión, comprendió el piadoso y devoto
Varón que Francisco había sido destinado por el Señor para que - enarbolado el
estandarte de la gloriosa cruz - destruyera el poder del dragón maligno y para
iluminar las mentes de los fieles con los claros fulgores de la verdad tanto de
su doctrina como de su vida. Todo esto se lo contó detallada y ordenadamente al
varón de Dios y a los hermanos. Poco después abandonó el mundo, y tal fue su
perseverancia en seguir de cerca - a ejemplo del bienaventurado Padre - las
huellas de Cristo, que su vida en la Orden demostró ser auténtica la visión que
había tenido en el siglo.
2.9 Un hermano llamado Pacífico, cuando aun vivía de seglar, encontró al siervo
de Dios al tiempo en que predicaba en un monasterio sito junto al castro de San
Severino. Allí se hizo sentir sobre él la mano del Señor. En efecto, vio a
Francisco marcado, a modo de cruz, por dos espadas transversales muy
resplandecientes, una de las cuales se extendía desde la cabeza hasta los pies,
y la otra se alargaba desde una mano a otra, atravesando el pecho. No conocía
personalmente al Santo; pero, cuando se le mostró de aquel modo maravilloso, lo
reconoció al instante. Ante su vista, quedó estupefacto, y, compungido y
atemorizado por el poder de sus palabras - como si hubiera sido atravesado por
la espada del espíritu que procedía de su boca -, despreciando todas las pompas
del siglo, se unió al santo Padre, profesando en su Orden.
2.9 Avanzando después en la Religión en toda santidad, y antes de ser nombrado
ministro en Francia - él fue el primero que ejerció allí este cargo -, mereció
ver de nuevo en la frente de Francisco una gran tau que, adornada con variedad
de colores, embellecía su rostro con admirable encanto. Dicho signo lo veneraba
con gran afecto el varón de Dios, lo encomiaba frecuentemente en sus palabras,
lo trazaba al principio de sus acciones y lo marcaba con su propia mano al pie
de las breves cartas que escribía por caridad, como si todo su cuidado se
cifrara en grabar el signo tau—según el dicho profético—sobre las frentes de los
hombres que gimen y se duelen, convertidos de verdad a Cristo Jesús.
3. Prerrogativa de sus virtudes
3.1 El insigne seguidor de Jesús crucificado y varón de Dios Francisco, desde
los comienzos de su conversión crucificaba la carne con los vicios mediante una
disciplina tan rígida y frenaba los movimientos sensuales con unas normas tan
estrictas de moderación, que apenas tomaba lo necesario para el sustento de la
naturaleza. De ahí que, cuando estaba bien de salud, rara vez comía alimentos
cocidos, y, si los admitía, los hacía amargos mezclándolos con ceniza, o los
convertía en insípidos como sucedía frecuentemente - derramando agua sobre
ellos.
3.1 Cuán austera parquedad observara en la bebida privando a su carne del vino
para elevar el espíritu a la luz de la sabiduría, podemos deducirlo claramente
del hecho de que apenas se atrevía a tomar agua fresca en suficiente cantidad
cuando le abrasaba el ardor de la sed. La desnuda tierra servía, las más de las
veces, de lecho para su fatigado cuerpo, su almohada era una piedra o un madero,
y sus cobertores, ropas sencillas, burdas y ásperas, pues había aprendido por
experiencia que los enemigos malignos se ahuyentan con prendas incómodas y
toscas, y que, por el contrario, se animan a tentar con más ímpetu a los que
usan vestidos delicados y muelles.
3.2 Rígido en la disciplina, prestaba gran atención a la vigilancia sobre sí
mismo, teniendo especial cuidado de la guarda del inapreciable tesoro que
llevamos en vasijas de barro, es decir, la castidad, que procuraba poseer en
sumo honor por una pureza integérrima de alma y cuerpo. Por eso, al principio de
su conversión, en días de frío invernal se sumergía muchas veces en una fosa
llena de hielo o de nieve para someter a su perfecto dominio al enemigo
doméstico y preservar incólume del incendio de la voluptuosidad la cándida
vestidura de la pureza. Mediante estos ejercicios comenzó a resplandecer en sus
sentidos con tal brillo el pudor, que, habiendo conseguido un pleno dominio
sobre la carne, parecía haber hecho un pacto con sus ojos no sólo de evitar toda
mirada carnal, sino también de no fijar la vista en todo aquello que fuera
curioso o vano.
3.3 Mas, aunque con la consecución de la pureza de alma y cuerpo se acercaba, en
cierto sentido, a la cima de la santidad, sin embargo, no cesaba de purificar
continuamente los ojos del alma con torrentes de lágrimas, ansiando las limpias
claridades del cielo y dando poca importancia al detrimento que pudiera sufrir
en sus ojos corporales. Y como por el continuo llanto hubiese contraído una
gravísima enfermedad de la vista, el médico le advirtió que se abstuviera de
llorar, si quería evitar la ceguera de su vista corporal.
3.3 El Santo, empero, no se avino en modo alguno a los consejos del médico,
asegurando que prefería perder la luz de sus ojos corporales antes que reprimir
la devoción del espíritu y dejar de derramar lágrimas, con las que se limpia el
ojo interior para poder ver más claramente a Dios. En medio del celeste riego de
lágrimas, el varón devoto de Dios se mostraba jocundo y sereno tanto en su
interior como en su semblante, como que por el brillo de una conciencia santa
estaba impregnado de la unción de una alegría tan intensa, que con su mente se
elevaba sin cesar a Dios y exultaba de continuo en la contemplación de todas las
obras de sus manos.
3.4 La humildad, guarda y decoro de todas las virtudes, de tal modo se había
posesionado del varón de Dios, que - si bien brillaba en él la prerrogativa de
múltiples virtudes - parecía que ésta había adquirido un dominio especial sobre
Francisco, el mínimo entre los menores. En su opinión, se reputaba como el mayor
de los pecadores, se consideraba como un vaso frágil y sórdido cuando en
realidad era un vaso elegido de santidad, resplandeciente por el multiforme
adorno de virtud y de gracia; un vaso consagrado por la santidad de su vida.
3.4 Ponía sumo empeño en aparecer despreciable ante sus propios ojos y a la
vista de los demás, descubriendo en pública confesión sus defectos ocultos y
escondiendo en lo más recóndito de su pecho los dones recibidos del Dador para
no exponerlos a una gloria que pudiera serle ocasión de ruina.
3.4 Ciertamente, para cumplir toda justicia en el ejercicio de la perfecta
humildad, se esforzó hasta tal punto en someterse no sólo a los superiores, sino
también a los inferiores, que solía prometer obediencia al compañero de viaje,
por más sencillo que fuera, para no mandar como prelado investido de autoridad,
sino - como ministro y siervo - obedecer por humildad aun a los súbditos.
3.5 El perfecto seguidor de Cristo de tal modo procuró desposarse con amor
eterno con la excelsa pobreza, compañera de la santa humildad, que por ella no
sólo abandonó al padre y a la madre, sino que también se desprendió de todo lo
que pudo poseer. Nadie hubo tan codicioso del oro como él de la pobreza, nadie
que tan solícito en guardar un tesoro como él en guardar esta margarita
evangélica. Desde la fundación de su Religión - considerándose rico con la
túnica, la cuerda y los calzones - sólo parecía gloriarse en la penuria y
alegrarse en la escasez.
3.5 Si alguna vez veía a alguno más pobre que él en el porte exterior, se
reprochaba inmediatamente a sí mismo y se animaba a igualarlo, como si al luchar
con una rival pobreza, temiese, por cierta nobleza de espíritu, ser vencido en
el combate. En efecto, habiendo preferido la pobreza - como arras de la herencia
eterna - a todas las cosas caducas, reputaba en nada las falaces riquezas - un
feudo concedido para una hora -; amaba la pobreza sobre todos los tesoros, y
quería sobrepujar a todos en su práctica el que por ella había aprendido a ser
inferior a los demás.
3.6 Creció el varón de Dios - mediante su amor a la altísima pobreza - en las
espléndidas riquezas de la santa simplicidad, de modo que, no teniendo
absolutamente nada propio en la tierra, parecía poseer todos los bienes en el
mismo Autor de este mundo. En efecto, como quiera que con ojos de paloma, esto
es, con sencilla intención de la mente y con pura mirada de la especulación, lo
refería todo al supremo artífice y en todas las criaturas reconocía, amaba y
alababa al mismo Hacedor, por una concesión de la divina clemencia llegaba a
poseer todas las cosas en Dios, y a Dios en todas las cosas.
3.6 En consideración al primer origen de todos los seres, llamaba a las
criaturas todas - por más pequeñas que fueran - con el nombre de hermano o
hermana, como procedentes, al igual que él, de un idéntico principio, si bien
profesaba un afecto más dulce y entrañable a aquellas criaturas que reflejan,
por semejanza natural, la compasiva mansedumbre de Cristo y aparecen en las
Escrituras con esa significación. Por lo cual resultaba, en virtud de un influjo
sobrenatural, que la naturaleza de los brutos sintiera, en cierto sentido,
afición por él y que hasta los seres inanimados obedecieran a sus deseos, cual
si el mismo santo varón - como simple y recto - hubiese sido ya reintegrado al
estado de inocencia.
3.7 De la fuente de la misericordia se había derramado sobre el siervo de Dios
la dulzura de la piedad en tan desbordante plenitud, que parecía llevar entrañas
de madre para aliviar las miserias de las personas afligidas por alguna
desgracia. Poseía una clemencia congénita, que se duplicaba mediante la piedad
infundida por el mismo Cristo. Se derretía su corazón a la vista de los enfermos
y de los pobres, y a quienes no podía echarles una mano, les ofrecía su cordial
afecto; y es que cualquier necesidad o deficiencia que viera en alguna persona,
llevado de la dulzura de su piadoso corazón, la refería al mismo Cristo.
3.7 Como en todos los pobres veía la efigie de Cristo, al encontrarse con ellos,
no sólo les daba liberalmente aun aquellas cosas necesarias para la vida que a
él le habían proporcionado, sino hasta juzgaba debían serles restituidas como si
fueran propiedad suya. Por eso no perdonaba nada, ni manteles, ni túnicas, ni
libros, ni ornamentos de altar sin entregar todas estas cosas - en cuanto podía
- a los pobres deseando cumplir el deber de la perfecta piedad hasta desgastarse
a sí mismo.
3.8 El celo por la salvación de los hermanos, que procede del horno de la
caridad, de tal modo penetró como espada aguda y llameante el corazón de
Francisco, que este varón celoso parecía estar todo él inflamado en el ardor y
deseo de ganar almas, así como también llagado por el dolor de compasión. En
efecto, cuando veía las almas redimidas por la preciosa sangre de Cristo
manchadas con alguna inmundicia de pecado, traspasado de un indecible y agudo
dolor, lo deploraba con tan tierna conmiseración, que bien podía decirse que,
como una madre, las engendraba diariamente en Cristo.
3.8 De ahí su esfuerzo en la oración, de ahí sus correrías apostólicas en la
predicación, de ahí también su extremado empeño en dar buen ejemplo, pues no se
consideraba amigo de Cristo si no trataba de ayudar a las almas que por El han
sido redimidas. Por eso también, aunque su inocente carne, sometida ya
espontáneamente al espíritu, no necesitaba del flagelo para expiar los propios
pecados; no obstante - para dar ejemplo -, le imponía nuevas cargas y castigos,
recorriendo por otros los duros caminos, con el objeto de seguir perfectamente
las huellas de Aquel que por la salvación de los demás entregó a su alma a la
muerte.
3.9 Puede uno darse cuenta del fervor de perfecta caridad con que era arrastrado
hacia Dios este amigo del Esposo si considera, sobre todo, el siguiente hecho:
su ardentísimo deseo de ofrecerse a Dios como hostia viva mediante el fuego del
martirio. Por esta causa, tres veces emprendió viaje a tierra de infieles, pero
dos veces por disposición divina encontró obstáculos para realizar su objetivo,
hasta que la tercera vez - tras haber sufrido muchos oprobios, cadenas, azotes e
innumerables trabajos - fue conducido, con la ayuda de Dios, hasta la presencia
del sultán de Babilonia. Allí anunció el Evangelio de Jesús con tal eficaz
demostración de la fuerza del Espíritu, que el mismo sultán quedó admirado, y,
amansado por intervención divina, escuchó benignamente al siervo de Dios.
3.9 Y, viendo el fervor de espíritu de Francisco, su profunda convicción, su
desprecio de la vida presente y la eficacia de la palabra divina, sintió tan
gran devoción hacia él, que lo juzgó digno de un singular honor, le ofreció
valiosos regalos y le invitó con insistencia a morar en su compañía. Pero el
verdadero despreciador del mundo y de sí mismo rehusó todos los ofrecimientos
como si fueran lodo; y al ver que no podía lograr la realización de su objetivo
- después que sinceramente había hecho lo que pudo -, advertido por una
revelación, retornó a tierra de cristianos.
3.9 Y así resultó que el amigo de Cristo buscara con todas sus fuerzas morir por
El y no lo consiguiera, para de este modo lograr, por una parte, el mérito del
deseado martirio, y, por otra, quedar reservado para un privilegio singular con
el que sería distinguido más adelante.
4. Vida de oración y espíritu de profecía
4.1 Como quiera que el siervo de Cristo se sentía en su cuerpo como un peregrino
alejado del Señor, si bien por la caridad de Cristo se había ya totalmente.
insensibilizado a los deseos terrenales, para no verse privado de la consolación
del Amado, se esforzaba - orando sin intermisión - por mantener siempre unido su
espíritu a Dios. Pues ora caminase o estuviese sentado, lo mismo en casa que
afuera, ya trabajase o descansase, de tal modo estaba entregado a la oración,
que parecía consagrar a la misma no solo su corazón y su cuerpo, sino hasta toda
su actividad y todo su tiempo. Sumergíase muchas veces en el éxtasis de la
contemplación, de tal modo, que, arrebatado fuera de sí y percibiendo algo más
allá de los sentidos humanos, no se daba cuenta en absoluto de lo que acontecía
al exterior en torno suyo.
4.2 Para recibir con mayor sosiego los raudales de las consolaciones
espirituales, de noche se dirigía a la soledad y a las iglesias abandonadas;
aunque allí sostenía horribles luchas contra los demonios, que, combatiendo con
él como mano a mano, se esforzaban por perturbar]o en el ejercicio de la
oración. Mas, ahuyentados éstos con la virtud de sus incesantes y fervorosas
plegarias y quedando solo y apaciguado el varón de Dios, llenaba de gemidos los
bosques, bañaba la tierra de lágrimas, se golpeaba con la mano el pecho, y como
si hubiera hallado un santuario íntimo, ora respondía al Juez, ora suplicaba al
Padre, ya se recreaba con el Esposo, ya hablaba al Amigo. Allí lo vieron orar de
noche con las manos y los brazos extendidos en forma de cruz, mientras todo su
cuerpo se elevaba sobre la tierra y quedaba envuelto en una nubecilla luminosa,
como si la maravillosa luz y elevación del cuerpo fueran una prueba de su
admirable iluminación interior y de la elevación de su espíritu.
4.3 Por la virtud sobrenatural de estas sobreelevaciones, según está comprobado
por indicios ciertos, se le descubrían ocultos misterios de la divina sabiduría;
aunque no los hacía públicos sino en cuanto se lo urgía el celo por la salvación
de los hermanos o se lo dictaba la inspiración de la suprema revelación. El
incansable ejercicio de la oración, unido a la continua práctica de la virtud,
había conducido al varón de Dios a tal limpidez y serenidad de mente que, a
pesar de no haber adquirido por el estudio y adoctrinamiento humano el
conocimiento de las sagradas letras, iluminado por los fulgores de la luz
eterna, llegaba a sondear con clara agudeza de entendimiento las profundidades
de las Escrituras.
4.3 Reposó también sobre él el múltiple espíritu de los profetas en tan
pluriforme plenitud de gracia, que con su maravilloso poder el varón de Dios se
hacía presente a los ausentes, tenía conocimiento cierto de los que estaban
lejos, descubría los secretos de los corazones y anunciaba acontecimientos
futuros, cosa que comprueban con evidencia muchos ejemplos, algunos de los
cuales consignamos a continuación.
4.4 En cierta ocasión, el santo varón Antonio - entonces egregio predicador, hoy
ya preclaro confesor de Cristo - disertaba a los hermanos reunidos en el
capítulo provincial de Arlés sobre el título de la cruz: Jesús Nazareno, Rey de
los judíos. Mientras de su boca fluían melifluas palabras, el santo varón de
Dios Francisco, que entonces se hallaba lejos del lugar, apareció de pronto a la
puerta de la sala capitular elevado en el aire, bendiciendo Con las manos
extendidas en forma de cruz a los hermanos, y colmándolos de tan copiosa
consolación espiritual, que por iluminación del Espíritu Santo tuvieron en su
interior certeza de que en aquella admirable aparición estaba actuando el poder
divino. Además - como esto no se le quedó oculto al bienaventurado Padre -, se
deduce claramente de allí cuan presente y abierto estaba su espíritu a la luz de
la Sabiduría eterna que es más móvil que cualquier movimiento, y, virtud de su
fuerza, lo atraviesa y lo penetra todo; y entrando en las almas buenas de cada
generación, va haciendo amigos de Dios y profetas.
4.5 Una vez en que - según costumbre - se hallaban reunidos los hermanos en
capítulo en Santa María de la Porciúncula, uno de ellos, aduciendo especiosas
razones en propia defensa, se negaba a someterse a la disciplina. Viéndolo en
espíritu el santo varón, que estaba recogido en oración en la celda haciendo de
intercesor y medianero entre sus hermanos y Dios, mandó llamar a uno de éstos y
le dijo: He visto al diablo sobre la espalda de ese hermano desobediente,
teniéndole por el cuello.
4.5 Dicho hermano, sometido a las órdenes del jinete, se deja guiar por las
bridas de sus sugestiones, una vez que ha despreciado el freno de la obediencia.
Anda, pues, y dile al hermano que sin dilación someta su cerviz a la santa
obediencia, que esto es lo que le sugiere hacer aquel por cuyas insistentes
oraciones ha marchado confuso el diablo. Advertido el hermano mediante este
enviado, se sintió compungido en su espíritu, y, percibiendo la luz de la
verdad, se arrojó a los pies del vicario del Santo, se reconoció culpable, pidió
perdón, aceptó y cumplió la penitencia y en adelante obedeció humildemente en
todo.
4.6 Cuando estaba morando en el monte Alverna retirado en la celda, uno de sus
compañeros sintió vivos deseos de tener algún escrito del Santo con palabras del
Señor y breves anotaciones de su propia mano. Creía que de este modo se vería
libre de una grave tentación - no de la carne, sino del espíritu - que lo
atormentaba, o que al menos le sería más fácil superarla. Ardiendo en tales
deseos, vivía interiormente angustiado, porque como era humilde, pudoroso y
sencillo, vencido por la vergüenza, no se atrevía a manifestar su problema al
venerable Padre.
4.6 Pero lo que el hombre no le descubrió, se lo reveló el Espíritu. Mandó a
dicho hermano le trajera tinta y papel, y, conforme a su deseo, escribió de su
propia mano las alabanzas del Señor, añadiendo al fin su bendición. Le ofreció
generosamente lo que había escrito, y desapareció por completo aquella
tentación. Esta pequeña carta, conservada para la posteridad, concedió a muchos
el remedio y la salud, de suerte que se hace patente a todos el gran mérito que
tendrá ante Dios su redactor, el cual dejó tan poderosa eficacia en el billete
que escribió.
4.7 En otro tiempo, una noble y piadosa mujer acudió confiada al Santo,
pidiéndole insistentemente que se dignara interceder ante el Señor en favor de
su marido, para que, con una abundante efusión de gracia, Dios le ablandara su
duro corazón. En efecto, se mostraba muy cruel con ella, contrariándola y
poniéndole obstáculos en el servicio de Cristo. Habiéndola escuchado el varón
santo y compasivo, la confirmó en el bien con palabras sagradas y le aseguró que
pronto conseguiría el consuelo apetecido, y al fin le mandó que anunciase a su
marido, de parte de Dios y de la suya, que ahora es el tiempo de la clemencia y
que luego será el de la justicia.
4.7 Dio fe la mujer a las palabras del siervo de Dios, y, recibida la bendición,
volvió con presteza a su casa, encontró a su marido y le comunicó el mensaje
recibido, confiando plenamente que se cumpliría la deseada promesa del Santo.
Tan pronto como sus palabras llegaron a oídos de su marido, descendió sobre él
el espíritu de gracia, ablandando de tal manera su corazón, que desde entonces
permitió a su devota cónyuge servir libremente a Dios, y, junto con ella, se
ofreció también él al servicio del Señor. Por insinuación de la santa mujer
vivieron durante muchos años en perfecta continencia y finalmente ambos
emigraron el mismo día al Señor; la mujer a la mañana y el hombre a la tarde;
ella como sacrificio matutino, él como ofrenda de la tarde.
4.8 Cuando el siervo de Dios yacía enfermo en Rieti, le presentaron en una
camilla - víctima de grave enfermedad - a un prebendado de nombre Gedeón, hombre
lascivo y mundano. Con lágrimas en los ojos le rogaba, junto con los presentes,
que trazase sobre él la señal de la cruz. Le repuso el Santo: Has vivido en el
pasado según tus antojos de la carne, sin temer los juicios de Dios. Mira: no
por tus súplicas, sino por las devotas plegarias de los que interceden en favor
tuyo, haré sobre ti la señal de la cruz; mas te aseguro desde ahora que, si
vuelves otra vez al vómito del pecado, sufrirás mayores males.
4.8 Hecha la señal de la cruz sobre el enfermo desde la cabeza hasta los pies,
crujieron los huesos de su cintura - ruido que oyeron todos - con un chasquido
semejante al que se produce cuando con la mano se rompe leña seca. Al instante,
el que había estado postrado con los miembros agarrotados, se levantó sano y
salvo, prorrumpiendo en alabanzas a Dios, y exclamó: "¡Ya estoy curado!"
4.8 Mas poco después, olvidándose de Dios, volvió a entregarse a la vida de
impureza. Y he aquí que cierta tarde en que había cenado en casa de un canónigo
y se había quedado aquella noche a dormir allí, de pronto se derrumbó sobre
todos ellos la techumbre del edificio. Todos escaparon a la muerte, excepto
aquel miserable, que pereció. Así se puso de manifiesto al mismo tiempo con este
singular acontecimiento Cuan severo es el celo de la justicia de Dios par a con
los ingratos y cuan veraz y cierto en las dudas fue el espíritu de profecía de
que estaba lleno Francisco.
4.9 En aquel mismo tiempo, después de haber regresado de su viaje a ultramar,
llegó a Celano a predicar; y allí, un caballero, movido por la devoción, le
invitó insistentemente a quedarse a comer con él, y casi le forzó al que se
resistía. Pero antes de ponerse a comer, al dirigir el devoto varón - según su
costumbre - preces y alabanzas a Dios, vio en espíritu que a aquel hombre se le
aproximaban la muerte y el consiguiente juicio, y con la mente fija en Dios
tenía los ojos vueltos al cielo. concluida por fin la oración, llamó a solas al
bondadoso huésped y le predijo la cercanía de su muerte, le exhortó a que se
confesara y le animé - cuanto pudo - a hacer el bien. Accedió en seguida el
hombre a las palabras del Santo y descubrió en confesión todos sus pecados al
compañero de éste. Puso en orden su casa, se encomendó a la divina misericordia
y se preparó, en cuanto pudo, a recibir la muerte.
4.9 Mientras los demás tomaban la refección corporal, aquel caballero que
parecía tan sano y robusto, súbitamente exhaló su espíritu - según se lo había
anunciado el varón de Dios -, siendo arrebatado por una muerte repentina. Con
todo, gracias al espíritu profético del Santo, fue confortado de antemano con
las armas de la penitencia, para evitar así la condenación eterna y poder entrar
conforme a la promesa evangélica en las moradas eternas.
5. Obediencia de las criaturas y condescendencia divina
5.1 En verdad, asistía al siervo de Dios el Espíritu del Señor, que lo había
ungido, y el mismo Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, por cuyo poder y gracia
no sólo le eran descubiertos los arcanos misterios, sino que también le
obedecían los elementos de este mundo.
5.1 En una ocasión en que le aconsejaban los médicos y le persuadían los
hermanos con insistentes súplicas a que se sometiera a la operación del cauterio
para curar la enfermedad de los ojos, el varón de Dios se avino humildemente a
ello, considerando que sería no sólo remedio para la dolencia corporal, sino
también materia para ejercitarse en la virtud. Estremecida su carne con un
sentimiento natural de horror a la vista del instrumento de hierro ya
incandescente, comenzó a hablar al fuego como a Un hermano suyo, mandándole en
nombre y poder del Creador, que atemperase su ardor, para que, quemando
suavemente, fuera capaz de soportarlo. Penetró crujiente el hierro en aquella
carne delicada, extendiéndose el cauterio desde el oído hasta las cejas. Al
término de la operación, el varón lleno de Dios, exultando en su espíritu dijo a
sus hermanos: Alabad al Altísimo, pues - a decir verdad - ni el ardor del fuego
me ha producido molestia alguna ni me ha afectado en lo más mínimo el dolor de
la carne.
5.2 Encontrándose el siervo de Dios bajo el peso de una gravísima dolencia en el
eremitorio de San Urbano, y al sentir el desvanecimiento de la naturaleza, pidió
un vaso de vino. Al responderle que era imposible acceder a su deseo, puesto que
no había allí ni una gota de vino, ordenó que se le trajera agua. Una vez
presentada, la bendijo, haciendo sobre ella la señal de la cruz. De pronto lo
que había sido pura agua, se convirtió en óptimo vino, y lo que no pudo ofrecer
la pobreza de aquel lugar desértico, lo obtuvo la pureza del Santo. Apenas gustó
el vino, se recuperó de su enfermedad con tan gran presteza, que se puso
claramente evidencia que aquella deseada bebida le fue concedida por el generoso
Dador no tanto para satisfacer el sentido de su gusto como para ofrecerle una
eficaz medicina para su salud.
5.3 En otro tiempo, quiso el varón de Dios trasladarse a un eremitorio para
dedicarse allí más libremente a la contemplación, y, como estaba débil, se hizo
llevar en el asnillo de un pobre campesino. Era un día caluroso de verano. El
hombre seguía al siervo de Dios en la ascensión de la montaña, iba cansado por
la áspera y larga caminata y se sentía desfallecer por una sed abrasadora. Sin
poder resistir, comenzó a gritar reiteradamente, diciendo que, si no bebía algo,
exhalaría pronto su espíritu. Sin tardanza, se apeó del jumentillo el varón de
Dios, e, hincadas las rodillas en el suelo y alzadas las manos al cielo, no cesó
de orar hasta que comprendió haber sido escuchado. Terminada la oración, dijo al
hombre sediento: Corre a aquella roca. Corrió el hombre al lugar señalado, y
bebió del agua brotada de la roca en virtud de la oración del Santo y extrajo el
líquido que Dios le proporcionara de una peña durísima.
5.4 En cierta ocasión en que el siervo del Señor predicaba en Gaeta, a orillas
del mar, queriendo esquivar los aplausos de la turba, que, llevada de la
devoción, se precipitaba sobre él, corrió a refugiarse él solo en una barca que
estaba junto a la orilla. Y he aquí que la barca - como si fuera movida por un
motor interior dotado de razón -, sin remero alguno, se apartó de la tierra mar
adentro ante la mirada y asombro de todos. Alejada a cierta distancia en medio
del mar, permaneció inmóvil entre las olas todo el tiempo en que el varón de
Dios quiso predicar a la muchedumbre que le miraba desde la orilla. Cuando la
gente que había escuchado el sermón y contemplado el prodigio, se retiró de
allí, a ruegos del Santo, después de haber recibido Su bendición, arribó a la
orilla la barca, impulsada no por otras órdenes que las del cielo, como si la
criatura que sirve a su Hacedor se sometiese sin rebeldía a este perfecto
adorador del Creador y le obedeciese sin tardanza.
5.5 Mientras estaba morando una temporada en el eremitorio de Greccio, los
habitantes de aquel lugar se veían atormentados por muchos males. Por una parte,
las tempestades de granizo desvastaban anualmente los campos y viñedos; por
otra, manadas de lobos rapaces hacían grandes estragos no sólo entre los
animales, sino hasta en los mismos hombres. Compadecido en su bondad el siervo
del Señor omnipotente de aquellas gentes tan gravemente afligidas, en una
predicación les prometió públicamente - y salió fiador de ello - que
desaparecerían todas aquellas calamidades si, confesados sus pecados, estaban
dispuestos a hacer dinos frutos de penitencia.
5.5 Siguiendo las amonestaciones del Santo, hicieron penitencia y desde aquel
día cesaron las plagas, desaparecieron los peligros, y ni los lobos ni el
granizo volvieron a causarles daño alguno. Es más, si alguna vez el granizo
llegaba a desvastar los campos vecinos, al acercarse a los términos de Greccio,
se disipaba allí mismo la tempestad o tomaba otra dirección.
5.6 En otra ocasión, cuando el varón de Dios recorría predicando el valle de
Espoleto, al acercarse a Bevagna llegó a un punto donde se había reunido una
gran bandada de aves de toda especie. Se detuvo a mirarlas con ojos piadosos, e,
invadido por el Espíritu del Señor, se dirigió velozmente hacia ellas y,
saludándolas alegremente, les impuso silencio y les mandó que oyeran con
atención la palabra de Dios. Después de haberles hablado largamente de los
beneficios que el Señor prodiga a las criaturas y de las alabanzas que éstas
deben rendirle, las avecillas, gesticulando de modo admirable, comenzaron a
alargar sus cuellecitos, a extender las alas, abrir los picos y a mirarle
fijamente, como si se esforzaran en sentir el poder maravilloso de sus palabras.
5.6 Y era justo, en verdad, que el varón lleno de Dios, que sentía una
inclinación piadosa y humana hacia las criaturas carentes de razón, fuera, a su
vez, correspondido por éstas, aficionándosele de modo tan admirable, que le
escuchaban cuando las instruía, le obedecían cuando les daba órdenes, se posaban
con confianza en sus manos y permanecían sin dificultad con quien las retenía.
5.7 En aquel tiempo en que, por conseguir la palma del martirio, intentara pasar
a tierras de ultramar - proyecto que no pudo llevar a feliz término impedido por
las tempestades marinas -, de tal modo le asistió la amorosa providencia de
Aquel que lo dirige todo, que le libró de los peligros de muerte juntamente con
otros muchos y realizó, en atención a él, obras maravillosas en medio del mar.
Efectivamente, al proponerse volver de Eslavonia a Italia, embarcó en una nave
sin avituallamiento alguno. Ahora bien, nada más subir a bordo, se presentó un
desconocido enviado por Dios en favor del pobrecillo de Cristo, que traía
consigo los alimentos necesarios para la travesía, y, llamando aparte a un
marinero temeroso de Dios, se los entregó para que en tiempo oportuno los
distribuyera entre aquellos pobrecillos que nada tenían.
5.7 Y sucedió que a causa del fuerte temporal no pudieron arribar los
tripulantes a ningún puerto. Entre tanto se consumieron todos los víveres
quedando tan sólo la pequeña porción de limosna prodigiosamente otorgada para el
dichoso varón. Por las plegarias y méritos de Francisco, hizo el poder divino
que se multiplicara tan considerablemente esa insignificante cantidad, que, a
pesar de tener que estar muchos días en el mar debido al continuo temporal, fue
suficiente para llenar cumplidamente las necesidades de todos hasta que llegaron
al ansiado puerto de Ancona.
5.8 Aconteció también otra vez que, viajando el varón de Dios con un compañero
suyo, por motivo de predicación, entre Lombardía y la Marca Trevisana, junto al
río Po, les sorprendió la espesa oscuridad de la noche. El camino que debían
recorrer era sumamente peligroso a causa de las tinieblas, el río y los
pantanos. Viéndose en tan apretada coyuntura, el compañero le rogó al Santo que
implorase el auxilio divino. Respondióle el varón de Dios lleno de una gran
confianza: Poderoso es Dios - si place a su bondad - para disipar las sombrías
tinieblas y concedernos el beneficio de su luz ¡Cosa admirable! Apenas había
terminado de hablar, cuando de pronto - por intervención del cielo - comenzó a
brillar en torno suyo una luz tan esplendente, que, siendo oscura la noche en
otras partes, al resplandor de aquella claridad ellos distinguían no sólo el
camino, sino también muchas cosas que se presentaban en torno suyo al otro lado
del río.
5.9 Ciertamente. en medio de las densas tinieblas de la noche hiciera patente
que no pueden ser envueltos en la oscuridad de la muerte quienes por senda recta
siguen la luz de la vida. Así sucedió que, dirigidos corporalmente y
reconfortados en el espíritu con el maravilloso resplandor de aquella luz,
recorrieron gran parte de la ruta cantando himnos y alabanzas hasta que llegaron
al lugar del hospedaje.
5.9 ¡Oh varón preclaro y admirable!, a quien el fuego le atempera su ardor, el
agua le cambia de gusto, la roca le brinda bebida abundante, le sirven los seres
inanimados, se le amansan las bestias feroces y le atienden con interés las
criaturas irracionales; el mismo Señor del universo se pliega benignamente a sus
deseos cuando con liberalidad le prepara el alimento, le guía por el camino con
la claridad de su luz, de suerte que - como a varón de eximia santidad - toda
criatura se pone a su servicio y hasta el mismo Creador de cielo y tierra
condesciende a sus deseos.
6. Las sagradas llagas
6.1 Francisco, fiel .siervo y ministro de Cristo, dos años antes de entregar su
espíritu a Dios, habiendo iniciado en un lugar elevado y solitario, llamado
monte Alverna, la cuaresma de ayuno en honor del arcángel San Miguel - inundado
más abundantemente que de ordinario por la dulzura de la suprema contemplación y
basado en una llama más ardiente de deseos celestiales -, comenzó a experimentar
un mayor cúmulo de dones y gracias divinas.
6.1 Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y
transformado por el afecto de su tierna compasión, en Aquel que, en aras de su
extremada caridad, aceptó ser crucificado, una mañana próxima a la fiesta de la
Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio
bajar de lo más alto del cielo así como la figura de un serafín, que tenía seis
alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar
donde se hallaba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Y apareció no solo
alado, sino también crucificado: tenía las manos y los pies extendidos y
clavados a la cruz, y las alas dispuestas, de una parte a otra en forma tan
maravillosa, que dos de ellas se alzaban sobre su cabeza; las otras dos estaban
extendidas para volar, y las dos restantes rodeaban y cubrían todo el cuerpo.
6.2 Ante tal visión quedó lleno de estupor y experimentó en su corazón un gozo
mezclado de dolor. En efecto, el aspecto gracioso de Cristo, que se le
presentaba de forma tan misteriosa como familiar, le producía una intensa
alegría, al par que la contemplación de la terrible crucifixión atravesaba su
alma con la espada de un dolor compasivo.
6.2 Comprendió entonces - instruido interiormente por aquel que se le aparecía
al exterior - que, si bien la debilidad de la pasión en modo alguno se avenía
con la inmortalidad del espíritu de un serafín, se le había presentado a sus
ojos aquella visión para que el amigo de Cristo supiese de antemano que debía
ser del todo transformado en una clara imagen de Cristo Jesús crucificado no por
el martirio de la carne, sino mediante el incendio de Su espíritu. Y así
sucedió, porque, al desaparecer la visión después de un arcano y familiar
coloquio, quedó su alma interiormente inflamada en ardores seráficos y
exteriormente sellada en su carne la efigie conforme al Crucificado, como si la
previa virtud licuefactiva del fuego le hubiera seguido una cierta grabación
configurativa.
6.3 Al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales de los
clavos, viéndose las cabezas de los mismos en la parte interior de las manos y
en la superior de los pies, mientras que sus puntas se hallaban al lado
contrario. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras en las manos y en
los pies; las puntas aparecían alargadas, retorcidas y remachadas, y,
sobresaliendo de la misma carne, rebasaban el resto de ella. Y, en verdad, las
puntas de los clavos remachadas debajo de los pies, eran tan destacadas y
prominentes hacia el exterior, que no solo no le permitían fijar libremente las
plantas en el suelo, sino que - según me informaron los que lo vieron con sus
propios ojos - se podían introducir fácilmente un dedo a través de la curva que
formaban las dichas puntas.
6.3 Asimismo, el costado derecho - como si hubiera sido traspasado por una lanza
- llevaba una roja cicatriz, que, derramando con frecuencia sangre sagrada,
empapaba tan copiosamente la túnica y los calzones, que, al lavarlos luego a su
tiempo los compañeros del Santo, advertían sin duda que así como en las manos u
en los pies, también en el costado tenía el siervo del Señor impresa la
semejanza con el Crucificado.
6.4 Viendo el varón lleno de Dios que no podían permanecer ocultas a sus
compañeros más íntimos aquellas llagas tan claramente impresas en su carne y
temeroso, por otra parte, de publicar el secreto del Señor, se vio envuelto en
una angustiosa incertidumbre, sin saber a qué atenerse: si manifestar o más bien
callar la visión tenida. Por fin, estimulado por el aguijón de la conciencia,
refirió detalladamente - no sin mucho temor - la dicha visión a algunos de sus
compañeros más íntimos; y añadió que Aquel que se le había aparecido le reveló
algunas cosas que jamás, mientras él viviera, descubriría a hombre alguno.
6.4 Después que el verdadero amor de Cristo había transformado en su propia
imagen a este amante suyo, terminado el plazo de cuarenta días que se había
propuesto pasar en aquella soledad de Alvernia y próxima ya la solemnidad del
arcángel Miguel, descendió del monte el angélico varón Francisco, llevando
consigo la efigie del Crucificado, no esculpida por mano de algún artífice en
tabla de piedra o de madera, sino impresa por el dedo de Dios vivo en los
miembros de su carne.
6.5 Como quiera que el varón santo y humilde se esforzaba por encubrir con toda
diligencia aquellas sagradas señales, plugo al Señor realizar para su gloria,
mediante las mismas, algunos patentes prodigios, para que, poniendo en evidencia
por estos claros signos el poder oculto de dichas llagas, resplandeciese como
astro brillantísimo en medio de las densas oscuridades de este siglo tenebroso.
Sirva como prueba de ello el siguiente hecho.
6.5 Antes de la permanencia del Santo en el mencionado monte Alvernia, se solía
formar en el mismo monte una oscura nube, que desencadenaba en las cercanías una
violenta tempestad, devastando periódicamente los frutos de la tierra. Pero a
partir de aquella dichosa aparición cesó el acostumbrado granizo, no sin
admiración y gozo de los habitantes del lugar, de modo que el mismo aspecto del
cielo, serenado fuera de costumbre, ponía de manifiesto la excelencia de aquella
visión celeste y el poder de las llagas que allí fueron impresas.
6.6 En aquel mismo tiempo se había propagado en la provincia de Rieti una grave
peste, que en tal grado comenzó a infestar todo ganado lanar y vacuno, que casi
todo él parecía estar atacado de una enfermedad sin remedio. Pero un hombre
temeroso de Dios que advertido en una visión nocturna que se acercara
apresuradamente al eremitorio de los hermanos donde a la sazón moraba el
bienaventurado Padre y que, consiguiendo de sus compañeros el agua en que el
Santo se había lavado las manos y los pies, rociara con ella los animales
enfermos; de este modo desaparecería toda aquella peste. Habiendo cumplido
diligentemente dicho encargo aquel hombre, Dios infundió tal poder al agua que
había tocado las sagradas llagas, que por poco que alcanzase su aspersión a los
animales enfermos, se alejaba al punto la plaga pestilencial y, recuperando los
animales su primitivo vigor, salían corriendo a pastar, como si antes no
hubieran padecido mal alguno.
6.7 Aquellas manos consiguieron desde entonces un poder tan maravilloso, que a
su contacto salutífero devolvían a los enfermos una sólida fortaleza, y a los
paralíticos la recuperación del sentido y movimiento en sus miembros ya áridos,
y lo que es mucho más prodigioso que todo esto: otorgaban a los mortalmente
heridos la reintegración a una vida totalmente sana. De entre sus muchos
prodigios voy a adelantar dos en forma resumida.
6.7 En Lérida, un hombre llamado Juan, devoto del bienaventurado Francisco, una
tarde fue tan atrozmente cosido de heridas, que se creía difícil pudiera
sobrevivir hasta el día siguiente. Entonces se le apareció de modo admirable el
santísimo Padre, y, tocándole en las heridas con sus sagradas manos, en el mismo
momento recuperó tan por completo su salud, que toda aquella región proclamaba
al prodigioso portaestandarte de la cruz como dignísimo de toda veneración. Pues
¿quién podría contemplar sin admiración a un hombre no desconocido que unos
segundos antes se encontraba desgarrado por heridas gravísimas y que ahora
aparecía gozando de perfecta salud? ¿Quién no recordarlo sin acción de gracias?
En fin, ¿qué alma fiel puede ponderar sin devoción un milagro tan lleno de
piedad, tan poderoso y preclaro?
6.8 En Potenza, ciudad de la Pulla, un clérigo llamado Rogerio, mientras pensaba
con ligereza acerca de los sagrados estigmas del bienaventurado Padre, de
improviso fue herido en su mano izquierda debajo del guante que llevaba puesto,
como si le hubiera alcanzado una saeta despedida por una ballesta; el guante,
empero, permaneció intacto. Atormentado durante tres días por agudísimos dolores
y sinceramente arrepentido ya de su comportamiento, invocó al bienaventurado
Francisco y le conjuró por sus gloriosas llagas que viniera en su auxilio; y
obtuvo una curación tan cabal, que desapareció todo dolor y no le quedó la más
leve huella de la lesión. De lo cual se deduce claramente que aquellas sagradas
señales fueron grabadas con el poder y dotadas de la virtud de Aquel de quien es
propio infringir heridas y proporcionar su curación, vulnerar a los obstinados y
sanar a los contritos de corazón.
6.9 Era justo que este afortunado varón apareciera distinguido con tan singular
privilegio, ya que todo su empeño - lo mismo en público que en privado - se
cifró en la cruz del Señor. En efecto, tanto su admirable suavidad y mansedumbre
como su austeridad de vida, su profunda humildad, su pronta obediencia, su
eximia pobreza y su castidad incontaminada; su amarga compunción, el torrente de
sus lágrimas y su piedad entrañable; el ardor de su celo, su anhelo de martirio,
el exceso de su caridad, y, en fin, la múltiple prerrogativa de sus virtudes
cristiformes, ¿qué otra cosa pretenden ser en él sino un asimilar a Cristo y
como una especie de preparación para recibir sus sagradas llagas?
6.9 Por eso, desde su conversión y en el decurso de su vida toda fue adornado
con los gloriosos misterios de la cruz de Cristo, y, por último, a la vista del
sublime Serafín y del humilde Crucificado, fue todo él transformado - mediante
una fuerza deiforme e ígnea - en la efigie que se le había aparecido, según han
testimoniado quienes vieron, tocaron y besaron las sagradas llagas; y, jurando -
con las manos puestas sobre los libros sagrados - que así sucedió y que ellos
contemplaron dichos estigmas, confirmaron el hecho con una mayor garantía de
certeza
7. El tránsito
7.1 Clavado ya a la cruz, juntamente con Cristo, tanto en su carne como en su
espíritu, el varón de Dios no sólo se elevaba a Dios por el incendio del amor
seráfico, sino que, atravesado su corazón por un ferviente celo de las almas, a
una con el Señor crucificado anhelaba la salvación de todos los que han de
salvarse. Y, no pudiendo caminar a causa de los clavos que sobresalían en la
planta de sus pies, se hacía llevar su cuerpo medio muerto a través de las
ciudades y aldeas para que - como aquel otro ángel que subía del oriente -
encendiera en la llama del fuego divino los corazones de los siervos de Dios,
para dirigir sus pasos por el camino de la paz y marcar sus frentes con el sello
de Dios vivo. Se abrasaba también en el ardiente deseo de volver a la humildad
de los primeros tiempos, dispuesto a servir - como al principio - a los leprosos
y a someter a la servidumbre de antes su cuerpo, desgastado ya por el trabajo y
sufrimiento.
7.2 Se proponía - teniendo a Cristo de guía - realizar cosas grandes, y, aunque
sumamente débil en su cuerpo, pero vigoroso y férvido en e1 espíritu, soñaba con
nuevas batallas y nuevos triunfos sobre el enemigo. Y, en verdad, para que en el
pequeñuelo de Cristo se acrecentase el cúmulo de méritos que tienen su real
consumación en la perfecta paciencia, comenzó a sufrir tantos y tan graves
enfermedades, que se extendieron las dolorosas molestias a cada uno de los
miembros de su cuerpo, y, consumidas ya sus carnes, parecía como si solo le
quedara la piel adherida los huesos.
7.2 Y, a pesar de verse atormentado con tan acerbos dolores, decía que aquellas
sensibles angustias no eran penas, sino hermanas suyas, y, sobrellevándolas
alegremente, dirigía tan ardientes alabanzas y acciones de gracias a Dios, que a
los hermanos que le asistían les parecía ver a otro Pablo, en su gozoso y
humilde gloriarse ante 1a debilidad, o a un nuevo Job, en el imperturbable vigor
de su ánimo.
7.3 El Santo tuvo, con mucha antelación, conocimiento de la hora de su muerte,
y, estando cercano el día de su tránsito, comunicó a sus hermanos que pronto iba
a abandonar la tienda de su cuerpo, según se lo había manifestado el mismo
Cristo. Así, pues, dos años después de la impresión de las sagradas llagas, es
decir, al vigésimo año de su conversión, pidió ser trasladado a Santa María de
la Porciúncula, para que allí donde por mediación de la Virgen madre de Dios
había concebido el espíritu de perfección y de gracia, en el mismo lugar -
rindiendo tributo a la muerte - llegase al premio de la eterna retribución.
7.3 Conducido, pues, a dicho lugar y para demostrar con un ejemplo de verdad que
nada tenía él de común con el mundo, en medio de aquella enfermedad tan grave
que dio término a todas sus dolencias, se postró totalmente desnudo sobre la
desnuda tierra, dispuesto en este trance supremo - en que el enemigo podía aún
desfogar sus iras - a luchar desnudo con el desnudo. Tendido así en tierra y
desnudado como atleta en la arena, cubrió con la mano izquierda la herida del
costado derecho para que no fuera vista, elevó en la forma acostumbrada su
sereno rostro al cielo y, fijando toda su atención en la gloria, comenzó a
bendecir al Altísimo, porque, desembarazado de todas las cosas, podía ya
libremente sumergirse en El.
7.4 Acercándose ya, por fin, el momento de su tránsito, hizo llamar a su
presencia a todos los hermanos que estaban en el lugar y, tratando de suavizar
con palabras de consuelo el dolor que sentían ante su muerte, los exhortó con
paterno afecto a amar a Dios. Además les dejó, como legado y herencia, la
posesión de la pobreza y de la paz, les recomendó encarecidamente que aspiraran
a los bienes eternos precaviéndose de los peligros de este mundo, y con toda la
fuerza persuasiva de que fue capaz, los indujo a seguir perfectamente las hullas
de Jesús crucificado.
7.4 Sentados los hijos en torno al patriarca de los pobres, cuya vista se había
ya debilitado no por la vejez, sino por las lágrimas, el santo varón - medio
ciego y próximo ya a la muerte - extendió las manos sobre ellos, teniendo los
brazos en forma de cruz por el amor que siempre había profesado a esta señal, y
bendijo, en virtud y en el nombre del crucificado, a todos los hermanos, tanto
presentes como ausentes.
7.5 A continuación pidió que se le leyera el pasaje del evangelio según San Juan
que comienza así: Antes de la fiesta de pascua, para escuchar en esa palabra la
voz de su amado que lo llamaba, de quien tan sólo le separaba la débil pared de
la carne. Por fin, cumplidos en él todos los misterios, orando y cantando
salmos, se durmió en el Señor este afortunado varón, y su alma santísima -
liberada ya de las ataduras de la carne - se sumergió en el abismo de la
claridad eterna.
7.5 En aquel mismo momento, un hermano y discípulo suyo, varón insigne por su
santidad, vio subir derecha al cielo aquella dichosa alma bajo la forma de una
estrella fulgentísima, transportada hacia arriba por una blanca nubecilla sobre
un mar de agua. Efectivamente, aquella alma - brillante por el candor de su
conciencia y la prerrogativa de sus virtudes - se remontaba a lo alto con tal
empuje por la afluencia de gracias y de virtudes conformantes con Dios, que no
se le podía retardar ni siquiera un momento la visión de la luz y de la gloria
celestes.
7.6 Asimismo, el ministro a la sazón de los hermanos en la Tierra de Labor, de
nombre Agustín, varón amado de Dios, que se encontraba a las puertas de la
muerte y que tiempo atrás había perdido el habla, de pronto exclamó de forma que
le oyeran que estaban presentes: Espérame, Padre que ya voy contigo. Al
preguntarle admirados los hermanos a quién hablaba así, aseguró que veía ir al
cielo al bienaventurado Francisco y nada más decir estas palabras, él mismo
también descansó felizmente en paz.
7.6 En aquel mismo tiempo, el obispo de Asís había ido en peregrinación al
santuario de San Miguel, sito en el monte Gargano. Estando allí, se le apareció,
lleno de júbilo, el bienaventurado Francisco a la hora misma de su tránsito, y
le dijo que dejaba, mundo y que se iba muy contento al cielo. Al levantarse a la
mañana siguiente, el obispo refirió a los compañeros la visión que había tenido,
y, vuelto a Asís, comprobó con toda certeza - tras una cuidadosa investigación -
que a la misma hora en que se le presentó dicha visión había emigrado de este
mundo el bienaventurado Padre.
7.7 Cuán eximia fuera la santidad de este preclaro varón de Dios - en su inmensa
bondad - se dignó darlo a conocer mediante muchos y estupendos milagros
realizados también después de su tránsito. En efecto, a su invocación y por sus
méritos la fuerza todopoderosa de Dios, otorgó vista a los ciegos, oído a los
sordos, la palabra a los mudos, el andar a los cojos, el sentido y movimiento a
los paralíticos; restituyó una completa salud a lo miembros áridos, contraídos y
rotos, libertó a los encarcelados condujo a puerto de salvación a los náufragos,
facilitó el alumbramiento a las que peligraban en el momento del parto, ahuyento
los demonios de los cuerpos posesos; finalmente, concedió limpieza y sanidad a
los que padecían flujo de sangre y a los leprosos, hizo recobrar el perfecto
estado de salud a los mortalmente heridos y, lo que todavía es mucho más
prodigioso que todo eso, devolvió la vida a muertos.
7.8 Innumerables son también los beneficios de Dios que por su intercesión no
cesan de derramarse a raudales en diversas partes del mundo; yo mismo, que he
descrito todo lo anterior, lo he comprobado por propia experiencia en mi
persona. Pues, estando muy gravemente enfermo cuando aún era niño pequeño, mi
madre hizo una promesa en favor mío al bienaventurado padre Francisco, y me
libré de las fauces de la muerte, quedando completamente restablecido. Y,
conservando un vivo recuerdo de ello, ahora lo confieso sincera y abiertamente,
no sea que, silenciando tamaño beneficio, se me tache de crimen de ingratitud.
7.8 Recibe, pues, Padre bienaventurado - aunque pobres y por mucho inferiores a
tus méritos y beneficios -, nuestras acciones de gracias, y, cuando acojas
nuestros votos, excusa nuestras culpas y ruega para que tus fieles devotos se
vean libres de los males presentes y lleguen a los bienes eternos.
7.9 Para concluir el tema con un epílogo que sea como una recapitulación de todo
lo anteriormente escrito: quienquiera haya leído estas reflexiones, considere
finalmente que la conversión del bienaventurado Francisco, acaecida de modo
maravilloso; su eficacia en la predicación de la palabra divina, la prerrogativa
de sus excelsas virtudes, su espíritu de profecía, unido a la inteligencia de
las Escrituras; la obediencia de las criaturas irracionales, la impresión de las
sagradas llagas y su glorioso tránsito de este mundo al cielo son como siete
testimonios que muestran y confirman claramente ante el mundo entero que
Francisco - como preclaro heraldo de Cristo, que lleva en sí mismo el sello de
Dios vivo - es digno de veneración por su ministerio, auténtico en doctrina y
admirable por su santidad.
7-9 Que le sigan, pues, seguros quienes salen de Egipto, porque, dividido el mar
con el báculo de la cruz de Cristo, atravesarán el desierto, pasando el Jordán
de la mortalidad, para entrar - gracias al prodigioso poder de la misma cruz -
en la tierra prometida de los vivientes, donde se digne introducirnos, por los
sufragios del bienaventurado Padre, el ínclito salvador y guía Jesús, a quien
con el Padre y el Espíritu Santo en trinidad perfecta sea dada toda alabanza,
honor y gloria por los siglos de los siglos Amén.
LEYENDA MAYOR
PARTE PRIMERA
PRÓLOGO
01. Ha aparecido la gracia de Dios, salvador nuestro, en estos últimos tiempos,
en su siervo Francisco, y a través de él se ha manifestado a todos los hombres
verdaderamente humildes y amigos de la santa pobreza, los cuales, al venerar en
su persona la sobreabundante misericordia de Dios, son amaestrados con su
ejemplo a renunciar por completo a la impiedad y a los deseos mundanos, a llevar
una vida en todo conforme a la de Cristo y a anhelar con sed insaciable la gran
dicha que se espera . El Altísimo, en efecto, fijó su mirada en Francisco como
en el verdadero pobrecillo y abatido con tal efusión de benignidad y
condescendencia, que no sólo lo levantó, como al desvalido, del polvo de la vida
contaminada del mundo, sino que, convirtiéndole en seguidor, adalid y heraldo de
la perfección evangélica, lo puso como luz de los creyentes, a fin de que, dando
testimonio de la luz, preparase al Señor un camino de luz y de paz en los
corazones de los fieles.
01. En verdad, Francisco, cual lucero del alba en medio de la niebla matinal,
irradiando claros fulgores con el brillo rutilante de su vida y doctrina,
orientó hacia la luz a los que estaban sentados en tinieblas y en sombras de
muerte; y como arco iris que reluce entre nubes de gloria, mostrando en sí la
señal de la alianza del Señor, anunció a los hombres la buena noticia de la paz
y de la salvación, siendo él mismo ángel de verdadera paz, destinado por Dios -
a imitación y semejanza del Precursor - a predicar la penitencia con el ejemplo
y la palabra, preparando en el desierto el camino de la altísima pobreza.
01. Francisco - según aparece claramente en el decurso de toda su vida - fue
prevenido desde el principio con los dones de la gracia divina, enriquecido
después con los méritos de una virtud nunca desmentida, colmado también del
espíritu de profecía y destinado además a una misión angélica, todo él abrasado
en ardores seráficos y elevado a lo alto en carroza de fuego como un hombre
jerárquico. Por todo lo cual, bien puede concluirse que estuvo investido con el
espíritu y poder de Elías. Asimismo, se puede creer con fundamento que Francisco
fue prefigurado en aquel ángel que subía del oriente llevando impreso el sello
de Dios vivo, según se describe en la verídica profecía del otro amigo del
Esposo: Juan, apóstol y evangelista. En efecto, al abrirse el sexto sello - dice
Juan en el Apocalipsis - , vi otro ángel que sabía del oriente llevando el sello
de Dios vivo.
02. Que este embajador de Dios tan amable a Cristo, tan digno de imitación para
nosotros y digno objeto de admiración para el mundo entero fuese el mismo
Francisco, lo deducimos con fe segura si observamos el alto grado de su eximia
santidad, pues, viviendo entre los hombres, fue un trasunto de la pureza
angélica y ha llegado a ser propuesto como dechado de los perfectos seguidores
de Cristo.
02. A interpretarlo así fiel y piadosamente nos induce no sólo la misión que
tuvo de llamar a los hombres al llanto y luto, a raparse y ceñirse de saco y a
grabar en la frente de los que gimen y se duelen el signo tau, como expresión de
la cruz de la penitencia y del hábito conformado a la misma cruz, sino que aún
más lo confirma como testimonio verdadero e irrefragable el sello de su
semejanza con el Dios viviente, esto es, con Cristo crucificado, sello que fue
impreso en su cuerpo no por fuerza de la naturaleza ni por artificio del humano
ingenio, sino por el admirable poder del Espíritu de Dios vivo.
O3. Mas, sintiéndome indigno e incapaz de escribir la vida de este hombre tan
venerable, dignísima, por otra parte, de ser imitada por todos, confieso
sinceramente que de ningún modo hubiera emprendido tamaña empresa si no me
hubiese impulsado el ardiente afecto de mis hermanos, el apremiante y unánime
ruego del capítulo general y la especial devoción que estoy obligado a profesar
al santo Padre. En efecto, gracias a su invocación y sus méritos, siendo yo niño
- lo recuerdo perfectamente - fui librado de las fauces de la muerte; por tanto,
si yo me resistiera a publicar sus glorias, temo ser acusado de crimen de
ingratitud. Este ha sido, pues, el motivo principal que me ha inducido a asumir
el presente trabajo: el reconocimiento de que Dios me ha conservado la salud del
cuerpo y del alma por intercesión de Francisco, cuyo poder he llegado a
experimentar en mi propia persona.
03. Por todo lo cual me he afanado en recoger por doquiera - no plenamente, que
es imposible, sino como en fragmentos - los datos referentes a las virtudes,
hechos y dichos de su vida que se habían olvidado o se hallaban diseminados por
diversos lugares, con objeto de que no se perdieran para siempre una vez
desaparecidos de este mundo los que habían convivido con el siervo de Dios.
04. Para adquirir un conocimiento más claro y seguro de la verdad acerca de su
vida y poder transmitirlo a la posteridad, he acudido a los lugares donde nació,
vivió y murió el Santo; y he tratado de informarme diligentemente sobre el
particular conversando con sus compañeros que aún sobreviven, especialmente con
aquellos que fueron testigos cualificados de su santidad y sus seguidores más
fieles, a quienes debe darse pleno crédito, no sólo por haber conocido ellos de
cerca la verdad de los hechos, sino también por tratarse de personas de virtud
bien probada.
04. En la descripción de todo aquello que el Señor se dignó realizar mediante su
siervo, he optado por prescindir de las formas galanas de un estilo florido, ya
que un lenguaje sencillo ayuda más a la devoción del lector que el ataviado con
muchos adornos. Además, al narrar la historia, con el fin de evitar confusiones,
no he seguido siempre un orden estrictamente cronológico, sino que he procurado
guardar un orden que mejor se adaptara a relacionar unos hechos con otros, en
cuanto que sucesos acaecidos en un mismo tiempo parecía más conveniente
insertarlos en materias distintas, al par que acontecimientos sucedidos en
diversos tiempos correspondía mejor agruparlos en una misma materia.
05. El principio, desarrollo y término de la vida de Francisco están descritos
en los quince distintos capítulos que se señalan a continuación: Capítulo 1.
Vida de Francisco en el siglo. Capítulo 2. Perfecta conversión a Dios y
restauración de tres iglesias . Capítulo 3. Fundación de la Religión y
aprobación de la Regla. Capítulo 4. Progreso de la Orden durante el gobierno dei
Santo y confirmación de la Regla ya aprobada. Capítulo 5. Austeridad de vida y
consuelo que le daban las criaturas. Capítulo 6. Humildad y obediencia del Santo
y condescendencia divina a sus deseos. Capítulo 7. Amor a la pobreza y admirable
solución en casos de penuria. Capítulo 8. Sentimiento de piedad del Santo y
afición que sentían hacia él los seres irracionales. Capítulo 9. Fervor de su
caridad y ansias de martirio. Capítulo 10. Vida de oración y poder de sus
plegarias. Capítulo 1 1. Inteligencia de las Escrituras y espíritu de profecía.
Capítulo 12. Eficacia de su predicación y don de curaciones. Capítulo 13. Las
sagradas llagas. Capítulo 14. Paciencia del Santo y su muerte. Capítulo 15.
Canonización. Traslado de su cuerpo 21. Por último, se insertan algunos milagros
realizados después de su dichosa muerte.
Capítulo I.
Vida de Francisco en el siglo
01.1 Hubo en la ciudad de Asís un hombre llamado Francisco, cuya memoria es
bendita, pues, habiéndose Dios complacido en prevenirlo con bendiciones de
dulzura, no sólo le libró, en su misericordia, de los peligros de la vida
presente, sino que le colmó de copiosos dones de gracia celestial. En efecto,
aunque en su juventud se crió en un ambiente de mundanidad entre los vanos hijos
de los hombres y se dedicó - después de adquirir un cierto conocimiento de las
letras a los negocios lucrativos del comercio, con todo, asistido por el auxilio
de lo alto, no se dejó arrastrar por la lujuria de la carne en medio dio jóvenes
lascivos, si bien era él aficionado a las fiestas; ni por más que se dedicara al
lucro conviviendo entre avaros mercaderes, jamás puso su confianza en el dinero
y en los tesoros.
O1.1 Había Dios infundido en lo más íntimo del joven Francisco una cierta
compasión generosa hacia los pobres, la cual, creciendo con él desde la
infancia, llenó su corazón de tanta benignidad, que convertido ya en un oyente
no sordo del Evangelio, se propuso dar limosna a todo el que se la pidiere,
máxime si alegaba para ello el motivo del amor de Dios.
01.1 Mas sucedió un día que, absorbido por el barullo del comercio, despachó con
las manos vacías, contra lo que era su costumbre, a un pobre que se había
acercado a pedirle una limosna por amor de Dios. Pero, vuelto en sí al instante,
corrió tras el pobre y, dándole con clemencia la limosna, prometió al Señor Dios
que, a partir de entonces, nunca jamás negaría el socorro - mientras le fuera
posible - a cuantos se lo pidieran por amor suyo. Dicha promesa la guardó con
incansable piedad hasta su muerte, mereciendo con ello un aumento copioso de
gracia y amor de Dios. Solía decir, cuando ya se había revestido perfectamente
de Cristo, que, aun cuando estaba en el siglo, apenas podía oír la expresión
"amor de Dios" sin sentir un profundo estremecimiento."
01.1 Además, la suavidad de su mansedumbre, unida a la elegancia de sus modales;
su paciencia y afabilidad, fuera de serie; la largueza de su munificencia,
superior a sus haberes - virtudes estas que mostraban claramente la buena índole
de que estaba adornado el adolescente - , parecían ser como un preludio de
bendiciones divinas que más adelante sobre él se derramarían raudales. De hecho,
un hombre muy simple de Asís, inspirado, al parecer, por el mismo Dios, si
alguna vez se encontraba con Francisco por la ciudad, se quitaba la capa y la
extendía a sus pies, asegurando que éste era digno de toda reverencia, por
cuanto en un futuro próximo realizaría grandes proezas y llegaría a ser honrado
gloriosamente por todos los fieles.
01.2 Ignoraba todavía Francisco los designios de Dios sobre su persona, ya que,
volcada su atención - por mandato del padre - a las cosas exteriores y
arrastrado además por el peso de la naturaleza caída hacia los goces de aquí
abajo, no había aprendido aún a contemplar las realidades del cielo ni se había
acostumbrado a gustar las cosas divinas. Y como quiera que el azote de la
tribulación abre el entendimiento al oído espiritual, de pronto se hizo sentir
sobre él la mano del Señor y la diestra del Altísimo operó en su espíritu un
profundo cambio, afligiendo su cuerpo con prolijas enfermedades para disponer
así su alma a la unción del Espíritu Santo.
01.2 Una vez recobradas las fuerzas corporales y cuando - según su costumbre -
iba adornado con preciosos vestidos, le salió al encuentro un caballero noble,
pero pobre y mal vestido. A la vista de aquella pobreza, se sintió conmovido su
compasivo corazón, y, despojándose inmediatamente de sus atavíos, vistió con
ellos al pobre, cumpliendo así, a la vez, una doble obra de misericordia: cubrir
la vergüenza de un noble caballero y remediar la necesidad de un pobre.
01.3 A la noche siguiente, cuando estaba sumergido en profundo sueño, la
demencia divina le mostró un precioso y grande palacio, en que se podían
apreciar toda clase de armas militares, marcadas con la señal de la cruz de
Cristo, dándosele a entender con ello que la misericordia ejercitada, por amor
al gran Rey, con aquel pobre caballero sería galardonada con una recompensa
incomparable. Y como Francisco preguntara para quién sería el palacio con
aquellas armas, una voz de lo alto le aseguró que estaba reservado para él y sus
caballeros.
01.3 Al despertar por la mañana - como todavía no estaba familiarizado su
espíritu en descubrir el secreto de los misterios divinos e ignoraba el modo de
remontarse de las apariencias visibles a la contemplación de las realidades
invisibles - pensó que aquella insólita visión sería pronóstico de gran
prosperidad en su vida. Animado con ello y desconociendo aún los designios
divinos, se propuso dirigirse a la Pulla con intención de ponerse al servicio de
un noble conde, y conseguir así la gloria militar que le presagiaba la visión
contemplada. Emprendió poco después el viaje, dirigiéndose a la próxima ciudad,
y he aquí que de noche oyó al Señor que le hablaba familiarmente: Francisco,
"¿quién piensas podrá beneficiarte más: el señor o el siervo, el rico o el
pobre?" A lo que contestó Francisco que, sin duda, el señor y el rico. Prosiguió
la voz del Señor: «Por qué entonces abandonas al Señor por el siervo y por un
pobre hombre dejas a un Dios rico?» Contestó Francisco: «Qué quieres, Señor, que
haga?» Y el Señor le dijo: "Vuélvete a tu tierra, porque la visión que has
tenido es figura de una realidad espiritual que se ha de cumplir en ti no por
humana, sino por divina disposición".
01.4 Desentendiéndose desde entonces de la vida agitada del comercio, suplicaba
devotamente a la divina demencia se dignara manifestarle lo que debía hacer. Y,
en tanto que crecía en él muy viva la llama de los deseos celestiales por el
frecuente ejercicio de la oración y reputaba por nada - llevado de su amor a la
patria del cielo las cosas todas de la tierra? creía haber encontrado el tesoro
escondido, y, cual prudente mercader, se decidía a vender todas las cosas para
hacerse con la preciosa margarita. Pero todavía ignoraba cómo hacerlo; lo único
que vislumbraba su espíritu era que el negocio espiritual exige desde el
principio el desprecio del mundo y que la milicia de Cristo debe iniciarse por
la victoria de sí mismo.
01.5 Cierto día, mientras cabalgaba por la llanura que se extiende junto a la
ciudad de Asís, inopinadamente se encontró con un leproso, cuya vista le provocó
un intenso estremecimiento de horror. Pero, trayendo a la memoria el propósito
de perfección que había hecho y recordando que para ser caballero de Cristo
debía, ante todo, vencerse a sí mismo, se apeó del caballo y corrió a besar al
leproso. Extendió éste la mano como quien espera recibir algo, y recibió de
Francisco no sólo una limosna de dinero, sino también un beso. Montó de nuevo,
y, dirigiendo en seguida su mirada por la planicie? amplia y despejada por todas
partes, no vio más al leproso. Lleno de admiración y gozo, se puso a cantar
devotamente las alabanzas del Señor, proponiéndose ya escalar siempre cumbres
más altas de santidad.
01.5 Desde entonces buscaba la soledad, amiga de las lágrimas; allí, dedicado
por completo a la oración acompañada de gemidos inefables y tras prolongadas e
insistentes súplicas, mereció ser escuchado por el Señor. Sucedió, pues, un día
en que oraba de este modo, retirado en la soledad, todo absorto en el Señor por
su ardiente fervor, que se le apareció Cristo Jesús en la figura de crucificado.
A su vista quedó su alma como derretida; y de tal modo se le grabó en lo más
íntimo de su corazón la memoria de la pasión de Cristo, que desde aquella hora -
siempre que le venía a la mente el recuerdo de Cristo crucificado - a duras
penas podía contener exteriormente las lágrimas y los gemidos, según él mismo lo
declaró en confianza poco antes de morir. Comprendió con esto el varón de Dios
que se le dirigían a él particularmente aquellas palabras del Evangelio: Si
quieres venir en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme.
01.5 Al despuntar el nuevo día, lleno de seguridad y gozo, vuelve
apresuradamente a Asís, y, convertido ya en modelo de obediencia, espera que el
Señor le descubra su voluntad. Revistióse, a partir de este momento, del
espíritu de pobreza, del sentimiento de la humildad y del afecto de una tierna
compasión. Si antes, no ya el trato de los leprosos, sino el sólo mirarlos,
aunque fuera de lejos, le estremecía de horror, ahora, por amor a Cristo
crucificado, que, según la expresión del profeta, apareció despreciable como un
leproso, con el fin de despreciarse completamente a sí mismo, les prestaba con
benéfica piedad a los leprosos sus humildes y humanitarios servicios. Visitaba
frecuentemente sus casas, les proporcionaba generosas limosnas y con gran afecto
y compasión les besaba la mano y hasta la misma boca.
01.6 En cuanto se refiere a los pobres mendigos, no sólo deseaba entregarles sus
bienes, sino incluso su propia persona, llegando, a veces, a despojarse de sus
vestidos, y otras, a descoserlos o rasgarlos cuando no tenía otra cosa a mano. A
los sacerdotes pobres los socorría con reverencia y piedad, sobre todo
proveyéndoles de ornamentos de altar, para participar así de alguna manera en el
culto divino ~ remediar la pobreza de los ministros del culto.
01.6 Por este tiempo visitó con religiosa devoción el sepulcro del apóstol
Pedro, y, viendo a la puerta de la iglesia una multitud de pobres, movido por
una afectuosa compasión hacia ellos y atraído por su amor a la pobreza, entregó
sus propios vestidos a uno que parecía ser más necesitado, y, cubierto con sus
harapos, pasó todo aquel día en medio de los pobres con extraordinario gozo de
espíritu. Buscaba con ello despreciar la gloria mundana y ascender gradualmente
a la perfección evangélica. Ponía gran cuidado en mortificar la carne, para que
la cruz de Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón rodease también el
exterior todo su cuerpo. Todo esto lo practicaba ya el varón de Dios Francisco
cuando todavía no se había apartado del mundo ni en su vestido ni en su modo de
vivir.
Capítulo II.
Perfecta conversión a Dios y restauración de tres iglesias
02.1. Como quiera que el siervo del Altísimo no tenía en su vida más maestro que
Cristo, plugo a la divina demencia colmarlo de nuevos favores visitándole con la
dulzura de Su gracia. Prueba de ello es el siguiente hecho. Salió un día
Francisco al campo a meditar, y al pasear junto a la iglesia de San Damián, cuya
vetusta fábrica amenazaba ruina, entró en ella - movido por el Espíritu - a
hacer oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del Crucificado, de
pronto se sintió inundado de una gran consolación espiritual. Fijó sus ojos,
arrasados en lágrimas, en la cruz del Señor, y he aquí que oyó con sus oídos
corporales una voz procedente de la misma cruz que le dijo tres veces:
"Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está a punto de arruinarse
toda ella!"
02.1 Quedó estremecido Francisco, pues estaba solo en la iglesia, al percibir
voz tan maravillosa, y, sintiendo en su corazón el poder de la palabra divina,
fue arrebatado en éxtasis. Vuelto en sí, se dispone a obedecer, y concentra todo
su esfuerzo en su decisión de reparar materialmente la iglesia, aunque la voz
divina se refería principalmente a la reparación de la iglesia que Cristo
adquirió con su sangre, según el Espíritu Santo se lo dio a entender y el mismo
Francisco lo reveló más tarde a sus hermanos.
02.1 Así, pues, se levantó signándose con la señal de la cruz, tomó consigo
diversos paños dispuestos para la venta y se dirigió apresuradamente a la ciudad
de Foligno, y allí lo vendió todo, incluso el caballo que montaba. Tomando su
precio, vuelve el afortunado mercader a la ciudad de Asís y se dirige a la
iglesia, cuya reparación se le había ordenado. Entró devotamente en su recinto,
y, encontrando a un pobrecillo sacerdote, tras rendirle cortés reverencia, le
ofreció el dinero obtenido a fin de que lo destinara para la reparación de la
iglesia y el alivio de los pobres. Luego le pidió humildemente que le permitiera
convivir por algún tiempo en su compañía. Accedió el sacerdote al deseo de
Francisco de morar en su casa, pero rechazó el dinero por temor a los padres.
Entonces, el verdadero despreciador de las riquezas, sin dar más valor al dinero
que al vil polvo, lo arrojó a una ventana.
02.2 Moraba el siervo de Dios en casa de dicho sacerdote, y, habiéndose
informado de ello su padre, corrió, todo enfurecido, al lugar. Francisco,
empero, todavía novel atleta de Cristo, al oír los gritos y amenazas de los
perseguidores y presentir su llegada, con intención de dar tiempo para que se
calmara su ira, se escondió en una oculta cueva. Refugiado allí unos cuantos
días, pedía incesantemente al Señor con los ojos bañados en lágrimas que librase
su vida de las manos de sus perseguidores y se dignase benignamente llevar a
feliz término los piadosos deseos que le había inspirado. Como fruto de esta
oración se apoderó de todo su ser una extraordinaria alegría y comenzó a
reprenderse a sí mismo por su cobarde pusilanimidad. En consecuencia, abandonó
la cueva, y, desechando de sí todo temor, dirigió sus pasos hacia la ciudad de
Asís. Al verle sus conciudadanos en aquel extraño talante: con el rostro
escuálido y cambiado en sus ideas, pensaban que había perdido el juicio,
arremetían contra él, arrojándole piedras y lodo de la calle, y, como a loco y
demente, le insultaban con gritos desaforados. Mas el siervo de Dios, sin
descorazonarse ni inmutarse por ninguna injuria, lo soportaba todo haciéndose el
sordo.
02.2 Tan pronto oyó su padre este clamoreo, acudió presuroso; pero no para
librarlo, sino, más bien, para perderlo. Sin conmiseración alguna lo arrastró a
su casa, atormentándolo primero con palabras, y luego con azotes y cadenas.
Francisco, empero, se sentía desde ahora más dispuesto y valiente para llevar a
cabo lo que había emprendido, recordando aquellas palabras del Evangelio:
Dichosos los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos.
02.3 No mucho después se vio precisado el padre a ausentarse de Asís, y la
madre, que no aprobaba la conducta del marido y veía imposible doblegar la
constancia inflexible del hijo, lo libró de la prisión, dejándole partir. Y
Francisco, dando gracias al Señor todopoderoso, retornó al lugar en que había
morado antes.
02.3 Pero volvió el padre, y, al no encontrar en casa a su hijo, después de
desatarse en insultos y denuestos contra su esposa, corrió bramando al lugar
indicado para conseguir, si no podía apartarlo de su propósito, al menos
alejarlo de la provincia. Pero Francisco, confortado por Dios, salió
espontáneamente al encuentro de su enfurecido padre, clamando con toda libertad
que nada le importaban sus cadenas y azotes y que estaba además dispuesto a
sufrir con alegría cualquier mal por el nombre de Cristo. Viendo, pues, el padre
que le era del todo imposible cambiarle de su intento, dirigió sus esfuerzos a
recuperar el dinero. Y, habiéndolo encontrado, por fin, en el nicho de una
pequeña ventana, se apaciguó un tanto su furor. Dicho hallazgo fue como un trago
que en cierto sentido atemperó su sed de avaricia.
02.4 Intentaba después el padre según la carne llevar al hijo de la gracia -
desposeído ya del dinero - ante la presencia del obispo de la ciudad, para que
en sus manos renunciara a los derechos de la herencia paterna y le devolviera
todo lo que tenía. Se manifestó muy dispuesto a ello el verdadero enamorado de
la pobreza, y, llegando a la presencia del obispo, no se detiene ni vacila por
nada, no espera órdenes ni profiere palabra alguna, sino que inmediatamente se
despoja de todos sus vestidos y se los devuelve al padre. Se descubrió entonces
cómo el varón de Dios, debajo de los delicados vestidos, llevaba un cilicio
ceñido a la carne. Además, ebrio de un maravilloso fervor de espíritu, se quita
hasta los calzones y se presenta ante todos totalmente desnudo, diciendo al
mismo tiempo a su padre: Hasta el presente te he llamado padre en la tierra,
pero de aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: "Padre nuestro, que
estás en los cielos 5, en quien he depositado todo mi tesoro y toda la seguridad
de mi esperanza".
02.4 Al contemplar esta escena el obispo, admirado del extraordinario fervor del
siervo de Dios, se levantó al instante y - piadoso y bueno como era - llorando
lo acogió entre sus brazos y lo cubrió con el manto que él mismo vestía. Ordenó
luego a los suyos que le proporcionaran alguna ropa para cubrir los miembros de
aquel cuerpo. En seguida le presentaron un manto corto, pobre y vil,
perteneciente a un labriego que estaba al servicio del obispo. Francisco lo
aceptó muy agradecido, y con una tiza que encontró allí lo marcó con su propia
mano en forma de cruz, haciendo del mismo el abrigo de un hombre crucificado y
de un pobre semidesnudo. Así, quedó desnudo el siervo del Rey altísimo para
poder seguir al Señor desnudo en la cruz, a quien tanto amaba. Del mismo modo se
armó con la cruz, para confiar su alma al leño de la salvación y lograr salvarse
del naufragio del mundo.
02.5 Desembarazado ya el despreciador del siglo de la atracción de los deseos
mundanos, deja la ciudad y - libre y seguro - se retira a lo escondido de la
soledad para escuchar solo y en silencio la voz misteriosa del cielo. Y mientras
el varón de Dios Francisco atraviesa el bosque oscuro bendiciendo al Señor en
francés con cánticos de júbilo, unos ladrones irrumpieron desde la espesura,
arrojándose sobre él. Preguntáronle con ánimo feroz quién era, y Francisco,
lleno de confianza, les respondió con palabras proféticas: "Yo soy el pregonero
del gran Rey" Pero ellos, golpeándole, lo arrojaron a una fosa llena de nieve
mientras le decían: "Quédate allí, rústico pregonero de Dios!" Al desaparecer
los ladrones, salió de la hoya, y, lleno de un intenso gozo, se puso a cantar
con voz más vibrante todavía, a través del bosque, las alabanzas al Creador de
todos los seres.
02.6 Llegó después a un monasterio próximo, y pidió allí limosna como un
mendigo, y fue recibido como un desconocido y despreciado. De aquí marchó a
Gubbio, donde un antiguo amigo suyo le reconoció y recibió en su casa, y además
le cubrió, como a pobrecillo de Cristo, con una corta y pobre túnica.
02.6 El amante de toda humildad se trasladó de Gubbio a los leprosos, y convivió
con ellos, prestándoles con suma diligencia sus servicios por Dios. Les lavaba
los pies, vendaba sus heridas, extraía el pus de las úlceras y limpiaba la
materia hedionda, y hasta besaba con admirable devoción las llagas ulcerosas el
que había de ser después el médico evangélico. Por lo cual consiguió del Señor
el extraordinario poder de curar prodigiosamente las enfermedades espirituales y
corporales.
02.6 Referiré tan sólo uno de los muchos hechos prodigiosos acaecidos cuando la
fama del Santo se había ya divulgado. Una horrible enfermedad iba de tal modo
devorando y corroyendo la boca y la mejilla de un hombre del condado de
Espoleto, que no había medicina alguna para curarla. Ante esta situación
apurada, se fue a visitar el sepulcro de los santos apóstoles para impetrar por
sus méritos la gracia de la curación; y cuando regresaba de su peregrinación, he
aquí que se encuentra con el siervo de Dios. El enfermo, movido por su devoción,
quiso besarle los pies, pero el humilde varón no se lo consintió; más aún, él
mismo le dio un ósculo en la boca al que quería besar las plantas de sus pies. Y
al tiempo que Francisco, el siervo de los leprosos, en un rasgo maravilloso de
piedad, tocaba con sus labios aquella horrible llaga, desapareció al punto la
enfermedad y aquel hombre recobró la salud deseada. No sé qué se ha de admirar
más en esto: si la profunda humildad en un beso tan cariñoso o la portentosa
virtud en milagro tan estupendo.
02.7 Asentado ya Francisco en la humildad de Cristo, trae a la memoria la orden
que se le dio desde la cruz de reparar la iglesia de San Damián; y, como
verdadero obediente, vuelve a Asís, dispuesto a someterse a la voz divina, al
menos mendigando lo necesario para dicha restauración. Así, depuesta toda
vergüenza por amor al pobre crucificado, pedía limosna a aquellos entre los que
antes vivía en la abundancia y arrimaba al peso de las piedras los hombros de su
débil cuerpo, extenuado por los ayunos.
02.7 Una vez restaurada esta iglesia con la ayuda de Dios y la piadosa
colaboración de los ciudadanos, con objeto de que no se entorpeciera el cuerpo
por la pereza después de aquel trabajo, comenzó a reparar otra iglesia, dedicada
a San Pedro, que se hallaba algo distante de la ciudad. La devoción especial que
con fe pura y sincera profesaba al príncipe de los apóstoles le movió a
emprender dicha obra.
02.8 Cuando hubo concluido esta reconstrucción, llegó a un lugar llamado
Porciúncula, donde había una antigua iglesia construida en honor de la beatísima
Virgen María, que entonces se hallaba abandonada, sin que nadie se hiciera cargo
de la misma. Al verla el varón de Dios en semejante situación, movido por la
ferviente devoción que sentía hacia la Señora del mundo, comenzó a morar de
continuo en aquel lugar con intención de emprender su reparación. Al darse
cuenta de que precisamente, de acuerdo con el nombre de la iglesia, que se
llamaba Santa María de los Ángeles, eran frecuentes allí las visitas angélicas,
fijó su morada en este lugar tanto por su devoción a los ángeles como, sobre
todo, por su especial amor a la madre de Cristo. Amó el varón santo dicho lugar
con preferencia a todos los demás del mundo, pues aquí comenzó humildemente,
aquí progresó en la virtud, aquí terminó felizmente el curso de su vida; en fin,
este lugar lo encomendó encarecidamente a sus hermanos a la hora de su muerte,
como una mansión muy querida de la Virgen.
02.8 A propósito de lo dicho es digna de notarse una visión que tuvo un devoto
hermano antes de su conversión. Veía una ingente multitud de hombres heridos por
la ceguera que, con el rostro vuelto al cielo y las rodillas hincadas en el
suelo, se hallaban en torno a esta iglesia. Todos ellos, con las manos en alto,
clamaban entre lágrimas a Dios pidiendo misericordia y luz. De pronto descendió
del cielo un extraordinario resplandor, que, envolviendo a todos en su claridad,
otorgó a cada uno la vista y la salud deseada.
02.8 Este es el lugar en que San Francisco - siguiendo la inspiración divina -
dio comienzo a la Orden de Hermanos Menores. Por designio de la divina
Providencia, que guiaba en todo al siervo de Cristo antes de fundar la Orden y
entregarse a la predicación del Evangelio, reconstruyó materialmente tres
iglesias, procediendo de este modo no sólo para ascender, en orden progresivo,
de las cosas sensibles a las inteligibles, y de las menores a las mayores, sino
también para manifestar misteriosamente al exterior, mediante obras
perceptibles, lo que había de realizar en el futuro. Pues al modo de las tres
iglesias restauradas bajo la guía del santo varón, así sería renovada la Iglesia
de triple manera, según la forma, regla y doctrina de Cristo dadas por el mismo
Santo, y triunfarían las tres milicias de los llamados a la salvación tal como
hoy día vemos que se ha cumplido.
Capítulo III.
Fundación de la Religión y aprobación de la Regla
03. 1 Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, madre de Dios, su siervo
Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo
lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada, al fin logró -
por los méritos de la madre de misericordia - concebir y dar a luz el espíritu
de la verdad evangélica.
03.1 En efecto, cuando en cierta ocasión asistía devotamente a una misa que se
celebraba en memoria de los apóstoles, se leyó aquel evangelio en que Cristo, al
enviar a sus discípulos a predicar, les traza la forma evangélica de vida que
habían de observar, esto es, que no posean oro o plata, ni tengan dinero en los
cintos, que no lleven alforja para el camino, ni usen dos túnica, ni calzado, ni
se provean tampoco de bastón.
03.1 Tan pronto como oyó estas palabras y comprendió su alcance, el enamorado de
la pobreza evangélica se esforzó por grabarlas en su memoria, y lleno de
indecible alegría exclamó: "Esto es lo que quiero, esto lo que de todo corazón
ansío" Y al momento se quita el calzado de sus pies, arroja el bastón, detesta
la alforja y el dinero y, contento con una sola y corta túnica, se desprende la
correa, y en su lugar se ciñe con una cuerda, poniendo toda su solicitud en
llevar a cabo lo que había oído y en ajustarse completamente a la forma de vida
apostólica.
03.2 Desde entonces, el varón de Dios, fiel a la inspiración divina, comenzó a
plasmar en sí la perfección evangélica y a invitar a los demás a penitencia. Sus
palabras no eran vacías ni objeto de risa, sino llenas de la fuerza del Espíritu
Santo, calaban muy hondo en el corazón, de modo que los oyentes se sentían
profundamente impresionados.
03.2 Al comienzo de todas sus predicaciones saludaba al pueblo, anunciándole la
paz con estas palabras: «El Señor os dé la paz!». Tal saludo lo aprendió por
revelación divina, como él mismo lo confesó más tarde. De ahí que, según la
palabra profética y movido en su persona del el espíritu de los profetas,
anunciaba la paz, predicaba la salvación y con saludables exhortaciones
reconciliaba en una paz verdadera a quienes, siendo contrarios a Cristo, habían
vivido antes lejos de la salvación.
03.3 Así, pues, tan pronto como llegó a oídos de muchos la noticia de la verdad,
tanto de la sencilla doctrina como de la vida del varón de Dios, algunos
hombres, impresionados con su ejemplo, comenzaron a animarse a hacer penitencia,
y, abandonadas todas las cosas, se unieron a él, acomodándose a su vestido y
vida
03.3 El primero de entre ellos fue el venerable Bernardo, quien, hecho partícipe
de la vocación divina, mereció ser el primogénito del santo Padre tanto por la
prioridad del tiempo como por la prerrogativa de su santidad. En efecto,
habiendo descubierto Bernardo la santidad del siervo de Dios, decidió, a la luz
de su ejemplo, renunciar por completo al mundo, y acudió a consultar al Santo la
manera de llevar a la práctica su intención. Al oírlo, el siervo de Dios se
llenó de una gran consolación del Espíritu Santo por el alumbramiento de su
primer vástago, y le dijo: "Es a Dios a quien en esto debemos pedir consejo".
03.3 Así que, una vez amanecido, se dirigieron juntos a la iglesia de San
Nicolás, donde, tras una ferviente oración, Francisco, que rendía un culto
especial a la Santa Trinidad, abrió por tres veces el libro de los Evangelios,
pidiendo a Dios que, mediante un triple testimonio, confirmase el santo
propósito de Bernardo.
03.3 En la primera apertura del libro apareció aquel texto: Si quieres ser
perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres. En la segunda: No
toméis nada para el camino. Finalmente, en la tercera se les presentaron estas
palabras: El que quiera venirse conmigo, que cargue con su cruz y me siga. Tal
es - dijo el Santo - nuestra vida y regla, y la de todos aquellos que quieran
unirse a nuestra compañía. Por tanto, si quieres ser perfecto, vete y cumple lo
que has oído
03.4 No mucho después, se sintieron llamados por el mismo Espíritu otros cinco
hombres, con los que llegó a seis el número de los hijos de Francisco; entre
éstos ocupó el tercer lugar el santo padre Gil, varón lleno de Dios y digno de
gloriosa memoria. De hecho destacó en el ejercicio de sublimes virtudes, tal
como había predicho de él el siervo del Señor, y, aunque sencillo y sin letras,
fue elevado a la cumbre de una alta contemplación. Entregado por largos y
continuados espacios de tiempo a la sobreelevación, de tal modo era arrebatado
hasta Dios con frecuentes éxtasis como yo mismo lo presencié y puedo dar fe de
ello, que su vida entre los hombres parecía más angélica que humana.
03.5 Por este mismo tiempo, el Señor le mostró a un sacerdote de Asís llamado
Silvestre, hombre de vida honesta, una visión que no debe silenciarse. Dicho
sacerdote - llevado de criterios meramente humanos - sentía aversión por la
forma de vida de Francisco y de sus hermanos, y para que no se dejara arrastrar
por la temeridad en sus juicios fue benignamente visitado por la gracia de lo
alto. Veía, en efecto, en sueños cómo rondaba por toda la ciudad un dragón
descomunal, ante cuya extraordinaria magnitud parecía estar abocada al
exterminio toda aquella región. A continuación vio salir de la boca de Francisco
una cruz de oro: su extremidad tocaba los cielos, y sus brazos, extendidos a los
lados, parecían llegar hasta los confines del mundo. A vista de esta cruz
resplandeciente huía velozmente aquel espantoso y terrible dragón. Al
mostrársele por tres veces esta visión, pensó que se trataba de un oráculo
divino, y por ello lo refirió detalladamente al varón de Dios y a sus hermanos.
Poco después abandonó el mundo, y tal fue su constancia en seguir de cerca las
huellas de Cristo, que su vida en la Orden demostró ser auténtica la visión que
había tenido en el siglo.
03.6 No se dejó llevar de vanagloria el varón de Dios al oír el relato de dicha
visión, antes por el contrario, reconociendo la bondad de Dios en sus
beneficios, se sintió más animado a rechazar la astucia del antiguo enemigo y a
predicar la gloria de la cruz de Cristo.
03.6 Cierto día en que reflexionaba en un lugar solitario sobre los años de su
vida pasada, deplorándolos con amargura, de pronto se sintió lleno de gozo del
Espíritu Santo, y fue cerciorado entonces de que se le habían perdonado
completamente todos sus pecados. Luego fue arrebatado en éxtasis, todo sumergido
en una luz maravillosa, y, dilatada la pupila de su mente, vio con claridad el
porvenir suyo y el de sus hijos. Vuelto seguidamente a sus hermanos, les dijo:
Confortáos, carísimos, y alegraos en el Señor, no estéis tristes porque sois
pocos, ni os amedrente mi simplicidad ni la vuestra, ya que - según me ha sido
mostrado realmente por el Señor - El nos hará crecer en una gran muchedumbre y
con la gracia de su bendición nos expandirá de mil formas por el mundo entero".
03.7 En aquellos mismos días, con la entrada en la Religión de otro buen hombre,
ascendió a siete miembros la bendita familia del varón de Dios. Entonces llamó
junto a sí el piadoso Padre a todos sus hijos y, después de hablarles largo y
tendido acerca del reino de Dios, del desprecio del mundo, de la abnegación de
la propia voluntad y de la mortificación del cuerpo, les manifestó su proyecto
de enviarlos a las cuatro partes del mundo. Ya la estéril y pobrecita
simplicidad del santo Padre había engendrado siete hijos, y ansiaba dar a luz
para Cristo el Señor al conjunto de todos los fieles, llamándolos a los gemidos
de la penitencia. Id - les dijo el dulce Padre a sus hijos - , anunciad la paz a
los hombres y predicadles la penitencia para la remisión de los pecados. Sed
sufridos en la tribulación, vigilantes en la oración, fuertes en los trabajos,
modestos en las palabras, graves n vuestro comportamiento y agradecidos en los
beneficios; y sabed que por todo esto os está reservado el reino eterno».
03.7 Ellos entonces, humildemente postrados en tierra ante el siervo de Dios,
recibieron, con gozo del espíritu, el mandato de la santa obediencia. Entre
tanto decía a cada uno en particular: Descarga en el Señor todos tus afanes, que
El te sustentará. Francisco solía repetir estas palabras siempre que sometía a
algún hermano a la obediencia. Pero, consciente de que había sido puesto para
ejemplo de los demás, de suerte que enseñara antes con las obras que con las
palabras, se encaminó con uno de sus compañeros hacia una parte del mundo,
asignando en forma de cruces otras tres partes a los seis restantes hermanos.
03.7 En aquellos días se les agregaron otros cuatro hombres virtuosos, con los
que se completó el número de doce. Bien pronto sintió el bondadoso Padre deseos
vehementes de encontrarse con su querida prole, y, al no poder reunirla por sí
mismo, pedía le concediera esta gracia Aquel que congrega a los dispersos de
Israel. Y así sucedió al poco tiempo que - sin haber mediado ningún llamado
humano - , inesperadamente y con gran sorpresa se encontraran todos juntos,
conforme al deseo de Francisco, haciéndose patente en ello la intervención de la
divina demencia.
03.8 Viendo el siervo de Cristo que poco a poco iba creciendo el numero de los
hermanos, escribió con palabras sencillas, para sí y para todos los suyos, una
pequeña forma de vida, en la que puso como fundamento inquebrantable la
observancia del santo Evangelio, e insertó otras pocas cosas que parecían
necesarias para un modo uniforme de vida. Deseando, empero, que su escrito
obtuviera la aprobación del sumo pontífice, decidió presentarse con aquel grupo
de hombres sencillos ante la Sede Apostólica, confiando únicamente en la
protección divina. Y el Señor, que miraba desde lo alto el deseo de Francisco,
confortó los ánimos de sus compañeros, atemorizados a vista de su simplicidad,
mostrando al varón de Dios la siguiente visión.
03.8 Parecíale que andaba por cierto camino a cuya vera se erguía un árbol
gigantesco y que se acercaba a él; estaba cobijado bajo el mismo árbol,
admirando sus dimensiones, cuando de repente se sintió elevado por divina virtud
a tanta altura, que tocaba la cima del árbol y muy fácilmente lograba doblegar
su punta hasta el suelo. Al comprender el varón lleno de Dios que el presagio de
aquella visión se refería a la condescendencia de la dignidad apostólica, quedó
inundado de alegría espiritual, y, confortando en el Señor a sus hermanos,
emprendió con ellos el viaje.
03.9 Una vez que hubo llegado a la curia romana y fue introducido a la presencia
del sumo pontífice, le expuso su objetivo, pidiéndole humilde y encarecidamente
le aprobara la sobredicha forma de vida. Al observar el vicario de Cristo, el
señor Inocencio III - hombre distinguido por su sabiduría - , la admirable
pureza y simplicidad de alma del varón de Dios, el decidido propósito y
encendido fervor de su santa voluntad, se sintió inclinado a acceder
piadosamente a las súplicas de Francisco. Con todo, difirió dar cumplimiento a
la petición del pobrecillo de Cristo, dado que a algunos de los cardenales les
parecía una cosa nueva y tan ardua, que sobrepujaba las fuerzas humanas.
03.9 Pero había entre los cardenales un hombre venerable, el señor Juan de San
Pablo, obispo de Sabina, amante de toda santidad y protector de los pobres de
Cristo, el cual - inflamado en el fuego del Espíritu divino - dijo al sumo
pontífice y a sus hermanos Si rechazamos la demanda de este pobre como cosa del
todo nueva y en extremo ardua, siendo así que no pide sino la confirmación de la
forma de vida evangélica, guardémonos de inferir con ello una injuria al mismo
Evangelio de Cristo. Pues si alguno llegare a afirmar que dentro de la
observancia de la perfección evangélica o en el deseo de la misma se contiene
algo nuevo, irracional o imposible de cumplir, sería convicto de blasfemo contra
Cristo, autor del Evangelio".
03.9 Al oír tales consideraciones, volvióse al pobre de Cristo el sucesor del
apóstol Pedro y le dijo: "Ruega, hijo, a Cristo que por tu medio nos manifieste
su voluntad, a fin de que, conocida más claramente, podamos acceder con mayor
seguridad a tus piadosos deseos". Entregóse de lleno a la oración el siervo de
Dios omnipotente, y con sus devotas plegarias obtuvo para sí el conocimiento de
las palabras que debía proferir, y para el papa, los sentimientos que debía
abrigar en su interior.
03.9 En efecto, le narró - tal como se lo había inspirado el Señor - la parábola
de un rey rico que se complació en casarse con una mujer hermosa pero pobre, y
de los hijos tenidos, que se parecían al rey su padre, y a quienes, por tanto,
debía alimentarles de su propia mesa. Interpretando esta parábola, añadió: "No
hay por qué temer que perezcan de hambre los hijos y herederos del Rey eterno,
los cuales - nacidos, por virtud del Espíritu Santo, de una madre pobre, a
imagen de Cristo Rey - han de ser engendrados en una religión pobrecilla por el
espíritu de la pobreza. Pues si el Rey de los cielos promete a sus seguidores el
reino eterno, ¿con cuánta más razón les suministrará todo aquello que comúnmente
concede a buenos y malos?"
03.9 Escuchó con gran atención el Vicario de Cristo esta parábola y su
interpretación, quedando profundamente admirado; y reconoció que, sin duda
alguna, Cristo había hablado por boca de aquel hombre. Además les manifestó una
visión celestial que había tenido esos mismos días, asegurando - iluminado por
el Espíritu Santo - habría de cumplirse en Francisco. En efecto, refirió haber
visto en sueños cómo estaba a punto de derrumbarse la basílica lateranense y que
un hombre pobrecito, de pequeña estatura y de aspecto despreciable, la sostenía
arrimando sus hombros a fin de que no viniese a tierra. Y exclamó: "Este es, en
verdad, el hombre que con sus obras y su doctrina sostendrá a la Iglesia de
Cristo.
03.9 Por eso, lleno de singular devoción, accedió en todo a la petición del
siervo de Cristo, y desde entonces le profesó siempre un afecto especial. De
modo que le otorgó todo lo que le había pedido y le prometió que le concedería
todavía mucho más. Aprobó la Regla, concedió al siervo de Dios y a todos los
hermanos laicos que le acompañaban la facultad de predicar la penitencia y
ordenó que se les hiciera tonsura para que libremente pudieran predicar la
palabra de Dios.
Capítulo IV.
Progreso de la Orden durante el gobierno del Santo y confirmación de la Regla ya
aprobada
04.1 Así, pues, apoyado Francisco en la gracia divina y en la autoridad
pontificia, emprendió con gran confianza el viaje de retorno hacia el valle de
Espoleto, dispuesto ya a practicar y enseñar el Evangelio de Cristo. Durante el
camino iba conversando con sus compañeros sobre el modo de observar fielmente la
Regla recibida, sobre la manera de proceder ante Dios en toda santidad y
justicia y cómo podrían ser de provecho para sí mismos y servir de ejemplo a los
demás. Y, habiéndose prolongado mucho en estos coloquios, se les hizo una hora
tardía. Fatigados y hambrientos después de la larga caminata, se detuvieron en
un lugar solitario. No había allí modo de proveerse del alimento necesario.
04.1 Pero bien pronto vino en su socorro la divina Providencia, pues de
improviso apareció un hombre con un pan en la mano y se lo entregó a los
pobrecillos de Cristo, desapareciendo súbitamente sin que se supiera de dónde
había venido ni a dónde se dirigía. Comprendieron con esto los pobres hermanos
que se les hacía presente la ayuda del cielo en la compañía del varón de Dios, y
se sintieron mas reconfortados con el don de la liberalidad divina que con los
manjares que se habían servido. Además, repletos de consolación divina,
decidieron firmemente - confirmando su determinación con un propósito
irrevocable - no apartarse nunca, por más que les apremiara la escasez o la
tribulación, de la santa pobreza que habían prometido.
04.2 Deseosos de cumplir tan santo propósito, volvieron de allí al valle de
Espoleto, donde se pusieron a deliberar sobre la cuestión de si debían vivir en
medio de la gente o más bien retirarse a lugares solitarios. Mas el siervo de
Cristo Francisco, que no se fiaba de su propio criterio ni del de sus hermanos,
acudió a la oración, pidiendo insistentemente al Señor se dignara manifestarle
su beneplácito sobre el particular. Iluminado por el oráculo de la divina
revelación, llegó a comprender que él había sido enviado por el Señor a fin de
que ganase para Cristo las almas que el diablo se esforzaba en arrebatarle. Por
eso prefirió vivir para bien de todos los demás antes que para sí solo,
estimulado por el ejemplo de Aquel que se dignó morir él solo por todos.
04.3 En consecuencia, se recogió el varón de Dios con otros compañeros suyos en
un tugurio abandonado cerca de la ciudad de Asís, donde, con harta fatiga y
escasez, se mantenían al dictado de la santa pobreza, procurando alimentarse más
con el pan de las lágrimas que con el de las delicias.
04.3 Se entregaban allí de continuo a las preces divinas, siendo su oración
devota más bien mental que vocal, debido a que todavía no tenían libros
litúrgicos para poder cantar las horas canónicas. Pero en su lugar repasaban día
y noche con mirada continua el libro de la cruz de Cristo, instruidos con el
ejemplo y la palabra de su Padre, que sin cesar les hablaba de la cruz de
Cristo.
04.3 Suplicáronle los hermanos les enseñase a orar, y él les dijo: Cuando oréis
decid. Padre nuestro; y también: "Te adoramos, Cristo, en todas las iglesias que
hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al
mundo".
04.3 Les enseñaba, además, a alabar a Dios en y por todas las criaturas, a
honrar con especial reverencia a los sacerdotes, a creer firmemente y confesar
con sencillez las verdades de la fe tal y como sostiene y enseña la santa
Iglesia romana. Ellos guardaban en todo las instrucciones del santo Padre, y
así, se postraban humildemente ante todas las iglesias y cruces que podían
divisar de lejos, orando según la forma que se les había indicado.
04.4 Mientras moraban los hermanos en el referido lugar, un día de sábado se fue
el santo varón a Asís para predicar - según su costumbre - el domingo por la
mañana en la iglesia catedral. Pernoctaba, como otras veces - entregado a la
oración - , en un tugurio sito en el huerto de los canónigos. De pronto, a eso
de media noche sucedió que, estando corporalmente ausente de sus hijos - algunos
de los cuales descansaban y otros perseveraban en oración - , penetró por la
puerta de la casa un carro de fuego de admirable resplandor que dio tres vueltas
a lo largo de la estancia; sobre el mismo carro se alzaba un globo luminoso,
que, ostentando el aspecto del sol, iluminaba la oscuridad de la noche.
04.4 Quedaron atónitos los que estaban en vela, se despertaron llenos de terror
los dormidos; y todos ellos percibieron la claridad, que no sólo alumbraba el
cuerpo, sino también el corazón, pues, en virtud de aquella luz maravillosa, a
cada cual se le hacía transparente la conciencia de los demás. Comprendieron
todos a una - leyéndose mutuamente los corazones - que había sido el mismo santo
Padre - ausente en el cuerpo, pero presente en el espíritu y transfigurado en
aquella imagen - el que les había sido mostrado por el Señor en el luminoso
carro de fuego, irradiando fulgores celestiales e inflamado por virtud divina en
un fuego ardiente, para que, como verdaderos israelitas, caminasen tras las
huellas de aquel que, cual otro Elías, había sido constituido por Dios en carro
y auriga de varones espirituales.
04.4 Se puede creer que el Señor, por las plegarias de Francisco, abrió los ojos
de estos hombres sencillos para que pudieran contemplar las maravillas de Dios,
del mismo modo que en otro tiempo abrió los ojos del criado de Eliseo para que
viese el monte lleno de caballos y carros de fuego que estaban alrededor del
profeta.
04.4 Vuelto el santo varón a sus hermanos, comenzó a escudriñar los secretos de
sus conciencias, procuró confortarlos con aquella visión maravillosa y les
anunció muchas cosas sobre el porvenir y progresos de la Orden. Y al
descubrirles estos secretos que transcendían todo humano conocimiento,
reconocieron los hermanos que realmente descansaba el Espíritu del Señor en su
siervo Francisco con tal plenitud, que podían sentirse del todo seguros
siguiendo su doctrina y ejemplos de vida.
04.5 Después de esto, Francisco, pastor de la pequeña grey, condujo - movido por
la gracia divina - a sus doce hermanos a Santa María de la Porciúncula, con el
fin de que allí donde, por los méritos de la madre de Dios, había tenido su
origen la Orden de los Menores, recibiera también con su auxilio un renovado
incremento.
04.5 Convertido en este lugar en pregonero evangélico, recorría las ciudades y
las aldeas anunciando el reino de Dios, no con palabras doctas de humana
sabiduría, sino con la fuerza del Espíritu. A los que lo contemplaban, les
parecía ver en él a un hombre de otro mundo, ya que - con la mente y el rostro
siempre vueltos al cielo - se esforzaba por elevarlos a todos hacia arriba. Así,
la viña de Cristo comenzó a germinar brotes de fragancia divina y a dar frutos
ubérrimos tras haber producido flores de suavidad, de honor y de vida honesta.
04.6 En efecto, numerosas personas, inflamadas por el fuego de su predicación,
se comprometían a las nuevas normas de penitencia, según la forma recibida del
varón de Dios. Dicho modo de vida determinó el siervo de Cristo se llamara Orden
de Hermanos de Penitencia. Pues así como consta que para los que tienden al
cielo no hay otro camino ordinario que el de la penitencia, se comprende cuán
meritorio sea ante Dios este estado que admite en su seno a clérigos y seglares,
a vírgenes y casados de ambos sexos, como claramente puede deducirse de los
muchos milagros obrados por algunos de sus miembros.
04.6 Convertíanse también doncellas a perpetuo celibato, entre las cuales
destaca la virgen muy amada de Dios, Clara, la primera plantita de éstas, que -
cual flor blanca y primavera exhaló singular fragancia, y, como rutilante
estrella, irradió claros fulgores. Clara, glorificada ya en los cielos, es
dignamente venerada en la tierra por la Iglesia. Ella que fue hija en Cristo del
pobrecillo padre San Francisco, es, a su vez, madre de las Señoras pobres.
04.7 Asimismo, otras muchas personas, no sólo compungidas por devoción, sino
también inflamadas en el deseo de avanzar en la perfección de Cristo,
renunciaban a todas las vanidades del mundo y se alistaban para seguir las
huellas de Francisco; y en tal grado iban aumentando los hermanos con los nuevos
candidatos que diariamente se presentaban, que bien pronto llegaron hasta los
confines del orbe.
04.7 En efecto, la santa pobreza, que llevaban como su única provisión, los
convertía en hombres dispuestos a toda obediencia, fuerte para el trabajo y
expeditos para los viajes. Y como nada poseían sobre la tierra, nada amaban y
nada temían perder en el mundo, se sentían seguros en todas partes, sin que les
agobiase ninguna inquietud ni les distrajese preocupación alguna. Vivían como
quienes no sufren en su espíritu turbación de ningún género, miraban sin
angustias el día de mañana y esperaban tranquilos el albergue de la noche.
04.7 Es cierto que en diversas partes del mundo se les inferían atroces afrentas
como a personas despreciables y desconocidas; pero el amor que profesaban al
Evangelio de Cristo los hacía tan sufridos, que buscaban preferentemente los
lugares donde pudiesen padecer persecución en su cuerpo más que aquellos otros
donde - reconocida su santidad - recibieran gloria y honor de parte del mundo.
Su misma extremada penuria de las cosas les parecía sobrada abundancia, pues -
según el consejo del sabio - en lo poco se conformaban de igual modo que en lo
mucho.
04.7 Como prueba de ello sirva el siguiente hecho. Habiendo llegado algunos
hermanos a tierra de infieles, sucedió que un sarraceno - movido a compasión -
les ofreció dinero para que pudieran proveerse del alimento necesario. Pero al
ver que se negaban a recibirlo pese a su gran pobreza—quedó altamente admirado.
Averiguando después que se habían hecho pobres voluntarios por amor a Cristo y
que no querían poseer dinero, sintió por ellos un afecto tan entrañable, que se
ofreció a suministrarles - en la medida de sus posibilidades - todo lo que les
fuera necesario.
04.7 ¡Oh inestimable preciosidad de la pobreza, por cuya maravillosa virtud la
bárbara fiereza de un alma sarracena se convirtió en tamaña dulzura de
conmiseración! Sería, por tanto, un horrendo y detestable crimen que un
cristiano llegase a pisotear esta noble margarita, cuando hasta un sarraceno la
exaltó con tan gran veneración.
04.8 En aquel tiempo se hallaba en un hospital próximo a Asís cierto religioso
de la Orden de los crucíferos llamado Morico. Sufría una enfermedad tan grave y
prolija, que los médicos pronosticaban muy inminente su desenlace final. Ante
esta situación apurada, el enfermo acudió suplicante al varón de Dios: envió un
emisario a Francisco para que le suplicara encarecidamente se dignase interceder
por él ante el Señor. Accedió benignamente el santo Padre a tal petición y,
después de haberse recogido en oración, tomó unas migas de pan, las mezcló con
aceite extraído de la lámpara que ardía junto al altar de la Virgen y envió este
mejunje al enfermo en propias manos de los hermanos, diciéndoles: Llevad a
nuestro hermano Morico esta medicina, por cuyo medio la fuerza de Cristo no sólo
le devolverá por completo la salud, sino que, convirtiéndolo en robusto
guerrero, le hará incorporarse para siempre en las filas de nuestra milicia.
04.8 Tan pronto como el enfermo gustó aquel antídoto, confeccionado por
inspiración del Espíritu Santo, se levantó del todo sano y con tal vigor de alma
y cuerpo, que, ingresando poco después en la Religión del santo varón, tuvo
fuerzas para llevar en ella una vida muy austera. En efecto, cubría su cuerpo
con una sola y corta túnica, debajo de la cual llevó por largo tiempo un cilicio
adosado a la carne; en la comida se contentaba exclusivamente con alimentos
crudos, es decir, con hierbas, legumbres y frutas; no probó durante muchos
lustros ni pan ni vino; y, no obstante, se conservó siempre sano y robusto.
04.9 Crecían también en méritos de una vida santa los pequeñuelos de Cristo, y
el olor de su buena fama - difundida por el mundo entero - atraía a multitud de
personas que venían de diversas partes con ilusión de ver personalmente al santo
Padre.
04.9 Entre éstos cabe destacar a un célebre compositor de canciones profanas que
en atención a sus méritos había sido coronado por el emperador, y era llamado
desde entonces "el rey de los versos". Se decidió, pues, a presentarse al siervo
de Dios, al despreciador de los devaneos mundanales; y lo encontró mientras se
hallaba predicando en un monasterio situado junto al castro de San Severino. De
pronto se hizo sentir sobre él la mano de Dios. En efecto, vio a Francisco
predicador de la cruz de Cristo, marcado, a modo de cruz, por dos espadas
transversales muy resplandecientes; una de ellas se extendía desde la cabeza
hasta los pies, la otra se alargaba desde una mano a otra, atravesando el pecho.
No conocía personalmente al siervo de Cristo, pero, cuando se le mostró de aquel
modo maravilloso, lo reconoció al instante.
04-9 Estupefacto ante tal visión, se propuso emprender una vida mejor.
Finalmente, compungido por la fuerza de la palabra de Francisco - como si le
hubiera atravesado la espada del espíritu que procedía de su boca - , renunció
por completo a las pompas del siglo y se unió al bienaventurado Padre,
profesando en su Orden. Y viéndolo el Santo perfectamente convertido de la vida
agitada del mundo a la paz de Cristo, lo llamó hermano Pacífico. Avanzando
después en toda santidad y antes de ser nombrado ministro en Francia - él fue el
primero que ejerció allí este cargo - , mereció ver de nuevo en la frente de
Francisco una gran tau, que, adornada con variedad de colores, embellecía su
rostro con admirable encanto.
04.9 Se ha de notar que el Santo veneraba con gran afecto dicho signo: lo
encomiaba frecuentemente en sus palabras y lo trazaba con su propia mano al pie
de las breves cartas que escribía, como si todo su cuidado se cifrara en grabar
el signo tau según el dicho profético - sobre las frentes de los hombres que
gimen y se duelen, convertidos de veras a Cristo Jesús.
04.10 Con el correr del tiempo fue aumentando el número de los hermanos, y el
solícito pastor comenzó a convocarlos a capítulo general en Santa María de los
Ángeles con el fin de asignar a cada uno - según la medida de la distribución
divina - la porción que la obediencia le señalara en el campo de la pobreza. Y
si bien había allí escasez de todo lo necesario y a pesar de que alguna vez se
juntaron más de cinco mil hermanos, con el auxilio de la divina gracia no les
faltó el suficiente alimento, les acompañó la salud corporal y rebosaban de
alegría espiritual.
04.10 En lo que se refiere a los capítulos provinciales, como quiera que
Francisco no podía asistir personalmente a ellos, procuraba estar presente en
espíritu mediante el solícito cuidado y atención que prestaba al régimen de la
Orden, con la insistencia de sus oraciones y la eficacia de su bendición, aunque
alguna vez - por maravillosa intervención del poder de Dios - apareció en forma
visible.
04.10 Así sucedió, en efecto, cuando en cierta ocasión el insigne predicador y
hoy preclaro confesor de Cristo Antonio predicaba a los hermanos en el capítulo
de Arlés acerca del título de la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos: un
hermano de probada virtud llamado Monaldo miró - por inspiración divina - hacia
la puerta de la sala del capítulo, y vio con sus ojos corporales al
bienaventurado Francisco, que, elevado en el aire y con las manos extendidas en
forma de cruz, bendecía a sus hermanos. Al mismo tiempo se sintieron todos
inundados de un consuelo espiritual tan intenso e insólito, que por iluminación
del Espíritu Santo tuvieron en su interior la certeza de que se trataba de una
verdadera presencia del santo Padre. Más tarde se comprobó la verdad del hecho
no sólo por los signos evidentes, sino también por el testimonio explícito del
mismo Santo.
04.10 Se puede creer, sin duda, que la omnipotencia divina que concedió en otro
tiempo al santo obispo Ambrosio la gracia de asistir al entierro del glorioso
Martín para que con su piadoso servicio venerase al santo pontífice concediera
también a su siervo Francisco poder estar presente a la predicación de su veraz
pregonero Antonio para aprobar la verdad de sus palabras, sobre todo en lo
referente a la cruz de Cristo, cuyo portavoz y servidor era.
04.11 Estando ya muy extendida la orden, quiso Francisco que el papa Honorio le
confirmara para siempre la forma de vida que había sido ya aprobada por su
antecesor el señor Inocencio. Se animó a llevar adelante dicho proyecto, gracias
a la siguiente inspiración que recibiera del Señor.
04.11 Parecíale que recogía del suelo unas finísimas migajas de pan que debía
repartir entre una multitud de hermanos suyos famélicos que le rodeaban.
Temeroso de que al distribuir tan tenues migajas se le deslizaran por las manos,
oyó una voz del cielo que le dijo: "Francisco, con todas las migajas haz una
hostia y dad de comer a los que quieran". Hízolo así, y sucedió que cuantos no
recibían devotamente aquel don o que lo menospreciaban después de haberlo
tomado, aparecían todos al instante visiblemente cubiertos de lepra.
04.11 A la mañana siguiente, el Santo dio cuenta de todo ello a sus compañeros,
doliéndose de no poder comprender el misterio encerrado en aquella visión. Pero,
perseverando en vigilante y devota oración, sintió al otro día esta voz venida
del cielo: "Francisco, las migajas de la pasada noche son las palabras del
Evangelio; la hostia representa a la Regla; la lepra, a la iniquidad".
04.11 Ahora bien, queriendo Francisco - según se le había mostrado en la visión
- redactar la Regla que iba a someter a la aprobación definitiva en forma más
compendiosa que la vigente, que era bastante profusa a causa de numerosas citas
del Evangelio, subió - guiado por el Espíritu Santo - a un monte con dos de sus
compañeros - y allí, entregado al ayuno, contentándose tan sólo :con pan y agua,
hizo escribir la Regla tal como el Espíritu divino se lo sugería en la oración.
04.11 Cuando bajó del monte, entregó dicha Regla a su vicario para que la
guardase; y al decirle éste, después de pocos días, que se había perdido por
descuido la Regla, el Santo volvió nuevamente al mencionado lugar solitario y la
recompuso en seguida de forma tan idéntica a la primera como si el Señor le
hubiera ido sugiriendo cada una de sus palabras. Después - de acuerdo con sus
deseos - obtuvo que la confirmara el susodicho señor papa Honorio en el octavo
año de su pontificado.
04.11 Cuando exhortaba fervorosamente a sus hermanos a la fiel observancia de la
Regla, les decía que en su contenido nada había puesto de su propia cosecha,
antes, por el contrario, la había hecho escribir toda ella según se lo había
revelado el mismo Señor. Y para que quedara una constancia más patente de ello
con el mismo testimonio divino, he aquí que, pasados unos pocos días, le fueron
impresas, por el dedo de Dios vivo, las llagas del Señor Jesús, como si fueran
una bula del sumo pontífice Cristo para plena confirmación de la Regla y
recomendación de su autor, según se dirá en su debido lugar después de narrar
las virtudes del Santo.
Capítulo V.
Austeridad de vida y consuelo que le daban las criaturas
05.1 Viendo el varón de Dios Francisco que eran muchos los que, a la luz de su
ejemplo, se animaban a llevar con ardiente entusiasmo la cruz de Cristo,
enardecíase también él mismo - como buen caudillo del ejército de Cristo - por
alcanzar la palma de la victoria mediante el ejercicio de las más excelsas y
heroicas virtudes.
05.1 Por eso tenía ante sus ojos las palabras del Apóstol: Los que son de Cristo
han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias. y con objeto de
llevar en su cuerpo la armadura de la cruz, era tan rigurosa la disciplina con
que reprimía los apetitos sensuales, que apenas tomaba lo estrictamente
necesario para el sustento de la naturaleza, pues decía que es difícil
satisfacer las necesidades corporales sin condescender con las inclinaciones de
los sentidos. De ahí que, cuando estaba bien de salud, rara vez tomaba alimentos
cocidos, y, Si los admitía, los mezclaba con ceniza o - como sucedía muchas
veces - los hacía insípidos añadiéndoles agua.
05.1 Y ¿qué decir del uso del vino, si apenas bebía agua en suficiente cantidad
cuando estaba abrasado de sed? Inventaba nuevos modos de abstinencia más
rigurosa y cada día adelantaba en su ejercicio. Y, aunque hubiese alcanzado ya
el ápice de la perfección, descubría siempre - como un perpetuo principiante -
nuevas formas para castigar y mortificar la liviandad de la carne.
05.1 Mas cuando salía afuera, por conformarse a la palabra del Evangelio, se
acomodaba en la calidad de los manjares a la gente que le hospedaba; pero tan
pronto como volvía a su retiro, reanudaba estrictamente su sobria abstinencia.
De este modo, siendo austero consigo mismo, humano para con los demás y fiel en
todo al Evangelio de Cristo, no sólo con la abstinencia, sino también con el
comer, daba a todos ejemplos de edificación.
05.1 La desnuda tierra servía ordinariamente de lecho a su cuerpecillo fatigado;
la mayoría de las veces dormía sentado, apoyando la cabeza en un madero o en una
piedra, cubierto con una corta y pobre túnica; y así servía al Señor en desnudez
y en frío.
05.2 Preguntáronle en cierta ocasión cómo podía defenderse con vestido tan
ligero de la aspereza del frío invernal, y respondió lleno de fervor de
espíritu: "Nos sería fácil soportar exteriormente este frío si en el interior
estuviéramos inflamados por el deseo de la patria celestial".
05.2 Aborrecía la molicie en el vestido, amaba su aspereza, asegurando que
precisamente por esto fue alabado Juan Bautista de labios del mismo Señor. Si
alguna vez notaba cierta suavidad en la túnica que se le había dado, le cosía
por dentro pequeñas cuerdas, pues decía que - según la palabra del que es la
verdad - no se ha de buscar la suavidad de los vestidos en las chozas de los
pobres, sino en los palacios de los príncipes. Ciertamente, había aprendido por
experiencia que los demonios sienten terror a la aspereza, y qué, en cambio, se
animan a tentar con mayor ímpetu cuantos viven en la molicie y entre delicias.
05.2 Así sucedió, en efecto, cierta noche en que, a causa de un fuerte dolor de
cabeza y de ojos, le pusieron de cabecera - fuera de costumbre - una almohada de
plumas. De pronto se introdujo en ella el demonio, quien de mil maneras le
inquietó hasta el amanecer, estorbándole en el ejercicio de la santa oración,
hasta que, llamando a su compañero, mandó que se llevara muy lejos de la celda
aquella almohada. Juntamente con el demonio. Pero, al salir de la celda el
hermano con dicha almohada, perdió las fuerzas y se vio privado del movimiento
de todos sus miembros, hasta tanto que a la voz del santo Padre, que conoció en
espíritu cuanto le sucedía, recobró por completo el primitivo vigor de alma y
cuerpo.
05.3 Riguroso en la disciplina, estaba en continua vigilancia sobre sí mismo,
prestando gran atención a conservar incólume la pureza del hombre interior y
exterior. De ahí que en los comienzos de su conversión se sumergía con
frecuencia durante el tiempo de invierno en una fosa llena de hielo, con el fin
de someter perfectamente a su imperio al enemigo que llevaba dentro y preservar
intacta del incendio de la voluptuosidad la cándida vestidura de la pureza.
Aseguraba que al hombre espiritual debe hacérsele incomparablemente más
llevadero sufrir un intenso frío en el cuerpo que sentir en el alma el más leve
ardor de la sensualidad de la carne.
05.4 Cuando una noche estaba entregado el Santo a la oración en una celdita del
eremitorio de Sarteano, le llamó su antiguo enemigo por tres veces, diciendo:
"¡Francisco, Francisco, Francisco!" Preguntóle el Santo qué quería, y prosiguió
el demonio muy astutamente: No hay pecador en el mundo que, si se arrepiente, no
reciba de Dios el perdón. Pero todo el que se mata a sí mismo con una cruel
penitencia, jamás hallará misericordia.
05.4 Al punto, el varón de Dios, iluminado de lo alto, conoció el engaño del
demonio, que pretendía sumirle en la flojedad y tibieza. Así lo puso de
manifiesto el siguiente suceso. En efecto, poco después de esto, por instigación
de aquel cuyo aliento hace arder a los carbones, fue acometido por una violenta
tentación carnal. Pero apenas sintió sus primeros atisbos este amante de la
castidad, se despojó del hábito y comenzó a flagelarse muy fuertemente con la
cuerda, diciendo: "¡Ea, hermano asno, así te conviene permanecer, así debes
aguantar los azotes! El hábito está destinado al servicio de la Religión y es
divisa de la santidad. No le es lícito a un hombre lujurioso apropiarse de él.
Pues, si quieres ir por otro camino, ¡vete!»
05.4 Además, movido por un admirable fervor de espíritu, abrió la puerta de la
celda, salió afuera al huerto y, desnudo como estaba, se sumergió en un montón
de nieve. Comenzó después a formar con sus manos llenas siete bolas o figuras de
nieve. Y, presentándoselas a sí mismo, hablaba de este modo a sus sentimientos
naturales: "Mira, esta figura mayor es tu mujer; estas otras cuatro son tus dos
hijos y tus dos hijas; las dos restantes, el criado y la criada que conviene
tengas para tu servicio. Ahora, pues, date prisa en vestirlos, que se están
muriendo de frío. Pero, si te resulta gravosa la múltiple preocupación por los
mismos, entrégate con toda solicitud a servir sólo a Dios". Al instante
desapareció vencido el tentador y el santo varón regresó victorioso a la celda;
pues si externamente padeció un frío tan atroz, en su interior se apagó de tal
suerte el ardor libidinoso, que en adelante no llegó a sentir nada semejante.
05.4 Un hermano, que entonces estaba haciendo oración, fue testigo ocular de
todo lo sucedido gracias al resplandor de la luna, en fase creciente. Enterado
de ello el varón de Dios, le reveló todo el proceso de la tentación, ordenándole
al mismo tiempo que mientras él viviera no revelase a nadie lo que había visto
aquella noche.
05.5 Enseñaba que no sólo se deben mortificar los vicios de la carne y frenar
sus incentivos, sino que también deben guardarse con suma vigilancia los
sentidos exteriores, por los que entra la muerte en el alma. Recomendaba evitar
con gran cautela las familiaridades, conversaciones y miradas de las mujeres,
que para muchos son ocasión de ruina, asegurando que a consecuencia de ello
suelen claudicar los espíritus débiles y quedan con frecuencia debilitados los
fuertes. Y añadía que el que trata con ellas - a excepción de algún hombre de
muy probada virtud - , difícilmente evitara su seducción, pues - según la
Escritura - es como caminar sobre brasas y no quemarse la planta de los pies.
05.5 Por eso, él mismo de tal suerte apartaba sus ojos para no ver la vanidad,
que manifestó en cierta ocasión a un compañero suyo que no reconocería casi a
ninguna mujer por las facciones de su rostro. Creía, en efecto, peligroso grabar
en la mente la imagen de sus formas, que fácilmente pueden reavivar la llama
libidinosa de la carne ya domada o también mancillar el brillo de un corazón
puro.
05.5 Afirmaba, de igual modo, .ser una frivolidad conversar con las mujeres,
excepto el caso de la confesión o de una brevísima instrucción referente a la
salvación y a una vida honesta. "¿Qué asuntos - decía - tendrá que tratar un
religioso con una mujer, si no es el caso de que ésta le pida la santa
penitencia o un consejo de vida más perfecta? A causa de una excesiva confianza,
uno se precave menos del enemigo; y, si éste consigue apoderarse de un solo
cabello del hombre, pronto lo convierte en una viga".
05.6 Enseñaba, asimismo, la necesidad de evitar a toda costa la ociosidad,
sentina de todos los malos pensamientos; y demostraba con su ejemplo cómo debe
domarse la carne rebelde y perezosa mediante una continua disciplina y una
actividad provechosa. De ahí que llamaba a su cuerpo con el nombre de hermano
asno, al que es preciso someterle a cargas pesadas, castigarlo con frecuentes
azotes y alimentarlo con vil pienso.
05.6 Si veía a alguno entregado a la ociosidad y vagabundeo, pretendiendo comer
a costa del trabajo de los demás, pensaba que se le debía llamar hermano mosca,
pues ese tal, que no hace nada bueno y estropea las obras buenas de los demás,
se convierte para todos en una persona vil y detestable. Por eso dijo en alguna
ocasión: Quiero que mis hermanos trabajen y se ejerciten en alguna ocupación, no
sea que, entregados a la ociosidad, sean arrastrados a deseos o conversaciones
malas.
05.6 Quería que sus hermanos observaran el silencio evangélico, es decir, que se
abstuvieran siempre solícitamente de toda palabra ociosa, teniendo conciencia de
que de ello se ha de rendir cuenta en el día del juicio. Y si encontraba a algún
hermano habituado a palabras inútiles, lo reprendía con acritud. Afirmaba que la
modesta taciturnidad guarda puro el corazón y es una virtud de no pequeña valía,
puesto que - como está escrito - la vida y la muerte están en poder de la
lengua, no tanto por razón del gusto como por ser el órgano de la palabra.
05.7 Y aunque el Santo animaba con todo su empeño a los hermanos a llevar una
vida austera, sin embargo, no era partidario de una severidad intransigente, que
no se reviste de entrañas de misericordia ni está sazonada con la sal de la
discreción. Prueba de ello es el siguiente hecho:
05.7 Cierta noche, un hermano - entregado en demasía al ayuno - se sintió
atormentado con un hambre tan terrible, que no podía hallar reposo alguno.
Dándose cuenta el piadoso pastor del peligro que acechaba a su ovejuela, llamó
al hermano, le puso delante unos manjares y - para evitarle toda posible
vergüenza - comenzó él mismo a comer primero, invitándole dulcemente a hacer
otro tanto. Depuso el hermano la vergüenza y tomó el alimento necesario,
sintiéndose muy confortado, porque, gracias a la circunspecta condescendencia
del pastor, había no sólo superado el desvanecimiento corporal, sino también
recibido no pequeño ejemplo de edificación.
05.7 A la mañana siguiente, el varón de Dios convocó a sus hermanos y les
refirió lo sucedido a la noche, añadiéndoles esta prudente amonestación:
"Hermanos, que os sirva de ejemplo en este caso no tanto el alimento como la
caridad". Les enseñó además a guardar la discreción, como reguladora que es de
las virtudes; pero no la discreción que sugiere la carne, sino la que enseñó
Cristo, cuya vida sacratísima consta que es un preclaro ejemplo de perfección.
05.8 Pero como quiera que al hombre, rodeado de la debilidad de la carne, no le
es posible seguir perfectamente al Cordero sin mancilla muerto en la cruz sin
que al mismo tiempo contraiga alguna mancha, aseguraba como verdad indiscutible
que cuantos se afanan por la vida de perfección deben todos los días purificarse
en el baño de las lágrimas. El mismo Francisco - aunque había ya conseguido una
admirable pureza de alma y cuerpo - , con todo, no cesaba de lavar
constantemente con copiosas lágrimas los ojos interiores, no importándole mucho
el menoscabo que a consecuencia de ello pudieran sufrir sus ojos corporales.
05.8 Y como hubiese contraído, por el continuo llanto, una gravísima enfermedad
de la vista, le advirtió el médico que se abstuviera de llorar, si no quería
quedar completamente ciego; mas el Santo le replicó: "Hermano médico, por mucho
que amemos la vista, que nos es común con las moscas, no se ha de desechar en lo
más mínimo la visita de la luz eterna, porque el espíritu no ha recibido el
beneficio de la luz por razón de la carne, sino la carne por causa del
espíritu". Prefería, en efecto, perder la luz de la vista corporal antes que
reprimir la devoción del espíritu y dejar de derramar lágrimas, con las que se
limpia el ojo interior para poder ver a Dios.
05.9 Ante el consejo de los médicos y las reiteradas instancias de los hermanos,
que le persuadían a someterse al cauterio, se doblegó humildemente el varón de
Dios, porque pensaba que dicha operación no sólo sería saludable para el cuerpo,
sino desagradable para la naturaleza.
05.9 Así, pues, llamaron al cirujano, el cual, tan pronto como vino, puso al
fuego el instrumento de hierro para realizar el cauterio. Mas el siervo de
Cristo, tratando de confortar su cuerpo, estremecido de horror, comenzó a hablar
así con el fuego, como si fuera un amigo suyo: "Mi querido hermano fuego, el
Altísimo te ha creado poderoso, bello y útil, comunicándote una deslumbrante
presencia que querrían para sí todas las otras criaturas. ¡Muéstrate propicio y
cortés conmigo en esta hora! Pido al gran Señor que te creó tempere en mí tu
calor, para que, quemándome suavemente, te pueda soportar".
05.9 Terminada esta oración, hizo la señal de la cruz sobre el instrumento de
hierro incandescente, y desde entonces se mantuvo valiente. Penetró a todo
crujir el hierro en aquella carne delicada, extendiéndose el cauterio desde el
oído hasta las cejas. El mismo Santo expresó del siguiente modo el dolor que le
había producido el fuego: Alabad al Altísimo - dijo a sus hermanos - , pues, a
decir verdad, no he sentido el ardor del fuego ni he sufrido dolor alguno en el
cuerpo. Y dirigiéndose al médico añadió: "Si no está bien quemada la carne,
repite de nuevo la operación". Al observar el médico la presencia, en aquel
cuerpo endeble, de una fuerza tan poderosa del espíritu, quedó profundamente
maravillado, y no pudo menos de manifestar que se trataba de un verdadero
milagro de Dios, diciendo: Os aseguro, hermanos, que hoy he visto maravillas.
05.9 Y como había llegado a tan alto grado de pureza que, en admirable armonía,
la carne se rendía al espíritu, y éste, a su vez, a Dios, sucedió por designio
divino que la criatura que sirve a su Hacedor se sometiera de modo tan
maravilloso a la voluntad e imperio del Santo.
05.10 En otra ocasión, el siervo de Dios se hallaba muy grave mente enfermo en
el eremitorio de San Urbano, y, sintiendo el desfallecimiento de la naturaleza,
pidió un vaso de vino. Al responderle que les era imposible acceder a su deseo,
puesto que no había allí ni una gota de vino, ordenó que se le trajera agua. Una
vez presentada, la bendijo haciendo sobre ella la señal de la cruz. De pronto,
lo que había sido pura agua, se convirtió en óptimo vino, y lo que no pudo
ofrecer la pobreza de aquel lugar desértico, lo obtuvo la pureza del santo
varón. Apenas gustó el vino, se recuperó con tan gran presteza, que la novedad
del sabor y la salud restablecida - fruto de una acción renovadora sobrenatural
en el agua y en el que la gustó - confirmaron con doble testimonio cuán
perfectamente estaba el Santo despojado del hombre viejo y revestido del nuevo.
05.11 Pero no sólo se sometían las criaturas a la voluntad del siervo de Dios,
sino que la misma providencia del Creador condescendía con sus deseos doquiera
que se encontrara.
05.11 Cierta vez, por ejemplo, en que estaba abrumado su cuerpo por la presencia
de tantas enfermedades, sintió vivos deseos de oír los acordes de algún
instrumento músico para alegrar su espíritu; y, pensando que no sería correcto
ni conveniente interviniera en ello alguna persona humana, he aquí que acudieron
los ángeles a brindarle este obsequio y satisfacer su ilusión. En efecto,
mientras estaba velando cierta noche, puesto el pensamiento en el Señor, de
repente oyó el sonido de una cítara de admirable armonía y melodía suavísima. No
se veía a nadie, pero las variadas tonalidades que percibía su oído insinuaban
la presencia de un citarista que iba y venía de un lado a otro. Fijo su espíritu
en Dios, fue tan grande la suavidad que sintió a través de aquella dulce y
armoniosa melodía, que se imaginó haber sido transportado al otro mundo.
05.11 No permaneció esto oculto a los más íntimos de sus compañeros, quienes
frecuentemente observaban, mediante indicios ciertos, que Francisco era visitado
por Dios con extraordinarias y frecuentes consolaciones en tal grado, que no las
podía ocultar del todo.
05.12 Sucedió también en otra ocasión que, viajando el varón de Dios con un
compañero suyo, con motivo de predicación, entre Lombardía y la Marca Trevisana,
junto al río Po, les sorprendió la espesa oscuridad de la noche. El camino que
debían recorrer era sumamente peligroso a causa de las tinieblas, el río y los
pantanos. Viéndose en tal situación apurada, dijo el compañero al Santo: Haz
oración, Padre, para que nos libremos de los peligros que nos acechan.
Respondióle el varón de Dios lleno de una gran confianza: Poderoso es Dios, si
place a su bondad, para disipar las sombrías tinieblas y derramar sobre nosotros
el don de la luz.
05.12 Apenas había terminado de decir estas palabras, cuando de pronto - por
intervención divina - comenzó a brillar en torno suyo una luz tan esplendente,
que, siendo oscura la misma noche en otras partes, al resplandor de aquella
claridad distinguían no sólo el camino sino también otras muchas cosas que
estaban a su alrededor. Guiados materialmente y reconfortados en el espíritu por
esta luz, después de haber recorrido gran trecho del camino entre cantos y
alabanzas divinas, llegaron por fin sanos y salvos al lugar de su hospedaje.
05.12 Pondera, pues, qué niveles tan maravillosos de pureza y de virtud alcanzó
este hombre, a cuyo imperio modera su ardor el fuego, el agua cambia de sabor,
las melodías angélicas le proporcionan consuelo y la luz divina le sirve de guía
en el camino. Todo ello parece indicar que la máquina entera del mundo estaba
puesta al servicio de los sentidos santificados de este varón santo.
Capítulo VI.
Humildad y obediencia del Santo y condescendencia de Dios a sus deseos
06.1 La humildad, guarda y decoro de todas las virtudes, llenó copiosamente el
alma del varón de Dios. En su opinión, se reputaba un pecador, cuando en
realidad era espejo y preclaro ejemplo de toda santidad. Sobre esta base trató
de levantar el edificio de su propia perfección, poniendo - cual sabio
arquitecto - el mismo fundamento que había aprendido de Cristo. Solía decir que
el hecho de descender el Hijo de Dios desde la altura del seno del Padre hasta
la bajeza de la condición humana tenía la finalidad de enseñarnos como Señor y
Maestro, mediante su ejemplo y doctrina la virtud de la humildad.
06.1 Por eso, como fiel discípulo de Cristo, procuraba envilecerse ante sus ojos
y en presencia de los demás, recordando el dicho del soberano Maestro: Lo que
los hombres tienen por sublime, es abominación ante Dios. Solía decir también
estas palabras: Lo que es el hombre delante de Dios, eso es, y no más .De ahí
que juzgara ser una necedad envanecerse con la aprobación del mundo, y, en
consecuencia, se alegraba en los oprobios y se entristecía en las alabanzas.
Prefería oír de sí más bien vituperios que elogios, consciente de que aquéllos
le impulsaban a enmendarse, mientras que éstos podían serle causa de ruina.
06.1 Y así, muchas veces, cuando la gente enaltecía los méritos de su santidad,
ordenaba a algún hermano que repitiese insistentemente a sus oídos palabras de
vilipendio en contra de las voces de alabanza. Y cuando el hermano - si bien muy
a pesar suyo - le llamaba rústico, mercenario, inculto e inútil, lleno de íntima
alegría, que se reflejaba en su rostro, le respondía: "Que el Señor te bendiga,
hijo carísimo, porque lo que dices es la pura verdad, y tales son las palabras
que debe oír el hijo de Pedro Bernardone".
06.2 Y, con objeto de hacerse despreciable a los ojos de los demás, no se
avergonzaba de manifestar ante todo el pueblo sus propios defectos en la
predicación.
06.2 Sucedió una vez que, abrumado por la enfermedad, tuvo que mitigar algo el
rigor de la abstinencia con el fin de recobrar la salud. Mas, apenas recobró un
tanto las fuerzas corporales, el verdadero despreciador de sí mismo, llevado por
el deseo de humillar su persona, se dijo: "No está bien que el pueblo me tenga
por penitente, cuando yo me refocilo ocultamente a base de carne". Levantóse,
pues, al instante, inflamado en el espíritu de la santa humildad, y convocado el
pueblo en la plaza de la ciudad en la iglesia catedral acompañado de muchos
hermanos que había llevado consigo. Iba con una soga atada al cuello y sin más
vestido que los calzones. En esa forma se hizo conducir, a la vista de todos, a
la piedra donde se solía colocar a los malhechores para ser castigados. Subido a
ella, no obstante ser víctima de fiebres cuartanas y de una gran debilidad
corporal y bajo la acción de un frío intenso, predicó con gran vigor de animo,
diciendo a los oyentes que no debían venerarle como a un hombre espiritual,
antes, por el contrario, todos deberían despreciarlo como a carnal y glotón.
06.2 Ante semejante espectáculo quedaron atónitos los congregados en la iglesia,
y como tenían bien comprobada la austeridad de su vida, devotos y compungidos,
proclamaban que tal humildad era digna, más bien, de ser admirada que imitada. Y
aunque este hecho, más que ejemplo, parece un portento parecido al que narra el
vaticinio profético, queda ahí como verdadero documento de perfecta humildad,
por el que todo seguidor de Cristo es instruido en la forma de despreciar los
honores y alabanzas efímeras, a reprimir la altanería y jactancia, a desechar la
mentira de una falsa hipocresía.
06.3 Solía realizar otras muchas acciones parecidas a ésta con objeto de
aparecer al exterior como un vaso de perdición; si bien en su interior poseía el
espíritu de una alta santidad. Procuraba esconder en lo más recóndito de su
pecho los bienes recibidos del Señor, no queriendo exponerlos a una gloria que
pudiera serle ocasión de ruina. De hecho, cuando con frecuencia era ensalzado
por muchos como santo, solía expresarse así: No me alabéis como si estuviera ya
seguro, que todavía puedo tener hijos e hijas. Nadie debe ser alabado mientras
es incierto su desenlace final.
06.3 De este modo respondía a los que lo elogiaban; hablando, empero, consigo
mismo, se decía: Francisco, si el Altísimo le hubiera concedido al ladrón más
perdido los beneficios que te ha hecho a ti, sin duda que sería mucho más
agradecido que tú. Repetía frecuentemente a sus hermanos la siguiente
consideración: Nadie debe complacerse con los falsos aplausos que le tributan
por cosas que puede realizar también un pecador. Este - decía - puede ayunar,
hacer oración, llorar sus pecados y macerar la propia carne. Una sola cosa está
fuera de su alcance: permanecer fiel a su Señor. Por tanto, hemos de cifrar
nuestra gloria en devolver al Señor su honor y en atribuirle a El - sirviéndole
con fidelidad - los dones que nos regala".
06.4 Con el fin de aprovechar de mil variadas formas y hacer meritorios todos
los momentos de la vida presente, este mercader evangélico prefirió ser súbdito
que presidir, obedecer antes que mandar. Por eso, al renunciar al oficio de
ministro general, pidió se le concediera Un guardián, a cuya voluntad estuviera
sujeto en todo. Aseguraba ser tan copiosos los frutos de la santa obediencia,
que cuantos someten el cuello a su yugo están en continuo aprovechamiento. De
ahí que acostumbraba prometer siempre obediencia al hermano que solía
acompañarle y la observaba fielmente.
06.4 A este respecto dijo en cierta ocasión a sus compañeros: Entre las gracias
que el bondadoso Señor se ha dignado concederme, una es la de estar dispuesto a
obedecer con la misma diligencia al novicio de una hora - si me fuere dado como
guardián - que al hermano más antiguo y discreto. El súbdito - añadía - no debe
mirar en su prelado tanto al hombre como a Aquel por cuyo amor se ha entregado a
la obediencia. Cuanto más despreciable es la persona que preside, tanto más
agradable a Dios es la humildad del que obedece.
06.4 Preguntáronle en cierta ocasión quién debía ser tenido, a su juicio, por
verdadero obediente, y él por toda respuesta les propuso como ejemplo la imagen
del cadáver: "Tomad - les dijo - un cadáver y colocadlo donde os plazca. Veréis
que no se opone si se le mueve, ni murmura por el sitio que se le asigna, ni
reclama si es que se le retira. Si lo colocáis sobre una cátedra, no mirará
arriba, sino abajo; si lo vestís de púrpura, doblemente se acentuará su palidez.
Así es - añadió - el verdadero obediente: no juzga por qué le trasladan de una
parte a otra; no se preocupa del lugar donde vaya a ser colocado ni insiste en
que se le cambie de sitio; si es promovido a un alto cargo, mantiene su habitual
humildad; cuanto más honrado se ve, tanto más indigno se siente".
06.5 Dijo una vez a su compañero: No me consideraría verdadero hermano menor si
no me encontrare en el estado de ánimo que te voy a describir. Figúrate que,
siendo yo prelado, voy a capítulo y en él predico y amonesto a mis hermanos, y
al fin de mis palabras éstos dicen contra mí: "No conviene que tú seas nuestro
prelado, pues eres un hombre sin letras, que no sabe hablar, idiota y simple".
Y, por último, me desechan ignominiosamente, vilipendiado de todos. Te digo que,
si no oyere estas injurias con idéntica serenidad de rostro, con igual alegría
de ánimo y con el mismo deseo de santidad que si se tratara de elogios dirigidos
a mi persona, no sería en modo alguno hermano menor". Y añadía: En la prelacía
acecha la ruina; en la alabanza, el precipicio; pero en la humildad del súbdito
es segura la ganancia del alma. ¿Por qué, pues, nos dejamos arrastrar más por
los peligros que por las ganancias, siendo así que se nos ha dado este tiempo
para merecer?"
06.5 De ahí que Francisco, ejemplo de humildad, quiso que sus hermanos se
llamaran menores, y los prelados de su Orden ministros, para usar la misma
nomenclatura del Evangelio, cuya observancia había prometido, y a fin de que con
tal hombre se percataran sus discípulos de que habían venido a la escuela de
Cristo humilde para aprender la humildad. En efecto, el maestro de la humildad,
Cristo Jesús, para formar a sus discípulos en la perfecta humildad, dijo: El que
quiera ser entre vosotros el mayor, sea vuestro servidor, y el que entre
vosotros quiera ser el primero, sea vuestro esclavo.
06.5 Un día, el señor Ostiense, protector y promotor principal de la Orden de
los Hermanos Menores, que más tarde, según le había predicho el Santo, fue
elevado a la categoría de sumo pontífice bajo el nombre de Gregorio IX, preguntó
a Francisco si le agradaba que fueran promovidos sus hermanos a las dignidades
eclesiásticas. Este le respondió: Señor, mis hermanos se llaman menores
precisamente para que no presuman hacerse mayores. Si queréis que den fruto en
la Iglesia de Dios, mantenedlos en el estado de su vocación y no permitáis en
modo alguno que sean ascendidos a las prelacías eclesiásticas.
06.6 Y como quiera que, tanto en sí como en todos sus súbditos, prefería
Francisco la humildad a los honores, Dios - que ama a los humildes - lo juzgaba
digno de los puestos más encumbrados, según le fue revelado en una visión
celestial a un hermano, varón de notable virtud y devoción. Iba dicho hermano
acompañando al Santo, y, al orar con él muy fervorosamente en una iglesia
abandonada, fue arrebatado en éxtasis, y vio en el cielo muchos tronos, y entre
ellos uno más relevante, adornado con piedras preciosas y todo resplandeciente
de gloria. Admirado de tal esplendor, comenzó a averiguar con ansiosa curiosidad
a quién correspondería ocupar dicho trono. En esto oyó una voz que le decía:
Este trono perteneció a uno de los ángeles caídos, y ahora estoy reservado para
el humilde Francisco.
06.6 Vuelto en sí de aquel éxtasis, siguió acompañando - como de costumbre - al
Santo, que había salido ya afuera. Prosiguieron el camino, hablando entre sí de
cosas de Dios; y aquel hermano, que no estaba olvidado de la visión tenida,
preguntó disimuladamente al Santo qué es lo que pensaba de sí mismo. El humilde
siervo de Cristo le hizo esta manifestación: "Me considero como el mayor de los
pecadores". Y como el hermano le replicase que en buena conciencia no podía
decir ni sentir tal cosa, añadió el Santo: "Si Cristo hubiera usado con el
criminal más desalmado la misericordia que ha tenido conmigo, estoy seguro que
éste le sería mucho más agradecido que yo".
06.6 Al escuchar una respuesta de tan admirable humildad, aquel hermano se
confirmó en la verdad de la visión que se le había mostrado y comprendió lo que
dice el santo Evangelio: que el verdadero humilde será enaltecido a una gloria
sublime, de la que es arrojado el soberbio.
06.7 En otra ocasión en que Francisco oraba en una iglesia desierta de Monte
Casale, en la provincia de Massa, conoció por inspiración divina que había allí
depositadas unas sagradas reliquias. Al advertir - no sin dolor - que dichas
reliquias habían permanecido por mucho tiempo privadas de la debida veneración,
mandó a sus hermanos que las trasladasen reverentemente a su propio lugar. Pero,
habiéndose ausentado de sus hijos por una causa apremiante, éstos olvidaron el
mandato del Padre, descuidando el mérito de la obediencia.
06.7 Mas un día en que quisieron celebrar los sagrados misterios, al remover el
mantel superior del altar, encontraron, con gran admiración, unos huesos muy
hermosos que exhalaban una fragancia suavísima, y contemplaron aquellas
reliquias, que habían sido llevadas allí no por mano humana, sino por una
poderosa intervención divina. Vuelto poco después el devoto varón de Dios,
comenzó a indagar diligente mente si se habían cumplido sus disposiciones
respecto a las reliquias. Confesaron humildemente los hermanos su culpa de haber
descuidado el cumplimiento de dicha obediencia, por lo cual obtuvieron el
perdón, juntamente con una penitencia. Y dijo el Santo: Bendito el Señor Dios
mío, que se dignó hacer por sí mismo lo que vosotros debíais haber hecho.
06.7 Considera atentamente el solícito cuidado que tiene la divina Providencia
respecto al polvo de nuestro cuerpo y reconoce, por otra parte, la excelencia de
la virtud del humilde Francisco ante los ojos de Dios, pues el Señor
condescendió con los deseos del Santo, a cuyos mandatos no se había sometido el
hombre.
06.8 Llegado un día a Imola, se presentó ante el obispo de la ciudad y
humildemente le suplicó le diera su beneplácito para convocar al pueblo y
predicarle la palabra de Dios. El obispo le respondió con aspereza: Me basto yo,
hermano, para predicar a mi pueblo. Inclinó la cabeza el verdadero humilde y
salió afuera; mas al poco tiempo volvió a entrar. Al verlo de nuevo en su
presencia, el obispo le preguntó, algo turbado, qué es lo que quería; a lo que
respondió Francisco con un corazón y un tono de voz que rezumaban humildad:
Señor, si un padre despide por una puerta a su hijo, éste debe volver a entrar
por otra.
06.8 Vencido por semejante humildad, el obispo, con una gran alegría que se
reflejaba en su rostro, le dio un abrazo, diciéndole: Tú y todos tus hermanos
tenéis en adelante licencia general para predicar en mi diócesis, pues bien se
merece esta concesión tu santa humildad.
06.9 Sucedió también que en cierta ocasión llegó Francisco a Arezzo cuando toda
la ciudad se hallaba agitada por unas luchas internas tan espantosas, que
amenazaban hundirla en una próxima ruina. Alojado en el suburbio, vio sobre la
ciudad unos demonios que daban brincos de alegría y azuzaban los ánimos
perturbados de los ciudadanos para lanzarse a matar unos a otros. Con el fin de
ahuyentar aquellas insidiosas potestades aéreas, envió delante de sí - como
mensajero - al hermano Silvestre, varón de colombina simplicidad, diciéndole:
Marcha a las puertas de la ciudad y, de parte de Dios omnipotente, manda a los
demonios, por santa obediencia, que salgan inmediatamente de allí.
06.9 Apresúrase el verdadero obediente a cumplir las órdenes del Padre, y,
prorrumpiendo en alabanzas ante la presencia del Señor, llegó a la puerta de la
ciudad y se puso a gritar con voz potente: "¡De parte de Dios omnipotente y por
mandato de su siervo Francisco, marchaos lejos de aquí, demonios todos!" Al
punto quedó apaciguada la ciudad, y sus habitantes, en medio de una gran
serenidad, volvieron a respetarse mutuamente en sus derechos cívicos. Expulsada,
pues, la furiosa soberbia de los demonios - que tenían como asediada la ciudad -
por intervención de la sabiduría de un pobre, es decir, de la humildad de
Francisco, tornó la paz y se salvó la ciudad. En efecto, por los méritos de sus
heroicas virtudes de humildad y obediencia había conseguido Francisco un dominio
tan grande sobre aquellos espíritus rebeldes y protervos, que le fue dado
reprimir su feroz arrogancia y desbaratar sus importunos y violentos asaltos.
06.10 Es cierto que los soberbios demonios huyen de las excelsas virtudes de los
humildes, fuera de aquellos casos en que la divina demencia permite que éstos
sean abofeteados para guarda de su humildad, como de sí mismo escribe el apóstol
Pablo, y Francisco llegó a probarlo por propia experiencia. Así sucedió, en
efecto, cuando fue invitado por el señor León, cardenal de la Santa Cruz, a
permanecer por algún tiempo consigo en Roma. El Santo condescendió humildemente
con sus deseos movido por la reverencia y amor que le profesaba. Mas he aquí que
la primera noche, cuando después de la oración quiso entregarse al descanso, se
presentaron los demonios en plan de atacar ferozmente al caballero de Cristo, al
que le azotaron tan duramente y por tan largo espacio de tiempo, que le dejaron
medio muerto.
06.10 Apenas huyeron los demonios, el Santo llamó a su compañero, a quien
refirió todo lo sucedido, y añadió después. Pienso, hermano, que el hecho de
haberme atacado tan cruelmente en esta ocasión los demonios - que nada pueden
hacer fuera de lo que la divina Providencia les permite - es una prueba de que
no causa buena impresión mi estancia en la curia de los grandes. Mis hermanos,
que moran en lugares pobrecillos, al enterarse de que estoy viviendo con los
cardenales, quizás vayan a sospechar que me ocupo de asuntos mundanos, que me
dejo llevar de los honores y que lo estoy pasando muy bien. Por lo cual, juzgo
ser mejor que el que está puesto para ejemplo de los demás huya de las curias y
viva humildemente entre los humildes en lugares humildes, para fortalecer el
ánimo de los que sufren penuria, compartiéndola también él mismo". Así que, a la
mañana siguiente, el Santo presenta humildemente sus excusas y se despide del
cardenal juntamente con su compañero.
06.11 Si grande era, en verdad, el aborrecimiento que el Santo tenía a la
soberbia, origen de todos los males, y a su pésima prole, la desobediencia, no
era menor el aprecio que sentía por la humildad y penitencia.
06.11 Sucedió una vez que le presentaron un hermano que había cometido alguna
falta contra la obediencia, a fin de que se le aplicara un justo castigo. Mas,
viendo el varón de Dios que aquel hermano daba señales evidentes de un sincero
arrepentimiento, en atención a su humildad, se sintió movido a perdonarle la
desobediencia. Con todo, para que la facilidad del perdón no se convirtiera para
otros en incentivo de transgresión, mandó que le quitasen al hermano la capucha
y la arrojasen al fuego, dando con ello a entender cuán grave castigo merece
toda falta de obediencia. Después que la capucha estuvo un tiempo en medio de
las llamas, ordenó que la sacaran del fuego y se la restituyesen al hermano
humildemente arrepentido. Y ¡oh prodigio! Sacaron la capucha de en medio de las
llamas, sin que se hallara en ella el menor rastro de quemadura. Con tan
singular milagro aprobaba el Señor la virtud y la humildad de la penitencia del
santo varón.
06.11 Es, pues, digna de ser imitada la humildad de Francisco, que ya en la
tierra consiguió la maravillosa prerrogativa de rendir al mismo Dios a sus
deseos, de cambiar la disposición afectiva de un hombre, de avasallar con su
mandato la protervia de los demonios y refrenar con un simple gesto de su
voluntad la voracidad de las llamas. Ciertamente, ésta es la virtud que exalta a
los que la poseen, y, al par que muestra a todos la reverencia debida, se hace
digna de que todos la honren.
Capítulo VII.
Amor a la pobreza y admirable solución en casos de penuria
07.1 Entre los diversos dones y carismas que obtuvo Francisco del generoso Dador
de todo bien, destaca, como una prerrogativa especial, el haber merecido crecer
en las riquezas de la simplicidad mediante su amor a la altísima pobreza.
07.1 Considerando el Santo que esta virtud había sido muy familiar al Hijo de
Dios y al verla ahora rechazada casi en todo el mundo, de tal modo se determinó
a desposarse I con ella mediante los lazos de un amor eterno, que por su causa
no sólo abandonó al padre y a la madre, sino que también se desprendió de todos
los bienes que pudiera poseer. No hubo nadie tan ávido de oro como él de la
pobreza, ni nadie fue jamás tan solícito en guardar un tesoro como él en
conservar esta margarita evangélica 3. Nada había que le alterase tanto como el
ver en sus hermanos algo que no estuviera del todo conforme con la pobreza. De
hecho, respecto a su persona, se consideró rico con una túnica, la cuerda y los
calzones desde el principio de la fundación de la Religión hasta su muerte y
vivió contento con eso sólo.
07.1 Frecuentemente evocaba - no sin lágrimas - la pobreza de Cristo Jesús y de
su madre; y como fruto de sus reflexiones afirmaba ser la pobreza la reina de
las virtudes, pues con tal prestancia había resplandecido en el Rey de los reyes
y en la Reina, su madre. Por eso, al preguntarle los hermanos en una reunión
cuál fuera la virtud con la que mejor se granjea la amistad de Cristo, respondió
como quien descubre un secreto de su corazón: "Sabed, hermanos, que la pobreza
es el camino especial de salvación, como que fomenta la humildad y es raíz de la
perfección, y sus frutos - aunque ocultos - son múltiples y variados. Esta
virtud es el tesoro escondido del campo evangélico; por cuya adquisición merece
la pena vender todas las cosas, y las que no pueden venderse han de estimarse
por nada en comparación con tal tesoro".
07.2 Decía también: "El que quiera llegar a la cumbre de esta virtud debe
renunciar no sólo a la prudencia del mundo, sino también en cierto sentido a la
pericia de las letras, a fin de que, expropiado de tal posesión, pueda
adentrarse en las obras del poder del Señor y entregarse desnudo en los brazos
del Crucificado, pues nadie abandona perfectamente el siglo mientras en el fondo
de su corazón se reserva para sí la bolsa de los propios afectos".
07.2 Cuando hablaba con sus hermanos acerca de la pobreza, que lo hacía a
menudo, les inculcaba aquellas palabras del Evangelio: La zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde
reclinar su cabeza. Por esta razón enseñaba a sus hermanos que las casas que
edificasen fueran humildes, al estilo de los pobres; que no las habitasen como
propietarios, sino como inquilinos, considerándose peregrinos y advenedizos,
pues constituye norma en los peregrinos - decía - ser alojados en casa ajena,
anhelar ardientemente la patria y pasar en paz de un lugar a otro.
07.2 A veces ordenaba derribar las casas edificadas o mandaba que las
abandonaran sus hermanos si en ellas observaba algo que - por razón de la
apropiación o de la suntuosidad - era contrario a la pobreza evangélica. Decía
que esta virtud es el fundamento de la Orden, sobre el cual se apoya
primordialmente toda la estructura de la Religión; pero, si se resquebrajara la
base de la pobreza, sería totalmente destruido el edificio de la Orden.
07.3 Por tanto, enseñaba - ilustrado por revelación que el ingreso en la santa
Religión debía comenzar dando cumplimiento a aquellas palabras del Evangelio: Si
quieres ser perfecto, anda, vende cuánto tienes y dalo a los pobres 13. De ahí
que no admitía en la Orden sino a los que se habían expropiado de todo y nada
retenían para sí, ya para observar la palabra del Evangelio, ya también para
evitar que los bienes reservados les sirvieran de piedra de escándalo.
07.3 Así procedió el verdadero patriarca de los pobres con uno que en la Marca
de Ancona le pidió ser recibido en la Orden. Si quieres unirte a los pobres de
Cristo - le dijo - , distribuye tus bienes entre los pobres del mundo. Al oír
esto, se fue el hombre, y, movido del amor carnal, repartió entre sus parientes
todos sus bienes, pero no dio nada a los pobres. Vuelto al santo varón, le
refirió lo que había hecho con sus bienes. En oyéndolo Francisco, le increpó con
áspera dureza, diciendo: Sigue tu camino, hermano mosca, porque todavía no has
salido de tu casa y de tu parentela. Repartiste tus bienes entre tus
consanguíneos, y has defraudado a los pobres; no eres digno de convivir con los
santos pobres. Has comenzado por la carne, y, por tanto, has puesto un
fundamento ruinoso al edificio espiritual".
07.3 Este hombre, que actuaba guiado por criterios naturales, volvió a los suyos
y recuperó sus bienes, que había rehusado dar a los pobres; y bien pronto
abandonó sus ideales de virtud.
07.4 En otra ocasión, en Santa María de la Porciúncula había tanta escasez, que
no se podía atender convenientemente - según lo exigía la necesidad - a los
hermanos huéspedes que llegaban. Acudió entonces el vicario al Santo, y,
alegándole la penuria de los hermanos, le pidió que permitiese reservar algo de
los bienes de los novicios que ingresaban para poder recurrir a dicho fondo en
caso de necesidad.
07.4 El Santo, que no ignoraba los designios divinos, le contestó: "Lejos de
nosotros, hermano carísimo, proceder infielmente contra la Regla por
condescender a cualquier hombre. Prefiero que despojes el altar de la gloriosa
Virgen, cuando lo requiera la necesidad, antes que faltar en lo más mínimo
contra el voto de pobreza y la observancia del Evangelio. Más le agradará a la
bienaventurada Virgen que, por observar perfectamente el consejo del santo
Evangelio, sea despojado su altar, que, conservándolo bien adornado, seamos
infieles al consejo de su Hijo, que hemos prometido guardar".
07.5 Pasaba una vez el varón de Dios con su compañero por la Pulla, cerca de
Bari, y encontraron en el camino una gran bolsa - llamada vulgarmente funda - ,
bien hinchada, por lo que parecía estar repleta de dinero. El compañero dio
cuenta de ello al pobrecillo de Cristo y le insistió en que se recogiera del
suelo la bolsa para entregar el dinero a los pobres. Rehusó el hombre de Dios
acceder a tales deseos, receloso de que en aquella bolsa pudiera esconderse
algún ardid diabólico y pensando que lo que le sugería el hermano no era cosa
meritoria, sino pecaminosa, porque era apoderarse de lo ajeno para dárselo a los
pobres. Se apartan del lugar, apresurándose a continuar el camino emprendido.
07.5 Mas no quedó tranquilo el hermano, engañado por una falsa piedad; incluso
echaba en cara al siervo de Dios su proceder, como que se despreocupaba de
socorrer la penuria de los pobres.
07.5 Consintió, al fin, el manso varón de Dios en volver al lugar, no
ciertamente para hacer la voluntad del hermano, sino para ponerle de manifiesto
el engaño diabólico. Vuelto, pues, al lugar donde estaba la bolsa con su
compañero y un joven que encontraron en el camino, vio primero y después mandó
al compañero que levantara la bolsa. Se llenó de temor y temblor el hermano,
como si ya presintiese al monstruo infernal. Con todo, impulsado por el mandato
de la santa obediencia, desechó toda duda y extendió la mano para recoger la
bolsa. De pronto salió de la bolsa un culebrón, que desapareció súbitamente
junto con la misma bolsa. De este modo le hizo ver al hermano el engaño
diabólico que estaba allí encerrado. Desenmascarada, pues, la falacia del astuto
enemigo, dijo el Santo a su compañero: "Hermano, para los siervos de Dios el
dinero no es sino un demonio y una culebra venenosa".
07.6 Después de esto, al trasladarse el Santo requerido por un asunto a la
ciudad de Siena, le sucedió un caso admirable. En una gran planicie que se
extiende entre Campillo y San Quirico le salieron al encuentro tres pobrecillas
mujeres del todo semejantes en la estatura, edad y facciones del rostro, las
cuales le brindaron un saludo muy original, diciéndole: "Bienvenida sea dama
Pobreza!"
07.6 Al oír tales palabras, llenóse de un gozo inefable el verdadero enamorado
de la pobreza, pues pensaba que no podía haber otra forma más halagüeña de
saludarse entre sí los hombres que la empleada por aquellas mujeres. Al
desaparecer rápidamente éstas, y considerando los compañeros de Francisco la
extraña novedad que en ellas se apreciaba por su semejanza, su forma de saludar,
su encuentro y desaparición, concluyeron - no sin razón - que todo aquello
encerraba algún misterio relacionado con el santo varón.
07.6 En efecto, aquellas tres pobrecillas mujeres de idéntico aspecto, con su
forma tan insólita de saludar y su desaparición tan repentina, parecían indicar
bien a las claras que en el varón de Dios resplandecía perfectamente y de igual
modo la hermosura de la perfección evangélica en lo que se refiere a la
castidad, obediencia y pobreza, aunque prefería gloriarse en el privilegio de la
pobreza, a la que solía llamar con el nombre unas veces de madre; otras, de
esposa, así como, de señora.
07.6 En esta virtud deseaba sobrepujar a todos el que por ella había aprendido a
considerarse inferior a los demás. Por esto, si alguna vez le sucedía
encontrarse con una persona más pobre que él en su porte exterior, al instante
se reprochaba a sí mismo, animándose a igualarla, como si al luchar en esta
emulación temiera ser vencido en el combate. Le sucedió efectivamente
encontrarse en el camino con un pobre, y, al ver su desnudez, se sintió
compungido en el corazón, y con acento lastimoso dijo a su compañero: Gran
vergüenza debe causarnos la indigencia de este pobre. Nosotros hemos escogido la
pobreza como nuestra más preciada riqueza, y he aquí que en éste resplandece más
que en nosotros.
07.7 Por amor a la santa pobreza, el siervo de Dios omnipotente tomaba más a
gusto las limosnas mendigadas de puerta en puerta que las ofrecidas
espontáneamente. Por eso si, invitado alguna vez por grandes personajes, iba a
ser obsequiado con una mesa rica y abundante, primero mendigaba por las casas
vecinas algunos mendrugos de pan, y, enriquecido así con tal indigencia, se
sentaba a la mesa.
07.7 Habiendo procedido de esta manera en una ocasión en que fue convidado por
el señor Ostiense, que distinguía al pobre de Cristo con un afecto especial,
quejósele el obispo por la injuria hecha a su honor, pues, siendo huésped suyo,
había ido a pedir limosna. Pero el siervo de Dios le repuso: Gran honor os he
tributado, señor mío, al honrar a otro Señor más excelso. En efecto, el Señor se
complace en la pobreza; máxime en aquella que, por amor a Cristo, se manifiesta
en la voluntaria mendicidad. No quiero cambiar por la posesión de las falsas
riquezas, que os han sido concedidas para poco tiempo, aquella dignidad real que
asumió el Señor Jesús, haciéndose pobre por nosotros a fin de enriquecernos con
su pobreza y constituir a los verdaderos pobres de espíritu en reyes y herederos
del reino de los cielos".
07.8 Cuando a veces exhortaba a sus hermanos a pedir limosna, les hablaba así:
Id, porque en estos últimos tiempos los hermanos menores han sido dados al mundo
para que los elegidos cumplan con ellos las obras por las que serán elogiados
por el Juez, escuchando estas dulcísimas palabras: Cuanto hicisteis a uno de
estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis". Por eso afirmaba que
debía ser muy gozoso mendigar con el título de hermanos menores, ya que el
maestro de la verdad evangélica expresó tan claramente dicho título al hablar de
la retribución de los justos.
07.8 Aun en las fiestas importantes, si es que se le presentaba la oportunidad,
solía salir a mendigar, pues aseguraba que entonces se cumplía en los santos
pobres aquel dicho profético: El hombre comió pan de ángeles. De hecho, afirmaba
ser verdadero pan angélico aquel que, pedido por amor de Dios y donado por su
amor mediante la inspiración de los bienaventurados ángeles, recoge de puerta en
puerta la santa pobreza.
07.9 Hallábase una vez en la solemnidad de Pascua en un eremitorio tan separado
de todo consorcio humano, que difícilmente podía ir a mendigar, y, recordando a
Aquel que ese mismo día se apareció en traje de peregrino a los discípulos que
iban de camino a Emaús, también él como peregrino y pobre comenzó a pedir
limosna a sus hermanos. Y, habiéndola recibido humildemente, los instruyó en las
Sagradas Escrituras, animándoles a pasar como peregrinos y advenedizos por el
desierto de este mundo y a celebrar continuamente en pobreza de espíritu, como
verdaderos hebreos, la Pascua del Señor, esto es, el paso de este mundo al
Padre, y como a pedir limosna no le movía la ambición del lucro, sino la
libertad de espíritu, por eso, Dios, Padre de los pobres, parecía tener de él un
cuidado especial.
07.10 Habiéndose enfermado gravemente el siervo del Señor en Nocera, fue
trasladado a Asís por ilustres embajadores, enviados expresamente por la
devoción del pueblo asisiense. De camino a Asís, llegaron a un pueblo pobrecito
llamado Satriano, donde, apremiados por el hambre y por ser ya hora de comer,
fueron a comprar alimentos; pero, no habiendo nadie que los vendiese, regresaron
de vacío.
07.10 Entonces les dijo el Santo: "No habéis encontrado nada porque confiáis más
en vuestras moscas que en Dios. - Llamaba moscas a los dineros - . Pero volved -
añadió - por las casas que habéis recorrido, y, ofreciéndoles por precio el amor
de Dios, pedid humildemente limosna. Y no juzguéis, llevados de una falsa
apreciación, que esto sea algo vil o vergonzoso, porque, después del pecado, el
gran Limosnero, con generosa misericordia, reparte todos los bienes como limosna
tanto a dignos como a indignos. Deponen la vergüenza aquellos caballeros y piden
espontánea mente limosna, consiguiendo, por amor de Dios, mucho más de lo que
hubieran podido comprar con dineros. Efectivamente, los pobres habitantes de
aquel poblado, tocados en su corazón por moción divina, no sólo les ofrecieron
sus cosas, sino que se pusieron generosamente a disposición de ellos. Y así
resultó que la necesidad que no pudo ser remediada por el dinero, la solucionara
la opulenta pobreza de Francisco.
07.11 Durante un tiempo en que yacía enfermo en un eremitorio cercano a Rieti,
le visitaba frecuentemente un médico que le prestaba sus servicios. No pudiendo
el pobre de Cristo pagarle sus trabajos con una condigna recompensa, Dios -
liberalísimo - en lugar del pobrecillo vino a compensar esos piadosos servicios
- para que no quedaran sin una presente remuneración - con el siguiente singular
beneficio.
07.11 Acababa de construir el médico una casa de nueva planta, gastando en ello
todos sus ahorros, y he aquí que aparecieron en sus paredes unas profundas
grietas que se extendían de arriba abajo" amenazando una ruina tan inminente,
que no se veía ningún medio humano que pudiera evitar su caída. Pero, confiando
plenamente en los méritos del Santo, pidió a sus compañeros, con gran fe y
devoción, el favor de darle algo que hubiese tocado con sus manos el varón de
Dios. Tras reiteradas instancias, pudo obtener un poco del cabello de Francisco,
que él mismo colocó al atardecer en una de las grietas de la pared. Al
levantarse a la mañana siguiente, comprobó que se había cerrado tan estrecha y
fuertemente la grieta, que no pudo extraer las reliquias que había depositado ni
encontrar rastro alguno de la anterior hendidura. Y sucedió esto así para que
quien había cuidado tan diligentemente del ruinoso cuerpecillo del siervo de
Dios se librara del peligro de ruina que amenazaba su propia casa.
07.12 Quiso en otra ocasión el varón de Dios trasladarse a un eremitorio para
dedicarse allí más libremente a la contemplación; pero, como estaba muy débil,
se hizo llevar en el asnillo de un pobre campesino. Era un día caluroso de
verano. El hombre subía a la montaña siguiendo al siervo de Cristo, y, cansado
por la áspera y larga caminata, se sintió desfallecer por una sed abrazadora. En
esto comenzó a gritar insistentemente detrás del Santo:
07.12 "Eh, que me muero de sed, me muero si inmediatamente no tomo para
refrigerio algo de beber!" Sin tardanza, se apeó del jumentillo el hombre de
Dios, e, hincadas las rodillas en tierra y alzadas las manos al cielo, no cesó
de orar hasta que comprendió haber sido escuchado. Acabada la oración, dijo al
hombre: "Corre a aquella roca y encontrarás allí agua viva, que Cristo en este
momento ha sacado misericordiosamente de la piedra para que bebas".
07.12 ¡Estupenda dignación de Dios, que condesciende tan fácilmente con los
deseos de sus siervos! Bebió el hombre sediento del agua brotada de la piedra en
virtud de la oración del Santo y extrajo el líquido de una roca durísima. No
hubo allí antes ninguna corriente de agua; ni, por mas diligencias que se han
hecho, se ha podido encontrar posteriormente.
07.13 Como más adelante, en su debido lugar 33, se hará mención de cómo Cristo,
en atención a los méritos de su pobrecillo, multiplicó los alimentos durante una
travesía por el mar, bástenos ahora recordar tan sólo que, gracias a una pequeña
limosna que le habían entregado, pudo librar por espacio de muchos días a los
que navegaban con él del peligro del hambre y de la muerte. Bien puede deducirse
de estos hechos que, así como el siervo de Dios todopoderoso fue semejante a
Moisés en sacar agua de la piedra, así se pareció también a Eliseo en la
multiplicación de los alimentos.
07.13 Que desechen, pues, los pobres de Cristo toda suerte de desconfianza.
Porque si la pobreza de Francisco fue de una suficiencia tan copiosa que su
admirable virtud vino a socorrer las necesidades que se presentaban, de modo que
no faltó ni comida, ni bebida, ni casa cuando fallaron los poderes del dinero,
de la inteligencia y de la naturaleza, ¿con cuánta más razón obtendrá todo
aquello que comúnmente se concede en el orden habitual de la divina Providencia?
Pues si una árida roca - repito - , a la voz del pobrecillo, proporcionó agua
abundante a aquel campesino sediento, ninguna criatura negará ya su obsequio a
los que han dejado todo por el Autor de todas las cosas.
PARTE SEGUNDA
Capítulo VIII.
Sentimiento de piedad del Santo y devoción que sentían hacia él los seres
irracionales
08.1 La verdadera piedad, que, según el Apóstol, es útil para todo de tal modo
había llenado el corazón y penetrado las entrañas de Francisco, que parecía
haber reducido enteramente a su dominio al varón de Dios. Esta piedad es la que
por la devoción le remontaba hasta Dios; por la compasión, le transformaba en
Cristo; por la condescendencia, lo inclinaba hacia el prójimo, y por la
reconciliación universal con cada una de las criaturas, lo retornaba al estado
de inocencia.
08.1 Sin duda, la piedad lo inclinaba afectuosamente hacia todas las criaturas,
pero de un modo especial hacia las almas, redimidas con la sangre preciosa de
Cristo Jesús. En efecto, cuando las veía sumergidas en alguna mancha de pecado,
lo deploraba con tan tierna conmiseración, que bien podía decirse que, como una
madre, las engendraba diariamente en Cristo.
08.1 Esta era la causa principal de su veneración por los ministros de la
palabra de Dios, porque ellos - mediante la conversión de los pecadores -
suscitan con piadosa solicitud la descendencia a su hermano difunto, es decir, a
Cristo, crucificado por los mismos pecadores, y con solícita piedad gobiernan
dicha descendencia. Afirmaba que este oficio de misericordia es más acepto al
Padre de las misericordias que cualquier otro sacrificio, sobre todo si se
cumple con espíritu de perfecta caridad, de suerte que este trabajo se realice
más con el ejemplo que con la palabra, más con plegarias bañadas de lágrimas que
con largos discursos.
08.2 Por eso decía que es lamentable, como falto de verdadera piedad, el
predicador que en su oficio no busca la salvación de las almas, sino su propia
alabanza, o que con su vida depravada destruye lo que edifica con la verdad de
su doctrina. Y añadía que a tal predicador se debe preferir el hermano sencillo
y sin elocuencia, que con su buen ejemplo arrastra a los demás a la práctica del
bien. Aducía para ello las palabras de la Escritura: La estéril dio a luz muchos
hijos, y las explicaba así: La estéril es el hermano pobrecillo que en la
Iglesia no tiene cargo de engendrar hijos; pero dará a luz numerosos hijos en el
día del juicio, pues los que ahora convierte para Cristo con sus oraciones
privadas, se los imputará entonces el Juez para su gloria. En cambio, la que
tiene muchos hijos quedará baldía, es decir el predicador vano y locuaz, que
ahora se goza como de haber engendrado él mismo muchos hijos, conocerá entonces
que no tuvo arte ni parte en su alumbramiento.
08.3 Como quiera que deseaba con entrañable piedad la salvación de las almas y
sentía por ellas un ardiente celo, decía que se , llenaba de suavísima fragancia
cual si se le ungiera con un precioso ungüento cuando oía que muchos se
convertían al camino de la verdad gracias a la odorífera fama de los santos
hermanos diseminados por el mundo. Al oír tales noticias, se embriagaba de
alegría su espíritu y colmaba de bendiciones dignísimas de toda estimación a
aquellos hermanos que con su palabra o ejemplo inducían a los pecadores a amar a
Cristo.
08.3 Por el contrario, todos aquellos que con sus malas obras mancillaban la
sagrada Religión, incurrían en la gravísima sentencia de su maldición: De ti,
santísimo Señor - decía - , y de toda la corte celestial, y de mí, pobrecillo,
sean malditos los que con su mal ejemplo confunden y destruyen lo que por los
santos hermanos de esta Orden edificaste y no cesas de edificar.
08.3 Tan grande era la tristeza que con frecuencia sentía al comprobar el
escándalo de la gente sencilla, que se creía morir, de no ser confortado por la
consolación de la divina demencia. En cierta ocasión en que, turbado por los
malos ejemplos, rogaba con angustia al Padre misericordioso en favor de sus
hijos, recibió esta contestación del Señor: "Por qué te turbas, pobre
hombrecillo? ¿Por ventura te he constituido pastor sobre mi Religión de modo que
ignores que soy yo su principal protector? Te he escogido a ti, hombre simple,
para esta obra, a fin de que todo lo que hiciere en ti, no se atribuya a humana
industria, sino a la gracia divina. Yo te llamé, te guardaré y te alimentaré; y
si algunos hermanos apostataren, los sustituiré por otros, de suerte que, si no
hubiesen nacido todavía, los haré nacer; y por más recios e fueran los ataques
con que sea sacudida esta pobrecilla Religión, permanecerá siempre en pie
gracias a mi protección".
08.4 Aborrecía - cual .si fuera mordedura de serpiente venenosa - el vicio de la
detracción, enemigo de la fuente de piedad y de gracia, y afirmaba ser una peste
atrocísima y abominable a Dios, sumamente piadoso, por razón de que el detractor
se alimenta con la sangre de las almas, a las que mata con la espada de la
lengua.
08.4 Al oír en cierta ocasión a un hermano que denigraba la fama de otro,
volviéndose a su vicario, le dijo: "Levántate con toda presteza e investiga
diligentemente el asunto, y, si descubres que es inocente el hermano acusado,
corrige severamente al acusador y ponlo al descubierto delante de todos!" E
incluso pensaba a veces que quien privaba a su hermano del honor de la fama,
merecía ser despojado del hábito, y que no era digno de elevar los ojos a Dios
si antes no hacía lo posible para devolver lo robado. "Tanto mayor es - decía -
la impiedad de los detractores que la de los ladrones, en cuanto que la ley de
Cristo, que se cumple con las obras de piedad, nos obliga a desear más la salud
de las almas que la de los cuerpos.
08.5 Admirable era la ternura de compasión con que socorría a los que estaban
afligidos de cualquier dolencia corporal; y si en alguno veía una carencia o
necesidad, llevado de la dulzura de su piadoso corazón, lo refería a Cristo
mismo. Y en verdad poseía una natural demencia, que se duplicaba con la piedad
de Cristo, que se le había copiosamente infundido. De ahí que su alma se
derretía de compasión a vista de los pobres y enfermos, y a quienes no podía
echarles una mano, les ofrecía su cordial afecto.
08.5 Sucedió una vez que uno de los hermanos respondió con cierta dureza a un
pobre que importunamente pedía limosna. Al enterarse de ello el piadoso amigo de
los pobres, mandó al hermano que, despojado de su hábito, se postrara a los pies
de aquel pobre, confesase su culpa y le pidiese el perdón y el sufragio de sus
oraciones. Habiendo cumplido humildemente el hermano dicha orden, añadió con
dulzura el Padre: "Cuando veas a un pobre, querido hermano, piensa que en él se
te propone, como en un espejo, la persona del Señor y de su Madre, pobre. Del
mismo modo, al ver a los enfermos, considera las dolencias que él cargó sobre
Si".
08.5 Y como este pobre muy cristiano veía en cada menesteroso la imagen misma de
Cristo, resultaba que, si alguna vez le daban cosas necesarias para la vida, no
sólo las entregaba generosamente a los pobres que le salían al paso, sino que
incluso juzgaba que debían serles devueltas, como si fueran de su propiedad. Al
volver en cierta ocasión de la ciudad de Siena, llevando por razón de enfermedad
vestido sobre el hábito un corto manto, se encontró con un pordiosero. Viendo
con ojos compasivos su miseria, dijo al compañero: "Es menester que le
devolvamos a este pobrecillo el manto, porque es suyo, pues lo hemos recibido
prestado hasta tanto no encontráramos otra persona más pobre".
08.5 Pero el compañero, viendo la necesidad en que se encontraba el piadoso
Padre, se oponía tenazmente a que socorriera al pobre, descuidándose de sí
mismo. El Santo, empero, le contestó: Creo que el gran Limosnero me imputaría
como verdadero robo si no entregara el manto que llevo a una persona más
necesitada que yo. Por esta causa, cuando le daban algo para alivio de las
necesidades de su cuerpo, solía pedir licencia a los donantes para poder
distribuirlo lícitamente, si es que se le presentaba otro más necesitado que él.
Y cuando se trataba de hacer una obra de misericordia, no perdonaba nada: ni
mantos, ni túnicas, ni libros, ni siquiera ornamentos del altar, hasta llegar a
entregar todas estas cosas, en la medida de sus posibilidades, a los pobres.
08.5 Muchas veces, al encontrarse en el camino con pobres abrumados con pesadas
cargas, arrimaba sus débiles hombros para aligerarles el peso.
08.6 La piedad del Santo se llenaba de una mayor terneza cuando consideraba el
primer y común origen de todos los seres, y llamaba a las criaturas todas - por
más pequeñas que fueran - con los nombres de hermano o hermana, pues sabía que
todas ellas tenían con el un mismo principio. Pero profesaba un afecto más dulce
y entrañable a aquellas criaturas que por su semejanza natural reflejan la
mansedumbre de Cristo y queda constancia de ello en la Escritura. Muchas veces
rescató corderos que eran llevados al matadero, recordando al mansísimo Cordero,
que quiso ser conducido a la muerte para redimir a los pecadores.
08.6 Hospedándose en cierta ocasión el siervo de Dios en el monasterio de San
Verecundo, del obispado de Gubbio, sucedió que aquella misma noche una ovejita
parió un corderillo. Había allí una cerda ferocísima que, sin ninguna compasión
de la vida del inocente animalito, lo mató de una salvaje dentellada. Enterado
de ello el piadoso Padre, se sintió estremecido por una extraordinaria
conmiseración, y, recordando al Cordero sin mancha, se lamentaba delante de
todos por la muerte del corderillo, exclamando: "¡Ay de mí, hermano corderillo,
animal inocente, que representas a Cristo entre los hombres; maldita sea la
impía que te mató; que ningún hombre ni bestia se aproveche de su carne!" ¡Cosa
admirable! Al instante comenzó a enfermar la cerda maléfica, y, después de haber
pagado su acción con penosos sufrimientos durante tres días, terminó por
sucumbir al filo de la muerte vengadora. Arrojada en la fosa del monasterio,
permaneció allí largo tiempo, sin que a ningún hambriento sirviera de comida.
08.6 Considere, pues, la impiedad humana de qué forma será al fin castigada,
cuando con una muerte tan horrenda fue sancionada la ferocidad de una bestia;
reflexionen también los fieles devotos con qué admirable virtud y copiosa
dulzura estuvo adornada la piedad del siervo de Dios, que mereció incluso que
los animales la reconocieran a su modo.
08.7 Mientras iba de camino, junto a la ciudad de Siena, encontró pastando un
gran rebaño de ovejas. Las saludó afectuosamente como de costumbre, y todas,
dejando el pasto, corrieron hacia Francisco, y alzando sus cabezas, quedaron con
los ojos fijos en él. Lo rodearon con tal ruidoso agasajo, que estaban admirados
tanto los pastores como los hermanos al ver brincando de regocijo en torno al
Santo no sólo los corderillos, sino hasta los mismos carneros.
08.7 En otra ocasión, en Santa María de la Porciúncula ofrecieron al varón de
Dios una oveja, que aceptó muy complacido por su amor a la inocencia y
sencillez, que naturalmente representa la oveja. Exhortaba el piadoso varón a la
ovejita a que atendiera a alabanzas divinas y se abstuviera de ocasionar la
menor molestia a los hermanos. Y la oveja, como si se diese cuenta de la piedad
del varón de Dios, guardaba puntualmente sus advertencias. Pues, cuando oía
cantar a los hermanos en el coro, también ella entraba en la iglesia y, sin que
nadie la hubiese amaestrado, doblaba sus rodillas y emitía un suave balido ante
el altar de la Virgen, Madre del Cordero, como si tratara de saludarla. Más aún,
cuando dentro de la misa llegaba el momento de la elevación del sacratísimo
cuerpo de Cristo, se encorvaba doblando las rodillas, como si el reverente
animal reprendiese la irreverencia de los indevotos e invitase a los devotos de
Cristo a venerar el sacramento del altar.
08.7 Durante un tiempo, llevado de la devoción que sentía por el mansísimo
Cordero, tuvo consigo en Roma un corderillo, que entregó, para que lo cuidara en
su apartamento, a una noble matrona: a la señora Jacoba de Settesoli. El
cordero, como si estuviera aleccionado por el Santo en las cosas espirituales,
no se apartaba de la compañía de la señora lo mismo cuando iba a la iglesia que
cuando permanecía en ella o volvía a casa. Si sucedía que a la mañana tardaba la
señora en levantarse, incorporándose junto al lecho, la empujaba con sus
cuernecillos y la despertaba con sus balidos, exhortándola con sus gestos y
movimientos a darse prisa para ir a la iglesia. Por lo cual, el cordero -
discípulo de Francisco y convertido ya en maestro de vida devota - era guardado
por la dama con admiración y afecto.
08.8 En otra ocasión le ofrecieron en Greccio un lebratillo vivo, el cual,
dejado en el suelo con posibilidad de ir a donde quisiera, nada más sentir la
llamada del piadoso Padre, dio un brinco y corrió a refugiarse en su regazo. Y
acariciándolo tiernamente, se parecía a una madre compasiva y amorosa. Le
advirtió con dulces palabras que en lo sucesivo no se dejara cazar y lo soltó
para que se marchara libremente. Pero, aunque repetidas veces fue puesto en
tierra para que escapara, siempre retornaba al regazo del Padre, como si por un
secreto instinto percibiera el amor bondadoso de su corazón. Al fin, por orden
del Padre, lo llevaron los hermanos a un lugar más seguro y solitario.
08.8 De modo parecido, en la isla del lago de Perusa le ofrecieron al varón de
Dios un conejo que había sido cazado, el cual, a pesar de que huía de todos, se
refugió confiadamente en las manos y en el regazo de Francisco. En otra ocasión
en que se dirigía presuroso por el lago de Rieti hacia el eremitorio de Greccio,
un pescador - llevado de su veneración al Santo - le ofreció un ave acuática. La
recibió con agrado, y, abriendo las manos, la invitó a que se fuera. Pero, al no
querer marcharse la avecilla, el Santo permaneció largo rato en oración con los
ojos fijos en el cielo, y cuando volvió en sí, como quien retorna de la lejanía
después de mucho tiempo, mandó dulce y repetidamente a la avecilla que se
alejase y continuase alabando al Señor. Recibió la bendición y licencia del
Santo, y, dando muestras de alegría con los movimientos de su cuerpo, remontó el
vuelo.
08.8 En el mismo lago le ofrecieron, igualmente, un gran pez vivo, al que,
después de haberle llamado - como de costumbre - con el nombre de hermano, puso
en el agua junto a la barca. El pez jugueteaba en el agua delante del varón de
Dios; diríase que se sentía atraído por su amor; no se apartaba un punto de la
barca, hasta tanto que con su bendición le dio licencia para marcharse.
08.9 Viajaba otro día con un hermano por las lagunas de Venecia, cuando se
encontró con una gran bandada de aves que, subidas a las enramadas, entonaban
animados gorjeos. Al verlas dijo a su compañero: Las hermanas aves alaban a su
Creador. Pongámonos en medio de ellas y cantemos también nosotros al Señor,
recitando sus alabanzas y las horas canónicas.
08.9 Y, adentrándose entre las avecillas, éstas no se movieron de su sitio. Pero
como, a causa de la algarabía que armaban, no podían oírse uno a otro en la
recitación de las horas, el Santo varón se volvió a ellas para decirles:
Hermanas avecillas, cesad en vuestros cantos mientras tributamos al Señor las
debidas alabanzas. Inmediatamente callaron las aves, permaneciendo en silencio
hasta tanto que, recitadas sosegadamente las horas y concluidas las alabanzas,
recibieron del santo de Dios licencia para cantar. Y así reanudaron al instante
sus acostumbrados trinos y gorjeos.
08.9 En Santa María de la Porciúncula se había instalado una cigarra sobre una
higuera cercana a la celda del varón de Dios, y desde allí daba sus conciertos.
El siervo de Dios, que había aprendido a admirar, aun en las cosas pequeñas, la
magnificencia del Creador, se sentía movido con aquel canto a alabar más
frecuentemente al Señor. Un día llamó Francisco a la cigarra, y ésta, como
amaestrada por el cielo, voló a sus manos. Al decirle: !Canta, mi hermana
cigarra, y alaba jubilosamente al Señor!, ella - obediente - comenzó en seguida
a cantar, y no cesó de hacerlo hasta que, por mandato del Padre, remontó el
vuelo hacia su lugar propio. Permaneció allí durante ocho días, cumpliendo
diariamente la orden de venir a sus manos, de cantar y volver a la higuera. Por
fin, el varón de Dios dijo a sus compañeros: Demos ya licencia a nuestra hermana
cigarra para que pueda alejarse. Bastante nos ha alegrado con su canto, y
realmente nos ha animado a alabar al Señor durante estos ocho días. Y, puesta en
libertad, se retiró al momento de allí y no volvió a aparecer, como si temiera
quebrantar en algo el mandato del siervo de Dios.
08.10 Cuando el siervo de Dios se hallaba enfermo en Siena, un noble señor le
regaló un faisán vivo recientemente capturado. Nada más oír y ver al Santo
sintió por él tan gran afición, que de ningún modo acertaba a separarse de su
compañía, pues repetidas veces lo colocaron en una viña fuera de la pequeña
morada de los hermanos para que pudiera escapar si quería, pero siempre volvía
en rápido vuelo al lado del Padre, como si por él hubiera sido domesticado
durante toda su vida. Entregado más tarde a un hombre que solía visitar al
siervo de Dios por la devoción que le profesaba, dicho faisán rehusó tomar
alimento alguno, como si le resultara molesto hallarse alejado de la presencia
del bondadoso Padre. Por fin tuvieron que devolverlo al siervo de Dios, a quien
tan pronto como le vio, entre grandes muestras de alegría, comenzó a comer con
toda voracidad.
08.10 Cuando llegó al retiro del Alverna para celebrar la cuaresma en honor del
arcángel San Miguel, aves de diversa especie aparecieron revoloteando en torno a
su celdita, y con sus armoniosos conciertos y gestos de regocijo, como quienes
festejaban su llegada, parecía que invitaban encarecidamente al piadoso Padre a
establecer allí su morada. Al ver esto, dijo a su compañero: Creo, hermano, ser
voluntad de Dios que permanezcamos aquí por algún tiempo, pues parece que las
hermanas avecillas reciben un gran consuelo con nuestra presencia. Fijando,
pues, allí su morada, un halcón que habitaba en aquel mismo lugar se le asoció
con un extraordinario pacto de amistad. En efecto, todas las noches, a la hora
en que el Santo acostumbraba levantarse para los divinos oficios, el halcón le
despertaba con sus cantos y sonidos.
08.10 Este gesto agradaba sumamente al siervo de Dios, ya que semejante
solicitud ejercida con él le hacía sacudir toda pereza y desidia. Mas, cuando el
siervo de Cristo se sentía más enfermo de lo acostumbrado, el halcón se mostraba
comprensivo, y no le marcaba una hora tan temprana para levantarse, sino que al
amanecer - como si estuviera instruido por Dios - pulsaba suavemente la campana
de su voz. Ciertamente, parece que tanto la alegría exultante de la variada
multitud de aves como el canto del halcón fueron un presagio divino de cómo el
cantor y adorador de Dios - elevado sobre las alas de la contemplación - había
de ser exaltado en aquel mismo monte mediante la aparición de un serafín.
08.11 Mientras estaba morando una temporada en el eremitorio de Greccio, los
habitantes de aquel lugar se veían atormentados por muchos males. Por una parte,
manadas de lobos rapaces hacían grandes estragos no sólo entre los animales,
sino en los mismos hombres; por otra, anualmente, las tempestades de granizo
devastaban los campos y viñedos.
08.11 Estando, pues, tan afligidos, el pregonero del santo Evangelio les predicó
en los siguientes términos: "Para honor y alabanza de Dios omnipotente, os
aseguro que desaparecerán todas estas calamidades y que el Señor, vuelto a
vosotros, os multiplicará los bienes temporales si, dando crédito a mis
palabras, reconocéis vuestra lamentable situación y - previa una sincera
confesión de vuestros pecados - hacéis dignos frutos de penitencia. Pero además
os anuncio que si, mostrándoos ingratos a los beneficios recibidos, volvéis al
vómito de vuestros pecados, se renovarán las pestes, se duplicará el castigo y
se descargará sobre vosotros una ira mayor".
08.11 Siguiendo las amonestaciones del Santo, los moradores de Greccio hicieron
penitencia de sus pecados, y desde aquel día cesaron las plagas, desaparecieron
los peligros y ni los lobos ni el granizo volvieron a causarles daño alguno. Es
más, si alguna vez el granizo llegaba a devastar los campos vecinos, al
acercarse a los términos de Greccio, se disipaba allí mismo la tempestad o
tomaba otra dirección. El granizo y los lobos guardaron el pacto del siervo de
Dios, y nunca intentaron contravenir las leyes de la piedad ensañándose con los
hombres, convertidos también a la piedad, mientras éstos no violaron el acuerdo
actuando impíamente contra las piadosísimas leyes de Dios.
08.11 Así, pues, debe ser objeto de piadosa admiración la piedad de este
bienaventurado varón, que estuvo revestida de tan admirable dulzura y poder, que
amansó a las bestias feroces, domesticó a los animales salvajes, amaestró a los
mansos y sometió a su obediencia la naturaleza de los brutos, rebeldes al hombre
después de su caída en el pecado. Realmente, la piedad - reconciliando entre sí
a todas las criaturas - es útil para todo, pues tiene una promesa para esta vida
y para la futura.
Capítulo IX.
Fervor de su caridad y ansias de martirio
09.1 ¿Quién será capaz de describir la ardiente caridad en que se abrasaba
Francisco, el amigo del Esposo? Todo él parecía impregnado - como un carbón
encendido - de la llama del amor divino. Con sólo oír la expresión "amor de
Dios", al momento se sentía estremecido, excitado, inflamado, cual si con el
plectro del sonido exterior hubiera sido pulsada la cuerda interior de su
corazón. Afirmaba ser una noble prodigalidad ofrecer tal censo de amor a cambio
de las limosnas y que son muy necios cuantos lo cotizan menos que el dinero,
puesto que el imponderable precio del amor de Dios basta para adquirir el reino
de los cielos y porque mucho ha de ser amado el amor de Aquel que tanto nos amó.
09.1 Mas para que todas las criaturas le impulsaran al amor divino, exultaba de
gozo en cada una de las obras de las manos del Señor y por el alegre espectáculo
de la creación se elevaba hasta la razón y causa vivificante de todos los seres.
En las cosas bellas contemplaba al que es sumamente hermoso y mediante las
huellas impresas en las criaturas buscaba por doquier a su Amado, sirviéndose de
todos los seres como de una escala para subir hasta Aquel que es todo deseable.
Impulsado por el afecto de su extraordinaria devoción, degustaba la bondad
originaria de Dios en cada una de las criaturas, como en otros tantos arroyos
derivados de la misma bondad; y, como si percibiera un concierto celestial en la
armonía de las facultades y movimientos que Dios les ha otorgado, las invitaba
dulcemente - cual otro profeta David - a cantar las alabanzas divinas.
09.2 Cristo Jesús crucificado moraba de continuo, como hacecillo de mirra, en la
mente y corazón de Francisco, y en El deseaba transformarse totalmente por el
incendio de su excesivo amor. Impulsado por su singular devoción a Cristo, desde
la fiesta de la Epifanía se apartaba a lugares solitarios durante cuarenta días
continuos, en recuerdo del tiempo que Cristo estuvo retirado en el desierto, y,
encerrado en una celda, observaba la mayor estrechez que le permitían sus
fuerzas en el comer y beber, entregándose sin interrupción al ayuno, a la
oración y a las alabanzas divinas.
09.2 Era tan ardiente el afecto que le arrebataba hacia Cristo y, por otra
parte, tan cariñoso el amor con que le correspondía el Amado, que daba la
impresión de que el siervo de Dios sentía continuamente ante sus ojos la
presencia del Salvador, según lo reveló alguna vez en confianza a sus compañeros
más íntimos.
09.2 Su amor al sacramento del cuerpo del Señor era un fuego que abrasaba todo
su ser, sumergiéndose en sumo estupor al contemplar tal condescendencia amorosa
y un amor tan condescendiente. Comulgaba frecuentemente y con tal devoción, que
contagiaba su fervor a los demás, y al degustar la suavidad del Cordero
inmaculado, era muchas veces, como ebrio de espíritu, arrebatado en éxtasis.
09.3 Amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que
ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber nosotros
alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba
principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de
todos sus hermanos, y ayunaba en su honor con suma devoción desde la fiesta de
los apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta de la Asunción.
09.3 Con vínculos de amor indisoluble se sentía unido a los espíritus angélicos,
que arden en un fuego mirífico, con el que se elevan hasta Dios e inflaman las
almas de los elegidos. Por devoción a ellos ayunaba durante cuarenta días a
partir de la Asunción de la gloriosa Virgen, entregándose a una ininterrumpida
oración. Pero profesaba un especial amor y devoción al bienaventurado Miguel
Arcángel, por ser el encargado de presentar las almas a Dios. Impulsábale a ello
el ferviente celo que sentía por la salvación de cuantos han de salvarse.
09.3 Al recuerdo de todos los santos, como piedras de fuego, se recalentaba en
su corazón un incendio divino. Cultivaba una gran devoción a todos los
apóstoles, especialmente a Pedro y Pablo, por la ardiente caridad con que amaron
a Cristo; y en reverencia y amor hacia los mismos dedicaba al Señor el ayuno de
una cuaresma especial.
09.3 El Pobrecillo no tenía para ofrecer con liberal generosidad más que dos
moneditas: su cuerpo y su alma. Y ambas las tenía ofrecidas tan de continuo a
Cristo, que se diría que en todo momento inmolaba su cuerpo con el rigor del
ayuno, y su espíritu con ardorosos deseos, sacrificando en el atrio exterior el
holocausto y quemando en el interior de su templo el timiama.
09.4 Si, por una parte, su intensa devoción y ferviente caridad lo elevaban
hacia las realidades divinas, por otra, su afectuosa bondad lo lanzaba a
estrechar en dulce abrazo a todos los seres, hermanos suyos por naturaleza y
gracia. Pues si la ternura de su corazón lo había hecho sentirse hermano de
todas las criaturas, no es nada extraño que la caridad de Cristo lo hermanase
más aún con aquellos que están marcados con la imagen del Creador y redimidos
con la sangre del Hacedor .
09.4 No se consideraba amigo de Cristo si no trataba de ayudar a las almas que
por El han sido redimidas. Y afirmaba que nada debe preferirse a la salvación de
las almas, aduciendo como prueba suprema el hecho de que el Unigénito de Dios se
dignó morir por ellas colgado en el leño de la cruz. De ahí su esfuerzo en la
oración, de ahí sus correrías apostólicas y su celo por dar buen ejemplo. Por
eso, cuando se le reprendía por la demasiada austeridad que usaba consigo mismo,
respondía que había sido puesto como ejemplo para los demás.
09.4 Y aunque su inocente carne, sometida ya espontáneamente al espíritu, no
necesitaba del flagelo de la penitencia para expiar sus propios pecados, no
obstante - para dar buen ejemplo - , volvía a imponerle cargas y castigos,
recorriendo, por el bien de los demás, los duros caminos de la mortificación.
Pues solía decir: Aunque hablara las lenguas de los ángeles y de los hombres, si
no tengo en mí caridad y no doy ejemplo de virtud a mis prójimos, muy poco será
lo que aproveche a los otros, nada a mí mismo.
09.5 Enfervorizado en el incendio de la caridad, se esforzaba por emular el
glorioso triunfo de los santos mártires, en quienes nadie ni nada pudo extinguir
la llama del amor ni debilitar su fortaleza en el sufrir. Inflamado, pues, en
esa caridad perfecta que arroja de sí todo temor, deseaba ofrecerse él mismo en
persona - mediante el fuego del martirio - como hostia viva al Señor, para
corresponder de este modo al amor de Cristo, muerto por nosotros en la cruz, y
para incitar a los demás al amor divino. En efecto, ardiendo en deseos de
martirio, al sexto año de su conversión resolvió embarcarse a Siria a fin de
predicar la fe cristiana y la penitencia a los sarracenos y otros infieles.
09.5 Así, pues, embarcó en una nave que se dirigía a aquellas tierras; pero, a
causa de los fuertes vientos contrarios, se vio obligado a desembarcar en las
costas de Eslavonia. Permaneció allí algún tiempo, y, al no poder encontrar una
embarcación que se hiciera entonces a la mar, se sintió defraudado en sus deseos
y rogó a unos navegantes que salían para Ancona que por amor de Dios lo llevasen
a bordo. Mas ellos se negaron rotundamente a su petición, alegando el motivo de
la escasez de víveres. Con todo, el varón de Dios, confiando plenamente en la
bondad divina, se metió a ocultas con su compañero en el barco. En esto se
presentó un individuo, enviado por Dios - según se cree - en ayuda del
Pobrecillo, el cual llevaba consigo el necesario avituallamiento y, llamando
aparte a uno de los marineros, temeroso de Dios, le dijo: "Guarda fielmente
estos víveres para los pobres hermanos que están escondidos en la nave y
suminístraselos amigablemente en tiempo de necesidad".
09.5 Y así sucedió que, a causa del fuerte temporal, no pudieron durante muchos
días los tripulantes arribar a ningún puerto; y entre tanto se agotaron todos
los alimentos, quedando sólo la limosna concedida milagrosamente al pobre
Francisco, la cual, no obstante ser insignificante, por virtud divina aumentó
tan considerablemente, que, teniendo que permanecer muchos días en el mar debido
al continuo temporal, antes de llegar al puerto de Ancona, bastó para proveer
plenamente a las necesidades de todos. Al ver entonces los tripulantes que por
el siervo de Dios se habían librado de tantos peligros de muerte, como que
habían sufrido los horribles riesgos del mar y visto las maravillosas obras del
Señor en medio del piélago, dieron gracias a Dios omnipotente, que siempre se
manifiesta admirable y digno de amor en sus amigos y siervos.
09.6 Tan pronto como dejó el mar y puso pie en tierra, comenzó a sembrar la
semilla de la palabra de salvación, recogiendo apretado manojo de frutos
espirituales. Mas como le atraía tanto la idea de la consecución del martirio,
que prefería una preciosa muerte por Cristo a todos los méritos de las virtudes,
emprendió viaje hacia Marruecos con objeto de predicar el Evangelio de Cristo al
Miramamolín y su gente, y poder conseguir de algún modo la deseada palma del
martirio. Y era tan ardiente este deseo, que, a pesar de su debilidad corporal,
se adelantaba a su compañero de peregrinación, y, como ebrio de espíritu, volaba
presuroso a la realización de su proyecto.
09.6 Pero cuando llegó a España, por designio de Dios, que le reservaba para
otras muy importantes empresas, le sobrevino una gravísima enfermedad que le
impidió llevar a cabo su anhelo. Comprendiendo, pues, el hombre de Dios que su
vida mortal era aún necesaria para la prole que había engendrado, aunque para sí
reputaba la muerte como una ganancia, tornó de su camino para ir a apacentar las
ovejas encomendadas a su solicitud.
09.7 Pero como el ardor de su caridad lo apremiaba insistentemente a la búsqueda
del martirio, intentó aún por tercera vez marchar a tierra de infieles para
propagar, con la efusión de su sangre, la fe en la Trinidad. Así es que el año
decimotercero de su conversión partió a Siria, exponiéndose a muchos y continuos
peligros en su intento de llegar hasta la presencia del sultán de Babilonia.
09.7 Se entablaba entonces entre cristianos y sarracenos una guerra tan
implacable, que estando enfrentados ambos ejércitos en campos contrarios no se
podía pasar de una parte a otra sin exponerse a peligro de muerte, pues el
sultán había hecho promulgar un severo edicto, en cuya virtud se recompensaba
con un besante de oro al que le presentara la cabeza de un cristiano.
09.7 Pero el intrépido caballero de Cristo Francisco, con la esperanza de ver
cumplido muy pronto su proyecto de martirio, se decidió a emprender la marcha
sin atemorizarse por la idea de la muerte, antes bien estimulado por su deseo. Y
así, después de haber hecho oración y confortado por el Señor, cantaba
confiadamente con el profeta: Aunque camine en medio de las sombras de la
muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo.
09.8 Acompañado, pues, de un hermano llamado Iluminado - hombre realmente
iluminado y virtuoso - , se puso en camino, y de pronto le salieron al encuentro
dos ovejitas, a cuya vista, muy alborozado, dijo el Santo al compañero: Confía,
hermano, en el Señor, porque se cumple en nosotros el dicho evangélico: He aquí
que os envío como ovejas en medio de lobos. y, avanzando un poco más, se
encontraron con los guardias sarracenos, que se precipitaron sobre ellos como
lobos sobre ovejas y trataron con crueldad y desprecio a los siervos de Dios
salvajemente capturados, prefiriendo injurias contra ellos, afligiéndoles con
azotes y atándolos con cadenas. Finalmente, después de haber sido maltratados y
atormentados de mil formas, disponiéndolo así la divina Providencia, los
llevaron a la presencia del sultán, según lo deseaba el varón de Dios.
09.8 Entonces el jefe les preguntó quién los había enviado, cuál era su
objetivo, con qué credenciales venían y cómo habían podido llegar hasta allí; y
el siervo de Cristo Francisco le respondió con intrepidez que había sido enviado
no por hombre alguno, sino por el mismo Dios altísimo, para mostrar a él y a su
pueblo el camino de la salvación y anunciarles el Evangelio de la verdad. Y
predicó ante dicho sultán sobre Dios trino y uno y sobre Jesucristo salvador de
todos los hombres con tan gran convicción, con tanta fortaleza de ánimo y con
tal fervor de espíritu, que claramente se veía cumplirse en él aquello del
Evangelio: Yo os daré palabras y sabiduría, a las que no podrá hacer frente ni
contradecir ningún adversario vuestro
09.8 De hecho, observando el sultán el admirable fervor y virtud del hombre de
Dios, lo escuchó con gusto y le invitó insistentemente a permanecer consigo.
Pero el siervo de Cristo, inspirado de lo alto, le respondió: "Si os resolvéis a
convertiros a Cristo tú y tu pueblo, muy gustoso permaneceré por su amor en
vuestra compañía. Mas, si dudas en abandonar la ley de Mahoma a cambio de la fe
de Cristo, manda encender una gran hoguera, y yo entraré en ella junto con tus
sacerdotes, para que así conozcas cuál de las dos creencias ha de ser tenida,
sin duda, como más segura y santa".
09.8 Respondió el sultán: "No creo que entre mis sacerdotes haya alguno que por
defender su fe quiera exponerse a la prueba del fuego, ni que esté dispuesto a
sufrir cualquier otro tormento". Había observado, en efecto, que uno de sus
sacerdotes, hombre íntegro y avanzado en edad, tan pronto como oyó hablar del
asunto, desapareció de su presencia. Entonces, el Santo le hizo esta
proposición: "Si en tu nombre y en el de tu pueblo me quieres prometer que os
convertiréis al culto de Cristo si salgo ileso del fuego, entraré yo solo a la
hoguera. Si el fuego me consume, impútese a mis pecados; pero, si me protege el
poder divino, reconoceréis a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, verdadero Dios
y Señor, salvador de todos los hombres".
09.8 El sultán respondió que no se atrevía a aceptar dicha opción, porque temía
una sublevación del pueblo. Con todo, le ofreció muchos y valiosos regalos, que
el varón de Dios - ávido no de los tesoros terrenos, sino de la salvación de las
almas - rechazó cual si fueran lodo. Viendo el sultán en este santo varón un
despreciador tan perfecto de los bienes de la tierra, se admiró mucho de ello y
se sintió atraído hacia él con mayor devoción y afecto. Y, aunque no quiso, o
quizás no se atrevió a convertirse a la fe cristiana, sin embargo, rogó
devotamente al siervo de Cristo que se dignara aceptar aquellos presentes y
distribuirlos - por su salvación - entre cristianos pobres o iglesias. Pero
Francisco, que rehuía todo peso de dinero y percatándose, por otra parte, que el
sultán no se fundaba en una verdadera piedad, rehusó en absoluto condescender
con su deseo.
09.9 Al ver que nada progresaba en la conversión de aquella gente y sintiéndose
defraudado en la realización de su objetivo del martirio, avisado por
inspiración de lo alto, retornó a los países cristianos. Y resultó, de un modo
misericordioso y admirable a la vez - por disposición de la demencia divina y
mediante los méritos de las virtudes del Santo - , que este amigo de Cristo
buscara con todas sus fuerzas morir por El y no lo consiguiera, para así lograr,
por una parte, el mérito del deseado martirio, y, por otra, quedar reservado
para un privilegio singular con el que sería distinguido más adelante. De ahí
que aquel fuego divino llameó con más intensidad en su corazón para que después
se manifestase con mayor evidencia en su carne.
09.9 iOh dichoso varón, cuya carne no fue herida por el hierro del tirano y, sin
embargo, no quedó privada de la semejanza con el Cordero degollado! ¡Oh varón -
repetiré - verdadera y perfectamente feliz, cuya alma, si bien no fue arrancada
por la espada del perseguidor, no perdió la palma del martirio!
Capítulo X.
Vida de oración y poder de sus plegarias
10.1 Como quiera que el siervo de Cristo Francisco se sentía en su cuerpo como
un peregrino alejado del Señor - si bien, por la caridad de Cristo, se había ya
totalmente insensibilizado a los deseos terrenos - , para no verse privado de la
consolación del Amado, se esforzaba, orando sin intermisión, por mantener
siempre su e Espíritu unido a Dios.
10.1 Ciertamente, la oración era para este hombre contemplativo un verdadero
solaz, mientras, convertido ya en conciudadano de los ángeles dentro de las
mansiones celestiales, buscaba con ardiente anhelo a su Amado, de quien
solamente le separaba el muro de la carne. Era también la oración para este
hombre dinámico un refugio, pues, desconfiando de sí mismo y fiado de la bondad
divina, en medio de toda su actividad descargaba en el Señor - por el ejercicio
continuo de la oración - todos sus afanes.
10.1 Afirmaba rotundamente que el religioso debe desear, por encima de todas las
cosas, la gracia de la oración; y, convencido de que sin la oración nadie puede
progresar en el servicio divino, exhortaba a los hermanos, con todos los medios
posibles, a que se dedicaran a su ejercicio. Y en cuanto a él se refiere, cabe
decir que ora caminase o estuviese sentado, lo mismo en casa que afuera, ya
trabajase o descansase, de tal modo estaba entregado a la oración, que parecía
consagrar a la misma no sólo su corazón y su cuerpo, sino hasta toda su
actividad y todo su tiempo.
10.2 No dejaba pasar por alto - llevado de la negligencia - ninguna visita del
Espíritu. En efecto, cuando recibía una tal visita, prestábale gran atención, y
en tanto que el Señor se la concedía, saboreaba la dulcedumbre ofrecida. Por
eso, cuando, estando en camino, sentía algún soplo del Espíritu divino, se
detenía al punto dejando pasar adelante a sus compañeros, y así se reconcentraba
para convertir en fruición la nueva inspiración; en verdad, no recibía en vano
la gracia de Dios. Sumergíase muchas veces en el éxtasis de la contemplación de
tal modo, que, arrebatado fuera de sí y percibiendo algo más allá de los
sentidos humanos, no se daba cuenta de lo que acontecía al exterior en torno
suyo. Así sucedió una vez en Borgo San Sepolcro, un castro muy poblado. Al
atraversarlo sentado en un jumentillo, a causa de la debilidad del cuerpo, se
encontró con una muchedumbre, que, llevada de la devoción, se abalanzó sobre él.
10.2 Detenido por la turba, que le empujaba y asediaba de mil maneras, parecía
insensible a todo, y como si su cuerpo estuviera muerto a todo lo que sucedía a
su lado, no se dio cuenta absolutamente de nada. Por eso, después de haber
dejado muy atrás el poblado y la gente, al llegar a una casa de leprosos, el
contemplativo de las cosas celestiales - como volviendo de otro mundo - preguntó
con interés cuánto faltaba para llegar a Borgo. Y es que su espíritu, anclado en
los esplendores del cielo, no había reparado en la variedad de lugares y
tiempos, ni en las personas que habían salido a su encuentro. Y que esto le
sucedió con alguna frecuencia, lo sabemos por varios testimonios de sus
compañeros.
10.3 Y como había aprendido en la oración que el Espíritu Santo hace sentir
tanto más íntimamente su dulce presencia a los que oran cuanto más alejados los
ve del mundanal ruido, por eso buscaba lugares apartados y se dirigía a la
soledad o a las iglesias abandonadas para dedicarse de noche a la oración. Allí
sostenía frecuentes y horribles luchas con los demonios, que, atacándole
sensiblemente, se esforzaban por perturbarlo en el ejercicio de la oración. El
empero, defendido con las armas del cielo, cuanto más duramente le asaltaban los
enemigos, tanto más fuerte se hacía en la virtud y más fervoroso en la oración
diciendo confiadamente a Cristo: A la sombra de tus alas escóndeme de los
malvados que me asaltan.
10.3 Después se dirigía a los demonios y les decía: "Espíritus malignos y
falsos, haced en mí todo lo que podáis! Bien sé que no podéis hacer más de lo
que os permita la mano del Señor. Por mi parte, estoy dispuesto a sufrir con
sumo gusto todo lo que El os asigne infligirme". No pudiendo soportar los
arrogantes demonios tal constancia de ánimo, se retiraban llenos de confusión.
10.4 Y, cuando el varón de Dios quedaba solo y sosegado, llenaba de gemidos los
bosques, bañaba la tierra de lágrimas, se golpeaba con la mano el pecho, y, como
quien ha encontrado un santuario íntimo, conversaba con su Señor. Allí respondía
al Juez, allí suplicaba al Padre, allí hablaba con el Amigo, allí también fue
oído algunas veces por sus hermanos que con piadosa curiosidad lo observaban
interpelar con grandes gemidos a la divina demencia en favor de los pecadores, y
llorar en alta voz la pasión del Señor como si la estuviera presenciando con sus
propios ojos.
10.4 Allí lo vieron orar de noche, con los brazos extendidos en forma de cruz,
mientras todo su cuerpo se elevaba sobre la tierra y quedaba envuelto en una
nubecilla luminosa, como si el admirable resplandor que rodeaba su cuerpo fuera
una prueba de la maravillosa luz de que estaba iluminada su alma. Allí también -
según está comprobado por indicios ciertos - se le descubrían misteriosos
secretos de la divina sabiduría, que no los hacía públicos sino en el grado que
le urgía la caridad de Cristo o se lo exigía el bien del prójimo. Solía decir a
este propósito: Sucede que por una ligera satisfacción llega a perderse un don
inapreciable y se provoca a Aquel que lo dio a no concederlo en adelante con
tanta facilidad.
10.4 Cuando volvía de su oración privada - en la que venía a quedar como
transformado en otro hombre - , tenía sumo cuidado en adaptarse a los demás, no
fuese que las exteriorizaciones le granjeasen el aplauso humano, y quedara por
ello desprovisto del premio en su interior. Si en público le sorprendía de
improviso la visita del Señor, siempre encontraba algún medio para evadir la
atención de los presentes de forma que no apareciesen al exterior sus familiares
encuentros con el Esposo. Cuando oraba en compañía de sus hermanos, trataba de
evitar por completo los ruidos de toses’, los gemidos, los fuertes suspiros y
otros gestos exteriores; y esto lo hacía tanto por su amor al secreto como
porque, adentrado profundamente en su interior, estaba todo él transportado en
Dios.
10.4 Muchas veces dijo a sus compañeros más íntimos: Cuando el siervo de Dios
recibe durante la oración una visita de lo alto, debe decir: "Señor, pecador e
indigno como soy, me has enviado del cielo este consuelo; yo lo encomiendo a tu
custodia, porque me reconozco ladrón de tu tesoro". Y cuando vuelve de la
oración debe mostrarse de tal modo pobrecillo y pecador cual si no hubiera
conseguido ninguna nueva gracia".
10.5 Sucedió una vez que, mientras oraba el varón de Dios en la Porciúncula,
vino a visitarle - como de costumbre - el obispo de Asís. Apenas entró en el
lugar, se acercó con más confianza que la debida a la celda en que oraba el
siervo de Cristo; llamó a la puerta y fue a pasar adelante. Nada más introducir
la cabeza y ver al Santo en oración, de repente quedó sobrecogido de espanto, se
le paralizaron los miembros y hasta perdió el habla; y súbitamente, por designio
divino, fue expulsado con violencia hacia afuera, viéndose obligado a retroceder
y alejarse de allí. Estupefacto el obispo, se apresuró, tan pronto como pudo, a
presentarse a los hermanos; y, al devolverle Dios el habla, sus primeras
palabras fueron para confesar la culpa.
10.5 Sucedió en cierta ocasión que el abad del monasterio de San Justino, del
obispado de Perusa, se encontró con el siervo de Cristo. Apenas lo vio, el
devoto abad se apeó rápidamente del caballo para rendir reverencia al varón de
Dios y conversar con él de cosas referentes a la salvación de su alma. Al
término del dulce coloquio, a la hora de despedirse, el abad le pidió
humildemente que rogara por él. El hombre amado de Dios le respondió: Lo haré de
buen grado.
10.5 Cuando se hubo alejado un poco el abad, el fiel Francisco dijo a su
compañero: Aguarda un momento, hermano, que quiero cumplir lo prometido. Y,
mientras oraba el Santo, súbitamente sintió el abad en su espíritu un calor tan
inusitado y una tal dulzura no experimentada hasta entonces, que, arrebatado en
éxtasis, quedó totalmente absorto en Dios. Permaneció, así un breve espacio de
tiempo, y - vuelto en sí - reconoció la eficacia de la oración de San Francisco.
Por eso en adelante profesó una simpatía mayor a la Orden y contó a muchos este
hecho que consideraba milagroso.
10.6 Solía el Santo rendir a Dios el tributo de las horas canónicas con no menor
reverencia que devoción. Pues, aunque estaba enfermo de los ojos, del estómago,
del bazo y del hígado, con todo, no quería - mientras salmodiaba - apoyarse en
el muro o en la pared, sino que recitaba siempre las horas de pie y sin cubrir
la cabeza con la capucha, con la mirada recogida y sin ninguna interrupción.
10.6 Si alguna vez iba de camino, se detenía a la hora de rezar el oficio, y no
omitía esta respetuosa y santa costumbre ni siquiera cuando le alcanzaba una
lluvia torrencial. Solía decir en efecto: Si el cuerpo toma tranquilamente su
alimento, con el que se ha de convertir algún día en pasto de gusanos, ¿con
cuánta mayor paz y sosiego debe recibir el alma su alimento de vida?
10.6 Creía faltar gravemente si, entregado a la oración, se dejaba distraer
interiormente por vanas imaginaciones. Cuando algo de esto le sucedía, no
quedaba tranquilo hasta confesar su culpa y expiarla con una adecuada
penitencia. Y de tal modo llevó a la práctica esta costumbre, que rarísimamente
fue molestado por tales moscas de vanas imaginaciones.
10.6 Durante una cuaresma, en su afán de aprovechar hasta los últimos segundos
de tiempo, hizo un pequeño vaso. Y sucedió que al rezo de tercia le vino a la
cabeza su recuerdo, distrayéndolo un poco. Movido por el fervor del espíritu,
arrojó al fuego dicho vaso, diciendo: Lo sacrificaré al Señor, puesto que ha
sido un obstáculo para rendirle el debido sacrificio. Recitaba los salmos con
tal atención de mente y de espíritu cual si tuviese a Dios presente ante sus
ojos; y cuando en ellos venía el nombre del Señor, parecía relamerse los labios
por la suave dulzura que experimentaba.
10.6 Queriendo, asimismo, honrar con singular reverencia el nombre del Señor, no
sólo cuando era recordado en la mente, sino también cuando era pronunciado o
aparecía escrito, recomendó alguna vez a sus hermanos recoger, doquiera
encontraren, todo papel escrito y colocarlo en lugar decente, no se diera el
caso de conculcarse el sagrado nombre de Dios que tal vez estuviera allí
escrito. Cuando pronunciaba u oía pronunciar el nombre de Jesús, se llenaba en
su interior de un gozo inefable, y en su exterior aparecía todo conmocionado,
cual si su paladar saborease manjares exquisitos o su oído percibiera sonidos
armoniosos.
10.7 Tres años antes de su muerte se dispuso a celebrar en el castro de Greccio,
con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin
de excitar la devoción de los fieles. Mas para que dicha celebración no pudiera
ser tachada de extraña novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice; y,
habiéndola obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y
mandó traer al lugar un buey y un asno.
10.7 Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y
aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros
conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne. El
varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en
lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la
misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio.
Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y
cuando quiere nombrarlo - transido de ternura y amor - , lo llama Niño de
Bethleem.
10.7 Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el
Señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia
terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este
caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente
hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco,
parecía querer despertarlo del sueño.
10.7 Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no solo por la
santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su
veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco,
contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones
dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se
convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo eficaz
para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su
siervo y con evidentes y admirables prodigios, demostraba la eficacia de su
santa oración.
Capítulo XI.
Inteligencia de las Escrituras y espíritu de profecía
11.1 Incesante ejercicio de la oración, unido a la continua práctica de la
virtud, había conducido al varón de Dios a tal limpidez y serenidad de mente,
que a pesar de no haber adquirido, por adoctrinamiento humano, conocimiento de
las sagradas letras, iluminado con los resplandores de la luz eterna, llegaba a
sondear, con admirable agudeza de entendimiento, las profundidades de las
Escrituras. Efectivamente, su ingenio, limpio de toda mancha, penetraba los más
ocultos misterios, y allí donde no alcanza la ciencia de los maestros, se
adentraba el afecto del amante.
11.1 Leía algunas veces los libros sagrados, y lo que una vez se había
depositado en su alma, se grababa tenazmente en su memoria; no en vano percibía
con atento oído de su mente lo que después rumiaba sin cesar con devoción y
afecto. Preguntáronle en cierta ocasión los hermanos si sería de su agrado que
los letrados admitidos ya en la Orden se aplicasen al estudio de la Sagrada
Escritura, y Francisco respondió: "Sí, me place, pero a condición de que, a
ejemplo de Cristo, de quien se dice que se dedicó más a la oración que a la
lectura, no descuiden el ejercicio de la oración, ni se entreguen al estudio
sólo para saber cómo han de hablar, sino, más bien, para practicar lo que han
escuchado, y, practicándolo, lo propongan a los demás para que lo pongan por
obra. Quiero - añadió - que mis hermanos sean discípulos evangélicos y de tal
modo progresen en el conocimiento de la verdad, que crezcan en pura simplicidad,
sin separar la sencillez colombina de la prudencia de la serpiente, virtudes que
el soberano Maestro conjuntó en la enseñanza de sus benditos labios".
11.2 Preguntado en la ciudad de Siena por un religioso, doctor en sagrada
teología, acerca de algunas cuestiones muy difíciles de entender, le puso al
descubierto con tanta claridad los misterios de la divina sabiduría, que se
llenó de asombro aquel hombre sabio. Por eso exclamó todo admirado: En verdad,
la teología de este santo Padre, elevada a lo alto, como sobre alas, por su
pureza y contemplación, se parece a un águila que se remonta a los cielos,
mientras nuestra ciencia se arrastra por el suelo. Aunque no era un experto en
hablar, sin embargo, dotado del don de la ciencia, resolvía cuestiones dudosas y
hacía luz en los puntos oscuros. Nada extraño que el Santo recibiera de Dios la
inteligencia de las Escrituras, ya que por la perfecta imitación de Cristo
llevaba impresa en sus obras la verdad de las mismas, y por la plenitud de la
unción del Espíritu Santo poseía dentro de su corazón al Maestro de las sagradas
letras.
11.3 Brilló también en Francisco el espíritu de profecía en tal grado, que
preveía las cosas futuras y descubría los secretos de los corazones; veía,
asimismo, las cosas ausentes como si estuvieran presentes y se aparecía
maravillosamente a los que estaban lejos. En ocasión en que el ejército
cristiano sitiaba la ciudad de Damieta, se encontraba allí el varón de Dios,
protegido no con el poder de las armas, sino con la coraza de la fe. Al escuchar
el día mismo de la batalla que los cristianos se preparaban a la lucha, el
siervo de Cristo se afligió muy profundamente y dijo a su compañero: "El Señor
me ha revelado que, si se enfrentan los dos ejércitos, el resultado será
desfavorable para los cristianos; pero, si les digo esto, me tomarán por
mentecato, y, si me callo, no podré evitar los remordimientos de conciencia.
¿Qué opinas tú sobre el particular?"
11.3 Le respondió su compañero: Hermano, no te importe ni mucho ni poco el
juicio de los hombres, pues no es ahora cuando comienzas a ser considerado como
loco. Descarga tu conciencia y teme más a Dios que a los hombres. Al oír tal
contestación, se marcha en seguida el heraldo del Evangelio, exhorta con
saludables consejos a los cristianos, les disuade a presentar batalla y les
predice la derrota. Mas los soldados tomaron la verdad como si fuera un cuento,
endurecieron su corazón y no quisieron retroceder de sus planes.
11.3 Avanzan, chocan las armas, se entabla la batalla, y todo el ejército
cristiano se bate en retirada, obteniendo como resultado no el triunfo, sino una
vergonzosa derrota. Con este lamentable desastre quedó diezmado el ejército
cristiano, de modo que el número de muertos y cautivos ascendió a cerca de seis
mil. Así se puso de manifiesto que no debía haberse despreciado la sabiduría del
pobre, porque el alma del justo anuncia, a veces, la verdad mejor que siete
vigías puestos en atalaya para vigilar.
11.4 En otra ocasión, después de haber regresado de su viaje a ultramar, llegó a
Celano a predicar; y allí un devoto caballero le invitó insistentemente a
quedarse a comer con él. Vino, pues, a su casa, y toda la familia se llenó de
gozo a la llegada de los pobres huéspedes. Pero, antes de ponerse a comer, el
devoto varón - siguiendo su costumbre - se detuvo un poco con los ojos elevados
al cielo, dirigiendo a Dios súplicas y alabanzas. Al concluir la oración llamó
aparte en confianza al bondadoso señor que lo había hospedado y le habló así:
"Mira, hermano huésped; vencido por tus súplicas, he entrado en tu casa para
comer. Ahora, pues, escucha y sigue con presteza mis consejos, porque no es
aquí, sino en otro lugar, donde vas a comer hoy. Confiesa en seguida tus pecados
con espíritu de sincero arrepentimiento y que en tu conciencia no quede nada que
haya de manifestarse en una buena confesión. Hoy mismo te recompensará el Señor
la obra de haber acogido con tanta devoción a sus pobres".
11.4 Aquel señor puso inmediatamente en práctica los consejos del Santo: hizo
con el compañero de éste una sincera confesión de todos sus pecados, puso en
orden todas sus cosas y se preparó - como mejor pudo - a recibir la muerte.
Finalmente, se sentaron todos a la mesa. Apenas habían comenzado los otros a
comer, cuando el dueño de la casa, con una muerte repentina, exhaló su espíritu,
según le había anunciado el varón de Dios.
11.4 Así, la misericordiosa hospitalidad obtuvo su premio merecido,
verificándose la palabra de la Verdad: Quien recibe a un profeta tendrá paga de
profeta. En efecto, merced al anuncio profético del Santo, aquel piadoso
caballero se previno contra una muerte imprevista, y, defendido con las armas de
la penitencia, pudo evitar la condenación eterna y entrar en las eternas
moradas.
11.5 Cuando el siervo de Dios yacía enfermo en Rieti, le llevaron en una camilla
- víctima de grave enfermedad - a un prebendado de nombre Gedeón, hombre lascivo
y mundano. Con lágrimas en los ojos rogaba a Francisco, a una con los presentes,
que trazase sobre él la señal de la cruz. Le repuso el Santo: "Cómo quieres que
te bendiga con la señal de la cruz después que has vivido en el pasado según los
antojos de tu carne, sin temer los juicios de Dios? No obstante, en atención a
las devotas súplicas de los presentes, haré sobre ti la señal de la cruz en
nombre del Señor. Mas tenlo presente: si una vez curado vuelves de nuevo al
vómito del pecado, sufrirás desgracias mayores, pues por el pecado de la
ingratitud se infligen siempre castigos más grave que los precedentes".
11.5 Hecha, pues, la señal de la cruz sobre el enfermo, éste, que había estado
postrado con los miembros agarrotados, se levantó al instante del todo sano, y,
prorrumpiendo en alabanzas a Dios, exclamó: "Ya estoy libre de mi enfermedad!"
Crujieron entonces los huesos de la cintura - ruido que oyeron todos - con un
chasquido semejante al que se produce cuando con la mano se parte leña seca.
11.5 Mas poco tiempo después, olvidándose de Dios, volvió a entregarse a la vida
licenciosa. Y he aquí que cierta tarde en que había cenado en casa de un
canónigo y quedado aquella noche allí a dormir, de pronto se derrumbó la
techumbre del edificio sobre los que estaban en la misma casa. Pero mientras los
demás se escaparon de la muerte, sólo el miserable murió sepultado entre las
ruinas. Por justo juicio de Dios, el final de aquel hombre vino a ser peor que
el principio a causa del vicio de la ingratitud y del desprecio de Dios. Porque
es necesario ser agradecido por el perdón recibido y doblemente se desagrada a
Dios con el pecado reiterado.
11.6 En otra ocasión, una noble y piadosa señora se llegó al Santo para
exponerle el dolor que la afligía y pedirle remedio. Su marido era un hombre de
extremada crueldad, que le ponía obstáculos en el servicio de Cristo. Por eso
pedía dicha mujer al Santo que hiciera oración por él, a fin de que el Señor, en
su demencia, se dignase ablandar su corazón. Después que la escuchó, le
respondió el Santo: "Vete en paz, que, sin duda alguna, recibirás muy pronto un
gran consuelo de tu marido". Y añadió: "Dile de parte de Dios y de parte mía que
ahora es tiempo de misericordia y que luego será el de la justicia".
11.6 Recibida la bendición, la mujer vuelve a su casa, encuentra a su marido y
le comunica las palabras del Santo. De pronto descendió sobre aquel hombre el
Espíritu Santo, y, convertido de su condición antigua en un hombre nuevo, el
mismo Espíritu le mueve a contestar así con toda dulzura a su mujer: "Señora,
sirvamos a Dios y salvemos nuestras almas". En efecto, por insinuación de la
santa mujer, vivieron durante muchos años en perfecta continencia y al fin ambos
entregaron en el mismo día sus almas al Señor.
11.6 Maravilloso, en verdad, el poder del espíritu profético de este varón de
Dios, que restituía el vigor a los miembros a punto de secarse e imprimía
sentimientos de ternura en los corazones endurecidos. Pero no fue menos
estupenda la clarividencia de su espíritu, en cuya virtud no sólo conocía de
antemano acontecimientos futuros, sino que también escrutaba los secretos de las
conciencias, como si, a imitación de Eliseo, hubiera heredado las dos partes del
espíritu del profeta Elías.
11.7 Hallándose Francisco en Siena, predijo a un señor, amigo suyo, algunas
cosas que habían de sucederle al fin de su vida. Y habiéndose enterado de ello
aquel hombre docto, - de quien antes hemos hecho mención diciendo que alguna vez
conversó con el santo Padre sobre cuestiones de la Sagrada Escritura - ,
preguntó al Santo, para salir de dudas, si realmente él había anunciado aquellas
cosas que conocía por referencias de dicho hombre. Y Francisco no sólo le
confirmó la verdad de lo que había escuchado, sino que además al curioso
investigador de hechos ajenos le predijo el día de su propia muerte. Y para
cerciorarle mejor de lo que le anunciaba, le reveló un secreto escrúpulo de
conciencia que aquel doctor no había manifestado a ningún viviente; le resolvió
maravillosamente sus dudas, dejándole del todo tranquilo con sus saludables
consejos. En confirmación de lo dicho, aquel religioso acabó sus días tal como
se lo había profetizado el siervo de Cristo.
11.8 En aquel mismo tiempo en que Francisco volvía de ultramar acompañado por el
hermano Leonardo de Asís, sucedió que - por estar fatigado y rendido de
cansancio - hubo de montar durante un breve espacio de tiempo sobre un asnillo.
Le seguía su compañero, muy cansado también, que, sintiendo el peso de la humana
flaqueza, comenzó a decir entre sí: "No eran de la misma condición social los
padres de éste y los míos; y he aquí que él va montado, mientras yo camino a pie
guiando su asno".
11.8 Iba rumiando tales pensamientos, cuando de pronto se apeó el Santo y le
dijo: "No es justo, hermano, que yo cabalgue y que tu vayas a pie, porque en el
siglo fuiste mucho más noble y poderoso que yo. Lleno de estupor y vergüenza al
verse descubierto en su conciencia, el hermano se arrojó al instante a los pies
del Santo y, todo bañado en lágrimas, le manifestó sinceramente sus pensamientos
y le pidió perdón.
11.9 Había un hermano, devoto de Dios y del siervo de Cristo, que frecuentemente
daba vueltas a este pensamiento: que podría considerarse digno de la gracia
divina todo aquel a quien el Santo le distinguiese con una especial amistad, y
que, por el como excluido por Dios del número de los elegidos aquel a quien el
Santo mirase como a un extraño. Atormentado muchas veces con tales pensamientos,
ardía en deseos de gozar de la familiaridad del varón de Dios. A nadie había
revelado su secreto; pero un día el bondadoso Padre, llamándolo dulcemente junto
a sí, le habló de esta manera: Hijo mío, no te dejes turbar por ningún
pensamiento; te aseguro que eres uno de entre mis predilectos y que muy gustoso
te brindo el favor de mi intimidad y afecto.
11.9 Maravillado el hermano por esta revelación, se hizo todavía más devoto del
Santo, y no sólo creció en el afecto de éste, sino que, por una gracia singular
del Espíritu Santo, fue también enriquecido con mayores dones. En otra ocasión
en que Francisco moraba en el monte Alverna recluido en su celda, uno de sus
compañeros sintió deseos de poseer algún escrito del Santo con palabras del
Señor y breves anotaciones de su propia mano.
11.9 Creía que de este modo se vería libre de una grave tentación - no de la
carne, sino del espíritu - que lo atormentaba, o que al menos le sería más fácil
superarla Ardiendo en tales deseos, vivía interiormente angustiado, por que,
vencido por la vergüenza, no se atrevía a manifestar su problema al venerable
Padre. Pero lo que el hombre no le descubrió, se lo reveló el Espíritu. Mandó a
dicho hermano le trajera tinta y papel y - conforme a su deseo- escribió de su
propia mano las alabanzas del Señor, añadiendo al fin su bendición, y le dijo:
"Toma para ti este escrito y guárdalo con cuidado hasta el día de tu muerte".
11.9 Se hizo el hermano con aquel don tan deseado, y al punto desapareció por
completo su tentación. Todavía se conserva este escrito, y, a causa de los
estupendos prodigios que posteriormente realizó, permanece como testimonio de
las virtudes de Francisco.
11.10 Había un hermano que, según las apariencias externas, era de una santidad
relevante y de intachable conducta, pero muy dado a singularidades. Entregado
continuamente a la oración, observaba tal estricto silencio, que incluso
acostumbraba confesarse no de palabra, sino con señas.
11.10 Acertó a pasar por aquel lugar el santo Padre. Vio a este hermano y habló
sobre él a la fraternidad. Todos ponderaban con grandes elogios la virtud de
dicho hermano, mas el hombre de Dios les dijo: "Dejad, hermanos, de alabarme lo
que en este hermano no es más que una ficción diabólica. Pues sabed que todo es
tentación diabólica y fraude engañoso". Muy dura les pareció a los hermanos esta
apreciación, creyendo imposible que en tantos indicios de perfección se
escondiera el menor atisbo de hipocresía. Pero, al cabo de no muchos días, dicho
hermano salió de la Religión, y así se puso de manifiesto con cuánta penetración
interior descubrió el varón de Dios los secretos de su corazón.
11.10 Del mismo modo, anunciando de antemano con toda certeza la ruina de muchos
que al parecer estaban firmes en la virtud, así como la conversión a Cristo de
numerosos pecadores, parecía que contemplaba de cerca el espejo de la luz
eterna, con cuyo resplandor admirable su mirada interna veía las cosas
corporalmente ausentes como si le estuviesen presentes.
11.11 En cierta ocasión, su vicario celebraba capítulo, mientras él permanecía
en oración retirado en la celda, haciendo de intermediario entre los hermanos y
Dios. Resultó que uno de éstos - aduciendo especiosas razones en propia defensa
- se negaba a someterse a la disciplina. Viendo en espíritu el Santo esta
actitud, llamó a uno de sus hermanos y le dijo: "He visto al diablo sobre la
espalda de ese hermano desobediente, teniéndole apretado por el cuello. Dicho
hermano, sometido a las órdenes de tal jinete, se deja guiar por las bridas de
sus sugestiones, una vez que ha despreciado el freno de la obediencia. He rogado
a Dios por él, y el diablo ha huido en seguida totalmente confuso. Anda, pues, y
dile al hermano que sin dilación someta su cerviz al yugo de la santa
obediencia".
11.11 Tan pronto como el hermano recibió por intermediario esta amonestación de
Francisco, convirtiéndose inmediatamente a Dios, se arrojó con humildad a los
pies del vicario.
11.12 Sucedió también en otra ocasión que dos hermanos llegaron de lejanas
tierras al eremitorio de Greccio con el fin de ver al varón de Dios y recibir su
bendición, tan deseada desde hacía tiempo. Al llegar no encontraron al Santo,
porque se había ya retirado del público a la celda, por lo que marchaban
desconsolados. Mas he aquí que al irse, sin que el Santo pudiera tener por medio
humano conocimiento de su llegada ni de su partida, salió - contra su costumbre
- de la celda, los llamó y, tal como lo deseaban, los bendijo en el nombre de
Cristo, haciendo sobre ellos la señal de la cruz.
11.13 Una vez vinieron dos hermanos de la Tierra de Labor. El más antiguo de
ellos había dado durante el viaje algunos escándalos al más joven. Al
presentarse al Padre, éste le preguntó al más joven cómo se había comportado con
él su compañero a lo largo del camino. Respondió el hermano: "¡Muy bien por
cierto!" A lo que el Santo le contestó: "¡Cuida, hermano, de no mentir so capa
de humildad! Sí, lo sé todo. Espera un poco y lo verás».
11.13 Quedó muy sorprendido el hermano al comprobar cómo el Santo conocía en
espíritu hechos tan distantes. Pocos días después, el hermano causante de los
escándalos, despreciando la Religión, se salía de ella, sin pedir perdón al
Padre ni aceptar la debida corrección y penitencia. Dos cosas se hicieron
patentes a un mismo tiempo en la ruina de este hermano: la equidad de la
justicia divina y la perspicacia del espíritu de profecía del Santo.
11.14 Que Francisco - por intervención del poder de Dios - se hizo presente a
los ausentes, queda fuera de duda por lo que más arriba se ha dicho. Basta para
ello recordar cómo, estando ausente, se apareció transfigurado a sus hermanos en
un carro de fuego y de qué modo se presentó en el capítulo de Arlés con los
brazos en forma de cruz.
11.4 Se ha de creer que todo esto sucedió por disposición divina para que,
mediante las maravillosas apariciones de presencia corporal, se viera con
claridad meridiana cuán presente y abierto estaba su espíritu a la luz de la
sabiduría eterna, que es más móvil que cualquier movimiento y, en virtud de su
pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; y, entrando en las almas buenas de cada
generación, va haciendo amigos de Dios y profetas. El soberano Maestro, en
efecto, suele descubrir sus misterios a los sencillos y pequeñuelos, como
primeramente se vio en David, eximio entre los profetas; después, en Pedro, el
príncipe de los apóstoles, y, finalmente, en Francisco, el pobrecillo de Cristo.
Todos ellos eran sencillos e iletrados, pero llegaron a ser ilustres con una
erudición infundida por el Espíritu Santo: el primero, como pastor, para
apacentar el rebaño de la sinagoga sacada de Egipto; el segundo, como pescador,
para llenar la red de la Iglesia con multiforme variedad de creyentes, y el
tercero, como negociante, para comprar la margarita de la vida evangélica,
vendiendo y distribuyendo todas las cosas por Cristo.
Capítulo XII.
Eficacia de su predicación y don de curaciones
12.1 Francisco, fiel siervo y ministro de Cristo, en su anhelo de hacerlo todo
con fidelidad y perfección, se esforzaba en ejercitarse muy especialmente en
aquellas virtudes que, al dictado del Espíritu Santo, conocía ser más del agrado
de su Dios. Por esto sucedió que le asaltara una angustiosa duda que le
atormentaba en gran manera, y muchos días, al salir de la oración, se la
proponía a sus compañeros más íntimos con objeto de encontrar una solución a su
problema. Hermanos - les decía - , ¿qué me aconsejáis? ¿Qué os parece más
laudable: que me entregue del todo al ejercicio de la oración o que vaya a
predicar por el mundo?
12.1 Ciertamente, yo, pequeñuelo, simple e inexperto en el hablar, he recibido
una mayor gracia para la oración que para la palabra. Me parece también que en
la oración hay más ganancia y aumento de gracias; en la predicación, en cambio,
más bien se distribuyen los dones recibidos del cielo. En la oración, además, se
purifican los afectos interiores y se une el alma con el único, verdadero y sumo
Bien, fortaleciéndose en la virtud; mas en la predicación se empolvan los pies
del espíritu, se distrae la atención en muchas cosas y se rebaja la disciplina.
Finalmente, en la oración hablamos con Dios y lo escuchamos, y, llevando una
vida cuasi angélica, vivimos entre los ángeles; en la predicación, empero, nos
vemos obligados a usar de gran condescendencia con los hombres, y - teniendo que
convivir con ellos - se hace forzoso pensar, ver, hablar y oír muchas cosas
humanas.
12.1 "Pero hay algo que contrasta con lo dicho y parece que ante Dios prevalece
sobre todas estas cosas, y es que el Hijo unigénito de Dios, Sabiduría eterna,
descendió del seno del Padre por la salvación de las almas: para amaestrar al
mundo con su ejemplo y predicar el mensaje de salvación a los hombres, a quienes
había de redimir con el precio de su sangre divina, purificarlos con el baño del
agua y sustentarlos con su cuerpo y sangre, sin reservarse para sí mismo cosa
alguna que no hubiese entregado generosamente por nuestra salvación. Y como
nosotros debemos obrar en todo conforme al ejemplo de lo que vemos en El, como
modelo mostrado en lo alto del monte, parece ser más del agrado de Dios que,
interrumpiendo el sosiego de la oración, salga afuera a trabajar".
12.1 Y, por más que durante muchos días anduvo dando vueltas al asunto con sus
hermanos, Francisco no acertaba a ver con toda claridad cuál de las dos
alternativas debería elegir como más acepta a Cristo. El, que en virtud del
espíritu de profecía llegaba a conocer cosas maravillosas, no era capaz en
absoluto de resolver por sí mismo esta cuestión. Lo dispuso así la divina
Providencia para que se pusiera de manifiesto, por un oráculo divino, la
excelencia de la predicación y al mismo tiempo quedara a salvo la humildad del
siervo de Cristo.
12.2 Francisco, que había aprendido lecciones sublimes del soberano Maestro, no
se avergonzaba, como verdadero menor, de consultar sobre cosas menudas a los más
pequeños. En efecto, su mayor preocupación consistía en averiguar el camino y el
modo de servir más perfectamente a Dios conforme a su beneplácito. Esta fue su
suprema filosofía, éste su más vivo deseo mientras vivió: preguntar a sabios y
sencillos, a perfectos e imperfectos, a pequeños y grandes, cómo podría llegar
más eficazmente a la cumbre de la perfección.
12.2 Así, pues, llamó a dos de sus compañeros y los envió al hermano Silvestre,
aquel que había visto un día salir de la boca de Francisco una cruz, y que a la
sazón se encontraba en un monte cercano a la ciudad de Asís consagrado de
continuo a la oración. Dichos hermanos le llevaban el encargo de que consultase
con el Señor cuál era su voluntad sobre la duda expuesta y comunicase después la
respuesta dada de lo alto.
12.2 déntico encargo confió a la santa virgen Clara, encareciéndole que
averiguase la voluntad del Señor sobre el particular, ya por medio de alguna de
las más puras y sencillas vírgenes que vivían bajo su obediencia, ya también
uniendo su oración a la de las otras hermanas. Tanto el venerable sacerdote como
la virgen consagrada a Dios - inspirados por el Espíritu Santo - coincidieron de
modo admirable en lo mismo, a saber, que era voluntad divina que el heraldo de
Cristo saliese afuera a predicar.
12.2 Tan pronto como volvieron los hermanos y le comunicaron a Francisco la
voluntad del Señor tal como se les había indicado, se levantó en seguida el
Santo, se ciñó y sin ninguna demora emprendió la marcha. Caminaba con tal fervor
a cumplir el mandato divino y corría tan apresuradamente cual si - actuando
sobre él la mano del Señor - hubiera sido revestido de una nueva fuerza
celestial.
12.3 Acercándose a Bevagna, llegó a un lugar donde se había reunido una gran
multitud de aves de toda especie. Al verlas el santo de Dios, corrió presuroso a
aquel sitio y saludó a las aves como si estuvieran dotadas de razón. Todas se le
quedaron en actitud expectante, con los ojos fijos en él, de modo que las que se
habían posado sobre los árboles, inclinando sus cabecitas, lo miraban de un modo
insólito al verlo aproximarse hacia ellas. Y, dirigiéndose a las aves, las
exhortó encarecidamente a escuchar la palabra de Dios, y les dijo: "Mis hermanas
avecillas, mucho debéis alabar a vuestro Creador, que os ha revestido de plumas
y os ha dado alas para volar, os ha otorgado el aire puro y os sustenta y
gobierna, sin preocupación alguna de vuestra parte".
12.3 Mientras les decía estas cosas y otras parecidas, las avecillas -
gesticulando de modo admirable - comenzaron a alargar sus cuellecitos, a
extender las alas, a abrir los picos y mirarle fijamente. Entre tanto, el varón
de Dios, paseándose en medio de ellas con admirable fervor de espíritu, las
tocaba suavemente con la fimbria de su túnica, sin que por ello ninguna se
moviera de su lugar, hasta que, hecha la señal de la Cruz y concedida su
licencia y bendición, remontaron todas a un mismo tiempo el vuelo. Todo esto lo
contemplaron los compañeros que estaban esperando en el camino. Vuelto a ellos
el varón simple y puro, comenzó a inculparse de negligencia por no haber
predicado hasta entonces a las aves.
12.4 Mientras recorría después los lugares vecinos predicando en ellos, llegó a
un punto llamado Alviano, donde reunió al pueblo e impuso silencio; pero apenas
se le podía oír, a causa de las golondrinas que tenían allí sus nidos, y armaban
gran estrépito con sus penetrantes chirridos.
12.4 El varón de Dios se dirigió a las golondrinas - de modo que le oyeran
también todos los presentes - y les dijo: "Mis hermanas golondrinas, ahora me
toca a mí hablar; vosotras habéis hablado ya bastante. Escuchad la palabra de
Dios, guardando silencio hasta que termine la predicación". Al punto, las
golondrinas, como si tuvieran entendimiento, enmudecieron y no se movieron de
sus puestos todo el tiempo que duró el sermón. Cuantos presenciaron este hecho,
llenos de estupor, glorificaban a Dios. La fama de tal milagro, difundida por
todas partes, encendió en muchos la reverencia y una confiada devoción al Santo.
12.5 Sucedió otro caso parecido al anterior en la ciudad de Parma. Un
estudiante, cuando se dedicaba con diligente aplicación al estudio juntamente
con otros compañeros, era molestado por los importunos chirridos de una
golondrina; por lo que, vuelto a los compañeros, comenzó a decirles: "Esta
golondrina debe de ser alguna de aquellas que molestaban al varón de Dios
Francisco mientras predicaba, hasta que les impuso silencio". Y, dirigiéndose a
la golondrina, le dijo lleno de confianza: En nombre del siervo de Dios
Francisco, te mando que te calles al momento y que vengas a donde mí. La
golondrina, nada más oír el nombre de Francisco - como si estuviera adoctrinada
con las enseñanzas del varón de Dios - , calló al punto y se posó, como en
seguro refugio, en las manos del estudiante, el cual, todo estupefacto, la dejó
inmediatamente en libertad, sin que volviera a ser molestado con sus garlidos.
12.6 En otra ocasión, cuando predicaba el siervo de Dios en Gaeta, a orillas del
mar, una gran muchedumbre, llevada de la devoción, se precipitó sobre él para
tocarle. Sintiendo horror el siervo de Cristo a tan extraordinarias muestras de
veneración de las gentes, corrió a refugiarse él solo en una barca que estaba
junto a la orilla. Y he aquí que la barca, como si fuera movida por un motor
interior dotado de razón, sin remero alguno, se apartó de la tierra mar adentro
ante la mirada y asombro de todos. Alejada a cierta distancia en medio del mar,
permaneció inmóvil entre las olas el tiempo en que el Santo estuvo predicando a
la muchedumbre que le esperaba en la orilla. Una vez que la muchedumbre escuchó
el sermón, presenció el milagro y, recibida la bendición, se retiró para no
molestar más al Santo, entonces la barca por sí sola retornó a tierra.
12.6 ¿Quién sería, pues, tan obstinado e impío que despreciase la predicación de
Francisco, cuyo maravilloso poder hacía que no sólo los seres irracionales se
sometieran a su obediencia, sino también que los mismos cuerpos inanimados se
pusieran al servicio del predicador, como si estuvieran dotados de vida?
12.7 En verdad, asistían al siervo Francisco - adondequiera que se dirigiese -
el Espíritu del Señor, que le había ungido y enviado, y el mismo Cristo, fuerza
y sabiduría de Dios para que abundase en palabras de sana doctrina y
resplandeciera con milagros de gran poder. Su palabra era como fuego ardiente
que penetraba hasta lo más íntimo del ser y llenaba a todos de admiración, por
cuanto no hacía alarde de ornatos de ingenio humano, sino que emitía el soplo de
la inspiración divina.
12.7 Así sucedió una vez que debía predicar en presencia del papa y de los
cardenales por indicación del obispo ostiense. Francisco aprendió de memoria un
discurso cuidadosamente compuesto. Pero, cuando se puso en medio de ellos para
dirigirles unas palabras de edificación, de tal modo se olvidó de cuanto llevaba
aprendido, que no acertaba a decir palabra alguna. Confesó el Santo con
verdadera humildad lo que le había sucedido, y, recogiéndose en su interior,
invocó la gracia del Espíritu Santo. De pronto comenzó a hablar con afluencia de
palabras tan eficaces y a mover a compunción con fuerza tan poderosa las almas
de aquellos ilustres personajes, que se hizo patente que no era él el que
hablaba, sino el Espíritu del Señor.
12.8 Y como primero se convencía a sí mismo con las obras de lo que quería
persuadir a los demás de palabra, sin que temiera reproche alguno, predicaba la
verdad con plena seguridad. No sabía halagar los pecados de nadie, sino que los
fustigaba; ni adular la vida de los pecadores, sino que la atacaba con ásperas
reprensiones. Hablaba con la misma convicción a grandes que a pequeños y
predicaba con idéntica alegría de espíritu a muchos que a pocos.
12.8 Hombres y mujeres de toda edad corrían a ver y oír a este hombre nuevo,
enviado al mundo por el cielo. El, recorriendo diversas regiones, anunciaba con
ardor el Evangelio, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales
que la acompañaban. Pues, en virtud del nombre del Señor, Francisco - pregonero
de la verdad - lanzaba los demonios, sanaba a los enfermos y, lo que es más, con
la eficacia de su palabra ablandaba los corazones obstinados, moviéndolos a
penitencia, y devolvía, al mismo tiempo, la salud del cuerpo y del alma, como lo
comprueban algunos hechos que, como muestra, vamos a referir a continuación.
12.9 En la ciudad de Toscanela fue hospedado devotamente por un caballero cuyo
hijo único estaba contrahecho desde su nacimiento. A las reiteradas instancias
del padre, el Santo, levantando con la mano al niño, lo curó al instante: se le
consolidaron, a la vista de los presentes, todos los miembros del cuerpo, y el
niño - sano y robusto - se incorporó en seguida y echó a andar, dando brincos y
alabando a Dios.
12.9 En Narni, a instancias del obispo, trazó la señal de la cruz, desde la
cabeza hasta los pies, sobre un paralítico privado del ejercicio de todos los
miembros, y el enfermo quedó completamente sano. En la diócesis de Rieti, una
madre le presentó entre sollozos a su niño, que desde hacía cuatro años padecía
una hinchazón tan grande, que ni siquiera podía ver sus propias rodillas. Nada
más tocarle el Santo con sus benditas manos, se curó el niño. Había en Orte un
niño tan contrahecho, que llevaba la cabeza pegada a los pies, y además tenía
algunos huesos rotos. Movido el Santo por los ruegos y lágrimas de sus padres,
hizo sobre él la señal de la cruz, y al punto se enderezó y se vio libre del
mal.
12.10 Una mujer de Gubbio tenía ambas manos tan contrahechas y secas, que no
podía realizar con ellas trabajo alguno. Apenas Francisco hizo sobre ella, en el
nombre del Señor, la señal de la cruz, recobró tan perfectamente la salud, que,
vuelta en seguida a casa, preparó con sus propias manos - cual otra suegra de
Simón - la comida para el Santo y los pobres.
12.10 A una niña del pueblo de Bevagna que estaba completamente ciega, le ungió
tres veces con su propia saliva los ojos en nombre de la Trinidad, y le
restituyó la deseada vista. Había en Narni una mujer privada de la luz de los
ojos. Apenas recibió la señal de la cruz trazada por el Santo, recuperó la
ansiada vista.
12.10 Un niño de la ciudad de Bolonia tenía uno de sus ojos de tal modo cubierto
por una mancha, que no podía ver con él absolutamente nada, ni se vislumbraba
remedio alguno para su curación. El Santo trazó una señal de la cruz a lo largo
de todo su cuerpo, y recuperó el enfermo una visión tan clara, que, ingresando
después en la Orden de los hermanos menores, afirmaba que veía mucho mejor del
ojo antes enfermo que del que siempre había tenido sano.
12.10 En el castro de San Gemini se hospedó el siervo de Dios en casa de un
hombre devoto, cuya mujer era atormentada por el demonio. Francisco - después de
haber orado - mandó al diablo, por santa obediencia, que saliera de aquella
mujer. Y así, con el poder divino, lo ahuyentó tan rápidamente, que se hizo
patente con claridad meridiana que la contumacia diabólica no es capaz de
resistir al poder de la santa obediencia.
12.10 En Citta di Castello, un furioso y maligno espíritu se había posesionado
de una mujer. Intimó el Santo al demonio con el mandato de la obediencia, y éste
marchó indignado, dejando libre en el espíritu y en el cuerpo a la mujer que
había tenido posesa.
12.11 Un hermano era víctima de una enfermedad tan horrible, que, a juicio de
muchos, se trataba, más que de una enfermedad natural, de una actuación maléfica
del demonio. En efecto, con frecuencia caía al suelo y se revolcaba echando
espumarajos, quedando los miembros de su cuerpo ya contraídos, ya extendidos;
ahora plegados, luego torcidos, y tan pronto rígidos como duros. Estando así
algunas veces su cuerpo todo erguido y rígido, de repente se alzaba en alto,
juntando los pies con la cabeza, para volver a caer de nuevo en tierra de una
forma horrible. El siervo de Cristo, lleno de misericordia, se compadeció de
este enfermo, atormentado por una dolencia tan lastimosa e irremediable, y le
alargó un pedazo de pan, del mismo que él estaba comiendo. Apenas gustó el pan,
sintió en sí el enfermo tal fuerza, que de allí en adelante no sufrió más las
dolencias de aquella enfermedad.
12.11 En el condado de Arezzo, una mujer se debatía por largos días en medio de
los dolores de parto, y estaba ya a las puertas de la muerte, .sin que para ella
hubiese ninguna esperanza ni remedio humano, sino el de Dios. Acertó a pasar por
aquella región el siervo de Cristo, montado a caballo a causa de su enfermedad
corporal, y sucedió que el animal retornó por la casa donde se encontraba la
enferma. Viendo los hombres de aquel lugar el caballo que había montado el
Santo, le quitaron el freno para aplicárselo a la mujer. A su contacto
desapareció prodigiosamente todo peligro, y la señora al punto dio a luz,
quedando sana y salva.
12.11 Un hombre de Castello della Pieve muy religioso y temeroso de Dios
conservaba consigo el cordón que había ceñido el Padre santo. Como muchos
hombres y mujeres de aquella región eran atacados por diversas enfermedades,
este buen hombre recorría las casas de los enfermos y, mojando el cordón en
agua, daba de beber a los pacientes, y de este modo muchos quedaban curados.
Asimismo, enfermos que gustaban el pan tocado por las manos del varón de Dios,
por virtud divina conseguían al punto el remedio y la salud.
12.12 Al ir acompañada la predicación del pregonero de Cristo con el fulgor de
estos y otros muchos estupendos milagros, la gente escuchaba sus palabras como
si las hablara un ángel del Señor. En efecto, la excelente prerrogativa de sus
virtudes, el espíritu de profecía, el don de hacer milagros, el oráculo recibido
del cielo en orden a la predicación, la obediencia de las criaturas
irracionales, el profundo cambio de los corazones al escuchar su palabra, la
ciencia infundida por el Espíritu Santo fuera de todo humano adoctrinamiento, la
facultad de predicar concedida, no sin divina revelación, por el sumo pontífice,
y además la Regla, confirmada por el mismo vicario de Cristo, en la que se
expresa la forma de predicar, y, finalmente, las señales del Rey soberano,
impresas a modo de sello en su cuerpo, son como diez testimonios que proclaman
de manera inequívoca al mundo entero que Francisco, pregonero de Cristo, fue
digno de veneración por su oficio, auténtico en su doctrina y admirable por su
santidad; y que por esto predicó el Evangelio de Cristo como verdadero enviado
de Dios.
Capítulo XIII.
Las sagradas llagas
13.1 Era costumbre en el angélico varón Francisco no cesar nunca en la práctica
del bien, antes, por el contrario, a semejanza de los espíritus celestiales en
la escala de Jacob, o subía hacia Dios o descendía hasta el prójimo. En efecto,
había aprendido a distribuir tan prudentemente el tiempo puesto a su disposición
para merecer, que parte de él lo empleaba en trabajosas ganancias en favor del
prójimo y la otra parte la dedicaba a las tranquilas elevaciones de la
contemplación. Por eso, después de haberse empeñado en procura la salvación de
los demás según lo exigían las circunstancias de lugares y tiempos, abandonando
el bullicio de las turbas, se dirigía a lo mas recóndito de la soledad, a un
sitio apacible, donde, entregado mas libremente al Señor pudiera sacudir el
polvo que tal vez se le hubiera pegado en el trato con los hombres.
13.1 Así, dos años antes de entregar su espíritu a Dios y tras haber
sobrellevado tantos trabajos y fatigas, fue conducido, bajo la guía de la divina
Providencia, a un monte elevado y solitario llamado Alverna. Allí dio comienzo a
la cuaresma de ayuno que solía practicar en honor del arcángel San Miguel, y de
pronto se sintió rodeado más abundantemente que de ordinario con la dulzura de
la divina contemplación; e, inflamado en deseos más ardientes del cielo, comenzó
a experimentar en sí un mayor cúmulo de dones y gracias divinas. Se elevaba a lo
alto no como curioso escudriñador de la majestad divina, para ser oprimido por
su gloria, sino como siervo fiel y prudente, que investiga el beneplácito
divino, al que deseaba vivamente conformarse en todo.
13.2 Conoció por divina inspiración que, abriendo el libro de los santos
evangelios, le manifestaría Cristo lo que fuera más acepto a Dios en su persona
y en todas sus cosas. Después de una prolongada y fervorosa oración, hizo que su
compañero, varón devoto y santo, tomara del altar el libro sagrado de los
evangelios y lo abriera tres veces en nombre de la santa Trinidad. Y como en la
triple apertura apareciera siempre la pasión del Señor, comprendió el varón
lleno de Dios que como había imitado a Cristo en las acciones de su vida, así
también debía configurarse con El en las aflicciones y dolores de la pasión
antes de pasar de este mundo.
13.2 Y aunque, por las muchas austeridades de su vida anterior y por haber
llevado continuamente la cruz del Señor, estaba ya muy debilitado en su cuerpo,
no se intimidó en absoluto, sino que se sintió aún más fuertemente animado para
sufrir el martirio. En efecto, en tal grado había prendido en él el incendio
incontenible de amor hacia el buen Jesús hasta convertirse en una gran llamarada
de fuego, que las aguas torrenciales no serían capaces de extinguir su caridad
tan apasionada.
13.3 Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y
transformado por su tierna compasión en Aquel que a causa de su extremada
caridad, quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta de
la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte,
vio bajar de lo mas alto del cielo a un serafín que tenía seis alas tan ígneas
como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se
encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció entonces entre
las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y pies estaban
extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se alzaban sobre la
cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos restantes cubrían todo su
cuerpo.
13.3 Ante tal aparición quedó lleno de estupor el Santo y experimentó en su
corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa
mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín;
pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor
compasivo que atravesaba su alma.
13.3 Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el
dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un
serafín. Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había sido
presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo supiera de
antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo
crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de su espíritu.
Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor
maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las señales que imprimió en
su carne.
13.3 Así, pues, al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las
señales de los clavos, tal como lo había visto poco antes en la imagen del varón
crucificado. Se veían las manos y los pies atravesados en la mitad por los
clavos, de tal modo que las cabezas de los clavos estaban en la parte inferior
de las manos y en la superior de los pies, mientras que las puntas de los mismos
se hallaban al lado contrario. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras
en las manos y en los pies; las puntas aparecían alargadas, retorcidas y como
remachadas, y, sobresaliendo de la misma carne, rebasaban el resto de ella. Así,
también el costado derecho - como si hubiera sido traspasado por una lanza -
escondía una roja cicatriz, de la cual manaba frecuentemente sangre sagrada,
empapando la túnica y los calzones.
13.4 Viendo el siervo de Cristo que no podían permanecer ocultas a sus
compañeros más íntimos aquellas llagas tan claramente impresas en su carne y
temeroso, por otra parte, de publicar el secreto del Señor, se vio envuelto en
una angustiosa incertidumbre, sin saber a qué atenerse: si manifestar o más bien
callar la visión tenida. Por eso llamó a algunos de sus hermanos, y, hablándoles
en términos generales, les propuso la duda y les pidió consejo. Entonces, uno de
los hermanos, Iluminado por gracia y de nombre, comprendiendo que algo muy
maravilloso debía de haber visto el Santo, puesto que parecía como fuera de sí
por el asombro, le habló de esta manera: "Has de saber, hermano, que los
secretos divinos te son manifestados algunas veces no solo para ti, sino también
para provecho de los demás. Por tanto, parece que debes de temer con razón que,
si ocultas el don recibido para bien de muchos, seas juzgado digno de reprensión
por haber ocultado el talento a ti confiado".
13.4 Animado el Santo con estas palabras, aunque en otras ocasiones solía decir:
Mi secreto para mí, esta vez relató detalladamente - no sin mucho temor - la
predicha visión; y añadió que Aquel que se le había aparecido le dijo algunas
cosas que jamás mientras viviera revelaría a hombre alguno. Se ha de creer, sin
duda, que las palabras de aquel serafín celestial aparecido admirablemente en
forma de cruz eran tan misteriosas, que tal vez no era lícito comunicarlas a los
hombres.
13.5 Después que el verdadero amor de Cristo había transformado en su propia
imagen a este amante suyo, terminado el plazo de cuarenta días que se había
propuesto pasar en soledad y próxima ya la solemnidad del arcángel Miguel, bajó
del monte el angélico varón Francisco llevando consigo la efigie del
Crucificado, no esculpida por mano de algún artífice en tablas de piedra o de
madera, sino impresa por el dedo de Dios vivo en los miembros de su carne. Y
como es bueno ocultar el secreto del rey, consciente el Santo de ser depositario
de un secreto real, trataba de esconder con toda diligencia aquellas sagradas
señales. Pero como también es propio de Dios revelar para su gloria las grandes
maravillas que realiza, el mismo Señor que había impreso secretamente aquellas
señales, mostró abiertamente por ellas algunos milagros, para que con la
evidencia de los signos se hiciera patente la fuerza oculta y maravillosa de
aquellas llagas.
13.6 En la provincia de Rieti se había propagado una peste tan devastadora, que
arrasaba despiadadamente todo ganado lanar y vacuno, hasta el punto de no poder
encontrarse remedio alguno. Pero un hombre temeroso de Dios fue advertido por
medio de una visión nocturna que se llegase apresuradamente al eremitorio de los
hermanos, donde a la sazón moraba Francisco, y que, tomando el agua en que se
había lavado las manos y los pies el siervo de Dios, rociase con ella todos los
animales.
13.6 Levantándose muy de mañana, se fue a dicho lugar, y, obtenida ocultamente
el agua mediante los compañeros del Santo, roció con ella las ovejas y bueyes
enfermos. Y ¡oh maravilla! tan pronto como el agua, aun en pequeña cantidad,
llegaba a tocar a los animales enfermos y postrados en tierra, se levantaban al
punto, recobrando el vigor de antes, y, como si no hubieren sufrido mal alguno,
corrían a pastar en los campos. Así, resultó que, por el admirable poder de
aquella agua que había tocado las sagradas llagas, cesara del todo la plaga y
huyera de los rebaños la mortífera peste.
13.7 Antes de la permanencia del Santo en el monte Alverna solía suceder que una
nube formada cerca del mismo monte desencadenaba en las cercanías tan violenta
tempestad de granizo, que devastaba periódicamente los frutos de la tierra. Pero
después de aquella feliz aparición cesó el granizo, no sin admiración de los
habitantes del lugar, de modo que el mismo cielo, serenando su rostro contra
costumbre, ponía de manifiesto la excelencia de aquella celeste visión y el
poder de las llagas que allí fueron impresas.
13.7 Sucedió también que, caminando el Santo durante el invierno montado en el
jumentillo de un hombre pobre a causa de la debilidad del cuerpo y de la
aspereza de los sendero, hubo de pernoctar al cobijo de la prominencia de una
roca para evitar de algún modo las incomodidades de la nieve y de la noche, que
se le echaban encima y le impedían llegar al lugar del albergue. Notando el
santo varón que el hombre que le acompañaba se revolvía de una parte a otra
murmurando quedamente con quejumbrosos gemidos, como quien mal abrigado no podía
estar quieto a causa de la atrocidad del frío, encendido en el fervor del amor
divino, extendió su mano y le tocó con ella.
13.7 ¡Cosa admirable! De repente, al contacto de aquella mano sagrada, que
portaba en sí el fuego recibido de la brasa del serafín, huyó todo frío y se vio
envuelto en tanto calor, dentro y fuera, como si lo hubiese invadido una
bocanada salida del respiradero de un horno. Porque, confortado al instante en
el alma y en el cuerpo, durmió hasta el amanecer tan suavemente entre piedras y
nieve como jamás había descansado en su propio lecho, según el mismo declaraba
más tarde.
13.7 Consta, pues, con pruebas ciertas que las sagradas llagas fueron impresas
por el poder de Aquel que, mediante el amor seráfico, limpia, ilumina e inflama,
puesto que dichas llagas con admirable eficacia contribuyeron a dar salud a los
animales, limpiándolos de la peste; devolvieron la serenidad del cielo,
ahuyentando la tormenta, y prestaron calor a los cuerpos, ateridos por el frío.
Todo esto se puso de manifiesto con más evidentes prodigios después de la muerte
del Santo, como se anotara más tarde en su debido lugar.
13.8 Por más diligencia que ponía el Santo en tener oculto el tesoro encontrado
en el campo, no pudo evitar que algunos llegaran a ver las llagas de sus manos y
pies, no obstante llevar casi siempre cubiertas las manos y andar desde entonces
con los pies calzados. Muchos hermanos vieron las llagas durante la vida del
Santo; y aunque por su santidad relevante eran dignos de todo crédito, sin
embargo, para eliminar toda posible duda, afirmaron bajo juramento, con las
manos puestas sobre los evangelios, ser verdad que las habían visto.
13.8 Las vieron también algunos cardenales que gozaban de especial intimidad con
el Santo, los cuales, consignando con toda veracidad el hecho, enaltecieron
dichas sagradas llagas en prosa, en himnos y antífonas que compusieron en honor
del siervo de Dios, y tanto de palabra como por escrito dieron testimonio de la
verdad. Asimismo, el sumo pontífice señor Alejandro, una vez que predicaba al
pueblo en presencia de muchos hermanos - entre ellos me encontraba yo - , afirmó
haber visto con sus propios ojos las sagradas llagas mientras vivía aún el
Santo.
13.8 Las vieron, con ocasión de su muerte, más de cincuenta hermanos, y la
virgen devotísima de Dios Clara, junto con sus hermanas de comunidad y un grupo
incontable de seglares, muchos de los cuales - como se dirá en su lugar - ,
movidos por la devoción y el afecto, negaron a besar y tocar con sus propias
manos las llagas para confirmación testimonial.
13.8 En cuanto a la llaga del costado, la ocultó tan sigilosamente el Santo, que
nadie pudo verla mientras él vivió, si no era de manera furtiva. Así sucedió
cuando un hermano que solía atenderle con gran solicitud le indujo con piadosa
cautela a quitarse la túnica para sacudirla; entonces miró atentamente y le vio
la llaga, incluso llegó a tocarla aplicando rápidamente tres dedos. De este modo
pudo percibir no sólo con el tacto, sino también con la vista, la magnitud de la
herida.
13.8 Valiéndose de parecida estratagema, la vio también aquel hermano que a la
sazón era su vicario. En otra ocasión, uno de los compañeros del Santo, hombre
de extraordinaria simplicidad, al frotarle, por causa de la enfermedad, la
espalda dolorida, extendió la mano por debajo de la capucha, y casualmente la
deslizó hasta la sagrada llaga, produciéndole un intenso dolor. A raíz de esto
llevó unos calzones que le llegaban hasta el arranque de los brazos, para cubrir
así la llaga del costado.
13.8 Asimismo, los hermanos que lavaban la ropa del Santo o sacudían a su tiempo
la túnica porque las encontraban con algunas manchas de sangre, llegaron a
conocer palpablemente por estos signos evidentes la existencia de la sagrada
llaga, que después, al ser amortajado el cadáver del Santo, contemplaron y
veneraron.
13.9 ¡Ea, pues, valerosísimo caballero de Cristo, empuña las armas del muy
invicto capitán! Defendido con ellas de modo tan insigne, vencerás a todos los
adversarios. ¡Enarbola el estandarte del Rey altísimo, a cuya vista cobren valor
los combatientes todos del ejército divino! ¡Ostenta el sello del sumo pontífice
Cristo, con el que todos reconozcan como irreprensibles y auténticas tus
palabras y tus hechos! Por las marcas del Señor Jesús que llevas en tu cuerpo,
nadie debe serte molesto, antes bien todo siervo de Cristo está obligado a
profesarte singular afecto y devoción. Estas señales evidentísimas, que han sido
comprobadas no justamente por dos o tres testigos, sino superabundantemente por
muchísimos, hacen que las manifestaciones de Dios en ti y por ti sean tan dignas
de crédito, que quitan a los incrédulos la más Ieve excusa, mientras los
creyentes se afianzan en la fe, se elevan con una fundada esperanza y se
inflaman en el fuego de la caridad.
13.10 Ya se ha cumplido verdaderamente aquella primera visión en que
contemplaste cómo llegarías a ser caudillo en la milicia de Cristo y se te
aseguró que serías decorado con armas celestes selladas con la insignia de la
cruz. Ya puede tenerse por verdadera, sin ningún género de duda, aquella visión
del Crucificado que tuviste al principio de tu conversión, y que traspasó tu
alma con la espada de una dolorosa compasión, así como también aquella voz que
escuchaste, procedente de la cruz como del trono sublime de Cristo y de su
secreto propiciatorio, según tú mismo lo afirmaste con tus sagradas palabras.
13.10 Ya también se puede creer y asegurar con certeza que no fueron puras
visiones imaginarias, sino verdaderas revelaciones del cielo, aquellos hechos
acaecidos durante el desarrollo de tu conversión: la cruz que el hermano
Silvestre vio salir prodigiosamente de tu boca; las espadas en forma de cruz que
vio atravesar tu cuerpo el santo hermano Pacífico, y tu misma aparición en
figura de cruz elevada en el aire cuando San Antonio predicaba acerca del título
de la cruz, conforme a la visión tenida por el angélico varón Monaldo.
13.10 Ya por fin, hacia los últimos días de tu vida, el habérsete mostrado en
una misma visión la sublime imagen del Serafín y la humilde efigie del
Crucificado, que te abrasó en el interior y te signó al exterior como a otro
ángel que sube del oriente para que lleves en ti el sello de Dios vivo: todo
ello corrobora más y más la fe en las cosas antes referidas y, a su vez, recibe
de éstas un testimonio de su veracidad.
13.10 He aquí las siete maravillosas apariciones de la cruz de Cristo
verificadas en ti y en torno a tu persona y mostradas según el orden
cronológico. A través de las seis primeras, como por otras tantas gradas,
llegaste a la séptima, donde hallarías finalmente reposo. En efecto, la cruz de
Cristo, que en los inicios de tu conversión te fue propuesta y que tú asumiste;
esa cruz que después a lo largo de tu existencia llevaste continuamente en ti
con una vida santísima y la mostraste para ejemplo de los demás, deja entrever
con tal claridad y certeza el hecho de haber tú alcanzado finalmente el ápice de
la perfección evangélica, que ninguna persona verdaderamente devota puede
rechazar esta demostración de la sabiduría cristiana esculpida en el polvo de tu
carne, ningún verdadero fiel la puede impugnar, ni despreciarla ninguno que sea
verdaderamente humilde, porque se trata de una demostración expresada por el
mismo Dios, y digna, por tanto, de ser plenamente aceptada.
Capítulo XIV.
Paciencia del Santo y su muerte
14.1 Clavado ya en cuerpo y alma a la cruz juntamente con Cristo, Francisco no
sólo ardía en amor seráfico a Dios, sino que también, a una con Cristo
crucificado, estaba devorado por la sed de acrecentar el número de los que han
de salvarse. No pudiendo caminar a pie a causa de los clavos que sobresalían en
la planta de sus pies, se hacía llevar su cuerpo medio muerto a través de las
ciudades y aldeas para animar a todos a llevar la cruz de Cristo.
14.1 Y, dirigiéndose a sus hermanos, les decía: Comencemos, hermanos, a servir
al Señor nuestro Dios, porque bien poco es lo que hasta ahora hemos progresado.
Se abrasaba también en el ardiente deseo de volver a la humildad de los primeros
tiempos, para servir, como al principio, a~ los leprosos y reducir a la antigua
servidumbre su cuerpo, desgastado ya por el trabajo y sufrimiento.
14.1 Proponíase, bajo la guía de Cristo, llevar a cabo cosas grandes, y, aunque
sumamente débil en su cuerpo, pero vigoroso y férvido en el espíritu, soñaba con
nuevas batallas y nuevos triunfos sobre el enemigo, pues no hay lugar para la
flojedad y la pereza allí donde el estimulo del amor apremia siempre a empresas
mayores. Era tal la armonía que reinaba entre su carne y su espíritu, tal la
prontitud de mutua obediencia, que, cuando el espíritu se esforzaba por tender a
la cima más alta de la santidad, la carne no sólo no le ponía el menor
obstáculo, sino que procuraba adelantarse a sus deseos.
14.2 Y. A fin de que el varón de Dios fuera creciendo en el cúmulo de méritos
que hallan su verdadera consumación en la paciencia, comenzó a padecer tantas y
tan graves enfermedades, que apenas quedaba en su cuerpo miembro alguno sin gran
dolor y sufrimiento. Al fin fue reducido a tal estado por estas variadas,
prolongadas y continuas dolencias, que, consumidas ya sus carnes, sólo parecía
quedársele la piel adherida a los huesos. Y, a pesar de sufrir en su cuerpo tan
acerbos dolores, pensaba que a sus angustias no se les debía llamar penas, sino
hermanas.
14.2 Cierto día en que se veía más fuertemente afligido que de ordinario por las
punzadas del dolor, le dijo un hermano de gran simplicidad: Hermano, ruega al
Señor que te trate con mayor suavidad, pues parece que hace sentir sobre ti más
de lo debido el peso de su mano. Al oír estas palabras, exclamó el Santo con un
gran gemido: "Si no conociera tu cándida simplicidad, desde ahora detestaría tu
compañía, porque te has atrevido a juzgar reprensibles los juicios de Dios
respecto de mi persona". Y, aunque estaba su cuerpo triturado por las prolijas y
graves dolencias, se arrojó al suelo, recibiendo sus débiles huesos en la caída
un duro golpe. Y, besando la tierra, dijo: Gracias te doy, Señor Dios mío, por
todos estos dolores, y te ruego, Señor mío, que los centupliques, si así te
place; porque me será muy grato que no me perdones afligiéndome con el dolor,
siendo así que mi supremo consuelo se cifra en cumplir tu santa voluntad».
14.2 Por ello les parecía a sus hermanos ver en él a un nuevo Job, en quien, a
medida que crecía la debilidad de la carne, se intensificaba el vigor del
espíritu. El Santo tuvo con mucha antelación conocimiento de la hora de su
muerte, y, estando cercano el día de su tránsito, comunicó a sus hermanos que
muy pronto iba a abandonar la tienda de su cuerpo, según se lo había revelado el
mismo Cristo.
14.3 Probado, pues, con múltiples y dolorosas enfermedades durante los dos años
que siguieron a la impresión de las sagradas llagas y trabajado a base de tantos
golpes, como piedra destinada a colocarse en el edificio de la Jerusalén celeste
y como material dúctil fabricado hasta la perfección con el martillo de
numerosas tribulaciones, el vigésimo año de su conversión Francisco pidió ser
trasladado a Santa María de la Porciúncula para exhalar el último aliento de su
vida allí donde había recibido el espíritu de gracia. Habiendo llegado a este
lugar, con el fin de mostrar con un ejemplo de verdad que nada tenía él de común
con el mudo en medio de aquella enfermedad tan grave que dio término a todas sus
dolencias, llevado del fervor de su espíritu, se postró totalmente desnudo sobre
la desnuda tierra, dispuesto en aquel trance supremo - en que el enemigo podía
aún desfogar sus iras - a luchar desnudo con el desnudo.
14.3 Postrado así en tierra y despojado de su vestido de saco, elevó, en la
forma acostumbrada, su rostro al cielo, y, fijando toda su atención en aquella
gloria, cubrió con la mano izquierda la herida del costado derecho a fin de que
no fuera vista. Y, vuelto a sus hermanos, les dijo: Por mi parte he cumplido lo
que me incumbía; que Cristo os enseñe a vosotros lo que debéis hacer.
14.4 Lloraban los compañeros del Santo, con el corazón traspasado por el dardo
de una extraordinaria compasión, y uno de ellos, a quien Francisco llamaba su
guardián, conociendo por divina inspiración los deseos del enfermo, corrió
presuroso en busca de la túnica, la cuerda y los calzones, y, ofreciendo estas
prendas al pobrecillo de Cristo, le dijo: "Te las presto como a pobre que eres y
te mando por santa obediencia que las recibas".
14.4 Se alegra de ello el santo varón y su corazón salta de júbilo al comprobar
que hasta el fin ha guardado fidelidad a dama Pobreza y, elevando las manos al
cielo, glorifica a su Cristo, porque, despojado de todo, se dirige libremente a
su encuentro. Todo esto lo hizo llevado de su ardiente amor a la pobreza, de
modo que no quiso tener ni siquiera el hábito sino prestado.
14.4 Ciertamente, quiso conformarse en todo con Cristo crucificado, que estuvo
colgado en la cruz: pobre, doliente y desnudo. Por esto, al principio de su
conversación permaneció desnudo ante el obispo, y, asimismo, al término de su
vida quiso salir desnudo de este mundo. Y a los hermanos que le asistían les
mandó por obediencia de caridad que, cuando le viesen ya muerto, le dejasen
yacer desnudo sobre la tierra tanto espacio de tiempo cuanto necesita una
persona para recorrer pausadamente una milla de camino.
14.4 ¡Oh varón cristianísimo, que en su vida trató de configurarse en todo con
Cristo viviente, que en su muerte quiso asemejarse a Cristo moribundo y que
después de su muerte se pareció a Cristo muerto! ¡Bien mereció ser honrado con
una tal explícita semejanza!
14.5 Acercándose, por fin, el momento de su tránsito, hizo llamar a su presencia
a todos los hermanos que estaban en el lugar y, tratando de suavizar con
palabras de consuelo el dolor que pudieran sentir ante su muerte, los exhortó
con paterno afecto al amor de Dios. Después se prolongó, hablándoles acerca de
la guarda de la paciencia, de la pobreza y de la fidelidad a la santa Iglesia
romana, insistiéndoles en anteponer la observancia del Santo Evangelio a todas
las otras normas.
14.5 Sentados a su alrededor todos los hermanos, extendió sobre ellos las manos,
poniendo los brazos en forma de cruz por el amor que siempre profesó a esta
señal, y, en virtud y en nombre del Crucificado, bendijo a todos los hermanos
tanto presentes como ausentes. Añadió después: "Estad firmes, hijos todos, en el
temor de Dios y permaneced siempre en él. Y como ha de sobrevenir la prueba y se
acerca ya la tribulación, felices aquellos que perseveraren en la obra
comenzada. En cuanto a mí, yo me voy a mi Dios, a cuya gracia os dejo
encomendados a todos".
14.5 Concluida esta suave exhortación, mandó el varón muy querido de Dios se le
trajera el libro de los evangelios y suplicó le fuera leído aquel pasaje del
evangelio de San Juan que comienza así: Antes de la fiesta de Pascua. Después de
esto entonó él, como pudo, este salmo: A voz en grito clamo al Señor, a voz en
grito suplico al Señor, y lo recitó hasta el fin, diciendo: Los justos me están
aguardando hasta que me des la recompensa.
14.6 Cumplidos, por fin, en Francisco todos los misterios, liberada su alma
santísima de las ataduras de la carne y sumergida en el abismo de la divina
claridad, se durmió en el Señor este varón bienaventurado. Uno de sus hermanos y
discípulos cómo aquella dichosa alma subía derecha al cielo en forma de una
estrella muy refulgente, transportada por una blanca nubecilla sobre muchas
aguas. Brillaba extraordinariamente, con la blancura de una sublime santidad, y
aparecía colmada a raudales de sabiduría y gracia celestiales, por las que
mereció el santo varón penetrar en la región de la luz y de la paz, donde
descansa eternamente con Cristo.
14.6 Asimismo, el hermano Agustín, ministro a la sazón de los hermanos en la
Tierra de Labor, varón santo y justo - que se encontraba a punto de morir y
hacía ya tiempo que había perdido el llabla - , de pronto exclamó ante los
hermanos que le oían: "Espérame, Padre, espérame, que ya voy contigo!" Pasmados
los hermanos, le preguntaron con quién hablaba de forma tan animada; y él
contestó: Pero ¿no veis a nuestro padre Francisco que se dirige al cielo? Y al
momento aquella santa alma, saliendo de la carne, siguió al Padre santísimo.
14.6 El obispo de Asís había ido por aquel tiempo en peregrinación al santuario
de San Miguel, situado en el monte Gargano. Estando allí, se le apareció el
bienaventurado Francisco la noche misma de su tránsito y le dijo: "Mira, dejo el
mundo y me voy al cielo". Al levantarse a la mañana siguiente, el obispo refirió
a los compañeros la visión que había tenido de noche, y vuelto a Asís comprobó
con toda certeza, tras una cuidadosa investigación, que a la misma hora en que
se le presentó la visión había volado de este mundo el bienaventurado Padre.
14.6 Las alondras, amantes de la luz y enemigas de las tinieblas crepusculares,
a la hora misma del tránsito del santo varón, cuando al crepúsculo iba a
seguirle ya la noche, llegaron en una gran bandada por encima del techo de la
casa y, revoloteando largo rato con insólita manifestación de alegría, rendían
un testimonio tan jubiloso como evidente de la gloria del Santo, que tantas
veces las había solido invitar al canto de las alabanzas divinas.
Capítulo XV.
Canonización. Traslado de su cuerpo
15.1 Francisco, siervo y amigo del Altísimo, fundador y guía de la Orden de los
hermanos menores, seguidor de la pobreza, modelo de penitencia, pregonero de la
verdad, espejo de santidad y ejemplar de toda perfección evangélica, prevenido
por la gracia divina, ascendió, en forma progresiva y ordenada, de los grados
más ínfimos a las cimas más altas.
E15.1 El Señor, que esclareció portentosamente en su vida a este hombre
admirable, por cuanto lo hizo muy rico en la pobreza, sublime en la humildad,
vigoroso en la mortificación, prudente en la simplicidad e insigne por la
integridad y pureza de costumbres, en su muerte lo hizo aún incomparablemente
más glorioso
15.1 Pues, al emigrar de este mundo el bienaventurado varón y penetrar su
bendita alma en la morada de la eternidad para gustar plenamente de la fuente de
vida transformado en un ser glorioso, dejó impresas en su cuerpo unas señales de
su futura gloria, de modo que aquella carne santísima que, crucificada con los
vicios, se había convertido en una nueva criatura, no sólo llevase grabada, por
singular privilegio, la efigie de la pasión de Cristo, sino que también
anunciase, por la novedad del milagro, una cierta especie de resurrección.
15.2 Se veían en aquellos dichosos miembros unos clavos de su misma carne,
fabricados maravillosamente por el poder divino y tan connaturales a ella, que,
si se les presionaba por una parte, al momento sobresalían por la otra, como si
fueran nervios duros y de una sola pieza. Apareció también muy visible en su
cuerpo la llaga del costado - no infligida ni producida por mano humana - ,
semejante a la del costado herido del Salvador, que hizo patente en el mismo
Redentor nuestro el sacramento de la redención y regeneración de los hombres.
15.2 El aspecto de los clavos era negro, parecido al hierro; mas la herida del
costado era rojiza y formaba, por la contracción de la carne, una especie de
círculo, presentándose a la vista como una rosa bellísima. El resto de su cuerpo
- antes, tanto por la enfermedad como por su modo natural de ser, era de color
moreno - brillaba ahora con una blancura extraordinaria, como dando a entender
la hermosura de su vestido de gloria.
15.3 Los miembros de su cuerpo se mostraban al tacto tan blandos y flexibles,
que parecían haber vuelto a ser tiernos como los de la infancia y se presentaban
adornados con algunas señales evidentes de inocencia. En su carne blanquísima
contrastaba la negrura de los clavos, mientras la herida del costado aparecía
rubicunda como una rosa de primavera. No es extraño que tan bella y prodigiosa
variedad suscitara en cuantos la contemplaban sentimientos de gozo y admiración
.
15.3 Lloraban los hijos por la pérdida de tan amable Padre, pero al mismo tiempo
experimentaban no pequeña alegría al besar en aquel cuerpo las señales del Rey
soberano. La novedad del milagro convertía el llanto en júbilo, y el
entendimiento se llenaba de estupor al indagar el hecho. Era, en efecto, un
espectáculo tan insólito y sorprendente, que para cuantos lo contemplaban
constituía un afianzamiento en la fe y un incentivo de amor; y para quienes
solamente oían hablar de él, se convertía en objeto de admiración, que
despertaba un vivo deseo de verlo.
15.4 Tan pronto como se tuvo noticia del tránsito del bienaventurado Padre y se
divulgó la fama del milagro de la estigmatización, el pueblo en masa acudió en
seguida al lugar para ver con sus propios ojos aquel portento, que disipara toda
duda de sus mentes y colmara de gozo sus corazones afectados por el dolor.
Muchos ciudadanos de Asís fueron admitidos para contemplar y besar las sagradas
llagas.
15.4 Uno de ellos llamado Jerónimo, caballero culto y prudente además de famoso
y célebre, como dudase de estas sagradas llagas, siendo incrédulo como Tomás,
movió con mucho fervor y audacia los clavos y con sus propias manos tocó las
manos, los pies y el costado del Santo en presencia de los hermanos y de otros
ciudadanos; y resultó que, a medida que iba palpando aquellas señales auténticas
de las llagas de Cristo, amputaba de su corazón y del corazón de todos la más
leve herida de duda. Por lo cual desde entonces se convirtió, entre otros, en Un
testigo cualificado de esta verdad conocida con tanta certeza, y la confirmó
bajo juramento poniendo las manos sobre los libros sagrados.
15.5 Los hermanos e hijos, que fueron convocados para asistir al tránsito del
Padre a una con la gran masa de gente que acudió, consagraron aquella noche en
que falleció el santo confesor de Cristo a la recitación de las alabanzas
divinas, de tal suerte que aquello, más que exequias de difuntos, parecía una
vigilia de ángeles. Una vez que amaneció, la muchedumbre que había concurrido
tomó ramos de árboles y gran profusión de velas encendidas y trasladó el sagrado
cadáver a la ciudad de Asís entre himnos y cánticos.
15.5 Al pasar por la iglesia de San Damián, donde moraba enclaustrada, junto con
otras vírgenes, aquella noble virgen Clara, ahora gloriosa en el cielo, se
detuvieron allí un poco de tiempo y les presentaron a aquellas vírgenes
consagradas el sagrado cuerpo, adornado con perlas celestiales, para que lo
vieran y lo besaran. Llegados por fin, radiantes de júbilo, a la ciudad,
depositaron con toda reverencia el precioso tesoro que llevaban en la iglesia de
San Jorge 3. Este era precisamente el lugar en que siendo niño aprendió las
primeras letras y donde más tarde comenzó su predicación; aquí mismo,
finalmente, encontró su primer lugar de descanso.
15.6 El venerable Padre pasó del naufragio de este mundo el día 3 de octubre del
año 1226 de la encarnación del Señor al atardecer del sábado, y fue sepultado al
día siguiente, domingo. Muy pronto el bienaventurado varón - como si irradiara
desde lo alto el resplandor de su visión de la faz divina - comenzó a brillar
con grandes y numerosos milagros. Así, aquella sublime santidad de Francisco,
que mientras vivió en carne mortal se había hecho patente al mundo con ejemplos
de una perfecta justicia, convirtiéndolo en guía de virtud, ahora que reinaba
con Cristo venía corroborada por el cielo mediante los milagros que realizaba la
omnipotencia divina para una absoluta confirmación de la fe.
15.6 Los gloriosos milagros que se realizaron en diversas partes del mundo y los
abundantes beneficios obtenidos por intercesión de Francisco, encendían a muchos
en el amor a Cristo y los movían a venerar al Santo, a quien aclamaban no sólo
con el lenguaje de las palabras, sino también con el de las obras. De este modo,
las maravillas que Dios realizaba mediante su siervo Francisco llegaron a oídos
del mismo sumo pontífice señor Gregorio lX.
15.7 En verdad, el pastor de la Iglesia conocía con plena fe y certeza la
admirable santidad de Francisco, no solo por los milagros de que había oído
hablar después de su muerte, sino también por todas aquellas pruebas que en vida
del Santo había visto con sus propios ojos y palpado con sus manos. Por esto, no
abrigaba la menor duda de que hubiera sido ya glorificado por el Señor en el
cielo. Así, pues, para proceder conformidad, con Cristo, cuyo vicario era, y
guiado por su piadoso afecto a Francisco, se propuso hacerlo célebre en la
tierra, como dignísimo que era de toda veneración.
15.7 Mas para ofrecer al orbe entero la indubitable certeza de la glorificación
de este varón santísimo, ordenó que los milagros ya conocidos, documentados por
escrito y certificados por testigos fidedignos, los examinaran aquellos
cardenales que parecían ser menos favorables a la causa. Discutidos
diligentemente dichos milagros y aprobados por todos, teniendo a su favor el
unánime consejo y asentimiento de sus hermanos y de todos los prelados que
entonces se hallaban en la curia, el papa decretó la canonización. Para ello se
trasladó personalmente a la ciudad de Asís, y el domingo día 16 de julio del año
1228 de la encarnación del Señor, en medio de unos solemnísimos actos que sería
prolijo narrar, inscribió al bienaventurado Padre en el catálogo de los santos.
15.8 El día 25 de mayo del año del Señor de 1230, con la asistencia de los
hermanos que se habían reunido en capítulo general celebrado en Asís, fue
trasladado aquel cuerpo, que vivió consagrado al Señor, a la basílica construida
en su honor. Y mientras llevaban el sagrado tesoro sellado con la bula del Rey
altísimo, aquel cuya efigie ostentaba se dignó obrar numerosos milagros, a fin
de que, al olor salvífico que despedía, se sintieran atraídos los fieles a
correr en pos de Cristo. Y en verdad, si Dios hizo que Francisco durante su vida
le agradara tanto y lo convirtió en tan amado suyo que, como a Enoc, lo
transportó al paraíso por el don de la contemplación, y como a Elías lo arrebató
al cielo en una carroza de fuego por el celo de la caridad, justo era que los
dichosos huesos de quien verdeaba ya entre las flores celestiales del vergel
eterno exhalaran desde el sepulcro su aroma en florecimiento maravilloso.
15.9 Por último, de la misma manera que este bienaventurado varón resplandeció
en vida por sus admirables ejemplos de virtud, así desde su muerte hasta el día
de hoy brilla en diversas partes del mundo por sus estupendos milagros y
prodigios, recibiendo con ello gloria el divino poder. En efecto, gracias a sus
méritos encuentran remedio los ciegos y los sordos, los mudos y los cojos, los
hidrópicos y los paralíticos, los endemoniados y los leprosos, los náufragos y
los cautivos, y se presta socorro a todas las enfermedades, necesidades y
peligros; y los muchos muertos prodigiosamente resucitados por su mediación
patentizan a los fieles la magnificencia y el poder el Altísimo, que glorifica a
su Santo. A El honor y gloria por infinitos siglos de los siglos. Amén.
PARTE TERCERA
RELACIÓN DE ALGUNOS MILAGROS DE SAN FRANCISCO
DESPUÉS DE SU MUERTE
1. MILAGROS DE LAS SAGRADAS LLAGAS
01.1 Al disponerme a narrar, para honor de Dios omnipotente y gloria del
bienaventurado padre Francisco después de su glorificación en los cielos,
algunos de los milagros aprobados, he pensado que es obligado dar comienzo por
aquel en que de modo particular se pone de relieve el poder de la Cruz de Jesús
y se renueva .su gloria.
01.1 Porque este hombre nuevo Francisco resplandeció con un nuevo y estupendo
milagro, apareció distinguido con un privilegio singular no concedido en tiempos
pasados, es decir, fue condecorado con las sagradas llagas y su cuerpo - cuerpo
de muerte - fue configurado al cuerpo del Crucificado. Todo lo que sobre esto se
diga quedará siempre por bajo de la alabanza que se merece.
01.1 Ciertamente, todo el interés del varón de Dios, lo mismo pública que
privadamente, se centró en la cruz del Señor. Y para que el cuerpo quedara
marcado exteriormente con el signo de la cruz, impreso ya en su corazón desde el
principio de su conversión, envolviéndose en la misma cruz, adoptó un hábito de
penitencia con forma de cruz, y así quiso que, como su alma se había revestido
interiormente de Cristo crucificado, su Señor, del mismo modo su cuerpo quedara
revestido la armadura de la Cruz, y que al igual que Dios había abatido a los
poderes infernales con este signo, con el militara su ejército para el Señor.
01.1 Desde los primeros tiempos en que comenzó a militar en servicio del
Crucificado resplandecieron en torno a su persona diversos misterios de la cruz,
como más claramente se pone de manifiesto al que considera el desarrollo de su
vida, como, en efecto, a través de siete manifestaciones de la cruz del Señor,
fue totalmente transformado, mediante la virtud de su amor extático, tanto en
sus pensamientos como en sus afectos y acciones, en la efigie del Crucificado.
01.1 Justamente, pues, la clemencia del sumo Rey, condescendiendo generosamente
en favor de sus amantes en medida que supera todo lo que el hombre puede pensar,
imprimiéndola en su cuerpo, lo hizo portador de la insignia de la cruz, para que
aquel que había sido previamente distinguido con un prodigioso amor a la cruz,
fuera también glorificado con el prodigioso honor de la misma.
01.2 A corroborar la firmeza indestructible de este estupendo milagro de las
llagas y alejar de la mente toda sombra de duda, no sólo contribuyen los
testimonios, dignos de toda fe, de aquellos que las vieron y palparon, sino
también las maravillosas apariciones y milagros que resplandecieron después de
su muerte.
01.2 El señor papa Gregorio IX, de feliz memoria, a quien el varón santo había
anunciado proféticamente que sería sublimado a la dignidad apostólica, antes de
inscribir al portaestandarte de la cruz en el catálogo de los santos llevaba en
su corazón alguna duda respecto de la llaga del costado.
01.2 Pero una noche, según lo refería con lágrimas en los ojos el mismo feliz
pontífice, se le apareció en sueños el bienaventurado Francisco con una cierta
severidad en el rostro, y, reprendiéndole por las perplejidades de su corazón,
levantó el brazo derecho, le descubrió la llaga del costado y le pidió una copa
para recoger en ella la sangre que abundante manaba de su costado. Ofrecióle el
sumo pontífice en sueños la copa que le pedía, y parecía llenarse hasta el borde
de la sangre que brotaba del costado.
01.2 Desde entonces sintióse atraído por este sagrado milagro con tanta devoción
y con un celo tan ardiente, que no podía tolerar que nadie con altiva presunción
tratase de impugnar y oscurecer la espléndida verdad de aquellas señales sin que
fuese objeto de su severa corrección.
01.3 Había un hermano, menor por su orden, predicador de oficio, distinguido por
su virtud y fama, firmemente persuadido de las llagas del Santo. Como quisiera
penetrar humanamente las razones de este milagro, comenzó a ser probado por las
molestias de una cierta duda. Durante largos días sufrió él la lucha interior, a
la par que la curiosidad natural iba tomando cuerpo; cierta noche mientras
dormía se le apareció Francisco con los pies enlodados; presentaba un rostro
humildemente severo y pacientemente airado; y le dijo: "Qué clase de dudas y
conflictos y qué sabias perplejidades traes dentro de ti? Mira mis manos y mis
pies". Observa el hermano las manos traspasadas, pero no ve las llagas en los
pies enlodados. "Aparta - le dijo el Santo - el lodo de mis pies y reconoce el
lugar de los clavos".
01.3 Habiendo tomado devotamente los pies entre sus manos, le parecía que
limpiaba el lodo en que estaban envueltos y que con sus manos tocaba el lugar de
los clavos. Al despertar se deshace en lágrimas, y con un copioso llanto y una
confesión pública limpia aquellos sentimientos anteriores, en cierto modo
manchados con el lodo de las dudas.
01.4 Había en la ciudad de Roma una matrona, noble por la nobleza de sus
costumbres y por el glorioso linaje de sus padres, que había escogido a San
Francisco por abogado suyo. En la alcoba en que en lo escondido oraba al Padre,
tenía ella una imagen pintada del Santo.
01.4 Un día, mientras estaba entregada a la oración, se dio cuenta de que en la
imagen faltaban las sagradas señales de las llagas, y comenzó a afligirse no
poco y a admirarse. Pero nada extraño que en la pintura no hubiera lo que el
pintor había omitido. Durante muchos días estuvo dando vueltas en su cabeza al
asunto y preguntándose cuál podía ser la causa de aquella falta en la imagen; y,
de repente, un día aparecieron en la pintura las maravillosas señales, tal como
suelen estar representadas en otras pinturas del mismo Santo.
01.4 Estremecida por la novedad, llamó inmediatamente a una hija suya, también
ella consagrada a Dios, y le preguntó si la imagen había estado hasta entonces
sin las llagas. La hija afirma y jura que la imagen no tenía antes las llagas y
que ahora ciertamente las lleva. Pero como frecuentemente la mente humana va por
sí misma al precipicio y pone en duda la verdad, penetra de nuevo en el corazón
de aquella matrona la duda perniciosa de si la imagen no habría estado desde el
principio en la forma en que ahora aparecía.
01.4 Entonces, el poder de Dios añade al primero un segundo milagro: al punto se
borraron las señales de las llagas y la imagen quedó despojada del privilegio de
las mismas para que por este segundo prodigio quedara confirmado el primero.
01.5 En la ciudad de Lérida, en Cataluña, tuvo lugar también el siguiente hecho.
Un hombre llamado Juan, devoto de San Francisco atravesaba de noche un camino
donde acechaban para dar muerte a un hombre que ciertamente no era él, que no
tenía enemigos. Pero el hombre a quien querían matar le era muy parecido y en
aquella sazón formaba parte de su acompañamiento.
01.5 Saliendo un hombre de la emboscada preparada y pensando que el dicho Juan
era su enemigo, le hirió tan de muerte con repetidos golpes de espada, que no
había esperanza alguna de que recobrase la salud. En el primer golpe le cercenó
casi por completo el hombro con el brazo; en un segundo golpe le hizo debajo de
la tetilla una herida tan profunda y grande, que el aire que de ella salía
podría ser bastante para apagar unas seis velas que ardieran juntas. A juicio de
los médicos, la curación era imposible porque, habiéndose gangrenado las
heridas, despedían un hedor tan intolerable, que hasta a su propia mujer le
repugnaba fuertemente; en lo humano no les quedaba remedio alguno.
01.5 En este trance se volvió con toda la devoción que pudo al bienaventurado
padre Francisco para impetrar su patrocinio; ya antes, en el momento de ser
golpeado, le había invocado con inmensa confianza, como había invocado también a
la Santísima Virgen.
01.5 Y he aquí que, mientras aquel desgraciado estaba postrado en el lecho
solitario de la calamidad y, velando y gimiendo, invocaba frecuentemente el
nombre de Francisco, de pronto se le hace presente uno, vestido con el hábito de
hermano menor, que, al parecer, había entrado por la ventana. Llamándole éste
por su nombre, le dijo: Mira, Dios te librará, porque has tenido confianza en
mí". Preguntóle el enfermo quién era, y el visitante le contestó que él era
Francisco. Al punto se le acercó, le quitó las vendas de las heridas y, según
parecía, ungió con un ungüento todas las llagas.
01.5 Tan pronto como sintió el suave contacto de aquellas manos sagradas, que en
virtud de las llagas del Salvador tenían poder pala sanar, desaparecida la
gangrena, restablecida la carne y cicatrizadas las heridas, recobró íntegramente
su primitiva salud. Tras esto desapareció el bienaventurado Padre.
01.5 Sintiéndose sano y prorrumpiendo alegremente en alabanzas de Dios y de San
Francisco, llamó a su mujer. Ella acude velozmente a la llamada, y al ver de pie
a quien creía iba a ser sepultado al día siguiente, impresionada enormemente por
el estupor, llena de clamores todo el vecindario. Presentándose los suyos, se
esforzaban en encamarlo como si se tratase de un frenético. Pero, él,
resistiéndose, aseguraba que estaba curado, y así se mostraba.
01.5 El estupor los dejó tan atónitos, que, como si hubieran sido privados de la
mente, creían que lo que estaban viendo era algo fantástico. Porque aquel a
quien poco antes habían visto desgarrado por atrocísimas heridas y ya todo
putrefacto, lo veían alegre y totalmente incólume. Dirigiéndose a ellos el que
había recuperado la salud, les dijo: No temáis y no creáis que es falso lo que
veis, porque San Francisco acaba de salir de este lugar y con el contacto de sus
sagradas manos me ha curado totalmente de mis heridas.
01.5 A medida que crece la fama del milagro, va acudiendo presuroso el pueblo
entero que, comprobando en un prodigio tan evidente el poder de las llagas de
San Francisco, se llena de admiración y gozo a un tiempo y glorifica con grandes
alabanzas al portador de las señales de Cristo.
01.5 Justo era, en verdad, que el bienaventurado Padre, muerto ya a la carne y
viviendo con Cristo, diera la salud a aquel hombre mortalmente herido con la
admirable manifestación de su presencia y con el suave contacto de sus manos
sagradas, ya que llevaba en su cuerpo las llagas de Aquel que, muriendo por
misericordia y resucitando maravillosamente, sanó, por el poder de sus llagas,
al género humano, que estaba herido y medio muerto yacía abandonado.
01.6 En Potenza, ciudad de la Pulla, vivía un clérigo, Rogero de nombre, varón
honorable y canónigo de la iglesia mayor. Atormentado por la enfermedad, entró
para orar en una iglesia; había en ella un cuadro de San Francisco, representado
con las llagas gloriosas. Al verlas comenzó a dudar de aquel sublime milagro,
como cosa del todo insólita e imposible.
01.6 De repente, mientras su mente, herida por la duda, divagaba en pensamientos
insensatos, se sintió fuertemente golpeado en la palma de la mano izquierda,
cubierta con un guante, al tiempo que oyó el silbido como de flecha que es
despedida por una ballesta. Al punto, lacerado por la herida y estupefacto por
el sonido, se quita el guante de la mano para ver con sus propios ojos lo que
había percibido por el tacto y el oído. Sin que antes hubiera en la palma lesión
alguna, observó que en medio de la mano tenía una herida que parecía producida
por una flecha; de ella salía un ardor tan violento, que creía desfallecer.
01.6 ¡Cosa maravillosa! En el guante no había ninguna señal, para que se viera
que el castigo de la herida infligida misteriosamente correspondía a la herida
oculta del corazón. Estimulado por agudísimo dolor, clama y ruge durante dos
días y descubre a todos el velo de su incrédulo corazón. Confiesa y jura creer
que ciertamente en el Santo existieron las sagradas llagas y asegura que en su
mente han desaparecido todas las sombras de dudas. Suplicante, se dirige al
santo de Dios para rogarle que le ayude por sus sagradas llagas, bañando las
insistentes plegarias del corazón con un río de lágrimas en los ojos.
01.6 ¡Prodigioso! Desechada la incredulidad, a la salud del alma sigue la del
cuerpo. Se calma del todo el dolor, se apaga el ardor, no queda vestigio alguno
de lesión. La divina Providencia quiso en su misericordia curar la oculta
enfermedad del espíritu por medio del cauterio exterior de la carne. Curada el
alma, quedó también sanada la carne.
01.6 El hombre aprende a ser humilde, se convierte en devoto de Dios y queda
vinculado al Santo y a la Orden de los hermanos por una perpetua familiaridad.
Este ruidoso milagro fue confirmado con juramento y ratificado con documento
sellado por el obispo, y así ha llegado su noticia hasta nosotros.
01.6 A nadie, pues, le sea dado dudar de la autenticidad de las sagradas llagas.
Nadie, porque Dios es bueno, mire este hecho con ojos maliciosos, como si la
dádiva de este don cuadrara mal con la sempiterna bondad de Dios. Porque, si
fueron muchos los miembros que con el mismo amor seráfico se unieron a Cristo
cabeza para que fuesen hallados di nos de ser revestidos en la batalla con una
armadura semejante y digno de ser elevados en el reino a una gloria semejante,
nadie de sano juicio deja ría de afirmar que esto pertenece a la gloria de
Cristo.
2. MUERTOS RESUCITADOS
02.1.En la población de Monte Marano, cerca de Benevento, murió una mujer
particularmente devota de San Francisco. Durante la noche, reunido el clero para
celebrar las exequias y hacer vela cantando salmos, de repente, a la vista de
todos, se levantó del túmulo la mujer y llamó a un sacerdote de los presentes,
padrino suyo, y le dijo: Quiero confesarme, padre; oye mi pecado. Ya muerta, iba
a ser encerrada en una cárcel tenebrosa, porque no me había confesado todavía de
un pecado que te voy a descubrir.
02.1 Pero rogó por mí San Francisco, a quien serví con devoción durante mi vida,
y se le ha concedido volver ahora al cuerpo, para que, revelando aquél pecado,
merezca la vida eterna. Y una vez que confiese mi pecado, en presencia de todos
vosotros marcharé al descanso prometido". Habiéndose confesado, estremecida, al
sacerdote, igualmente estremecido, y, recibida la absolución, tranquilamente se
tumbó en el lecho y se durmió felizmente en el Señor.
02.2 En Pomarico, Castro situado en las montañas de la Pulla, vivía con sus
padres una hija única de corta edad, querida tiernísimamente por ellos. Muerta a
consecuencia de grave enfermedad, sus padres, que no tenían ya esperanza de
sucesión, se consideraban como muertos con ella. Reunidos los parientes y amigos
para asistir a aquel tristísimo funereal, yacía la desgraciada madre oprimida
por indecible dolor y sumergida en suprema tristeza, sin darse cuenta en
absoluto de lo que sucedía a su alrededor.
02.2 En esto, San Francisco, acompañado de un solo compañero, se dignó aparecer
y visitar a la desconsolada mujer, a la que reconocía como devota suya.
Dirigiéndose a ella, le dijo estas consoladoras palabras: "No llores, porque la
luz de tu antorcha que crees se ha apagado, te será devuelta por mi
intercesión". Se levantó al instante la mujer, y, manifestando a todos lo que el
Santo le había dicho, no permitió que se llevaran el cuerpo muerto de su hija,
sino que, invocando con gran fe a San Francisco, tomó a su hija muerta y,
viéndolo todos y admirándolo, la levantó viva y completamente sana.
02.3 Los hermanos de Nocera necesitaban por algún tiempo un carro, y se lo
pidieron a un hombre llamado Pedro. En vez de acceder a la petición, neciamente
se desató en palabras ofensivas, y, en lugar de prestar lo que en honor de San
Francisco de él se solicitaba, hasta vomitó una blasfemia contra el nombre del
Santo. En seguida le pesó su necedad y le dominó un terror divino, temiendo que
se descargara sobre su persona la ira de Dios, como efectivamente bien presto
sucedió: enfermó súbitamente su hijo primogénito y después de breve tiempo
falleció.
02.3 El desgraciado padre se revolvía por tierra, e, invocando sin cesar al
santo de Dios Francisco, exclamaba entre lágrimas: Yo soy el que he pecado, yo
el que he hablado inicuamente; debiste haber cargado sobre mi persona tus
azotes. Devuelve, ¡oh santo! al arrepentido lo que arrebataste al blasfemo
impío. Yo me consagro a ti, me pongo para siempre a tu servicio; en tu honor
ofreceré de continuo a Cristo un devoto sacrificio de alabanza". ¡Maravilloso! a
estas palabras resucitó el niño, y, pidiendo que dejaran de llorar, aseguró que
al morir, después de salido del cuerpo, fue acogido por el bienaventurado
Francisco y que por él mismo había sido devuelto a la vida.
02.4 Un niño de apenas siete años, hijo de un notario de la ciudad de Roma,
quería - cosa muy propia de niños - seguir a su madre, que iba a la iglesia de
San Marcos; al obligarlo ella a quedar en casa, se arrojó por una ventana del
palacio, y con el último golpe quedó muerto instantáneamente. La madre, que
todavía no se había alejado mucho, al oír el ruido del golpe, sospechando que su
hijo se había caído, volvió apresuradamente, y, comprobando que le había sido
arrebatado su hijo con tan lamentable accidente, al punto se lo recriminó a sí
misma, y con gritos dolorosos sobresaltó a toda la vecindad, moviéndola al
lamento
02.4 Un hermano de la Orden de los Menores llamado Raho, que iba a predicar y en
aquel momento pasaba por allí, se acercó al niño y lleno de fe dijo al padre:
"Crees que el santo de Dios Francisco, por el amor que siempre tuvo a Cristo,
muerto en la cruz para devolver la vida a los hombres, puede resucitar a tu
hijo?", Respondióle que lo creía firmemente y lo confesaba con fe y que se
pondría para siempre al servicio del Santo si por los méritos del mismo lograba
obtener de Dios una gracia tan grande. Postróse aquel hermano con su compañero
en actitud de oración, exhortando a todos los presentes a que se asociaran a
ella. Terminada la oración, el niño comenzó a bostezar levemente, luego abrió
los ojos y levantó los brazos; en seguida se puso de pie por sí mismo y se paseó
ante todos totalmente restablecido, devuelto a la vida y a la salud por el poder
maravilloso del Santo.
02.5 Ocurrió en la ciudad de Capua que, jugando un niño con otros muchos a la
orilla del río Volturno, por imprudencia cayó a lo profundo de las aguas, y,
siendo devorado rápidamente por la corriente impetuosa, quedó muerto y enterrado
en el fango. A los gritos de los otros niños que con él jugaban a la orilla del
río, se agolpó allí una gran multitud de gente. Se pusieron todos a invocar
humilde y devotamente al bienaventurado Francisco, y pedían que, mirando la fe
de sus devotos padres, librase al niño del peligro de muerte; un nadador que
estaba algo alejado oyó los gritos de la gente y se acercó al lugar. Después de
una pesquisa, invocó la ayuda del bienaventurado Francisco, y dio con el lugar
donde el fango, a modo de sepulcro, había cubierto el cadáver del niño.
02.5 Al desenterrarlo y sacarlo fuera, miró con dolor al difunto. Aunque el
pueblo que estaba presente veía muerto al pequeño, sin embargo, entre sollozos y
gemidos, continuaba clamando: "San Francisco, devuelve el niño a su padre!". Y
hasta los judíos que se habían acercado, conmovidos por natural piedad, decían:
"¡San Francisco, devuelve el niño a su padre!" Súbitamente, el niño, con alegría
y admiración de todos, se levantó enteramente sano y pidió le llevasen a la
iglesia de San Francisco para dar gracias devotamente al Santo, por cuya virtud
reconocía haber sido resucitado milagrosamente.
02.6 En la ciudad de Sessa, en una aldea denominada Alle Colonne, al desplomarse
repentinamente una casa, engulló bajo sus escombros a un joven y lo dejó muerto
en el acto. Alertados por el estruendo del derrumbe, acudieron de todas partes
hombres y mujeres, que, removiendo maderos y piedras, hallaron el cadáver del
joven y se lo entregaron a su desgraciada madre. Sumergida en amarguísimos
sollozos, exclamaba como podía con voces lastimeras: "¡San Francisco, San
Francisco, devuélveme a mi hijo!" Pero no sólo ella, sino todos los
circunstantes imploraban con ardor el valimiento del bienaventurado Padre. Como
no se notaba ningún movimiento ni voz en el cadáver, lo depositaron en el lecho
en espera de enterrarlo al día siguiente.
02.6 Pero la madre, que tenía confianza en el Señor por los méritos de San
Francisco, hizo voto de cubrir el altar de San Francisco con un mantel nuevo si
le devolvía la vida a su hijo. He aquí que hacia la media noche comenzó el joven
a bostezar y, entrando en calor sus miembros, se levantó vivo y sano, y
prorrumpió en palabras de alabanza. Y movió también al pueblo, que se había
reunido a alabar y a dar gracias con alegría interior a Dios y a San Francisco.
02.7 Un joven llamado Gerlandillo, oriundo de Ragusa, se fue a las viñas en
tiempo de vendimia. Cuando se colocaba en el depósito de vino debajo de la
prensa para llenar odres, de improviso, a causa del movimiento de unos maderos,
se desprendieron unas enormes piedras, que cayeron sobre su cabeza y se la
golpearon mortalmente.
02.7 Acudió en seguida el padre en su ayuda; pero, desesperado al verlo
sepultado, lo dejó como estaba. Oyendo las voces y el lúgubre clamor del padre,
se presentaron rápidamente los vendimiadores, que, identificados con su gran
dolor, extrajeron el cadáver del joven de entre las piedras. El padre, postrado
a los pies de Jesús, humildemente pedía que por los méritos de San Francisco,
cuya fiesta se avecinaba, se dignase devolverle su único hijo. Redoblaba las
súplicas, prometía obras de piedad e incluso visitar el sepulcro del Santo con
su hijo, si lo resucitaba de entre los muertos. ¡Prodigioso en verdad! En
seguida, el joven, cuyo cuerpo había sido del todo aplastado, fue devuelto a la
vida y a una salud perfecta. Gozoso, se levantó a la vista de todos. Reprendió a
los que lloraban y les aseguró que había devuelto a la vida por intercesión de
San Francisco.
02.8 En Alemania resucitó el Santo a otro muerto. Fue un hecho que el papa
Gregorio IX certificó para alegría de todos al tiempo de la traslación del
cuerpo de San Francisco, mediante letras apostólicas que dirigió a todos los
hermanos que se habían reunido en Asís pala asistir al capítulo y a la
traslación. No he narrado este milagro en sus detalles, porque los desconozco,
pensando que el testimonio papal sobrepuja en validez a toda otra afirmación.
3. SALVADOS DEL PELIGROS DE MUERTE
03.1 En los alrededores de la ciudad de Roma, cierto varón noble, por nombre
Rodolfo, a una con su devota mujer hospedó en su casa a unos hermanos menores
tanto por espíritu de hospitalidad como por reverencia y amor a San Francisco.
En aquella noche, estando dormido el centinela del castro en lo alto de la
torre, tumbado sobre un armazón de maderos en el mismo estribo del muro, suelta
la trabazón de los mismos, se precipitó sobre la techumbre del palacio, y de
allí al pavimento.
03.1 Toda la familia se despertó al estruendo de la caída, y, enterados de la
desgracia del centinela, acudieron a auxiliarle el señor del castillo, su señora
y los hermanos. Pero el centinela, que había caído de lo alto, estaba sumergido
en un sopor tan profundo, que no se despertó ni a los golpes de la caída ni al
estrépito de la familia que acudía gritando.
03.1 Despertado por fin a fuerza de agitarlo, se puso a quejarse de que le
hubiesen privado de un dulce descanso, asegurando que se hallaba plácidamente
dormido entre los brazos de San Francisco. Siendo informado de la propia caída
por los demás y viéndose en tierra cuando se sabía acostado en lo alto,
estupefacto de lo sucedido sin haberse dado cuenta, prometió delante de todos
que haría penitencia por reverencia de Dios y del bienaventurado Francisco.
03.2 En el castro de Pofi, en la Campania, un sacerdote llamado Tomás fue a
reparar un molino que era propiedad de la iglesia. Caminando sin precaución por
el borde del canal, por el que corrían aguas profundas y abundantes, de
improviso vino a caer y ser atrapado de forma extraña en el rodezno que movía el
molino. Prendido por el rodezno, quedó allí boca arriba, recibiendo el impetuoso
torrente de las aguas. Ya que no podía con la lengua, interiormente invocaba
gimiendo la ayuda de San Francisco. Mucho tiempo permaneció en aquella
situación, que sus compañeros consideraban ya completamente desesperada. En un
extremo intento de salvación, movieron con violencia la muela en sentido
contrario, logrando que dicho sacerdote fuera despedido a las aguas, donde se
revolvía agitado en la corriente.
03.2 Fue entonces cuando un hermano menor, vestido de túnica blanca y ceñido con
un cordón, tomándole por el brazo con mucha suavidad, lo sacó del río, diciendo:
"Yo soy Francisco, a quien tú invocaste". Liberado de esta forma y fuera de sí
por el estupor, quería besar las huellas de sus pies; ansioso, discurría de una
a otra parte, preguntando a los compañeros: "¿Dónde está? ¿Adónde fue el Santo?
¿Por qué camino desapareció?" Y aquellos hombres, asustados, se postraron en
tierra, glorificando las grandezas del Dios excelso y los méritos y virtudes de
su humilde siervo.
03.3 Unos jóvenes de Celano salieron a cortar hierba en unos campos. Había allí
un viejo pozo oculto, cubierto en su boca con hierbas verdes. Tenía este pozo
cerca de cuatro pasos en profundidad. Estando os jóvenes trabajando
separadamente por el campo, uno de ellos cayó de improviso en el pozo; mientras
las profundidades del pozo engullían el cuerpo, su alma se elevaba buscando la
ayuda de San Francisco y exclamando fiel y devotamente durante la misma caída:
"San Francisco, ayúdame!" Los compañeros van de aquí para allá, y, comprobando
que el otro joven no comparece, lloran y lo buscan llamándolo a gritos y
recorriendo el campo de un extremo a otro. Descubrieron al fin que había caído
al pozo; apresuradamente se dirigieron al pueblo, comunicaron lo acontecido y
pidieron auxilio. De retorno al pozo en unión de muchos hombres, uno de ellos,
atado a una cuerda, fue bajado pozo adentro, y vio al joven sentado en la
superficie de las aguas y sin que hubiera sufrido lesión alguna.
03.3 Extraído del pozo, dijo el joven a todos los presentes: "Cuando súbitamente
caí, invoqué la ayuda de San Francisco; mientras me iba sumergiendo, se me hizo
él presente, me alargó la mano, me sujetó suavemente y no me abandonó en ningún
momento hasta que, juntamente con vosotros, me sacó del pozo."
03.4 Mientras el señor obispo de Ostia, luego sumo pontífice con el nombre de
Alejandro, predicaba en la iglesia de San Francisco de Asís en presencia de la
curia romana, una grande y pesada piedra dejada descuidadamente en el púlpito,
que era alto y de piedra, vino a caer, a consecuencia de un fuerte empujón,
sobre la cabeza de una mujer.
03.4 Creyendo los circunstantes que había quedado muerta y con la cabeza del
todo aplastada, la cubrieron con el manto que ella misma llevaba puesto, para
sacar el cadáver de la iglesia una vez terminado el sermón. Mas ella se
encomendó fielmente a San Francisco, ante cuyo altar se encontraba. Y he aquí
que, acabada la predicación, la mujer se levantó ante todos totalmente sana,
hasta el punto de que no se veía en ella el más leve vestigio de lesión. Pero
hay todavía algo que es más admirable. Durante largo tiempo había sufrido ella
dolores casi continuos de cabeza, y - según confesión propia posterior - , a
partir de aquel momento, se vio libre de toda molestia de enfermedad.
03.5 En Corneto, habiéndose reunido varios hombres devotos en el lugar de los
hermanos para fundir una campana, un muchacho de ocho años llamado Bartolomé
llevó a los hermanos algunos alimentos para los trabajadores. De pronto, un
viento impetuoso, que estremeció la casa, echó sobre el muchacho una de las
puertas grande y pesada; todos creían que, aplastado por tan enorme peso, había
perecido. De tal modo lo cubría la ingente carga, que nada de él se veía.
03.5 Concurrieron todos los presentes e invocaban la diestra poderosa del
bienaventurado Francisco. El mismo padre del muchacho, que paralizados los
miembros por el dolor, no se podía mover, ofrecía con el corazón y de palabra su
hijo a San Francisco. Fue por fin levantada la funesta carga de encima del
muchacho, y aquel a quien creían muerto apareció lleno de alegría, Como quien se
despierta del sueño, no mostrando en su cuerpo lesión alguna. Más tarde, a la
edad de catorce anos, este muchacho se hizo hermano menor y llegó a ser letrado
y famoso predicador.
03.6 Unos hombres de Lentilli cortaron una enorme piedra del monte para ser
colocada en el altar de una iglesia de San Francisco, que muy pronto iba a ser
consagrada. Unos cuarenta hombres trataban de colocar la ingente mole sobre un
vehículo; en uno de los esfuerzos, cayó la piedra sobre uno de los hombres,
cubriéndolo como losa de muerte. Desconcertados, no sabían qué hacer. La mayor
parte de los hombres se alejaron desesperados. Pero diez hombres que quedaron
invocaban con voz lastimosa a San Francisco, pidiéndole no permitiera que un
hombre entregado a su servicio muriese de modo tan horrible. Recobraron el ánimo
y movieron la piedra con tanta facilidad, que nadie duda que allí estuvo
presente el poder de San Francisco.
03.6 Se levantó el hombre incólume en todos sus miembros; e incluso obtuvo el
beneficio de recuperar la vista, que la tenía un tanto perdida. De esta forma se
daba a entender a todos cuán eficaz es, aún en casos desesperados, el poder de
los méritos del bienaventurado Francisco.
03.7 Un caso semejante sucedió en San Severino, en la Marca de Ancona. Una
piedra gigantesca, traída desde Constantinopla, era transportada, con el
esfuerzo de muchos hombres, a la basílica de San Francisco. En un momento,
deslizándose rápidamente, se precipitó sobre uno de los hombres que la traían.
Cuando todos pensaban que estaba no sólo muerto, sino desmenuzado, le asistió el
bienaventurado Francisco, que levantó la piedra. Quitándose de encima el peso de
la piedra, saltó sano e incólume, sin lesión alguna.
03.8 Un ciudadano de Gaeta llamado Bartolomé trabajaba con todo afán en la
construcción de una iglesia de San Francisco. Se desprendió de pronto una viga
mal colocada, que, oprimiendo la cabeza, se la golpeó gravemente. Como hombre
fiel y piadoso que era, viendo inminente la muerte, pidió el viático a un
hermano que allí estaba.
03.8 Creyendo el hermano que iba a morir inmediatamente y que no le daba tiempo
para traerle el viático antes de que expirase, le recordó aquellas palabras de
San Agustín, diciéndole: "Cree, y ya lo recibiste en alimento". La próxima noche
se le apareció San Francisco con otros once hermanos y, llevando un corderito en
sus brazos y se acercó al lecho y, llamándolo por su nombre le dijo: "Bartolomé,
no tengas miedo, porque no ha prevalecido contra ti el enemigo, que pretendía
impedir que trabajaras en mi servicio. Este es el cordero que pedías te fuese
dado, y que recibiste por el buen deseo; por su poder recibirás también la doble
salud del alma y del cuerpo; le pasó luego la mano por las heridas y le mandó
volviera al trabajo que había comenzado.
03.8 Levantóse muy de mañana, y, presentándose alegre e incólume ante aquellos
que le habían dejado medio muerto, los llenó de admiración y de estupor,
excitándolos, tanto por su ejemplo como por el milagro, a la reverencia y al
amor del bienaventurado Padre.
03.9 Cierto día, un hombre de Cepraro llamado Nicolás cayó en manos de crueles
enemigos. Con salvaje ferocidad lo cosieron a puñaladas, y hasta tal punto se
encarnizaron con él, que lo dejaron por muerto o próximo a morir. El dicho
Nicolás, al recibir los primeros golpes, había exclamado en alta voz: "¡Salve
Francisco, socórreme! ¡San Francisco, ayúdame!" Muchos oyeron desde lejos estas
palabras, pero no podían ellos auxiliarle.
03.9 Llevado a su casa, todo cubierto en su propia sangre, afirmaba
confiadamente que no vería la muerte por aquellas heridas y que desde aquel
momento no sentía dolores, porque San Francisco le había socorrido y le había
conseguido de Dios el poder hacer penitencia. Los hechos confirmaron su aserto,
porque, apenas se le limpió la sangre, contra toda esperanza humana, quedó en
seguida libre de todo mal.
03.10 El hijo de un noble del castro de San Geminiano era víctima de una grave
enfermedad, y, desesperado de toda posible curación, había llegado al extremo de
su vida. De sus ojos brotaba un chorro de sangre como cuando se abre una vena en
el brazo; viéndosele en el resto de su cuerpo todos los demás signos de una
muerte próxima, se le juzgaba como muerto. Además, privado del uso de los
sentidos y del movimiento por la debilidad del espíritu y de sus fuerzas,
parecía difunto del todo.
03.10 Reunidos, como de costumbre, los parientes y amigos para celebrar el
duelo, y hablando de la sepultura, su padre, que tenía confianza en el Señor,
corrió con paso ligero a la iglesia de San Francisco que había en aquel lugar y,
colgada una cuerda al cuello, con toda humildad se postró en tierra. De esta
forma, haciendo votos e intensificando sus rezos con suspiros y gemidos mereció
tener a San Francisco como abogado ante Cristo. Volvió el padre al lado de su
hijo, y, encontrándolo totalmente curado, el luto se convirtió en alegría.
03.11 Un prodigio semejante realizó el Señor por los méritos del Santo en
Cataluña en favor de una niña de la villa de Tamarit y de otra de cerca de
Ancona; estando ellas en el último trance a causa de la enfermedad, sus padres
invocaron con fe a San Francisco, quien al momento las restituyó a una perfecta
salud.
03.12 Cierto clérigo de Vicalvi llamado Mateo ingirió un día un veneno
mortífero; de tal manera se agravó, que, no siéndole ya posible hablar, le
quedaba sólo exhalar el último suspiro. Un sacerdote le aconsejó que se
confesara, pero no pudo conseguir de él palabra alguna. El sacerdote pedía en su
corazón humildemente a Cristo que se dignase librarle de las fauces de la muerte
por los méritos de San Francisco Al momento, como confortado por el Señor,
pronunció con fe y devoción el nombre de San Francisco ante los circunstantes,
vomitó el veneno y dio gracias a su libertador.
4. NÁUFRAGOS SALVADOS
04.1 Unos navegantes se encontraban en gran peligro de naufragio distantes diez
millas del puerto de Barletta. Arreciando la tempestad y dudando ya de poder
salvarse, echaron anclas. Pero, agitándose furiosamente el mar por la fuerza del
huracán, rotas las amarras y perdidas las anclas, eran juguete de las olas,
navegando sin rumbo fijo por las aguas.
04.1 Por fin, amainada la tempestad por designio divino, se dispusieron con todo
esfuerzo a recobrar las anclas, cuyos cabos flotaban en la superficie de las
aguas. No logrando su intento con sus propias fuerzas, acudieron a la ayuda de
muchos santos; pero, agotados por el sudor, no consiguieron durante todo el día
recuperar siquiera una sola de las anclas. Había un marinero, Perfecto de nombre
e imperfecto en las costumbres; con aire de burla dijo a sus compañeros: "Mirad,
habéis invocado el auxilio de todos los santos y, lo estáis viendo, no hay
ninguno que nos socorra. Invoquemos a ese Francisco, santo nuevo. Veamos si se
sumerge en el mar y nos recupera las anclas perdidas."
04.1 Accedieron los otros marineros, no en plan de bulla, sino de verdad a la
sugerencia de Perfecto, y, reprendiéndole por sus palabras burlonas, concertaron
espontáneamente un voto con el Santo. Al momento, sin otra ayuda, nadaron las
anclas sobre las aguas, como si la naturaleza del hierro hubiera adquirido la
ligereza de la madera.
04.2 A bordo de una nave venía de ultramar un peregrino, del todo extenuado por
el agotamiento de su cuerpo a causa de unas altísimas fiebres que había
padecido. Se sentía atraído al bienaventurado Francisco por un gran afecto de
devoción y le había elegido por abogado suyo delante del Rey del cielo. Todavía
no estaba repuesto perfectamente de la enfermedad; angustiado por los ardores de
la sed y faltando ya el agua, comenzó a gritar a grandes voces:. "Id con
confianza; dadme de beber, que San Francisco ha llenado de agua mi vaso". ¡Qué
sorpresa cuando encontraron lleno de agua el recipiente que antes había quedado
vacío!
04.2 Otro día se desencadenó una tempestad, y la nave era cubierta por las aguas
y hasta tal punto era azotada por olas gigantescas, que temieron ya el
naufragio. Entonces aquel enfermo comenzó a gritar por la nave: Levantaos todos
y salid al encuentro de San Francisco que viene a nosotros. Está aquí presente
para salvarnos". Y, postrándose en tierra entre grandes voces y lágrimas, le
rindió culto. Al instante, con la visión del Santo, recobró del todo la salud y
se hizo la tranquilidad en el mar.
04.3 El hermano Jacobo de Rieti, atravesando en una pequeña barca un río
juntamente con otros hermanos, desembarcaron primero éstos en la orilla y, por
último, se dispuso a hacerlo él. Pero infortunadamente, dio vuelta el pequeño
bote, y nadando el que lo dirigía, el hermano Jacobo se hundió en lo profundo de
las aguas. Invocaban los hermanos que se hallaban en la orilla al bienaventurado
Francisco con súplicas nacidas del corazón y pedían con gemidos y lágrimas que
socorriese a aquel hijo suyo.
04.3 También el hermano sumergido en aquellas aguas profundas imploraba como le
era posible con el corazón, ya que no podía hacerlo con la boca, el auxilio del
piadoso Padre. De pronto, San Francisco se le hizo presente, y con su ayuda
caminaba por las profundidades de las aguas como por tierra seca; y, tomando la
barca hundida, llegó con ella sano y salvo a la orilla. ¡Oh extraña maravilla!
Sus vestidos no estaban mojados y ni siquiera una gota de agua se posó en su
túnica.
04.4 Un hermano llamado Buenaventura navegaba con dos hombres por un lago;
rompióse en parte la barca a causa del ímpetu de las aguas, y se hundió él en lo
profundo con la barca y los compañeros. Del fondo de aquel lago de miseria
invocaron con grande confianza al misericordioso padre Francisco, y súbitamente
flotó la barca llena de agua, y, conducida por el Santo, llegó con los náufragos
a bordo al puerto. Del mismo modo, Un hermano de Áscoli, sumergido en un río,
fue salvado por los méritos de San Francisco. También ocurrió en el lago de
Rieti que, encontrándose unos hombres y mujeres en un aprieto semejante,
invocaron el nombre de San Francisco, y salieron ilesos del peligro de naufragio
en aguas profundas.
04.5 Unos navegantes de Ancona, combatidos por una peligrosa tempestad, se veían
ya en riesgo de sufrir un naufragio. Cuando, sin esperanzas de vida, invocaron
suplicantes a San Francisco, apareció en la nave una gran luz, y, como si el
santo varón por su milagrosa influencia tuviese poder para imperar a los vientos
y al mar, sobrevino con aquella luz de cielo la tranquilidad en las aguas.
04.5 Creo que no es posible relatar uno por uno todos los casos en que con
milagros prodigiosos ha brillado y sigue brillando el poder divino de este santo
Padre en los azares del mar y cuántas veces ha ofrecido su ayuda a los que se
encontraban en situación desesperada. En verdad, no debe sorprendernos el poder
concedido por Dios sobre las aguas a quien reina ya en el cielo, si consideramos
que, mientras vivía en carne mortal, le servían maravillosamente todas las
criaturas corporales vueltas a su estado original.
5. PRESOS Y ENCARCELADOS PUESTOS EN LIBERTAD
05.1 Sucedió en Romania que un griego que servía a un señor fue falsamente
acusado de hurto. El dueño de la tierra mandó que fuera encerrado en una
estrecha cárcel y cargado de cadenas. Mas la señora de la casa, compadecida del
siervo, a quien consideraba inocente del delito que se le imputaba, insistía
ante el señor con ardientes súplicas para que fuera liberado. Obstinado en su
dureza, el marido no accedió a los ruegos. Entonces, la señora recurrió
humildemente a San Francisco, y, haciendo un voto, encomendó a su piedad al
inocente. Pronto acudió el abogado de los desgraciados y visitó en la cárcel
misericordiosamente al siervo castigado. Rompió las cadenas, abrió la cárcel y,
tomando de la mano al inocente, lo sacó fuera y le dijo: Yo soy aquel a quien tu
señora te ha encomendado devotamente. Sobrecogido por un gran temor el siervo y
teniendo que bajar de una altísima roca bordeando la sima, en un momento, por el
poder de su libertador, se encontró en el llano. Volvió a su señora, y,
contándole por su orden el suceso milagroso, encendió con renovado fervor en la
devota señora el amor a Cristo y la veneración a su siervo Francisco.
05.2 En Massa de San Pedro, un pobrecillo debía una cantidad de dinero a un
caballero. No pudiendo pagarle de momento por su gran pobreza, apresado por el
caballero, le rogaba suplicante que tuviese misericordia y que por amor a San
Francisco le diese un plazo de espera. El soberbio caballero desechó las
súplicas del pobre y desconsideradamente despreció lo del amor del Santo como
algo inútil y vano. Altivamente le contestó: Te encerraré en tal lugar y te
recluiré en tal cárcel que ni San Francisco ni ningún otro te podrán ayudar".
Procuró cumplir lo que dijo. Encontró una cárcel oscura, donde encadenado
encerró al pobre.
05.2 Poco después se presentó San Francisco y, abriendo la cárcel y rompiendo
los grillos de los pies, lo devolvió, sin ningún daño a su casa. Así, el poder
de Francisco conquistó al soberbio caballero, libertó de su desgracia al cautivo
que se había confiado a su valimiento, y, mediante un admirable milagro,
convirtió la protervia del caballero en mansedumbre.
05.3 Alberto de Arezzo, puesto en durísima prisión a causa de deudas que
injustamente le reclamaban, humildemente encomendó su inocencia a San Francisco.
Amaba de modo extraordinario a la Orden de los hermanos menores, y entre los
santos veneraba con especial afecto a San Francisco.
05.3 Su acreedor, con palabras blasfemas, afirmó que ni San Francisco ni Dios le
podrían librar de sus manos. Sucedió que el encarcelado no probó bocado la
vigilia de San Francisco y por su amor dio el alimento a un indigente;
anocheciendo ya y estando en vela, se le apareció San Francisco; a su entrada en
la cárcel se desprendieron los cepos de sus pies y cayeron las cadenas de sus
manos, se abrieron por sí las puertas, saltaron las tablas del techo, y, libre
ya el preso, volvió a su casa. Cumplió desde entonces el voto de ayunar la
vigilia de San Francisco, y en testimonio de su creciente devoción al Santo fue
añadiendo cada año una onza al cirio que solía ofrecer anualmente.
05.4 Ocupando el solio pontificio el papa Gregorio IX, un hombre llamado Pedro,
de la ciudad de Alife, fue acusado de hereje y apresado en Roma, y, por orden
del mismo pontífice, entregado al obispo de Tívoli para su custodia. El obispo,
que debía guardarlo so pena de perder su sede, para que no pudiera escapar lo
hizo encerrar, cargado de cadenas, en una oscura cárcel, dándole el pan
estrictamente pesado, y el agua rigurosamente tasada.
05.4 Habiendo oído que se aproximaba la vigilia de la solemnidad de San
Francisco, aquel hombre se puso a invocarle con muchas súplicas y lágrimas y a
pedirle que se apiadara de él. Y por cuanto por la pureza de la fe había
renunciado a todo error de herética parvedad y con perfecta devoción del corazón
se había adherido al fidelísimo siervo de Cristo Francisco, por la intercesión
del Santo y por sus méritos mereció ser oído por Dios. Echándose ya la noche de
su fiesta, San Francisco, compadecido, descendió hacia el crepúsculo a la cárcel
y, llamándole por su nombre, le mandó que se levantase rápidamente. Temblando de
temor, preguntóle quién era, y escuchó una voz que le decía que era Francisco.
Vio que a la presencia del santo varón se desprendían rotas las cadenas de sus
pies y que, saltando los clavos, se abrían las puertas de la cárcel,
ofreciéndosele franco el camino de la libertad. Pero, libre ya y estupefacto, no
acertaba a huir, y gritaba a la puerta, infundiendo el pavor entre todos los
custodios.
05.4 Estos anunciaron al obispo que el preso se hallaba libre de las cadenas; y,
después de cerciorarse del asunto, acudió devotamente a la cárcel y reconoció
abiertamente el poder de Dios, y allí adoró al Señor. Fueron llevadas las
cadenas ante el papa y los cardenales, quienes, viendo lo que había sucedido,
admirados extraordinariamente, bendijeron a Dios.
05.5 Guidoloto de San Geminiano fue acusado falsamente de haber dado muerte a un
hombre envenenándolo, y que pensaba dar muerte también al hijo del mismo y a
toda su familia con el mismo procedimiento. Apresado por el podestá y cargado de
cadenas, fue encerrado en una torre. Pero, seguro de su inocencia, confiando en
el Señor, encomendó su causa de su defensa al patrocinio de San Francisco. El
podestá pensaba en los tormentos que iba a aplicarle para conseguir la confesión
del crimen que se le imputaba y en los castigos con que haría morir al confeso.
Pero la noche aquella que precedía a la mañana en que había de ser llevado al
suplicio, fue visitado por San Francisco, y, rodeado por un inmenso y radiante
fulgor hasta la mañana, lleno de alegría y confianza, obtuvo la seguridad de ser
liberado.
05.5 Llegaron de mañana los verdugos, y, sacándolo de la cárcel, lo suspendieron
en el potro, cargando sobre él muchas pesas de hierro. Muchas veces fue
levantado y bajado de nuevo para provocar más acerbos dolores, y así obligarle a
confesar su delito, pero su rostro reflejaba la alegría de la inocencia, no
mostrando ninguna tristeza en medio de las torturas. Luego, suspendido cabeza
abajo, encendieron debajo de él una fogata, y ni siquiera se chamuscó uno de sus
cabellos. Al fin le rociaron con aceite hirviendo, y, por el poder del abogado a
quien había confiado su defensa, superó todas las pruebas, y, dejado en
libertad, marchó salvo.
6. MUJERES SALVADAS EN SU ALUMBRAMIENTO
06.1 Había en Eslavonia una condesa que, tan ilustre por su nobleza como
eminente por su virtud, se distinguía por su férvida devoción a San Francisco y
por su piadosa solicitud por los hermanos. Presa de acerbos dolores en la hora
de su alumbramiento, hasta tal punto estaba agobiada por la angustia, que el
inminente nacimiento de la prole hacía temer la muerte de la madre. No parecía
que pudiera alumbrar la prole a la vida sin perder ella misma la suya. El
esfuerzo del alumbramiento parecía conducirla a morir.
06.1 Recordó entonces la fama, el poder y la gloria de San Francisco y con ello
se excitó su fe y se encendió su devoción. Se volvió al que es auxilio eficaz,
amigo fiel, consuelo de sus devotos, refugio de los afligidos, y dijo: San
Francisco, todos mis huesos imploran tu misericordia y prometo en el corazón lo
que no puedo explicar. ¡Admirable presteza de la misericordia! El fin de la
plegaria fue el fin de los dolores, el término de la gestación y el principio
del alumbramiento. Al punto, cesando toda angustia, dio a luz felizmente. No se
olvidó de su voto ni soslayó el cumplimiento de su compromiso. Hizo construir
una preciosa iglesia, y, una vez construida, la encomendó a los hermanos para
honor del Santo.
06.2 Había en las cercanías de Roma, una mujer llamada Beatriz que, próxima al
alumbramiento y llevando en su seno el feto muerto hacía cuatro días, era
atormentada por terribles angustias y dolores mortales. El feto muerto
arrastraba a la muerte la madre, y antes de que saliera a la luz originaba un
peligro evidente a la que le había engendrado. Probaba la ayuda de los médicos,
pero los esfuerzos humanos resultaban inútiles. Así, la primera maldición recaía
sobre la pobre con mayor dureza, porque convertida en sepulcro del fruto de sus
entrañas, ella misma pronto, sin remedio, sería devorada por el sepulcro.
06.2 Por último, confiándose, mediante intermediarios, con profunda devoción a
los hermanos menores, humildemente y llena de fe pidió una reliquia de San
Francisco. Sucedió que por voluntad divina se halló un pedacito de cuerda con la
que el Santo alguna vez se había ceñido. Apenas fue puesta la cuerda sobre la
doliente, con sorprendente facilidad desapareció el dolor, y, expulsado el feto
muerto, causa de muerte, quedó perfectamente restablecida en su salud.
06.3 La mujer de un noble varón de Calvi, llamada Juliana, durante años tenía el
alma sumida en lúgubre tristeza a causa de la muerte de sus hijos, y
continuamente estaba lamentando estos desventurados hechos; todos los hijos que
sufridamente había llevado en sus entrañas, al poco tiempo, con dolor más agudo,
los había tenido que entregar a la sepultura. Como llegase ahora en el seno un
nuevo fruto de cuatro meses y viviese más preocupada de la muerte de la nueva
prole que de su nacimiento a causa del historial pasado, confiadamente rogaba al
padre San Francisco por la vida del nuevo fruto de sus entrañas que no había
nacido todavía.
06.3 Y he aquí que una noche se le apareció en sueños una mujer que llevaba en
sus brazos un hermoso niño y se lo ofreció con extrema alegría. Recusando ella
recibirlo, porque temía que pronto lo había de perder, aquella mujer le dijo:
Recíbelo sin temor; el santo Francisco, compadecido de tu tristeza, te envía
este niño, que vivirá y gozará de excelente salud.
06.3 Despertando al punto la mujer, comprendió por la visión celestial
contemplada que le asistía el apoyo dei bienaventurado Francisco. Desde aquel
momento, llena de más intensa alegría, multiplicó sus plegarias y promesas para
recibir la prole prometida. Por fin llegó el tiempo de dar a luz, y alumbró un
niño varón, que, al crecer lleno de vigor juvenil, como si por méritos de San
Francisco estuviera recibiendo el aliento de la vida, resultaba para sus padres
estímulo para una devoción más viva a Cristo y al Santo. Algo semejante realizó
el bienaventurado Padre en la ciudad de Tívoli. Una mujer que había tenido
numerosas hijas ardía en deseos de un niño varón. Acudió a San Francisco,
redoblando sus plegarias y promesas. Por los méritos del Santo concibió la mujer
y dio a luz no ya el niño varón que había pedido, sino dos niños gemelos.
06.4 Había en Viterbo una mujer que, próxima a dar a luz, parecía estar más
próxima a la muerte. Estaba torturada por los dolores que sufría en sus entrañas
y toda atormentada por las calamidades inherentes a la condición femenina.
Agotadas las fuerzas de la naturaleza y comprobada la inutilidad de la pericia
médica, invocó el nombre de San Francisco, y en un momento, liberada de sus
angustias, llevó a feliz término su alumbramiento.
06.4 Pero después de conseguir lo que deseaba, se olvidó del beneficio que había
recibido, y, no rindiendo al Santo el debido honor, se dedicó a trabajos
serviles el día de su fiesta. De pronto, al extender para el trabajo su brazo
derecho, quedó éste seco y sin movimiento. Al intentar atraerlo hacia sí con el
izquierdo, también éste, con igual castigo, quedó paralizado. Sobrecogida la
mujer por el temor divino, renovó la promesa que había hecho, y por los méritos
del misericordioso y humilde santo, a quien se ofreció de nuevo en devoto
servicio, mereció recuperar el uso de los miembros que por su ingratitud y
desprecio había perdido.
06.5 Una mujer de la región de Arezo se debatía durante siete días en los
peligrosos dolores del parto. Ya su cuerpo había tomado un color oscuro y su
situación parecía desesperada para todos. En esta situación hizo un voto al
Santo, y, en trance de muerte, se puso a invocar su auxilio. Emitido el voto, se
durmió en seguida, y vio en sueños que San Francisco le hablaba dulcemente y le
preguntaba si reconocía su rostro y si sabía recitar aquella antífona: Salve,
reina de misericordia, en honor de la Virgen gloriosa. Al contestar ella que
reconocía el rostro y se sabía la antífona, le dijo el Santo: Comienza a recitar
la sagrada antífona, y antes de acabarla darás felizmente a luz.
06.5 A estas palabras despertó la mujer, y con temor comenzó a decir: Salve,
reina de misericordia. Cuando llegó a la invocación de aquellos tus ojos
misericordiosos, y recordó el fruto del seno virginal, al instante fue liberada
de sus angustias y dio a luz un precioso niño, dando gracias a la Reina de la
misericordia, que por los méritos del bienaventurado Francisco se había dignado
compadecerse de ella.
7. CIEGOS QUE RECUPERAN LA VISTA
07.1 En el convento de hermanos menores de Nápoles vivió ciego durante muchos
años un hermano llamado Roberto. Se extendió sobre sus ojos una excrecencia
carnosa que le impedía el movimiento y el uso de los párpados. Habiéndose
reunido en aquel convento muchos hermanos forasteros que se dirigían a diversas
partes del mundo, el bienaventurado padre Francisco, espejo de santa obediencia,
para animarlos al viaje con la novedad de un milagro, ante la presencia de todos
curó a dicho hermano del modo siguiente.
07.1 Una noche en que el mencionado hermano estaba postrado en el lecho enfermo
y en trance de muerte, hasta el punto de habérsele hecho la recomendación del
alma, de pronto se le presentó el bienaventurado Padre junto con otros tres
hermanos, perfectos en toda santidad, a saber, San Antonio, el hermano Agustín y
el hermano Jacobo de Asís, que así como le habían seguido perfectamente mientras
vivieron en la tierra así también le seguían fielmente después de la muerte.
07.1 Tomando San Francisco un cuchillo, cortó la excrecencia carnosa, le
devolvió la visión primitiva y le arrancó de las fauces de la muerte,
diciéndole: Hijo mío Roberto, esta gracia que te he dispensado es para los
hermanos que parten a lejanos países señal de que yo iré delante de ellos y
guiaré sus pasos. Vayan, pues, contentos y cumplan con ánimo gozoso la
obediencia que se les ha impuesto".
07.2 Había una mujer ciega en Tebas, en Romania, que, habiendo ayunado a pan y
agua en la vigilia de la fiesta de San Francisco, en la mañana de la fiesta fue
conducida por su marido a la iglesia de los hermanos menores. Al tiempo que se
celebraba la misa, en el momento de la elevación del cuerpo de Cristo, abrió los
ojos, vio claramente y adoró devotísimamente. En este momento de la adoración
exclamó en alta voz y dijo: Gracias a Dios y a su santo, porque veo el cuerpo de
Cristo". Y todos prorrumpieron en aclamaciones de alegría. Concluida la sagrada
función, volvió la mujer a su casa embargada espiritualmente por el gozo y con
la luz en los ojos. Gozábase aquella mujer no sólo por haber recobrado la vista
material, sino también por que, antes de nada, por los méritos de San Francisco
y en virtud de la fe, había merecido contemplar aquel admirable sacramento que
es la luz viva y verdadera de las almas.
07.3 Un muchacho de catorce anos de Polí, en la Campania, atacado súbitamente
por una angustiosa dolencia, perdió del todo el ojo izquierdo. Por la violencia
del dolor salió el ojo de su lugar; y debido a la relajación del nervio, el ojo
estuvo durante ocho días colgado sobre las mejillas con la largura de un dedo y
quedó casi seco. Como sólo restaba la amputación y para los médicos resultaba un
caso desesperado, el padre del joven se dirigió con toda el alma al
bienaventurado Francisco para implorar su auxilio. El incansable abogado de los
desgraciados no defraudó las plegarias del suplicante. Porque con maravilloso
poder colocó de nuevo el ojo seco en su lugar, le devolvió el primitivo vigor y
lo iluminó con los rayos de la apetecida luz.
07.4 En la población de Castro, en la misma provincia, se desprendió de lo alto
una viga de gran peso, y, golpeando muy gravemente la cabeza de un sacerdote,
éste quedó ciego del ojo izquierdo. Derribado en tierra, el sacerdote comenzó a
llamar angustiosamente a grandes voces a San Francisco, diciendo: Socórreme,
Padre santísimo para que pueda ir a tu fiesta, como lo prometí a tus hermanos.
Era la vigilia de la festividad del Santo. A continuación de sus palabras se
levantó rápidamente, totalmente restablecido, prorrumpiendo en voces de alabanza
y de gozo. Todos los circunstantes, que se condolían de su desgracia, fueron
embargados por el estupor y el júbilo. Acudió a la fiesta contando a todos la
demencia y el poder del Santo, que había experimentado en sí mismo.
07.5 Estando un nombre del monte Gargano trabajando en su viña, al cortar con el
hacha un madero, golpeó con tan mala fortuna su propio ojo, que lo partió por
medio, como una mitad del mismo pendía al exterior. Perdiendo la esperanza de
que en tan extremado peligro pudiese encontrar remedio humano, prometió a San
Francisco que, si le socorría, ayunaría en su fiesta. Al momento, el santo de
Dios devolvió el ojo a su debido lugar, y, partido como estaba, de tal manera lo
rejuntó de nuevo, que el hombre recuperó la visión perdida y no le quedó la más
leve huella de la lesión.
07.6 El hijo de un noble varón, ciego de nacimiento, recibió, por los méritos de
San Francisco, la luz deseada. A partir de este suceso, y en memoria del mismo,
se le conoció con el nombre de Iluminado. Más tarde, al alcanzar la edad
conveniente, agradecido del beneficio recibido, ingresó en la Orden del
bienaventurado Francisco. Progresó tanto en la luz de la gracia y de la virtud,
que parecía un hijo de la luz verdadera. Por último, por los méritos del
bienaventurado Padre, coronó los santos principios con un fin más santo todavía.
07.7 En Bancato, que es una población que está junto a Anagni, un caballero
llamado Gerardo había perdido totalmente la luz de los ojos. Sucedió que,
viniendo de lejanas tierras dos hermanos menores, llegaron a su casa buscando
hospedaje. Recibidos devotamente por toda la familia por reverencia a San
Francisco y tratados con todo cariño, dando gracias a Dios y al señor que les
había acogido, se encaminaron al próximo lugar conocido.
07.7 Una noche se apareció el bienaventurado Francisco en sueños a uno de ellos,
diciéndole: "Levántate, date prisa y vete con tu compañero a la casa del señor
que os hospedó, puesto que recibió en su casa a Cristo y a mi en vosotros;
quiero recompensarle su gesto de caridad. Quedó ciego e ciertamente porque lo
mereció por sus culpas, que no procuró expiar con la confesión y la penitencia.
07.7 Al desaparecer el padre, se levantó rápidamente el hermano para cumplir con
su compañero a toda prisa el mandato. Una vez en la casa del bienhechor, le
contaron detalladamente lo que uno de ellos había visto en sueños. Estupefacto
al confirmar ser verdad lo que escuchaba, movido a compunción, se sometió con
lágrimas y voluntariamente a una confesión de sus pecados. Por último,
prometiendo la enmienda y renovado interiormente en otro hombre, también
exteriormente fue renovado, pues recuperó la perfecta visión de los ojos. La
fama de este milagro, difundido por todas partes, incitó a muchos no sólo a la
reverencia del Santo, sino también a la confesión humilde de los pecados y a
valorar la gracia de la hospitalidad.
8. ENFERMOS CURADOS DE VARIAS ENFERMEDADES
08.1 En Citta della Pieve vivía un joven mendigo sordo y mudo de nacimiento que
tenía la lengua tan corta y delgada, que a muchos que la habían examinado muchas
veces les parecía que estaba completamente cortada. Un hombre llamado Marcos lo
acogió en su casa por amor de Dios. El joven, notando que aquel hombre le
favorecía, comenzó a vivir con él de un modo permanente. Cenando una tarde dicho
señor con su mujer en presencia del joven, dijo el marido a ésta: Consideraría
como el mayor milagro si el bienaventurado Francisco consiguiera para este joven
el habla y el oído". Y añadió:«Hago voto a Dios que, si San Francisco se digna
realizar esto, por amor suyo daré a este joven todo lo que necesite mientras
viva". ¡Ciertamente maravilloso! Inmediatamente creció la lengua del joven y
éste habló diciendo: Gracias a Dios y a San Francisco, que me ha proporcionado
el habla y el oído.
08.2 Siendo niño y viviendo todavía en su casa el hermano Jacobo de Iseo, se le
produjo una hernia muy grave. Movido por el Espíritu Santo, aunque joven y
enfermo, ingresó con ánimo devoto en la Orden de San Francisco, sin descubrir a
nadie la enfermedad que le aquejaba. Sucedió que al tiempo de la traslación del
cuerpo de San Francisco al lugar en que ahora está depositado el precioso tesoro
de sus huesos sagrados, tomó parte también dicho hermano en las alegres
funciones de la traslación para rendir el debido honor al santísimo cuerpo del
Padre glorificado.
08.2 Acercándose al sagrado túmulo en que fueron colocados los santos restos, se
abrazó al mismo movido por la devoción del espíritu, y de repente, de modo
maravilloso, se sintió curado. Tornó a su lugar la víscera dislocada y
desapareció toda lesión. Se desprendió del cinto con que se protegía, y desde
entonces se vio libre de todos los dolores pasados. Por la misericordia de Dios
y los méritos de San Francisco, se vieron libres milagrosamente de un mal
semejante el hermano Bartolo de Gubbio, el hermano Ángel de Toddi, Nicolás,
sacerdote de Ceccallo; Juan de Sora, un habitante de Pisa y otro del castro de
Cisterna, lo mismo que Pedro de Sicilia y un hombre de Spello, junto a Asís, y
muchísimos más.
08.3 Una mujer de Maremma sufrió durante cinco años de enajenación mental. A
esto se añadió la pérdida de la vista y del oído. Arrebatada por la locura, se
rasgaba los vestidos con los dientes, y no tenía el peligro del fuego y del
agua, y era víctima de extremados y horribles ataques de epilepsia .
08.3 Pero una noche, disponiendo la divina misericordia compadecerse de ella,
iluminada por intervención celestial con los rayos de una luz salvadora, vio que
San Francisco se sentaba en un trono sublime, y que ella, postrada ante él, le
pedía humildemente la salud. Como el Santo no atendiera todavía a su demanda, la
mujer prometió con voto que no negaría limosna a los que se la pidiesen por amor
de Dios y del Santo, siempre que tuviera algo que darles. Entonces, el Santo
reconoció en esta promesa aquella que él mismo había formulado de modo semejante
en otro tiempo, y, haciendo sobre ella la señal de la cruz, le devolvió
íntegramente la salud. Consta también por testimonios dignos de crédito que San
Francisco curó misericordiosamente de una dolencia semejante a una niña de
Nursia, y al niño de un noble señor y a otro más.
08.4 En cierta ocasión, Pedro de Foligno se dirigía a visitar en peregrinación
el santuario de San Miguel. No habiéndose comportado en ella con el debido
respeto, al gustar agua de una fuente fue poseído de los demonios. A partir de
entonces quedó poseso durante tres años; se desgarraba el cuerpo, hablaba cosas
nefandas y realizaba acciones horrendas. Tenía a veces momentos de lucidez; en
uno de ellos acudió humildemente al poder del Santo, de cuya eficacia para
ahuyentar demonios había oído hablar, y fue a visitar el sepulcro del
misericordioso Padre. Tan pronto como tocó el sepulcro con su mano,
prodigiosamente quedó libre de los demonios que tan cruelmente le atormentaban.
08.4 De igual modo, la misericordia de San Francisco vino en ayuda de una mujer
de Narni que estaba endemoniada, y de otros muchos. Pero sería largo de contar
en sus circunstancias y detalles los tormentos y las vejaciones de que fueron
objeto y los modos de curación.
08.5 Un tal Buonomo, de la ciudad de Fano, paralítico y leproso, llevado por sus
padres a la iglesia de San Francisco, consiguió una perfecta salud de las dos
enfermedades. También otro joven llamado Atto, de San Severino, todo cubierto de
lepra: hizo un voto, fue llevado al sepulcro del Santo, y por los méritos de
éste fue limpiado de la enfermedad. En verdad tuvo el Santo un extraordinario
poder para curar este mal, por cuanto en su vida, por amor a la humildad y a la
piedad, se había entregado a sí mismo al servicio de los leprosos.
08.6 En la diócesis de Sora, una mujer llamada Rogata hubo de sufrir de un flujo
de sangre durante veintitrés años. Había tenido que soportar muchísimos
sufrimientos en el tratamiento a que había sido sometida por muchos médicos.
Muchas veces parecía llegar a morirse por la gravedad del mal. Y, si alguna vez
se detenía el flujo, se hinchaba todo su cuerpo.
08.6 Oyendo a un niño que en lengua romana cantaba los milagros que Dios había
realizado por medio del bienaventurado Francisco, estremecida por agudísimo
dolor, se desató en lágrimas y con encendida fe interiormente comenzó a decir:
"Oh bienaventurado padre Francisco, que brillas con tantos milagros! Si te
dignas librarme de esta dolencia, se acrecentaría en gran manera tu gloria,
puesto que hasta ahora no has realizado un milagro semejante" Dichas estas
palabras, se sintió curada por los méritos de San Francisco.
08.6 También un hijo de esta mujer, llamado Mario, que tenía un brazo contracto
fue curado por el Santo después de haberle hecho un voto. Asimismo, una mujer de
Sicilia que durante siete años había padecido flujo de sangre, fue curada por el
feliz heraldo de Cristo.
08.7 Había en la ciudad de Roma una mujer de nombre Práxedes. Célebre por sus
religiosidad, ya desde niña se había encerrado en una estrecha cárcel; en ella
vivió durante casi cuarenta años. Dicha Práxedes obtuvo una gracia singular de
parte del bienaventurado Francisco. Como un día hubiese subido en busca de
algunas cosas necesarias a la terraza de su celdita, sufriendo un
desvanecimiento, cayó al suelo con tan mala fortuna, que fracturó el pie con la
rótula y se dislocó además el húmero. En este trance se le apareció el
benignísimo Padre, vestido con las blancas vestiduras de la gloria, y con dulces
palabras comenzó a hablarle así: Levántate, hija bendita; levántate y no temas".
La tomó de la mano, y, levantándola, desapareció .Pero ella, volviéndose de una
a otra parte en su celdita, pensaba ver una visión. Cuando, a sus voces,
aportaron los suyos una luz, viéndose perfectamente curada por el siervo de Dios
Francisco, contó por su orden todo lo sucedido.
9. PROFANADORES DE LA FIESTA DEL SANTO Y ENEMIGOS DE SU GLORIA
09.1 En la villa de Le Simón, en la región de Poitiers, un sacerdote llamado
Reginaldo, devoto del bienaventurado Francisco, había ordenado a sus
parroquianos que la fiesta de San Francisco debía ser celebrada con toda
solemnidad. Pero uno de los feligreses, que no conocía el poder del Santo,
menospreció el mandato de su párroco. Salió, pues, fuera al campo a cortar leña;
y, cuando se preparaba ya para el trabajo, oyó por tres veces una voz que decía:
Hoy es fiesta; no es lícito trabajar.
09.1 Como la terca temeridad de aquel hombre no se dejase frenar ni por el
mandato del sacerdote ni por la voz del cielo, para gloria de Francisco se
manifestó sin tardanza el poder divino mediante un milagro y el azote de un
castigo. Porque, apenas había tomado con una mano la horca y había elevado la
otra con el instrumento de hierro para iniciar el trabajo, de tal modo quedaron
adheridos los dedos a ambos instrumentos, que no le era posible soltarlos de los
mismos.
09.1 Lleno de estupor por ello y no sabiendo qué hacer, se dirigió corriendo a
la iglesia, reuniéndose muchos de todas partes para ver el prodigio. El hombre,
profundamente arrepentido en su corazón, por consejo de uno de los sacerdotes
allí presentes - eran muchos los que invitados habían acudido a la fiesta - ,
puesto ante el altar, se consagró humildemente al bienaventurado Francisco, y
así como por tres veces había oído la voz del cielo, se comprometió con tres
votos, que fueron: primero, celebrar siempre su fiesta; segundo venir el día de
su fiesta a la iglesia en que se hallaba en aquel momento; tercero, visitar
personalmente el sepulcro del Santo.
09.1 ¡Prodigio maravilloso! En presencia del gran gentío reunido, que imploraba
devotísimamente la demencia del Santo, cuando el hombre hizo el primer voto
quedó libre uno de los dedos; al emitir el segundo voto, se soltó otro, y,
pronunciar el tercer voto, se libertó el tercero, y en seguida también una de
las manos, y, por último, la otra. Libre ya del todo, por sí mismo pudo
desprenderse de los instrumentos, mientras todos alababan a Dios y el poder
prodigioso del Santo, que tan admirablemente podía castigar y sanar. En recuerdo
del hecho, los instrumentos del trabajo están todavía hoy pendientes del altar
levantado allí en honor del bienaventurado Francisco. Muchos milagros realizados
allí y en los lugares vecinos muestran que el Santo es glorioso en el cielo y
que en la tierra ha de celebrarse su fiesta con veneración.
09.2 En la ciudad de Le Mans, una mujer se disponía a trabajar en la festividad
de San Francisco; extendió sus manos en la rueca y cogió con sus dedos el huso.
En el mismo momento, sus manos quedaron yertas y un intenso ardor comenzó a
atormentarle en los dedos. Amaestrada con el castigo, reconociendo el poder del
Santo arrepentida de corazón, se fue corriendo a los hermanos. Implorando los
devotos hijos la demencia del Padre en favor de la salud de la mujer, se vio al
instante curada, sin que quedase en ella más que la huella de una quemadura en
memoria del hecho
09.2 Cosa semejante sucedió con una mujer de Campania Mayor, y con otra de
Valladolid, y con una tercera de Piglio; negándose ellas, por menosprecio a
celebrar la fiesta del Santo, primero fueron castigadas de un modo sorprendente
por su desacato, y luego, arrepentidas, fueron, de un modo más admirable
todavía, liberadas de sus males por los méritos de San Francisco.
09.3 Un caballero de Burgo, en la provincia de Massa, denigraba con descarada
impudencia las obras y milagros del bienaventurado Francisco. Se desataba en
insultos contra los peregrinos que venían a celebrar la memoria del Santo y
propalaba cosas absurdas contra los hermanos. Combatiendo una vez la gloria del
Santo, acumuló sobre sus pecados esta detestable blasfemia: Si es verdad que
este Francisco es un santo, que muera hoy atravesado por una espada. Pero, si no
es santo, que permanezca sin ningún daño.
09.3 No tardó la ira de Dios en darle su merecido castigo al convertirse su
oración en pecado; Al poco, este blasfemo injurió a un sobrino suyo, y éste tomó
una espada y con ella atravesó las entrañas de su tío. Aquel mismo día murió el
malvado, esclavo del infierno e hijo de las tinieblas. Provechosa enseñanza para
que todos aprendieran no a blasfemar las obras maravillosas del Santo, sino a
honrarlas con devotas alabanzas .
09.4 Mientras un juez llamado Alejandro, con lengua envenenada apartaba a todos
los que podía de la devoción de San Francisco, por designio divino fue privado
del uso de la lengua, y quedó mudo durante seis años Este hombre que se veía
atormentado en aquello mismo con lo que había pecado, convertido a una seria
penitencia, se dolía de haber hablado contra los milagros del Santo. Por eso
cesó la indignación del Santo misericordioso, y, recibiendo en su gracia al
hombre arrepentido que le invocaba humildemente, le devolvió el uso de la
lengua. Habiendo recibido, por medio del castigo, la devoción y una buena
enseñanza, dedicó desde entonces su lengua blasfema a las alabanzas de
Francisco.
10. OTROS MILAGROS DE DIVERSA ÍNDOLE
10.1 En el castro de Gagliano, de la diócesis de Vara, había una mujer llamada
María, dedicada al devoto servicio de Cristo Jesús y de San Francisco. Un día de
verano salió a ganarse el alimento necesario con sus propias manos. Con el
exagerado calor que hacía comenzó a desfallecer por los ardores de la sed. Sola
en un árido monte y privada del alivio de toda bebida, casi exánime, caída en
tierra, invocaba con encendido afecto del corazón a su abogado San Francisco.
Mientras la mujer permanecía en humilde y ardiente súplica, extenuada por el
trabajo, la sed y el calor, se durmió un poco. He aquí que, viniendo San
Francisco a ella y llamándola por su nombre, le dijo: " Levántate y bebe el agua
que por regalo de Dios se te brinda a ti y a otros muchos".
10.1 Al oír aquella voz despertó la mujer del sueño muy confortada; y, tirando
de un helecho que había junto a ella, lo arrancó de raíz. Cavando luego
alrededor con un palito, encontró agua pura, que al principio parecía sólo
destilar como un hilo cristalino, y súbitamente se convirtió, por el poder de
Dios, en una fuente. Bebió, pues, la mujer hasta saciarse y lavó los ojos, que
tenía antes oscurecidos por el largo penar, y que desde aquel momento sintió
inundados de luz.. Con paso ligero se dirigió la mujer a su casa, comunicando a
todos, para gloria de San Francisco, tan estupendo milagro.
10.1 Concurrieron muchos al lugar atraídos por la fama del prodigio, y
comprobaron por la experiencia el admirable poder de aquella agua; muchísimos,
previa la confesión de sus pecados, al contacto de la misma, han quedado libres
de las consecuencias desastrosas de varias enfermedades Persiste todavía visible
aquella fuente, y junto a ella ha sido construida una pequeña ermita en honor a
San Francisco.
10.2 En Sahagún, villa de España, el Santo hizo reverdecer milagrosa mente,
contra toda esperanza, un cerezo que, estando completamente seco, se cubrió de
hojas, flores y frutos. También a los habitantes de Villasilos, de modo
milagroso, los liberó de una peste de gusanos que corroían los viñedos de sus
confines. Junto a Palencia, atendiendo a las confiadas súplicas de un sacerdote,
limpió completamente un hórreo, que le pertenecía, de los gusanos del grano que
todos los años lo infestaban.
10.2 En las tierras de cierto señor de Petramala, en la Pulla, confiadas
humildemente al cuidado del Santo, hizo éste desaparecer completamente la peste
de la langosta; con la particularidad de que todas las otras tierras colindantes
fueron devoradas por dicha plaga.
10.3 Un hombre llamado Martín había llevado sus bueyes a pastar lejos del
castro. Uno de los bueyes se accidentó con tan mala fortuna, que se rompió una
pata. Como no había ninguna esperanza de remedio para el caso, resolvió
desollarlo. Al no tener a mano instrumento adecuado para hacerlo, retornó a su
casa, dejando el buey al cuidado del bienaventurado Francisco. Se lo encomendó a
su fiel custodia para que no fuese devorado por los lobos antes de su regreso.
10.3 A la mañana siguiente, muy temprano, volvió con el desollador al lugar
donde dejó al buey, y lo encontró paciendo tan por completo curado que no se
distinguía en él ninguna diferencia entre una y otra pata. Dio el hombre gracias
al buen pastor San Francisco, que tan diligente cuidado tuvo de su buey
proveyéndole de medicina. El humilde Santo sabe socorrer a todos los que le
invocan y no se desdeña en atender las mas pequeñas necesidades de los hombres.
10.3 Así, a un hombre de Amiterno le devolvió un asno que le habían robado. A
una mujer de Antrodoco le reintegró, perfectamente compuesto, un plato nuevo que
se había caído y se había hecho añicos. A otro nombre de Montolmo, en la comarca
de Ancona, le reparó un arado que quedaba inservible por habérsele roto.
10.4 En la diócesis de Sabina vivía una viejecita octogenaria, cuya hija dejó al
morir un niño de pecho. La pobrecita anciana, sin recursos económicos y falta de
leche, no podía encontrar mujer alguna que diese de mamar al sediento pequeñito
tal como lo exigía la necesidad. La anciana no sabía a dónde dirigirse en aquel
trance. Debilitado el nietecito, una noche en que se hallaba desprovista de todo
posible recurso humano, bañada en lágrimas, se dirigió con todo su corazón al
bienaventurado Francisco para implorar auxilio. En seguida acudió el amante de
los inocentes y le dijo: Mujer, yo soy Francisco, a quien con tantas lágrimas
invocaste. Pon tu pecho a la boca del niño, porque el Señor te dará leche en
abundancia. Cumplió la abuelita el mandato del Santo, y al momento los pechos de
la octogenaria dieron leche abundante. Se hizo manifiesto a todos el don
admirable del Santo, y muchos hombres y mujeres se dieron prisa para verlo. Y
como lo que veían los ojos no podía negarlo la lengua, todos se movían a alabar
a Dios por el poder prodigioso y por la dulce misericordia del Santo.
10.5 Había en Scoppito un matrimonio que, no teniendo sino un solo hijo, todos
los días lo deploraba como oprobio de la familia. Tenía el pequeño los brazos
como encadenados al cuerpo; las rodillas, pegadas al pecho, y los pies, a las
nalgas. Más que una persona humana, parecía un monstruo. La mujer, a quien
afectaba más profundamente esta desgracia, clamaba con continuos gemidos a
Cristo, invocando el auxilio de San Francisco y pidiéndole se dignase socorrerla
en aquella desgracia y librarla de aquel oprobio.
10.5 Una noche en que por esta desgracia estaba sumida en tristeza, se abandonó
a un triste sueño. Se le apareció San Francisco, y, hablándole con dulces
palabras, la persuadió a que nevase el niño a un lugar próximo consagrado a su
nombre. Le anunció que el niño recibiría una completa curación si era rociado en
nombre de Dios con el agua del pozo que había en aquel lugar.
10.5 Ante la negligencia de la madre en cumplir lo prescrito por el Santo,
volvió éste a renovar su mandato. Por tercera vez se le apareció el Santo, y,
haciendo él mismo de guía, condujo a la madre con el niño hasta la puerta del
dicho lugar. Negaron a él, movidas por la devoción, algunas nobles matronas, a
quienes la mujer expuso diligentemente la visión que había tenido. Estas, a una
con la madre, presentaron al niño a los hermanos. Sacaron agua del pozo, y la
más noble entre las matronas lavó con sus propias manos al niño. Al punto, éste
recuperó la posición natural de todos sus miembros y apareció totalmente curado.
Todos quedaron impresionados de admiración por la grandeza de este milagro.
10.6 En el castro de Cera, diócesis de Ostia, había un hombre con la piel en tal
estado, que no podía ni caminar ni moverse. Perdida toda esperanza en los
remedios humanos y abrumado por la angustia, una noche, tal como si viese
presente al bienaventurado Francisco, comenzó a querellarse con estas palabras:
Ayúdame, santo mío Francisco; recuerda mis servicios y la devoción que te he
tenido. Te llevé en mi jumento y besé tus pies y tus santas manos, siempre fui
devoto tuyo y siempre te quise; mira que me muero con el atrocísimo tormento de
este dolor.
10.6 Movido por estas quejas el Santo, que recuerda los beneficios y se complace
en la devoción de sus fieles, acompañado de otro, se apareció a aquel hombre,
todavía en vela. Le dijo que había venido a su llamamiento y a traerle el
remedio de la salud. Le tocó en el lugar del dolor con un pequeño bastoncito en
forma de tau, y, reventando al punto la apostema, le dio una perfecta salud. Y
lo que es más admirable: para recuerdo del milagro dejó impreso el signo tau
sobre el lugar de la úlcera curada. Con este Signo firmaba San Francisco sus
cartas siempre que por motivo de caridad enviaba algún escrito.
10.7 Pero advierte que, mientras la mente, distraída por la variedad de lo que
se narra, va discurriendo por los diversos milagros del glorioso padre
Francisco, por mérito del portador del signo de la cruz se encuentra, guiada por
Dios, con el emblema de la salvación, la tau. Esto sucede para que caigamos en
la cuenta de que como la cruz fue, para quien militó tras de Cristo, el más alto
mérito para la salvación, de la misma manera es, para quien triunfa con Cristo,
el más firme testimonio de su honor.
10.8 Ciertamente, este grande y admirable misterio de la cruz, en que los
carismas de las gracias y los méritos de las virtudes y los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia se esconden tan profundamente, que quedan ocultos a
los sabios y prudentes de este mundo, le fue revelado plenamente a este
pobrecito de Cristo: toda su vida se cifra el seguir las huellas de la cruz, en
gustar la dulzura de la cruz y en predicar la gloria de la cruz. Por eso pudo en
verdad decir, en el principio de su conversión, con el Apóstol: Lejos de mí el
gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Con no menos verdad
pudo también añadir durante su vida: Paz y misericordia sobre aquellos que
siguieron esta regla. Y con plenísima verdad pudo afirmar al fin de su vida:
Llevo en mi cuerpo las llagas del Señor Jesús.
10.8 Por lo que a nosotros se refiere, deseamos oír de él todos los días
aquellas palabras: Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo con vuestro
espíritu Amén.
10.9 Gloríate, ya seguro, en la gloria de la cruz tú que fuiste glorioso
portador de los signos de Cristo; diste comienzo a tu vida en la Cruz, caminaste
según la regla de la cruz y en la cruz diste cima a tu carrera, manifestando a
todos los fieles, por el testimonio de la cruz, la gloria de que disfrutas en el
cielo.
10.9 Sígante confiadamente los que salen de Egipto, porque, dividido el mar por
el báculo de la cruz de Cristo, atravesarán el desierto, y, pasado el Jordán de
esta mortalidad, ingresarán, por el admirable poder de la cruz, en la prometida
tierra de los vivientes.
10.9 Que el verdadero guía y Salvador del pueblo, Cristo Jesús crucificado, por
los méritos de su siervo Francisco, se digne introducirnos en la tierra de los
vivientes para alabanza y gloria de Dios uno y trino, que vive y reina por los
siglos de los siglos. Amén.
ITINERARIO DE LA MENTE A DIOS
PRÓLOGO DEL ITINERARIO DEL ALMA A DIOS
1. En el principio invoco al primer Principio, de quien descienden todas las
iluminaciones como del Padre de las luces, de quien viene toda dádiva preciosa y
todo don perfecto, es decir, al Padre eterno por su Hijo, Nuestro Señor
Jesucristo, a fin de que con la intercesión de la Santísima Virgen María, madre
del mismo Dios y Señor nuestro, Jesucristo, y con la del bienaventurado
Francisco, nuestro guía y padre, tenga a bien iluminar los ojos de nuestra mente
para dirigir nuestros pasos por el camino de aquella paz que sobrepuja a todo
entendimiento. Paz que evangelizó y dio Nuestro Señor Jesucristo, de cuya
predicación fue repetidor nuestro padre Francisco, quien en todos sus discursos,
tanto al principio como al fin, anunciaba la paz en todos sus saludos deseaba la
paz, y en todas sus contemplaciones suspiraba por la paz extática, como
ciudadano de aquella Jerusalén, de la que dice el varón aquel de la paz, que era
pacífico con los que aborrecían la paz: Pedid los bienes de la paz para
Jerusalén. Porque sabía que e trono de Salomón está asentado en la paz, según
está escrito: Fijó su habitación en la paz y su morada en Sión.
2. En vista de esto, buscando, con vehementes deseos esta paz, a imitación del
bienaventurado padre Francisco yo pecador que, aunque indigno, soy, sin embargo,
su séptimo sucesor en el gobierno de los frailes, aconteció que a los treinta y
tres años después de la muerte del glorioso Patriarca, me retiré, por divino
impulso, al monte Alverna como a lugar de quietud, con ansias de buscar la paz
del alma. Y estando allí, a tiempo que disponía en mi interior ciertas
elevaciones espirituales a Dios, vínome a la memoria, entre otras cosas, aquella
maravilla que en dicho lugar sucedió al mismo bienaventurado Francisco, a saber:
la visión que tuvo del alado Serafín, en figura del Crucificado. Consideración
en la que me pareció al instante que tal visión manifestaba tanto la suspensión
del mismo Padre, mientras contemplaba, como el camino por donde se llega a ella.
3. Porque por las seis alas bien pueden entenderse seis iluminaciones
suspensivas, las cuales, a modo de ciertos grados o jornadas, disponen el alma
para pasar a la paz, por los extáticos excesos de la sabiduría cristiana. Y el
camino no es otro que el ardentísimo amor al Crucificado, el cual de tal manera
transformó en Cristo a San Pablo, arrebató hasta el tercer cielo, que vino a
decir: Clavado estoy en la cruz junto con Cristo: yo vivo, o más bien, no soy yo
el que vivo, sino que Cristo vive en mí; amor que así absorbió también el alma
de Francisco, que la puso manifiesta en la carne, mientras, por un bienio antes
de la muerte, llevó en su cuerpo las sacratísimas llagas de la Pasión. Así que
la figura de las seis alas seráficas da a conocer las seis iluminaciones
escalonadas que empiezan en las criaturas y llevan hasta Dios, en quien nadie
entra rectamente sino por el Crucificado Y en verdad, que no entra por la
puerta, sino que sube por otra parte, el tal es ladrón y salteador. Mas quien
por esta puerta entrare, entrará y saldrá y hallará pastos. Por lo cual dice San
Juan en el Apocalipsis: Bienaventurados los que lavan sus vestiduras en la
sangre del Cordero para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las
puertas de la ciudad Como si dijera: No puede penetrar uno por la contemplación
en la Jerusalén celestial, si no es entrando por la sangre del Cordero como por
la puerta. Nadie, en efecto, está dispuesto en manera alguna para las
contemplaciones divinas que llevan a los excesos mentales, si no es, con Daniel,
varón de deseos. Y los deseos se inflaman en nosotros de dos modos: por el
clamor de la oración, que exhala en alaridos los gemidos del corazón, y por el
resplandor de la especulación, por la que el alma directísima e intensísimamente
se convierte a los rayos de la luz.
4 Por eso primeramente invito al lector al gemido de la oración por medio de
Cristo crucificado, cuya sangre nos lava las manchas de los pecados, no sea que
piense que le basta la lección sin la unción, la especulación sin la devoción,
la investigación sin la admiración, la circunspección sin la exultación, la
industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la
humildad, el estudio sin la gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente
inspirada.
Propongo, pues, las siguientes especulaciones a los prevenidos de la divina
gracia, a los humildes y piadosos; los compungidos y devotos, a los ungidos con
el óleo de la alegría y amadores de la divina sabiduría e inflamados en su
deseo; a cuantos quisieren, en fin, ocuparse libremente en ensalzar, admirar y
aún gustar a Dios, dándoles a entender que poco o nada sirve el espejo puesto
delante al exterior; el espejo de nuestra alma no se hallare terso y pulido.
Ejercítate, pues, hombre de Dios en el aguijón remordedor de la conciencia,
antes de elevar los ojos a los rayos de la sabiduría que relucen en sus espejos,
no suceda que de la misma especulación de los rayos vengas a caer en una fase
más profunda de tinieblas.
5. Y plúgome dividir el tratado en siete capítulos, anteponiendo los títulos
para la mejor inteligencia de lo que se irá diciendo. Ruego, pues, que se
pondere más la intención del que escribe que la obra, más el sentido de las
palabras que lo desaliñado del estilo, más la verdad que la graciosidad, más el
ejercicio del afecto que la instrucción del intelecto.
A fin de que así suceda, la progresión de estas especulaciones no se ha de
transcurrir superficialmente, sino que se ha de rumiar morosamente.
ESPECULACIÓN DEL POBRE EN EL DESIERTO
CAPÍTULO PRIMERO.
GRADOS DE LA SUBIDA A DIOS Y ESPECULACIÓN DE
DIOS POR SUS VESTIGIOS EN EL UNIVERSO
1. Feliz el hombre que en ti tiene su amparo; y que dispuso en su corazón, en
este valle de lágrimas, los grados para subir hasta el lugar que dispuso el
Señor. No siendo la felicidad otra cosa que la fruición del sumo bien y estando
el sumo bien sobre nosotros, nadie puede ser feliz si no sube sobre sí mismo, no
con subida corporal, sino cordial. Pero levantarnos sobre nosotros no lo podemos
sino por una fuerza superior que nos eleve. Porque por mucho que se dispongan
los grados interiores, nada se hace si no acompaña el auxilio divino. Y en
verdad, el auxilio divino acompaña a los que de corazón lo piden humilde y
devotamente; y esto es suspirar a él en este valle de lágrimas, cosa que se
consigue con la oración ferviente. Luego la oración es la madre y origen de la
sobreelevación. Por eso Dionisio en el libro De mystica theologia, queriendo
instruirnos para los excesos mentales, pone ante todo por delante la oración.
Oremos, pues, y digamos a Dios Nuestro: ¡Señor: Condúceme, Señor, por tus sendas
y yo entraré en tu verdad; alégrese mi corazón de modo que respete tu nombre!.
2. Orando, según esta oración, somos iluminados para conocer los grados de la
divina subida. Porque, según el estado de nuestra naturaleza, como todo el
conjunto de las criaturas sea escala para subir a Dios, y entre las criaturas
unas sean vestigio, otras imagen, unas corporales otras espirituales, unas
temporales, otras eviternas, y, por lo mismo, unas que están fuera de nosotros y
otras que se hallan dentro de nosotros, para llegar a considerar el primer
Principio, que es espiritualísimo y eterno y superior a nosotros, es necesario
pasar por el vestigio, que es corporal y temporal y exterior a nosotros, - esto
es ser conducido por la senda de Dios - ; es necesario entrar en nuestra alma,
que es imagen eviterna de Dios, espiritual e interior a nosotros - y esto es
entrar en la verdad de Dios -; es necesario, por fin, trascender al eterno
espiritualísimo y superior a nosotros, mirando al primer Principio, y esto es
alegrarse en el conocimiento de Dios y en la reverencia de la majestad.
3. Esta subida, en efecto, es la caminata de tres jornadas en la soledad; ésta
es la triple iluminación de un solo día; y ciertamente, la primera es como la
tarde; la segunda, como la mañana, y la tercera, como el mediodía; ésta dice
respecto a la triple existencia de las cosas, esto es, en la materia, en la
inteligencia y en el arte eterna, según la cual se dijo: Hágase, hizo y fue
hecho; ésta dice relación asimismo a las tres substancias que hay en Cristo,
escala nuestra, como son la corporal, la espiritual y la divina.
4. En conformidad con esta triple progresión, nuestra alma tiene tres aspectos
principales. Uno es hacia las cosas corporales exteriores, razón por la que se
llama animalidad o sensualidad; otro hacia las cosas interiores y hacia sí
misma, por lo que se llama espíritu; y otro, en fin, hacia las cosas superiores
a sí misma, y de ahí que se le llame mente. Con estos aspectos debemos
disponernos para subir a Dios, a fin de amarle con toda la mente, con todo el
corazón y con toda el alma, en lo cual consiste la perfecta observancia de la
ley y, junto con esto, la sabiduría cristiana.
5. Y porque cada uno de dichos modos se duplica, según se considere a Dios como
alfa y omega, o se vea a Dios en cada uno de ellos como por espejo o como en
espejo, o por prestarse cada una de estas consideraciones tanto a unirse a otra
conexa como a ser mirada en su puridad, de aquí es que sea necesario elevar a
número de seis estos grados principales, a fin de que, así como Dios completó en
seis días el universo y en el séptimo descansó, así también el mundo menor sea
conducido ordenadísimamente al descanso de la contemplación por seis grados de
iluminaciones sucesivas para significar lo cual, por seis gradas se subía al
trono de Salomón, seis alas tenían los serafines que vio Isaías, después de seis
días llamó Dios a Moisés de medio de la nube oscura, y Cristo, después de seis
días, como dice en San Mateo, llevó a los discípulos al monte y se transfiguró
ante ellos.
6. Así que, en correspondencia con los seis grados de la subida a Dios, seis son
los grados de las potencias del alma, por los cuales subimos de lo ínfimo a lo
sumo, de lo externo a lo íntimo, de lo temporal a lo eterno, a saber: el sentido
y la imaginación, la razón y el entendimiento, la inteligencia y el ápice de la
mente o la centella de la sindéresis. Estos grados en nosotros los tenemos
plantados por la naturaleza, deformados por la culpa, reformados por la gracia;
y debemos purificarlos por la justicia, ejercitarlos por la ciencia y
perfeccionarlos por la sabiduría.
7. Porque el hombre, según la primera institución de la naturaleza, fue creado
hábil para la quietud de la contemplación; y por eso lo puso Dios en el paraíso
de las delicias. Pero, apartándose de la verdadera luz al bien conmutable,
encorvóse él mismo por la propia culpa, y todo el género humano por el pecado
original, pecado que inficionó la humana naturaleza de dos modos, a saber:
inficionando la mente con la ignorancia y la carne con la concupiscencia; de
suerte que el hombre, cegado y encorvado yace en tinieblas y no ve la luz del
cielo si no le socorre la gracia con la justicia contra la concupiscencia, y la
ciencia con la sabiduría contra la ignorancia. Todo lo cual se consigue por
Jesucristo, quien ha sido constituido por Dios para nosotros por sabiduría y
justicia y santificación y redención. Quien, siendo la virtud y sabiduría de
Dios, y siendo asimismo el Verbo encarnado, lleno de gracia y de verdad,
comunicó la gracia y la verdad: infundió, en efecto la gracia de la caridad, la
cual, por cuanto es de corazón puro, de conciencia buena y de fe no fingida,
rectifica toda el alma, según sus tres aspectos sobredichos; y enseñó la ciencia
de la verdad conforme a los tres modos de teología: "simbólica, propia y
mística", para que por la simbólico usemos bien de las cosas sensibles; por la
propia, de las cosas inteligibles, y por la mística seamos arrebatados a los
excesos supermentales.
8 Quien quisiere, pues, subir a Dios, es necesario que evitada la culpa que
deforma la naturaleza, ejercite las sobredichas potencias naturales en la gracia
que reforma, y esto por la oración; en la justicia que purifica, y esto por la
vida santa; en la ciencia que ilumina, y esto por la meditación; en la sabiduría
que perfecciona, y esto por la contemplación. Porque así como nadie llega a la
sabiduría sino por la gracia, justicia y ciencia, así tampoco se llega a la
contemplación sino por la meditación perspicaz, vida santa y oración devota. Y
así como la gracia es el fundamento de la rectitud de la voluntad y de la
perspicua ilustración de la razón, así también primero debemos orar, luego subir
santamente y, por último, concentrar la atención en los espectáculos de la
verdad, y concentrándola en ellos subir gradualmente hasta el excelso monte
donde se ve al Dios de los dioses en Sión.
9. Y porque en la escala de Jacob antes es subir que bajar, coloquemos en lo más
bajo el primer grado de la subida, poniendo todo este mundo, sensible para
nosotros, como un espejo, por el que pasemos a Dios, artífice supremo, a fin de
que seamos verdaderos hebreos que pasan de Egipto a la tierra tantas veces
prometida, verdaderos cristianos que con Cristo pasan de este mundo al Padre y,
además, verdaderos amadores de la sabiduría, que llama y dice: Pasaos a mí todos
los que me deseáis y saciaos de mis frutas. Porque de la grandeza y hermosura de
las cosas creadas se puede a las claras venir en conocimiento del Creador.
10. Y en verdad reluce en las cosas creadas la suma potencia, la suma sabiduría
y la suma benevolencia del Creador, conforme lo anuncia el sentido de la carne
al sentido interior por tres modos. El sentido de la carne, en efecto, sirve al
entendimiento que investiga racionalmente, o al que cree firmemente, al que
contempla intelectualmente. El entendimiento que contempla considera la
existencia actual de las cosas; el que cree, el decurso habitual de las cosas, y
el que razona, el valor de la excelencia potencial de las cosas.
11. En el primer modo, el aspecto del entendimiento que contempla, considerando
las cosas en sí mismas, ve en ellas el peso, el número y la medida; el peso
respecto al sitio a que se inclinan, el número por el que se distinguen y la
medida por la que se limitan. Y así ve en ellas el modo la especie y el orden, y
además la substancia, la potencia y la operación. De lo cual, como de un
vestigio, puede el alma levantarse a entender la potencia, la sabiduría y la
bondad inmensa del Creador.
12 En el segundo modo, el aspecto del entendimiento que cree, considerando este
mundo, atiende al origen, al decurso y al término. Pues por la fe creemos que la
Palabra de Vida formó los siglos; por la fe creemos que los tiempos de las tres
leyes, a saber: de la naturaleza, de la Escritura y de la gracia, suceden unos a
otros y transcurren ordenadísimamente; por la fe creemos, por último, que el
mundo ha de terminar por el juicio final, echando de ver en lo primero la
potencia del sumo Principio, en lo segundo su providencia y en lo tercero su
justicia.
13. En el tercer modo, el aspecto del entendimiento que investiga racionalmente,
ve que algunas cosas sólo existen; que otras existen y viven; que otras existen,
viven y disciernen; y que las primeras son ciertamente inferiores, las segundas
intermedias y las terceras mejores. Ve, en segundo lugar, que unas cosas son
corporales, otras parte corporales y parte espirituales; de donde infiere que
hay otras meramente espirituales, mejores y más dignas que entrambos. Ve además
que algunas cosas son mudables y corruptibles, como las terrestres; que otras
son mudables e incorruptibles, como las celestes; por donde colige que hay otras
inmutables e incorruptibles, como las sobrecelestes.
Luego de estas cosas visibles se levanta el alma a considerar la potencia, la
sabiduría y la bondad de Dios como existente, viviente e inteligente, puramente
espiritual, incorruptible e inmutable.
14. Y dilátase esta consideración conforme a siete condiciones de las criaturas,
que son siete testimonios de la potencia, sabiduría y bondad divina, si se
considera el origen, la grandeza, la multitud, la hermosura, la plenitud, la
operación y el orden de todas las cosas. El origen de las cosas, en efecto, en
cuanto se refiere a la creación, distinción y ornato de la obra de los seis
días, predica la divina potencia que las sacó de la nada, la divina sabiduría
que las distinguió claramente y la divina bondad que las adornó largamente. Y la
grandeza de las cosas, en su mole de longitud, latitud y profundidad, en la
excelencia de su virtud que a lo largo, a lo ancho y a lo profundo se extiende
como se ve en la difusión de la luz; en la eficacia de la operación íntima,
continua y difusiva, cual se hace patente en la acción del fuego, indica de
manera manifiesta la inmensidad de la potencia, sabiduría y bondad del Dios
trino, quien existe incircunscrito en todas las cosas por potencia, por
presencia y por esencia. La multitud de las cosas, en su diversidad de géneros,
especies e individuos, en cuanto a la substancia, a la forma o figura y a la
eficacia superior a todo cálculo o apreciación humana, insinúa y aun muestra
claramente la inmensidad de los tres mencionados atributos que en Dios existen.
Y la hermosura de las cosas, en la variedad de luces, figuras y colores que se
hallan, ora en los cuerpos simples, ora en los mixtos, ora en los organizados,
tales como los cuerpos celestes y minerales, piedras y metales, plantas y
animales, con evidencia proclaman los tres predichos atributos. La plenitud de
las cosas, por cuanto la materia está llena de formas, según las razones
seminales, la forma llena de virtud según la potencia activa y la virtud llena
de efectos. según la eficiencia, declara lo mismo de modo manifiesto. La
operación múltiple, según sea natural, artificial y moral con su variedad,
multiplicada en extremo, demuestra la inmensidad de aquella virtud, arte y
bondad, que es ciertamente para todos "la causa de existir, la razón de conocer
y el orden de vivir". En el libro de las criaturas el orden considerado según la
duración, situación e influencia, es decir, por razón de lo anterior y de lo
posterior, de lo superior y de lo inferior, de lo más noble y de lo más innoble,
da a entender manifiestamente la primacía, la sublimidad y la dignidad del
primer Principio en cuanto a la infinitud de su poder en el libro de la
Escritura da a entender el orden de las leyes, preceptos e inicios divinos: la
inmensidad de su sabiduría; y en el en el cuerpo de la Iglesia, el orden de los
sacramentos, beneficios y retribuciones, la inmensidad de su bondad de suerte
que el orden mismo nos lleva de la mano con toda evidencia al que es primero y
sumo, potentísimo, sapientísimo y óptimo.
15. Luego, el que con tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra,
está ciego: el que con tantos clamores no se despierta, está sordo; el que por
todos estos efectos no alaba a Dios, ése está mudo; el que con tantos indicios
no advierte el primer Principio, ese tal es necio Abre, pues, los ojos, acerca
los oídos espirituales. despliega los labios y aplica tu corazón para en todas
las cosas ver, oír, alabar, amar y reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios, no
sea que todo el mundo se levante contra ti. Pues a causa de esto todo el mundo
peleará contra los insensatos siendo, en cambio, motivo de gloria para los
sensatos, que pueden decir con el Profeta: Me has recreado, oh Señor, con tu
obras, y al contemplar las obras de tus manos salto de alegría, oh Señor. Cuán
grandes son tus obras, Señor; todo los has hecho sabiamente; llena está la
tierra de riquezas.
CAPITULO II.
ESPECULACIÓN DE DIOS EN LOS VESTIGIOS QUE
HAY DE ÉL EN ESTE MUNDO SENSIBLE
1. Mas, como, en relación al espejo de las cosas sensibles, nos sea dado
contemplar a Dios no sólo por ellas como por vestigios, sino también en ellas
por cuanto en ellas esté por esencia, potencia y presencia; y, además, como esta
manera de considerar sea más elevada que la precedente; de ah es que la tal
consideración ocupa el segundo lugar como segundo grado de la contemplación, que
nos ha de llevar de la mano a contemplar a Dios en todas las criaturas, la,
cuales entran en nuestra alma por los sentidos corporales.
2. Se ha de observar, pues, que este mundo, que se dice macrocosmos, entra en
nuestra alma, que se dice mundo menor, por las puertas de los cinco sentidos, a
modo de aprehensión, delectación y juicio de las cosas sensibles. La razón es
manifiesta: hay, efectivamente, en el mundo seres generadores, seres generados y
seres que gobiernan a entrambos. Generadores son los cuerpos simples, a saber:
los cuerpos celestes y los cuatro elementos. Porque, en virtud de la luz que
concilia la oposición de los elementos en los mixtos, de los elementos tienen
que ser engendrados y producidos cuantos seres se engendran y producen por la
operación de la virtud natural. Generados son los cuerpos compuestos de
elementos, tales como los minerales, los vegetales, los animales y los cuerpos
humanos. Los seres que tanto a éstos como a aquellos gobiernan son las
substancias espirituales, ora las totalmente unidas a la materia, como las almas
de los brutos, ora las que están unidas a ella, pero de modo separable, como los
espíritus racionales, ora las absolutamente separadas de ella, como son los
espíritus celestiales, a quienes los filósofos llamaron inteligencias y nosotros
llamamos ángeles. A ellos es a quienes compete, según los filósofos, mover los
cuerpos celestes y se les atribuye, por lo mismo, la administración del
universo, dado que reciben de la primera causa, que es Dios, la virtud
influyente que transmiten en conformidad con la obra del gobierno que se
relaciona con la consistencia natural de las cosas. Mas a ellos se atribuye,
según los teólogos, el gobierno del universo, a las órdenes del Dios sumo, en
cuanta a las obras de la reparación, por cuya razón se llaman espirituales,
enviados en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salud.
3. Ahora bien, el hombre, que se dice mundo menor tiene cinco sentidos como
cinco puertas, por las cuales entra a nuestra alma el conocimiento de todas las
cosas que existen en el mundo sensible. En efecto, por la vista entran los
cuerpos sublimes, los luminosos y los demás colorados, por el tacto, los cuerpos
sólidos y terrestres; por los sentidos intermedios, los cuerpos intermedios,
como los acuosos por el gusto, los aéreos por el oído, y por el olfato loa
evaporables que tienen algo de la naturaleza húmeda, algo de la aérea y algo de
la ígnea o caliente, como es de ver en el humo que de los aromas se desprende.
Entran, digo, por estas puertas tanto los cuerpos simples como los compuestos,
que son los mixtos. Mas como por el sentido percibimos no sólo lo sensible
particular, como son la luz, el sonido, el olor, el sabor y las cuatro
cualidades primarias que aprehende el tacto, sino también lo sensible común,
como el número, la grandeza, la figura, el reposo y el movimiento; y como "todo
lo que se mueve se mueve por otro", y seres hay que por sí mismos se mueven y
reposan, como son los animales: cuando por estos cinco sentidos aprehendemos los
movimientos de los cuerpos, somos llevados, como de la mano al conocimiento de
los motores espirituales, como por el efecto al conocimiento de la causa.
4. Por la aprehensión, en efecto, entra en el alma todo el mundo sensible en
cuanto a los tres géneros de cosas. Y estas cosas sensibles y exteriores son las
que primero entran en el alma por las puertas de los cinco sentidos; entran,
digo, no por sus substancias, sino por sus semejanzas, formadas primeramente en
el medio, y del medio en el órgano exterior, y del órgano exterior en el órgano
interior, y de éste en la potencia aprehensiva; y de esta manera la formación de
la especie en el medio y del medio en el órgano y la conversión de la potencia
aprehensiva la especie hace aprehender todo cuanto el alma aprehende
exteriormente.
5. Y esta aprehensión, si lo es de alguna cosa conveniente, sigue la
delectación. Deléitase, en efecto, el sentido en el objeto, percibido mediante
su semejanza abstracta o por razón de hermosura, como en la vista, o por razón
de suavidad, como en el olfato y oído, o por razón de salubridad, como en el
gusto y tacto - hablando apropiada mente -. Y aun si la delectación existe,
existe a causa de la proporción. Mas porque la especie tiene razón de forma
virtud y operación, según haga referencia al principio de que emana, al medio
por que pasa y al término en que obra de aquí es que la proporción o se
considera en la semejanza, en cuanto tiene razón de especie o forma, y así se
dice hermosura, no siendo la hermosura otra cosa que una igualdad armoniosa, o
también no siendo otra cosa que cierta disposición de partes con suavidad de
color; o se considere en cuanto tiene razón de potencia o virtud, y así se dice
suavidad, pues entonces la potencia activa no excede improporcionalmente la
potencia receptiva, sufriendo el sentido en lo extremado y deleitándose en lo
moderado; o se considera, en cuanto tiene razón de eficacia y de impresión, la
cual entonces es proporcional cuando el agente, al causar la impresión, colma la
indigencia del paciente, y esto es sanarlo y nutrirlo, como aparece
principalmente en el gusto y tacto. Y así por la delectación entran en el alma
los objetos exteriores que deleitan, mediante sus semejanzas, según los tres
modos de delectación.
6. Después de la aprehensión y de la delectación, fórmase el juicio, por el que
no sólo se juzga si esto es blanco o negro - porque esto pertenece al sentido
particular - o si es saludable o nocivo lo cual pertenece al sentido interior -,
sino también se juzga y se da cuenta de por qué tal cosa deleita, acto en que se
inquiere la razón de la delectación que del objeto se recibe en el sentido. Y
esto ocurre cuando se indaga la razón de lo hermoso, de lo suave y de lo
saludable, resultando no ser otra que una proporción de igualdad. Pero esta
razón de igualdad es la misma tanto en las cosas grandes como en las pequeñas,
no se extiende con las dimensiones, ni pasa con las cosas transitorias, ni se
altera con las mudanzas; pues abstrae de lugar, de tiempo y de cambios y viene a
ser por lo mismo inmutable, incircunscriptible, interminable y enteramente
espiritual. De donde el juicio es una operación que, depurando y abstrayendo la
especie sensible, sensiblemente recibida por los sentidos, la hace entrar en la
potencia intelectiva. Y así todo este mundo tiene entrada en el alma por las
puertas de los sentidos, conforme a las tres operaciones mencionadas.
7. Y todas estas cosas son vestigios donde podemos investigar a nuestro Dios.
Porque siendo la especie que se aprehende semejanza engendrada en el medio e
impresa después en el órgano, y llevándonos, en virtud de la impresión, al
principio de donde nace, es decir, al conocimiento del objeto, nos da a entender
de modo manifiesto no sólo que aquella luz eterna engendra de sí una semejanza o
esplendor coigual, consubstancial y coeterno, sino también que aquel que es
imagen del invisible, esplendor de su gloria y figura de su substancia,
existente en todas partes por su generación primera, el objeto engendra su
semejanza en todo medio, se une por la gracia de la unión - la especie se une al
órgano corporal - a un individuo de la naturaleza racional para reducirnos
mediante tal unión al Padre como a fontal principio y objeto. Luego todas las
cosas cognoscibles, teniendo como tienen la virtud de engendrar la especie de sí
mismas, proclaman con claridad que en ellas, como en espejos, puede verse la
generación eterna del Verbo, Imagen e Hijo que del Dios Padre emana
eternalmente.
8. De igual modo, la especie que deleita como hermosa, suave y saludable, da a
conocer que existe la primera hermosura, suavidad y salubridad en aquella
primera especie, donde hay suma proporción e igualdad respecto al engendrador,
suma virtud que se intima no por fantasmas sino por la verdad de la aprehensión,
suma impresión que sana satisface y expele toda indigencia en el aprehensor. Por
lo tanto, si la delectación "es la unión de un conveniente con su conveniente",
si la semejanza que se engendra de sólo Dios tiene la razón de lo sumamente
hermoso, sumamente suave y sumamente saludable, y se une, según la verdad, según
la intimidad y según la plenitud que llena toda capacidad, se ve claramente que
en sólo Dios está la delectación fontal y verdadera y que todas las
delectaciones nos llevan de la mano a buscar aquella.
9. Pero de un modo más excelente y más inmediato nos lleva el juicio a especular
con más certeza la eterna verdad. Porque si el juicio ha de hacerse por razones
que abstraen del lugar, tiempo y mutabilidad y, por lo mismo de la dimensión,
sucesión y mudanza; si ha de hacerse por razones inmutables, incircunscriptibles
e interminables; si nada hay, en efecto, del todo inmutable, ni
incircunscriptible ni interminable, sino lo que es eterno; si todo cuanto el
eterno es Dios o está en Dios; si cuantas cosas ciertamente juzgamos, vuelvo a
decir, por esas razones las juzgamos; cosa manifiesta es que Dios viene a
resultar la razón de todas las cosas y la regla infalible y la luz de la verdad,
luz donde todo lo creado reluce de modo infalible, indeleble, indubitable,
irrefragable, incoartable, inapelable, interminable, indivisible e intelectual.
Por tanto, aquellas leyes por las que juzgamos con toda certeza de todas las
cosas sensibles que a nuestra consideración vienen, por lo mismo que son
infalibles e indubitables para el entendimiento del que las aprehende,
indelebles de la memoria del que las recuerda, irrefragables e inapelables para
el entendimiento del que las juzga, pues al decir de San Agustín, "nadie juzga a
ellas, sino por ellas", menester es que sean inmutables e incorruptibles como
necesarias, incoartables como incircunscritas, interminables como eternas, y por
eso indivisibles como intelectuales e incorpóreas, no hechas, sino increadas,
tales que existen eternalmente en el arte eterna, por la cual, mediante la cual
y según la cual reciben la forma todas las cosas, plenamente informadas; y por
eso ni juzgarse pueden éstas con toda certeza, sino por aquella arte eterna, la
cual es la forma que no sólo todo lo produce, sino que todo lo conserva y todo
lo distingue como ser que tiene la primacía de la forma entre todas las cosas y
como regla que todas las dirige y por la que nuestra alma juzga cuanto en ella
entra por los sentidos.
10. Dilátase esta especulación considerando siete diferencias de números por los
cuales, como por siete grados, se sube a Dios, según lo demuestra San Agustín en
el libro De vera Religione y en el sexto De Musica, donde asigna las diferencias
de números que van subiendo gradualmente desde estas cosas sensibles hasta el
supremo artífice de todas, para que en todas sea visto Dios.
Dice, pues, que hay números en los cuerpos, y, sobre todo, en los sonidos y en
las voces, y los llama sonantes que hay números abstraídos de éstos y recibidos
en los sentidos, y los llama ocurrentes; que hay números que proceden del alma
al cuerpo, como se ve en las gesticulaciones y en las danzas, y los llama
progresivos; que hay números en la delectación de los sentidos, por la
conversión de la intención a la especie sensible, y los llama sensuales que hay
números retenidas en la memoria, y los llama me memoriales; que, por último, hay
números por los que de todos estos números juzgamos, y los llama judiciales. Los
cuales, como queda dicho, por necesidad están por encima del alma, siendo como
son infalibles e indiscutibles. Estos son los que imprimen en nuestra alma los
números artificiales, que, sin embargo, no los enumera San Agustín en la
clasificación mencionada por estar conexos con los judiciales; de los judiciales
es de donde emanan los números progresivos, de los que se producen numerosas
formas di artefactos, a fin de que de los números supremos se descienda
ordenadamente, pasando por los medios, hasta los que son ínfimos. Subimos
también por grados a los números supremos, empezando desde los sonantes, por
medio de los ocurrentes, sensuales y memoriales.
Como sean, pues, bellas todas las cosas y, en cierta manera deleitables, y como
no exista delectación ni hermosura sin la proporción, que consiste primariamente
en los números, es necesario que todas las cosas sean numerosas y, por lo mismo,
el número es el ejemplar príncipe en la mente del Creador; y en las cosas el
principal vestigio que nos lleva a la Sabiduría. Vestigio que, por ser
evidentísimo para todos y cercanísimo a Dios, a Dios nos conduce muy de cerca
como por siete diferencias o grados y, al aprehender las cosas numerosas,
deleitarnos en las proporciones numerosas y juzgar irrefragablemente por las
leyes de proporciones numerosas, hace que le conozcamos en los seres corporales,
sujetos a los sentidos.
11. De los dos grados primeros que nos han llevado de la mano a especular a Dios
en sus vestigios a modo de las dos alas que descendían cubriendo los pies, bien
podemos colegir que todas las criaturas de este mundo sensible llevan al Dios
Eterno el espíritu del que contempla y degusta, por cuanto son sombras,
resonancias y pintura de aquel primer Principio, poderosísimo, sapientísimo y
óptimo, de aquel origen, luz y plenitud eterna y de aquella arte eficiente,
ejemplante y ordenante; son no solamente vestigios, simulacros y espectáculos
puestos ante nosotros para cointuir a Dios, sino también signos que, de modo
divino, se nos han dado; son, en una palabra, ejemplares o, por mejor decir,
copias propuestas a las almas todavía rudas y materiales para que de las cosas
sensibles que ven se trasladen a las cosas inteligibles como del signo a lo
significado.
12. Porque, en verdad, las criaturas de este mundo sensible significan las
perfecciones invisibles de Dios; en parte, porque Dios es el origen, el ejemplar
y el fin de las cosas creadas y porque todo efecto es signo de la causa, toda
copia lo es del ejemplar, todo camino lo es del fin al que conducen; en parte
por representación propia, en parte por la prefiguración profética, en parte por
operación angélica y en parte por institución sobreañadida. Y es que toda
criatura, por su naturaleza, es como una efigie o similitud de la eterna
Sabiduría; pero lo es especialmente aquella que, en la Sagrada Escritura, se
tomó, por espíritu de profecía para prefigurar las cosas espirituales; mas
especialmente aquellas criaturas en cuya figura quiso Dios aparecer por
ministerio de los ángeles y, especialísimamente, por fin, aquella que quiso
fuese instituida para significar, la cual no sólo tiene razón de signo común,
sino también de signo sacramental.
13. De todo esto se colige que las perfecciones invisibles de Dios, desde la
creación del mundo, se han hecho intelectualmente visibles por las creaturas de
este mundo; tanto, que son inexcusables los que no quieren considerarlas, ni
conocer, ni bendecir, ni amar a Dios en todas ellas siendo así que no quieren
trasladarse de las tinieblas a la admirable luz divina. A Dios, pues, las
gracias por nuestro Señor Jesucristo, quien nos trasladó de las tinieblas a su
luz admirable, por cuanto estas luces que exteriormente se nos han dado nos
disponen para entrar de nuevo en el espejo de nuestra alma, en el que relucen
las perfecciones divinas.
CAPITULO III.
ESPECULACIÓN DE DIOS POR SU IMAGEN IMPRESA
EN LAS POTENCIAS NATURALES
1. Y porque los dos grados predichos, guiándonos a Dios por los vestigios suyos,
por los cuales reluce El en todas las criaturas, nos llevaron de la mano hasta
entrar de nuevo en nosotros, es decir, a nuestra mente, donde reluce la divina
imagen; de ahí es que, llegados ya al tercer grado, entrando en nosotros mismos,
como si dejáramos el atrio del tabernáculo, en el santo, esto es, en su parte
interior es donde debemos procurar ver a Dios por espejo: allí donde, a manera
de candelabro, reluce la luz de la verdad en la faz de nuestra mente, en la cual
resplandece, por cierto, la imagen de la beatísima Trinidad.
Entra, pues, en tí mismo y observa que tu alma se ama ardentísimamente a sí
misma; que no se amara, si no se conociese; que no se conociera, si de sí misma
no se recordase, pues nada entendemos por la inteligencia que no esté presente
en nuestra memoria, y con esto adviertes ya, no con el ojo de la carne, sino con
el ojo de la razón, que tu alma tiene tres potencias. Considera, pues, las
operaciones y las habitudes de estas tres potencias y podrás ver a Dios por ti,
como por imagen, lo cual es verlo como por un espejo y bajo imágenes oscuras.
2. Y en verdad, la operación de la memoria es retener y representar no sólo las
cosas presentes, corporales y temporales, sino también las sucesivas, simples y
sempiternas. Pues retiene la memoria las cosas pasadas por la recordación, las
presentes por la suscepción, las futuras por la previsión. Retiene también las
cosas simples, cuales son los principios de la cantidad, ya discreta, ya
continua, como el punto, el instante y la unidad, sin los cuales nada es posible
recordar o pensar cuanto de ellos tienen principio. Retiene asimismo, los
principios y los axiomas de las ciencias no sólo como eternos, sino también de
modo eterno, pues, como uno use de la razón, nunca puede olvidarlos, de manera
que en oyéndolos, no les preste asentimiento; y esto no como si empezara a
comprenderlos entonces, sino reconociendo. los cual si le fueran connaturales y
familiares, cosa que se hace patente, proponiendo a uno principios como éstos:
"De cualquier ser o se afirma o se niega"; o también: "El toda es mayor que su
parte", u otro axioma cualquiera al que no es posible contradecir por ser
evidente en si mismo. Por lo tanto, a causa de la primera retención actual de
las cosas temporales, a saber: de las pasadas, presentes y futuras, la memoria
es una imagen de la eternidad, cayo presente indivisible se extiende a todos los
tiempos. Por la segunda retención se ve que la memoria está posibilitada para
ser informada no sólo del exterior por los fantasmas, sino también de arriba,
recibiendo las formas simples que no pueden entrar por las puertas de los
sentidos ni por las representaciones de objetos sensibles. Por la tercera
retención tenemos que posee ella presente a si misma una luz inmutable, en la
cual recuerda verdades invariables. Y así, mediante las operaciones de la
memoria, está claro que el alma es imagen y semejanza divina, tan presente a sí
misma como presente a Dios, a quien conoce en acto, aunque sólo en potencia sea
capaz de poseerlo y de ser partícipe suyo.
3. La operación de la virtud intelectiva está en conocer el sentido de los
términos, proposiciones e ilaciones. Entonces, en efecto, conoce el
entendimiento los significados de los términos cuando viene a comprender por
definición a cada uno de ellos. La definición, empero, ha de darse por términos
más generales, y éstos han de definirse por otro, más generales todavía hasta
llegar a los supremos y generalísimos, ignorados los cuales, no pueden
entenderse los términos inferiores por vía de definición. De manera que sin
conocer el ser por sí, no se puede conocer plenamente la definición de una
substancia particular cualquiera. Tampoco puede ser conocido el ser por sí sin
conocerlo con sus propiedades, que son: unidad, verdad y bondad. Y como el ser
pueda concebirse como ser diminuto y como ser completo, como ser perfecto y como
ser imperfecto. como ser en potencia y como ser en acto, como ser "secundum
quid" y como ser "simpliciter", como ser parcial y como ser total, como ser
transeúnte y como ser permanente, como ser por otro y como ser por sí mismo,
como ser mezclado de no ser y como ser puro, como ser dependiente y como ser
absoluto, como ser anterior y como ser posterior, como ser mudable y como ser no
mudable, como ser simple y como ser compuesto; y como en manera alguna puedan
conocerse las negaciones y los defectos si no es por las afirmaciones: cosa
clara es que nuestra inteligencia no llega, por análisis, al conocimiento
plenario de alguno de los seres creados, a no ser ayudada del conocimiento del
ser purísimo, completísimo y absoluto, el cual es el ser "simpliciter" y eterno,
ser en quien se hallan las razones de todas las cosas en su puridad. Y, de otra
suerte, ¿cómo pudiera conocer la inteligencia que tal cosa es defectuosa e
incompleta si ningún conocimiento tuviese del ser exento de todo defecto? Y
procédase de esta manera en las demás condiciones ya tratadas.
Y entonces se dice, con toda verdad, que el entendimiento comprende el sentido
de las proposiciones cuando sabe con certeza que son verdaderas, y saber esto es
saber que no puede engañarse en tal comprensión. Sabe, en efecto, que tal verdad
no puede ser de otra manera, sabiendo como sabe que esa verdad es inmutable.
Pero, por ser mudable nuestra mente, no puede ver la verdad reluciendo tan
inmutablemente si no es en virtud de otra luz que brilla de modo inmutable del
todo, la cual es imposible sea criatura sujeta a mudanzas. Luego la conoce en
aquella luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, la cual es la luz
verdadera y el Verbo que en el principio estaba en Dios.
Pero nuestro entendimiento entonces percibe, con toda verdad, el sentido de una
ilación cuando ve que la conclusión se sigue necesariamente de las premisas, lo
cual no sólo ve en los términos necesarios, sino también en los cotingentes;
como, por ejemplo: si el hombre corre, el hombre se mueve. Y esta relación
necesaria la percibe no sólo en las cosas existentes, sino también en las no
existentes. Pues así como, existiendo el hombre, se sigue la conclusión si el
hombre corre, el hombre se mueve, así también se sigue lo mismo, aunque el
hombre no exista. Pero la necesidad de semejante ilación no viene de la
existencia del ser en la materia, porque tal existencia es contingente; ni de la
existencia de las cosas en el alma, ya que afirmarla en el alma, no existiendo
realmente, vendría a ser una ficción: luego viene de aquella ejemplaridad del
arte eternal, en la cual tienen las cosas aptitud y relación mutua, conforme
está representadas en el arte eterna. Y es que, como dice San Agustín en el
libro De vera Religione, la luz del que verdaderamente razona se enciende por
aquella verdad y brega por llegar a ella. Por donde se ve a las claras cuán
unido está nuestro entendimiento a la verdad eterna, pues nada verdadero puede
conocer sino enseñado por ella. Con que por ti mismo puedes ver la verdad que te
enseña, como las concupiscencias e imaginaciones no te lo impidan,
interponiéndose como niebla entre ti y el rayo de la verdad.
4. Y la operación de la virtud electiva se echa de ver en el consejo, en el
juicio y en el deseo. El consejo consiste en inquirir cuál sea lo mejor, esto o
aquello. Pero nada se dice lo mejor sino por acceso a lo óptimo, y el acceso a
lo óptimo consiste en la mayor semejanza; luego nadie sabe si una cosa es mejor
que otra sin saber que se asemeja más a lo óptimo. Pero nadie sabe que una cosa
es más semejante a otra sin conocer ésta, como que no sé si tal es semejante a
Pedro sin saber o conocer quién es Pedro; luego en todo el que inquiere cuál sea
lo mejor está impresa necesariamente la noción del sumo Bien.
Y el juicio cierto de las cosas, sujetas al consejo, viene de una ley. Nadie, en
efecto, juzga con certeza en virtud de la ley si no está cierto no sólo de que
la ley es recta, sino también de que no debe juzgarla; pero nuestra mente juzga
de sí misma, y como no pueda juzgar de la ley, por la cual precisamente juzga,
síguese que esa ley es superior a nuestra mente y que ésta juzga por aquella,
según la lleva impresa en sí misma. Es así que nada hay superior a la mente
humana sino Aquel que la hizo: luego nuestra potencia deliberativa, cuando juzga
y resuelve hasta el último análisis, viene a tocar en las leves divinas.
El deseo, por último, versa, ante todo, sobre aquello que sumamente lo mueve.
Sumamente mueve lo que suma. mente se ama; pero ámase sumamente ser feliz, y ser
feliz no se consigue sino poseyendo lo óptimo y el fin último: luego nada
apetece el humano deseo sino el sumo bien o lo que dice orden al sumo bien, o lo
que tiene apariencia del sumo bien. Tanta es la eficacia del sumo bien que, si
no es por su deseo, nada puede amar la criatura, la cual se engaña y cae en
error precisamente cuando toma por realidad no que no es sino efigie y simulacro
del sumo bien.
Ve por aquí cuán próxima a Dios está el alma y cómo la memoria nos lleva a la
eternidad, la inteligencia a la verdad y la potencia electiva a la suma bondad,
según sus respectivas operaciones.
5. Y si consideramos el orden, el origen y la virtud de estas potencias, el alma
nos lleva a la misma beatísima Trinidad. Porque de la memoria nace la
inteligencia como prole suya, pues entonces entendemos cuando la similitud,
presente en la memoria, reverbera en el ápice del entendimiento, de donde
resulta el verbo mental; y de la memoria y de la inteligencia se exhala el amor
como nexo de entrambos Estas tres cosas - mente generadora, verbo y amor - están
en correspondencia con la memoria, inteligencia y voluntad potencias que son
consubstanciales, coiguales y coetáneas compenetrándose en mutua inexistencia.
Siendo, pues, Dio, espíritu perfecto, tiene memoria, inteligencia y voluntad
tiene, asimismo, no sólo su Verbo engendrado, sino también su Amor espirado, los
cuales se distinguen necesariamente por producirse el uno del otro, no por
producción esencial n por producción accidental, sino por producción personal.
Considerándose, pues, el alma a sí misma, de si misma como por espejo se eleva a
especular a la santa Trinidad del Padre, del Verbo y del Amor, trinidad de
personas tan coeternos, tan coiguales y tan consubstanciales que cada una de
ellas está en cada una de las otras, no siendo, sin embargo, una persona la
otra, sino las tres un solo Dios.
6. A esta especulación que el alma tiene de su principio uno y trino, mediante
sus potencias, trinas en número, por las que es imagen de Dios, la ayudan las
luces de las ciencias, luces que la perfeccionan e informan y representan la
beatísima Trinidad de tres maneras. Pues se ha de saber que toda la filosofía o
es natural, o racional, o moral. La primera trata de la causa del existir, y por
eso lleva a la potencia del Padre; la segunda, de la razón del entender, y por
eso lleva a la sabiduría del Verbo, y la tercera, del orden del vivir, y por eso
lleva a la bondad del Espíritu Santo.
Además, la primera - la filosofía natural - se divide en metafísica, matemática
y física. De las cuales la una versa sobre las esencias de las cosas, la otra
sobre los números y figuras, la tercera sobre las naturalezas, virtudes y
operaciones difusivas. Y así, la primera nos lleva al primer Principio, que es
el Padre; la segunda a su imagen, que es el Hijo: la tercera al don, que es el
Espíritu Santo.
La segunda - la filosofía racional - se divide en gramática, que hace a los
hombres capaces para expresarse; la lógica, que los hace agudos para argüir, y
en retórica, que los hace valientes para mover o persuadir. Lo cual insinúa
también el misterio de la misma beatísima Trinidad.
La tercera - la filosofía moral - se divide en monástica doméstica y política.
De ahí que la primera insinúe la innascibilidad del primer Principio, la segunda
la familiaridad del Hijo y la tercera la liberalidad del Espíritu Santo.
7. Todas estas ciencias tienen sus reglas ciertas e infalibles como luces y
rayos que descienden de la ley eterna a nuestra mente. Por eso nuestra mente,
irradiada y bañada en tantos esplendores, de no estar ciega, puede ser conducida
por la consideración de si misma a la contemplación de aquella luz eterna. Y en
verdad, la irradiación y consideración de semejante luz suspende a los sabios en
admiración y, por el contrario, turba a los necios, cumpliéndose así lo que dijo
el Profeta: Iluminando Tú maravillosamente desde los montes eternos, quedaron
perturbados los de corazón insensato.
CAPÍTULO IV.
ESPECULACIÓN DE DIOS EN SU IMAGEN
REFORMADA POR LOS DONES GRATUITOS
1. Mas porque acontece contemplar al primer Principio no sólo pasando por
nosotros, sino también quedando en nosotros, y esto - lo segundo - es más
excelente que lo primero, por eso esta manera de considerar obtiene el cuarto
grado de la contemplación. Extraña cosa parece, por cierto, que, habiendo
demostrado cuán cerca está Dios de nuestras almas, sea de tan pocos especular en
sí mismos al primer Principio. Pero la razón es obvia: distraída el alma con los
cuidados, no entra en sí misma por la memoria; anublada con los fantasmas de la
imaginación, no regresa a sí misma por la inteligencia, y seducida por las
concupiscencias, no vuelve a sí misma por el deseo de la suavidad interior ni
por el de la alegría espiritual. Por eso, postrada enteramente en estas cosas
sensibles, no puede entrar de nuevo en sí misma como en imagen de Dios.
2. Y porque, donde uno cae, allí debe necesariamente estar tendido si no hay
quien le dé la mano y le ayude a volver a levantarse; no pudiera nuestra alma
elevarse perfecta mente de las cosas sensibles a la cointuición de sí propia y
de la eterna Verdad en sí misma si la Verdad, tomando la forma humana en Cristo,
no se hubiera constituido en escala, reparando la escala primera que se quebrara
en Adán.
De aquí es que, por muy iluminado que uno esté por la luz de la razón natural y
de la ciencia adquirida, no puede entrar en sí para gozarse en el Señor si no es
por medio de Cristo, quien dice: Yo soy la puerta. El que por mi entrare se
salvará, y entrará, y saldrá, y hallará pastos. Mas a esta puerta no nos
acercamos sino creyéndole, esperándole, amándole. Por lo tanto, si queremos
entrar de nuevo en la fruición de la Verdad, como en otro paraíso, es necesario
que ingresemos mediante la fe, esperanza y caridad del mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, quien viene a ser el árbol de la vida plantado en medio
del paraíso.
3. De aquí es que la imagen de nuestra alma ha de re. vestirse con las tres
virtudes teologales que la pacifican, iluminan y perfeccionan; y de esta manera,
la imagen queda reformada y hecha conforme a la Jerusalén de arriba y miembro de
la Iglesia militante, la cual es, según el Apóstol, hija de la Jerusalén
celestial. Porque dijo así: Aquella Jerusalén que está arriba es libre, la cual
es madre de todos nosotros. El alma, pues, que cree, espera y ama a Jesucristo,
que es el Verbo encarnado, increado e inspirado, esto es, camino, verdad y vida,
al creer por la fe en Cristo, en cuanto es Verbo increado, palabra y esplendor
del Padre, recupera el oído y la vista espiritual; el oído, para recibir las
palabras de Cristo; la vista, para mirar con atención los esplendores de su luz.
Y al suspirar por la esperanza para recibir al Verbo inspirado recupera,
mediante el deseo y el afecto, el olfato espiritual. Cuando por la caridad
abraza al Verbo encarnado, recibiendo de El delectación y pasando a El por el
amor extático, recupera el gusto y el tacto. Recuperados los sentidos
espirituales, mientras ve y oye, huele, gusta y abraza a su esposo, puede ya
cantar como la esposa en el Cantar de los cantares, compuesto para el ejercicio
de la contemplación en este cuarto grado, que nadie la alcanza, sino la recibe,
porque más consiste en la experiencia afectiva que en la consideración
intelectiva. Y es que, en este grado, reparados ya los sentidos interiores para
ver al sumamente hermoso, oír al sumamente armonioso, oler al sumamente
odorífero, gustar al sumamente suave y asir al sumamente deleitoso, queda el
alma dispuesta para los excesos mentales, y esto por la devoción, por la
admiración y por la exultación, las cuales corresponden a las tres exclamaciones
que se hacen en el Cantar de los cantares. La primera de ellas nace de la
abundancia de la devoción, la cual hace al alma como una columnita de humo,
formada de perfumes de mirra e incienso; la segunda, de la excelencia de la
admiración, que hace el alma como la aurora, la luna y el y el sol, conforme a
la progresión de las iluminaciones que suspenden el alma, a causa de la
admiración, proveniente del contemplado Esposo; la tercera, de la
sobreabundancia de la exultación, la cual hace al alma rebosar de las delicias
de delectación suavísima, apoyada del todo sobre su amado.
4. Alcanzado esto, nuestro espíritu se hace jerárquico para subir arriba,
hallándose como se halla conforme con la Jerusalén celestial, donde nadie entra
sin que ella misma descienda primero al corazón por la gracia, como lo vio San
Juan en su Apocalipsis. Mas entonces desciende al corazón, cuando, reformada el
alma por las virtudes teologales, por las delectaciones de los sentidos
espirituales y por las suspensiones extáticas, llega a ser jerárquica, esto es,
purgada, iluminada y perfecta. Y así nuestro espíritu queda también adornado con
los grados de los nueve órdenes, al disponerse ordenada e interiormente con los
actos de anunciar, dictar, conducir, ordenar, corroborar, imperar, recibir,
revelar y ungir; actos que gradualmente corresponden a los nueve órdenes de
ángeles; relacionándose los tres primados de los mencionados actos del alma
humana con la naturaleza, los tres siguientes con la industria y los tres
últimos con la gracia. En posesión ya de estos grados, el alma, entrando en sí
misma, entra en la Jerusalén de arriba donde, al considerar los órdenes de
ángeles, ve en ellos a Dios, que, habitando en ellos mismos, obra todas sus
operaciones. Por lo cual dice San Bernardo al Papa Eugenio que "Dios, como
caridad, ama en los serafines; como verdad conoce en los querubines; como
equidad, se sienta en los tronos; señorea en las dominaciones como majestad,
rige en los principados como principio, defiende en las potestades como
salvación, en las virtudes obra como fortaleza en los arcángeles revela como luz
y en los ángeles asiste como piedad". Órdenes de ángeles donde Dios es todo en
todos por la contemplación del mismo Dios en las almas en las que habita
mediante los dones de su afluentísima caridad.
5. Para este grado de especulación sirve especial y preferentemente la
consideración de la Sagrada Escritura, divinamente inspirada, así como para el
grado anterior sirve la filosofía. Y es que la Sagrada Escritura versa
principalmente acerca de las obras de la reparación. De ahí es que trata, ante
todo, de la fe, de la esperanza y de la caridad, virtudes que tienen que
reformar al alma, y especialmente de la caridad. De ella dice el Apóstol que es
el fin de los preceptos, en cuanto viene de corazón puro, conciencia recta y fe
sincera. Ella es, según el mismo Apóstol, la plenitud de la ley. Y nuestro
Salvador asegura que toda la ley y los profetas penden de dos preceptos de la
misma ley, esto es del amor de Dios y del amor del prójimo, preceptos que si
dejan ver en el mismo Esposo de la Iglesia, Jesucristo, que es a un tiempo Dios
y prójimo, Señor y hermano, Rey y amigo, Verbo increado y encarnado, nuestro
formador y reformador, siendo como es el alfa y la omega; quien es también el
supremo jerarca que purifica, ilumina y perfecciona a su esposa, que es toda la
Iglesia y cada una de las almas santas.
6. De suerte que de este jerarca y de esta eclesiástica jerarquía trata toda la
Sagrada Escritura, la cual nos enseña a purificarnos, iluminarnos y
perfeccionarnos, y esto según las tres leyes que eh ellas se nos comunican, a
saber: la ley de la naturaleza, la de la escritura y la de la gracia o mejor,
según sus tres leyes principales, como son la le, mosaica, que purifica; la
revelación profética, que ilustra y la doctrina evangélica, que perfecciona; o
mucho mejor aún: según sus sentidos espirituales, que son tres: el tropológico,
que purifica para vivir honestamente; el alegórico, que ilumina para entender
claramente, y el anagógico que perfecciona mediante los excesos mentales y
percepciones suavísimas de la sabiduría, según las tres virtudes teológicas
mencionadas, y los sentidos espirituales ya reformados, y los tres excesos
predichos, y los actos jerárquicos del alma, por los cuales regresa nuestra alma
a su interior para allí especular a Dios entre los esplendores de los santos; y
en ellos, como en lechos, dormir en paz y reposar, mientras conjura el esposo no
la despierten hasta que por su voluntad lo quiera.
7. Y de estos dos grados medios, por los cuales entramos a contemplar a Dios
dentro de nosotros, como en espejos de imágenes creadas - y esto a modo de las
alas extendidas para volar, las cuales ocupaban el lugar medio - podemos
entender que las potencias naturales del alma racional, en cuanto a sus
operaciones, habitudes y hábitos científicos, nos llevan como de la mano a las
perfecciones divinas, como se ve en el tercer grado. Nos llevan también a Dios
las potencias de la misma alma reformadas por los hábitos gratuitos, por los
sentidos espirituales y por los excesos mentales, cosa que está patente en el
cuarto grado. Sobre todo, nos llevan a Dios las operaciones jerárquicas del alma
humana - purificación, iluminación y perfección -, las jerárquicas revelaciones
de la Sagrada Escritura que se nos dio por los ángeles según aquello del
Apóstol: La ley nos fue dada por los ángeles, interviniendo el Mediador. Y,
finalmente, las jerarquías y los órdenes jerárquicas que han de disponerse en
nuestra alma, en conformidad con la Jerusalén de arriba, nos llevan de la mano a
Dios.
8. Repleta nuestra alma de todas estas luces intelectuales, es habitada por la
divina Sabiduría como casa de Dios, quedándose constituida en hija, esposa y
amiga de Dios; en miembro, hermana y coheredera de Cristo, que es su cabeza; en
templo, sobre todo, del Espíritu Santo, el cual está fundado por la fe,
levantado por la esperanza y consagrado a Dios por la santidad del alma y del
cuerpo Todo lo cual lo realiza la sincerísima caridad de Cristo, derramada en
nuestro corazón por el Espíritu Santo que se nos ha dado, Espíritu necesario
para saber los secretos de Dios. Porque, así como nadie sabe las cosas del
hombre sino solamente su espíritu, que está dentro de él, así tampoco las cosas
de Dios nadie las ha conocido sino el Espíritu de Dios. Arraiguémonos, pues, y
fundémonos en la caridad para que podamos comprender con todos los santos cuál
sea la longitud de la eternidad, la latitud de la liberalidad, la altitud de la
majestad y la profundidad de la sabiduría, a la que pertenece el juicio
CAPITULO V.
ESPECULACIÓN DE LA UNIDAD DE DIOS POR SU NOMBRE PRIMARIO
QUE ES EL SER
1. Y porque acontece contemplar a Dios no sólo fuera y dentro de nosotros, sino
también sobre nosotros -fuera por su vestigio, dentro por su imagen y sobre por
la luz impresa en nuestra mente, luz que es la luz de la Verdad eterna, "pues
nuestra mente de una manera inmediata es informada por esa Verdad"-, los que se
han ejercitado en el primer modo han entrado en el atrio ante el tabernáculo los
que en el segundo, han entrado en el santo; los que en el tercero, entran con el
sumo sacerdote en el santo de los santos, donde sobre el arca están los
querubines de la gloria protegiendo el propiciatorio, por los cuales entendemos
dos modos o grados de contemplar las perfecciones divinas invisibles y eternas:
modos o grados que versan sobre Dios, el uno sobre sus atributos esenciales y el
otro sobre las propiedades personales.
2. El primer modo, primera y principalmente, fija el aspecto del alma en el ser,
dando a conocer que el que es el primer nombre de Dios. El segundo modo fija el
aspecto del alma en el bien, dando a conocer que el bien es el primer nombre de
Dios. El primer nombre - el ser - se refiere especialmente al Antiguo
Testamento, que predica, ante todo, la unidad de la divina esencia, por lo cual
se dijo a Moisés: Yo soy el que soy. El segundo nombre - el bien - hace
referencia al Nuevo Testamento, el cual determina la pluralidad de personas,
bautizando en el nombre del Padre y Hijo, y del Espíritu Santo. Por eso nuestro
Maestro Cristo, queriendo elevar a la perfección evangélica al joven observador
de la Ley, de modo principal y preciso atribuye a Dios el nombre de bondad:
Nadie es bueno, dijo, sino sólo Dios. Razón por la que el Damasceno, siguiendo a
Moisés dice ser el que es el nombre primario de Dios, mientras Dionisio,
siguiendo a Cristo, asegura que el nombre divino primario es el bien.
3. Y así, quien quisiere contemplar las perfecciones invisibles que a la unidad
de esencia se refieren, fije el aspecto del alma en el ser y entienda que el ser
es en sí tan certísimo que ni pensar se puede que no existe; que el ser purísimo
no se ofrece al entendimiento sino ahuyentándose plenamente el no ser, como
tampoco se ofrece la nada al mismo entendimiento sino ahuyentándose plenamente
el ser. Porque, así como la nada absolutamente nada tiene del ser ni de sus
propiedades, así tampoco el ser nada tiene del no ser, ni en acto ni en
potencia, ni en su verdad objetiva ni en la estimación nuestra. Y, en verdad,
como el no ser sea privación del ser, no se concibe por el entendimiento, sino
por medio del ser; pero el ser no se concibe por otro ser, dado que todo cuanto
entiende como no ser. O se entiende como ser en potencia o se entiende como ser
en acto. Ahora bien, si el no ser no se entiende sino por el ser ni el ser en
potencia, sino por el ser en acto; y si el ser quiere decir el acto puro del
ser; luego el ser es lo primero que entiende el entendimiento, y ese ser es el
acto puro. Pero este ser no es el ser particular, que es limitado por venir en
mezcla con la potencia; ni el ser análogo, por no tener nada de acto, no
existiendo en modo alguno. Luego tenemos que ese ser es el ser divino.
4. Es, pues, cosa extraña la ceguedad del entendimiento, que no considera lo que
ve primero ni aquello sin lo cual nada puede conocer. Y es que así como el ojo,
atento a las diferencias de varios colores, no ve la luz en cuya virtud ve lo
demás, y aun cuando la vea, no la advierte; así el ojo de nuestra mente,
aplicado a los seres universales y particulares, no advierte tampoco el ser que
está sobre todo género, aunque sea éste lo primero que a la mente se ofrece y
las demás cosas no se presentan a ella sino por ese mismo ser. Por donde aparece
con toda verdad que "lo que el ojo del murciélago es comparado a la luz, eso
mismo es el ojo de nuestra mente comparado a las cosas muy manifiestas de la
naturaleza", y la razón es porque, acostumbrado a las tinieblas de los seres y a
los fantasmas de lo sensible, le parece no ver nada allí donde mira la luz del
ser sumo, no entendiendo que esa misma oscuridad es la iluminación suprema de
nuestra mente, no de otra suerte que al ojo que ve la luz pura parécele no ver
cosa alguna.
5. Mira, pues, con atención aquel purísimo ser, si puedes, y se te ofrecerá que
aquel ser no puede concebirse como ser recibido de otro ser; y, por lo mismo, lo
concebirá. como omnímodamente primero, pues no es posible venga de la nada ni de
otro ser. Y ¿qué significa el ser de suyo, si el ser purísimo no es de si y por
si? El ser purísimo se te ofrecerá careciendo en absoluto del no ser; y por lo
mismo, tal que nunca empieza ni nunca termina, por lo que debe decirse eterno.
Se te ofrecerá también como lo que en manera alguna tiene en si, sino lo que es
el mismo ser; y, por lo mismo, se te ofrecerá, no como compuesto, sino como
simplicísimo. Se te ofrecerá también como excluyendo toda posibilidad - todo lo
que es posible tiene en cierto modo algo de no ser -; y, por lo mismo, como
actualísimo en sumo grado. Se te ofrecerá como lo que nada tiene de defectible;
y, por lo mismo, como perfectísimo. Se te ofrecerá, por último, excluyendo toda
pluralización en muchos; y, por lo mismo, como unidad.
Luego el ser que se dice ser puro, ser "simpliciter" y ser absoluto, es también
el ser primario, eterno, simplicísimo, actualísimo, perfectísimo y unicísimo.
6. Y son estas perfecciones tan ciertas, que quien conoce al ser purísimo, ni
pensar puede cosa contraria a alguna de ellas, llevando como lleva cada
perfección implicadas las demás. En efecto, porque es absolutamente ser, por eso
es absolutamente primero; por ser absolutamente primero, por eso no viene de
otro ser ni puede venir de sí mismo; luego es eterno. Item, por ser primero y
eterno, por eso mismo no está constituido de elementos diversos; luego es
simplicísimo. Idem, por ser primero, eterno y simplicísimo, por eso mismo nada
hay en él de posibilidad en mezcla con el acto; luego es actualísimo. Idem, por
ser primero, eterno, simplicísimo y actualísimo, por lo mismo es perfectísimo;
nada le falta ni se le puede añadir cosa alguna. Por ser primero, eterno,
simplicísimo, actualísimo y perfectísimo, por eso mismo es unicísimo. Y dígase
otro tanto, por razón de la omnímoda sobreabundancia, respecto de todas las
demás perfecciones. Y en verdad, "lo que absolutamente por sobreabundancia se
predica, no es posible convenga más que a uno solo". Por tanto, si Dios designa
al ser primario, eterno, simplicísimo, actualísimo y perfectísimo, imposible es
no sólo que se conciba como no existente, sino también que no sea uno solo.
Escucha, pues, oh Israel: tu Dios es el solo y único Dios.
Si estas cosas miras en la pura sencillez de la mente, te verás algún tanto
lleno de la ilustración de la luz eterna.
7. Pero tienes por donde levantarte a la admiración, pues el mismo ser es
juntamente primero y último, eterna y enteramente presente, simplicísimo y
máximo, actualísimo y de todo en todo inmutable, perfectísimo e inmenso y, con
ser omnímodo, unicísimo. Si estas cosas con pura mente las admiras, te llenarás
de mayor luz, al entender además que por eso es último, porque es primero. Y la
razón es que siendo primero, todo cuanto hace lo hace en atención a sí mismo; y
así el ser primero por necesidad es el fin último, el principio y la
consumación, el alfa y la omega. Por eso es enteramente presente, porque es
eterno. Y es que, por lo mismo que es eterno, no viene de otro, ni deja de
existir de suyo, ni pasa tampoco de un estado a otro; luego no tiene ni pasado
ni futuro, sino sólo el presente. Por eso es máximo, porque es simplicísimo. Y,
en verdad, siendo como es simplicísimo en la esencia, por lo mismo ha de ser
máximo en la virtud o potencia, que cuanto más unida esté la virtud tanto más
infinita es. Por eso es de todo en todo inmutable, porque es actualísimo.
Porque, si es actualísimo, es acto puro; y el acto puro nada nuevo adquiere ni
nada de cuanto tiene lo pierde; y, por lo mismo, no admite mudanzas. Por eso es
inmenso, porque es perfectísimo. Ya que siendo perfectísimo nada puede pensarse
mejor, ni más noble, ni más digno, ni, por consiguiente, mayor que él: tal ser
es inmenso. Por eso es omnímodo, porque es sumamente uno. Pues se ha de saber
que el ser unicísimo es el principio universal de toda la multitud; y, por lo
mismo, es la causa universal que todo lo produce, que todo lo ejemplariza y todo
lo termina, siendo como es "su causa de existir, su razón de entender y su orden
de vivir". Luego es omnímodo, no como si fuera la esencia de todas las cosas,
sino en cuanto es, en grado supremo, la causa trascendente y universal de todas
las esencias, causa cuya virtud, por estar sumamente unida en la esencia, es
sumamente infinita y múltiple en la eficacia.
8. Volviendo atrás, concluyamos: porque el ser purísimo y absoluto -el ser
"simpliciter"- es primario y último, por eso es el origen de todas las cosas y
el fin que todas las consuma. Porque es eterno y enteramente presente, por eso
contiene y penetra todas las duraciones, cual si fuera su centro y
circunferencia. Porque es simplicísimo y máximo, por eso se halla todo dentro de
todas las cosas y todo fuera de todas ellas, "viniendo a resultar, por lo mismo,
la esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en
ninguna". Porque es actualísimo y enteramente inmutable, por eso, "permaneciendo
estable, da movimiento a todas las cosas". Porque es perfectísimo e inmenso, por
eso está dentro de todas las cosas, pero no incluido; fuera de todas las cosas,
pero no excluido; sobre todas las cosas pero no levantado; debajo de todas las
cosas, pero no postrado. Porque es unicísimo y omnímodo, por eso es todo en
todas las cosas, por más que éstas sean muchas y El uno solo; y esto porque, a
causa de su unidad simplicísima, por su verdad purísima y su bondad sincerísima,
encierra en si toda virtuosidad, toda ejemplaridad y toda comunicabilidad Y por
eso todas las cosas son de Él y son por El y existen en El, siendo como es
omnipotente, omnisciente y omnímodamente bueno, el que ve perfectamente ese ser
es feliz, conforme se dijo a Moisés: Yo te mostraré todo bien.
CAPITULO VI.
ESPECULACIÓN DE LA BEATÍSIMA TRINIDAD EN SU NOMBRE QUE ES EL BIEN
1. Considerados ya los atributos esenciales, debemos levantar el ojo de la
inteligencia a la cointuición de la beatísima Trinidad, para ver de colocar a un
querubín junto a otro querubín. Y a decir verdad, así como para la consideración
de los atributos esenciales el ser es, no sólo el principio radical, sino
también el nombre que da a conocer los demás nombres, así también para la
contemplación de las emanaciones personales el bien es el principalísimo
fundamento.
2. Entiende, pues, y considera que aquel bien se dice de todo en todo óptimo, en
cuya comparación nada mejor puede concebirse. Y semejante bien es de manera que
no puede concebirse, cual es debido, como no existente, coma quiera que
absolutamente mejor es el existir que el no existir; y aun es tal, que no es
posible concebirlo rectamente, sino concibiéndolo como uno y trino. El bien, en
efecto es difusivo de suyo; luego el sumo bien es sumamente difusivo de suyo.
Pero la difusión no puede ser suma, no siendo a la vez actual e intrínseca,
substancial e hipostática natural y voluntaria, liberal y necesaria,
indeficiente y perfecta. Por lo tanto, de no existir una producción actual y
consubstancial, con duración eterna, en el sumo bien, y además una persona tan
noble como la persona que la produce a modo de generación y de espiración - modo
que es del principio eterno que eternamente está principiando sus término
principiados, de suerte que haya un amado y un coamado un engendrado y un
espirado, a saber: el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo -, nunca existiera
el sumo bien, pues que entonces no se difundiría sumamente. Y es que, en
relación a lo inmenso de la bondad eterna, la difusión temporal en las criaturas
no es sino como centro o punto, razón por la que es posible concebir aun otra
difusión mayor, cual sería aquella en que el bien difusivo comunicase a otro
toda su substancia y naturaleza. Luego el bien no seria sumo bien, si tanto en
si mismo como conceptualmente, careciera de la difusión suma.
Por tanto, si con el ojo de la mente puedes cointuir la pureza de aquella
bondad, que es el acto poro del principio que caritativamente ama con amor
gratuito, con amor debido y con amor compuesto de entrambos; que es la difusión
plenísima a modo de la naturaleza y de la voluntad; que es la difusión a modo
del Verbo, en quien se dicen todas las cosas, y a modo del don, en quien los
demás dones se donan; entenderás que, por razón de la suma comunicabilidad del
bien, es necesario exista la Trinidad del Padre, y de] Hijo, y del Espíritu
Santo. Personas que por ser sumamente buenas, por necesidad son sumamente
comunicables; por ser sumamente comunicables, sumamente consubstanciales; por
ser sumamente consubstanciales, sumamente configurables semejantes; por ser
comunicables, consubstanciales y configurables en sumo grado, sumamente
coiguales y, por lo mismo, sumamente coeternas; propiedades de las que resulta
la suma cointimidad por la que, no sólo una persona está necesariamente en la
otra por razón de la circunincesión suma, sino también la una obra con la otra
por razón de la omnímoda identidad de la substancia, virtud y operación de la
misma beatísima Trinidad.
3. Pero al contemplar estas cosas, cuídate de pensar que comprendes al
incomprensible. Porque en estas seis pro piedades tienes que considerar todavía
algo que te llevará al pasmo de la admiración. Porque en ellas se concierta la
suma comunicabilidad con las propiedades de las personas la suma
consubstancialidad con la pluralidad de hipóstasis. La suma configurabilidad –
semejanza - con la personalidad distinta, la suma coigualdad con el orden, la
suma coeternidad con la emanación y la suma cointimidad con la misión ¿Quién, a
la vista de tantas maravillas, no queda arrebatado en admiración ? Y, por
cierto, con levantar los ojos a la bondad sobre toda bondad, entendemos
certísimamente que toda, estas maravillas se hallan en la beatísima Trinidad.
Porque si suma es allí la comunicación y la difusión verdadera, verdadero es
allí el origen y la distinción verdadera; y porque la comunicación es total y no
parcial, por eso el sumo bien comunica lo que tiene y todo cuanto tiene. Luego,
tanto el que emana como el que produce se distinguen por sus propiedades y son
una misma cosa esencialmente. Por distinguirse, digo, por las propiedades,
tienen propiedades personales, pluralidad de hipóstasis; emanación, procedente
del principio; orden, no de posterioridad, sino de origen; misión, en fin, que
no es de cambio local, sino de inspiración gratuita por razón de la autoridad de
la persona producente, autoridad que compete al que envía con respecto al
enviado. Y por ser una misma cosa en la substancia, por eso es de todo punto
necesario que se identifiquen en la esencia, en la forma en la dignidad, en la
eternidad, en la existencia y en el ser incircunscriptible. Y así, cuando estas
cosas, cada una de por si y separadamente, las consideras, tienes donde
contemplar la verdad, y al considerarlas, comparadas las unas con las otras,
donde quedarte suspenso en admiración profundísima; y por eso, a fin de que tu
alma suba, mediante la admiración, a una contemplación admirable, has de
considerar todas ellas en su mutua relación.
4. Y en verdad, esto mismo vienen a significar los querubines, que el uno al
otro se miraban. Ni carece de misterio que ambos se miraran, y se miraran,
vueltos sus rostros al propiciatorio, para que así se cumpla lo que dice e Señor
por San Juan: En esto consiste la vida eterna, en conocerte a ti, solo Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. Y es que debemos admirar las
propiedades esenciales y personales, no sólo en sí mismas, sino también
comparándolas con la soberanamente admirable unión de Dios y del hombre en la
persona divina de Cristo.
5. Si eres, pues, uno de los querubines, cuando contemplas los atributos
esenciales de Dios, si te admiras de que el ser divino sea juntamente primero y
último, eterno y enteramente presente, simplicísimo y máximo o incircunscrito,
todo en todas partes, pero nunca comprendido, actualísimo, pero nunca movido,
perfectísimo sin superfluidades ni menguas, pero con todo eso, inmenso e
infinito sin límites, unicísimo, pero omnímodo, por cuanto contiene en sí mismo
todas las cosas, esto es, toda virtud, toda verdad todo bien; pásmate de que en
él el primer Principio esté unido con el postrero, Dios con el hombre formado el
sexto día, el principio eterno con el hombre temporal, nacido de la Virgen en la
plenitud de los tiempos; el principio simplicísimo con el que es enteramente
compuesto, el principio actualísimo con el que padeció extremadamente y murió, e
principio perfectísimo e inmenso con el que es pequeño, e principio unicísimo y
omnímodo con una naturaleza individual, compuesta y distinta de las demás, es
decir, con la naturaleza humana de Jesucristo.
6. Y si eres el otro querubín, contemplando lo propio de las personas, si te
admiras viendo existir la comunicabilidad con la propiedad, la
consubstancialidad con la pluralidad la semejanza con la personalidad, la
coigualdad, con el orden la coeternidad, con la producción y la cointimidad con
las misiones, - pues que el Hijo es enviado por el Padre y el Espíritu Santo, a
su vez, coexistiendo con el Padre y el Hijo, sin separarse de ellos jamás, es
enviado por entrambos -; mira al propiciatorio y asómbrate de que en Cristo
venga a componerse la unión personal, tanto con la trinidad de substancias como
con la dualidad de naturalezas, la conformidad omnímoda con la pluralidad de
voluntades, la predicación mutua de lo divino a lo humano y de lo humano a lo
divino con la pluralidad de propiedades, la única adoración con la pluralidad de
excelencias, la única exaltación sobre todas las cosas con la pluralidad de
dignidades y el dominio único con la pluralidad de potestades.
7. En esta consideración es donde nuestra alma, a la vista del hombre formado a
imagen de Dios, como si fuese el sexto día, halla iluminación perfecta. Porque
siendo la imagen una semejanza expresiva, nuestra alma, al contemplar en Cristo,
Hijo de Dios e imagen de Dios invisible por naturaleza, nuestra humanidad, tan
admirablemente exaltada y tan inefablemente unida; al ver, digo, en Cristo
reducidos a unidad al primero y al último, al sumo y al ínfimo, a la
circunferencia y al centro, al alfa y a la omega, al efecto y a la causa, al
creador y a la criatura, al Verbo escrito por dentro y por fuera, llegó ya a un
objeto perfecto, para con Dios lograr la perfección de sus iluminaciones en el
sexto grado, como en el sexto día, de suerte que nada le queda ya más que el día
de descanso, en el que, mediante el mental exceso, descanse la perspicacia de la
mente humana de todas las obras que llevó a cabo.
CAPÍTULO VII.
EXCESO MENTAL Y MÍSTICO, EN EL QUE SE DA DESCANSO AL ENTENDIMIENTO,
TRASPASÁNDOSE EL AFECTO TOTALMENTE A DIOS A CAUSA DEL EXCESO
1 Habiendo recorrido, pues, estas seis consideraciones que son como las seis
gradas del trono del verdadero Salomón, mediante las cuales se arriba a la paz,
donde el verdadero pacífico descansa en La mente ya pacificada, como en una
Jerusalén interior, o como las seis alas del querubín que el alma del verdadero
contemplativo, llena de la ilustración de la celestial sabiduría, pueden
elevarla a lo alto o como los seis días primeros, en los que debe el alma
ejercitarse para por fin llegar al reposo del sábado; habiendo nuestra alma,
vuelvo a repetir, cointuído a Dios fuera de s misma por los vestigios y en los
vestigios, dentro de sí misma por la imagen y en la imagen, y sobre si misma, no
sólo por la semejanza de la luz divina que brilla sobre nuestra mente sino
también en la misma luz, según las posibilidades de estado vial y del ejercicio
mental después que ha llegado en el sexto grado, hasta especular en el principio
primero y sumo y mediador entre Dios y los hombres, a saber: en Jesucristo,
maravillas que no teniendo en manera alguna semejantes en las cosas creadas,
exceden toda perspicacia de: humano entendimiento, esto es lo que le queda
todavía: trascender y traspasar, especulando tales cosas, no sólo este mundo
sensible sino también a sí misma, tránsito en el que Cristo es el camino y la
puerta, la escala y el vehículo como propiciatorio colocado sobre el arca y
sacramento escondido en Dios desde tantos siglos.
2. Quien a este propiciatorio mira, convirtiendo a él por entero el rostro, y lo
mira suspendido en la cruz con sentimientos de fe, esperanza, caridad, devoción,
admiración alegría, honra, alabanza y júbilo, ése celebra con Él la pascua, es
decir, el tránsito, de suerte que, en virtud de la vara de la cruz, pasa a
través del mar Rojo, entrando de Egipto en el desierto, donde le sea dado gustar
el maná escondido y reposar con Cristo en el túmulo cual si estuviera muerto al
exterior, pero experimentando, sin embargo, en cuanto es posible en el estado de
viador, lo que en la cruz se dijo a ladrón adherido a Cristo: Hoy estarás
conmigo en el paraíso.
3. Y esto es lo que se dio a conocer al bienaventurado Francisco cuando, durante
el exceso de la contemplación en el alto monte - donde traté interiormente estas
cosas que se han escrito -, se le apareció el serafín de seis alas, clavado en
la cruz, relación que yo mismo y otros varios oímos al compañero, que a la sazón
con él estaba; allí donde pasó a Dios por contemplación excesiva y quedó puesto
como ejemplar de la contemplación perfecta, como antes lo había sido de la
acción, cual otro Jacob e Israel, de manera que a todos los varones
verdaderamente espirituales Dios los invitase por él, más con el ejemplo que con
la palabra, a semejante tránsito y mental exceso.
4. Y en este tránsito, si es perfecto, es necesario que se dejen todas las
operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto se traslade todo a Dios y
todo se transforme en Dios. Y esta es experiencia mística y serenísima, que
nadie la conoce, sino quien la recibe, ni nadie la recibe, sino quien la desea;
ni nadie la desea, sino aquel a quien el fuego del Espíritu Santo lo inflama
hasta la médula. Por eso dice el Apóstol que esta mística sabiduría la reveló el
Espíritu Santo.
5 Y así, no pudiendo nada la naturaleza y poco la industria, ha de darse poco a
la inquisición y mucho a la unción; poco a la lengua y muchísimo a la alegría
interior; poco a la palabra y a los escritos, y todo al don de Dios, que es el
Espíritu Santo; poco o nada a la criatura, todo a la esencia creadora, esto es,
al Padre, y al Hijo, y a Espíritu Santo, diciendo con Dionisio al Dios trino:
"Oh Trinidad, esencia sobre toda esencia y deidad sobre toda deidad, inspectora
soberanamente óptima de la divina sabiduría, dirígenos al vértice
trascendentalmente desconocido, resplandeciente y sublime de las místicas
enseñanzas, vértice donde se esconden misterios nuevos, absolutos e inmutables
de la Teología en lo oscurísimo, que es evidente sobre toda evidencia, en
conformidad con las tinieblas y del silencio que ocultamente enseñan,
relucientes sobre toda luz, resplandecientes sobre todo resplandor, tinieblas
donde todo brilla y los entendimientos invisibles quedan llenos sobre toda
plenitud de invisibles bienes, que son sobre todos los bienes". Digamos esto a
Dios. Y al amigo para quien estas cosas se escriben, digámosle con el mismo
Dionisio: "Y tú amigo, pues tratas de las místicas visiones, deja con redoblados
tus esfuerzos, los sentidos y las operaciones intelectuales y todas las cosas
sensibles e invisibles, las que tienen el ser y las que no lo tienen; y como es
posible a la criatura racional, secreta o ignoradamente, redúcete a la unión de
aquel que es sobre toda substancia y conocimiento. Porque saliendo por el exceso
de la pura mente de ti y de todas las cosas, dejando todas y libre de todas,
serás llevado altísimamente al rayo clarísimo de las divinas tinieblas.
6. Y si tratas de averiguar como sean estas cosas, pregúntalo a la gracia, pero
no a la doctrina; al deseo, pero no al entendimiento; al gemido de la oración,
pero no al estudio de la lección; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla
pero no a la claridad; a Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego,
que inflama totalmente y traslada a Dios con excesivas unciones y ardentísimos
afectos. Fuego que ciertamente, es Dios, y fuego cuyo horno está en Jerusalén, y
que lo encendió Cristo con el fervor de su ardentísima pasión y lo experimenta,
en verdad, aquel que viene a decir Mi alma ha deseado el suplicio y mis huesos
la muerte. El que ama está muerto, puede ver a Dios, porque, sin duda alguna,
son verdaderas estas palabras: No me verá hombre alguno sin morir.
Muramos, pues, y entremos en estas tinieblas, reduzca mas a silencio los
cuidados, las concupiscencias y los fantasmas de la imaginación; pasemos con
Cristo crucificado de este mundo al Padre, a fin de que, manifestándose en
nosotros el Padre, digamos con Felipe: Esto nos basta; oigamos con San Pablo:
Bástate mi gracia; y nos alegremos con David, diciendo: Mi carne y mi corazón
desfallecen, Dios de mi corazón y herencia mía por toda la eternidad. Bendito
sea el Señor eternamente, y responderá el pueblo: Así sea. Así sea Amén.
LAS CINCO FESTIVIDADES
DEL NIÑO JESÚS
Prólogo
Dado que, según el parecer y la doctrina de aquellos hombres venerables que la
irradiación divina más ampliamente ilustró en la Iglesia de Dios, y más
abundantemente encendió la devoción celeste, la meditación del dulce Jesús y la
devota contemplación del Verbo encarnado deleita el alma devota con más suavidad
que la miel y que la fragancia de los más exquisitos perfumes, la embriaga más
dulcemente, y con mayor perfección la consuela y conforta; de aquí que,
habiéndome sustraído un poquito al tumulto de molestos pensamientos, reflexioné
en silencio, dentro de mí mismo, qué pudiera yo meditar en este tiempo sobre la
Encarnación para recibir algún consuelo espiritual, en el cual gustara por
espejo la divina dulzura en este valle de lágrimas, de manera que, una vez
gustado en algo dicho consuelo, me fastidiara toda consolación temporal y
fantástica.
Y de lo secreto de la mente me saltó la idea de que el alma devota podía renovar
en sí el misterio de la Encarnación, y por virtud del Altísimo, mediante la
gracia del Espíritu Santo, podía espiritualmente concebir, dar a luz y poner
nombre al Verbo bendito e Hijo unigénito de Dios Padre; buscarlo y adorarlo con
los santos Magos y, finalmente, presentárselo a Dios Padre, conforme a la ley de
Moisés, felizmente en el templo. De esta forma el alma, como verdadera discípula
de la religión cristiana, viene a celebrar en sí devotamente las cinco
festividades que del niño Jesús celebra la Iglesia. Y como humildemente lo
imaginé, así con humildes palabras lo compuse, omitidas las autoridades por amor
de la brevedad.
Si alguno, leyendo o meditando este trabajo breve y humilde, se mueve un poco a
devoción del dulcísimo Jesús, a él solo, autor, fuente y principio de todos los
bienes, alabe, glorifique y bendiga. Mas si no concibiere ningún afecto, culpe
al escritor de insuficiente e indigno, si ya no es suya la culpa por haber leído
con poca devoción y humildad.
Festividad I.
Cómo Jesucristo, el Hijo de Dios, sea concebido espiritualmente por el alma
devota
1. En primer lugar, purificado el entendimiento con el agua de la contrición, y
encendido y elevado el afecto con la chispa del amor, consideremos casta y
devotamente la manera como este bendito Hijo de Dios, Cristo Jesús, es concebido
espiritualmente del alma piadosa.
Cuando el alma devota, movida y estimulada o por la esperanza del galardón del
cielo, o por el temor del eterno suplicio, o por el hastío de morar por más
tiempo en este valle de lágrimas, comienza a ser visitada con nuevas
inspiraciones, santos afectos la inflaman y altos pensamientos y consideraciones
del cielo la congojan, pero, rechazados y despreciados los antiguos defectos y
los deseos de antes, es espiritualmente fecundada con el espíritu de la gracia
por el Padre de las luces, de quien proviene toda dádiva preciosa y todo don
perfecto[1], con la decisión de una nueva forma de vivir. ¿Y qué significa esto,
sino que descendiendo la virtud del Altísimo y la sombra del celestial
refrigerio, que mitiga las concupiscencias carnales, conforta y ayuda a ver a
los ojos del alma, el Padre vuelve grávida y fecunda el alma con una suerte de
semilla celeste? Tras esta sacratísima concepción, el alma empalidece en el
rostro por la verdadera humildad en el comportamiento, experimenta desgano por
el alimento y la bebida, y desprecio y rechazo totales por las cosas del mundo;
cambian los deseos en los afectos a raíz del propósito y la intención de bienes
diferentes, y a veces también comienza a debilitarse y enfermar en el reniego de
la propia voluntad. Ya anda triste y turbada por la perpetración de los pasados
delitos, por el tiempo perdido, por la compañía y la conducta de los hombres que
todavía viven en el mundo según los criterios del mundo. Poco a poco, ya
comienza a resultarle pesado y tedioso todo lo que está y se ve afuera, porque
se da cuenta de que desagrada a Aquél que ella percibe y siente presente en el
corazón.
2. ¡Oh feliz concepción, de la cual se consigue semejante desprecio del mundo y
tan gran apetito por las operaciones del cielo y las ocupaciones divinas! Ya,
habiendo gustado el alma aunque más no sea un poco de la suavidad del espíritu,
pierde el sabor toda carne con gemido, ya el alma comienza a subir a la montaña
con María, porque después de tal concepción molestan las cosas terrenas y se
desean las celestes y eternas. Ya comienza a huir de la compañía de aquellos que
sólo encuentran sabor en lo terreno, y anhela la familiaridad de aquellos que
suspiran por lo celeste. Ya comienza a servir a Isabel, es decir, a aquellos que
ilumina la sabiduría divina y la divina gracia más enciende por el amor. Y esto
es muy importante, porque es la exigencia de muchos que, cuanto más se apartan
del mundo, tanto más amigos y familiares se vuelven de los hombres buenos, de
manera que tanto más insípida se les vuelve la compañía de los malos, cuanto más
dulcemente los aficiona y los enciende la vida honesta de los buenos y los
espirituales. Porque, según el bienaventurado GREGORIO, “cuando alguien se une a
un hombre santo, sucede que, de verlo con frecuencia, de oír sus palabras y del
ejemplo de su vida, se enciende en el amor a la verdad, huye de las tinieblas de
los pecados y se enardece en el amor de la luz divina”[2]. De donde ISIDORO:
“Procura la compañía de los buenos. Sucederá, en efecto, que si te haces
compañero de su vida, serás también compañero de sus virtudes”[3]. Considere
aquí el alma fiel, cuán castos, cuán santos y cuán devotos fueron los diálogos
de aquellos santos, cuán divinos y cuán salutíferos sus consejos, cuán admirable
la santidad y cuán grande la obra de su mutua compañía, cuando cada uno
provocaba al otro, con el ejemplo y la palabra, a cosas siempre mejores.
3. Eso mismo has de hacer tú, alma devota, si sientes haber concebido del
Espíritu nuevos deseos de vida celestial. Huye de la compañía de los malos,
asciende con María, busca los consejos de hombres espirituales, trata de imitar
las huellas de los perfectos, contempla las palabras de los buenos, junto a sus
obras y a sus ejemplos. Huye de los venenosos consejos de los perversos, que
siempre buscan pervertir, desean impedir, no desisten de lacerar los nuevos
deseos del Santo Espíritu, y muchas veces, bajo apariencia de piedad inoculan el
virus de la impía tibieza, diciendo: “lo que empiezas es demasiado grande, lo
que te propones es demasiado arduo, nadie puede resistir lo que haces; no te
darán las fuerzas, te faltan las virtudes naturales, perderás la cabeza, se te
destruirán los ojos, te prepararás mil enfermedades distintas: tisis, parálisis,
cálculos, mareos de cabeza, cataratas en los ojos; perderás los sentidos, se te
obnubilará la razón, y te abandonarán todas las fuerzas. Todo esto te sucederá
si no desistes de lo comenzado, si no atiendes más al bienestar de tu cuerpo.
Estas cosas no están bien para tu estado, te hacen perder honor e imagen”. Ves
cómo ya se hizo maestro de disciplina y médico del cuerpo el que ni sabe
componer las propias costumbres ni es capaz de curar la enfermedad de su propia
mente. Ay, ay… ¡Cuántos y cuántos cayeron por las zancadillas de los malditos
consejos de los mundanos, y mataron al Hijo de Dios que había sido concebido en
ellos por el Espíritu Santo! Esta es la miserable poción y la mortífera
persuasión diabólica, que impide en muchos la concepción espiritual, y en muchos
más elimina y aborta lo que ya está concebido y formado por el propósito, o lo
que ya está hecho por el deseo.
4. Pero también hay otros que parecen buenos y religiosos -y quizá lo son-, mas,
salvada su reverencia, son demasiado miedosos, sin darse cuenta de que no se
empequeñeció la mano del Señor, de manera que ya no pueda salvar[4], ni fue
disminuida la piedad del Altísimo, que quiere y puede ayudar; tienen celo de
Dios, pero indiscreto[5], al alejar a los hombres de las obras de perfección por
compasión de la aflicción corporal, o tal vez por temor del desfallecimiento
natural, viendo hacer a otros con resolución lo que ellos mismos ya habían
considerado bueno y santo, pero no se habían atrevido a empezar. Disuaden de
todo aquello que exceda la norma de la vida común, destruyen los santos consejos
de la divina inspiración; y los consejos de estos tales, cuanto más autorizados
son en razón de su vida, tanto más peligrosos resultan.
5. A veces dicen éstos, objetando astutamente con el arte del antiguo enemigo:
“Haciendo todo eso te considerarán santo, buen religioso, devoto. Y como aún no
se halla en ti aquello que dicen los otros, a los ojos del supremo Juez, que
conoce tus grandes, graves y horrendos pecados, serás culpable y perderás los
méritos de tus obras, y serás juzgado como un simulador o un hipócrita”. Ellos
dicen que tales ejercicios son para aquellos que nunca hicieron nada malo,
aquellos que siempre llevaron una vida santa e inocente, que dejaron todo por el
Señor, y que todo el tiempo de su vida vivieron perfectamente unidos a Dios.
6. Pero tú, oh alma devota amada por Dios, guárdate bien de ellos; sube al monte
con María. Pablo no había vivido sin pecado, y todavía no había servido por
mucho tiempo a Dios cuando fue arrebatado al tercer cielo y vio a Dios cara a
cara[6]. María Magdalena, toda soberbia, toda ambiciosa, toda vuelta a las
vanidades del mundo y toda volcada a los placeres de la carne, no mucho después
se sentó entre los apóstoles a los pies de Jesús, y escuchó con devota intención
la doctrina de la perfección; mereció en poco tiempo ver a Dios antes que todos
los demás y anunció con constancia a todos las palabras de la verdad. Dios, en
efecto, no hace acepción de personas[7], no se fija en la nobleza de linaje, ni
en la cantidad de tiempo, ni en la multitud de obras, sino en el fervor más
grande y en el mayor amor del alma devota. No se fija en cómo fuiste alguna vez,
sino en cómo empezaste a ser ahora. Por eso los consejos de quienes te aconsejan
de este modo serían muy reprensibles si no los excusara la simplicidad; pero no
deben ser aprobados.
7. Si no puedes ser salvada por la inocencia, entonces, procura ser salvada por
la penitencia; si no puedes ser Catalina o Cecilia, no desprecies el ser María
Magdalena, o María la Egipcia. Así pues, si tú sientes haber concebido con un
santo propósito al dulcísimo Hijo de Dios, huye de aquellos mortíferos venenos y
apresúrate, anhela y suspira, como una mujer en su último mes, por llegar
felizmente al parto.
Festividad II.
Cómo el Hijo de Dios nace espiritualmente en el alma devota
1. En segundo lugar, atiende y considera de qué manera el bendito Hijo de Dios,
ya espiritualmente concebido, nace espiritualmente en el alma. Nace, en efecto,
cuando después de un sano consejo, después de un examen suficientemente maduro,
después de haber invocado la ayuda de Dios, el propósito se pone en marcha;
cuando el alma ya comienza a poner por obra aquello que había analizado en su
mente pero que siempre temía empezar, por miedo de fracasar. En este felicísimo
nacimiento los ángeles se alegran, glorifican a Dios, anuncian la paz, ya que,
mientras se lleva a efecto lo que antes había sido concebido en el alma, la paz
vuelve a formarse en el hombre interior[8]. En efecto, en el reino del alma no
cunde la paz buenamente cuando la carne lucha contra el espíritu y el espíritu
contra la carne[9]; cuando la soledad afecta al espíritu y la muchedumbre a la
carne; cuando Cristo deleita al espíritu y el mundo a la carne; cuando el
espíritu busca el descanso de la contemplación con Dios, y la carne ansía el
honor de los puestos en el siglo. Por el contrario, cuando la carne se somete al
espíritu, una vez que se lleva a cabo la obra buena, que antes impedía la carne,
vuelve a formarse la paz y la exultación interior. ¡Oh, qué feliz nacimiento el
que engendra un júbilo tan grande en los ángeles y en los hombres! “¡Oh qué
dulce y deleitable sería obrar según la naturaleza si nuestra locura lo
permitiese, sanada la cual, la naturaleza sonreiría de inmediato a los
naturales!”[10]. Entonces, comprobaría la verdad de lo que dice el Salvador:
Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es suave, y mi
carga ligera[11].
2. Mas aquí has de notar, oh alma devota, que si te deleita este jubiloso
nacimiento, primero debes ser María. “María”, en efecto, significa mar amargo,
iluminadora y señora[12]. Sé pues, un mar amargo por la contrición de las
lágrimas, doliéndote muy amargamente de los pecados cometidos, gimiendo muy
profundamente por los bienes omitidos, y afligiéndote incesantemente por los
días malgastados y perdidos. Sé, en segundo lugar, iluminadora por la vida
honesta, por la acción virtuosa y por la diligente dedicación en afianzar a los
otros en el bien. Sé, por último, señora de los sentidos, de los deseos de la
carne, de todas tus acciones, para que todas tus obras las hagas según el recto
juicio de la razón y en todas ellas anheles y procures tu propia salvación, la
edificación del prójimo y la alabanza y la gloria de Dios.
Después de esta feliz navidad, conoce y gusta cuán suave es el Señor Jesús[13].
Suave, en verdad, cuando es nutrido con santas meditaciones, cuando es bañado en
la fuente de devotas y tiernas lágrimas, cuando es envuelto en los pañales de
los castos deseos y cuando es alzado en brazos del santo amor, colmado de besos
por los afectos de devoción y abrigado dentro del seno del propio corazón. Así,
pues, nace el niño espiritualmente.
Festividad III.
Cómo el niño Jesús ha de ser nombrado espiritualmente del alma devota
1. En tercer lugar debemos considerar de qué manera este tan bendito bebé nacido
espiritualmente, ha de ser nombrado. Y pienso que no podría recibir un nombre
más apto que Jesús, pues está escrito: Será llamado Jesús[14]. Este es el nombre
más sagrado, profetizado por los profetas, anunciado por el ángel, predicado por
los apóstoles, deseado por todos los santos. ¡Oh nombre virtuoso, gracioso,
gozoso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque vence a los enemigos, repara las
fuerzas, renueva las almas. Gracioso, porque en él tenemos el fundamento de la
fe, la firmeza de la esperanza, el aumento de la caridad, el complemento de la
justicia. Gozoso, porque es “júbilo en el corazón, melodía en el oído, miel en
la boca”, esplendor en el alma. Delicioso, porque “rumiado nutre, pronunciado
deleita, invocado unge”[15], escrito recrea, leído instruye. Nombre en verdad
glorioso, porque dio la vista a los ciegos, el andar a los cojos, el oído a los
sordos, la palabra a los mudos, la vida a los muertos. ¡Oh nombre bendito, que
tan grandes efectos de virtud ostenta! ¡Oh alma, ya escribas, ya leas, ya
enseñes, ya hagas cualquier otra cosa, nada te agrade, nada te deleite sino
Jesús. Llama pues, a tu bebito, engendrado espiritualmente en ti, Jesús, es
decir, salvador en el destierro y la miseria de esta vida; y que te salve de la
superficialidad del mundo que lucha contra ti; de la falsedad del demonio que te
corrompe; de la fragilidad de la carne que te atormenta.
2. Grita, alma devota, en medio de los tantos flagelos de esta vida: ¡Oh Jesús,
Salvador del mundo, sálvanos, tú que por tu cruz y tu sangre nos redimiste;
ayúdanos, Señor Dios nuestro!. Salva -diré-, dulcísimo Jesús, confortando al
débil, consolando al afligido, ayudando al frágil, consolidando al que vacila.
3. ¡Oh, cuánta dulzura sintió muchas veces después de aquella bendita imposición
del nombre la feliz madre natural y verdadera madre espiritual, María virgen,
cuando percibió que en este nombre se expulsaban los demonios, se acumulaban los
milagros, se iluminaban los ciegos, se sanaban los enfermos, se levantaban los
muertos! Pues de la misma manera tú, alma que eres espiritualmente madre, con
razón debes gozar y exultar cuando percibes en ti y en los otros que tu bendito
Hijo Jesús pone en fuga a los demonios en la remisión de los pecados, ilumina a
los ciegos en la infusión del verdadero conocimiento, levanta a los muertos en
la colación de la gracia, cuida a los enfermos, sana a los cojos, endereza a los
paralíticos y contrahechos en el robustecimiento espiritual, de manera que ya se
vuelvan fuertes y viriles por la gracia los que antes eran débiles y frágiles
por la culpa. ¡Oh, cuán feliz y bienaventurado el nombre que mereció tener tan
grande poder y eficacia!
Festividad IV.
Cómo el Hijo de Dios ha de ser buscado y adorado espiritualmente por el alma
devota con los Magos
1. Sigue la cuarta solemnidad, que consiste en la adoración de los magos. Una
vez que el alma concibió espiritualmente por la gracia a este dulcísimo niño, lo
dio a luz y le puso nombre, los tres reyes, es decir las tres potencias del alma
-con razón llamadas reyes, porque ya se enseñorean de la carne, dominan los
sentidos, y se ocupan, como corresponde, solamente en las cosas de Dios-, juzgan
que el niño, que ya les fuera revelado de múltiples maneras, debe ser buscado en
la ciudad real, esto es, en todo el mundo universo. Buscan en las meditaciones,
rebuscan con los afectos, preguntan con devotos pensamientos: ¿Dónde está el que
ha nacido? Vimos su estrella en oriente[16]; vimos su claridad refulgente en la
mente devota, vimos su esplendor radiante en lo secreto del alma, escuchamos su
voz dulcísima, gustamos su dulzura delicadísima, percibimos su aroma suavísimo,
experimentamos su deliciosísimo abrazo. Respóndenos de una vez, Herodes, haznos
ver al amado, muéstranos al bebito deseado. Él es a quien deseamos y buscamos.
2. Oh dulcísimo y amantísimo niño eterno, recién nacido y antiguo ¿cuándo te
veremos, cuándo te hallaremos, cuando estaremos ante tu rostro? Fastidia gozar
sin ti, deleita gozar contigo y llorar contigo. Todo lo que para ti es adverso
para nosotros es molesto; y lo que te agrada es nuestro deseo indefectible. ¡Oh,
si tan dulce es llorar por ti, cuánto más dulce ha de ser gozar por ti![17].
¿Dónde está, pues, el que buscamos? ¿Dónde está el que deseamos en todo y por
sobre todo? ¿Dónde está el que ha nacido rey de los Judíos, ley de los devotos,
luz de los ciegos, guía de los miserables, vida de los que mueren, salud eterna
de todos los que eternamente viven?[18].
3. Sigue la respuesta justa: En Belén de Judá; Belén significa casa del pan,
Judá confesión[19]. Cristo es hallado allí donde, después de la confesión de los
crímenes, se escucha, se rumia y se retiene en la mente devota el pan de vida
celeste, es decir, la doctrina del Evangelio, para realizarla en las obras y
proponerla a los otros para ser vivida. El niño Jesús es hallado con María, la
madre[20], allí donde, después de la dolorosa contrición del llanto, después de
la fructuosa confesión, se disfruta la dulzura de la contemplación celeste y del
consuelo, a veces entre abundantísimas lágrimas, cuando la oración que se
comienza casi desesperada, se deja llena de gozo y segura del perdón[21]. ¡Oh
feliz María, por quien es concebido Jesús, de quien nace y con quien tan dulce y
gozosamente es hallado Jesús!
4. Pero también vosotros, reyes, es decir potencias naturales del alma devota,
buscad con los reyes de la tierra para adorarle y ofrecerle dones[22]. Adorad
con reverencia, porque es el creador, el redentor y el remunerador: creador en
la formación de la vida natural, redentor en la reformación de la vida
espiritual, remunerador en la entrega de la vida eterna. Oh, vosotros, reyes,
adorad con reverencia, ya que es rey poderosísimo; adorad con decencia, ya que
es maestro sapientísimo; adorad con alegría, ya que es príncipe liberalísimo.
Y no os deis por satisfechos con la adoración, si no la sigue la oblación.
Ofreced -diré- el oro del amor más ardiente, ofreced el incienso de la
contemplación más devota, la mirra de la contrición más amarga: el oro del amor
por los bienes otorgados, el incienso de la devoción por los gozos preparados,
la mirra de la contrición por los pecados cometidos; ofreced oro a la Divinidad
eterna, incienso a la santidad del alma, mirra a la pasibilidad del cuerpo. Así,
pues, buscad, adorad y ofreced vosotras, almas.
Festividad V.
Cómo el Hijo de Dios es presentado espiritualmente por el alma en el Templo
1. En quinto y último lugar, considere el alma devota y fiel de qué manera el
bebé recién nacido por la consumación de las obras divinas y nombrado por la
dulzura de la degustación de las cosas celestes, y buscado y hallado, adorado y
honrado por la oblación de dones espirituales, ha de ser presentado en el
Templo, ofrecido al Señor, y esto por la devota, humilde y debida acción de
gracias.
Después de que la feliz María, madre espiritual de Jesús, ha sido purificada por
la penitencia en la concepción de este bendito hijo, después de haber sido ya
confortada en algo por la gracia en el nacimiento, después de haber sido
íntimamente consolada por la imposición del bendito nombre, y finalmente
informada por Dios en la adoración con los reyes, ¿qué otra cosa queda sino
llevar a la Jerusalén celeste, al templo de la Divinidad y presentar a Dios, al
Hijo de Dios y de la Virgen?
2. Sube, pues, María en el espíritu, no ya a la montaña, sino a las moradas de
la Jerusalén celeste, a los palacios de la ciudad superna. Arrodíllate allí
humildemente ante el trono de la eterna Trinidad y de la indivisa Unidad; allí
presenta a Dios Padre a tu hijo, alabando, glorificando y bendiciendo al Padre y
al Hijo con el Espíritu Santo. Alaba con júbilo a Dios Padre, por cuya
inspiración concebiste el buen propósito. Glorifica en la alabanza a Dios Hijo,
por cuya información llevaste a cabo el bien que te habías propuesto. Bendice y
santifica a Dios Espíritu Santo, por cuya consolación perseveraste hasta ahora
en el buen ejercicio.
3. Oh alma, glorifica a Dios Padre en todos sus dones y en todos tus bienes,
porque él es quien te llamó del siglo por oculta inspiración, diciéndote:
Vuelve, vuelve, Sunamita, palabras cuyo comentario busca aparte, en otro
tratado, en la primera meditación[23].
Engrandece a Dios Hijo en todos sus santos. Él es, en efecto, quien te liberó de
la servidumbre del demonio por su secreta información, diciéndote: Toma sobre ti
mi yugo; rechaza el yugo del demonio. El yugo del demonio es amarguísimo, mi
yugo es suavísimo; a su yugo seguirá suplicio eterno y tormentos, a mi yugo
seguirá fruto suavísimo y descanso opulento. Si su yugo muestra a veces cierta
dulzura, es falsa y momentánea; cuando mi yugo procura alegría, es verdadera y
salvadora. Él a veces levanta un poco a sus servidores, mas para confundirlos
eternamente; el que me honra, por el contrario, si por un momento es humillado,
es para reinar y gloriarse eternamente. Esta fue la enseñanza que te dio el Hijo
de Dios, a veces por sí mismo y a veces por sus doctores y amigos, y te liberó
de la falsa persuasión del demonio, y de la blanda decepción de la carne y del
mundo.
Bendice y santifica siempre a Dios Espíritu Santo, oh alma, que te confirmó en
el bien por su dulcísima consolación, diciéndote: Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré[24]. ¿Cómo, en efecto, oh alma
delicada y frágil, acostumbrada a las delicias del mundo, embriagada con las
alegrías de este siglo como los cerdos con el mosto del vino, cómo habrías
podido, entre tales y tantas redes del antiguo enemigo, entre tantos falsos
consejos, entre tan variados obstáculos, entre tan innumerable multitud de
amigos, parientes y otros conocidos que te apartaban del camino del amor y entre
las flechas de los que te herían, perseverar en el bien, amarrada con los lazos
de tantos pecados, y cómo progresar en el bien, si no hubieras sido ayudada
misericordiosamente por la gracia del Espíritu Santo y tantas veces dulcemente
consolada y sostenida? A él, pues, debes referir todas tus obras, sin retener
nada para ti.
4. Di con pura y devota intención de la mente: Todas mis obras las realizas tú,
Señor[25]; ante ti nada soy, nada puedo; es don tuyo que subsista, sin ti no
puedo hacer nada. A ti, clementísimo Padre de las misericordias, te ofrezco lo
que te pertenece, a ti lo encomiendo, a ti lo confío, indigna e ingrata de todos
tus dones, que reconozco humildemente entregados a mí. A ti la alabanza, a ti la
gloria, a ti la acción de gracias, o felicísimo Padre, majestad eterna, que por
tu infinito poder me creaste de la nada.
Te alabo, te glorifico, te doy gracias, oh felicísimo Hijo, claridad del Padre,
que me liberaste de la muerte por tu eterna sabiduría.
Te bendigo, te santifico, te adoro, o felicísimo Espíritu Santo, que por tu
bendita piedad y clemencia me llamaste del pecado a la gracia, del siglo a la
vida religiosa, del exilio a la patria, del trabajo al reposo, de la tristeza a
la jocundísima y deliciosísima dulzura de la bienaventurada fruición; la cual
nos conceda Jesucristo, Hijo de María Virgen, que vive y reina con el Padre y el
Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.